Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es bornonhalloween, yo sólo traduzco su increíble historia con su permiso.

Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is bornonhalloween, I'm just translating her amazing story with her authorization.


Thank you bornonhalloween for giving me the chance to share your story in another language!

Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.


Capítulo 3

~*~Tigresa~*~

Él tendría treinta minutos máximos para comer y planeaba sacarle provecho a cada minuto. Paré el Z4 en la esquina del estacionamiento a las 10:29, no había necesidad de parecer demasiado ansiosa, aunque mi ropa podría diferir. Después del numerito de ayer con la toalla, el diminuto top de hoy y la microfalda se sentían como ropa normal. El chico estaría esperando algo más que un sándwich de mantequilla de maní por sus esfuerzos, y con justa razón. Tenía toda la intención de cumplir.

El retrovisor me daba una vista perfecta de la puerta principal. Momentos después de que mi tablero registrara las 10:30, Edward apareció viéndose tan fresco e inmaculado como lo había imaginado. Se pasó los dedos por su salvaje cabello color bronce al avanzar directamente hacia mí, era un hombre con una misión.

Sus ojos estaban escondidos detrás de unas gafas de sol oscuras, pero su sonrisa brillaba tanto como el sol. Hacerse el difícil no parecía ser parte de su repertorio. Definitivamente estábamos en la misma página respecto a eso, aunque mi dulce cachorro tendría que estar satisfecho con "obtener" lo que yo estaba lista para dar.

~*~Empacador~*~

Marqué mi salida a las 10:30, agarré mis gafas de sol y para las 10:32 mi culo ya se encontraba felizmente acunado por la suave piel de su asiento de copiloto. El carro más cercano estaba a unas filas de distancia y con el techo del Roadster abierto, sentía que estábamos flotando en nuestro pequeño velero en un soleado mar de asfalto.

Ella llevaba un enorme sombrero de ala ancha y unas gafas de sol de diseñador que escondían la mitad de su cara, pero lo compensaba usando el top rojo y la minifalda de rayas blancas y rojas más diminutas conocidos por la humanidad. Ella era un bastón de caramelo colgando de un árbol y yo quería lamer cada centímetro. Pero ella ya lo sabía.

—Buenos días. —Quería decirle que se veía hermosa, pero sentía que era demasiado atrevido. Quería decirle lo lindo que era su auto, pero no quería sonar como un niño tonto con una erección por un carro. Mi erección era toda por ella.

Me agarró la mano izquierda de donde estaba en mi muslo, dejando un reguero de escalofríos que subían y bajaban por mi pierna. Entrelazando nuestras manos, pasó su dedo por la parte interna de la liga y sonrió.

—Dime cómo te fue anoche.

Mis pensamientos divagaron. "Tócate para mí, cachorro", dijo anoche mientras dejaba caer la toalla. Mi mano izquierda se deslizó obedientemente, cerrándose alrededor de la punta. Ella se relamió los labios y me miró. La mano se sentía rara, pero no desagradable, era como si alguien más me estuviera acariciando. Ella. La liga subía y caía con cada caricia, un recuerdo de que estaba bajo su hechizo, si no es que de sus órdenes.

Ella me miraba con esos mismos ojos moteados de dorado que me miraron anoche en mi cama, esperándome sin mucha paciencia a que dijera algo. Me retorcí en mi asiento. No responder no era una opción; lo sabía.

Me aclaré la garganta.

—Me fue bien. —Olvidé mencionar que ella me había aplaudido anoche.

Ella sonrió.

—No eres muy parlanchín, ¿cierto? —Una observación, no una crítica.

—Siempre he creído que las acciones dicen más que las palabras. —Eso sonaba maduro. Me palmeé mentalmente la espalda.

Todavía sonriendo, me soltó la mano para darme un sándwich y una botellita de leche.

Bon appétit.

—Gracias.

—Es un placer… hablando de eso… —Reclinó su asiento con un guiño.

Le di una mordida a mi sándwich, pero se quedó el bocado en mi lengua cuando vi que sus dedos desaparecían debajo de su falda. Se giró para verme.

—¿No vas a comer?

Moví la quijada y molí el pan y la mantequilla de maní con mis dientes. Tragué después de un rato, pero no le tomé nada de sabor.

Abrió las piernas; su rodilla derecha se apoyó en la consola central. Tan cerca… tan cerca. Lo que daría por una invitación para poner mi mano justo ahí, en su rodilla. Para rozar la longitud de su muslo bien tonificado con la palma de mi mano, hasta hacerla desaparecer debajo de su falda. Aunque quedaba claro que esta era una exhibición matutina a la que me había invitado, solo para ver. No me iba a quejar.

Le di otra mordida a la esquina de mi sándwich para que ella no se detuviera a regañarme otra vez.

Ella me sonrió y un cosquilleo me recorrió la espalda. Se le aceleró el aliento; igual que el mío. Con la mirada fija en mi boca, ella flexionó las caderas y las empujó hacia unos dedos invisibles. Agarré mi sándwich con ambas manos para no hacer algo épicamente estúpido. Mi polla se había hinchado, creando un predicamento muy incómodo, pero no pensaba arriesgarme a tener que ajustarme. Si una erección aprisionada era el precio de admisión, entregaría mi boleto con mucho gusto.

Fijé mi atención en la parte carnosa de su muslo, el aprieta-afloja, aprieta-afloja de ese musculo me hipnotizaba mientras ella mecía su pelvis hacia esos dedos traviesos. La tela de algodón color rojo y blanco se agitaba con el movimiento de los dedos que había debajo; su diminuta falda se subía más, más, más… apareció un poco de blanco.

Mastica. Mastica. Mastica. Traga.

Abrió la boca. Se asomó un poco de lengua entre sus labios abiertos. Soltó un suave maullido. Pensé que podría correrme en mi pantalón.

Me pregunté si se enojaría conmigo.

Me pregunté si me despedirían si regresaba a trabajar con una enorme mancha de semen en mi pantalón caqui. No podía decidir si me importaba.

Habría matado por un segundo par de ojos para poder verla por completo de una vez. Mi mirada rebotaba de un lado a otro entre el misterioso triangulo blanco en la orilla de su falda y esa salvaje mirada de éxtasis en sus ojos cuando finalmente se dejó llevar. No podría haber decidido cuál imagen me excitaba más…

O si era saber que ella me había traído aquí para mirar.

Jódanme, ¡me había ganado la lotería de la tigresa pervertida!

Parpadeando con la mirada hacia el cielo despejado, ella exhaló un suspiro largo y lleno de dicha. Tan relajada como la había dejado su orgasmo, mi situación era todo lo contrario, la imagen de la tensión. Estaba a segundos de explotar y nadie me había puesto ni un dedo encima.

Intenté ahogar mi excitación con leche al dos por ciento. Sorbe. Sorbe. Traga. Nop, todavía seguía jodidamente caliente.

Ella sacudió la cabeza como si despertara de un sueño muy satisfactorio, me miró y levantó su asiento a la posición normal. Noté que no se bajó la falda, solo se sacó la mano derecha de las bragas y la dejó sobre su regazo.

—Podrás comer tu postre en cuanto te termines tu sándwich.

Cualquiera que fuera el postre, lo quería ya. Me tragué los últimos tres bocados y me tomé la mitad de la leche después.

Su sonrisa le generó arruguitas en la orilla de sus mejillas.

—Abre la boca y cierra los ojos.

No me siento orgulloso. Lo hice.

Metió los dedos entre mis labios y mi lengua degustó sus jugos almizclados. Lamí sus dedos hasta dejarlos limpios y le agradecí por el postre.

—De nada —se rio suavemente—, pero no era eso.

Sentí que el sonrojo se alzaba a mis mejillas.

—Oh.

Un tenedor tocó mi labio inferior y abrí la boca otra vez. Una hojaldra dulce y cálida me golpeó la lengua junto con el sabor de arándanos en un jarabe espeso.

—Mmm, sabe delicioso.

Se rio entre dientes, un sonido suave y dulce que no encajaba en realidad con la mujer exigente que había dominado tan minuciosamente mi vida.

—Ten cuidado. No quieres poner celosa a tu otro postre.

Desearía poder haber visto su expresión en ese momento, pero no era un tramposo.

—No es que quiera sonar malagradecido por la tarta ni nada así…

—¿Sííí?

—Pero preferiría el otro postre felizmente todos los días.

—Entendido —dijo. Pude haber jurado que había una sonrisa en su voz.

—¿Quieres más tarta?

—Sí, por favor.

—Puedes abrir los ojos. —Regresó el tenedor. Estaba hambriento por más de ella, pero la tarta sabía muy deliciosa.

Me dio de comer el resto de la tarta, un bocado sin prisa a la vez, mientras nos veíamos con una intensidad que me provocó piel de gallina. Alguien mayor y más encantador habría encontrado algo bueno que decir, pero por mi vida que no se me ocurría nada que valiera la pena para romper nuestra conexión.

Mi celular vibró dentro de mi bolsillo. Lo saqué y pasé el dedo por la pantalla para silenciar la alarma.

—Ya tengo que volver.

Alzó las cejas.

—¿Siempre pones una alarma en tu hora de comida?

Me tenía atrapado de las bolas y ambos lo sabíamos.

—No. Tenía la sensación de que podría distraerme.

Sonrió.

—¿Y?

—Y —dije, sonriéndole también—, preferiría que no me despidieran hoy. —Justo cuando este trabajo de mierda se estaba volviendo interesante.

—Hmm, supongo que dejaré que te vayas entonces. —Me guiñó y agarró el celular que estaba en el portavasos—. Necesitaré tu número de celular.

Mi cerebro estaba ocupado haciéndose a la idea de que ella me "dejará irme"… y cómo podría ser si en vez de eso me mantenía cautivo. Desnudo y atado en su cama para hacer conmigo lo que le plazca…

Movió su teléfono frente a mi cara. Carraspeé.

—Perdón. —Recité mi número y recé para que me llamara.

Sin tener la promesa de otro encuentro, todo lo que pude decir fue:

—Gracias por la comida. Todo estuvo perfecto.

—Fue un placer. —Sí, supongo que sí lo fue.

Me quedé hasta el último segundo posible antes de salir del oasis de su Roadster. Corrí de regreso a la tienda, imaginando sus ojos en mi culo todo el tiempo. Intenté ser grácil. De alguna forma, me las arreglé para regresar al cuarto de descanso de los empleados justo a tiempo para registrar mi entrada a las 11:00.

Tanya iba de salida a su descanso y me dedicó una mirada curiosa antes de decir con desdén:

—Tienes los dientes azules.

Sí, para combinar con mis pelotas.

Llevé esos dientes azules como una placa de honor por el resto del día.

~*~Tigresa~*~

Mis instintos habían tenido razón sobre él; era un buen chico. A pesar de su juventud y el obvio entusiasmo por la persecución, este empacador tenía modales. Sabía cómo guardarse las manos para sí mismo y esperar una invitación

Todavía mejor, él no sentía la necesidad de llenar el aire con el bla, bla, bla de siempre. Su mesura silenciosa era un maldito alivio después de la incesante charla de Seth. Este chico no era del tipo que tomaba regalos que no habían sido ofrecidos y apreciaba eso más de lo que él podía saber. No me sorprendía que tampoco ofreciera más de lo que le exigía, y eso podría ser el je ne sais quoi que me tuvo pensando en él mucho tiempo después de que me lavé el sabor de su lengua de los dedos.


Je ne sais quoi: No sé qué.