Bien, aquí les traigo esto. No les daré excusas, porque no vinieron aquí por excusas, sino por la historia. Saludos a todos.
Disclaimer: todo lo que puedan reconocer pertenece a G.R.R. Martín. Yo solo lo uso para entretenerme y tratar de entretener a otros.
Galbart Glover
Cruzó el castillo con la espada ensangrentada en la mano. A su alrededor, los hombres apilaban los cuerpos de los Hijos del Hierro y de los Bolton y Freys muertos.
"El Rey tuvo razón", pensó, sombrío.
Fiel a las órdenes, al llegar a las puertas de la Ciudadela de Torrhen armó el campamento y preparó escalas y ganchos para subir las murallas, mientras que un ariete tallado a partir de un gran pino cortado derribaría las puertas. Tras dos días armando el equipo de asedio, lanzó el ataque.
La primera oleada, unos 700 hombres con jubones y otras ropas sucios y decorados con el hombre desollado y las torres gemelas, fue la que abrió el ataque. Murieron como moscas, pero lograron acercar el armamento de asedio a las murallas y puertas, e incluso golpear estas con el ariete numerosas veces antes de morir.
Para su crédito, la mayoría luchó y cayó peleando: menos de 50 fueron asesinados por su ejército al intentar retroceder.
Luego, cuando el ejército lanzó el verdadero ataque, enfrentaron menos flechas de las previstas y derribaron las puertas con unos pocos golpes del ariete. Cuando 2.000 hombres armados cruzaron las puertas, el castillo no tardó en caer y los Hijos del Hierro que lo ocupaban fueron pasados por la espada. Dagmer Barbarrota, el que los lideraba, acabo con 4 hombres antes de que 3 de los suyos, incluida una mujer salvaje, lo acabaran al mismo tiempo. Su cabeza ahora decoraba una pica sobre la puerta de entrada del castillo.
Habían perdido poco más de un centenar de hombres, y unos pocos sirvientes habían caído al quedar atrapados en la pelea, por lo que podía afirmar que todo había salido de acuerdo al plan. Incluso había tenido la fortuna de encontrar a los Tallhart encerrados en las mazmorras. Sucios y hambrientos, pero vivos y con salud. Lo cierto era que, tras la pérdida de sus sobrinos, esperaba un destino familiar para los señores de la Ciudadela de Torrhen. Por suerte, estaba equivocado. Los Tallhart rescatados facilitarían la vuelta de toda la región al gobierno de Invernalia.
Esa noche, mientras el ejército descansaba y se establecía, algunos dentro del castillo y la mayoría en el exterior, fue a visitar a los Tallhart en sus habitaciones.
"Mi señor" dijo Berena Tallhart, la única adulta entre todos ellos. Estaba sentada en la cabecera de una cama, acunando en su regazo la cabeza de una niña dormida, mientras otros dos, estos varones, dormían en camas no muy lejos.
"Mi señora. ¿Cómo os encontráis? ¿Os han tratado bien?" dijo, procurando no alzar la voz en exceso.
"Mejor que en mucho tiempo, Lord Glover" dijo ella, pasando una mano por el cabello de la niña "Al igual que los niños" como para reforzar sus palabras, un ronquido se escuchó de uno de los jóvenes que dormían.
"El Rey estará complacido de escucharlo" Galbart mismo también lo estaba, pero no vio la necesidad de decirlo "Debemos hablar" le dijo a la dama, y tras un momento ésta asintió en acuerdo.
Una vez que se hubiera alejado de la niña sin despertarla, se dirigió a la única ventana de la habitación, y Galbart la siguió.
"Dada la juventud de vuestra sobrina y de sus primos, el Rey Jon espera que vos seáis quién renueve la lealtad a la Casa Stark y a la corona en nombre de la Casa Tallhart"
"Lo entiendo, y lo haré cuando sea posible" dijo la mujer con voz cansada, pero firme "¿Puedo saber si hay verdad en los rumores de que algunos miembros de la Casa Tallhart combatieron junto a los Bolton?"
"Algunos de las ramas menores, sí" confirmó Galbart.
"¿Alguno de ellos vive aún?" preguntó, con una voz carente de emoción.
Galbart no sabía si la respuesta la complacería o la enojaría, pero aun así dio la honesta "Algunos fueron capturados cuando el Rey derrotó a Roose Bolton" no se referiría al traidor con su título de señor "Pero no sabría deciros sus números o quienes los comandaban"
"¿Puedo asumir que El Rey o la…Reina esperan mi contribución para decidir qué será de ellos?" inquirió. Galbart asintió con cautela; no estaba seguro "Solo tengo una pregunta más, mi señor. ¿Puedo imploraros que la respondáis con la verdad, y solo la verdad?"
"Haced la pregunta, mi señora" la animó tras un momento de silencio.
La dama respiró hondo antes de hablar "¿Hay alguna esperanza de que el cuerpo de mi esposo pueda retornar a la fortaleza para que mis hijos y yo podamos despedirlo apropiadamente?"
Pasó un largo momento. Galbart sabía que le había pasado a Leobald Tallhart, cómo murió y a manos de quienes.
"No, no la hay"
La dama cerró los ojos y clavó los dedos con fuerza en el alfeizar de la ventana. Tras un largo momento lo volvió a mirar, sus ojos más brillantes, pero sin una lagrima en su rostro.
"Gracias por la verdad, mi señor" dijo. En sus palabras había un mensaje implícito, con la mezcla justa de petición y orden: que la dejara sola.
"Intentad descansar" dijo, inclinando la cabeza a modo de despedida antes de encaminarse a la puerta. Solo cuando estaba al otro lado, la imagen de esos ojos brillantes y llenos de emoción empezó a desvanecerse por fin de sus pensamientos.
Pocos días después, un mensajero llegó desde el sur. El hombre era un lacustre, como dejaron en claro sus vestimentas y la librea que llevaba: el león-lagarto de la Casa Reed. Galbart habló con él brevemente, pero más que nada escuchó: el hombre tenía bastante que contarle. Su marcha desde el Cuello por el camino más directo, a través de las tierras de la viuda de Dustin, con sigilo, para no caer en manos enemigas. Los acontecimientos que pasaron en días anteriores y que pasaban mientras ellos estaban allí. Y el motivo de su viaje: las dos cartas selladas
Sybill Glover
Al menos una docena de veces se había distraído de sus ocupaciones, siempre mirando la puerta de su solar con la petición que dirigiría a los guardias al otro lado de ella en la punta de su lengua. Que uno de ellos fuera a la mazmorra y verificara que Asha Greyjoy aún estuviera allí.
A pura fuerza de voluntad, había logrado guardar silencio al respecto, optando en cambio por ocuparse de la considerable tarea de mantener el castillo ordenado y preparado para sus residentes, tanto los permanentes como los temporales. La partida de grandes fuerzas de salvajes hacia el este y el sur, bien para unirse al nuevo Rey, bien para unirse a su cuñado o bien para marchar hacia tierras menos amigables, habían dejado a Sybill con medio millar de bocas que alimentar, además de su propia gente, que sumaban varios cientos más. Aun así, era una tarea que debía afrontar con mucho cuidado para garantizar que hubiera comida y otras necesidades básicas en abundancia para todos.
Se encontraba escuchando al nuevo mayordomo respecto a los resultados de la última expedición de cacería al Bosque que rodeaba el castillo y cuánto podría durar la carne, cuando la sobresaltó el sonido de la puerta siendo golpeada desde el exterior.
Unos momentos después, y tras dar su permiso, dos salvajes entraron, ambos con espadas en la cintura y miradas serias.
"Hay barcos en la costa. Ondean una bandera blanca" dijo uno de ellos, y eso fue todo lo que hizo falta.
Se levantó de un salto, indicando al mayordomo que continuarían más tarde, antes de partir en dirección al patio, seguida por los salvajes. Al llegar allí, ya había un caballo listo para ella. Otros siete corceles ya estaban montados por guardias y un Wolten Werr de rostro impaciente. Uno de los guardias llevaba en la mano una bandera blanca.
Montó lo más rápido que pudo, y a pesar de que hacía tiempo que no cabalgaba, impulsó al caballo con los talones y salió disparada fuera del castillo y en dirección a la costa. Cada momento que pasaba, su mente le hacía ver imágenes de situaciones horribles que no podrían pasar.
La peor de todas era que los Hijos del Hierro se arrepintieran de haber llegado allí y se fueran sin concretar el trato.
Cuando al fin vio la costa, soltó un suspiro de alivio al ver que aún había dos grandes embarcaciones de madera balanceándose al ritmo del oleaje.
Ya había cerca de 30 hombres a pie, una mezcla entre norteños y salvajes. Ante su llegada, se acercaron un poco más entre sí, todos armados y observando en dirección a los barcos.
Dando una pequeña oración para que sus hijos estuvieran en los barcos, y luchando contra de ansiedad de que al fin, tras tanto tiempo, estuvieran tan cerca de ella, que por fin pudiera recuperarlos, Sybill dio una orden. Una orden para que el estandarte blanco fuera ondeado de lado a lado, bien visible para los barcos. A los pocos momentos, la bandera blanca que llevaban los barcos también fue movida de lado a lado, una señal de que reconocían y aceptaban hablar. Luego, uno de los barcos se acercó remando, pero sin tocar la costa.
"Lo bastante cerca para dispararnos, si llevan arqueros a bordo" escucho murmurar a Walter Werr. De reojo, notó que un par de hombres a pie, armados con arcos, acercaban con lentitud una mano hacia las flechas.
Sin embargo, antes de que les ordenara que se calmaran, Sybell escuchó un grito desde el barco.
"¡Oi!" una figura alzó ambas manos desnudas desde la proa del barco "¡Oi!" gritó de nuevo, las manos aún en alto. Aún era lejos para describir rasgos, pero Sybill creía que la ropa del hombre era algo elegante en comparación con otros saqueadores que había visto. ¿Un hombre de noble cuna, tal vez? "No buscamos conflicto. Solo venimos a hacer el intercambio" declaró el hombre, ya sin gritar, pero a una voz bastante alta para compensar la distancia entre la playa y el barco, que acababa de detenerse.
"¡Dinos tú nombre!" gritó Werr.
Por unos momentos, el hombre no se movió. Luego… "Ser Harras Harlaw. Soy el Caballero del Jardín Gris, y primo de Lord Rodrik Harlaw" se presentó "Mi señor me ha dado permiso para supervisar un intercambio de prisioneros"
"Lo mismo me ha ordenado mi Rey, Jon Stark de Invernalia, el Primero de su Nombre" replicó Walter Werr, haciendo que su caballo diera unos pasos adelante, quedando ligeramente adelantado al resto de ellos "¿Dónde están los hijos de Robett Glover?" preguntó a continuación.
Sybill se mordió los labios tan fuerte que se extrajo sangre. Miró con frenetismo cada parte del barco que veía, lista para llamar a gritos a sus niños apenas viera un mechón de pelo de cualquiera de ellos.
"Están en el otro barco" replicó Ser Harras, y aunque Sybill miró hacia la embarcación, ésta estaba demasiado alejada para distinguir nada. Mientras tanto, captó el resto de las palabras "¿Dónde está Lady Grayjoy?"
"En el castillo" respondió Werr, sin decir nada más.
Aunque preocupada por sus hijos, Sybill entendió que este era el momento en que estaban en una encrucijada complicada. Alguien tenía que ofrecerse a liberar primero a sus rehenes, y ninguna de las dos partes confiaba en la otra. Ella misma no querría liberar a la Mujer del Hierro hasta que sus niños estuvieran en sus brazos, pero no sabía cómo proceder, que camino era el que les ganaría la confianza para hacer el trato.
Al parecer, lo mismo pasaba por la mente de Walter Werr. Y por la de Harras Harlaw. Al final, fue el Hijo del Hierro el que habló.
"Se está haciendo tarde" declaró, haciendo un gesto en dirección al sol a su espalda, que se hundía en el mar "Mañana llevaré a los niños a tierra. Traed a Lady Grayjoy aquí. Haremos el intercambio en este lugar, al amanecer" propuso.
Estaba a punto de pedir que el intercambio se realizara ya; haría traer a la chica y le devolverían a los niños, lo que más quería en el mundo. Sin embargo, antes de poder decir nada, Werr se le adelantó.
"Una hora después del amanecer sería mejor. Cuando el sol haya salido a pleno" declaró.
El Hijo del Hierro lo meditó por unos momentos "Está bien. Mañana, una hora después del amanecer" concedió, antes de girar y hablar con alguien en el barco. Al poco tiempo, los remos empezaron a impulsar la embarcación más lejos de la costa.
Con un suspiro y una orden, Walter Werr giró a su montura y los demás lo siguieron, entre ellos Sybill, que luchaba por no perder la calma.
"Solo unas horas más. Una noche más, y Gawen y Erena estarán conmigo" fueron las palabras que se repitió una y otra vez, mientras cabalgaba de vuelta a Bosquespeso.
Walter Werr
Con las primeras luces, estaba despierto y listo. Debajo de su capa, el cuero reforzado y la cota de malla lo protegerían en caso de una traición de los Hijos del Hierro. Aunque esperaba que no fuera el caso.
Tras volver a Bosquespeso, habían debido prepararse para el intercambio que tendría lugar al día siguiente. Lady Glover había ido directamente a las mazmorras para ver a la hermana del Cambiacapas, mientras él mismo empezaba a seleccionar hombres de confianza para que lo acompañaran en el intercambio. Al final, se había decidido por 30 hombres; no los suficientes para que pareciera que tenían malas intenciones, pero si los suficientes para que tuvieran una oportunidad si los Hijos del Hierro tramaban algo.
Salieron del castillo meros momentos antes de que el sol emergiera a sus espaldas; no hizo falta que volteara a verlo. El repentino incremento de los reflejos en los charcos de agua en la senda y a ambos lados de ella hablaron por sí solos.
Había ordenado que dos hombres cabalgaran a cada lado de su prisionera, uno guiando al caballo de la mujer por las riendas y el otro con la lanza bajada y apuntando en su dirección. Si Asha Greyjoy intentaba algo, aún con la capucha cubriendo su rostro, lo lamentaría.
Dos hombres más, o un hombre del norte y una mujer salvajes siendo específico, cabalgaban junto a la otra mujer del grupo, Lady Sybelle. Como ella era la madre de los niños que iban a recibir con el intercambio, y además la única que podría distinguirlos entre posibles impostores, su presencia era necesaria. Como la dama había dejado claro que bajo ninguna circunstancia se quedaría en el castillo mientras se realizaba el intercambio, no era como si pudiera impedirlo. Quienes la flanqueaban iban con escudos, para protegerla es caso de que algo saliera mal.
Llegaron a la playa antes que los Hijos del Hierro, pero los barcos seguían ahí. A varios cientos de metros, justo al inicio de otro sendero que se internaba en el bosque, una hoguera moribunda señalaba donde había dejado a cuatro vigías por la noche. Los vigías estaban todos allí, una mano en las lanzas y la otra en los escudos, mientras que en sus cintos había espadas de acero.
Cuando todo el grupo se detuvo en la playa, uno de los barcos se acercó nuevamente a la costa. En la proa, Harlaw volvió a aparecer.
La tensión se empezó a sentir en ese momento. Un lado debía dar el siguiente paso, pero, ¿cuál se rompería primero?
"Hagamos esto" dijo el hombre en el barco.
Al parecer, los Hijos del Hierro se rompieron primero. Encontró algo de satisfacción ante la idea.
"De acuerdo" reconoció, alzando la voz para que llegara hasta las embarcaciones. Con un gesto, los dos hombres que traían a la prisionera se acercaron un poco "Aquí está Asha Greyjoy"
"Quiero ver su cara" demandó Harlaw "No mostraré a los niños, a menos que vea su cara" añadió un momento después. Su voz no dejaba dudas de que hablaba en serio.
Con un gesto de una impaciente Lady Sybelle, la capucha fue retirada y el rostro enfurecido de la mujer Greyjoy quedó a la vista. Si las miradas mataran, el ya sería hombre muerto. El, y todos los que lo habían acompañado.
"¿Satisfecho?" preguntó, ignorando la mirada de muerte que recibía de la mujer para concentrarse en el hombre en el barco.
"Sí. Acercaremos los barcos ahora, así que calma" declaró, y al siguiente momento los remos empezaron a moverse, impulsando ambas embarcaciones hasta que llegaron a la costa. Dos pequeños grupos, de cinco hombres cada uno, bajaron de cada barco. Uno de ellos era Harlaw.
Dando órdenes rápidas, Werr se acercó, aún montado, llevando a la mitad de la escolta con él, mientras la otra mitad se quedaba atrás, pero atentos a cualquier movimiento extraño.
"Diez en tierra, y tengo once conmigo" dado que dos de los que se habían adelantado custodiaban a la mujer Greyjoy y otros dos debían concentrarse en proteger a Lady Glover, sintió que no podría contar en ellos si algo salía mal.
Ante un gesto de su mano, todos descendieron, la hermana del Cambiacapas ayudada por los dos hombres que la vigilaban, porque tenía las manos atadas a la espalda. Como si esa fuera la señal, dos Hijos del Hierro se asomaron desde las cubiertas de los barcos, cada uno entregando un bulto a uno de sus compañeros en tierra antes de desaparecer de la vista. Tuvo que interponer una mano para detener a Lady Sybell de correr hacia ellos cuando uno de los bultos empezó a llorar. La mujer lo miró con enojo, pero se contuvo.
Ahora ambos grupos estaban a 20 pasos unos de otros, y la tensión era tan espesa que dudaba que la espada de acero valyrio del Rey pudiera cortarla. Quienes tenían armas en las manos las apretaban con fuerza, y quienes no lo hacían no mantenían las suyas muy lejos de las que tenían en los cintos o colgando de sus espaldas.
"Primero enviaré a la niña" dijo Harlaw, su mano no muy alejada del cinto de la espada "A medio camino. Envía a alguien a buscarla"
Tras un momento largo, Werr asintió e hizo un gesto para que uno de los que estaban con él, una mujer salvaje con una espada colgando de su espalda y un hacha corta en el cinturón, se adelantara. Del lado de los Hijos del Hierro, el hombre que sostenía el bulto que lloraba hizo lo mismo. Llevaba un bebé bien envuelto en brazos y un hacha y un puñal en el cinturón. Ambos se acercaron poco a poco, atentos uno en el otro, mientras todos los ojos los miraban.
Cuando estuvieron frente a frente, el bulto cambió de manos. El Hijo del Hierro dijo algo en voz baja que no escuchó, pero por la sonrisa lasciva podía suponer de qué se trataba. Tuvo una nueva suposición, que la mujer salvaje no había recibido bien esas palabras, cuando la sonrisa se desvaneció en un ceño fruncido y un gruñido. Pero no pasó más. Con pasos lentos y cautelosos, ambos se alejaron entre sí, y cuando estaban a unos pasos de distancia, la mujer giró en redondo y se alejó con pasos más largos, mientras el Hijo del Hierro hacia lo mismo.
La mujer, con el bulto aún sollozante en brazos, se dirigió directamente a Sybill Glover. Apenas hubo retornado con ellos, un hombre con un escudo se puso en el medio, listo para bloquear flechas que no llegaron. Ni la mujer salvaje ni Lady Sybill lo notaron, demasiado ocupadas desenvolviendo el bulto.
"¡Erena!" dijo Lady Glover, con el amor que, en opinión suya, solo una madre podría ser capaz de sentir. Apretando a la niña en sus brazos como si nunca fuera a dejarla ir, Lady Glover solo se distrajo el tiempo suficiente para asentir en su dirección, confirmando, aunque ya no era necesario, que ese bebé era de hecho una Glover.
"Ahora mi señora y el niño" exclamó Harlaw desde lejos. Con una mano, alzó a un niño sucio por el cuello de la ropa y lo sostuvo en alto "Este es el niño Glover, Gawen. Lo juro por mi honor" declaró.
Como todo buen norteño, Walter Werr no confiaba en los Hijos del Hierro. No fue hasta que Lady Sybill, con ojos frenéticos y ansiosos, confirmó con un susurro que ese era su hijo, que se decidió.
"De acuerdo. Hagamos esto" reconoció "Tu y yo, Harlaw. Nadie más" añadió a último momento, ajeno a las miradas de sorpresa de los suyos, y de furia en el caso de los salvajes.
Los Hijos del Hierro se mantuvieron en silencio por unos segundos, pero al final Harlaw habló de nuevo "Está bien" con esas palabras, empezó a avanzar, llevando al niño Glover por el cuello con una mano mientras la otra estaba en la empuñadura de su espada.
Él hizo lo mismo, luego de coger a Greyjoy por el brazo y empezar a avanzar.
La tensión era demasiado alta en ese momento. Le hubiera gustado que la mujer guardara silencio hasta que el asunto terminara. Por desgracia, no tuvo esa suerte.
"Tu Rey lamentará haberme soltado y haber dejado a mi hermano prisionero" escupió, mirándolo con odio.
No se dignó a contestarle. Entre el Hijo del Hierro atado y el que se acercaba armado a él y usando a un niño como protección, obviamente se preocuparía más por el último.
Cuando finalmente estuvieron a un paso de distancia, ambos se miraron a los ojos. Vio cautela y aprensión, pero no traición en los ojos del isleño.
"Uno…" dijo Werr, al tiempo que se agarre sobre la prisionera se apretaba.
"Dos…" continuó Harlaw, haciendo algo parecido con el niño Glover.
"…Tres" con esa palabra, ambos soltaron a su prisionero al mismo tiempo y le dieron un empujón para que se alejara.
La mujer del Hierro y el niño Glover se cruzaron en un momento y al siguiente, Walter Werr usaba la misma mano con que había mantenido sujeta a la primera para tomar al segundo del brazo y colocarlo detrás de él, poniendo su cuerpo entre el niño y cualquier ataque. Mientras hacía eso, Harlaw cortó las ataduras de la prisionera con una daga que había sacado con premura.
La mujer le dirigió una nueva mirada de odio, al tiempo que se frotaba las muñecas ahora libres "Dile a tu Rey bastardo que lo que le haga a mi hermano, se lo haré yo a él mil veces peor" amenazó.
Por un momento pensó en amenazar devuelta, pero el movimiento del niño detrás de él le recordó que había prioridades. Se limitó a gruñir "Largo del Norte. No vuelvan jamás" antes de empezar a retroceder, manteniendo al niño Glover detrás de él por si acaso.
Dejó escapar el aire que contenía cuando volvió con los demás sin incidentes. Mientras la madre preocupada se reunía con su otro hijo, sujetándolo a él y a la niña contra su pecho y soltando sollozos mezclados con palabras incomprensibles, Werr miró devuelta a la costa. Todos los que habían bajado de los barcos ya estaban devuelta en ellos, junto con la mujer Greyjoy. La playa estaba limpia de Hijos del Hierro, y espero que siguiera así para siempre.
Mientras veía los barcos remando, alejándose de la costa, esperó nunca volver a contemplar tal vista en esta tierra, o en ninguna otra, en el Norte.
Jon
El cuello parecía interminable, y sin embargo, Jon encontraba una cierta tranquilidad en él. La quietud, el silencio casi total, la forma en que el lugar parecía absorber la mayoría de los sonidos, era casi relajante. Como contemplar la superficie de un lago, sin saber que había por debajo de las aguas.
Cerró los ojos, y buscó a su huargo. Una imagen borrosa de otro tramo del camino, muy por delante del suyo, fue visible. Árboles y el resto del entorno del cuello pasaban a toda velocidad mientras Fantasma corría a toda velocidad hacia el sur.
Se alejó de allí, y un momento después volvió a abrir sus propios ojos. Todo seguía igual: su Guardia Personal lo rodeaba, la mitad de ellos montados mientras los otros dormían en una carreta inmediatamente atrás, hasta que llegara el momento de cambiar turnos. Siguiendo su tranquila estela, el ejército se mantenía imperturbable, salvo algún sonido de hombre o bestia.
"Rey" la voz llamó su atención, y dirigió la mirada hacia Awrryk "¿Todo en orden?" preguntó, curioso y algo preocupado.
"Si, lo está" dijo, antes de volver a enfocarse en sus pensamientos "El resto del camino está despejado, saldremos pronto del cuello" comentó, aliviado por ese conocimiento.
"¿Qué tan pronto, Alteza?" preguntó de nuevo el nieto de Ygon. A su lado, Ery estaba atenta a las palabras que se intercambiaban. Ambos disimulaban mal su emoción ante sus palabras: detestaban el terreno por el que habían viajado en los últimos días.
"Dos días a más tardar" respondió, honesto.
"¿El sur será un lugar profano?" preguntó en ese momento Siegerd, sin dirigirse a nadie en particular "Mi abuelo me contaba historias; decía que los arcianos habían sido talados hace muchos años, cuando los Primeros Hombres perdimos esas tierras" explicó, ante la mirada inquisitiva de Jon.
"Dijo la verdad" respondió Jon "Hace mucho que los bosques de dioses fueron talados y quemados al otro lado del cuello" Jon sabía que había unas pocas excepciones, pero no vio motivo para decirlo.
"No quisiera vivir nunca en un lugar así. ¿Qué hombre querría vivir lejos de la mirada de los dioses?" escupió Siegerd, y los otros Guardias alrededor de Jon murmuraron palabras de acuerdo. Jon mismo asintió, comprensivo; no imaginaba una vida lejos de sus dioses.
"¿Cuándo creéis que nos encontremos con ese ejército que marcha para ayudar a los Frey, Alteza?" preguntó ahora Alysanne Mormont, desde su derecha. Su escudo y su maza chocaban entre sí, ambos sujetos a la silla de montar.
"Pronto, espero" respondió, casualmente "Cerca de los Gemelos, o ante las mismas puertas del castillo, tal vez"
"Sería mejor encontrarlos en otro lugar, si me permitís decirlo" dijo Alysanne, y Jon asintió, haciéndole un gesto para que continuara "Su caballería estará mejor blindada, seguramente. Tal vez nos superen en número también. Podrían flanquearnos, o atacarnos por la retaguardia, como hizo la s…mujer de las lanzas Val con los Bolton"
"Sí. Ciertamente no quisiera que nos encontráramos en tal situación" Jon estaba orgulloso de su ejército, pero no era tan arrogante para creerlos invencibles "Aunque lo cierto es que nos beneficiaríamos más de una batalla en campo abierto"
"¿Cómo es eso, Alteza?" preguntó Cedrik Flint, el más joven de todos los miembros de su Guardia Personal.
"Una batalla en campo abierto nos permitiría maniobrar, confundirlos, cansarlos, o incluso retirarnos si la situación se vuelve en nuestra contra. No quisiera quedar atrapado en una posición bien fortificada, a menos que estemos seguros de que atacarán"
"Deberíamos atacar primero. Antes de que tengan la oportunidad de prepararse. Ataca primero y vencerás solía decir mi padre" añadió en ese momento Kyura, desde su lugar frente a Jon.
No le había servido contra los hombres de Stannis, pero Jon no diría eso "Solo si sabes dónde atacar" eligió responder "Si nos lanzamos de frente contra un enemigo bien preparado y golpeamos donde es fuerte, los que nos quebramos seremos nosotros"
"A menos que los embosquemos" sugirió Alyra, dando palmadas en la empuñadura de su espada como quien acaricia una mascota.
"Eso no será fácil. Un ejército tan grande tendrá una cantidad considerable de exploradores y guardias. Si uno solo da la alarma antes de que estemos entre ellos, la emboscada fracasa"
"¿Y entonces qué haremos?" preguntó la hija de Morna, mirándolo fijamente, esperando a que su Rey aclarara el dilema que claramente se estaba
"Lo verán pronto. Por ahora, basta decir que la primera parte del plan ya está en marcha"
Y era un plan largo, complejo. Requeriría paciencia, habilidad, y mucho favor de los dioses. Y si tenía éxito, vería todos sus objetivos cumplidos y un camino rápido de vuelta a Invernalia.
Con suerte, antes de que Minisa lo olvidara como solían hacer los niños pequeños cuando una cara se ausenta demasiado tiempo.
Catelyn
Soltó un suspiro que no sabía que estaba conteniendo mientras leía la carta.
El intercambio había tenido éxito: los niños de Robett Glover habían sido devueltos sanos y salvos a Bosquespeso, y Asha Greyjoy había sido embarcada y estaba en camino a las Islas del Hierro con los suyos.
Catelyn sintió una sensación extraña en su pecho: imaginaba a Sybill Glover abrazando a sus niños, sintiendo el calor de los pequeños contra su cuerpo, cubriéndolos de besos. Y una parte de ella odiaba esa imagen al saber que eso estaba más allá de ella. Que ella nunca sentiría a un hijo de su sangre contra su pecho. Y la otra parte de sí…se alegraba por la Dama de Bosquespeso.
Al terminar la carta, la dejó mientras leía informes de otros lugares. Las provisiones enviadas por Jon a Bastión Kar habían llegado, para tranquilidad de Alys Karstark y júbilo de la gente de la fortaleza. Lady Karstark también había aceptado algunas propuestas enviadas por un mensajero, para aumentar las provisiones en su castillo y mejorar una situación que aún era poco mejor que una hambruna en las tierras de su familia.
La siguiente carta era un informe desde Foso Cailin: Jon había dejado atrás la fortaleza, adentrándose en el Cuello a la cabeza de un ejército de casi 40.000 hombres, en dirección a Los Gemelos.
"Protéjanlo" pensó, dirigiéndose a los dioses "Manténganlo a salvo, déjenlo volver con todos nosotros" pensaba en sí misma, pero también en Ygritte y en Minisa. Solo ayer, la pequeña había pasado largo tiempo buscando a su padre; aún no podía hablar, pero ya sabía la importancia del hombre en su vida. Claramente, era muy inteligente.
Salió a un balcón que daba a las puertas de la muralla norte. Bajo la mirada de dos guardias, uno del Pueblo Libre y otro norteño, un grupo de cazadores volvía con el botín de una expedición al Bosque de los Lobos. La imagen la complació; había muchas bocas que alimentar, y cada fragmento de comida importaba.
No muy lejos de dónde los cazadores caminaban, otro grupo de hombres empujaba una carreta tirada por un buey viejo en dirección a la torre derruida del castillo; las piedras recién talladas se acumulaban sobre el objeto, destinadas a ayudar en la reparación del edificio.
Estaba a punto de volver al interior cuando un jinete se acercó a ella; era un norteño, la libra de la Casa Stark mostrada con orgullo sobre su pecho y en su escudo.
"Mi señora" llamó, inclinándose pero sin desmontar.
"¿Qué sucede?" preguntó Catelyn.
"Un grupo de jinetes viene por el Camino Real, desde el sur. Ondean estandartes y van armados" informó el jinete.
"¿Son muchos?" preguntó ahora Catelyn. Tenían mil hombres en el castillo; no estaba asustada si se llegaba a una pelea.
"Unos cuarenta; tienen un carruaje. Creo que también viajan varias mujeres"
"Entiendo. Eso será todo" dijo, haciendo un gesto al jinete para que se fuera. El hombre inclinó la cabeza una vez más antes de volver por dónde había venido.
Los siguientes momentos fueron una serie de órdenes y avisos, pero al final estuvieron listos. Ante las puertas del sur, un centenar de lanceros, una decena de espadachines y otra de arqueros se agruparon para recibir a sus nuevos invitados. Ygritte también estaba allí; vestida con una túnica larga hasta las rodillas y atada con un cinturón de cuero a su cadera, casi parecía una mujer del sur. Sin embargo, su apariencia era desmentida por el pendiente de colmillo de gatosombra que colgaba de su cuello y la daga de acero que colgaba de su cinturón.
Se sonrieron una a la otra, antes de mirar a la puerta, justo cuando los primeros tres jinetes cruzaban, el del medio ondeando un estandarte que reconoció tras un momento.
"Casa Slate" el último de los señores que había apoyado a Roose Bolton…además de Lady Dustin.
Un hombre mayor, al menos 15 o 20 días del nombre mayor que ella, se apeó de su caballo, tambaleándose ligeramente al poner los pies en la tierra antes de recuperar el equilibrio. Entrego las riendas a un muchacho que había venido con él y se acercó con dos de sus hombres a cada lado, mientras los demás permanecían cerca unos de otros.
Lord Errol Slate se acercó con pasos firmes pero cautelosos; su andar denotaba que aún no habían acabado sus días de lucha.
"Y sin embargo, no estuvo en la batalla, aunque envió fuerzas a reforzar a Bolton" Catelyn había aprendido de Jon que esos hombres habían sido dirigidos por un sobrino de Lord Errol, Torgold, que había caído en batalla junto con la gran mayoría de sus hombres.
"Lady Catelyn" dijo el hombre, inclinándose ante ella. Apenas dedicó una mirada a Ygritte antes de mascullar "Alteza" en voz baja.
Catelyn sintió la ira empezando a burbujear en su interior, pero lo dejó pasar por ahora "Lord Slate" dijo, sin importarle parecer descortés "Acompañadnos" dijo, antes de darse vuelta.
Si el hombre era grosero con Ygritte, ella le pagaría con la misma moneda.
Meera
Odiaba estar prisionera. Odiaba a sus carceleros. Y se odiaba a sí misma por no haberse dado cuenta a tiempo de que estaban cerca; los lacustres eran conocidos por su sigilo, pero esa noche había estado tan cansada…
Gruñó cuando el hombre que ese día llevaba la soga que estaba atada a sus muñecas dio un brusco tirón para que se apresurara. Con rabia, guardó silencio. No necesitaba más problemas de los que ya tenía.
Llevaban días marchando hacia el este, sin detenerse casi nunca. Caminaban, caminaban y caminaban. Los salvajes parecían no cansarse nunca. Meera en más de una ocasión había preguntado adónde iban, pero no obtuvo más que silencio o amenazas. Al final dejó de intentarlo.
Lo peor de todo era que apenas podía hablar con Bran. Los salvajes se turnaban para llevarlo sobre sus hombros como un saco de patatas, pero se podía notar la incomodidad del pequeño señor. Cada noche, los dejaban en ambos extremos del campamento, lo que hacía imposible que hablaran o planearan nada con todos los salvajes separándolos. Solo cuando les daban de comer podían decirse algo, y a menudo ambos estaban tan hambrientos que pasaban más tiempo devorando lo poco que les daban que intentando mantener una conversación.
Tenían mil preguntas, pero nadie se las respondería. Las dos más importantes eran:
¿Adónde los llevaban?
¿Y dónde estaban Hoja y los otros Hijos del Bosque?
