N/A: Esta historia es basada en un oneshot que escribí hace un tiempo, La visita de la muerte, pueden encontrarla en mis otros trabajos publicados. Disfruten.
GRIM REAPER
-Perecible-
…
Antes huía de la oscuridad.
Antes temía de la oscuridad.
Pero ahora…
Ahora no creía poder vivir sin ella.
¿Cuántos años habían pasado? Había perdido la cuenta, ahí, en ese lugar, el tiempo era relativo. ¿Cuántas personas morían a cada segundo? Bastantes, pero cuando salían de ahí a hacer aquel trabajo, era cada media hora al menos, o eso se sentía. No había forma de medir el tiempo, al menos ella no podía.
Vio negro, el negro que acostumbraba, y pasaron solo unos segundos para ver blanco, solo blanco.
Miró alrededor, acostumbrándose a la luz, al lugar en el que había aparecido. Era una habitación de hospital, y también había perdido la cuenta de las veces en las que había aparecido en un lugar similar. El aroma antiséptico se sentía extraño, sobre todo si estaba acostumbrada a la carencia de olor del lugar donde estaba, asimismo, había adquirido cierto gusto en oler el aroma del mundo humano, de todas formas, nunca pudo salir de su prisión cuando estuvo viva.
Se vio sonriendo, buscando con la mirada a la razón de que pudiese tener esa segunda oportunidad.
Grim Reaper caminaba lentamente, su guadaña en mano, el filo brillando, mientras se acercaba hacía su víctima con movimientos seguros, firmes, determinados. No sabía si debía considerar una víctima al hombre ahí acostado, ya que siempre sonaba inadecuado cuando lo decía, incluso en su mente.
No era una víctima, no de la Muerte, pero si era un cuerpo inerte, abandonado por las manos de la vida misma.
La persona estaba en la camilla, su cuerpo cubierto de cables y aparatos, manteniéndolo vivo, y al parecer, no fue suficiente.
La tecnología aumentaba con los años, y le sorprendía que, aun así, la gente muriese.
Todos morían al final del día, y ahí estaba la Muerte para llevárselos.
La primera vez que la muerte le mostró el mundo humano, luego de su pacto, se vio realmente impresionada, impresionada de una manera para nada agradable. No fue una bonita primera visita al mundo humano. Debió de sentirse feliz de ver el mundo exterior, de ver las calles, de ver un lugar tan diferente de la ciudad donde se crio. Pero no, no vio nada de su alrededor, porque alguien había muerto en un accidente, y era un caos.
Vio vehículos detenidos en el tiempo, personas detenidas en el tiempo, y también vio la sangre detenida en el tiempo. Todo estaba inerte, los sonidos, las nubes, el aire, no había nada ahí que estuviese vivo, latente, mucho menos el cuerpo del alma que iba a ser recogida.
Miró con horror la escena sanguinolenta frente a ella, impactada con una muerte así de dolorosa y espontanea. Fue un accidente de tránsito, y la persona afectada debió morir al instante, no le dio tiempo ni siquiera de enterarse de lo ocurrido cuando su cuerpo fue impactado.
Sentía una pizca de alivio al darse cuenta de que fue una muerte rápida, y no una dolorosa y lenta.
¿Pero quién era esa persona?
¿Era una buena persona o una mala persona?
¿Merecía una muerte sanguinaria más o menos que otra persona?
Los ojos plateados de la Muerte la observaban, y la miró de vuelta, siempre la miraba de vuelta.
En ese entonces no se acostumbraba a la presencia de esa mujer encapuchada, aún era una extraña, pero con el tiempo era más fácil entenderla. Ahora era fácil captar lo que la mirada plateada le decía. Era una aprendiz, la aprendiz de la Muerte, iba a convertirse en esta, iba a trabajar recolectando almas, y por lo mismo debía acostumbrarse a las muertes, sanguinarias y calmas, todo tipo de muertes.
Ahora se había acostumbrado, pero en ese momento le causó disgusto. Se sentía bien hacer a su padre sangrar, verlo morir lentamente, disfrutar su ultimo respiro, pero era por el odio que le tenía, a esas personas no las conocía, y verlas así, en esos estados tan deplorables, era sin duda agobiante.
"Tal vez debí evitar traerte a una escena como esta."
La mujer le dijo esa vez, pero agradecía que le mostrase algo así de crudo de buenas a primeras. Iba a convertirse en la Muerte, iba a tener que ver miles de personas morir, y no todas iban a ser muertes bonitas y tranquilas, como la que estaba mirando en ese preciso instante, una muerte pacífica y limpia dentro de un hospital.
Esa persona debió de estar inconsciente en esa camilla, probablemente no tuviese ningún tipo de pensamiento consiente, ni siquiera supiese de la gravedad de su estado.
Esas muertes eran agradables, las sentía correctas, pero no eran todas así, y lamentablemente no podía hacer nada para ayudar.
Ruby, el nombre vivo de la Muerte, se acercó lo suficiente al sujeto de la camilla, y pasó la mano enguantada por sobre el cuerpo inerte, este retorciéndose de la nada, una imagen que nadie podía ver, solo la Muerte y su aprendiz. El alma, esa imagen distorsionada de la persona, salió del cuerpo, moviéndose lentamente, en parsimonia.
Había aprendido, con todas las almas que había visto, que estas salían de maneras diferentes. Nunca había visto un alma que estuviese tan desesperada como el alma de su padre cuando la Muerte la hizo visible. Era realmente desagradable, le causaba disgusto como se movía como un gusano, histérico, y a pesar de los años que llevaba en esa nueva realidad, nunca olvidaría lo que sucedió mientras vivió, su memoria estaba fresca, intacta, así como los sentimientos de regocijo y alivio que sintió cuando lo vio ahí, muerto, y luego la satisfacción de saber que se había ido para siempre.
Cortado del mundo de los vivos.
Si, agradecía que Ruby la hubiese sacado de ese plano, donde solo tendría que soportar aún más caos, aún más recuerdos, y la presencia de su padre seguiría ahí, latente, persiguiéndola.
Cerró los ojos un momento, respirando profundo, llenándose los pulmones con el aroma que había ahí, sobre todo del aroma que provenía de un florero, los lirios tan vivos en un lugar tan carente de vida, en más de un sentido. No podía disfrutar de mayor sonido ante el detenimiento del tiempo, pero si podía disfrutar de sus otros sentidos.
Si bien en su nuevo hogar, en la oscuridad, la Muerte podía crear y materializar a su antojo, seguía sin ser algo tan real y palpable como la misma realidad, así que solía tomarse unos segundos para tocar las superficies, para sentirlas en sus manos corpóreas.
No se aburriría de eso, de sentir el mundo humano, el mundo real, o al menos esperaba que no.
Aun así, no debía pecar de egoísta y pedir que alguien muriese en un lugar bonito, aunque Ruby le dijese que era algo normal sentirse así. Eran seres infinitos, inhumanos, que en algún momento de la historia fueron humanos, así que era normal el sentir algo de nostalgia.
Si, sentía nostalgia, pero no superaba la emoción de ver un lugar nunca antes visto por sus ojos humanos.
La guadaña se movió y el alma soltó un chillido que se le hizo familiar, y se sintió inexplicablemente agobiada. Se sentía en calma hace solo unos segundos, pero ahora le caía un peso extraño sobre los hombros.
Sus sentimientos se volvieron extraños, o aun le costaba entenderlos.
Sintió nada más que miedo y odio por muchos años, así que a veces era complicado entender otro sentir diferente.
Al abrir los ojos ya estaba en la profunda oscuridad, y ya se sentía más tranquila ahí, era un hogar, algo que nunca sintió. A pesar de ser nada más que oscuridad, se había acostumbrado lo suficiente para sentir comodidad. No había cambios ahí dentro, no había sorpresas, no había nada más a parte de ellas dos, así que se sentía segura. Ahí podía hablar sin miedo, pensar sin miedo, era dueña de sus pensamientos y emociones.
Grim Reaper no la juzgaba, de hecho, la motivaba a hablar más, a tener libre albedrio.
La Muerte caminó por el abismo, sus pasos firmes y decididos como siempre, hasta llegar donde estaba el sofá que solía materializar ahí adentro, y antes de sentarse, dejó la guadaña recta en el aire, en la nada, firme. Notó las venas negras subir por el cuello ajeno, y también las notaba más últimamente, y tenía claro que irían en aumento con los años.
Si, era un ser infinito, ¿Pero a que costo?
Esta le dijo que sería un trato que le daría nada más que soledad, pero no estaba sola, no lo estuvo nunca desde que llegó, y temía que el día llegase. Su compañía era algo valioso que creyó que jamás podría tener siquiera un atisbo.
Los ojos plateados la miraron, curiosos. Al parecer su silencio debió llamarle la atención.
Solía ser callada, pero evitaba serlo, ya no más.
"¿Te recordó a tu hermano?"
Pestañeó, y asintió en respuesta. Ahora el sentimiento extraño de hace unos momentos haciéndole sentido. ¿Cómo no se dio cuenta antes? Ruby tenía razón, aquel grito le recordó el sonido que hizo su hermano cuando su alma fue recolectada.
Esta le dijo que se quedase, que iría sola al mundo humano a recolectar el alma, pero ella no quiso. No lo aceptó. No se iba a perder ni una sola muerte, pero le costó aceptar que vería a su familia también morir.
Sentía que había pasado mucho desde ese día, cuando toda su familia murió.
Su madre, su hermana, su hermano.
Vivieron largas vidas, a pesar de los riesgos de los caminos que escogieron. Le tuvo rencor a cada uno de ellos, pero verlos ahí, soltando su último aliento, fue algo que le afecto más de lo que creyó. No los odiaba tanto como a su padre, porque sabía que era a causa de él que su familia había sido así de mordaz, así de desastrosa, él era el culpable, así que el resto merecía al menos el beneficio de la duda.
Y se lo había dado a cada uno de ellos.
Como el ser infinito que sería una vez que Ruby se fuese, podría husmear en la vida de los humanos, ser un espectador más, y eso mermaría un poco su soledad, sin embargo, temía encariñarse con alguien, así como les pasó a los que serían sus sucesores. Encariñarse a alguien y no poder hacer nada si este moría, o, por el contrario, conocer a la raíz del mal y no poder hacer nada para mantenerlo a raya, eran situaciones que no se creía capaz de soportar.
Prefería solo verlos morir, nada más, sin mayor conexión.
De hecho, se obligó a prometerse a sí misma de que no espiaría a la humanidad, que no mataría así el tiempo, se rehusaba. No quería sufrir por algo similar ni cargar con el peso que no le correspondía cargar. Y, cuando Ruby le ofreció que mirasen en la vida de su familia, se rehusó también. Tal vez debió hacerlo, debió conocerlos en la intimidad, pero sonaba a algo malo, a algo moralmente indebido. Aunque eso significase el tener solo malos recuerdos de las personas que eran, o que fueron.
Podía vivir con eso, o de eso se convenció.
La Muerte le ofreció la mano, esta enguantada y estirada, y se vio acercándose, buscando tener aquel acercamiento al que se había acostumbrado con el tiempo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca para sujetar la mano con la suya, esta se alejó.
Miró a la mujer, y esta solo le dio una sonrisa, mientras notaba como esta se retiraba el guante de su mano. Se notaba humana, pero seguía teniendo ese atisbo inhumano, así como la mujer en general. Pronto ella misma se vería así, si es que no lucía así en ese instante. No es como que pudiese verse a sí misma de manera general.
La mano volvió a ser ofrecida, y la tomó, sin dudarlo.
No solía dudar de esa persona, no antes, menos ahora.
La mano, más grande que la propia, la mantuvo sujeta en un agarre firme, y los plateados la siguieron observando, de nuevo como si quisieran ver dentro de su cabeza, pero al parecer esta ya no tenía aquel poder, o tal vez, solo tal vez, fingía no tenerlo y le daba la oportunidad de hablar por sí misma en vez de leerle la mente como cuando se conocieron.
Desde que llegó ahí que no sentía sus pensamientos ser leídos y por una parte agradecía la privacidad, pero, por otra parte, se veía obligada a hablar, y cuando llegó, hablar no se le daba precisamente bien.
"Solo han pasado dos años desde aquel día, es normal que te afecte. Sabes que puedes confiar en mi para hablar de aquello si así lo quieres."
¿Dos años?
Dos años desde que su hermano murió, por ende, murió la última persona que quedaba de su núcleo familiar.
Se sentía eterno desde que sucedió aquello, no podía creer que habían pasado solo dos años.
Su mente parecía haberlo superado, pero tal vez el corazón en su pecho aun no, sus sentimientos aún seguían frágiles.
Al fin y al cabo, era su familia.
Bajó el rostro, mirando las manos unidas.
Podía notar cual era la suya, tan diferente a la de la Muerte, en las ajenas se notaban las venas pronunciadas y las uñas en forma de garras, y las propias eran tersas aún, casi vivas, pero tan pálidas como la de la misma Muerte, en eso eran parecidas, y le daba gusto que fuese así, aunque no entendía muy bien el porqué.
"Mi cuerpo lo siente reciente, aunque mi cabeza, al contrario, lo siente como si hubiese pasado un siglo de ese día."
Notó una leve sonrisa en el rostro de Ruby, sus ojos rasgados brillando tranquilos, calmados, así como el leve movimiento que hacía el pulgar de esta en el dorso de su mano.
"Los años se aprecian de forma diferente en seres como nosotras, nuestra mente funciona mucho más rápido que antes, más rápido que el mismo tiempo, pero los sentimientos humanos siguen siendo imperfectos, así que permanecen detenidos, lentos, confusos."
Ruby acercó su otra mano, esta aun enguantada, y la posó sobre sus manos unidas, sujetándola, arropando su mano, y siempre le causaba tanta calidez ese gesto tan normal.
Si, algo tan normal como un agarre de manos, para ella, para la forma en la que vivió, era la muestra más grande de intimidad con otra persona.
Y esa persona era su salvadora.
Realmente no habría sobrevivido en ese mundo cruel, en el mundo humano, luego de lo que hizo, ni tampoco habría tenido la libertad que tenía ahí, como la aprendiz de la Muerte.
"Si te sirve de consuelo, la acción que tomaste ese día, cuando decidiste levantarte y atacar a tu padre, los liberó tanto a ellos como a ti. No los salvaste de la muerte, pero si evitaste que muriesen a causa de él. Estaban agradecidos por lo que hiciste."
Quiso llorar, y lo habría hecho, aunque no acostumbrase a soltar lágrimas, no desde que era una niña y pedía que la Muerte llegase. La detenían también sus mismos sentimientos defectuosos y la mujer en sí misma, que la mantenía en su centro, siempre, sin importar lo que pasara. Sin importar lo que viese, sin importar lo que sintiese.
Se sentía en control.
La voz de la Muerte seguía siendo así, como antes, como un eco, pero se había acostumbrado a como sonaba, a la sensación que le daba, y le causaba una mezcla de sentimientos difusos. Y si, ahora entendía, sus sentimientos humanos debían de intentar con todas sus fuerzas el imitar el infinito de su nueva existencia, sin poder lograrlo. Eran confusos y lentos, imposibles de descifrar en ciertas ocasiones, y tenía claro que mientras más años pasaran, más difusos se volverían.
"¿Se hace más fácil con los años?"
Miró a los plateados de nuevo, para encontrarlos que seguían observándola, incluso cuando sus celestes miraban hacia el suelo, hacia el abismo bajo sus pies. Esta asintió, lentamente, mientras había una leve sonrisa en su rostro.
"…si."
La voz de la mujer vaciló, lo notó.
Había aun humanidad en ella, que tenía ya más de quinientos años, y probablemente aun sintiese dolor.
Notaba como el cuerpo de esta moría, se mantenía joven, pero había detalles que la hacían lucir cada día más cerca de la muerte, más cansada, y era porque era una humana que había adquirido el título. Era la humanidad perecible transformándose en algo eterno, y eran cosas completamente diferentes.
Se vio apretando los labios.
Si su hermano había muerto hace dos años, y este parecía de unos setenta cuando murió, y lo vio por última vez cuando este tenía diecisiete, haciendo el cálculo aproximado, debía de llevar entre cincuenta a sesenta años ahí, convertida en un ser eterno.
Habían pasado más de medio siglo desde que conoció a la Muerte, y parecía haber disminuido su existencia en ese tiempo. Aun seguía, aun seguiría, pero si la Muerte anterior se retiró, debió ser porque su cuerpo humano no resistió más y decidió dejarle la tarea a la persona siguiente en la línea.
Si, los sentimientos eran extraños, pero ahora era su cabeza hablando, era su lógica.
Ruby iba a retirarse en cualquier momento, podía ser en un año, podría pasar una década, siglos incluso, pero el día llegaría.
Se vio poniendo su otra mano en el grupo de manos que ahí yacía inerte, en grupo, firme, y se unió.
Esperaba que esta se quedase más tiempo, no estaba lista para la soledad.
No estaba lista para estar sin la Muerte.
Para ser la Muerte.
