Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es bornonhalloween, yo sólo traduzco su increíble historia con su permiso.
Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is bornonhalloween, I'm just translating her amazing story with her authorization.
Thank you bornonhalloween for giving me the chance to share your story in another language!
Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.
Capítulo 2
~*~Tigresa~*~
Me desperté en un nuevo día con una sensación general de bienestar que no podía identificar con la bruma del sueño todavía nublando mi cerebro. La bruma se aclaró mientras extendía brazos y piernas en lados opuestos del colchón. El recuerdo de mi encuentro con el adorable empacador se reprodujo en mi mente como la alarma más dulce de todas, trayendo consigo una sonrisa que incluso una conversación con el cretino de mi exesposo no podía borrar.
Ahh sí, mi nuevo cachorro. Dulce, sexi, hambriento, deseoso.
Me di la vuelta y vi la hora: 7:48. Él ya debía estar en el trabajo, su pantalón caqui todavía arrugado por la lavadora de su madre, la camisa amarilla abotonada desde los puños hasta el punto de pulso en su cuello, su corbata café apagado completando su atadura corporativa.
Lo imaginé, parado al final de la banda transportadora, con ojos brillantes y lleno de energía por el Red Bull que tomó del refrigerador de empleados, esperando como un buen soldado para guardar las compras del día. Y estaría pensando en mí; me aseguré de eso. Sin importar qué suciedad tuviera que limpiar Edward Cullen hoy, mantendría un ojo en la puerta.
Pero hoy no tenía agendado un viaje a Nature's Bounty. Nop, en vez de eso el botín vendría a mí.
~*~Empacador~*~
La esperé todo el día, revisé el estacionamiento en busca del Roadster, miré a todas las castañas altas que entraban a la tienda. A las 2:30, mi jefe me llamó al mostrador de atención al cliente.
—Necesito que hagas una entrega.
—¿Yo?
—La clienta te solicitó a ti específicamente. Dijo que ayer le brindaste un servicio excepcional.
Era ella. Me mordí la mejilla por dentro para no sonreír.
—Bien.
—Como sabes, Edward, el servicio al cliente es nuestra prioridad. Solo recuerda que representas a Nature's Bounty en todo momento. —Me entregó un trozo de papel con la dirección—. Quiere medio kilo de arándanos cultivados localmente.
—¿Eso es todo?
Se encogió de hombros.
—Tal vez estaba a medio proceso de preparar una tarta. Ya hice el cargo a su tarjeta. Marcaré tu salida a las tres.
—Gracias, señor Banner.
—Gracias a ti, Edward. Por cierto, si ella decide darte propina por la entrega, está bien aceptarla.
Sí, estoy esperando una propina. Ella ya estaba pagando un cargo considerable de envío por medio kilo de arándanos; claramente el dinero no era problema. Aunque no era su dinero lo que quería.
Elegí la caja de cartón verde con los arándanos más maduros y llené el contenedor hasta el tope. Los arándanos y yo nos fuimos en dirección a la calle Morgan número 2637, mi mente se aceleraba con preguntas que mi polla quería que le respondieran.
El camino de entrada de su casa era lo suficientemente largo para ocupar diez casas. Mientras mi destartalado Volvo de mierda subía por la colina, me imaginé detrás del volante de su Roadster, con el techo abajo en un día soleado, la radio a todo volumen, su cara en mi regazo chupándomela mientras el viento pasaba a través de mi cabello. Mamada de Roadster.
Y ahora estoy duro.
Enderecé mi corbata y postura antes de tocar el timbre. La puerta se abrió de golpe y no estaba nada preparado para verla usando una corta toalla blanca y nada más. Le echó un vistazo a mi expresión estupefacta y se rio.
—¿Cómo llegaste aquí, en avión? Creí que al menos tendría tiempo para ponerme unas bragas.
Tragué con fuerza. Puede que acelerara un poco, pero ella sabía muy bien cuándo debía esperar mi llegada. Y ciertamente me pudo haber hecho esperar dos segundos más para ponerse una bata de haber querido, sin mencionar unas bragas. Dios, la mera palabra me mareaba.
—Yo, uh… tengo tus arándanos. —Recordé que debía entregarle la bolsa, pero requerí de toda mi concentración para ignorar el seductor espacio entre sus piernas, donde la toalla apenas rozaba sus muslos.
Apoyó una mano en su cadera y cruzó un tobillo sobre el otro, alzando la toalla a un espacio peligroso.
—¿Me estás diciendo que la tarifa de entrega de diez dólares no incluye que laves y guardes la comida?
Estaba muy seguro de que no.
—Por supuesto. Sí… —Carraspeé y entré—. Puedo hacerlo por ti. —O cualquier otra cosa que se te ocurra.
—La cocina está por acá. —No se molestó en dar pasos delicados al guiarme hacia la cocina y la toalla subía y bajaba con cada nalga al moverse. Me estaba provocando, pero me parecía más que bien. Iba a follarla hasta el cansancio justo aquí, justo ahora, o lo haría una y otra vez en mis sueños. Cualquier opción era mejor que lo que había estado haciendo hacía dos días, estar enfurruñado por mi situación de mierda con la polla en la mano.
Se sentó en una de las sillas de vinil rojo en la barra de la cocina y ladeó las piernas para esconderlas de mi vista.
—El colador está en el gabinete de la esquina.
No sabía nada sobre lavar fruta, pero estos arándanos serían los cabrones más limpios de la ciudad. Solté la bolsa y me subí las mangas a los codos. Ella se inclinó hacia enfrente sobre la barra, acomodándose para ver un buen espectáculo, supongo, y le eché un buen vistazo al frente de su toalla, justo como ella quería que hiciera. Mi polla se tensó en mi pantalón y le permití verlo también. Cualquiera que fuera el servicio que quería esta clienta, estaba listo para proveerlo… y algo más.
Bombeé dos chorros generosos del elegante jabón junto al fregadero y tallé mis manos como un cirujano estrella. Mis manos olían a Beverly Hills incluso si el resto de mí era Glendale. Dejé su pequeño colador de metal en el fregadero y saqué los arándanos de la bolsa como si estuviera tomando a un bebé que acaba de nacer. Le quité la liga y busqué la basura.
—Dámela —dijo.
—Claro. —La deslicé hacia ella, desenvolví el celofán y vacié cuidadosamente los arándanos en el colador. Mientras caía el agua fría, manoseé cada maldito arándano, les quité los pequeños tallos y tiré toda la fruta que tuviera la más mínima imperfección. Solo lo mejor para esta clienta.
Con lo mejor de la cosecha extraído y limpiado, cerré el agua y pasé los arándanos una vez más entre mis dedos, rechazando unos cuantos más que se sentían aguados.
—¿Dónde guardas los contenedores?
—Dos gabinetes a tu izquierda.
Me miraba sonriendo sin decir palabras, giraba la liga entre sus dedos mientras yo transfería los arándanos a un tazón de plástico. Noté con mucho orgullo que había elegido el tamaño correcto para el trabajo.
—Trabajas bien, Edward Cullen.
Su sonrisa se ensanchó mientras mi nombre rodaba de su lengua. Mi nombre. Su lengua. Esa era una combinación que me gustaba mucho.
—Estuve tres semestres en la universidad, sabes. —Estaba muy seguro de que ella también lo recordaba.
—¿Estudiante de gastronomía? —preguntó alzando las cejas.
—No. —Suspiré, negando con la cabeza. Se sentía bien bromear con ella—. Economía.
—Touché. Entonces probablemente ya te diste cuenta de que este fue el medio kilo de arándanos más caro que he comprado en mi vida.
—La idea cruzó mi mente. ¿Te gustaría comer algunos antes de meterlos al refrigerador? —No había ninguna tarta en progreso, a menos de que ella hubiera escondido bien la evidencia.
—Claro, si tú también comes un poco.
No era gran fan de los arándanos, pero la forma en que agarró dos arándanos gordos y los puso en su dulce lengua rosa me hizo cambiar de parecer. Sus ojos resplandecieron cuando vio los arándanos desaparecer dentro de mi boca. Sabían un poco ácidos, pero me gustó la forma en que explotaron dentro de mi boca cuando los mordí.
—Lo hiciste bien, Edward. Saben deliciosos.
Le puse la tapa y encontré un sitio en la repisa del refrigerador para el contenedor.
—No puedo atribuirme todo el crédito. Todo lo que hice fue elegir una caja.
Se puso de pie y se encontró conmigo en la orilla de la barra. Sin zapatos me llegaba al hombro y tenía una vista muy generosa de la parte frontal de su toalla. Puso su mano en mi brazo. Incluso a través de la manga, su toque se sentía como fuego.
—Creo que la habilidad de tomar la decisión correcta es probablemente la aptitud más importante que puede poseer una persona. ¿No lo crees?
—Sí. —Mi corazón retumbaba un latido que rivalizaba la palpitación en mi polla. ¡Elígeme a MÍ! ¡Deja caer tu toalla! ¡Bésame! ¡TÓCAME!
—Edward, ¿harías algo por mí?
—Por supuesto.
Sonrió porque qué cosa más jodidamente estúpida acababa de hacer, aceptar sin siquiera preguntar qué quería.
—¿Puedes extender las manos?
¡Aquí viene mi propina! Obedecí, presentándole mis dos palmas abiertas.
—¿Cuál mano usas para masturbarte?
Se me calentó la cara como si estuviera parado demasiado cerca de una parrilla. Hasta este momento pude haberme convencido de que solo era un chico haciendo mi trabajo, proveyendo un servicio al cliente de excelencia a una señora que se encontraba parada en su cocina usando una toalla. Pero ella acababa de cruzar una línea sólida y sospechaba que mi vida sería irreconocible al otro lado de esta.
Intenté contestar, pero se me había olvidado completamente cómo hablar.
—Yo…
Se acercó un paso y acunó mi mejilla con su mano. Contuve el aliento mientras su pulgar se deslizaba de arriba abajo por el contorno de mi quijada.
—Vamos, cachorro. No seas tímido. Todos tienen una favorita.
¿Cachorro? Antes de poder decidir cómo me sentía respecto a su nuevo apodo, mi polla se subió al tren de la tigresa. Alcé los ojos al techo y moví mi mano derecha.
Palmeando mi mejilla con caricias firmes, habló con la misma voz de mando que había usado ayer con Tanya.
—Mírame, cachorro, y habla. En voz alta.
¡Glup! Forcé mi mirada a encontrarse con la suya. No estoy seguro de qué vio en mis ojos, pero su expresión habló fuerte y claro: confianza, control.
De alguna manera encontré mi voz, pero sonaba muy serio; había terminado el momento de bromear.
—Mi mano derecha.
Me analizó de nuevo con sus cálidos ojos cafés.
—Trabajaremos en tu lenguaje la próxima vez —dijo, enviando un estremecimiento por mi espalda—. ¿Tengo tu atención?
—Sí.
—Buen chico.
Mi polla reaccionó al elogio. ¿Qué?
Me puso la liga en la muñeca izquierda.
—De ahora en adelante quiero que uses esto por mí. Todo el tiempo. Cuando duermas, cuando te bañes, cuando estés empacando compras. Y esta noche, cuando estés acostado en tu cama, pensando en mí en esta toalla, y sé que lo harás, quiero que uses esta mano para masturbarte. ¿Alguna duda?
Negué con la cabeza, temía lo que pudiera salir de mi boca si intentaba hablar.
Estiró la liga sobre mi muñeca, no lo suficiente para que doliera, pero ciertamente lo suficiente para captar mi atención.
—Usa tus palabras, cachorro.
—No tengo dudas. —¿Dónde empezaría?
—¿A qué hora es tu descanso para comer mañana?
—A las diez y media.
Sonrió.
—Estaré en el estacionamiento, en el mismo sitio. ¿Mantequilla de maní o atún?
Abrí y cerré la quijada por un segundo mientras intentaba procesar lo que estaba pasando aquí. Por alguna razón que no entendía, esta tigresa jodidamente sexi y adinerada había elegido mi patético culo para provocar y usar como y cuando quisiera, y yo solo tenía una opción en este asunto: qué clase de sándwich quería. En otras palabras, era la perra de alguien más… eh, el cachorro. En este particular momento de mi vida, no podía imaginar algo más que quisiera ser.
—Mantequilla de maní, por favor… y gracias.
Sonrió y dibujó con su dedo un círculo lento entre la liga y mi muñeca. El aro de plástico bien podría haber sido un grillete de acero. No me iría a ninguna parte.
—No me hagas esperar.
~*~Tigresa~*~
No había posibilidad de que Edward fuera a llegar tarde, no un chico que se guardaba las manos para sí mismo de forma tan malditamente admirable, a pesar de los sitios a donde vagaban sus ojos. Él necesitaba de mi advertencia tanto como un experto en bombas necesitaba que le dijeran que no debía cortar el cable incorrecto.
No podía adjudicarme el crédito por los modales del chico, al menos, no todavía. Sus por favor y gracias pertenecían a los padres que lo habían criado hasta ahora, pero no podía esperar para poner a prueba esos límites y ver si podía hacerlo estirarse como la liga que tenía alrededor de la muñeca.
