Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es bornonhalloween, yo sólo traduzco su increíble historia con su permiso.

Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is bornonhalloween, I'm just translating her amazing story with her authorization.


Thank you bornonhalloween for giving me the chance to share your story in another language!

Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.


Capítulo 6

~*~Empacador~*~

—Jovencito, ¡pusiste el jabón sobre mi pan!

—Mierda… rayos, perdón —murmuré, sacando la barra de pan que había aplastado hasta quedar irreconocible.

Tanya alzó la vista de la caja para ayudar al cliente a regañarme.

—¿Qué te pasa, Cullen? Ni siquiera eres así de tarado.

—Perdón —repetí—. Iré a traerle otra barra de pan. —Mientras corría hacia el pasillo del pan, Tanya me taladró con su dura mirada de enojo, como si yo hubiera roto a propósito la regla cardenal de empacar compras solo para tener una excusa para alejarme de ella. De hecho, no era la peor idea del mundo.

Sabía exactamente qué era lo que me pasaba. Mi extraña conversación con Bella me había dejado la inquietante sensación de que había aceptado inadvertidamente algo que iba a hacer que los próximos días de mi vida fueran extremadamente desagradables.

Mi celular vibró y supe que era Bella incluso antes de leer el mensaje: Llámame en cuanto te metas a tu carro.

Cualquiera que fuera la promesa que me fuera a sonsacar, pronto lo descubriría.

~*~Tigresa~*~

Mi celular sonó a las 4:03. Respondí al primer timbre. No quería darle mucho tiempo para pensar.

—Hola, Edward.

—Hola.

—¿Ya encendiste tu carro?

—No. ¿Debería? —Maldición, me encantaba que me pidiera permiso para encender su carro.

—No, no hasta que terminemos de hablar.

—Bien.

—Quería asegurarme de que habláramos antes de que tuvieras la oportunidad de hacer algo de lo que te podrías arrepentir.

—Uh… lo siento, no te entiendo. —Su voz tenía una agudeza irregular que me hizo saber que él entendía mejor de lo que estaba admitiendo. Esperaba que pronto dejara de fingir. La honestidad era una de sus mejores cualidades y no quería que empañara la imagen que tenía de él.

—Dentro de cuatro días será miércoles, que de suerte es tu día libre. —Desearía poder adjudicarme el crédito por esa feliz coincidencia, pero eso era solo el universo sacudiendo sus pompones—. Te quiero en mi casa a la una en punto.

Lo imaginé sentado en su carro, inhalando una gran bocanada de aire, tal vez secándose su palma sudorosa en su pantalón, cambiando el teléfono a su mano seca y repitiendo con la otra.

—Uh, ¿es entonces cuando quieres que me haga cargo del, uh, mantenimiento?

—Oh, no, todo lo contrario. Seré yo la que se haga cargo del mantenimiento, eso si es que te has portado como un buen cachorro y mantienes tu parte del trato, aunque técnicamente los cuatro días terminan a las 2:48 y no tendrás permitido correrte antes de ese momento, sin importar que tanto supliques. —Sé que es algo muy jodido, pero me encanta cuando suplican.

Si él se hubiera opuesto en ese momento, no lo habría presionado. Podría haber negociado términos más sencillos, pero él habría perdido un poco de mi estima.

Edward no dijo nada, pero se le aceleró la respiración. Para este momento ya estaría asimilando la realidad de esto: Sí, tú hiciste ese trato, y sí, te lo voy a poner muy difícil, pero tú estarás a la altura de las circunstancias.

—¿Puedo escuchar una aceptación verbal de que nos entendemos, Edward?

Él ya debería encontrarse echando la cabeza atrás, cerrando los ojos con fuerza y preguntándose si la recompensa prometida valdría la pena toda la tortura. Estaría maldiciendo sin parar dentro de su cabeza y luego, esperaba, respiraría profundamente, saldría de su zona de confort y diría que sí.

Vamos, cachorro. Haz esto por mí.

—Sí —dijo con total seriedad—. Lo entiendo.

Lotería.

—¿Estás duro en este momento?

¿Qué? —Esperé a que aceptara el hecho de que íbamos a discutir esto; y lo íbamos a hacer muy seguido durante los siguientes cuatro días. Carraspeó—. Sí.

—¿Lo suficientemente duro como para verlo si me asomara por la ventana de tu carro justo ahora?

Escuché que se le atoró el aliento; eso se debía a él moviéndose repentinamente para asegurarse de que no me estuviera asomando en realidad por la ventana de su carro, lo cual habría sido espeluznante incluso para mí. Escuché su exhalación de alivio.

—¿Edward?

—¿Hmm? Oh, perdón. —Lo imaginé bajando la vista a su regazo—. Sí.

—Frótalo. Pon el teléfono ahí para poder escuchar tu mano moviéndose sobre la tela.

El teléfono se llenó con los sonidos apropiados. Apreté mis muslos y lo imaginé sentado en su carro, tocándose, ambos sabiendo que no tendría permitido correrse.

—Eso es suficiente por ahora. Lleva el teléfono a tu oreja otra vez.

—Hola —dijo, esta vez con timidez.

—¿A qué hora te irás a dormir esta noche? —pregunté.

—Supongo que como a medianoche.

—Llámame a las once y media.

—Bien.

—Maneja con cuidado, Edward.

~#~#~

El teléfono sonó justo a tiempo.

—Hola, Edward.

—Hola.

—¿Estás en la cama?

—Algo así. Estoy sentado en ella.

—¿Qué llevas puesto?

—Solo mi bóxer —dijo.

—Quítatelo.

—Listo —respondió en menos de tres segundos.

—Quita las cobijas y recuéstate de espaldas —dije.

—Ya lo hice.

—¿Estás duro, Edward?

Se rio con suavidad.

—Ya me preguntaste eso.

—Te lo pregunté hace siete horas.

—Síp. Sí. Todavía. —Aww, pobrecito. Además, jódanme, eso era sexy.

—Bien hecho, cachorro —dije porque, demonios, el chico merecía un chingo de crédito por haber sobrevivido a la tarde así, con eso de que vivía con sus padres y demás—. Quiero que dejes el teléfono en tu almohada junto a tu oreja y juntes tus manos detrás de tu cabeza.

—Bien —dijo con voz notablemente más ronca.

—Estoy parada frente al espejo de cuerpo completo en mi habitación y me estoy abriendo la bata. ¿Te gustaría saber qué llevo puesto debajo de mi bata, Edward?

—Mmm.

—Nada.

Murmuró "Jódeme" tan suavemente que no estaba segura de haberlo escuchado bien.

—Estoy viendo mi mano acariciar mis pechos desnudos, estoy fingiendo que es tu mano la que juega con mis pezones. Mmm, les gusta que los pellizquen. —Le puse mucho empeño a los gemidos de estrella porno, pero no se requirió de mucha actuación de mi parte—. ¿Puedes imaginarme girando mis pezones entre la punta de mis dedos?

—Sí —susurró.

—Me estás poniendo muy mojada, Edward, con solo saber que estás ahí escuchando. ¿Esa linda polla tuya está chorreando por mí?

Gimoteó. Lo interpreté como un sí.

—Qué buen cachorro. Mmm. Mi mano baja por mi vientre. Estoy muy suave allí abajo. Me depilé con cera esta mañana. Los labios de mi coño se sienten tan suaves… y tan mojados. Oh, se siente tan bien cuando deslizo mis dedos sobre mi clítoris.

Moví mi teléfono para que pudiera escuchar cómo mis dedos se deslizaban entre mis labios.

»Estos son tus dedos en mi coño mojado… ¿quieres tocar mi coño, Edward?

—¡Sí!

Estaba perdiendo el control, igual que yo. Empujé mi clítoris de un lado a otro, imaginándome a Edward retorciéndose de espaldas, su erección tensándose en busca de una fricción que no iba a encontrar esta noche.

—¿Te gustaría poner tu lengua dentro de mí?

—Dios, sí —dijo con un gemido obsceno que me erizó todo el cuerpo.

—¡Eres un cachorro tan jodidamente bueno! Me voy a correr… ¡oh, Edward!

Lo que había iniciado como actuación y exageración se hizo real, impulsando mi orgasmo al siguiente nivel. Las respiraciones pesadas se convirtieron en gemidos, chillidos y una dichosa liberación, y me aseguré de que él lo escuchara todo.

Cuando los últimos temblores me sacudieron, solté un suspiro tembloroso.

—Buenas noches, cachorro. Duerme bien.

—Bella, ¡espera!

—¿Hmm?

—Y si, uh, sin tocarme ni nada así… ya sabes, a veces solo pasa, cuando estoy muy excitado.

—Hmm, si te quedas de espaldas y no te tocas, no te culparé.

—Bien —dijo, sonaba muy aliviado—. Buenas noches, Bella.

~#~#~

Mi repartidor favorito llegó al día siguiente con mi orden de un solo artículo: un paquete de dos baterías tipo C. Lo recibí con la bata que no pudo ver anoche —mi kimono más corto de seda color azul cielo, sin nada de ropa debajo— y un par de pantuflas con tacón que guardaba para ocasiones especiales.

—Entra —dije con una sonrisa—. ¿Te importaría instalarlas por mí? —Moví mi confiable vibrador tipo bala color plateado en el aire, él sacudió la cabeza y se rio.

—Seguro.

—¿Puedo ofrecerte algo de beber mientras haces la instalación?

—Un poco de agua estaría bien —dijo, siguiéndome a la isla de la cocina. Le quitó la tapa y dejó las baterías viejas en la encimera.

Dejé el vaso de agua helada en la encimera frente a él. Le puso las pilas nuevas al vibrador y lo hizo vibrar para probarlo.

—Como nuevo —dijo, entregándomelo con una sonrisa. Agarró el agua y se la bebió casi por completo.

—Bien hecho, como siempre —dije, inclinándome sobre la encimera para despeinarle el cabello—. Dime, cachorro, ¿te has portado bien?

Alzó la cabeza y clavó su mirada en la mía.

Muy bien. —Le creía.

—¿Pasaste una noche difícil?

—No estuvo tan mal luego de que pude dormirme —dijo—. Y sí tuve un gran sueño. —Su mirada se apartó de la mía y sus mejillas se tiñeron de una encantadora tonalidad rosa.

—¡Oh! ¿Te gustaría compartir con el resto de la clase? —Sospechaba que no lo haría, pero quería ofrecerle la opción por si acaso.

Sacudió un poco la cabeza y cayó en él una sonrisa tímida como una piña cayendo de un árbol.

—No, gracias.

—Bien, entonces te agradezco por la entrega y la experta instalación. —Deslicé el dinero de las baterías sobre la encimera, incluyendo una propia de veinte dólares—. Supongo que ya tengo todo listo… ¿a menos de que quieras asegurarte de que todo funciona bien?

Me solté el cinturón y la bata se abrió. Sus ojos se duplicaron en tamaño mientras parpadeaban recorriendo mi cuerpo.

—Probablemente debería quedarme —dijo—. El control de calidad es algo muy importante. —Casi lo dijo con cara seria, pero una sonrisa se arrastró a las comisuras de su boca.

—Espero que tu jefe aprecie lo dedicado que eres a tu trabajo —le dije mientras me quitaba la bata de los hombros y la dejaba caer al piso detrás de mí—. Pensé que podría probarlo por allá, en mi sillón favorito.

Él asintió, aunque no estaba segura de que estuviera respondiendo a mis palabras. Su boca se aplastó en una línea torcida y juntó sus labios secos antes de terminarse su agua.

Lo tomé de la mano y entrelacé nuestros dedos y brazos. Su camisa rozó mi piel desnuda, provocando una onda expansiva que no había esperado. No estaba acostumbrada a esta dinámica. Normalmente yo era la que estaba completamente vestida en una escena, y era mi cachorro el que se encontraba desnudo. Me encantaba el embriagador golpe de poder del fetiche de mujer vestida-hombre desnudo, la deliciosa vulnerabilidad de mis víctimas desnudas.

Pero había algo emocionante en cambiar los papeles, estar parada tan cerca de Edward sin nada de ropa mientras que él seguía vestido para el trabajo, con todo y corbata. Me sentía expuesta, pero poderosa al mismo tiempo.

Solté su mano y me hundí en mi sillón favorito. La piel fría causaba una sensación salvaje y erótica sobre mi piel, y me estremecí cuando mi culo desnudo tocó el asiento.

—¿Te gustaría hacer los honores? —Le ofrecí el vibrador y su boca se alzó en una enorme sonrisa feliz cuando lo tomó de mi mano.

—¿Tengo permitido tocarte?

—No, el vibrador tiene permitido tocarme, y tú tienes permitido sostener el vibrador.

Su sonrisa se desvaneció un poco.

—Bien.

—Oye —dije, doblando mis dedos sobre su mano libre—, es por tu propio bien. Sabes que todavía te faltan tres días más de celibato.

Exhaló un gran suspiro.

—Sí, es verdad. —Reflexionó la situación por largos momentos como si estuviera realizando un examen, luego se puso de rodillas en el piso entre mis pies. Carajo, se veía bien ahí—. ¿Está bien si te toco las piernas?

—Siempre y cuando no subas más allá de aquí. —Le di hasta la mitad de mi muslo para trabajar.

Asintió.

—¿Lista?

Me recargué en el sillón y cerré los ojos. Había estado lista desde que me desperté esta mañana.

—Adelante.

Probó las diferentes configuraciones —bajo, medio, quema-la-casa— luego lo apagó.

—¿Bella?

Abrí un ojo.

—¿Hmm?

—¿Cómo te gusta? Quiero hacerte sentir bien.

Era tan malditamente dulce que casi reconsideré mi regla de no tocar.

—Mantenlo ligero. Especialmente con las pilas nuevas. —Le lancé un guiño y sonrió.

—Entendido. Bien, como dicen, siéntate y relájate. —Me dedicó una sonrisa torcida y pasé mis dedos por su loco cabello.

Respetó los límites, en extremo, su mano nunca pasó mucho más allá de mi rodilla. Era raro dejarle la presión a alguien más. Mi vibrador no era algo que normalmente compartiera.

Me hizo caso y apenas me tocó al inicio, así que empujé las caderas hacia la fricción y le di la versión de estrella porno, la cual otra vez no requirió de mucha actuación de mi parte.

Diría que tardé casi cuatro minutos antes de que él me hiciera alcanzar las notas altas. Cerrando los ojos con fuerza, monté mi orgasmo como una estrella de rodeo.

Al abrir los ojos otra vez esperaba encontrarme con una sonrisa presumida en su rostro, pero eso no fue lo que encontré para nada. Él miraba con fascinación mientras los últimos espasmos de placer me sacudían. Le agarré la muñeca y alejé gentilmente el vibrador de mi cuerpo, apagándolo.

—Oh, perdón —murmuró—. ¿Fue demasiado?

—No. Estuviste perfecto. —Un estremecimiento se propagó a través de mí al darme cuenta de qué tan verdaderas eran esas palabras.

Fue entonces que desató su sonrisa, y su placer era más de lo que podía ignorar. Le agarré los hombros y lo jalé hacia mis labios. Captó la indirecta y se alzó mientras lo besaba, poniéndolo sobre mí en el sillón. Lo rodeé con brazos y piernas, y me deleité al sentir su peso cubriendo cada centímetro de mi cuerpo. Su erección se apoyó en mi vientre, dura y deseosa. Soltó un gemido necesitado.

Cristo, era buen besador, pero esto era más cruel de lo que pretendía. Rompí nuestro beso con un barrido de mi lengua. Su respiración salió en pesados jadeos hasta que la controló, y aflojé mi agarré para que él pudiera quitarse de encima de mí.

Al enderezarse, su polla empujaba contra su cierre como un mástil. Se pasó los dedos por el cabello y se enderezó la corbata. Quería saltarle encima.

—¿Tal vez deberías irte? —dije.

Se limpió la boca con el dorso de la mano y asintió. Cuestioné mi cordura cuando se giró para irse.

—¿Edward?

Se volteó.

—¿Hmm?

—¿Estás bien para manejar?

Hizo un sonido de afirmación.

—Llevo haciéndolo por veinticuatro horas.

Sonreí.

—Solo te faltan otras setenta y ocho.

—Setenta y siete —dijo, luego añadió—, ¿pero quién lleva la cuenta?

No fue fácil quedarme en mi sillón.

—Me encanta que estés haciendo esto por mí.

Nos miramos a los ojos durante lo que se sintieron como minutos antes de que asintiera.

—¿Supongo que hablaremos pronto?

Me dolió un poco el corazón cuando se fue.

~*~Empacador~*~

Ella me envió un mensaje esa noche a las once: Gracias por mi entrega de hoy. Dulces sueños, cachorro.

Supongo que eso significaba que no me iba a torturar más con una llamada esta noche. Una parte de mí (mi polla, para ser exactos) se sentía aliviada, pero otra parte (la parte enferma, al parecer) estaba decepcionada.

Bella era una dama peligrosa, no había duda en eso, pero me gustaba que me hiciera mierdas locas. Para alguien que dejó la universidad y que trabajaba por el salario mínimo, ser el esclavo sexual de Bella Swan no era algo malo. Si la dama necesitaba alguien que sostuviera su vibrador, yo lo haría con mucho gusto. Me corría con sus juegos retorcidos tanto como ella, o al menos lo haría en tres días más. Justo ahora no tanto.

El que no se me reventara una pelota no era el logro más grande del mundo, pero se sentía como algo importante. Y podía notar que a ella le encantaba que lo hiciera. Por ella.

Me quité el bóxer y me estiré sobre mi cama, justo como ella me quería anoche. Le envié mi mensaje —Buenas noches, Bella— metí las manos detrás de mi cabeza, cerré los ojos y soñé con ella.