IKIGAI

"La razón de ser"

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Página XVII

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Moroha se acaba de dormir y tú la cubres con una manta más, para que el frío del invierno inminente no la toque por la noche. Me siento en calma al tenerlas a las dos juntas y cobijadas, en un tiempo que nos ha sido favorable a pesar de todo lo que hemos tenido que pasar para ello. En ese momento recuerdo la lectura que dejaste sin hacer y vuelvo a la página que marqué con un pequeño doblez de la hoja. Comienzo a leer, aunque esta vez lo hago en silencio.

Habíamos decidido ir en busca de Kikyo que había sido capturada por Naraku, después que este consiguiese regenerar su cuerpo con la ayuda del kodoku, la agrupación de demonios que se fusionaban unos con otros —siento la necesidad de continuar y de saber cómo viviste tú todo aquello—. En esa búsqueda fuimos atrapados por un hechizo de 'ilusión de muerte'. Supongo que el nombre estaba muy bien elegido si nos llevaba a experimentar lo que más dolor nos causaba. Sango me habló de lo que su corazón la llevó a vivir, con los demás no llegué a hablarlo nunca. Creo que en ese momento no estaba preparada para entender lo que la rabia y el odio podían hacer al alma de alguien. Me sorprendí al descubrir que yo misma era considerada un obstáculo no sólo para Naraku…

—¿Qué lees? —preguntas, en tanto te acercas a mi lado. El aroma de tu pelo se mueve en torno a mí, otorgándome cierta calma.

Continúo la lectura, esta vez en voz baja.

Ese día sucedieron demasiadas cosas difíciles de asimilar, quizás por eso no llegué a hablarlas nunca con InuYasha, además ¿Qué podía contarle? —me silencio en medio del recuerdo de verte colgando por aquella grieta, mientras Kikyo te observaba sin ánimo de hacer nada para ayudarte—. Ella sufría mucho por entonces y yo ya no podía dejarte sola, ahí dónde estuvieses. Para mí era difícil dejar la responsabilidad que sentía y aun así nunca dudé a la hora de ir por ti —comienzo a decir y me detengo cuando interrumpes mis palabras poniendo tus manos, con fuerza, sobre mi brazo.

—No tienes que explicarme nada, lo sé. Escribí esto porque es un hecho, del mismo modo que lo han sido todos los demás que contiene este libro —tus manos ahora son una dulce caricia—. Siempre he sabido leer tu alma. Eres bueno y tienes un corazón de algodón de azúcar.

—¿Algodón de azúcar? —reparo en esa descripción.

Te veo sonreír y ampliar la sonrisa, mientras bajas la mirada.

—Son como nubes dulces y habitualmente se hacen de color rosa —me dices.

—¿Dulces? ¿Cómo el wasanbon? —dejo salir la pregunta, sintiendo de inmediato la calma de tus caricias en mi brazo.

En ocasiones me pregunto si ejerces algún poder calmante sobre mí.

—Sí, como el wasanbon, aunque no se usa esa caña para el azúcar que menciono —te explicas.

Me inclino despacio y busco un beso, de esos que me reservas para tranquilizar el alma, y en él encuentro más dulzura que en el sabor del wasanbon.

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N/A