IKIGAI
"La razón de ser"
.
Página IX
.
—Mira, Moroha, un lobo —ambas están sentadas en la hierba e indicas un cúmulo de nubes en el cielo.
—En serio, Kagome ¿Otra vez con eso? —me indigno.
—¿Kouga? —pregunta nuestra hija y siento cómo se me tensa la mandíbula.
—¿Lo ves? —indico, aún más indignado que antes. Tú me miras.
—A otōsan no le gusta mucho Kouga —asegura Moroha.
—Sí, cariño, a papá no le gusta mucho Kouga —le respondes y cierro la boca antes de decir algo más.
Tú te echas a reír y Moroha me mira, agrandando los ojos como si descubriese algo.
—Otōsan, lee sobre Kouga —toma el libro que has escrito y en sus ojos veo cierta picardía que me recuerda mucho a ti cuando quieres salirte con la tuya.
—Sí otōsan —apoyas la idea con cierto malicioso tono.
Tomo el libro.
—No leeré sobre ese lobo sarn… sobre ese lobo —comienzo a ojear el libro—. Además, ya deberías leer tú, Moroha, ya sabes hacerlo.
—Me gusta escucharte —dice, mientras se echa sobre la hierba, boca abajo y me mira.
Suspiro, estoy perdido en esta batalla. Probablemente no podré negarle nada a ese par de ojos tan parecidos a los tuyos.
—Creo que esto estará bien —menciono al escoger un pasaje del libro y comienzo a leer—. InuYasha me ponía, literalmente, de los nervios. Cada vez que necesitaba pasar a mi tiempo para ponerme al día con los estudios y los exámenes, él se encargaba de que no olvidase su presencia.
—Y era así —dices.
Respiró hondo y continúo.
—En esta ocasión en particular, llegó hasta la escuela en la que estaba intentado ponerme al día en matemáticas.
—¿Matemáticas? —pregunta nuestra hija.
—Así se llama a aprender los números y a sumar y restar —le explicas.
Moroha asiente y me devuelve su atención. Continúo.
—Cuando me di cuenta que InuYasha estaba en el pasillo, solté el conjuro casi de forma automática, aunque no contaba con que mis amigas de la escuela ya estaban con él. Creo que no se llevaron buena opinión de mí en esta suerte de relación. Por entonces ellas asumían que éramos novios.
—¿Novios? —nuevamente interrumpe Moroha, mirándote por una explicación. Yo también te presto atención.
—Sí, bueno, cuando dos personas están comprometidas —dices.
—¿Para casarse? —continúa Moroha.
—Sí, eso.
—Y ustedes ¿Ya lo estaban? —los ojos de nuestra hija brillan.
—Sí, Kagome ¿Ya lo estábamos? —te insto, sólo para ver un poco más del sonrojo que comienzas a tener en las mejillas.
—No, aun éramos muy jóvenes —indicas, como si eso sirviese de excusa.
—Tú lo serías —aclaro.
—Continua, mejor —me adviertes y yo sonrío.
—InuYasha me llevó de regreso a casa sobre su espalda —aquí hago una pausa—. InuYasha, no Kouga.
—Él no podía pasar a mi tiempo —dices y siento una fuerte tensión en el estómago.
—Pero él no lo estaba haciendo —defiendo.
—Pero lo habría hecho —defiendes tú.
Moroha nos mira uno al otro, como si nos estuviésemos lanzando una pelota.
Mantengo un momento de silencio en el que sólo te miro y tú me miras a mí.
—Si hubiese podido y te lo hubiese ofrecido ¿Habrías ido con él? —la pregunta es casi un susurro en mi voz apaciguada.
—No —susurras tú.
Y siento que me devuelves algo que sin darme cuenta parecía que me habías arrebatado.
—¡Y ahora, bésense! —exclama Moroha.
La miramos y reímos. Los besos llegarían más tarde, por la noche, junto al farol fuera de nuestra puerta.
.
N/A
Uno más de estos trocitos.
Besos!
Anyara
