Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es bornonhalloween, yo sólo traduzco su increíble historia con su permiso.

Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is bornonhalloween, I'm just translating her amazing story with her authorization.


Thank you bornonhalloween for giving me the chance to share your story in another language!

Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.


Capítulo 12

~*~Tigresa~*~

La zona del pie de la cama se hundió con su peso. Sentí la dulce agonía de sus besos gentiles subiendo por dentro de mis muslos, el calor húmedo de su lengua justo donde la necesitaba. Me encantaba tener su boca en mí, la forma en que me abría con sus pulgares y se daba un festín de mí como si fuera su último alimento sobre la tierra… pero esta vez me dejó al borde, jadeando, deseando y suplicando.

Subió por mi cuerpo como un nadador luchando contra la corriente, extendió sus piernas sobre las mías, sus brazos jalaron el resto de su cuerpo sobre mí como si yo fuera su tabla de surfear. Remolineó su lengua sobre mi vientre, tomó mi pezón entre sus dientes y lo estiró juguetonamente. Grité, intenté apartarme, pero me tenía clavada.

Alzándose de rodillas, se sacó la camisa y la aventó a un lado. Tenía los párpados pesados a causa del deseo, y el bulto que había debajo de su pantalón no dejaba nada a la imaginación, ni siquiera a la mía.

—¿Tienes idea de lo hermosa que te ves así, Bella?

Respondí con un acalorado sonrojo desde mi cuello hasta la punta de las orejas.

Se abrió el cinturón, se desabrochó el pantalón y se lo bajó por los muslos junto con su ropa interior, liberando su enorme erección. Acomodándose frente a mi cara, levantó mi cabeza y empujó hacia enfrente con sus caderas.

Abrí la boca y relamí el líquido preseminal que había en su punta. Él soltó un sexi gruñido, agarró mi cabello en un puño y empujó su polla dentro de mi boca. Batallé un poco al principio, tuve arcadas debido a la intrusión, a la falta de control.

—Relájate —susurró, saliendo y volviendo a entrar—. Prometo que no te lastimaré.

Creyendo en sus palabras, relajé mi garganta y reprimí mis arcadas, adoptando el ritmo de Edward. Le seguí la pista y de inmediato me vi recompensada con un colorido soundtrack de gemidos, jadeos y otros ruidos de placer, intercalados con su puñado habitual de bombas de la palabra con J. Se veía muy contento con solo follarme la boca por mucho tiempo sin intentar llegar a la meta final. Para alguien de su edad, el autocontrol de Edward era milagroso, otro aspecto que lo distinguía de los demás.

Probablemente se la había jalado esta tarde para poder durar más para mí. Me lo imaginé acomodando su equipo de bondage por toda la habitación para luego quitarse la ropa y acostarse justo aquí en medio de la cama a masturbarse mientras se imaginaba todas las perversiones que planeaba hacerme. Sí que habría sido grandioso poder ver eso.

Edward se salió con un ruidoso pop y me lanzó una sonrisa adorable.

—Fue divertido, pero mi boca está un poco aburrida.

Se dio la vuelta y se acomodó sobre mí de modo que su cabeza quedó entre mis piernas y su erección colgaba sobre mi boca como una dona atada de un hilo. Esta vez sus caricias y provocaciones se convirtieron en lamidas y chupadas reales. Edward era buen estudiante cuando se trataba de mi placer, bendita sea su talentosa boca, y no tardó mucho en convertirme en un charco de felicidad.

Mientras mis salvajes espasmos de éxtasis se suavizaban hasta ser una felicidad que calaba hasta los huesos, él bajó su erección a mi boca y persiguió su propio placer. El ángulo del ataque no era ideal y pude haberlo hecho más interesante para él si hubiera podido usar mis manos, pero el afrodisiaco de poder hacer lo que quisiera conmigo parecía compensar todo lo demás.

~*~Empacador~*~

Después de terminar, me acurruqué junto a ella, apoyando mi cabeza en el hueco de su hombro y jugueteando con los aros de su liguero.

—Sabes, es muy difícil acurrucarse con alguien que está atada.

Se rio entre dientes.

—Hay manera de solucionar eso.

Sí, no voy a caer. Ladeé el cuello para encontrarme con su mirada.

—Tenemos tantos condones, y tan poco tiempo.

Soltó un suspiro cansado, pero sospechaba que en secreto le complacía que no fuera a desatarla. No parecía temer ser mi prisionera. Por supuesto, la parte aterradora para Bella vendría luego, mucho después de que sus ataduras fueran liberadas, después de ponernos la ropa de calle y salir del Roosevelt… cuando tuviera que pensar en cómo lidiar con el cachorro ante el que se había rendido.

Me rugió el estómago. Mierda. Bella debía estar hambrienta. Conociéndola, esas dos aceitunas debieron ser la única comida sólida que había llegado a su estómago durante todo el día.

Pasé mis dedos sobre su vientre plano.

—¿Lista para cenar?

—Supongo que sí —dijo con una sonrisa conocedora.

Claro, era un hombre de veintiún años que acababa de tener coito.

—Muero de hambre.

Me bajé de la cama de un salto, presumiendo mi libertad de una manera un tanto odiosa. Regresé a su lado con el folleto de servicio a la habitación y sostuve la enorme carpeta de cuero como si fuera un cuento para dormir.

—Hmm, veamos qué opciones vegetarianas ofrecen por aquí… oh, ¡un momento! —Me giré a verla—. ¡Te tengo atada! ¡Podría obligarte a comer un enorme corte de carne!

—¡Chuleta de ternera! ¡Chuleta de ternera! —gritó, riéndose.

—Oh, ¿quieres la chuleta de ternera? ¿Por qué no lo dijiste antes? —Sonreí junto con ella—. ¡Perfecto! Oh, ¡mira! Viene acompañada de una papa asada; ¡podrás consumir tu dosis diaria de tocino y mantequilla al mismo tiempo! ¡Y un pastel de tres chocolates como postre!

Cerré la carpeta, me moví a la orilla de la cama y agarré el teléfono para marcar.

¡Edward Cullen! ¡No te atrevas!

Pobre Bella. No era fácil intimidar al tipo que te tenía atada de pies y manos a su cama, pero en realidad no necesitaba hacerlo. Parecía que mi tigresa necesitaba un poco de seguridad.

Sin girarme para verla, alcé la mano izquierda sobre mi cabeza y estiré la liga que tenía en la muñeca. Tuyo.

~#~#~

Mientras esperábamos nuestra cena, acomodé mi iPad sobre la cama y reproduje uno de los videos de bondage más inspiradores que había encontrado mientras hacía mi empedernida investigación. Era lo justo; el videíto de dominatriz de Bella seguía dándome vueltas en la cabeza, no que me estuviera quejando. Me recosté junto a su cuerpo atado, observé con atención sus respuestas, de vez en cuando hacía círculos sobre su pezón con mi lengua, subía mi mano por la parte interna de su muslo, acariciándola solo lo suficiente para mantenerla bien excitada.

Cuando llegó nuestra comida, levanté su cabeza con otra almohada, me senté junto a ella en la cama y le di de comer su ensalada con mi mano. Se negó amablemente cuando le ofrecí sus papas fritas y una mordida de mi hamburguesa. Comí lo suficiente para sentirme satisfecho, más no adormilado. Todavía nos quedaba una larga noche por delante.

—¿Quieres otra rebanada de aguacate?

Miró mi mano y negó con la cabeza.

Me terminé el aguacate y metí mi dedo índice entre sus labios.

—Necesito que lo lamas, por favor. —Metí y saqué mi dedo mientras su lengua lo limpiaba—. Qué meticulosa —dije sonriendo al examinar mi dedo—. ¿Quieres más agua?

—No, gracias —dijo—. Estoy llena.

La clavé con una mirada lasciva.

—Sí, lo estarás… muy, muy pronto.

—Puras promesas —dijo, luego se rio con nerviosismo. Mi pobre y vulnerable tigresa.

Le revisé las manos y los pies otra vez para checar su circulación; sus ataduras estaban ajustadas, pero no apretadas. Sus músculos no se veían tensos, lo último que quería era que un molesto calambre fuera a arruinar nuestra diversión.

—Por la pura bondad de mi corazón, y ya que has sido una prisionera modelo, te voy a ofrecer por única vez la oportunidad de levantarte para usar el baño, aunque tendré que atarte las manos.

Agrandó los ojos al escuchar mis condiciones.

—Paso.

—¿Puedo asumir que eso significa que estás cómoda?

Bufó.

—Dadas mis circunstancias, sí.

—Excelente. En ese caso, ahora vuelvo. —Dejé un beso en su ombligo antes de levantarme de la cama.

Era hora de limpiarme un poco. Llevé el carrito con los restos de nuestra comida hacia la puerta, luego me tomé unos minutos en el baño para ordenar mis pensamientos y vaciar la tubería. Ya que planeaba besarla muchísimo más antes de que terminara la noche, me lavé el aliento a hamburguesa y los restos de nuestra cena de las manos.

Su mirada me siguió cuando salí del baño. Conocía a mi tigresa; el no saber qué iba a pasar la ponía en alerta. La única manera de conseguir que Bella se relajara de verdad era quitarle la habilidad de ver lo que estaba haciendo. Demostrándome que tenía razón, me siguió con su mirada ansiosa cuando me agaché junto a la cama y metí la mano en la maleta que había escondido hacía rato. Bella agrandó los ojos al darse cuenta de lo que estaba sosteniendo. Se mordió el labio inferior mientras yo pasaba la venda acolchada sobre su cabeza.

—Respira —le susurré al oído.

Jadeó cuando se le oscureció la visión. Echó la cabeza atrás hacia la cabecera, luego hacia enfrente. Un poco de miedo se apoderó de ella. Sí, de verdad no puedes ver.

Acuné su mejilla y la acaricié con mi pulgar hasta que dejó de moverse.

—Te prometo que no voy a lastimarte, Bella. —Se lo recordaría veinte veces más esta noche si esas veces eran las que necesitaba escucharlas—. ¿Confías en mí?

Sentí que habían pasado diez minutos antes de que ella asintiera. Inhaló temblorosamente y exhaló por la boca.

»Intenta relajarte.

Permanecí cerca para que pudiera sentirme a su lado mientras se acostumbraba a la sensación. La besé gentilmente al principio, luego lo profundicé más, deslizando mi lengua sobre la suya de la forma en que sabía que le gustaba.

Soy yo. Estoy justo aquí. Te tengo.

Le acaricié los lóbulos de las orejas y bajé la punta de mis dedos por su cuello. Se le erizó la piel. Se arqueó hacia mis caricias. Inhaló de golpe cuando le pellizqué los pezones y los sostuve durante un latido extra. La solté; se relajó sobre la cama con un suspiro. Sí.

Deslicé mis manos sobre su abdomen y tracé las orillas de su sexi liguero mientras ella se retorcía bajo mis dedos. Los labios de su coño se veían rosas e hinchados a causa de la excitación. Dancé con la punta de mis dedos sobre su raja como una suave lluvia cayendo en un prado, y alzó las caderas de la cama, buscando más.

Yo no necesitaba esconder mi sonrisa, y no lo hice.

Metiendo la mano otra vez en la maleta, encontré el vibrador a control remoto que había estado muriendo por probar en ella. Con el pequeño huevo morado acunado en mi palma, subí la mano por su pierna. Bella se retorció ante el contacto y soltó un suave gemido cuando mi mano llegó a su muslo. Recorrí el viaje de arriba abajo por todo su cuerpo, lo más lento que podía obligarme a moverme. Cuando ya no pude esperar más, encendí el vibrador y lo sostuve sobre su pezón. Se retorció hacia mi mano, su pecho temblaba como un globo lleno de agua.

Posé mi boca sobre su otro pecho y lamí su pezón, luego cambié de lado. Al apartarme, ella exhaló un profundo suspiro. Mi mano bajó más con el vibrador. Enganché el dedo en el liguero para apartar la tela de su ombligo. Ella se movía deliciosamente de lado a lado, sin poder escapar.

Cuando el pequeño vibrador se acercó a su monte, ella se quedó perfectamente quieta. Me detuve hasta llevar un ritmo agonizantemente lento.

—¿Recuerdas cuando me hiciste llevarte esas pilas?

Abrió la boca. Apagué el vibrador. Sus labios hicieron un mohín.

»Perdón, no pude oír tu respuesta…

—Sí —susurró.

—¿Hmm?

—¡Síííí!

Así es, nena. Hay un nuevo jefe en el pueblo.

—Buena chica —dije al tiempo que encendía otra vez el vibrador.

Inhaló de golpe cuando el huevo se bajó lentamente hacia su monte.

—Te portaste como toda una tigresa caliente ese día, ¿no? Atrayendo a tu amante justo hasta tu puerta, usando esa sexi batita con nada debajo.

Soltó un maullido que pudo haberse interpretado como un sí. Lo dejé pasar.

»¿Acaso no te portaste como toda una provocadora ese día, al abrir tus piernas justo así —pasé mi mano sobre la parte interna de su muslo— y ponerme ese dulce coño desnudo en la cara?

Se le atoró el aliento.

»Fue una pregunta, Bella.

—¿Hmm? Oh… sí, sí. —Jódanme, ella estaba excitadísima. Yo la había puesto así.

—¿Recuerdas lo que me hiciste hacerte con ese vibrador?

—¡Sí! —Esta vez respondió rápidamente, mordiéndose el labio inferior.

—Si mal no recuerdo, fue algo como esto. —Deslicé el vibrador sobre su clítoris.

Soltó un sexi gemido mezclado con necesidad.

—Síííí. Dios, sí.

—¿Te gustaría que te hiciera eso justo ahora?

—¡Sí! Sí, por favor, Edward.

Dejé el vibrador sobre su abdomen y lo llevé hasta su raja, luego lo volví a subir a su vientre otra vez como un niño deslizándose por una resbaladilla y corriendo a subir otra vez por la escalera.

—Apuesto a que se siente bien, ¿eh?

—Sí.

—¿Tanto como ese día en tu casa cuando me pusiste de rodillas para sostener ese vibrador entre tus piernas?

¡Dios! Bajé la mano para acariciarme mi polla dolorida. Recordar cómo me había provocado no ayudaba en nada a mi control.

—Mmm, ¡sí! ¡Se siente tan bien! —Sus caderas le siguieron el ritmo y sus gemidos me indicaron que estaba acercándose al orgasmo.

—¿Recuerdas lo mucho que te deseaba ese día, Bella?

—Sí.

—Pero ese día no me permitiste correrme, ¿cierto? —Apagué el vibrador—. Fue una pregunta.

—No. —Esperó a que el vibrador se encendiera otra vez, pero lo dejé ahí donde estaba, inútil, sobre su clítoris. Ella soltó un chillido de frustración, su linda boca se tornó en un puchero.

—¿Quieres adivinar qué estoy haciendo justo ahora, Bella?

—¿Además de intentar volverme loca?

Tuve que reírme, lo cual solo la hizo reforzar su puchero. Pobre Bella.

—Bien, sí. Pero ¿qué más?

Soltó un suspiro cansado.

—Si fuera tú, estaría masturbándome.

—¡Ding, ding, ding, ding, ding, ding!

—Qué suertudo —dijo con un tono gruñón que yo nunca me habría atrevido a usar con ella.

Gateé entre sus piernas y me arrodillé entre sus muslos.

—¿Puedes escucharlo, Bella? ¿Puedes escuchar mis manos trabajando mi polla? En esto estaba pensando ese día mientras sostenía el vibrador sobre tu coño. Al ver tu culo removerse sobre la silla de cuero mientras la tensión crecía y crecía…

Se retorció sobre las sábanas y empujó sus caderas hacia el techo, pero no tenía manera de producir fricción.

»El empujar ese vibrador en tu coño mojado y sentir el profundo bullicio de mis bolas, pero sabiendo que no podía hacer ni una maldita cosa al respecto…

Movió la cabeza de un lado a otro.

»¡Se siente tan bien poder tocarme esta vez! —Había llegado al límite—. Carajo, ¡sí!

Apreté mi agarre y me la jalé como si no hubiera un mañana, rocié sus tetas con gruesos chorros hasta que quedé vacío. Apoyándome de nuevo sobre mis talones, analicé el desastre.

—Ups —dije, riéndome entre dientes—. No planeaba hacer eso. No pude controlarme. Ahora vuelvo para limpiarte.

—Aquí te espero.

Sí, así será.

Regresé con un paño húmedo y lo arrastré sobre su pecho.

—Tengo que confesarte, Bella, que eso se siente muchísimo mejor que aguantarse.

—Te creo —dijo, tenía la boca alzada en una sonrisa irónica.

Metí el vibrador bajo su liguero, tan cerca y tan lejos de dónde lo quería.

No se atrevió a quejarse. Ambos sabíamos que le debía muchísimas horas más de tortura.

~*~Tigresa~*~

¡Ese mierdecilla! Cómo se atrevía a dejarme de esa manera… y oh, ¡carajo! ¿Qué le estaba haciendo a mi pie?

Diosmío, ¿era una pluma? Una suave pluma me rozó la planta del pie. Me reí porque no pude evitarlo, pero no me causaba gracia. En absoluto. Moví los dedos e intenté apartarme, pero eso solo le dio más ánimos.

Añadió sus dedos, rascando la parte sensible de la planta de mi pie, la sensación se disparó directo a la entrepierna. Me retorcí entre mis ataduras y maldije por lo bajo, pero no sirvió de nada. No se detuvo, y yo no podía escapar.

Mierda. Que alguien me recuerde, ¿por qué demonios no había dicho que esto era un límite para mí? La pluma se enterró entre mis dedos, se movía sobre mi piel sensible y me hizo sufrir de ataques incontrolables de risa.

—¡No puedo respirar! ¡Detente! ¡Diosmío, detente!

Se detuvo. Jadeé en busca de aliento.

Su voz me llegó desde los pies de la cama.

—¿Quieres usar tu palabra de seguridad, Bella?

¿Quería?

—No… no estoy segura.

—Desde donde estoy posicionado, parece que te estás excitando mucho, así que volveré a hacerte cosquillas a menos de que te escuche decir tu palabra de seguridad, la cual es…

Carajo. ¿Tenía que portarse tan tranquilo y correcto?

—Chuleta de ternera.

Me rodeó el pie con la mano, con la firmeza suficiente para no causarme cosquillas.

—Está bien si deseas esto, Bella, y si te hace sentir mejor, estoy tan duro como el poste de la cama tan solo con verte retorcerte y agitarte, sabiendo que no puedes escapar. Pero si de verdad necesitas que me detenga, usa nuestra palabra de seguridad, por favor. ¿De acuerdo?

Relajé la mueca que tenía en el rostro. Aguántate o usa la palabra, Bella. Sabía que él se sentiría decepcionado si usaba la palabra de seguridad, pero respetaría mi elección. Lo que no iba a hacer era portarme como una puta quejumbrosa después de todo lo que lo había hecho pasar.

—Sí, lo siento.

Le dio una sacudida amistosa a mi pie.

—Oye, no te disculpes. ¿Estás lista para que vuelva a empezar?

Se me escapó una risa.

—Lo dudo, pero haz lo que tengas que hacer.

Empezó de nuevo con mi otro pie. Lo odiaba y no lo odiaba, y desearía haber orinado cuando me dio la oportunidad. No me entristecí cuando al fin soltó esa maldita pluma… solo para que resurgiera otra vez en mi axila unos segundos después. Por desgracia, era muy cosquillosa en esa zona.

Justo cuando pensé que ya no podría soportarlo ni un segundo más, apartó la pluma y pasó sus manos sobre mis pechos y hacia mi vientre. El delicioso hormigueo de sus caricias se sintió celestial en comparación con la cansadora tensión del cosquilleo.

—Dios, Bella, estoy tan caliente justo ahora. Desearía que pudieras ver lo sexi que te ves toda abierta y excitada y tan jodidamente preciosa. Sé que dijimos que nada de fotos…

Edward. —No se atrevería. Lo prometió—. Es mi límite, ¿recuerdas?

—Sí, sí, pero escúchame. ¿Y si uso tu teléfono? Tú quedarías completamente en control de la foto después de eso. Bórrala si quieres, y será como si nunca hubiera pasado. De verdad quiero que puedas ver lo que yo estoy viendo justo ahora.

Este experimento del bondage era algo único; no podía imaginarme permitiendo que alguien más volviera a atarme. Suponía que podría ser divertido ver cómo me veía.

Usar mi teléfono fue una sugerencia bastante intrigante. Confiaba en él ahora, pero ¿quién podría saber qué sentiríamos el uno por el otro en unas semanas o en unos años? Una foto era algo para siempre. ¿Qué lo detendría de enseñársela a sus amigos o subirla en línea si le dejaba de importar lo que yo pensaba de él?

—Puedes tomar la foto con una condición —dije.

—¿Y bien? —Podía visualizar la sonrisa que escuchaba en su voz.

—Tú también tienes que tomarte una selfie, frontal de cuerpo completo.

Esta vez se rio en voz alta.

—Un seguro, ¿eh? Claro, me parece justo.

Su respuesta no me sorprendió. Edward era muy consciente de lo protectora que había sido de su privacidad desde el inicio, es por eso que hice que me enseñara las fotos de su polla después de depilarse en persona usando su celular en vez de pedirle que me las enviara.

—Oye… tú sigues desnudo, ¿verdad?

—¿Por qué no lo estaría? —Podía escuchar la diversión en su voz.

—No sé. Hasta donde sé, has estado andando por ahí con el pantalón puesto desde que me pusiste la venda.

Se rio entre dientes.

—¿Quieres una prueba? Aquí está. —Se subió a la cama y se sentó a horcajadas en mi cintura. Juntándome los pechos, embistió su erección entre ellos—. ¿Qué te parece? ¿Todo bien?

—Perfecto.

—Sí que lo eres. —Me sorprendió con un beso—. Ahora que ya aclaramos eso, voy por tu teléfono. Ten. Disfruta mientras no estoy… —Sacó el vibrador de mi liguero, lo puso sobre mi clítoris y lo encendió en una potencia baja. Todo mi cuerpo soltó un suspiro.

La relajación rápidamente cedió ante la excitación conforme la tensión aumentaba una vez más. Para cuando regresó, ya estaba acercándome otra vez a la liberación.

»Esta será una foto espectacular —dijo con una risita—. Rápido, ¿cuál es tu contraseña?

—Diez, treinta y uno.

—¿Halloween?

—La fecha de mi divorcio.

—Bien, suficiente. Genial, ya entré. ¿Lista, Bella?

Ese era el meollo del asunto. Desde el momento en que conocí a Edward, él me había estado sorprendiendo a cada momento. Si fuera honesta, tendría que admitir que él había estado en control mucho antes de atarme a esta cama. No, no estaba lista para nada de esto… y puede que nunca antes me haya sentido más feliz.

—Adelante —dije, intentando mantener mi voz casual mientras que esa epifanía me golpeaba la cabeza.

—De acuerdo. Subamos la intensidad de esto. —El vibrador aumentó su fuerza y su potencia sobre mi clítoris, pero él no se detuvo ahí.

Sentí que la cama se movía bajo su peso al subirse para arrodillarse entre mis piernas. Me metió dos dedos y empezó a embestir. Yo soltaba un gruñido cada vez que su palma golpeaba contra mí.

—Se siente tan bien. —Rezaba para que no fuera a detenerse. Necesitaba esto.

Sacó los dedos y gemí con frustración.

—Perdón, Bella. —Se puso de pie, moviendo la cama mientras encontraba su punto de equilibrio—. Sí, ¡esta toma es perfecta! —Podía sentir su presencia cerniéndose sobre mí—. ¡Di whisky!

Sentí la planta de su pie posarse sobre el vibrador, empujándolo contra mi clítoris. El placer surgió a través de mi ser; mi orgasmo fue una montaña rusa cayendo desde lo más alto en picada hacia el suelo. Mi clítoris palpitó a causa de los salvajes orgasmos, dejándome risueña y delirante y jadeando en busca de oxígeno.

Empujó el vibrador con su pie y escuché el clic de la cámara.

—Vaya, qué espectacular. Me vas a agradecer por esto. No estoy jugando.

—Gracias por eso, Edward. No estoy jugando. —Tenía la boca fija en una sonrisa tonta, tal vez de forma permanente.

—De nada. Y ahora, mi parte del trato… la foto del "antes". —Escuché el clic y después sentí que se bajó de la cama. Me sorprendí al sentir que una mano me rodeaba el tobillo—. Ya te voy a desatar los pies, pero no se te ocurra hacer nada. No irás a ninguna parte hasta que termine de hacer lo que quiero contigo.

Incluso si mis piernas no se sintieran como dos fideos, me sentía demasiado en éxtasis para pensar en moverme. Lo que quería más que nada en el mundo era sentir su cuerpo presionado contra el mío.

Me soltó los pies y elevó mis piernas al aire. Ese estirón se sintió superbien, al igual que los besos que fue dejando en la parte interna de mis muslos al acomodarse entre ellos. Escuché el sonido distintivo del condón abriéndose, y luego entró en mí. Escuché y sentí el golpeteo rítmico de su piel contra la mía. Enfoqué mis oídos al ritmo de su respiración y los suaves gruñidos que aceleraban con cada embestida. Sentí un zumbido cuando se dejó caer de frente con los codos apoyados en mis costados, dándome al fin ese contacto piel a piel que había estado anhelando.

—Necesito verte los ojos —dijo, subiéndome la venda a la frente.

Parpadeé al abrir los ojos, ajustándome a la luz y a la visión que era él. Ahí estaba, mi hermoso cachorro, el mismo joven en el que había posado mi mirada hacía menos de una hora, sin embargo, estaba mirando a los ojos de una persona completamente diferente, o más bien, un hombre al que no había visto con claridad hasta que me robó la visión. Aquí estaba el hombre que me mantenía prisionera solo para tratar mi cuerpo y mis emociones con el mayor cuidado, solo para satisfacer mis deseos antes de encargarse de los suyos, solo para mirarme ahora con tanto deseo en sus ojos que hasta dolía. Solo para retrasar su propio orgasmo hasta que pudiera verme a los ojos y saber que yo podía ver todo lo que no me estaba diciendo.

Dejó un beso sobre mis labios, tierno pero urgente, justo antes de cerrar con fuerza los ojos. Inhalando de golpe, embistió en lo más profundo de mí. Su orgasmo lo golpeó con estocadas fuertes y erráticas; la cabecera golpeteó contra la pared que había detrás de mí, y las réplicas sacudieron la cama.

Su cuerpo se dejó caer sobre el mío, sudoroso y cansado. Apoyó la cabeza en el hueco de mi cuello, sus suaves gruñidos se desvanecieron en lentas exhalaciones de aire sobre la orilla de mi oreja. Metió sus brazos debajo de los míos en un medio abrazo que me sentía desesperada por corresponder.

Le rodeé la espalda con los pies y lo apreté cerca de mí. Tenía tantas ganas de compartir mi epifanía con él, pero todo lo que salió cuando intenté hablar fue un rasposo:

—Hola.

Giró lentamente la cabeza sobre mi hombro, como si moverse requiriera de un esfuerzo heroico.

—Hola —dijo, regalándome una sonrisa eufórica. Mi corazón—. Eso fue maravilloso.

—Ajá. —Gallina.

—Supongo que ahora quieres que te suelte.

—Bueno, es un poco difícil acurrucarnos cuando una persona está atada.

Alzó una ceja, divertido.

—¿Quieres acurrucarte conmigo?

—Más que cualquier otra cosa.