IKIGAI

Página XI

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Dejo a Moroha sobre su futón, se acaba de dormir en mis brazos, mientras tú le leías una de las vivencias que escribí en el diario que aún mantienes en tus manos. Cubro a nuestra hija con la manta y te observo en silencio, sin moverme del lugar. Puedo ver el modo en que tu expresión se endurece gradualmente mientras lees, convirtiendo tu gesto en algo tenso e incluso doloroso. No creo que hayas seguido con la historia que le contabas a Moroha, dado que decidimos que ella todavía no podía oír todo lo que he escrito; así que supongo que estás en alguna otra mucho más inquietante.

Por un momento pienso en acercarme a ti y sacarte de ese estado en que pareces sumirte; no obstante, creo que tienes derecho a transitar tus emociones, aunque quiera evitarte los dolores del mundo.

Veo el modo en que se te tensan los hombros y tu respiración se vuelve algo más superficial, de la misma forma que sucede cuando te enfrentas a un enemigo. Sostengo la tela de mi yukata sobre la pierna y la oprimo en un puño para contener el ansia que siento de abrazarte y terminar con lo que sea que te está inquietando. Entonces me miras y la intensidad dorada de tus ojos me sorprende.

—Kagome —dices mi nombre con una carga emotiva que se acerca mucho a la angustia.

—¿Qué pasa? —pregunto, esperando a que me cuentes qué has leído.

La respuesta llega en un instante.

—… así, con el veneno al que Mukotsu nos expuso, llegamos a un templo —comienzas a leer en voz baja, para no interrumpir el sueño de Moroha—. Shippo estaba a mi lado y cuando apenas comenzaba a recobrar la consciencia, Renkotsu me paralizó y durmió nuevamente. Pensé en InuYasha y en que esperaba que estuviese bien; después de eso todo fue oscuridad y silencio.

—InuYasha —musito y esta vez es mi voz la que se carga de angustia.

Me miras, otra vez tus ojos son vivas llamas doradas. Te mantienes observándome un instante, durante el cual tu expresión pasa de la angustia a la aflicción y a una especie de alivio doloroso que comprendo y reafirmas con tu siguiente acción.

Te veo apoyar la palma abierta de una mano en el suelo que nos separa y desde ahí acortas la distancia para poner en mi boca un beso que dista mucho de ser tierno o delicado. Lo recibo con una inhalación profunda que parece querer atraer toda tu congoja. Pongo mis manos en tus mejillas, cierro los ojos y te mantengo cerca, para que te liberes, para que no sufras por algo que ya hemos superado. Escucho cómo te arrastras por la madera del suelo de nuestra cabaña y te acercas para emular el gesto de mis manos. Siento el calor de las tuyas que toman mi cara y en ese instante suspiras como si al fin pudieses respirar. El beso se suaviza, aunque sigue siendo una caricia intensa que poco a poco conviertes en suaves toques, a medida que tu cuerpo se libera del tormento. Descansas tu frente sobre la mía y te llenas del aire que al fin parece entrar en ti con fluidez.

—Creí que te había perdido —confiesas, como parte de lo que aquel día aconteció.

Ahora soy yo la que te beso, para que sepas lo viva que estoy.

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N/A

IKIGAI es una forma de profundizar en el alma de estos dos personajes hermosos.

Espero que disfrutaran y gracias por leer y acompañarme.

Anyara