IKIGAI
Página II
.
—¡Las cosas no pasaron así, Kagome!
La exclamación que lanzaste se abrió paso por todo el valle. Dado el lugar en que nos encontramos y la altura de la colina, estoy segura que incluso la anciana Kaede habrá oído tus palabras.
—No necesitas gritar, estoy aquí mismo —aclaré, en una especie de calma que había surgido en mí desde el nacimiento de Moroha.
—¡No estoy gritando! No estoy gritando —pareces comprender que sí lo haces y bajas un grado el tono de voz, para volver a agitar el cuadernillo que mantienes en tu mano, mientras lo azotas con la otra— ¿Cómo puedes decir esto? —indicas las palabras.
—¿Qué cosa? —pregunto, mientras le entrego a nuestra hija la pelotita de tela que me lanza estando sentada en la hierba frente a mí.
—… al principio pasé miedo, estar en medio de una tribu de lobos no era agradable, llegué a pensar que me comerían. Sin embargo Kouga fue bueno conmigo a pesar de su rudeza y pareció ver en mí cualidades que nadie había mencionado antes —lees— ¡¿Cómo puedes decir que nadie?!
—Vas a asustar a Moroha —insisto con el tono de voz. Al menos la niña parece tranquila, quizás se adapta a nosotros mejor de lo que pienso.
—Kagome —reclamas, no quieres soltar lo que sea que te está molestando.
—¿Qué parte? —te miro.
—… pareció ver en mí cualidades que nadie había mencionado antes —vuelves a leer.
—Ah, eso —recibo la pelota que Moroha me ha pasado casi gateando sobre la manta, para volver a sentarse, esta vez un poco más cerca de mí—. Es cierto, nadie me lo había dicho antes.
Te escuchó contener un sobresalto que parece un grito o un gruñido o ambos, que se quedan atrapados en tu pecho y garganta. No quiero mirarte porque me echaré a reír, estoy segura que ahora mismo tu cara debe estar pasando del rojo al azul. Finalmente te escucho soltar el aire en un soplo tan potente que la ráfaga me mueve el pelo en la espalda.
—Yo sí te dije las cosas que veía de ti, las que me gustaban —suenas incluso herido. Entonces te miro.
—¿Cuándo? —la pregunta es legítima— Muchas veces me has dicho cosas hermosas, pero entonces no.
Guardas silencio un instante largo.
—Aquella vez… te dije que me gustaba verte sonreír y que me sentía aliviado estando contigo —tu voz resulta suave, incluso delicada, como si conservaras aquel sentimiento a resguardo de forma profunda.
—¿Cuándo? —pido con sorpresa, no lo recuerdo.
Me miras, sueltas el aire por la nariz y yo consigo ver en tus ojos ese amor que descubrí por piezas hasta que se hizo férreo e inamovible.
—Es cierto —sonríes con cierto pesar—, en ese momento te dormiste.
Cierras el cuadernillo y das por zanjado el problema de un modo que yo no consigo comprender del todo. Observas a Moroha y te sientas en la hierba junto a ella, extiendes una mano y dejas que se sostenga de tu dedo. La contemplas como si en la niña confluyeran todos los actos de amor que hemos compartido. En mi pecho burbujea un te amo y pretendo decírtelo.
—InuYasha…
—¡Kagome! —sonríes y pasas de ese gesto a la risa plena.
Nuestra hija se ha puesto de pie sola, por primera vez, usando tu dedo como única sujeción.
.
N/A
Me está gustando mucho construir estos momentos, siento que ellos se merecen ser familia.
Gracias por leer y acompañarme.
Anyara
