MAD WORLD

-Rojo-

Había aprendido en ese tiempo, que las audiencias eran comunes en el reino.

Audiencias con la reina.

Así como ella misma la tuvo, tiempo atrás.

Tal y como creyó, esta no dejaba su reino, por el contrario, obligaba a que los reinos interesados trajesen a alguien para tratar temas burocráticos, por supuesto con previo aviso, que cualquiera que entrase al reino sin avisar, sería perseguido.

Y lo sabía en carne propia.

La gata la persiguió aquel día, por todos los lugares que pudo, la sintió detrás, la sintió en lo alto de los edificios, tras los árboles, un ninja silencioso. Esta esperaba el momento perfecto para atacarla, y lo hizo en un estrecho callejón, donde no tendría oportunidad de ensamblar su arma ante lo reducido del espacio.

Era un enemigo, y ahora, era algo similar a un aliado.

¿Podía llamarse a sí misma un aliado?

Le dio una mirada a la reina, sin contener la sonrisa en su rostro al verla, ahí, ambas a solas en el salón del trono, la mujer vulnerable. No, no es como si la reina fuese vulnerable, ya que tenía el revolver siempre a mano, escondido entre sus ropas, dispuesta a disparar el plomo sin dudar.

Aun así, esta parecía confiar.

Los ojos celestes estaban fijos en las puertas grandes al otro lado del salón, esperando pacientemente a que los guardias entrasen con la persona a la que recibiría. Se vio dando un salto cuando los ojos la miraron, notando su mirada.

Se había acostumbrado a mirar a esa mujer a los ojos, ahora más que por sobrevivencia, más que por respeto, sino porque era quizás a la única persona a la que podía ver a los ojos sin enloquecer.

No, se equivocaba, claro que enloquecía.

Por supuesto que enloquecía.

Esa nada la volvía loca, la hacía despertar una impaciencia insoportable, deseando romperla, deseando darle caos a esa mirada y ver a esa mujer retorcerse ante una bomba de sentimientos. Como anhelaba que su propia locura genética pudiese ser traspasada a alguien más, y poder ver ese rostro perpetuamente sin expresión tornarse algo completamente diferente.

Pero, aparte de eso, estaba a salvo de que sus ojos capturasen algo que pudiese poner su mundo al revés. Ya que sus impulsos, solo eran eso, impulsos, y a pesar de que sus ojos desearan ver el caos, provocar el caos, se había controlado por mucho tiempo, podía controlar eso, pero sentimientos ajenos, eso no podía controlarlo.

Simplemente la consumían, y no debía dejarse consumir.

No de nuevo.

No luego de esa mujer, no luego de su hermana.

"¿Tienes algo que decirme?"

La mujer habló, su voz intensa, carente de emoción alguna, y siempre se sentía alerta cuando la escuchaba, ya que no tenía ni el más mínimo conocimiento de lo que vendría. Era completamente imposible leerla, anticipar cualquier movimiento, cualquier acción, de todas formas, no era la persona más lógica del mundo para hacerle frente a una reina poderosa que se guiaba solamente por eso.

Sin impulsos, sin sentir.

Se forzó a hablar, a cuestionarla.

"¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué confías en mí?"

Ahí, en una audiencia.

Era tal vez la tercera vez que estaba ahí, presente, en esas situaciones. No, tal vez más. Se quedaba ahí, cerca de la reina, mientras los guardias entraban con la persona en cuestión que venía a hacer diplomacia. Los guardias mantenían a esa persona bajo control, y ella misma estaba ahí para proteger a la reina.

Incluso la gata solía estar presente.

Pero ¿Porque iban a darle una tarea así?

Entendía que la mandase a mantener bestias a raya, como tantas otras veces, liderando un grupo de guerreros para mantener las fronteras libres, sin problemas, ese trabajo era mejor para ella, aunque aún no entendía porque debía liderarlos.

Era un peso que tenía sobre sus hombros, que, por supuesto que podía llevar a cabo, estaba en sus ojos, en su poder innato, pero le sorprendía como se había convertido en una persona poco confiable, para luego ser llevaba al frente de las tropas.

Estaba pagando por los pecados de su hermana, pero ¿Tanta confianza?

Eso, no era lógico, y lo sabía, por ende, la decisión de la reina era ilógica, y eso en sí mismo no tenía sentido alguno.

Los ojos celestes la miraron, intensos, la postura de la mujer firme en su posición, su espalda recta, firme, así como sus brazos, completamente tapados por la seda. No había molestia ante su pregunta, no había nada de nada.

"Puedo confiar en ti, porque es imposible que hagas algo en mi contra."

¿Imposible? ¿Imposible?

Se vio riendo, soltando una carcajada.

¿En serio?

¿De qué demonios hablaba esa mujer?

Esa mujer no la conocía, no la conocía ni un poco.

Vivía haciendo imposibles, sus impulsos, sus instintos, sus ojos haciendo todo lo que era indebido, haciendo todo lo contrario a lo que era lo correcto, desafiándose a sí misma.

Estaba loca.

Era una mujer retorcida.

Por supuesto que podría lastimar a esa mujer, por supuesto que podría arruinarla, no tenía problema con hacerlo, claro que podía. Ni siquiera necesitaba los impulsos de sus ojos, podía hacerlo a consciencia.

Tenía la fuerza, tenía la habilidad, para destronar a cualquiera.

Para matar, para aniquilar.

Que ilusa era.

"Sabes que, si me haces algo, tu hermana morirá en mi celda."

Se detuvo, dejó de reír.

Cierto.

Por un momento se dejó llevar, descontrolándose.

La razón por la que estaba ahí era por su hermana, y no era lógico el morder la mano de aquella reina, o el castigo iría hacia Yang. Esa reina sería capaz de hacerle las más grandes barbaridades a su hermana solamente para hacerla sufrir a ella, y no tenía duda de que ya habría dado órdenes para que hicieran algo a Yang si es que ella enloquecía y se volvía agresiva, si es que llegaba al punto de matar a la reina.

Al final, ese reino era fiel a su reina.

El miedo los ponía de su lado, y ni siquiera serían capaces de llevarle la contraria, incluso aunque esta estuviese muerta.

Se paró recta, su garganta ardiendo ante la risa desbocada de hace unos segundos.

Ahí, debía comportarse.

No debía olvidar eso.

Weiss Schnee sabía que, si es que tenía algo de razón, de lógica, de consciencia, no la atacaría, y tenía razón. No atacaría a esa mujer, jamás, no mientras tuviese un poder así de grande en sus manos, mientras tuviese a lo más preciado que tenía al alcance. No era inteligente hacerlo.

Su madre no la perdonaría si es que Yang moría por su culpa.

Debía salvarla, ese era su deber.

"Uno debe garantizar la confianza ajena, Ruby, no podría gobernar si no me asegurase de eso."

La mujer volvió a mirar hacia las grandes puertas.

No pudo garantizar la confianza que tenía sobre su familia.

No pudo mantenerlos adiestrados.

No pudo controlar sus movimientos.

Entonces los mató.

Y eso era lo que sabía, porque probablemente les hizo muchas más cosas antes de matarlos.

No quería morir, no quería dejar sola a su hermana, debía liberarla, llevarla de vuelta, asegurarse de que esta aprendiese a no meterse en problemas o si no nunca podría morir en paz. La muerte no era permitida, el suicidio no era una opción, si es que eso significaba abandonar sus responsabilidades.

Y la reina sabía eso.

Escuchó la voz de la gata desde afuera, y luego de que la reina le dio la entrada, esta abrió las grandes puertas, dejando entrar a la invitada, así como al resto de guardias que se quedaron firmes en sus posiciones, tanto resguardando las puertas como asegurándose que aquella mujer ajena al reino hiciese un movimiento en falso.

La invitada se puso en el lugar donde la gata le indicó.

Lejos de la reina, pero frente a esta.

No miró a la invitada, no se iba a arriesgar a toparse con ojos ajenos, pero supo que era una mujer por las ropas que veía de reojo. Debía estar atenta a movimientos bruscos, a cualquier signo de ataque, sus manos preparadas para buscar su arma, ensamblarla con la velocidad que había obtenido con los años de entrenamiento, y eliminarla antes de que pudiese tocar un solo pelo de la reina.

La vida de la reina era su prioridad.

Si la reina vivía, su hermana vivía.

Ese era el trato, ¿No?

La reina le dio un tiempo de cinco minutos para que la extranjera hablase, para que le dijese la idea que tenía en mente, o lo que sea que iba a hacer. No tenía idea, ni quería enterarse. La diplomacia era algo tan ajeno, algo tan aburrido, que ni siquiera quería malgastar un segundo de su vida en eso.

Aun no sabía cómo había logrado expresarse con la reina en su audiencia de aquella vez, y le sorprendía su habilidad innata.

Aunque cayó en la locura, varias veces en esos pocos minutos.

Sintió sus ojos arder, de un segundo a otro.

Pestañeo, sin entender lo extraño del suceso.

Debía de estar cansada, había hecho su deber en el reino esa misma mañana, usando sus habilidades para matar bestias para la reina, así que debía estar luchando por mantenerse despierta, o el brillo innato de sus ojos había sido malgastado y ahora le costaba recuperarse.

No, no era eso.

Era estúpido de su parte creer que era aquello.

Había pasado meses viajando, sin poder descansar correctamente, a veces sin poder dormir, y jamás le habían fallado sus ojos, sus retorcidos ojos.

Pero ahora sucedía.

Los sentía activarse.

¿Por qué?

Era la misma sensación que cuando miraba a alguien a los ojos, pero no estaba mirando a nadie a los ojos. Sus venas comenzaron a bombear rápidamente, a hervir dentro de su piel, y reconocía esa sensación, no, no solo reconocía la sensación, si no que reconocía el sentimiento aquel que empezaba a entrar por sus ojos, a esparcirse por su cuerpo.

La ira.

La rabia.

La sed de sangre.

Rojo.

Veía ojos rojos.

Rojos, bañados en sangre, color al que estaba tan acostumbrada, y ahora aparecían, esos ojos, esa tortura, esos recuerdos.

Ahora los veía, frente a ella.

Ahí estaban.

Pero no los veía, o sea, no había nadie frente a su mirada, no veía los ojos unidos a un cuerpo, por el contrario, veía los ojos en su rango visual, enormes, como si estuviesen levitando.

Se vio jadeando, una risa rota escapándosele.

Eso era extraño.

¿Cómo?

Era casi como si estuviese imaginándoselo, como si viese en el escenario unos ojos sanguinarios, tapando su visión, consumiéndola, pero no provenían de ningún lugar. Pero se le hacía tan similar a aquella mirada, le recordaba a esos ojos que se llevaron a su madre.

¿Estaba alucinando algo así?

Nunca le había pasado antes, ni siquiera luego de lo que sucedió esa vez.

Se vio encorvándose, la sensación abrumadora revolviéndole el estómago, ardiendo, sentía que iba a vomitar ante lo extraño de la situación, pero no lo hacía, porque la ira, porque la sed de venganza pasaba por sus venas, manteniéndola alerta, lista para moverse, para atacar, para matar.

Había absorbido aquel sentimiento, esa vez, cuando aquella mujer vino por ella, buscando venganza, ese fue el sentimiento que capturaron sus ojos esa vez. Consumió hasta la última gota de venganza en los ojos ajenos. Y sabía cómo terminó eso.

Con la muerte.

Esa vez, podía sentir su cuerpo hervir, su piel goteando ante lo quemada que estaba, goteando sangre y plasma por la mitad de su cuerpo, su ropa hecha añicos, su ojo izquierdo abierto a pesar de que su piel chamuscada cayese sobre este.

Estando así, en ese estado, no paró.

Nada la detenía.

Y ahora se veía en esa misma situación, sintiendo aquello, sus venas palpitando, sus sienes palpitando, su pecho palpitando. Los dientes los tenía apretados, sin sonrisa alguna, solo una mueca de ira, y sentía su piel tirando en el proceso.

Quería matar.

Ansiaba matar.

¿Por qué?

¿De quién venían esos sentimientos?

Gruñó, su espalda resonando ante su movimiento brusco, sus manos hechas unas garras, listas para atacar, así como sus músculos, tensos.

No podía detenerse, no podría detenerse.

Era un pésimo momento.

Los ojos seguían ahí, nublándole la vista, dentro de su mente, sus ojos consumiendo cada gota de sentir en estos, y dudaba que fuese parte de su imaginación.

Jamás sería capaz de imaginar algo tan vivido.

Matar.

Dios, realmente quería matar.

Lo ansiaba.

Sus ojos ansiaban soltar todo ese sentir.

"¿Ruby?"

Sus ojos se fueron de inmediato hacia donde la voz provenía, y se vio sonriendo, se vio sonriendo, pero apretando los dientes con tanta fuerza que sentía la mandíbula por completo adolorida. Eso no era bueno, pero no podía hacer nada para evitarlo. Los ojos rojos seguían ahí, ahora posándose en los antes celestes de la reina, tomando el lugar de estos, mirándola, provocándole tantas cosas, tanta rabia, tanta sed de sangre, de dolor, de venganza.

Esos no eran los ojos de la reina.

Pero su lógica no tenía poder en aquella guerra.

No pasó ni un segundo para verse a sí misma lanzándose donde la reina, gruñendo como un animal, empujándola, tirándola al suelo, y se subió sobre esta, sobre su cuerpo.

Sus manos ardieron en deseo.

En rabia.

Y quiso ver a esa mujer sangrar.

No dudó.

Solo puso ambas manos alrededor del cuello de la reina. Su mano quemada, y la otra, cuya cicatriz estaba curada, pero sus nervios quedaron dañados en el proceso, por ende, ambas manos ardían con el agarre, dolían, pero no importaba.

Si mató, si no dudó, cuando las capas de su piel estaban derretidas, purulentas, sanguinolentas, mucho menos iba a detenerse por una leve molestia.

Necesitaba matarla.

Necesitaba verla morir.

Empezó a reír, sabiendo que estaba mal, que estaba horrible. No podía hacer algo semejante, no era lo correcto, sí le hacía daño a la reina, Yang terminaría muriendo. Era su lado normal, era ella misma, la que sonreía para canalizar esos sentimientos, pero no podía lograrlo, no era posible. No podía matar a la reina, lo acababa de decir, pero era muy débil.

Si, era débil.

Así que solo podía dejarse llevar.

Si la reina no enloquecería para ella.

Entonces la mataría.