Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es bornonhalloween, yo sólo traduzco su increíble historia con su permiso.

Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is bornonhalloween, I'm just translating her amazing story with her authorization.


Thank you bornonhalloween for giving me the chance to share your story in another language!

Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.


Capítulo 9

~*~Tigresa~*~

Miro una última vez el asiento del copiloto antes de girar a la derecha hacia el estacionamiento de Nature's Bounty. El plato de galletas caseras con chispas de chocolate me regresa la mirada, como si su aroma de recién horneadas no me hubiera provocado ya todo el camino hacia aquí. ¿Qué demonios estás haciendo, Bella?

Ayer me contuve admirablemente bien después del clímax en la mesa de masajes por los cuatro días al borde para Edward. Incluso atado desnudo y, según todas las formas razonables de observación, completamente a mi merced, Edward tenía una manera de desarmarme —un poder que empuñaba no al buscar control, sino con su entusiasta rendición— logrando reducir el espacio entre nosotros y hacerme sentir menos como una tigresa desesperada. Si él lo estuviera haciendo de forma consciente, me sentiría asustada por su inteligencia, pero había visto lo suficiente para creer que era solo Edward siendo Edward.

Conforme avanzaba la tarde, la urgencia de llamarlo había ganado fuerza, especialmente después de mi segunda copa de vino. Resistirme a la urgencia fue mi manera de mantener la ventaja y esas galletas que iban en el asiento del copiloto estaban a punto de deshacer todo eso.

Desperté luego de dormir mal con el ardiente deseo de hacer algo lindo por él, un acto de amabilidad sin condiciones. Algo "normal". Sin pensar de más mis motivos o cómo podría recibir él el gesto, corrí al final de la calle hacia la tienda de la esquina y pagué un alto precio por huevos libres de crueldad, chispas de chocolate de comercio equitativo y la azúcar morena más esponjosa conocida por la humanidad, y después de desempolvar mi batidora eléctrica y sacar mis rejillas de enfriado, le horneé al chico una tanda perfecta de galletas con chispas de chocolate… desde cero. Medí los ingredientes secos con la parte posterior de un cuchillo, no mi estilo usual al tanteo, y dupliqué la cantidad de chispas de chocolates que indicaba la receta de Toll House, dulzura extra para mi cachorro extradulce y merecedor. Probé una galleta pequeña de la primera tanda solo para asegurarme de no haber cometido un terrible error, pero le guardé el resto a él.

Me bañé y elegí uno de mis vestidos de verano más inocentes, me até el cabello en un chongo flojo y sincronicé mi llegada para las 10:25, justo a tiempo para su hora de comida ridículamente temprana. A mi pesar, estaba sonriendo como loca al dar ese último giro hacia Nature's Bounty, imaginando la cara de Edward cuando me descubriera esperando por él en el estacionamiento, el brillo adicional en sus ojos cuando el olor a recién-sacadas-del-horno le golpeara la nariz, el gemido que abandonaría sus labios con la primera mordida, el sabor del chocolate derretido en su lengua cuando nos besáramos… Sí, este cachorro estaba resultando ser un problema.

Cuando me estacioné en mi sitio alejado de siempre, miré a mi cachorro saliendo con una clienta, ambos brazos cargados de bolsas. Lo prefería menos abotonado y formal —Dios, ¡pero ese cabello salvaje me volvía loca!—, pero incluso viéndolo en modo Eddie Haskell hacía que me latiera con fuerza el corazón. Mi chico trabajador. Alza la vista, dulce cachorro. Estoy aquí… ¡Sorpresa!

Siempre el empacador diligente, Edward estaba platicando con su clienta, una mujer de mediana edad que también parecía estar muy metida en su conversación. Ella no podía saber que alguien estaba viendo la forma en que lo miraba cuando él se inclinó sobre su cajuela con sus bolsas, pero yo lo vi, un afecto que yo reconocía muy bien, no es que ella le dedicara miradas inapropiadas a su cuerpo, pero su expresión, con una clase de afecto posesivo, amargó el delicioso cosquilleo en mi vientre.

Bien, cachorro, cierra la cajuela, despídete, así es…

La mujer lo agarró del brazo, se alzó y lo sorprendió con un beso en la mejilla. ¿Qué demonios? Incluso yo no me habría tomado semejante libertad. Súbete a tu carro, anciana, ¡y mantén tus labios lejos de mi cachorro!

Claramente avergonzado, Edward se apartó y miró a su alrededor para ver si alguien lo había notado. Por suerte su mirada no llegó hasta mi carro. Me sentía indignada por él y quería golpear a la perra. Hablaron brevemente. Edward se despidió de forma torpe y se giró para regresar a la tienda.

Ya no podía entregarle las galletas; ¡en su mente me metería al mismo saco que esta otra descarada acosadora! Ella había arruinado todo.

Esperando poder ayudarlo a quitarse el amargo sabor de boca, por así decirlo, le envié un mensaje y lo miré sacar su celular para leerlo: ¿Tienes ganas de ganarte un poco de $$ después del trabajo?

Se detuvo para enviar una respuesta: Ojalá pudiera. No puedo esta noche, por un asunto familiar. Perdón.

La desconfianza me serpenteó el corazón y apretó con fuerza. ¿La clienta que le dio el beso tenía algo que ver con sus planes de esta noche? Deja de ser así. No eres su dueña.

No hay problema.

Se quedó mirando el teléfono por un latido, luego respondió: ¿Quieres que vaya en la mañana antes de entrar a trabajar?

No era lo que tenía en mente, pero ahora no podía revocar la oferta. Además, todavía tenía una lista de pendientes de una milla de longitud. Seguro. Te veo a las 7:30.

~#~#~

Alice y Rose se unieron contra mí durante la cena, supongo que me lo merecía ya que solo las contacté hasta después de que Edward me rechazara. No tenían reparos en compartir sus opiniones, no era nada que no hubiera escuchado antes. Había perdido la perspectiva, proclamaban. Puse los ojos en blanco, cambié y postergué el tema. Me habían reprendido muchas veces desde mi divorcio por lo que Rose había nombrado mi modo "Tigresella".

Quién era este hombre nuevo que me había sacado de circulación, exigieron saber. Ni siquiera podía fingir no sentirme risueña por Edward, no es que ellas fueran a conocerlo como algo más que otra cuna que había asaltado.

Alababan a hombres "apropiados" de treinta y tantos años: que no vivían con mamá y papá, con empleos bien remunerados, habilidosos en el departamento del placer. Fue entonces cuando me harté, ya no podía seguirles la corriente a sus argumentos por un minuto más. Lo que a Edward le faltaba en experiencia —y en realidad no era mucho— lo compensaba con entusiasmo y dotes divinos. No lo cambiaría por ninguno de los amantes que había tenido antes y no podía imaginarme encontrar a uno mejor más adelante por el camino, un camino para el que todavía no estaba lista para pensar. Tenía demasiados planes para este cachorro.

Nos carcajeamos mucho y nos separamos en buenos términos, como siempre, aceptando respetuosamente no estar de acuerdo en mi gusto en hombres. Edward las habría impresionado si les hubiera dado la oportunidad de conocerse, pero me conocía mejor que eso. No compartía —solo pregúntenle a Jake— lo cual es exactamente la razón por la que me sentía tan trastornada por dentro.

~*~Empacador~*~

Tristemente, la mañana siguiente Bella no abrió la puerta usando solo una toalla. Vestida para hacer yoga, me saludó con un "Hola" frío y formal, luego me dio mis indicaciones: terminar de reemplazar los focos del sótano y después de eso empezar a cambiar los plafones manchados. No me siguió al sótano, no me provocó con porno ni con comida fálica ni con un atuendo de dominatrix.

Su tono me sorprendió al principio, pero esto no era un llamado para algo más. Nuestros límites eran, bueno, no teníamos límites, pero podía respetar a Bella por separar los negocios del placer. Después de todo, era yo el que se negaba a aceptar dinero por cualquier cosa que insinuara sexo. Además, apenas estaba despierto. Si me pedían que —ajem— cumpliera mi deber, estaba seguro de que podría desempeñarme admirablemente, pero igual me alegraba guardar las cosas sexis para más tarde.

Terminé de cambiar los focos y pude quitar un montón de plafones dañados antes de tener que irme a trabajar. Bella se reunió conmigo en la puerta principal y me puso un fajo de dinero en la mano. No lo conté, pero sabía que sería tres veces lo que ganaba por hora en la tienda. Le agradecí al meterme ambas manos, junto con los billetes, a los bolsillos.

—Gracias por poder venir esta mañana, Edward —dijo, tomando el pomo de la puerta.

Despedido. Cada vez me gustaba menos esta sensación, especialmente después de la alentadora despedida de Bella después de mi última visita.

Me incliné para besarla, solo un besito en los labios, ni siquiera me saqué las manos de los bolsillos. Ella no se apartó, pero tampoco me correspondió el beso. Podía lidiar con sus juegos sexuales, pero estas tonterías sin sentido no eran para mí.

—Bella, ¿hice algo mal?

—No, para nada —respondió con mucha rapidez—. Sé que estás ocupado… no quiero retenerte de más.

Mierdas. ¿Cuánto tiempo más tardaba en darle un beso de despedida decente a alguien? Sabía que era peligroso presionarla, pero estaba batallando en reconciliar a esta Bella con la que me dijo que se sentía impresionada por mí y prometió estar en contacto pronto, y tal vez me sentía un poco molesto… así que me arriesgué.

—¿Te veré más tarde?

—Oh, uh… ya veremos. —Apartó la mirada. Ella no quería tener esta conversación.

—Bien, entones sabes dónde encontrarme durante las siguientes ocho horas.

—Sí, en el estacionamiento coqueteando con todas las señoras mayores. —Vaya. Intentó suavizar el golpe añadiéndole una sonrisa, pero igual sentí el impacto en el vientre.

—¿Eso es lo que crees que hago? —No pude evitar que me temblara la voz, y eso me hizo enojar todavía más.

Ella exhaló un suspiro, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Bien, iré directo al grano.

Por favor.

—Ayer vi a esa mujer besándote en el estacionamiento.

—¿Cuál mujer? —Analicé los detalles borrosos de las últimas veinticuatro horas en busca de cualquier encuentro que involucrara los labios de otra mujer. Me quedé en blanco. Tampoco podía recordar haber visto a Bella ayer, y eso era algo que no habría olvidado—. Bella, de verdad que no tengo idea de qué estás hablando.

Les quitó peso a mis palabras con un movimiento de mano, otra vez.

—Mira, Edward, no es de mi maldita incumbencia si estás tonteando con otras mujeres…

¿Tonteando? ¿Y qué onda con todos los "Edward" de esta mañana? ¿Tan rápido se había acabado mi tiempo como su "cachorro"? La angustia se extendió por mis huesos.

»Aunque debo decir —siguió hablando— que me decepciona un poco tu gusto. Parecía que esa mujer había alcanzado su punto máximo hace quince años.

Santo cielo.

—¿Me viste con mi mamá?

—¿Era tu mamá? —Con la quijada en el suelo y los ojos como platos, la cara de Bella se alargó en una enorme expresión de Oh mierda. La dejé pensar en la situación por un momento, disfrutando de mi superioridad moral y disfrutando todavía más que Bella estaba celosa.

—Espera, ¿fuiste a la tienda? ¿Por qué yo no te vi a ti? —Me saqué las manos de los bolsillos, crucé los brazos sobre el pecho y esperé a que intentara zafarse de esta.

—Yo… me fui.

—¿Sin entrar?

Me analizó antes de confesar:

—No fui a comprar comida. —Bi-en, de acuerdo.

La bruma de confusión estaba empezando a aclararse. Bella debió haber ido a la tienda con algo pervertido en mente y me perdí de la oportunidad porque me vio con mi mamá y se alteró. Debió haberme enviado esos mensajes desde algún lugar cercano, ya alterada por lo que pensó que había visto, cuando la rechacé otra vez al declinar su invitación para vernos anoche. Ahora entendía por qué me había tratado de forma tan fría esta mañana. Mi tigresa llena de confianza se había convertido en una gatita herida.

Me sentí triste por los dos, pero no íbamos a resolver esto ahora. Bella necesitaría espacio para curarse su orgullo herido y yo necesitaba llevar mi culo a mi trabajo.

—Bueno, lamento no haberte visto. —Le lancé una sonrisa de esperanza—. ¿Tal vez podamos agendar para otro momento esa… visita?

Ella parecía no saber cómo responder.

—Te diré algo. ¿Por qué no vienes directo después de trabajar hoy y terminas de cambiar los plafones mientras yo nos preparo algo de cenar?

¿Más trabajo? Para nada a dónde pensé que se dirigía esto. Debí haberme quedado boquiabierto porque ella me miró y se rio entre dientes. Ups.

—¿Qué sucede, señor Cullen? ¿Le temes a mi comida?

¿Ahora era "señor Cullen"? Ugh, estábamos retrocediendo.

—Un poco —bromeé.

—No te preocupes —dijo, dándome una palmada en la mejilla—. No te haré comer comida de conejo. Pediré carne roja a domicilio antes de que salgas.

—No te sientas obligada a preparar algo en especial para mí, por favor. —Ella podría darme un jodido filete miñón y seguiría sin ser lo que realmente quería. Sin embargo, me animaba ver que su "ya veremos" se había transformado en una invitación.

Una sonrisa tiró de las comisuras de su boca.

—¿Estás intentando decirme que eres fácil?

—Solo por ti, Bella.

Puso los ojos en blanco y los dos nos reímos.

—No olvides avisarle a tu mamá que no llegarás a cenar. —Me había matado oficialmente el ánimo.

~#~#~

Quería abrazar al señor Banner cuando me llamó a su oficina a las 4:20 para reunir las compras de Bella para la entrega. Su lista de compras parecía pertenecer a uno de esos programas de chefs profesionales: hojas de dientes de león, jícama, tres tipos diferentes de calabaza, patata violeta, tomates uva, lubina asiática, variedades exóticas que requerían concentración y mucha atención, y que en cada movimiento me recordaban mi inexperiencia.

Si esta era la manera en que Bella reclamaba la posición dominante que creía haber perdido antes, de resetear nuestra relación a la "normalidad" y demostrarnos a ambos que ella podía obligarme a hacer lo que quisiera incluso cuando no estaba cerca de mí, me parecía bien. Se sentía un tanto sexi, de una manera rara, el tener que cazar los mejores ingredientes de una orilla de la tienda a la otra, todo por ella. Nunca había querido impresionar a una chica de la forma en que quería impresionar a Bella.

Interrogué a Javier durante diez minutos sobre cómo elegir el mejor melón mirza. Le regresé la lubina tres veces al despachador hasta que le quitó todas las escamas y huesos. Revisé las repisas con aceite de oliva en busca del más extra de los vírgenes, sin saber qué significaba eso.

Lo último en su lista era un entrecot de seiscientos gramos, el cual era obviamente para mí. No iba a mentir, babeé un poco cuando el carnicero lo puso sobre la balanza. Casi se me paró el corazón al echarle un vistazo al precio, ¡$22.63!, centavos para una mujer como Bella, pero no era su obligación hacerlo. Demonios, seguía conmovido por la Coca que mantenía en su refrigerador para mí.

Estaba lo suficientemente hambriento para fantasear con el primer bocado del corte de carne, pero las fantasías buenas eran todas para Bella.

~#~#~

Esperaba que me arrancara la ropa en la puerta o que al menos me diera un beso decente esta vez. No pasó eso. De hecho, ni siquiera me recibió en la puerta, solo gritó:

—¡Está abierto!

Seguí su voz y avancé por la sala en modo chico de entregas. La encontré picando verduras en la encimera de la cocina, tenía el largo cabello derramado suavemente sobre sus hombros, mi favorito de sus peinados. Dejé las bolsas en la encimera y empecé a vaciar los contenidos.

—Espero que no pienses mal de mí si no puedo terminarme el corte de carne. Seiscientos gramos es demasiada carne.

—No te presiones —dijo, dedicándome una sonrisa superbreve—. Hay cerveza para ti en el refrigerador si quieres.

Eso me gustaba… mucho. En especial me gustaba que no me estaba enviando al sótano.

—Gracias. ¿Te sirvo algo? ¿Una copa de vino?

—Claro, estaría bien. Creo que hay una botella abierta de vino rosé. Sírvete si prefieres beber eso.

—Nop, la cerveza está bien.

Había empezado a entender la elección de ropa de Bella como una señal externa de su humor. La minifalda y la toalla eran para provocar, y la ropa de piel significaba perversión, pero el pequeño romper con short de esta noche me dejó con dudas, en especial qué intentaba decir con ese largo cierre por la espalda. No era explícitamente sexi, pero tampoco era el atuendo de yoga al estilo me-tienes-sin-cuidado de esta mañana. Si esta era la forma en que su atuendo decía "Ya veremos", estaba preparado para ser persuasivo.

No fue fácil mantener mis manos y labios lejos de ella, pero tomarme libertades con esta mujer no era la manera de ganármela. Llené su copa con una cantidad generosa, le quité la tapa a mi cerveza, y me acerqué a Bella con nuestras bebidas. Me retracté de hacer el brindis que se me había ocurrido —"¡Por mi mamá!"— y lo dejé en un encuentro significativo de miradas sobre el suave choque de su copa con mi botella.

—¿En qué te puedo ayudar? —pregunté.

—¿Qué tal tus habilidades con un cuchillo?

Me encogí de hombros.

—No creo que quieras que te saque el apéndice, pero probablemente sí puedo picar un poco de lechuga.

Se rio y eso eliminó un poco de la tensión en sus hombros. Unas cien bromas más y puede que esté lista para ese beso.

—¿Qué te parece si rebanas un poco de jícama?

Ah, mi primera prueba, y estaba preparado.

—Me parece genial. Juan me dijo exactamente qué hacer. —Sonreí ante el placer en su rostro. Sí, la había impresionado.

Ya había terminado con la calabaza de verano cuando ella dejó de picar para revisar mi trabajo.

—Nada mal. Creo que, después de todo, sí tienes futuro en el servicio de comidas.

Seguí rebanando la calabaza a pesar de que el olor de su champú me mareaba a causa del deseo.

—De hecho, mis sueños de ser empacador de profesión prácticamente terminaron anoche.

—¿A qué te refieres? ¿Qué pasó anoche?

—Una reunión importante con los padres para decidir mi futuro. —Y ahora me sentía como un niño tonto, no era exactamente así como quería que Bella me viera.

—¿Así que lo de anoche de verdad fue un asunto familiar? —Vaya, se había adentrado más de lo que pensé en la oscura calle de la desconfianza.

—Oh, sí. Mis padres decidieron que era hora de revisar todo este asunto del año sabático. Mamá pensó que su espagueti casero con albóndigas suavizaría el golpe. Es por eso que fue a la tienda, para comprar los ingredientes.

—¿Qué golpe?

Solté el cuchillo y le di un gran trago a mi cerveza.

—Quieren que deje de "experimentar" y regrese a la escuela antes de que sea demasiado tarde.

—No lo entiendo. ¿No estás haciendo todo lo que ellos quieren? Eres responsable de tu trabajo, incluso ganas dinero extra con trabajos adicionales.

—Así es. ¿La verdad? Creo que no se suponía que debía estarlo disfrutando tanto. Creo que se suponía que debía experimentar el horror de una vida sin un título universitario y encontrarlo tan miserable que regresaría corriendo a meter la nariz en los libros y renunciar a una vida llena de fiestas. Y así es exactamente cómo iba todo antes de conocerte —le dije con un guiño que la hizo sonrojar—. Incluso mi trabajo tonto es soportable cuando sé que existe la posibilidad de que puedas pasar a espiarme en cualquier momento del día.

—¡No te estaba espiando!

Le habría dicho que me sentía halagado si me hubiera dado la oportunidad.

Exhaló un suspiro.

—Si tanto te interesa… —ladeé la cabeza; demonios sí, necesitaba saberlo—… ¡llevaba una tanda de galletas caseras!

—¿Para mí?

Puso los ojos en blanco. Era más fácil sentir irritación que admitir que le importaba.

—Por supuesto que para ti. ¿Para quién más estaría horneando galletas?

Sabía que probablemente debería actuar con calma, pero todo mi cuerpo estaba sonriendo a la vez, y no había forma de detenerlo.

—¿De qué tipo?

Sus mejillas se habían sonrojado con todas estas confesiones y me sentía desesperado por rozar su calidez con la punta de mis dedos. La urgencia casi me sobrepasó cuando una sonrisita curvó las comisuras de su boca.

—Chispas de chocolate.

Me tomé un momento para soltar la cerveza.

—Espera. Me hiciste galletas de chispas de chocolate, las llevaste hasta la tienda, ¿y no me las diste? ¡Esa es la amabilidad más mala que alguien ha hecho en la historia!

Soltó una carcajada.

—No puedo explicarte lo mortificada que me he estado sintiendo todo el día por esto.

—Sí, yo también —dije—. Siempre pensé que mi mamá era un tanto guapa.

Retorció su humillación de adentro hacia afuera y me la lanzó con un golpe falso hacia el brazo.

—Tú no puedes ser también un idiota. Ese trabajo ya está ocupado.

—Aww. Ven aquí. —Abrí al máximo mis brazos y ella se acercó para un abrazo, enterrando la cara en mi pecho. Era lo más cercano que habíamos llegado a acurrucarnos—. Tienes que admitir que es un poco gracioso.

—¿El que me haya sentido celosa de tu propia madre? —Para ser una mujer tan compuesta, Bella podía ser todo un desastre.

—Bella, ¿cómo podría encontrar tiempo para otra mujer en mi vida? He estado a tu disposición cada minuto desde que te conocí, incluso cuando estoy trabajando.

—¿Eso que escucho es una queja?

—¡Jamás! —Hora de zafar a mi tigresa de esto—. Sabes que sigo usando esa fea liga que pusiste en mi muñeca, ¿verdad?

—Ajá —musitó en mi camisa.

—¿Acaso eso no te dice todo lo que necesitas saber?

Alzó la cabeza y me miró.

—¿Debería? —Nunca la había visto tan vulnerable.

—Sí, debería. Soy tuyo… por todo el tiempo que me quieras tener. —Ella no me había pedido exclusividad, ni me la había prometido, pero en cuanto las palabras salieron de mi boca supe que estas expresaban lo que había sentido desde el inicio.

—O hasta que tengas que regresar a la escuela, supongo.

Sí, también estaba eso.

—Estoy seguro de que podría extenderlo otro trimestre…

—No. No lo hagas.

—¿Qué? ¿Ahora ya no me deseas?

Me miró como si tuviera tres cabezas.

—Por supuesto que te deseo, más de lo que debería, pero no querría ser la razón por la que no terminas tu educación. Eres un chico brillante. No te subestimes, Edward. Ni siquiera yo soy tan egoísta como para arruinar tu futuro.

—Lo aprecio de verdad. —Inhalé profundamente y lo exhalé con un largo suspiro—. Tampoco es que me vaya a ir mañana ni nada así. Las clases no comienzan hasta dentro de otras seis semanas.

Su sonrisa creció.

—Puedo torturarte mucho en seis semanas. —Parecía que el universo ya se había realineado: Bella había encontrado otra vez su sitio y yo estaba de nuevo bajo su pulgar.

—Hablando de tortura —dije—, esa… cosa con los labios que sucedió esta mañana… fue como besar a uno de los pargos rojos de la pecera.

La diversión le iluminó el rostro.

—¡Dime por favor que no has estado acosando a los peces en el trabajo! Creo que tendría que reportarte a la asociación protectora por crueldad animal.

—Crueldad, ¿eh? —Apreté mis brazos a su alrededor y la jalé hacia mi cuerpo—. ¿Eso es lo que piensas de mis besos?

Dejó caer la cabeza hacia atrás, exponiendo su hermoso cuello.

—Supongo que podría darte una oportunidad para hacerme cambiar de opinión.

—Pensé que nunca me lo pedirías. —Me lancé a su cuello como un vampiro tras su presa, haciéndola gritar y reír. Subí dejando un reguero de besos hacia su oreja, crucé su cálida mejilla y conecté con sus labios, al fin. Nos compensamos por dos días de distancia y dudas. Arruinamos el apetito del otro por jícama, carne e incluso por las galletas de chispas de chocolate.

~*~Tigresa~*~

Nos besamos como un par de adolescentes cachondos en el último día de escuela y solo nos separamos para meter la comida al refrigerador para más tarde. Sus besos eran cientos de milagros a la vez, aunque lo más sexi era que él había estado pensando todo el día sobre nuestra falta de conexión de esta mañana.

Le quité la ropa justo ahí en la cocina y me puse de rodillas sobre el piso de madera. Él se veía mucho más bonito sin el uniforme, todavía más bonito sin su bóxer. Había seguido con la depilación —era un cachorro tan, tan bueno— y por sus esfuerzos, prodigué en sus bolas un cuidado extra. Le gustó eso.

Ya estaba duro antes de que mis labios rodearan su polla —oh, el milagro de la juventud— y no tardé mucho en llevarlo al precipicio. No estaba interesada en provocarlo esta vez, y él ni siquiera intentó contenerse; supongo que cuatro días de provocaciones le enseñaron a no desperdiciar ninguna oportunidad.

Movió las manos hacia atrás para agarrarse de la encimera cuando sus caderas empezaron a embestir, una sarta de maldiciones salió volando de su boca con su violenta liberación. Después de que la última explosión le estremeció el cuerpo, agarró con mucho cariño mi cabello en sus manos y susurró los agradecimientos más dulces mientras yo lo ayudaba a regresar al planeta Tierra.

Me urgió a ponerme de pie y me besó mientras me bajaba el cierre de la espalda. Si notó el sabor de su semen en mi lengua, no pareció importarle. Me desvistió como si tuviera años para terminar el trabajo, dejó besos sobre mi piel cada vez que revelaba un sitio nuevo, empezando con mi cuello y hombros. Rozó sus labios sobre mi clavícula mientras sus hábiles dedos desabrochaban mi sostén y me bajaban los tirantes por los brazos. Tomó mis pechos en su boca uno a la vez y los consintió con caricias dulces y lentas. Sus labios siguieron el bajar de mi romper; metió su lengua en mi ombligo, haciéndome jadear. Acuclillado a mis pies, me sacó el romper y la tanga por los pies, dejando besos suaves en mis tobillos.

Se puso de pie, arrastrando la punta de sus dedos por mis pantorrillas y muslos, a través de la raja húmeda ansiosa por sus caricias, subió por mi abdomen y sobre mis pechos, avanzó por mi cuello, dejando a mi cuerpo tembloroso por más. Acunando mi cabeza entre sus manos, dejó el beso más tierno de todos sobre mis labios.

—Dios, eres hermosa —susurró, estudiándome como si fuera la primera vez.

Quería responder —él se veía tan precioso en su gloria post orgasmo— pero no podía formular las palabras.

Sus manos encontraron mis hombros y fueron dejando un reguero de piel de gallina sobre ambos brazos. Seguí su mirada hacia sus dedos índices. Empezando a cada lado de mis caderas, trazaron los pliegues hasta encontrarse en la parte de en medio y se detuvo. Edward alzó la cabeza, y su expresión suplicante me retorció el corazón.

—¿Puedo…? —No terminó, pero no importaba. Mi dulce cachorro, pidiéndome permiso.

Asentí. Lo que él quisiera, sabía que yo también lo quería.

Dos manos fuertes me alzaron de la cintura y me sentaron sobre la encimera de granito.

—¡Ah! ¡Está frío!

—No te preocupes —dijo, se agachó para meter sus brazos debajo de mis rodillas y arrastrarme hacia la orilla de la encimera—. Yo te calentaré. —Y sí que me calentó con esa boca sexi y ansiosa, desde afuera hacia adentro.

Me llevó al precipicio, luego alzó su cara hacia mí y sonrió, su mentón y labios brillaban a causa de mis jugos. Acariciando mi clítoris con un dedo, casi me hizo correrme con su primera caricia. Nuestras miradas se encontraron y no pude apartar la vista. No quería olvidar nunca la forma en que él me estaba mirando justo ahora.

Soy tuyo por todo el tiempo que me quieras tener.

—¿Se siente bien?

—Mmhmm.

Ese dedo. Circulitos. Dos dedos. Esos ojos verdes, dos imanes atrayéndome…

Más de lo que debería.

Creció la presión, su sonrisita creció en una sonrisa muy sexi.

—Vamos, Bella. Déjame ver cómo te liberas.

Y lo hice.

~#~#~

Ambos teníamos demasiada hambre como para molestarnos en preparar comida más allá de hacer una ensalada básica y echar su corte sobre la parrilla de la estufa. Aventando nuestra ropa a una esquina, nos movimos con mucha naturalidad en mi cocina, como si tuviéramos años haciéndolo.

Ciertamente el haber expresado nuestros sentimientos y haber descubierto cuánto tiempo nos quedaba juntos había ayudado a relajarnos el uno con el otro, al igual que nuestra falta de modestia compartida, pero había algo más que eso. Era Edward. Dejando de lado la química sexual, si uno pudiera descartar los brutales orgasmos que nos dábamos el uno al otro, Edward me calmaba como ninguna otra pareja con la que había estado, ciertamente como ningún otro hombre de veintitantos. A pesar de sus historias de parrandas desenfrenadas en la escuela, lo que yo veía era un joven con inteligencia emocional que no le temía a sus propias necesidades y deseos. Su aceptación y apertura para intentar todo, a confiar con todo su corazón, y ceder el control de su cuerpo me liberaba por completo de preocuparme por a quién "debería" querer o si es que todo este asunto entre nosotros era sórdido y estaba mal.

Su presencia silenciaba mis peores sospechas sobre mí misma. Estando otra vez sola, no podría estar tan segura de que no era un monstruo, o peor, que yo lo necesitaba más de lo que él me necesitaba a mí.

—No olvides recalentar mis galletas —dijo, me pasó el brazo por la cintura y dejó un beso en mi sien—. Yo llevo tu vino.

—En eso estoy. —No iba a negárselas otra vez. Puse media docena de galletas en la bandeja para hornear y prendí el horno para precalentarlo.

Agarramos nuestros platos y los cubiertos del comedor y extendimos una manta sobre nuestros regazos en el sofá de la sala. Aproveché la oportunidad para presentarle a Edward la película de El graduado. Diez minutos después sonó el horno.

—El horno ya está precalentado.

—Igual que el de la señora Robinson —bromeó.

—Sigue mirando. Yo la he visto cientos de veces. —Me quedé junto al horno después de meter las galletas. Viendo a Edward desde atrás, podía notarlo mordiendo con felicidad el hueso de su carne, y me vi golpeada por una poderosa ola de alegría.

Ten cuidado con la corriente.

Edward ladeó el cuello para encontrarme poniéndome los guantes para el horno.

—Huele celestial. ¿Ya están listas?

—Sí. ¿Quieres un poco de leche con tus galletas?

—Preferiría cerveza.

La escena sexual regresó su atención a la televisión. Tenía el presentimiento de lo que me estaría esperando debajo de la manta y no me decepcioné al regresar a su lado.

Gimió cuando la galleta caliente se encontró con su lengua y cerró los ojos con el placer de masticar y tragar su primer bocado.

—Es la mejor galleta que he probado en mi puta vida —dijo, ofreciéndome la siguiente mordida.

Me reí de su expresión de alegría pura.

—Preferiría verte comiéndola.

Movió las cejas y sonrió.

—Pervertida.

—Ojos en la televisión, monstruo come galletas —dije, me acerqué y puse mi mano en su muslo. Su erección chocó con mis nudillos. Sí, mi chico sí que se la estaba pasando bien.

Edward tomó como un reto el mantenerse concentrado en la seducción de la señora Robinson mientras yo lo manoseaba casualmente bajo la manta. Me entretuvo con comentarios constantes sobre la película: "Creo que Elaine causará problemas", "Qué oportuno", "Dun-dun-dun", y un gran "Oh, no, ¡no puede ser!" cuando Benjamin golpeó con el puño las puertas de la iglesia.

—Pues eso no terminó bien para la señora Robinson —dijo con un último suspiro. Tras ese comentario juguetón, creí detectar un toque de tristeza, y me pregunté si era por mí.

—Nop. —Nunca terminaba bien.

Edward examinó sus dedos y se lamió la última mancha de chocolate derretido de su dedo pulgar.

—No tienes una hija de la que no me has contado, ¿verdad?

Lo agarré con más fuerza, sacándole un gemido. En parte por placer, en parte como recordatorio de quién era la jefa aquí.

—Nada de engendros para esta dama —dije—, pero, para que conste, si tuviera una hija, ella sería demasiado joven para ti.

Bufó.

—Buen punto, considerando que obviamente tú no has llegado ni de cerca a tu punto máximo.

Mi mano se detuvo a media caricia.

—Te estás volviendo un poco descarado, ¿no, cachorro?

Una enorme sonrisa se extendió sobre su rostro.

—Perdón.

—Hmm, ¿por qué no parece que estés arrepentido?

—Me dijiste "cachorro" otra vez —explicó, su sonrisa creció más todavía—. Primera vez en dos días.

La calidez se extendió a través de mí como un trago de whisky bajando por mi garganta. Una vez más me veía sobrepasada por el afecto empalagoso que me llevó a hornear por impulso esas galletas, y era todavía más fuerte después de la ternura de Edward esta noche. No solo había notado el cambio, sino que le importó. Si había subestimado a Edward, ese era un error que no volvería a cometer.

Hice a un lado la manta y me subí a su regazo. Acariciándolo con mi mano, me incliné para besarlo. Sabía a chocolate, azúcar, carne y cerveza, dulce y salado mezclado todo en su lengua. Me aparté para ver su plácida sonrisa tensarse en una línea dura debido a su creciente excitación, el brillo juguetón en sus ojos se tornó serio.

Metí un dedo debajo de la liga que le rodeaba la muñeca y la estiré para golpearle la piel. Soltó un siseo.

Eres mi cachorro, ¿no?

—¡Carajo! ¡Sí! —Entornó la mirada. Alzó las caderas hacia mi mano.

—Adelante, cachorro. Fóllame la mano si quieres.

Echó la cabeza hacia atrás sobre el sofá, embistió las caderas y se preparó para explotar.

—O… —Apreté la base de su polla hasta captar su atención. Posó sus ojos salvajes en mí. No estaba segura de que él pudiera formular palabras, así que llené los espacios en blanco para él—. O puedes levantarte, ir a la cocina y abrir el cajón junto al refrigerador para traerme un condón. Y así podrías follarte mejor mi coño.

Me miró mientras procesaba mi oferta, exhaló un pesado aliento y me dedicó un severo asentimiento.

—¿Quieres que te suelte? —pregunté.

—Sí —dijo con voz ahogada—. ¿Me das un segundo?

Le di un suave beso en los labios y liberé su polla al bajarme de su regazo.

—Sabía que no me decepcionarías, cachorro.

Incluso con su frustración me dedicó la sonrisa más dulce de todas.

—Nunca, Bella.