IKIGAI
"La razón de ser"
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Página X
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—¡¿Es cierto, otōsan?! ¡¿Te quedaste pegado a una piedra?!
La forma en que Moroha lo pregunta, en una mezcla entre sorpresa y diversión, me hace sonreír. Sin embargo, lo que realmente me saca una risa abierta es verte la cara a ti, roja como la flor del membrillo. Nuestra hija, con sus siete años de edad, ya no permite que le censuremos todo el diario que escribí y se dedica a ojearlo por horas, incluso en ocasiones la hemos descubierto creando dibujos basados en lo que lee.
—¡Yo no me quedé pegado! —intentas aclarar en un tono algo más alto de lo necesario. Moroha sonríe abiertamente.
—Pues aquí lo dice —ella indica el libro y tú me miras como si quisieras fulminarme. Me encojo de hombros e intento que no se me escape la sonrisa.
—Lee, quiero saber cómo lo ha contado tu madre —el tono mordaz que usas, acompañado de la profundidad que adquiere el dorado de tus ojos, me auguran la venganza.
Curiosamente, me siento emocionada por ello.
Moroha comienza a leer en voz alta. Aún lo hace con cierta lentitud.
—InuYasha fue considerado 'Inugami-sama' por los aldeanos de un pueblo que estaban desesperados por recuperar sus campos —ella interrumpe la lectura y pasa a la página siguiente.
—¿Qué pasa? —le pregunto.
—Lo divertido está más adelante —va guiando el dedo sobre la página de arriba abajo, de derecha a izquierda.
—Así no se leen las historias, Moroha —intento enseñarle.
—Sí, anda, lee lo de los monos —la instas y ahora soy yo la que te doy una mirada de reproche.
—InuYasha.
Me observas y vuelves a instalar esa mirada que me dice; venganza.
—Ya me vengaré yo —murmuro muy bajito.
—Más quisieras —respondes.
Y maldigo a tu refinado oído.
—… una vez que InuYasha recibió la piedra que los tres adorable monitos le pasaron…
—¡¿Adorables?! —exclamas en mi dirección, interrumpiendo a Moroha.
—Eran pequeñitos y abrazables —defiendo.
—Kagome, arrastré esa espantosa piedra todo el día —te tomas el tiempo de dar énfasis a cada palabra dicha y casi me parece que te ciernes sobre mí.
No puedo quitarte razón, después de todo terminaste con el brazo muy cansado al final de ese día.
—Me aburro —expresa nuestra hija, haciendo alusión a nuestro pequeño intercambio de ideas.
—Continúa —le dices.
Ella nos mira y se marca una suave y particular sonrisa en sus labios.
—… si tuviese que decir algo de ese día, diría que resultó tranquilizador tener a InuYasha quieto por unas horas —continuó, saltándose casi todo el relato, leyendo el inicio de la conclusión.
—Moroha, los relatos no se leen así —la reprendo.
—Me voy a jugar —dice y deja el libro sin tomar consideración de mis palabras.
La veo dar un salto desde la roca en que estaba sentada, para aterrizar unos cuántos metros más allá y echar a correr. Me recuerda mucho a ti.
—¿Tener a InuYasha quieto? —repites. Intentas remarcar una especie de enfado que cuando te miro descubro que en realidad no existe.
—¿InuYasha? —murmuro.
No alcanzo a decir más. Te echas en mi dirección y quedas a horcajadas sobre mi cuerpo. Me miras y el dorado depredador de tus ojos brilla de ese modo exquisito que precede a la pasión.
Venganza —dices.
Y yo cierro los ojos.
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N/A
Espero que les haya gustado este momento de la vida que ellos han tenido en mi imaginario.
Un beso
Anyara
