IKIGAI

Página III

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— … ese día Sango, a quien acabábamos de conocer, nos guio hasta el lugar en que nació la Perla. Ahí estábamos todos frente a una cueva, creo que fue la primera aventura que tuvimos juntos, si se le puede llamar así.

Te miro mientras sostienes a Moroha sobre una de tus piernas, su pequeño cuerpo se apoya hacia el tuyo, mientras tu mano la sujeta por el estómago y ella te aprisiona un dedo. Tú lees con atención, ayudado por la luz del fuego en el hogar. Fuera cae nieve y el viento invernal mece las cubiertas de madera de las ventanas.

—… InuYasha la llevaba a la espalda, dado que sus heridas aún no sanaban del todo y a pesar de ser Sango una guerrera fuerte, su cuerpo había dado una gran batalla para recuperarse.

Puedo ver la forma en que tu ceño se va marcando poco a poco, en un gesto de enfado, a medida que lees. Es lógico, después de todo, aquellos fueron momentos duros para nosotros en todo el proceso de unir y destruir la Perla.

—InuYasha, quizás debas dejar de leer —te digo con suavidad. Me observas como si no me vieras todavía, tu ceño aún está apretado y aquello endurece tu mirada.

—Esto pasó, no podemos evitar la historia porque sea incómoda —aclaras.

—Lo sé, por eso la escribí —me siento sobre el futón y extiendo los brazos para que me entregues a Moroha que comienza a entrecerrar los ojos—, sin embargo, quizás sea buena idea leerlo más adelante en un día menos frío y oscuro.

—Bah, mujer, ya sabes que mi vista es buena hasta sin el fuego encendido —quieres aclarar, me entregas a la niña que hace pequeños ruidillos de diversión, a pesar de estar adormilada.

Te quedas mirando a tu hija y le despeinas un poco el fino pelo que le había crecido en los pocos meses de vida que tiene. La mirada se te ha suavizado y confirmo el modo en que Moroha actúa como un remedio para ti.

Luego de un instante vuelves a la lectura.

Creo que de todos, InuYasha era el que más temor tenía a entrar —en ese momento dejas de leer— ¿Quién dijo que yo tenía miedo?

—No he escrito miedo, he escrito temor —te aclaro, poniendo un dedo en mis labios para indicar silencio, Moroha comienza a dormirse.

—¿Qué diferencia hay? —intentas bajar el tono de voz.

Respiro buscando el modo de explicar mi pensamiento.

—El miedo es paralizante, contrario a la vida y una barrera para el amor. El temor es inherente al cuidado, tiene más que ver con protección —intento ser clara.

Me miras por un largo momento en el que yo hago lo mismo, en tanto acaricio el pelo de nuestra niña que se me ha pegado al costado para dormir.

—Volveremos a leer esta parte del diario —me dices, dejas el cuadernillo a un lado y te recuestas frente a mí con Moroha entre ambos.

—Lo haremos —acepto.

Tus dedos y los míos se tocan en medio de las caricias dadas a nuestra hija.

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N/A

Me está gustando mucho el escribir estos trocitos vistos desde el "presente". Supongo que la vida hay que mirarla con prisma.

Besos y gracias por leer y comentar

Anyara