La visita de la muerte
…
Sería una mentira si dijese que no soñó con ese día.
Incluso desde que era una niña.
Día tras día, año tras año, simplemente escondiéndose en su cuarto, tapándose con las sábanas, y rezándole a Dios para que se llevase a su padre.
Noche tras noche, oculta, juntando sus manos, haciendo ese rito, esa suplica incesante. Ni siquiera su miedo a la oscuridad podía opacar la razón de su desvelo. Quería que él desapareciera.
Pero Dios jamás la escuchó, así que dejó de creer.
Estaba sufriendo, aun así, nadie vino en su ayuda, y estaba enojada con el universo.
¿Por qué nadie se lo llevaba?
Todo ese mal, ¿Por qué nadie hacía nada?
Cuando dejó de creer que alguien la salvaría, simplemente se limitó a llorar, una y otra vez, ya sin desvelarse para rezar, ahora simplemente lo hacía para llorar.
En algún momento, toda esa tristeza, todo ese miedo, se trasformó en odio.
Esperó por ese momento durante veinte años.
Si, la muerte.
Miró su mano izquierda, la cual sostenía su arma, la cual usó para entrenar durante años, y si bien quería usar ese entrenamiento para alejarse de su padre, jamás creyó que sería esa misma arma la que acabaría con la vida de este.
La punta goteaba rojo, las gotas deslizándose, una a una cayendo al suelo, al igual que el cuerpo de este.
Hubiese deseado soltar toda esa ira que tenía guardada durante años, usar los pocos segundos de conciencia de su padre para decirle todo lo que se estuvo callando desde que tenía memoria, más no fue capaz.
Simplemente sintió alivio, puro alivio. Como si un peso se desvaneciese de sus hombros, y no tenía duda que era así. Apenas el filo de su espada entró en la carne, tan fácilmente, tan rápidamente, sus preocupaciones se detuvieron. Tenía aquel impulso cada vez que este se encerraba con ella, cuando le hablaba, cuando le gritaba, cuando la golpeaba, pero antes no tuvo el valor de hacerlo.
No soltó su espada, pero si relajó los brazos, quedándose inerte mirando el cuerpo ensangrentado de su progenitor. Podía notar la sangre de este en sus manos, en su ropa, y casi parecía que lo había apuñalado muchas veces, cuando solo le dio una estocada en el lugar correcto.
Soñaba incluso con eso, con apuñalarlo, con soltar toda esa rabia que sintió esos años, haciéndolo pagar por cada una de las atrocidades que le hizo, pero no necesitó hacerlo, no era necesario, ella no era como él.
Sentía que había hecho lo correcto, aunque fuese claro que asesinar a alguien nunca era correcto.
¿O tal vez lo era?
Clap, Clap, Clap.
Levantó la mirada, confusa, sin saber de donde venían ese aplauso lento y tortuoso, e instintivamente miró a la puerta de su habitación, pero ahí no había nadie, y nadie entraría, ya que su padre, ahora inerte, la había cerrado para que hablasen a solas.
Si, era su forma de asustarla, de arrinconarla, de manipularla.
Los aplausos siguieron en el mismo ritmo, y empezó a creer que se había vuelto loca.
Estaban los dos solos ahí, no había otra entrada, o ella misma habría huido cuando tuvo la oportunidad.
Giró el rostro por la habitación, sus ojos indagando por cada rincón, temiendo que hubiese un testigo ahí, alguien que la hubiese visto cometer aquel delito. Aunque incluso si nadie la vio, era obvio que ella era la culpable, de todas formas, era la única en la familia, bajo ese techo, que tenía un arma para hacer tal daño.
Finalmente, sus ojos llegaron al ventanal, el cual mostraba el paisaje nublado y triste de aquel día. Y frente a este, había una figura encapuchada.
Se quedó perpleja, mirando con detención, intentando entender como esa persona había llegado ahí.
La figura, cubierta de rojo, se removió, y pudo notar las manos enguantadas aun aplaudiendo, el sonido provocando diversas sensaciones en su cuerpo, sobre todo ansiedad. Podía ver un rostro humano, o al menos parte de el, y ahí la figura le sonreía, sus dientes blancos y macabros. No dudó en menear su arma, dirigiendo la punta al intruso. Se sentía inquieta, sin entender quien era esa persona, que hacía ahí o cuales eran sus intenciones.
La figura dejó de aplaudir, escondiendo sus manos de nuevo en su manto rojo. La boca de el intruso se movió.
"He esperado durante años para ver quien iba a ser lo suficientemente valiente para asesinar a Jacques Schnee."
La voz la estremeció por completo. Parecía la voz de una persona, pero lugubre, temblorosa como si viniese de lo más profundo del mundo. Pero no tenía miedo. Todo lo que pasó con su padre la hicieron fuerte, no iba a temer. Si pudo matarlo a él, podría deshacerse de todo lo que la aterrase.
"¿Quién eres?"
Su propia voz sonó extraña, no recordaba haber dicho palabra ese día, asumía que esa era la razón.
Escuchó una risa resonar en toda la habitación, proveniente de todos lados y a la vez de ninguno. Se vio a si misma atrapada en una cueva con multiples salidas, y de todas ellas venía un eco de auxilio. Sintió que su cuerpo tembló, así como el sudor frio pasaba por su espalda.
La figura se removió, sacando sus brazos de su escondite, moviendo su capucha en todas direcciones, exponiendo el traje negro que vestía, y podía notar que evidentemente era un ser humano, o al menos físicamente. Porque ese momento era demasiado irreal, así que o era una alucinación o era una expresión de su culpa.
No supo en que momento apareció un arma en la mano de la figura, y no era cualquier arma, era una peculiar guadaña, filosa, de un metal oscuro que brilló ante la luz que entraba desde la ventana. La punta inferior también tenía una hoja, que se enterró en el piso cuando la figura la apoyó, quebrando las baldosas de inmediato. Detrás de la hoja principal había un cráneo, al parecer de un animal, y tanto el cráneo como parte de la espina dorsal adornaban el arma.
La figura mostró su rostro, irguiéndose lo suficiente para que la capucha ya no ocultase sus rasgos. Parecía ser una mujer, su rostro era pálido, tosco, y sus ojos parecían inhumanos. Su cabello caía por los lados de su cara, mechones oscuros con destellos rojos, casi como si hubiesen sido bañados por la misma sangre.
Nuevamente sonreía, sus dientes como colmillos mostrándole una vez más que esa persona no era un ser humano.
"Tengo muchos nombres."
La figura dio un paso, luego otro, usando su guadaña como si se tratase de un bastón, la cuchilla en la parte inferior rompiendo el suelo a cada movimiento. Se vio de piedra, observando con detención, su propia espada bajando, sin tener fuerzas para mantener su posición.
"Algunos me llaman Pesta."
Dio otro paso, marcando cada uno con un golpe al suelo con su guadaña. Su sonrisa no desaparecía, de hecho, cada centímetro que se acercaba a ella, parecía más y más inhumana, más sádica.
"Otros me llaman Ángel de la luz y la oscuridad."
Otra vez, uno, dos pasos.
Su habitación siempre era fría, donde vivía era un constante invierno, pero ahora la sensación térmica era mucho peor, casi y podía ver su propia respiración saliendo de su boca, pero no era frio en lo absoluto, era un calor extraño. No sabía como describirlo. Se sentía frio, si, pero a la vez sentía que el suelo ardía en sus pies, tan así que sentía su cuerpo sudar, cada vez más, como si de la nada hubiese pisado el mismo infierno.
Sabía que debía moverse, defenderse de aquella persona, más no podía moverse, su cuerpo atornillado en su posición.
"Otros me llaman Thanatos."
La figura ya estaba a solo unos pasos de ella, y podía notar como la altura de la figura se levantaba sobre ella, casi opresivamente. Podía oler a putrefacción desde ahí, a azufre, a sangre.
Ya sabía quien era esa figura, aunque su razón no quisiese darlo por hecho.
"Para cada persona en el mundo, para cada siglo, tengo un nombre especial y diferente. Me veo como los humanos creen que soy, sin embargo, para ti, hoy, tengo un solo nombre."
El ultimo paso.
Su espada cayó al suelo cuando la guadaña volvió a romper el piso y sintió como todo el suelo a sus pies temblaba. La capucha bajó, ocultando la imagen humana de aquel ser, y cuando esta la miró, ya no era humana.
"GRIM REAPER"
Frente a ella, el rostro cambió. La figura, ahora con un cráneo humano como rostro, retorció su mandíbula, hablándole, el sonido de nuevo retumbando por las paredes como un eco chirriante. Se quedó inerte, mirando, petrificada en su lugar. Sangre fresca comenzaba a correr por el hueso, bajando, chorreando, goteando, y en los agujeros oscuros de los ojos, en el abismo de negro, una luz creció, una luz plateada que luego se volvió roja, tan roja como la sangre que empezaba a decorar el cráneo.
Estaba atónita, sin creer lo que sus ojos veían.
La muerte se quedó ahí, mirándola, su mirada como focos inertes penetrándola, sin decir nada más, simplemente mostrando su inhumanidad, su rareza, su peculiaridad. Y por su parte, no podía decir nada, ni siquiera aterrarse. Ahora sabía, ahora tenía claro, que la figura frente suyo no era un ser humano, era algo que creyó intangible, inexistente, o al menos carente de personificación alguna. No creía en una figura para la muerte, nunca lo hizo, porque para ella, la muerte, era su padre, para ella, la muerte era ver al hombre que tanto daño le hizo tirado en el suelo, sangrando sin parar, sus ojos muriendo más rápido de lo que pretendía.
Escuchó una risa crecer, retumbando por las paredes, intensificándose, y así, la personificación de la muerte comenzó a alejarse, o al menos a mantener cierta distancia.
Cuando la risa se detuvo, la mujer que antes vio, apareció de nuevo. Ya no había cráneo, ya no había sangre, ni siquiera estaba el daño que su guadaña dejó en el piso. Era casi como que toda esa escena que pasó con lentitud frente a sus ojos jamás hubiese existido.
Los ojos plateados, inhumanos, parecían ahora más humanos, mas conciliadores, diferentes hace solo unos minutos.
"Debo admitir que te subestime, Weiss Schnee. Quien iba a decir que la pequeña niña que se ocultaba bajo las sabanas y me rezaba todas las noches, sería capaz de desafiar su más profundo miedo, y no solo eso, si no que plantarse frente a la misma muerte y no dar un paso atrás. Eres impresionante sin duda."
Se quedó inerte, escuchándola, su mente intentando digerir las palabras, mientras la muerte levantaba su guadaña, apuntando al cuerpo inerte de su padre. Su voz salió humana esta vez, sin ningún eco, sin ningún sonido perturbador tras la voz, ni siquiera retumbó. Solo era una voz, nada más.
Ese ser, ¿La había escuchado? Pero le rezaba a Dios…
No, pedía muerte, así que la misma muerte debió escucharla. Ahora se daba cuenta.
De inmediato, la figura humana frente a ella asintió, leyendo su mente, o al menos imaginaba que ese era el caso. Acababa de ver a una mujer aparecer de la nada y trasformar su cuerpo a su antojo, que la dicha muerte pudiese saber lo que pasaba por su mente no le sorprendía tanto en comparación.
"Créeme que uno de los problemas de este trabajo, es no poder asesinar a quien queramos. No debemos involucrarnos en las circunstancias que llevan a perecer. Quería a este hombre muerto tanto como tú. Estuve cada día al pendiente a ver quién cumplía esta hazaña de todos los enemigos que desearon asesinarlo. Y me enorgullece que hayas sido tú."
La sonrisa de la muerte se agrandó, mientras miraba el cuerpo de su progenitor.
Realmente la observaba, la conocía. Se sentía extraño, agobiante incluso, que había algo más allá de su vista, de su existencia, que tenía pleno conocimiento de la existencia propia, y quien sabe, tal vez de toda la humanidad. Y ahora, ¿A que venía? Apenas y recordaba historias de la muerte, ¿Era el alma lo que buscaba?
Los plateados la miraron, cuyos ojos parecían ver más allá de su rostro, su interior, se sentía mortificada con el simple gesto. Se sentía expuesta. Vulnerada. La muerte veía más allá de ella, indagaba en su mente, lo tenía claro.
"Si, ese es mi trabajo. No todas las almas se van, algunas permanecen, pero debo cortar el lazo que las une con su cuerpo físico. Y para ser honesta, me agrada la idea de llevar a esta alma a lo más profundo del abismo."
La mano libre de la muerte se movió, el cuero destellando, posándose sobre el cadáver que ahí yacía, y de la nada, parecía que este se removía, casi como si volviese a la vida. No sabía si eso era otra ilusión más que el llamado Grim Reaper creaba para ella, o tal vez simplemente le mostraba la realidad que sus ojos humanos no podían ver.
El cadáver se retorció, prácticamente abandonando el suelo, notándose la posa de sangre bajo este, y así, moviendo sus extremidades lánguidas en diferentes direcciones, este se calmó así de rápido. Algo pareció emerger del cuerpo físico de su padre, algo pálido, disperso, como una sombra, como humo, y el olor pútrido creció. Se tapó los oídos cuando un grito desgarrador retumbó en la habitación. Era la voz de su padre, no tenía duda, solo que lejana, perdida, otro eco más.
La muerte levantó la guadaña con una facilidad impresionante ante la grandeza del arma, y apuntó la larga cuchilla hacía su padre, o lo que sea que aquello fuese. La agitó, el aire rompiéndose, sonando al pasar del arma, sin embargo, el metal nunca llegó a su objetivo.
El Grim Reaper se detuvo en seco, y volteó su rostro hacía ella, mirándola.
"Si acabo con él, ya no tendré más motivo para estar presente frente a ti. De hecho, no debo de aparecer frente a los vivos, pero hoy hice una excepción."
Su voz nuevamente resonó, fuerte, intensa, pero simplemente humana. Frunció el ceño, sin entender. ¿Por qué? ¿Qué tenía ella de especial? ¿Por qué la muerte se presentaba frente a ella? ¿Era una señal de su pronta muerte?
¿Iba a morir?
Se vio soltando un resoplido, soltando una carcajada estruendosa, un suspiro decaído.
¿Cómo no lo pensó antes?
Miró al cadáver de su progenitor, viendo claramente como esa masa etérea se movía sobre el cuerpo, retorciéndose, tratando de liberarse, de huir. Al final, su padre era un cobarde, y ella, ella era valiente.
Y luego de esto, iba a tener que pagar por su pecado, por cometer un asesinato. La pena que se merecía era la misma muerte, y ahora sabía quien iba a ir por ella, quien iba a cortar el lazo de su alma con su cuerpo, quien la iba a liberar de ese asqueroso mundo en el que le tocó nacer.
Era valiente, y por eso no le temía a la muerte, no ahora, y no le temería después cuando esta tocase su puerta. Estaba lista para pagar por sus pecados, al contrario de ese asqueroso hombre chillante el cual huía cuando su torre de naipes caía.
Volvió a mirar a la muerte, cuando esta dejó caer el filo de su arma al suelo, el peso reventando una vez más el piso. El alma de su padre seguía en su sitio, así que al parecer su acompañante no tenía intención de irse por lo pronto. La capucha roja le cubría el rostro, y ahí notó que esta parecía haber sido teñida por la misma sangre, pero tal vez era su mera sensación.
"Estás equivocada, pero no en la totalidad. Puedes considerarme un ser infinito, pero también fui humana en el pasado. La muerte, ha sido humana, y mientras el universo necesite de alguien que guie a las almas, una muerte aparecerá."
Al principio no entendió cual de todas las preguntas en su mente la Muerte le contestó, pero dejó de cuestionárselo, ahora interesada en lo que la figura acababa de decirle. Frunció el ceño de inmediato. Entonces, ese ser, esa figura humana, ¿Existió en el pasado? La mujer la miró, girando su rostro, moviendo su cuerpo hasta volver a estar frente a ella, su arma abandonada en el lugar donde fue enterrada con la fuerza suficiente para quedarse erguida.
"Es gracioso que rogases que la muerte llegase, y ahora que estoy aquí, simplemente te haces preguntas sin decírmelas a la cara. Pero lo entiendo, es más fácil para ti, ¿No?"
Los plateados se fueron al cadáver de su padre por un momento, para luego seguir mirándola.
Si, era culpa de su padre, no tenía duda. Jamás hablaba, sin importar nada. No podía. Su padre decidía en que momento debía hablar, que debía decir, no podía abrir la boca a menos que él lo señalase. Se limitaba a asentir. Lo que le pasaba en esas cuatro paredes si llegaba a desobedecer, era repugnante.
Carraspeó, ya había hablado un poco, y no quería escucharse extraña de nuevo.
"¿Cómo te convertiste…en esto?"
La muerte asintió, casi con orgullo al escucharla hablar. Notó como esta se arregló el traje antes de sentarse en su cama, cruzando las piernas, cómodamente.
"Me alegra que quisieras hablar, tal y como lo esperé de ti. Habré nacido hace unos quinientos años, no recuerdo mucho de mi pasado, pero sí de los últimos años que viví. En ese momento de la historia, había mafias por toda la ciudad, algunas malas y otras, las menos, buenas. Yo estaba en la última, intentando detener a varios criminales. Un día hubo una gran fiesta, me vestí de incognito e iniciamos el gran ataque. Tomé mi rifle y ataqué. No me enorgullece decirlo, pero aquella noche maté a tres mafiosos, de los más grandes, pero no salí impune. Estaba en ese cuarto, con los tres cuerpos a mi alrededor, bañada en sangre. Mi gabardina estaba roja, pero gran parte de esa sangre era mía. Me habían logrado disparar, entonces fue cuando la muerte vino a por mí."
Se quedó perpleja, más que por la historia, sino porque el cuerpo físico de la muerte cambió. Vio una versión diferente de la misma persona. Casualidad o a propósito, no lo sabía, pero era realmente contrastante la versión humana de la versión física de la muerte. Se veía más joven, sus ojos más vividos y grandes, su cuerpo más vulnerable, humano, pero su atuendo seguía siendo el mismo, exceptuando la capucha, que ahora era una gabardina sanguinolenta.
Asintió cuando los plateados la miraron, creyendo que esta necesitaba un refuerzo positivo para seguir hablando, o tal vez la miraba para saber lo que pasaba por su mente, sea como fuera, esta volvió a concentrarse en algún punto en la habitación.
"La muerte era un hombre envuelto en una capa roja, y era gracioso, porque para mí, la muerte, era algo diferente, colorida incluso, pero esa persona tras la labor quería mostrarse más genuinamente. Me dijo que le recordé a la mujer que le dio el trabajo, y que me ofrecía un trato. Yo no moriría ese día, y podría seguir viendo el mundo con sus ojos, con su poder. Yo estaba dispuesta a morir por el bien mayor, pero la muerte me mostró sus ojos humanos, y me di cuenta que él me necesitaba. Así que accedí a gobernar las almas, hasta que él se retirase."
La muerte se levantó de la cama, ahora luciendo como antes, simplemente su versión nueva, la personificación de la muerte, su propia existencia modificada por la inmortalidad. Y se acercó. Sus plateados la observaban sin pestañear, entrando en su mente, en su ser.
"¿Viniste aquí a ofrecerme un trato?"
La muerte detuvo su caminar en seco, notó como unas venas carbonizadas subieron por su cuello, por sobre su camisa, y luego desaparecieron. Era un cuerpo muerto al final del día, ¿No?
Al parecer tuvo razón, ya que la muerte le dio una leve sonrisa, también viéndose más humana.
"Debí de ser algo predecible, lo lamento. Pero si, tienes razón. Que alguien me llamase, que pidiese por mí a gritos, simplemente captaste mi atención. No te diré que aceptes, y no conozco el destino como la Parca, pero si tengo algo claro."
La mano larga y enguantada se dirigió a la puerta.
Notó un sentimiento diferente en el rostro de la muerte, y ese hecho captó su atención. Había emociones tras la muerte, tras un ser infinito. Eso le dejó la pregunta, ¿Se retiró la antigua muerte? Necesitaba saber más de eso, su curiosidad intensificándose, más no dijo nada, intrigada por las palabras que el personaje iba a decirle.
Sus ojos fueron a la dirección que apuntaba la mano enguantada, y si bien sabía que iba a encontrar, habiendo visto esa puerta toda su vida, miró de todas formas.
Le sorprendió no ver la puerta, simplemente ver el pasillo, como si esta se hubiese vuelto invisible de un segundo a otro, trasparente. No veía a nadie al otro lado, pero tenía la sensación de que alguien iba a aparecer en cualquier momento, más no sucedió.
"El tiempo y la muerte están muy unidos. Cuando yo aparezco en este mundo, el tiempo se detiene, los únicos seres moviéndose en este instante son las almas atrapadas en un cuerpo fallecido y yo, y claramente esta vez, tú."
Volteó a mirar a la muerte, la cual seguía en la misma posición, solamente que ahora los plateados la observaban a ella, intensos. Esta dio dos pasos, para quedar de pie a su lado, su cuerpo apuntando a la puerta trasparente. Su mano ya no apuntaba a ningún lugar, de hecho, la ocultó tras su capa, pero podía notar que tenía ambas manos tras su cuerpo, en una posición de descanso.
Volvió a mirar a la puerta, solamente para seguir la mirada de la muerte.
"No se tardará demasiado tu querido hermano en buscar a tu padre, y es evidente que no lo encontrará, al menos, no vivo. Aunque fuese un accidente, sé que él hará todo lo posible para convertirte en la villana, ya que lo hizo antes, es probable que lo haga de nuevo. Luego de eso, solo hay dos caminos posibles, que caigas en prisión o que te sentencien a muerte. Si mueres, serás vista como una mártir, incluso como una heroína, o puede que no, y te traten como la misma escoria que era tu padre y escupan en tu tumba, en la de ambos. Y si vas a prisión, todas esas personas que están ahí, que tu padre metió ahí, intentaran vengarse contigo, sin importar la razón de porque entraste ahí."
Sintió su entrecejo fruncirse más y más.
Había pensado en morir, pero jamás evaluó los enemigos que su familia tenía en prisión, y eran demasiados para contarlos. Eso sería peor que la muerte. Le harían cosas horribles, y no tendría forma de defenderse ante tal cantidad de personas, incluso aunque estuviese en un lugar especial por temor a que perjudiquen su estancia, a ellos les molestaría aún más sus privilegios. Morir era claramente la mejor opción, pero a estas alturas, ¿Quién le aseguraría que esa sería su pena a pagar?
Seguía siendo una Schnee, seguiría teniendo beneficios, aunque estos no la beneficiaran.
Morir en la silla era rápido, de hecho, había incluso formas más rápidas e indoloras de aplicar la eutanasia a un criminal, pero la idea de que esa fuese su sentencia cada vez parecía menos factible, sobre todo considerando que sus abogados podían alegar defensa propia, y sin duda homicidio en segundo grado, y ahí la pena ya no sobrepasaría la suficiente para que le dieran fin a su existencia.
Miró a la muerte, y esta ya la observaba, nuevamente no eran necesarias las palabras, o al menos las orales, para que el ser infinito supiese todo lo que pasaba por su mente. Los plateados se cerraron, parecía meditar en su posición de descanso, y notó otro par de venas oscuras subir por su cuello, incluso pasar de su mandíbula, y luego volvieron a esconderse bajo su camisa.
"No quiero ese final para ti, ese final lento. Es incontable la gente que odió a tu padre, que lo odia al día de hoy, incluso por cosas que pasaron muchos años atrás, tan odiado como los dictadores de otras épocas. Que seas su heroína, será difícil considerando el odio que los tiene tan cegados, la sed de venganza, así como la que tu mostraste hoy. Van a acosarte, a golpearte, a mancillarte, quien sabe cuantas atrocidades, y yo no podré hacer nada para acabar con tu sufrimiento."
Bajó la mirada, observando los azulejos. Podía ver su propia sombra en el piso, y al lado suyo, no había nada, no había sombra que proyectase tal ser. Se sintió sola en ese instante, aunque siempre lo estuvo, desde un comienzo. Estaba atrapada en una caja, toda su vida, donde la única persona que le abría la puerta era su padre, el cual la mantenía firme, sin soltar de la cuerda que la jalaba del cuello. Era una metáfora, pero así se sentía. Cada vez que hablaba sin permiso, sentía el jalón de este, y luego, más tarde, sentía las manos de este en su rostro, haciéndola pagar por su desobediencia.
La oscuridad de aterraba en el pasado, porque era su padre quien la encerraba en el armario de su cuarto, por horas, en total oscuridad, sin comida ni agua, mientras la adiestraba. Ahora no, ahora era fuerte, todo ese daño la hizo fuerte, la hizo capaz de soportar lo que sea.
¿Pero pagar ella por los pecados de su padre?
¿Ser ella quien recibía el odio que su padre había generado en las personas?
No quería.
No quería seguir lidiando con el estigma de este, mucho menos ahora que al fin lo había asesinado, luego de la larga espera.
No, no iba a pagar por su culpa, no iba a seguir alargando su sufrimiento.
"¿Qué es lo que me ofreces?"
Le preguntó a la muerte, sin dejar de observar su propia sombra. Tal vez si miraba el rostro humano iba a perder la convicción o algo similar, pero no podía dudar, no ahora que había analizado su futuro, y estaba segura que no era un futuro que quería, y, de hecho, tampoco quería morir. Probablemente su alma fuese llevada al mismo lugar donde estaba la de su padre, y tendría que estar con él una vez más, quien sabe durante cuanto tiempo. Una infinidad, asumía.
Miró a la muerte, ahora sí, uniendo su mirada con los inhumanos plateados.
Esta parecía seria, y sentía que se debía a su más reciente pensamiento. Tal vez tenía razón. Su alma iba a vagar en la profundidad de la tierra, a la merced de su padre.
Ahora temía aun más de la muerte, porque significaba que su martirio no había acabado.
"¿Qué es lo que me ofreces?"
Preguntó de nuevo, y al parecer la muerte salió de su estupor, pestañeando lentamente de una forma poco natural, y no debía sorprenderle aquello. Esta se movió, sacando una mano de su escondite y meneándola frente a la puerta, la cual volvió a aparecer en su lugar. La miró fijamente mientras esta se giraba y empezaba a caminar hasta el ventanal, el cielo igual de inerte que hace unos minutos, las nubes completamente intactas. El tiempo realmente estaba detenido.
Los zapatos de la muerte resonaron, y se vio mirándole los pies, los cuales no generaban sombra alguna. ¿Siquiera era corpórea?
"Te ofrezco un escape."
La muerte se detuvo, mirando el paisaje, y luego se giró para mirarla a los ojos una vez más. Esta no parecía convencida, su rostro, no parecía convencido de lo que estaba ofreciendo, y era claro. Al fin y al cabo, era un trabajo que no todos aceptarían hacer. Separar almas de sus cuerpos, redirigiéndolas hacía su destino, sin poder hacer nada para evitar la muerte de las personas, pero conociéndolas, teniendo una mirada omnipotente sobre la humanidad.
Ojos que ven, pero manos que no tocan.
"Sin embargo, este trabajo viene con un precio. Y ese precio…es la soledad."
Podía notar reticencia en la muerte, como que no era capaz de decir esas palabras. Le costó un momento entender el por qué.
Vivió toda su vida aislada, sin siquiera poder ver a la gente a los ojos porque su padre se lo negaba, sin poder interactuar con alguien porque su padre se lo negaba, y ni siquiera podía tener una conversación con su mismo abusador porque este no lo permitía.
A la muerte le aterraba, diciéndolo de alguna forma, el ofrecerle algo que la iba a dejar sola, algo que le iba a impedir el sentir el calor de alguien más en el mundo. Si aceptaba el trato, iba a sellar su destino. Toda oportunidad de vivir una vida normal, de ser alguien normal, de sentirse alguien normal iban a desaparecer, y si, esa idea era bastante triste, sin embargo, ¿Qué le aseguraba que iba a tener esa oportunidad? Iba a morir, se lo tenía que recordar, y si no, ¿Quién se amistaría de un paria de la sociedad? ¿Quién la aceptaría siendo una privilegiada que asesinó a su propio padre? Era ridículo siquiera asimilar algo así.
Era imposible, así de claro.
Respiró profundo, y se acercó a la muerte, a paso raudo, y levantó una de sus manos, con la intención de que una de las enguantadas la estrechara.
"Acepto."
La muerte parecía sorprendida, incluso aunque hubiese leído su mente y hubiese captado cada uno de los pensamientos que tuvo.
Esta finalmente sonrió, pero no de las formas en las que sonrió anteriormente. Seguía siendo una sonrisa intimidante, pero no era sádica ni inhumana, simplemente lucía impresionada. Era fácil leer a esa persona, a ese ser, y si se hubiese planteado que la mismísima muerte sería así, no se lo habría creído.
Ahí notaba que de verdad en algún momento fue humana, y si lo miraba fríamente, quinientos años no eran tantos para alguien como la muerte, algo ilimitado e inmortal.
La muerte se removió en su capa, liberando sus manos, y una la acercó a la propia, pero se detuvo unos milímetros antes de lograr estrecharla.
Los plateados no dejaban de observarla, y notó cierto tinte de seriedad en el rostro semi humano. Esta la miró, y luego miró su mano, y tuvo la sensación de que creía que se arrepentiría, pero no era esa clase de persona, si tomaba una decisión, debía mantenerse firme en esta. Su convicción era algo que su padre no destruyó y no iba a destruir nunca.
Sintió la mano enguantada en la propia, la textura del cuero cosquilleando su piel. El agarre fue firme, para nada etéreo como creyó, en lo absoluto. Era una persona tal y como parecía, de carne y hueso, o al menos su mano lo era.
Escuchó un goteo, pero estaba tan enfocada en el rostro de la muerte que se demoró en captarlo.
Miró, buscando de donde podía provenir aquel sonido, entonces escuchó un burbujeo, o más bien, lo sintió. Las dos manos yacían unidas, en ese agarre firme, y de entre ellas, comenzaba a brotar sangre. Primero solo eran unas gotas, luego un chorro, y así comenzó a brotar, más y más, manchando su mano y la ajena. El rojo caía como una cascada al suelo, creando una posa de liquido viscoso, el cual cada vez parecía más irreal, más oscuro.
La sangre se comenzó a oxidar a sus pies, volviéndose más negra con el paso de los segundos, la oscuridad esparciéndose bajo sus pies, alrededor de su cuerpo, luego ni siquiera era capaz de ver el piso, las baldosas, ni siquiera el cuerpo del ser frente a ella, sin embargo, seguía sintiendo el agarre en su mano.
Luego las paredes fueron consumidas, la sangre avanzando por los muebles, escalando el muro, el ventanal, su cama incluso. Miró hacía arriba, hacía el techo, el cual iba desapareciendo poco a poco en ese mar negro, hasta que ya no había nada a su alrededor, nada del lugar donde estuvo presa toda su vida, ahora solo había negro.
Le aterraba la oscuridad en el pasado, le aterraba ese armario y también le aterraba esa sensación que tenía ahí dentro, donde el espacio se volvía indescifrable, donde no sabía donde terminaba su cuerpo y donde estaba lo demás. Era un espacio pequeño, pero la misma oscuridad y su miedo la hacían sentir perdida en el abismo, en el espacio, sin nada a lo que aferrarse.
Sin embargo, ahora no temía.
Estaba literalmente en un abismo de oscuridad, escuchando como la sangre burbujeaba, sintiendo su mano aun apretada por aquel ente, y no temía. De hecho, sentía calma, como si se hubiese liberado de aquello que la hacía humana, el miedo, que era lo único que sintió estando viva.
Cerró los ojos, disfrutando la sensación de libertad, de saber que ahí en ese abismo su padre jamás la encontraría.
Y en ese momento escuchó el sonido de aquella guadaña moverse, la cuchilla cortando el aire, moviéndose a una velocidad increíble, y luego escuchó algo que le hizo sentir cosquillas en su abdomen, y era el grito desgarrador de su padre. Su sentir era regocijo puro.
Su alma había sido recolectada, y ahora estaría de camino a un lugar lejos del suyo.
Estaba parada en la oscuridad, con un futuro completamente desconocido. La oscuridad y lo desconocido siendo cosas que solía odiar de cierta forma. Pero estaba feliz.
Finalmente, estaba feliz.
Espero hayan disfrutado de esta corta historia sobre este Au que a varios en mi Instagram les fascinó, y bueno, parecía ideal el escribir algo similar para esta fecha, así que sin nada más que añadir,
Feliz Halloween.
Nos leemos pronto.
