Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es bornonhalloween, yo sólo traduzco su increíble historia con su permiso.

Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is bornonhalloween, I'm just translating her amazing story with her authorization.


Thank you bornonhalloween for giving me the chance to share your story in another language!

Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.


Capítulo 11

~*~Tigresa~*~

A las 4:10 mi teléfono sonó debido a un cargo en mi tarjeta Amex. Edward ya había hecho check-in en el Roosevelt. Yo tenía que estar ahí en menos de una hora. Esto estaba sucediendo de verdad.

Me paré frente a mi armario, reflexionando qué debería usar para que un desconocido se me acercara en un bar, un desconocido joven y guapo que planea atarme. Ah sí, algo de Armani. Saqué una blusa y una falda que tenía años sin usar, un remanente de mis días en que me empoderaba con trajes, un intento vano de aferrarme al control que estaba a punto de ceder durante las siguientes dieciocho horas… pero ¿quién llevaba la cuenta?

Era difícil creer que apenas cinco días atrás Edward me arrastró a esta madriguera. Desde entonces se había vuelto un hombre obsesionado por "hacerlo bien". Pasó horas investigando sobre bondage en internet. Imprimió formularios para que los llenáramos por separado y juntos. Visitó todas las tiendas para adultos desde aquí hasta Glendale. Si las circunstancias fueran diferentes, pudimos haber pasado un buen rato curioseando juntos en esas tiendas. Solo podía imaginarme la pila de artículos que tenía en su habitación en casa; esperaba que los Cullen no fueran la clase de padres que chismosean.

Cuando intenté pagarle por sus compras, Edward solo sonrió y negó con la cabeza.

—Nop, pero buen intento.

Me unté la piel con brebajes y lociones y me rocié perfume en ubicaciones estratégicas. Saqué mi lencería nueva del papel de seda, me senté en la orilla de la cama y me puse las medias. No podía esperar para ver a Edward vuelto loco cuando viera el liguero.

Solo quedaban dos semanas antes de que Edward se fuera a California y se llevara con él esa asombrosa sonrisa que me hacía sentir como la mujer más especial del mundo. Suspiro.

Me despejé la pesadez del corazón y terminé de vestirme, luego me revisé el cabello y el maquillaje una última vez en el espejo. Por puro capricho, saqué mi bufanda Chanel favorita y me di dos vueltas al cuello antes de atarla con un nudo firme. Si quieres desvestirme, cachorro, vas a tener que esforzarte.

Le sonreí a mi reflejo.

—Esa soy yo, vestida pata matar.

En realidad —me respondió mi reflejo—, esta eres tú, vestida para ser atada.

Idiota.

Agarré la bolsa con mis artículos personales, shorts y una blusa para mañana, un par de sandalias y el único requisito de Edward, un traje de baño. Ya estaba hecha un mar de nervios para cuando dejé el carro con el valet frente al hotel.

—¿Se hospedará con nosotros esta tarde? —preguntó.

—Sí. Me apellido Swan.

—Muy bien. —Lo anotó en la etiqueta y le dejé la propina en la mano—. Gracias, señora Swan. Que tenga una estadía placentera.

Inhalé profundamente y exhalé lentamente entre dientes.

—Gracias, eso espero.

~*~Empacador~*~

La mirada de sorpresa del barman delató la llegada de Bella. Por suerte, ya habíamos terminado con todo el proceso de revisar mi identificación antes de que la sexi tigresa apareciera detrás de mí preguntando si el taburete a mi izquierda estaba ocupado.

—Ya lo está —dije con suavidad al ponerme de pie para sacar el pesado taburete tapizado para ella.

Casi se me saltaron los ojos de la cara al ver lo que estaba usando: el conjunto más elegante y conservador que le había visto puesto. Su blusa estaba hecha de una seda brillante en color aperlado que insinuaba sus curvas sin ser muy obvia, todo esto coronado con una bufanda de aspecto caro envuelta no una, sino dos veces alrededor de su cuello de volantes. Mientras la ayudaba a sentarse, pude echarle una buena mirada a su falda gris a la cintura que le llegaba hasta las rodillas y que abrazaba su culo como un chango aferrándose a un árbol. Unas medias color piel cubrían sus lindas piernas y desaparecían dentro de un par de brillantes y serios tacones del color de su blusa. A excepción de sus manos y su rostro, no se asomaba ni un centímetro de piel.

Parecía una persona de camino a reunirse con su contador o su abogado, no una mujer a punto de someterse a mis perversos caprichos. Era un lado de Bella que nunca antes me había mostrado, y nunca antes la había deseado más.

—¿Qué le puedo ofrecer de beber? —preguntó el barman exactamente al mismo tiempo que yo.

Se rio y lo hizo parecer como si no estuviera acostumbrada a esta clase de atención; yo sabía que sí lo estaba.

—Un martini con Grey Goose, extra sucio —dijo, lanzándole primero su sonrisa al barman.

—Enseguida —dijo él, esbozando su propia sonrisa. Me sentí tentado a poner los ojos en blanco.

Este era el riesgo que yo había tomado, pero valió la pena. No había forma en que yo pudiera ser algo más que el cachorro de Bella mientras estuviéramos en su casa. No es que me molestara ese rol, por favor, pero ella estaba demasiado al mando ahí, su casa, sus reglas. Aquí, en el hotel Hollywood Roosevelt, podíamos ser cualquier persona el uno para el otro.

Al parecer, ella había decidido adoptar la apariencia externa de toda una dama decente. Yo la conocía mejor que eso, recordaba cómo se había metido dedo en el estacionamiento de la tienda. Cruzó las piernas, provocando que se le subiera la falda sobre las rodillas, las cuales estaban inclinadas hacia las mías por detrás de la barra.

Si mis sospechas eran ciertas, esas medias terminaban en su muslo… y, jódanme, estaban sostenidas por un liguero de encaje. Dama decente mi culo.

—Te ves como si estuvieras pensando en algo —bromeó, me había atrapado viéndola.

No tenía intención de interpretar al cachorro tímido esta noche.

—Oh, estoy pensando en muchas cosas.

—Bueno, no te estreses por mí. —Sonrió dulcemente. Le correspondí la sonrisa.

Me quedé quieto viendo sus ojos recorrer mi ropa. Ella tampoco me había visto vestido de esta manera; mi uniforme de trabajo difícilmente era considerado un atuendo "semiformal". Sentía su atención como una lámpara de calor apuntándome a mí y solo a mí mientras observaba mi saco deportivo a la medida y mi ajustada camisa Armani X. Alzó las cejas al llegar a mis pies y, por primera vez, me alegré de tener un par de zapatos de piel.

El barman robó su atención con su dramática rutina de preparar el martini, un acto que estaba seguro normalmente le hacía ganar grandes propinas de clientas pomposas, y probablemente más de una llave de habitación deslizada sobre la barra. Hizo todo un espectáculo al servir el martini de Bella en el vaso que ya tenía esperando, le dedicó lo que se suponía era una sonrisa ladina al verter las últimas gotas sobre dos enormes aceitunas encajadas en un agitador de plástico.

—Extra sucio, justo como lo pidió la dama —dijo, deslizando la bebida hacia ella sobre una servilleta negra.

Amigo, si tan solo supieras.

Bella inclinó la cabeza hacia mí.

—¿Dijiste algo?

—No en voz alta —respondí tan inocentemente como me fue posible.

Escondió su media sonrisa en la orilla de la copa de su martini, cerró los ojos y le dio un primer trago. Cuando pasó la lengua sobre sus labios, recogiendo la bebida salada, se me ocurrió que nunca la había visto usar un tono de labial tan neutro, solo lo suficiente para teñir sus labios sin enmascarar su color natural. También el maquillaje de sus ojos apenas era notable. Por mucho que me encantaran los brillantes labios rojos de Bella y sus largas pestañas, este aspecto más suave y conservador definitivamente me llamaba la atención… y a mi polla. Probablemente porque lo que tenía planeado para ella no era tan apropiado.

—¿Qué estás bebiendo? —me preguntó.

Agarré mi bebida con la mano que estaba más cerca de Bella y giré el vaso de cristal en pequeños círculos.

—Algo muy tradicional.

—Buena elección. —Levanté mi vaso, lo choqué con su bebida y compartimos un brindis silencioso. Por el bondage… con ella.

Al soltar mi vaso, ella metió uno de sus dedos perfectamente arreglados bajo la liga que todavía seguía usando en mi muñeca, un gesto demasiado íntimo para un encuentro con un desconocido.

—Este es un accesorio muy inusual —dijo, estirándola—. ¿Es uno de esos brazaletes de caridad? ¿Como los que dicen Vive fuerte?

Me reí entre dientes.

—No exactamente.

Alzó una ceja.

—¿Una declaración de moda entonces? —Oh, Bella. Al sentirse tan fuera de su zona de confort esta noche, parecía que necesitaba recordarnos a ambos el poder que tenía sobre mí.

Moví el torso para poder verla directamente a esos profundos ojos cafés suyos.

—Una persona que conozco me pidió que lo usara.

Con el dedo todavía enganchado en la liga, le dio otro largo trago a su martini. Esperé al borde de mi taburete mientras ella tragaba, me sonrió y respondió:

—¿Y haces todo lo que te pide esa persona?

Ambos bajamos la vista a mi muñeca, donde su dedo estaba dejando tentadoras caricias entre la liga y mi piel.

—Hasta ahora, sí —respondí.

Detuvo su dedo; la sonrisa se le desvaneció ligeramente.

—¿Hay un "pero" después de eso…?

—No que yo sepa.

Ya más reconfortada, se le relajaron los hombros; se le suavizaron las comisuras de los ojos. Estaba a punto de echar por el borde esta charada y cubrir su boca con mis labios, pero esto era importante, y no iba a arruinarlo por un impulso. Opté mejor por elegir el alcohol.

—Disculpa… —Moví ligeramente mi bebida—. No es que tengas que dejar de tocarme ni nada así…

Apartó su mano con una sonrisa tímida.

—Perdón.

—No te disculpes. Me gustó —dije, admirando el sonrojo que teñía sus mejillas antes de tomarme de golpe mi bebida. Oh, sí.

Exactamente como había esperado, me estaba mirando de una manera diferente, me veía como un hombre cuyas palabras, si no sus acciones, eran impredecibles para variar. Alguien a quien ella todavía no tenía envuelto en sus dedos, alguien que ella quería impresionar. Por supuesto, ella podría terminar con esto en cualquier momento; cualquiera de los dos podría hacerlo. Todo lo que ella tenía que hacer era dejar el personaje o usar nuestra palabra segura (chuleta de ternera) o simplemente irse. Rezaba para que no se fuera.

Le dio más de un trago a su copa antes de dejarla otra vez sobre la barra. El barman se acercó para preguntar si su bebida estaba lo suficientemente sucia. Apoyó su rodilla en mi muslo y dijo:

—Ya casi.

Y yo estoy duro.

Inclinándose, retomó nuestra conversación con su voz un poco pastosa gracias al martini.

—Y esta persona que conoces… ¿asumo que es una mujer?

Contuve mi sonrisa.

—Ajá.

—¿Qué clase de cosas te pide que hagas?

Giré la cabeza, haciendo que nuestros labios se acercaran de forma peligrosa. Jódanme, estaba buenísima. Sin saber ni una sola cosa de ella, habría elegido a Bella de entre cualquier lugar lleno de gente. Existía una fuerza que me atraía a ella, algo más allá de la excitación que inspiraba en mi polla, aunque definitivamente ese era un factor considerable. Ella me había tenido a sus pies desde el primer encargo, y todavía no me arrepentía de ello, a pesar de que había exigido algunas cosas muy duras.

Reuní la fuerza para apartarme de su mirada e inclinarme a susurrarle al oído.

—Cosas extra sucias.

Un suave suspiro revoloteó de ella. Podía sentir el calor que irradiaba su cuello. Quería rozar con desesperación mis labios sobre su oreja, pero sabía que la recompensa por esperar sería muchísimo mejor.

Tenía toda la razón.

Ella se movió una fracción de centímetro, estirándose de modo que sus labios quedaron justo junto a mi oreja.

—Tu amiga es una mujer afortunada.

La sonrisa que se apoderó de mí pareció surgir desde lo más profundo, desde una ubicación muy al norte de mi entrepierna, un lugar peligrosamente cercano a mi corazón. Puede que esta conversación empezara como una farsa, pero parecía que Bella acababa de zambullirse profundamente en aguas desconocidas, no es que no hubiera expresado ya que sentía algo por mí —o un aprecio por lo que teníamos juntos— pero esta vez se sintió diferente.

Elegí con cuidado mis siguientes palabras, seguí hablándole directamente al oído para evitar la carga añadida de hacer contacto visual.

—No creerás lo que me pidió hacer esta noche.

—Cuéntame —respondió y alzó el mentón, exponiendo su delicioso cuello.

Me arriesgué y puse mi mano en su rodilla. Se sobresaltó. Esperé hasta que se calmó, luego deslicé la punta de mis dedos un poco debajo de la orilla de su falda. Se quedó totalmente quieta, su pulso latía como un pequeño mazo contra su cuello.

—Quiere que seduzca a la mujer más sexi de este lugar, que la atraiga hacia mi habitación, le arranque la ropa y la até a los cuatro postes de la cama…

—Oh, Dios. ¿Este hotel tiene camas con postes? —Sonaba genuinamente sorprendida y un poco ansiosa al escucharlo.

—Absolutamente. Por eso lo elegí —respondí.

Se apartó muy repentinamente para verme a la cara. Si creía que estaba jugando, comprendió la realidad de la situación de golpe. Hablaba muy en serio. Había investigado y me había asegurado de que la cama prometida estuviera en mi habitación cuando me registré esta tarde.

Habiendo encontrado lo que estaba buscando en mi expresión, Bella se terminó el resto de su martini.

—¿Todo bien? —pregunté.

—Síp. —Sacó el agitador de su copa y se metió una de las dos enormes aceitunas rellenas de queso a la boca.

—¿Quieres pedir algo más para comer antes de llevarte arriba? Escuché que preparan una chuleta de ternera muy buena aquí.

Sus ojos se ensancharon ante mi mensaje tan claro… A menos de que uses la palabra de seguridad, estás a punto de ser mi prisionera.

—No creo que deba diluir el alcohol.

—Creo que has tomado una decisión muy sabia. —Mis dedos se aventuraron un poco más arriba debajo de su falda, y encontré mi respuesta al toparme con su muslo desnudo. Caraaaajo. No podía esperar ni un segundo más para tener a solas a mi sexi tigresa.

Dándole una caricia secreta como promesa de los placeres que estaban por llegar, saqué mi mano, me terminé el resto de mi bebida y pedí la cuenta. El barman se veía un tanto decepcionado al encontrarnos tan obviamente involucrados y a punto de salir como pareja. Mantuve la expresión seria cuando cargué el gasto a nuestra habitación. Le dejé una propina decente, aunque no exagerada, o más bien Bella lo hizo.

Esperé pacientemente detrás de su taburete mientras ella se llevaba la otra aceituna a la boca. Aceptó el codo que le ofrecí a modo de soporte y me comporté como todo un caballero hasta que la tuve a solas dentro de nuestra habitación. Sin embargo, tampoco esperaba que ella se comportara como una dama.

~*~Tigresa~*~

Intentó distraerme al darme besos mientras me hacía caminar de espaldas —esos dulces y sexis besos suyos— pero incluso en mi estado algo borracho, sentí cuando mis muslos chocaron con la cama. El vodka me había ayudado un poco, pero lo que estábamos a punto de hacer —lo que estaba a punto de permitirle que me hiciera— era algo enorme. Terminé el beso y exhalé un suspiro tembloroso.

—Bella —dijo, regresando mi atención a sus hipnóticos ojos verdes de gato—, sabes que puedes detenerme en cualquier momento, ¿verdad? Sin importar nada.

—Lo sé. —No iba a detener a Edward ahora, no a menos que se comportara diferente.

—Ahora te voy a desvestir. —Sus palabras me hicieron estremecer. Ser desvestida por Edward era un placer exquisito que requería más paciencia de la que usualmente tenía.

No tuve tiempo para procesarlo antes de que sus dedos empezaran por soltar el nudo de mi bufanda. ¿Cuántas veces le había aflojado la corbata como el preludio de tener desnudo a mi cachorro? ¿Lo había mirado de la misma forma en que él me veía ahora? ¿Con un deseo ardiendo tan brillante, que no había nada en el mundo que importara más que el aquí, justo ahora, nosotros dos? ¿Yo también había permitido que mis labios (hinchados y rojos como cerezas a causa de tantos besos) se abrieran, que se asomara un destello de lengua y tentara a más deliciosos besos en su futuro?

Sus ojos nunca abandonaron los míos, pero registraron su victoria cuando el nudo se deshizo bajo sus dedos. Como un mago sacándose una bufanda de la manga, Edward tiró gentilmente de una orilla y desenredó la bufanda de mi cuello. El mago bajó sus manos mágicas por la parte frontal de mi blusa y los botones se abrieron como si se tratara de un zipper. Fue dejando suaves besos a lo largo de mi clavícula mientras me quitaba tranquilamente la blusa de los hombros. En vez de dejarla caer al piso, se apartó para extenderla sobre una silla que había a un lado. Solo me dejó durante un segundo, pero ahí me quedé parada, temblando, sin sus caricias para calentarme.

—Estás temblando —dijo, subiendo y bajando sus manos por mis brazos, como si fuera la temperatura lo que me hacía temblar.

Me derretí en sus brazos, apoyando mi mejilla en su hombro. Su camisa olía bien, limpia y especiada y masculina. Sentí que me desabrochó el sostén, empezó a bajarme los tirantes por los hombros y se detuvo.

»¿Sigues bien? —preguntó, su preocupación por mi confort me recordó que este seguía siendo mi dulce cachorro, no un dueño del calabozo malvado.

—Sí.

Me besó la cabeza mientras me bajaba lentamente los tirantes por los brazos, luego se apartó para contemplar lo que acababa de destapar.

—Te ves diferente esta noche. —Pasó sus dedos alrededor de mi pecho como si me estuviera esculpiendo con arcilla—. Incluso más hermosa.

—¿Exactamente cuánto tiempo estuviste sentado en el bar antes de que yo llegara?

Reconoció mi tonteo con una sonrisita, pero no iba a caer en mi intento de sacudirme su halago.

—Lo suficiente para pensar en todo lo que te quiero hacer esta noche. —Me lanzó una ardiente mirada antes de jalarme a un beso profundo y lento. El bourbon en su lengua se mezcló con el vodka y la sal en la mía, remolineándose en un cóctel de placer y deseo. Él terminó nuestro beso con ternura, dejándome con un sabor a cáscara de naranja en mis labios.

»Luego continuáremos —prometió—, pero primero necesito ver qué hay debajo de esta falda.

Dicha falda ya se encontraba en mis tobillos antes de que me diera cuenta de que había bajado el zipper. Edward se quedó ahí parado mirando mi liguero, boquiabierto con una expresión de asombro y admiración en el rostro.

»Vaya. Esto es… guau. Vamos a dejar eso justo donde está.

Se agachó frente a mí, restregó su cara entre mis piernas y me mordisqueó el clítoris. Puede que yo haya ronroneado. Se paró con la misma prontitud con que se había agachado, su sonrisa torcida brillaba.

»Me distraes mucho —dijo, apuntándome con su dedo como si hubiera intentado engañarlo a propósito.

Se quitó su saco deportivo como un boxeador profesional quitándose la bata, luego lo lanzó sobre la mesa. El uniforme de trabajo de Edward no le hacía ningún favor a su físico, pero el corte de su cuello de diseñador y sus pantalones a la medida acentuaban sus musculosos hombros y estrecha cintura de una manera en que ofrecía un vistazo al hombre en el que todavía se estaba convirtiendo. Con las conexiones adecuadas, fácilmente podría ser modelo de Dior.

Metiendo la mano en su bolsillo casi con timidez, sacó un montón de condones y los lanzó sobre la cama como si fueran dados. Agrandé los ojos; él guiñó.

—No te preocupes; puede que no los usemos todos.

—¡Dios mío, ten piedad! —Apenas había alcanzado a pronunciar las palabras antes de que mis pies se separaran del piso y me viera lanzada de espaldas en medio de la cama. Estiró mi muñeca derecha hacia arriba y lejos de mi cuerpo, la rodeó con unas gruesas esposas de cuero y la ató al poste de la cama.

Se me aceleró el corazón. Ya había atado una extremidad, faltaban tres.

Edward se movió sobre mí como un borrón, su fuerza y eficiencia me dejaron atontada. En un parpadeo, mi otra muñeca quedó atada en su sitio. El instinto se activó y jalé de las ataduras como el animal atrapado que era. Él había hecho un trabajo a conciencia. No había mucho espacio para ceder.

Levantó mi cabeza para poner dos almohadas por debajo. Mirándome con esos pozos infinitos de un brillante verde, preguntó:

—¿Estás bien?

Estoy bien, comprendí, porque es Edward. Asentí.

Se inclinó para dejar un tierno beso en mis labios.

—Haré que esto se sienta muy bien para ti, Bella.

Las lágrimas me picaron los ojos. Su consideración me debilitaba siempre.

Me sorprendí al sentir una mano deslizándose por mi pierna derecha. Ladeé el cuello para verlo acunar mi tobillo y quitarme el zapato con toda la reverencia de un vendedor de Jimmy Choo. Soltó la media, me la quitó de la pierna y cerró la esposa alrededor de mi tobillo. No aprecié del todo mi predicamento hasta que arrastró mi pie izquierdo hacia la última orilla de la cama, abriéndome las piernas en el proceso de esposarme al cuarto poste, totalmente expuesta, completamente a su merced, exactamente como él me quería. Yo no había aceptado menos que esto de él en muchas ocasiones.

A pesar de que la embriagadora combinación del vodka y el juego de roles me habían hecho ver un lado atrevido de Edward que nunca había visto antes, sabía quién era él en lo profundo: un chico bueno, dulce y gentil, lo suficientemente inteligente para no joder lo que teníamos. Si se le subía el poder a la cabeza y las cosas se ponían un poco intensas, le seguiría el ritmo, incluso ansiaba llegar a ello en cierto nivel; esta podría ser la primera vez en que vería realmente quién era Edward Cullen cuando no estaba siendo quien yo le decía que debía ser.