GRIM REAPER

-Soledad-

Mantuvo los ojos cerrados por más tiempo del necesario.

No necesitaba dormir, su cuerpo no lo necesitaba, aun así, simulaba estar durmiendo, disfrutaba de esa sensación.

Cuando era niña, cuando no había pesadillas, disfrutaba dormir, disfrutaba el liberar su mente y simplemente soñar, imaginar lugares hermosos, situaciones agradables, su mente se llenaba de regocijo ante aquellas imágenes, la imagen de una familia perfecta.

A veces soñaba que tocaba el piano con su hermano menor, ambos, lado a lado, los dedos moviéndose por las teclas, creando sonidos que convergían en una perfecta melodía, sin presiones, sin obligaciones, solo tocando una pieza por mero gusto. Le gustaba aquel sueño, le gustaba ver el gran salón de música iluminado con los tintes naranjos del atardecer, así como sentía algo de calor al tener a su hermano cerca, así como el calor del verano logrando atravesar los grandes muros.

Otras veces soñaba con su hermana mayor, se imaginaba a ambas el jardín de rosas en plena primavera, el aroma esparciéndose por todo el lugar mientras el agua de las piletas resonaba al son de los pájaros cantando a la media mañana. Imaginaba a su hermana moviéndose con habilidad, enseñándole, suave, su voz como un canto, tan diferente a la realidad, y disfrutaba plenamente de algo similar si es que el trato era así de encantador.

Y ahora, ahora recordaba el sueño que tenía con su madre. No era en ningún lugar en particular, pero si era precisamente en la gran cama donde esta dormía. Su alrededor variaba, dependiendo de lo que más le causara confort en ese instante, pero en su mayoría era un cielo nocturno. Un cielo tranquilo, estrellado, la luna brillando, y ella estaba ahí, acostada al lado de su madre, siendo arropada por los brazos ajenos. Podía sentir su calor, podía sentir la cercanía, podía sentir todo aquello que jamás recibió de esta.

Ahora lo recordaba, porque se veía en esa situación, arropada.

No había aroma en el abismo, pero si había un aroma que provenía de la Muerte.

Y si, el olor a muerte y a putrefacción existía, pero era aún más notorio en el mundo humano, ahí, en la oscuridad infinita, podía sentir solo un atisbo. Ahora, en particular, era un aroma a rosas, así como el que sentía en sus sueños con Winter. También estaba la calidez de su cuerpo, en el mundo humano completamente abrasador, como el mismo infierno, pero ahí, no, ahí era tibio, como un día de verano en el atardecer, tal y como en los sueños que tenía con Whitley. Y el brazo de esta, sobre su cuerpo, sosteniéndola contra su cuerpo inhumano, le recordaba a la calidez, a la seguridad, que sentía en aquellos sueños con su madre.

Sus sueños no se hacían realidad, no pudieron hacerse realidad antes y jamás iba a ser posible algo similar. Si, había aprendido que el universo era mucho más grande y desconocido de lo que creía, pero, aun así, su existencia había muerto, se había desvanecido, dejando nada más que migajas en las mentes de quienes la conocieron. Y su familia, su familia había sido eliminada de ese mundo, siendo llevada a un lugar desconocido, al menos para ella, no para la Muerte.

Sus almas estaban separadas, y no volverían a unirse, no ahora, no nunca.

No iba a darse falsas esperanzas, que, si bien la magia existía, tampoco era omnipotente.

Ni siquiera el Grim Reaper lo era.

Pero se conformaba, no, no solo eso, si no que agradecía la oportunidad de sentir aquello. De sentirse así. Era una oportunidad del destino, del universo, e iba a aceptarlo gustosa.

Abrió los ojos, su rostro aun apoyado en el pecho de la Muerte, pudiendo ver el traje negro bajo la capucha color sangre. No quería moverse, probablemente debiesen moverse pronto, en cosa de segundos, a mandar a otra alma a su nuevo destino. Pero no quería.

Pero debía.

La mano enguantada pasó por sobre su brazo, acariciándola, sujetándola, y al mismo tiempo llamando su atención, y siempre le impresionaba el cuidado con el que esta siempre se movía.

Antes, le causaba curiosidad.

Ahora, le preocupaba.

Era una lentitud inusual, un efecto de su progresiva degeneración.

La mera idea le hizo sujetarse al traje de la mujer, su mano agarrando la tela, su mano cada día más inhumana.

"Es hora."

Lo sabía, lo sabía.

Se removió, liberándose del agarre y al mismo tiempo liberando a su compañera en las tinieblas. Pero no la miró, no fue capaz de observar esos ojos plateados.

La Muerte se movió, sus manos sujetándose del sofá, intentando hacer fuerza para levantarse, pero no pudo, y atrajo su guadaña hacia una de sus manos, para usarla de bastón y así poder ponerse de pie, logrando su cometido.

Miró la escena sin poder moverse.

Eso estaba pasando a menudo, demasiado.

Se movió deprisa, su cabeza funcionando más rápido que la misma situación, y se acercó a la mujer, la cual dio un paso en falso y por poco cae al suelo. La sujetó, mantuvo las manos firmes en la cintura de la Muerte, mientras que notaba como el cuello ajeno se llenaba de venas oscuras, tal y como la conoció, pero estas avanzaron más arriba, hasta sus ojos, hasta sus sienes, luego volvieron a ocultarse.

Notó molestia en su rostro, pero rápidamente volvió a sonreírle como siempre, capaz, poderosa, tal y como debía ser el llamado Grim Reaper.

Pero no pudo relajarse, ni siquiera con esa sonrisa, ni siquiera con la mujer volviendo a recuperar sus fuerzas.

Estaba muy cerca de perderla.

Tuvo ese pensamiento, de que esta la iba a dejar, hace muchos años, más de un siglo probablemente, no lo tenía claro, pero si, una eternidad. Y ahora, parecía que el momento finalmente había llegado.

Pero seguía sintiéndose igual que en ese entonces, preocupada, con miedo, sin querer que esta se fuese.

El portal se abrió y la Muerte la miró, ofreciéndole la mano, como siempre.

Pero no la tomó.

No lo hizo.

Notó de inmediato una expresión consternada en esta. Los ojos plateados carentes de brillo seguían siendo emocionales, había aprendido a leerla luego de siglos estando solas, conociéndose, poco a poco. Ruby frunció las cejas, y volvió en sus pasos, acercándose, usando de nuevo la guadaña como su bastón, lo que la mantenía estable a pesar de todo.

La mano enguantada llegó a la suya, y se vio sostenida, con firmeza, como cada día desde que llegó a ese abismo.

"¿Qué sucede?"

¿Qué sucede? ¿No lo sabía?

No pudo evitar fruncir el ceño. Estaba enojada, no con Ruby, si no con su incapacidad de darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, cada día más seguido.

"Estás muriendo."

Sus palabras sonaron severas, y creyó que se escuchó tal y como ella misma escuchaba a la Muerte, como un eco frio y profundo.

La mano enguantada se alejó, y notó real preocupación en los ojos plateados. Se veían dolidos, así como su rostro, y ante tal emoción las venas volvieron a emerger desde debajo de su camisa. Era su debilidad la que aparecía, la que se arrastraba por su piel, haciéndose visible.

Ruby miró hacia abajo, y no había visto una mirada así de débil jamás en toda esa vida eterna juntas.

"Lo sé. No me queda mucho tiempo."

Se volvió a acercar, ahora que el final de aquella mujer se desvanecía, no podía siquiera aguantar un momento lejos de aquel tacto.

No quería perder a la Muerte, no quería alejarse de la Muerte, y sonaba hasta irónico decirlo.

La sujetó de nuevo, sus manos como garras aferrándose al traje oscuro. No pasó mucho tiempo para que las manos ajenas se acercasen a su cuerpo, aferrándose a sus hombros, de nuevo en ese agarre firme, que le daba seguridad. Apoyó la frente en el pecho de Ruby, respirando de nuevo su aroma, disfrutándolo, y se rehusaba a alejarse.

No le quedaba mucho tiempo, ¿Pero cuanto era eso? ¿Años? ¿Semanas? ¿Días? ¿Horas? No, no podría soportarlo, no lo aceptaba, deseaba pedir más tiempo, no era suficiente, en ese plano eterno, años no eran nada y al mismo tiempo era demasiado, pero en ese instante, tener menos tiempo que la eternidad, no iba a ser nunca suficiente.

Siempre se sintió sola, toda su vida, cada día que pasaba sentía que era el día más solitario de su vida, el más solitario de su existencia, luego llegaba el día siguiente y la situación empeoraba, y se convertía, de nuevo, en el día más solitario, superando al anterior. Sobrepasándolo en la miseria, en el miedo, en el odio, en la soledad.

Ahora no.

Desde que llegó al infinito, cada día era mejor que el anterior, cada día aprendía más, cada día hablaba más, cada día se sentía más libre, cada día los sentimientos agobiantes empezaban a disminuir, y la compañía a su lado aumentaba. Año tras año la relación que tenía con aquel ser eterno era más estrecha, cada año que pasaba se sentía unida a esa persona, en más de un sentido, y sin darse cuenta, cada día su dependencia aumentaba. Era dependiente de esta, y si bien no podía darle sentido a sus sentimientos, era evidente que le dolería perderla.

Si la perdía, volvería al pasado, volvería a sentir que cada día era más solitario, y ahí, en ese universo oscuro, infinito, se sentiría aún más miserable que en esos tiempos, encerrada en su prisión.

Ruby apoyó la mejilla sobre su cabeza, suavemente, y se sintió de nuevo envuelta en ese agarre, arropada entre los brazos de la Muerte, y jamás hubiese creído que se sentiría así de bien el hacerlo.

"Lo siento, quería evitar que estuvieses sola de nuevo, pero mi cuerpo ya no puede aguantar tanta eternidad."

No lloró, no sentía como antes, su mente demasiado desarrollada para romperse así de fácil, pero quiso llorar, quiso quebrarse en ese instante, sabiendo que iba a estar acompañada. Ahí podría llorar y sentirse reconfortada, no como cuando estaba viva.

Pero las lágrimas no saldrían.

Nunca más saldrían.

Grim Reaper le dijo que iba a ser una existencia solitaria, y aceptó el trato. Probablemente habría podido soportarlo, de haber estado de buenas a primeras como la segadora de almas, de haber aparecido en ese mundo y haber tenido aquella guadaña en la mano, tal vez no se habría sentido tan desesperada como en ese instante.

Pero no.

Ruby la acompañó, le enseñó, y no solo eso, si no que le dio cosas que en su vida nadie le dio.

Apoyo, compañía y amor.

Amor.

Si, era amor.

Y ahora que disfrutó esas sensaciones, ahora que se embriagó de cada una de ellas, dejarlas ir era imposible.

¿Quién es su sano juicio dejaría ir algo así de importante sin siquiera pelear?

Ella no. Definitivamente ella no. Nunca.

Pero ahí estaba, con las manos atadas. No podía hacer nada. No era una relación rota por problemas mundanos, discusiones, o aquellas peleas que sus padres solían tener cuando era una niña. No, nada similar, esas cosas podían tener arreglo, podían hablarse, pero en aquel mundo, las cosas no eran tan simples.

El cuerpo humano, mundano, en ese mundo, no resistía mucho tiempo.

"No quiero perderte."

Habló, y a pesar de lo infinitamente destrozada que se sentía, su voz sonó tal y como la de la Muerte, fuerte, capaz. Ya no era humana, débil, pero, aun así, se sentía como esa niña de antaño, la que se escondía bajo las sabanas, llorando, pidiendo a gritos la salvación, la liberación de todos sus males, de su miserable existencia.

Sintió los labios de Ruby sobre su cabello, mientras la sentía asentir.

"Aún tengo tiempo, lo suficiente para encontrar la forma de no abandonarte. Tampoco quiero alejarme de ti."

La voz de la mujer sonó débil, no como la Muerte, no como la propia, sonó incluso humana, y aquello le hizo sentir el pecho incluso más apretado que antes. Soltó la tela que tenía firme en sus manos, y rodeó el cuerpo ajeno con sus brazos, así mismo los brazos ajenos la rodearon.

No podía dejar ir ese amor, sin importar lo eterno que fuese.

Si, necesitaba que fuese eterno, quería que fuese eterno.

Antes rezó por la muerte, para que se llevase al demonio que la hacía sufrir incansablemente, y ahora iba a rezar de nuevo, pero por otra razón.

Por favor, danos otra oportunidad de amarnos.

Solo podía esperar que alguien en ese vasto universo la oyese.

Así como la Muerte la oyó años atrás.