GRIMM REAPER
-Humanidad-
…
Dio un salto cuando escuchó el hierro retumbar en el suelo.
En el suelo en el reino de los vivos.
Ahí, donde el tiempo no trascurría, donde el silencio se mantenía rígido, el sonido de la gran guadaña al caer al suelo retumbaba como tambores anunciando la tan poco apreciada muerte. Y, de nuevo, era irónico decir eso al ser la misma Muerte quien dejó caer el arma que cortaba las almas de sus recipientes.
Se acercó, lentamente, sus pasos calmos a pesar de la ansiedad que consumía su cabeza.
No quería acercarse y poder ver la realidad.
No quería aceptarlo.
Pero ya lo tenía claro.
Era el fin, o muy cerca de este.
Se tomó un segundo para mirar la escena, el lugar donde estaba.
Una casa.
Los pisos eran de metal, y las paredes de concreto. El último siglo parecía haber cambiado su mundo por completo, al menos el mundo donde solía vivir. Había máquinas y objetos que parecían darle facilidades a la humanidad. Todo estaba automatizado, incluso algunas vidas.
Miró el neonato en esa cama que, si bien parecía ser ergonómica, lucía demasiado incómoda para un ser tan pequeño. Notó también un tubo en las fosas nasales del bebé, dándole oxígeno.
Las complicaciones en el parto se volvían usuales en ese mundo, cada día más tóxico, y de nuevo, tal y como pensó siglos atrás, ni siquiera la más alta tecnología podía evitar lo inevitable. Si bien había menos muertes o personas muriendo a muy extensas edades, la tecnología dándoles más tiempo, al final morirían.
Siempre morirían.
Ni siquiera la inmortalidad de un ser perfecto como La Muerte salvaba a un cuerpo humano.
Y la prueba estaba ahí, en el suelo.
Podía escuchar una tos retumbar en el cubículo frio donde se encontraban, mientras el cuerpo de La Muerte se retorcía, sus manos firmes en el suelo. Se removía con cada uno de los temblores que su garganta daba, y ahora que lo notaba, una mezcla viscosa y negra salía de su boca, enlodando el metal.
No lloró, no podía, pero sentía lastima, sentía pena.
Ver a la persona que más quería en esa condición, le causaba un dolor imposible de calcular.
Respiró profundo, dándose fuerzas, y se acercó, posando sus manos en los hombros que temblaban, su cuerpo intentando sobrellevar la eterna muerte.
Se quedó ahí, a su lado, esperando que se repusiera.
Su rostro se había vuelto completamente negro, las venas surgiendo tan grandes, tan largas, tan oscuras, cubriendo gran parte de su cara, incluso sus manos debían estar así, venosas, negras, pero los guantes las mantenían ocultas. Todo su cuerpo debía de estar en la misma condición.
Mas de quinientos años viviendo en el abismo, y luego otros trescientos con ella, a su lado.
Era demasiado tiempo.
Ya no podía más.
Esperó.
Y esperó.
Y siguió esperando…
Pero La Muerte no logró levantarse.
Al menos la tos se detuvo, luego los temblores, pero aquello dio paso a los jadeos.
Una mano enguantada se movió hasta la guadaña, pero incluso cuando la sujetó, no fue capaz de moverla, de levantarla, y con eso ayudarse a sí misma, usarla de nuevo como bastón.
Ya no podía, ya no era capaz.
No quería ayudarla, no quería quitarle su lugar, pero no podía aguantarlo más.
Era demasiada tortura.
Demasiado sufrimiento.
Se levantó, acercándose a la guadaña, la mano enguantada aun sujetándola, usando toda la fuerza que tenía para levantarla sin éxito. Ruby dejó de pelear cuando fue ella quien tomó la guadaña. No quería hacerlo, nunca lo había hecho, le pertenecía a La Muerte, y que ella, nada más que una aprendiz siquiera pensara en tomarla, era casi un pecado.
De hecho, por un momento creyó que no podría levantarla, pero lo logró y casi sin esfuerzo. Se acercó al pequeño ser ahí, inerte, muerto, e imitó el movimiento que vio tantas veces en esos siglos. El alma se levantó, siseando suavemente, meneándose sin coordinación, sin nada, un alma inexperta, un alma joven.
¿Cómo sería su propia alma?
Cerró los ojos por un momento al ver imágenes en su cabeza que no eran las propias, no eran las de su vida, si no que eran las de ese bebé el cual apenas tenía su vista lo suficientemente desarrollada. Podía ver las vidas que tomaba, lo sabía, venía con el título, estaba claro, pero nunca creyó que se sentiría así, tan melancólico, y sin mencionar de que se trataba de una vida joven, demasiado, sin vivencias.
Ahora entendía esa abrumante labor.
Sostuvo la guadaña, y la movió como vio a Ruby moverla por tanto tiempo, y fue natural, no le costó, era como si lo hubiese hecho durante toda su vida.
El corte fue perfecto, y el alma se movió.
Su vista se vio cegada por un segundo, la imagen siendo blanca, totalmente blanca, mientras el llanto del alma se desvanecía en el aire, un sonido alejándose, más y más, hasta ser imposible de escuchar.
Su labor estaba hecha.
Se giró, buscando a la mujer, la cual estaba sentada en el suelo, observándola. Se veía cansada, se veía destrozada, se veía en sus últimos momentos, pero aun así esta le sonreía, orgullo en sus facciones.
Le sonrió de vuelta, mientras le ofreció la mano para ayudarla a levantarse, y esta la tomó sin dudarlo.
Ruby seguía siendo más grande que ella, más alta, pero ya no la veía tan imponente, la veía débil, y era evidente, ya que poco a poco perdía la vitalidad, la vida. Esta parecía decirle algo, pero la acalló, siendo ella quien ahora abría el portal hasta el otro lado, tiñendo todo de negro. El metal, el cemento, los muebles, las maquinas, las luces, todo oscureciéndose, tiñéndose de negro, y ahora estaban de nuevo en el abismo, en su abismo, en su hogar.
No sabía cómo estaba moviéndose, como estaba logrando que las cosas funcionasen, pero se sentía natural.
Estuvo aprendiendo todo lo que podía sobre ese trabajo, pero no creyó que sería tan normal el hacer hasta la más mínima cosa, ni siquiera vaciló al materializar aquel sofá en la nada misma. No había complicación.
Era su trabajo, era su destino.
Llevaba siglos con aquel título sobre su hombro.
Ayudó a que Ruby se sentase, y cayó poco grácilmente, aun jadeando, aun respirando con dolor. Las venas ya habían desaparecido, pero estaban ahí, moviéndose sobre el cuello de la camisa, esperando para volver a aparecerse por completo, para resurgir.
Escuchó a Ruby reír, para terminar tosiendo de nuevo, las venas moviéndose, pero esta apretó los labios, aguantándose, controlándose, manteniendo la compostura un momento más. Y lo logró, lo suficiente para que las venas volviesen a su lugar y la tos se acabase.
"La primera vez que usé la guadaña rompí un par de tablas de la pared, así que creí que era normal ser un poco torpe al principio, por lo mismo, no imaginé que serías así de eficiente."
Se vio sonriendo, agradeciendo el buen humor de su compañera, y se sentó a su lado, no sin antes dejar la guadaña clavada en el suelo oscuro, dejándola de pie, firme. Tomó la mano de Ruby, la cual estaba firme en el borde del sofá, estas evitando que su cuerpo cayese tanto para atrás como para adelante, manteniendo su propio cuerpo firme, a duras penas.
"Siempre he sido natural con las armas."
Ruby la miró, sus ojos plateados con menos brillo que antes, cansados, pero aun así se veía de buen humor, peleando hasta con su ultimo respiro.
"Creí lo mismo de mí."
Soltó una risa, y Ruby quiso hacer lo mismo, pero no fue capaz, su garganta evitándolo, ya no más con tos, ahora solo un jadeo rasposo.
Esta se quedó mirando hacía el abismo, sin fuerzas ni siquiera de mirarla a los ojos.
Era un adiós, lo tenía claro.
Su rostro se removió, su cabeza agachándose por un eterno segundo, cayendo por su propio peso, sin fuerzas, pero esta negó, luchando de nuevo para mantenerse recta, para mantenerse firme en su posición. Parecía que le quería decir algo, pero no encontraba las fuerzas para hablar, solo escuchaba los rasguños que hacía el aire en su garganta, saliendo nada más que suspiros quebradizos.
La sujetó, obligándola a dejar la espalda firme en el respaldo, así al menos su nuca tendría apoyo y no caería.
Se veía muy diferente a cuando la conoció, tan fuerte, tan capaz, tan viva, su cuerpo siempre inhumano, pero lleno de energías, ahora se apagaba, moría, cada célula de su cuerpo se esforzaba para mantenerse en movimiento, pero ya no podían reproducirse más, ya no había forma.
Luego sería su turno, le pasaría exactamente lo mismo, iba a morir al igual que La Muerte.
Ruby sujetó su mano, firme, como siempre, pero débil, tan débil.
Los plateados la observaron, sin dejar su mirada, recuperando fuerzas para hablar.
"Como mi sucesora, debes usar la guadaña en mí, enviar mi alma lejos."
Giró el rostro de manera automática, buscando dicha arma aun inerte en el lugar en que la dejó, pero dejó de mirar cuando la mano, débil, apretó la suya, y ahí volvió a mirar a Ruby.
No quería dejar de mirarla, no quiso desviar la mirada de ella, se prometió que no lo haría, que no desperdiciaría ni un segundo sin tener un contacto con esta, pero el último tiempo se vio fallando a su palabra. Le dolía verla así, sufriendo, débil, muriendo, no era capaz de mirarla sin sentir que su cuerpo humano se apretaba en malestar, que la presión contraía sus huesos, sus órganos.
Tenía una conexión con La Muerte, iba a tomar su lugar, y en ese instante eso estaba haciendo, pero esa conexión dolía, le dolía mucho.
Perderla dolía.
Ruby le sonrió, su sonrisa débil, ahora toda La Muerte era débil, no, de hecho, ya ni siquiera podía decirle Muerte.
Ya no lo era más.
"Pero encontré la forma de estar por siempre a tu lado."
Abrió los ojos de golpe, sorprendida.
¿Era eso posible?
No, no podía ser. El cuerpo humano se iba desintegrando con el tiempo. Era imposible, mucho menos en ese estado.
¿Entonces qué? ¿Qué podía hacer?
"Si se trata de alguna estupidez como que tu alma vivirá siempre conmigo en mis recuerdos, te juro que yo misma te mataré."
Notó sorpresa en los plateados, y esta soltó una risa, o al menos algo parecido, mientras su cuerpo se removía dolorido con el esfuerzo de su garganta, pero no parecía importarle.
Nunca le había hablado así, tal vez su cabeza, incluso con la sabiduría que tenía, seguía siendo el cerebro humano, con tantos fallos, con tanta desesperación, con tanta ira.
No iba a aceptar algo así.
Ruby negó, respirando con dificultad.
Se vio tomando ambas manos ajenas en las suyas, firmemente, y esperó que Ruby sintiese la misma seguridad que esta le dio durante esos siglos.
"Ahora sé que el alma que cumpla la labor de La Muerte puede optar por diferentes opciones, como la liberación, unirse al universo, nada más que ser energía, y ese es el camino eligió mi antecesor. También ser liberado en el cielo o en el infierno, como le plazca a la persona, o también, la última opción, ser liberado en el mundo humano, de nuevo."
Frunció el ceño, sin entender lo que ocurría.
No entendía como cualquiera de esas opciones iba a beneficiar la relación eterna a la que aspiraban.
Ruby no dejó de sonreírle, mientras hacía el esfuerzo sobrehumano, nunca mejor dicho, de llevar sus manos unidas hacia el rostro, permitiéndose besarla en el dorso de una de sus manos, y la sensación siempre le causaba alivio, le causaba tranquilidad, a pesar de la Muerte acechando.
"Voy a volver a nacer como un humano, voy a volver a ese mundo, una vez más. Quiero que me busques, quiero que me traigas contigo a este lugar, quiero volver a pasar siglos a tu lado, de nuevo."
Renacer.
Ruby iba a renacer.
Podría ver a Ruby, podría verla de nuevo, ver su existencia desde la distancia, y si bien no podía interferir en los sucesos, si Ruby pudo aparecerse frente a ella, ella podría aparecerse frente a Ruby, y llevársela con ella, prometiéndole la eternidad.
Pero…
"¿Y si no me recuerdas? ¿Y si me rechazas?"
Sintió el pánico apoderarse de ella, las esperanzas apareciendo y desapareciendo demasiado rápido, más rápido de lo que era capaz de asimilar.
Pero Ruby no vaciló, la sonrisa perpetua en su rostro.
Una mano se removió de entre las suyas, temblorosa, pero siguiendo un camino en específico, y se lo permitió, la dejó huir del agarre, y se agradeció a si misma por haberlo hecho. La mano llegó a su rostro, a su mejilla, y se quedó ahí, firme en el lugar donde tenía la cicatriz, esa cicatriz que le recordó por muchos años lo capaz que era su padre.
El monstruo que era.
Ahora no, ahora su padre ni siquiera se le pasaba por la mente.
En su cabeza solo estaba Ruby, solo estaba el deseo perpetuo de permanecer a su lado, que sus existencias se uniesen de nuevo.
"Lo haré, te recordaré, lo prometo, y te seguiré sin duda. Dime que me necesitas y ahí estaré, para siempre a tu lado. Por otra eternidad más."
Aun había muchos agujeros en aquel plan. No creía siquiera que podía ser efectuado con la claridad que Ruby le decía, de hecho, necesitaba haber muerte en su camino para que pudiese aparecerse frente a esta, pero no le importaba, ni siquiera quería malgastar preciados milisegundos en romper aquella esperanza en su pecho.
Si, lo iba a conseguir, tenía fe.
Iba a rezar de nuevo, como rezó antes, y el universo le concedió más tiempo al lado de Ruby, y ahora esperaba que fuese igual de caritativo que la última vez.
Iba a encontrar a Ruby.
La iba a ver de nuevo.
La iba a traer consigo.
Y luego, cuando muriese, cuando fuese su turno de dejar ese mundo, iba a hacer lo mismo, iba a volver donde la humanidad y esperaría que Ruby de nuevo la buscase, la encontrase, y así hasta que no hubiese más universo, más humanidad, hasta que pudiese hacerse polvo junto a Ruby, ambas en la nada, agradeciendo los momentos que tuvieron juntas.
Dejame tenerla de nuevo, por favor.
Se acercó y besó los labios de Ruby, sin sentir el calor de La Muerte, si no el frio de la humanidad, y de un segundo a otro, notó frente a ella como el cuerpo humano de Ruby desaparecía, lentamente, haciéndose polvo, nada más que siendo ceniza donde antes hubo fuego. Y el alma, esa alma de la que se enamoró, aparecía, siendo liberada de ese recipiente y emprendía camino hacía otro recipiente diferente.
Y en unos años más volvería a ser aquella mujer que amó por siglos.
Si, ya vendría otra eternidad.
La Muerte nos unirá de nuevo.
