Capítulo 2

Te extrañé.

La brisa nocturna balanceaba suavemente las hojas de los árboles, presagiando una noche lluviosa. La pequeña de los Weasley emanaba una aura negativa evidente, algo que Harry Potter no podía ignorar. Tener que compartir la misma habitación con esa mujer a la que llamaba "esposa" resultaba en cierto modo fastidioso. Decidió respirar profundamente y guardar su teléfono móvil mientras se acercaba sigilosamente a la pelirroja, quien estaba ayudando a recoger los objetos que se habían utilizado en la fiesta de Charlie.

—Ginny, ¿Estás bien? Asustas a los niños —dijo Harry mientras fingía ayudarle, pero rápidamente se dio cuenta de que había cometido un error al preguntarle. Ginny lo fulminó con la mirada.

—Disculpa, Ginny. No era mi intención molestarte. Solo estaba preocupado por ti. —se disculpó Harry, tratando de calmar la tensión en el ambiente.

Ginny hizo una pausa y su mirada se suavizó un poco. Suspiró y respondió con voz tensa. —Lo siento, Harry. Estoy pasando por un momento difícil y me cuesta controlar mis emociones. No debería haber dejado que afectara a los demás, es solo que… ¡Esa Hermione! ¡¿Quién se cree que es?! —dijo molesta volviendo a alterarse.

Harry se maldecía por no haberla dejado tranquila, pero el pelinegro sentía que era su obligación como esposo, claro que el chico tenía sus secretos, tal vez eso lo impulsaba a apoyar a su mujer ¿Eran Lastima o tal vez culpa?

—Escucha, Ginny, entiendo que estés molesta, pero Hermione tiene una carga grandee de trabajo. Como amiga, también deberías intentar ponerte en su lugar. —Por supuesto, esto hizo que Ginny se enfadara aún más. ¿Estaba sugiriendo que era una amiga terrible?

—¡No, Harry, no espero que lo entiendas! Tú no tienes hermanos a los que debas apoyar, y mucho menos padres a los que debas escuchar porque el matrimonio de su hijo se está desmoronando debido a alguien que no muestra consideración por su familia. —Harry bajó la mirada con furia, sin querer discutir, pero no pudo evitar que las palabras de Ginny le dolieran. Le reprochaba no tener a sus padres con él, a solo dos meses del aniversario de su fallecimiento, y además, insultaba a su mejor amiga llamándola de esa manera.

—Quiero que recuerdes que esa "desconsiderada", como la llamaste, te considera como una hermana. Si vas a hablar así de ella, no te consideres su amiga. —dijo Harry furioso, ignorando el hecho de que lo llamó huérfano. Salió de la casa respirando agitadamente. Claro que le molestaba que hablaran así de Hermione. Ella podía ser una sabelotodo y, a veces, un poco pedante, pero era su mejor amiga. Hermione nunca le había negado cariño, comprensión, amabilidad o apoyo. Siempre había estado ahí para él. No permitiría que nadie la rebajara a ese nivel, ni siquiera la mismísima reina de Inglaterra, y mucho menos la menor de los Weasley.

Harry sacó su smartphone decidido a comunicarse con la única persona que podría calmarlo.

¡Hey! Te veo antes de lo esperado ¿Te parece bien?

Mientras no sea con esos atuendos tan horribles, me parece bien, ya sabes, tengo una reputación que mantener.

¿Cómo debería vestir?

Con clase, obviamente. No hace falta que te lo diga, verdad?

Jaja Lo prometo, Nos vemos en nuestro lugar habitual, y no llegues tarde, ¿de acuerdo?

Uy, no puedo hacer promesas sobre eso, cariño. Nos vemos luego. ¡Besos!

Harry apretó su teléfono acercando su antebrazo a su rostro. El comentario le sacó una ligera sonrisa pícara mientras observaba el moño rojo en el reflejo de su teléfono. Sabía que era un regalo de Ginny, pero decidió quitárselo y guardarlo en el bolsillo de su pantalón. Se sonrojó al pensar en la persona que le envió ese divertido mensaje y que, en más de una ocasión, se había burlado de su forma de vestir.

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Hermione había tenido un día agotador y se sentía un tanto molesta, frustrada y preocupada. Lo último que esperaba al entrar a su oficina era encontrarse con Draco Malfoy causando problemas. No necesitaba más caos en su día.

— ¿Qué están haciendo? ¿Qué haces tú aquí? ¿Por qué intimidas a mi asistente? —Tantas preguntas y no obtuvo ninguna respuesta, Draco la vio de reojo, dejo de lado al muchacho y decidió tomar asiento en uno de los sillones de la oficina.

—Vengo a pedirte un empleo, aunque parezca un favor —respondió Draco con un tono que rozaba la orden, lo cual no le agradaba en absoluto a Hermione, quien lo observó con desdén.

—¿Disculpa? ¿Vienes a pedirme que te dé empleo o a exigírmelo? —Hermione replicó, claramente molesta por el tono utilizado por el rubio.

—Tómalo como quieras, Granger —Draco se levantó frente a ella, dejando en evidencia la diferencia de estatura, pero eso no intimidó a la ministra, quien lo desafió con la mirada.

—¿Y si me niego? Además, ¿por qué necesitas un empleo? ¿No eres el heredero de una gran fortuna? ¿Acaso la magnífica familia Malfoy está enfrentando problemas? —cuestionó la castaña mientras se sentaba frente a su escritorio, apoyando los codos y recargando su rostro en sus nudillos. Le dedicó una sonrisa maliciosa a Draco.

—No digas tonterías, eso nunca va a suceder ni siquiera en tus peores pesadillas. Además, no es asunto tuyo —respondió Draco con los ojos rodando y cruzando los brazos. Le fastidiaba que Hermione pensara eso, aunque sabía que ella lo decía con la intención de molestar.

—Señor Weasley, si me permite intervenir —interrumpió Daniel acercándose con algunos folders entre sus brazos. —El señor Malfoy cuenta con varias recomendaciones del señor Boris Johnson del Consejo Mágico, además de su gran habilidad en la Oclumancia, su dominio de varios idiomas, incluyendo el sireno, y su maestría en pociones. En mi opinión, considero que es un excelente candidato para el puesto.

—¿En serio te rebajaste a cambiar tu apellido muggle por uno tan insulso y vulgar como Weasley? Granger te quedaba mejor —comentó Malfoy entre risas, levantando sus cejas de forma despectiva. Esto hizo que la sangre de la castaña hirviera, evidenciado por el notable cambio de tono rojizo en sus mejillas.

Cerró los ojos, intentando calmarse. ¿Cómo podría trabajar con alguien así? Se negaba rotundamente a hacerlo. Como si no hubiera escuchado todo lo que dijo, tomó, o mejor dicho arrebató, de entre las manos de su asistente los documentos de Draco, hojeándolos con determinación.

—Bien, veo que tienes habilidades en varias áreas —dijo Hermione con un tono firme. Draco se sintió triunfante, sonriendo con arrogancia. Sin embargo, su sonrisa se desvaneció cuando ella terminó de hablar. —Pienso que estás sobre calificado para este puesto. Ya no eres un niño, Malfoy. Este empleo está destinado a estudiantes que están iniciando, no a alguien en sus treinta con tanta experiencia. Pero gracias por venir. —Hermione extendió su mano para devolverle su documentación, sonriéndole. Esto enfureció a Draco.

Daniel los miró sin comprender lo que estaba ocurriendo, pero tenía una certeza: el rubio, por más intimidante que pareciera, merecía ese puesto. Aunque el asistente consideraba injusto el salario en relación a la amplia experiencia de Draco, no entendía por qué alguien como él estaría buscando ese tipo de trabajo.

—Pero, señora Weas… digo, Madam —se retractó por impulso, captando la atención de ambos. —Recuerde que hemos estado esperando por más de una semana para cubrir este empleo, y aunque desconozco los motivos del señor Malfoy para querer un trabajo como este, creo que usted ha estado desesperada y bajo presión para encontrar a alguien adecuado. —Hermione lo miró con los ojos abiertos como si le dijera "cállate" con la mirada, y Draco no pudo evitar notarlo.

—Granger, permíteme preguntarte algo. ¿Estás segura de que no me das el trabajo porque realmente crees que no soy digno de obtenerlo, o simplemente porque soy yo? — Draco lanzó la pregunta con cierta frustración, y Hermione bajó la mirada, buscando una respuesta que no tenía.

—Bueno, creí que tenías ética y sabías diferenciar entre lo profesional y lo personal. No solo cambiaste tu apellido, es cierto que Hermione Granger ya no existe, aquella que defendía lo que es justo. Buenas noches, señora Weasley — Remató con énfasis, dejándola sin palabras. Draco estuvo a punto de salir de la oficina, pero Hermione se apresuró a sacar su varita.

Fermaportus. —conjuro la ministro impidiéndole la salida al hombre. —Bienvenido a tu nuevo puesto, Malfoy. —Se puso de pie, extendiendo su mano para estrecharla con una ligera sonrisa triunfante. Sin embargo, a pesar de lo extraño que pudiera parecer, Malfoy no se sentía triunfante en esa situación. Tan solo sentía que debía mantener ese papel engreído que le era propio. Su mente estaba plagada de todo tipo de conflictos familiares, no solo con su esposa e hijo, sino también con su padre, Lucius Malfoy.

Draco se marchó y comenzó a pasear por los pasillos del Ministerio. No tenía prisa por regresar a casa, ya que no quería lidiar con los reclamos constantes de Astoria, algo que le resultaba cada vez más molesto. Buscando refugio de la fuerte llovizna que comenzaba a caer en las calles de Londres, se colocó bajo un techo y suspiró. No quería llegar a casa, pero tampoco quería enfermarse por hipotermia.

Un par de horas después, estuvo a punto de marcharse cuando vio a su lado a su nueva jefa. La observó durante unos minutos y se dio cuenta de que ya no era la misma joven de dieciséis años. Era una mujer madura y segura de sí misma. "Pero ¿qué demonios estoy pensando?", se reprendió a sí mismo mentalmente. "Ella es una sangre sucia, Malfoy. Debes controlarte." A pesar de su conflicto interno, no pudo evitar hablar impulsivamente.

—Espero que no me estés siguiendo, Ministra. Aunque si estás dispuesta a disculparte, reconsideraré mis pensamientos. —dijo Draco mientras metía ambas manos en los bolsillos de su pantalón, contemplando la lluvia y captando la atención de la mujer.

—No digas tonterías, Malfoy. No te creas tan importante. Solo estoy esperando a mis padres, eso es todo —respondió la Ministra con cierta frialdad. Sabía que no tenía por qué dar explicaciones, pero lo había hecho de todas formas. Draco, en un intento por parecer indiferente, hizo un ligero sonido con los labios.

En ese momento, Draco recibió una llamada y se alejó un poco de la mujer. Hermione lo observó de reojo mientras ajustaba el tirante de su bolso sobre su hombro. A pesar de no poder escuchar la conversación, era evidente por la expresión en su rostro que no era agradable, lucía molesto.

Después de colgar, Hermione volvió su mirada aparentando indiferencia y empezó a buscar un paraguas en su bolso para poder salir de allí y esperar a sus padres en otro lugar lejos de Draco. Mientras tanto, él se acercaba en dirección a Hermione.

« ¿Qué demonios quiere? ¿Por qué no se marcha? » pensó la mujer sin dejar de buscar un paraguas en su bolso para poder salir de allí. El albino se colocó justo detrás de ella y Granger se giró para preguntarle por qué no se largaba de una vez por todas. Sin embargo, sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando un camión pasó velozmente, salpicándola con agua sucia y lodo. Malfoy se burló de ella con sutileza.

— ¡Lo hiciste a propósito! —exclamó la chica con furia, temblando de frío. Draco bajó la mirada y evitó soltar una carcajada. Parecía un Poodle mojado. Suspirando y controlándose, desapareció en un parpadeo. Hermione solo podía pensar en cómo vengarse de ese Slytherin.

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Scorpius regresaba de una fiesta organizada por algunos alumnos de Hogwarts. Lucía feliz, pues había pasado la velada con la chica que le gustaba. El tono rojizo en sus mejillas revelaba su alegría.

En más de una ocasión, su mejor amigo lo había alentado a acercarse a ella, y esa noche no fue la excepción. Pero a diferencia de otras veces, Scorpius decidió hacer caso. Fue una elección de la cual no se arrepentiría nunca, por más cursi que sonara. Para el joven Malfoy, aquella velada se convirtió en una experiencia mágica. Aprendió a conocerla mejor, y eso hizo que se enamorara aún más de ella.

Había atravesado el pórtico principal de su residencia, notando que las luces permanecían apagadas. Al rubio le resultó extraño, pero decidió iluminar la sala. Dio un pequeño sobresalto al divisar a su madre en el sofá, sosteniendo una copa de vino tinto.

—¿Estabas aquí? Lamento mucho la tardanza, madre —se disculpó el chico amablemente. Sin embargo, su madre lo miró seriamente, deleitándose en el movimiento circular del cristal entre sus dedos.

—De hecho, has llegado tarde. Ni tú ni tu padre tienen la delicadeza de presentarse para cenar en casa —reprochó su madre, desviando la mirada y dando un sorbo a su vino. —Ustedes dos son iguales y desconsiderados conmigo —murmuró en voz baja.

Sin embargo, su hijo escuchó claramente cada palabra. Justo en ese momento, se escuchó el sonido de la puerta, indicando que Draco Malfoy había llegado a sus aposentos.

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Hermione se apresuró a cambiar el lugar de encuentro que tendría con sus padres. Utilizó un encantamiento de aire caliente para secar sus ropas y cabello, que había terminado desordenado debido a la lluvia.

Llegó al Duck and Waffle, ubicado en el piso 40 de la Heron Tower en Bishopsgate, Londres. A regañadientes, le asignaron una mesa, pero no entendía por qué los empleados parecían tratarla mal. Fue entonces cuando se dio cuenta del mal olor que emanaba de su cuero cabelludo. "Realmente voy a matar a Malfoy", pensó como una promesa.

En ese momento, sus padres entraron al lugar y se sentaron frente a ella.

—Cariño, ¿puedes percibir ese aroma desagradable? Parece a drenaje —comentó la señora Granger a su esposo mientras tomaba asiento, apretando ligeramente su nariz con los dedos. —Hermione, me sorprendió que cambiaras nuestro lugar de encuentro.

—Hija, ¿cómo te sientes? Sabes que siempre puedes contar con el apoyo de tu madre y el mío en cualquier circunstancia. No permitiré que nadie te lastime, eres mi pequeña princesa —dijo el señor Granger con sobreprotección. Aunque Hermione era una mujer casada y con hijos, para ellos siempre sería su niñita. El amor de los padres era fuerte e incondicional. La castaña sonrió conmovida.

—Dime, papá, ¿y si yo soy la que lastima a los demás sin siquiera darse cuenta? —Los ojos cristalinos de Hermione reflejaban angustia y soledad, lo cual alertó a sus padres. Ambos deslizaron sus manos sobre la mesa y tomaron la mano de su hija.

—Hermione, eres noble y dulce. Es cierto que tienes tu carácter, pero nunca lastimarías a nadie con intención, como tú misma mencionaste. Además, si eso fuera el caso, nosotros estamos aquí para apoyarte y darte buenos consejos hasta el último aliento —dijo su madre, cuyas palabras llenaron a Hermione de alegría y confianza. Se sentía orgullosa de ser su hija.

—Sin mencionar el exquisito pan de naranja que prepara tu adorable madre —comentó el señor Granger, mientras le daba un tierno beso en la mejilla a su esposa—. Incluso levantaría el ánimo al ser humano más engreído.

Hermione había logrado recuperar los ánimos que había perdido en la fiesta de su cuñado Charlie, gracias al apoyo y el amor incondicional de sus padres. Decidieron ordenar un Waffle con helado para cada uno, acompañado de chocolate caliente. Esta escena le recordaba a los momentos en que regresaba a casa de Hogwarts para las fiestas navideñas, lo cual le causó una sensación de nostalgia.

Así que, mientras disfrutaban de sus deliciosos postres, Hermione se permitió sumergirse en esos recuerdos nostálgicos, recordando las risas y la calidez del hogar en esas épocas especiales. Por un momento, pudo recordar el amor y la alegría que siempre había encontrado en su familia.

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Draco regresó a su mansión después de una supuestamente exitosa entrevista de trabajo. Giró la perilla y se encontró con una escena desagradable: su hijo Scorpius, con la cabeza gacha, y Astoria, visiblemente furiosa.

—¿Qué ha sucedido? —se aventuró a preguntar Draco mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba en el perchero.

—¡Tu ausencia, Draco! ¿No te das cuenta de la hora que es? —exclamó Astoria, levantándose de su asiento. Scorpius no quería presenciar otra pelea entre sus padres. En los últimos meses, se había encontrado en esa incómoda posición demasiadas veces, con su madre gritándole sin cesar y él parado sin poder decir una palabra. Y su padre, como siempre, se cruzaba de brazos y la escuchaba hasta que finalmente, con una simple frase, ponía fin al conflicto.

—Piensa lo que quieras, me voy a la cama, estoy harto —dijo Draco al marcharse. Como de costumbre, Astoria lo siguió hasta la habitación.

—Draco, Draco, Draco, ¡espera! —exclamó ella, tomándolo del antebrazo para detenerlo. Él se zafó fríamente de su agarre. Draco se sentía agotado. Había estado esperando a la Ministra durante toda la tarde y parte de la noche. Discutir con su esposa se estaba volviendo repetitivo. Entró a la habitación, seguido de Astoria.

—¿De verdad no vas a decirme nada? Soy tu esposa, tengo derecho a saber, y eso incluye las cosas terribles que estás haciendo para perjudicar a tu propia familia. ¿Crees que estás en posición de pelear con tu padre en este momento? —le reprochó ella, gritando entre reclamos.

—Ya conseguí un pequeño empleo que nos puede ayudar. No será mucho, no podremos ir a los lujosos restaurantes a los que estabas acostumbrada, pero es mejor que no tener nada —explicó Draco con calma, mientras se quitaba la corbata.

—¡No me vengas con tonterías, Draco! ¿Crees que podemos sobrevivir con 50 galeones al mes? —Astoria estaba furiosa y no estaba dispuesta a renunciar a su vida de lujo y clase. No lo soportaría.

—Lo siento, pero así son las cosas.

—¡Por favor, escucha mis palabras! Reconcíliate con tu padre y detén esto —suplicó al viento, ya que su esposo ignoró sus palabras. Draco podía ser un idiota al pelearse con su padre, pero más que la pelea en sí, él quería ver hasta dónde podría llegar sin la ayuda de su testarudo padre. Por más infantil que sonara, Draco también quería demostrar que valía la pena y que se lo merecía.

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El niño que vivió apretaba con fuerza una pequeña maleta de ruedas que llevaba consigo. Había dejado su casa esa noche después de tener una fuerte discusión con Ginny. Ella le había reclamado el hecho de que no pasaba suficiente tiempo con su familia, comparándolo con Hermione. Harry decidió dejar esos problemas a un lado, sintiendo que darle vueltas al asunto no serviría de nada.

Había llegado al último piso de la Torre Eiffel en París, Francia, utilizando un traslador. La vista era hermosa, con las estrellas brillando en el cielo y las luces de los edificios iluminando la ciudad. La gente se movía como hormigas en la acera.

Harry dejó su maleta a un lado y se recargo sobre el barandal. En ese momento, una voz burlona lo interrumpió desde atrás.

—¿Qué? ¿Es tan lamentable tu vida que estás pensando en suicidarte? —preguntó la mujer, reconocible por su voz. Era la única que hacía estremecer a Harry al escucharla, como un deleite para sus sentidos. Él sonrió con carisma.

— ¿Cómo podría tener una vida lamentable si estoy en presencia de una Slytherin odiosa a la que amo? —Se giró para mirarla a los ojos, la vista para el hombre no se comparaba con ninguna otra. La belleza natural de aquella mujer provocó más de un suspiro por parte del Gryffindor. —Pansy... —Susurró con ternura, y la pelinegra sonrió divertida y con un dejo de carisma. El tono con el que había pronunciado su nombre era tan dulce que decidió dar el primer paso, acercándose a Potter con determinación.

—Harry. —dijo ella sin dejar de caminar. Tomó al hombre del saco y lo acercó con rudeza hacia ella, besándolo con pasión. Era un beso que no solo demostraba cuánto lo amaba, sino también lo mucho que lo había extrañado en ese tiempo. —Te extrañé. —Fue lo último que dijo, sonrojándolo, mientras los dos se fusionaban en un beso fuerte, apasionado y tierno a la vez.