Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es bornonhalloween, yo sólo traduzco su increíble historia con su permiso.

Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is bornonhalloween, I'm just translating her amazing story with her authorization.


Thank you bornonhalloween for giving me the chance to share your story in another language!

Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.


Capítulo 15

~*~Tigresa~*~

Extrañaba la forma en que cargaba mis compras y detestaba al chico James que intentaba ocupar su lugar.

Extrañaba su estación de radio sonando en mi carro.

Extrañaba su cepillo de dientes colgando junto al mío.

Extrañaba al Edward todo desaliñado apareciendo en mi puerta al final del día, con la corbata chueca, el cabello hecho un desastre, las mangas enrolladas hasta los codos.

Extrañaba prepararle la cena. Extrañaba verlo devorar un enorme tazón de helado para luego agarrarse la cabeza y gemir. Extrañaba comprarle refrescos.

Extrañaba la manera en que nos preparaba el café todas las mañanas usando solo sus calzones.

Extrañaba sus besos y sus sonrisas y su risa y sus sonrojos.

Extrañaba su cuerpo cálido moviéndose sobre el mío, durmiendo de cucharita conmigo, tocándome en todos los sitios donde necesitaba ser tocada.

Extrañaba su erección instantánea y su tiempo de recuperación inhumano.

Extrañaba sus películas de superhéroes y series de Netflix. Extrañaba compartir un tazón de palomitas con él en el sofá.

Extrañaba la forma en que me quitaba la ropa como si estuviera desenvolviendo una valiosísima obra de arte. Extrañaba ser deseada de la manera en que solo Edward me había deseado.

Extrañaba sus brazos y sus hombros y todos los sitios donde me encantaba tocarlo para hacerlo estremecer.

Extrañaba su fuerza y su belleza y su juventud.

Extrañaba a mi cachorro. Extrañaba a mi amigo. Extrañaba a mi pareja.

Extrañaba la forma en que retaba mis creencias y me enfrentaba. Extrañaba la persona que era yo cuando estábamos juntos.

~*~Empacador~*~

La universidad de Bakersfield en California no era Syracuse, ni de cerca, pero así estaba bien. Planeaba sacarle el mayor provecho a esta segunda oportunidad. Tenía un compañero de cuarto, un chico llamado Mike que venía de las afueras de Seattle. Parecía estar destinado a terminar en el negocio familiar de la ferretería, pero estaba aquí por el diploma y la educación. Respetaba eso… aunque el chico era el ser humano más aburrido que había conocido en mi vida. De hecho, repelía a las chicas. Era el compañero perfecto para mí luego de que superó su decepción al saber que no iba a ser su compinche para buscar mujeres.

Por puro capricho me había inscrito a una clase de nutrición. Considerando que ya había aprendido mucho sobre verduras gracias a Bella, y que tal vez podría obtener una A con facilidad. ¿Adivina qué? Terminé amando la maldita clase. Mi clase estaba compuesta en su mayoría por mujeres. En mi época pre-Bella, me habría inscrito tan solo por las posibilidades.

¿Ahora? Me sentía relajado, contento. La presión por salir, socializar y hacer, hacer, hacer me había abandonado. Veía a mis compañeros alocarse en las noches y luego arrastrar sus culos cansados a clases la mañana siguiente. No los culpaba, pero ciertamente no extrañaba las fiestas ni las resacas ni el desfile de almohadas.

Bella mantuvo su palabra —no me sorprendió— y solo me mensajeó las dos veces que yo la mensajeé primero; la primera noche lejos y durante un momento de debilidad cuando el servicio de cafetería nos ofreció tarta de arándanos de postre.

Pensaba en ella muy seguido, pero las reglas que ella había impuesto para nuestras conversaciones eran tan restrictivas que encontraba que era más fácil no hablar en absoluto que contener todo lo que quería decir. Supongo que una parte de mí se preocupaba al pensar en que ella había seguido adelante, y tampoco quería arriesgarme a escucharlo en su voz. Una noche de alcohol me había tenido luchando contra mi autocontrol, pero le gané a la urgencia de enviarle un mensaje estando borracho. Bella no era la clase de mujer que se impresionaba con una demostración tan descuidada.

Mi vida era, como Bella lo diría, sin drama y eso resultó ser algo muy bueno. Me había vuelto amigo de varias de las mujeres en mi clase de nutrición, y salíamos los fines de semana. Bromeaban diciendo que yo era "una de las chicas" y creo que no tan secretamente sospechaban que era gay. Yo mantenía la cabeza gacha y terminaba mis tareas en tiempo, y descubrí —oh, sorpresa— que la escuela era manejable cuando me mantenía al día con mis trabajos.

El día de San Valentín llegó y se fue, y el día de San Patricio tornó de verde todo el campus. Veía a los fiesteros desde las gradas como un espectador en una competencia de natación: reconocía los estilos por años de práctica, pero no tenía deseo de competir. Conforme el calendario avanzaba hacia las vacaciones de abril, me encontré sintiéndome ansioso por ir a casa.

Quería ver a Bella, pero no tenía ni idea de cómo se desarrollaría eso. ¿Querría verme? ¿Volveríamos a la etapa de jueguitos mentales? ¿Estaba dispuesto a conformarme con ese enorme paso en retroceso si eso era todo lo que ella tenía para ofrecerme? ¿Y si ella ya no me deseaba en absoluto?

Decidí que no me esforzaría por hacerle saber que iba a ir a casa. Me dolía el corazón al pensar en que tal vez no la vería, pero era más fácil así. Si a Bella le importaba, la mujer que insistió en conocer mi horario de trabajo en Nature's Bounty no tendría problemas para revisar mi calendario escolar en línea.

Había al menos dos personas que se sentían muy emocionadas por mis próximas vacaciones. El entusiasmo que sentía papá por verme se veía atenuado por su necesidad de asegurarse de que usara "este valioso tiempo en casa" para asegurarme un trabajo de verano. Mamá estaba concentrada en hornear y consentirme con todas mis comidas caseras favoritas mientras estuviera ahí. Había dado su última vuelta a la tienda esta mañana para comprar los ingredientes más frescos para la marinara de su nonni y se aseguró de avisarme en caso de que pensara en cambiar de decisión sobre ir a casa.

—La salsa ya está hirviendo en la estufa. Deberías empezar a oler el ajo cerca de Santa Clarita.

—Estoy seguro de que los vecinos agradecen eso —respondí, mi sonrisa estiró mis mejillas mientras los tres nos reíamos por teléfono, yo en mi celular, mamá y papá como siempre usando extensiones separadas en la casa.

—Maneja con cuidado —dijo papá—. Hay cerveza suficiente esperándote en el refrigerador. No es necesario empezar antes.

—Oh, Carlisle. No seas tonto. Edward es muy inteligente como para beber y manejar.

—Gracias, ma…

—Y para que sepas, querido, hice mucha pasta… por si quieres invitar a esa chica misteriosa del trabajo.

Papá bufó en el teléfono.

—¿Ahora quién es tonto?

—Solo quiero que sepa que su amiga siempre es bienvenida.

—Deja que el chico tenga su espacio, Es. Todavía ni siquiera llega a casa y ya estás encima de él.

—Oh, ¡por Dios, Carlisle!

Los puse en altavoz y aventé el celular a la cama. Ellos discutían mientras yo sacaba camisas, shorts y ropa interior de los cajones para echarlos en la maleta. Tardaron cinco minutos antes de darse cuenta de que yo no estaba hablando.

—Edward, ¿sigues ahí? ¿Edward? Oh, querido, creo que perdimos la conexión.

—Probablemente colgó —sugirió papá.

—¿Por qué dices eso?

—Pues no es de sorprenderse con la forma en que sigues hablando sobre la chica. Ni siquiera sabemos si siguen juntos. Por Dios, han pasado tres meses desde que se fue a la escuela. Todo puede pasar en tres meses. ¿Lo has escuchado mencionarla siquiera una vez desde que se fue a la escuela?

—Pues no, pero…

—¿Siquiera consideraste que podría ser un tema sensible?

—Edward no es así. No conmigo.

Tomé el teléfono con un suspiro.

—Um, sigo aquí.

—¿Ves? ¡Te lo dije! Como si Edward pudiera colgarle a su propia madre.

Papá respondió con un profundo suspiro.

—Y gracias por la generosa invitación, mamá, pero estaré solo en la cena de esta noche.

—Y nos emociona recibirte —dijo mamá—. Hablando de eso, ¿a qué hora vas a llegar? —Traducción parental: ¿A qué hora deberíamos empezar a preocuparnos?

—Tengo un seminario de finanzas de dos a tres, y saldré a carretera justo después. Debería llegar a casa a las 4:30 si no hay tráfico.

Papá empezó con su rutina de voz de GPS.

—¿Si no hay tráfico? ¿Un viernes en la tarde? ¡Más te vale que no llegues antes de las cinco! —Seguía el discurso sobre los locos de la carretera; sin importar cuánto tiempo llevara lejos, todavía podía recitar ese sermón palabra por palabra.

—Sí, de acuerdo. Entendido. Tengo que colgar. Nos vemos a las 5:01.

Mi maestro habló y habló sin parar, llenando la hora hasta el último minuto. Sentí una brillante explosión de alivio cuando al fin pude salir del salón, pero la ligereza al dejar mis clases atrás durante una semana se atenuó cuando encendí mi Volvo y se desvaneció con cada milla que me acercaba a casa. La tensión se acumuló como una tormenta creciente afuera de mi carro. Para cuando llegué al camino de entrada, tenía el estómago hecho nudos y ni siquiera tenía la certeza de que el espagueti de mamá pudiera atreverse a realizar ese viaje.

No debí haber dudado del poder sanador de la salsa marinara de mamá y su pan de ajo con queso. Con tres bocados, la calidez de estar en casa empezó a extenderse desde mi vientre hacia afuera. La conversación fluyó con facilidad en la mesa y sentí el respeto genuino de mis padres mientras les compartía la pasión que sentía por mis clases de nutrición.

—Bueno, yo creo que es algo brillante —dijo mi papá—. La nutrición es un área muy demandada ahora. De hecho, el hospital acaba de contratar a todo un equipo para consultar en todas las áreas, desde oncología hasta pediatría. ¡Incluso la de salud mental! Te digo que saques tu maestría y podrás forjarte el camino que desees.

—¡Maestría! Carlisle, ¿te estás oyendo?

—No, está bien. Honestamente todavía no he empezado a explorar carreras en nutrición. Aprecio esas ideas.

—¿Y has pensado en ser chef? —Por la mirada soñadora de mi mamá, diría que ya se encontraba parada en medio de mi futuro restaurante cinco estrellas, siendo entrevistada por la reportera culinaria del LA Times. "¿Y cuándo supo que su hijo se convertiría en un chef famoso?".

—¿Tal vez? Como les dije, no descarto nada.

—Es buena idea. Mantén abiertas tus opciones —dijo papá, asintiendo.

Qué gran diferencia era el ser recibido esta vez en casa como un héroe conquistador, no como el inútil que se arrastró de regreso a casa con la cola entre las piernas.

—¿Quieres más pan de ajo, querido?

—No, mamá, gracias. Estoy lleno.

Sí, lo estarás… muy, muy pronto.

Puras promesas.

Bella. Mucho más cerca. Mucho más difícil de resistir. Demonios, ¿por qué me estaba conteniendo? ¿Qué podía perder? Si ella estaba con alguien más, ¿no era mejor descubrirlo ya?

—Hablando de carreras… —Papá agarró un poco de espagueti con el tenedor y lo giró—, ¿has pensado en un trabajo de verano?

—De hecho, estaba esperando poder darme uno o dos días de relajación antes de empezar a buscar.

—Claro, claro —parecía estar de acuerdo—, pero mientras tú te relajas, tu competencia está ahí afuera ganando los mejores trabajos.

Solté mi tenedor. Ya había terminado la bienvenida de héroe.

—Sí, lo sé.

—¡Oh! —Mamá aplaudió de golpe—. Hablando de trabajos, el señor Banner me dijo que no te olvidaras de pasar a la tienda para saludarlo mientras estás aquí.

—¿Le dijiste que estaba en casa?

—¡No es como que le haya llamado para decirle! Me vio en la tienda, y por supuesto que se acercó a preguntar por ti. Empezamos a platicar… —Por supuesto que sí.

—¿Ya viste? —dijo papá—. Tu madre acaba de asegurarte tu primera oferta de trabajo de verano.

—Papá, no quería volver al camino de ser empacador.

—¿No?

—Es un tanto desalentador. No quiero sonar malagradecido ni nada así; ser empacador fue un buen trabajo el año pasado. Es que… creo que preferiría intentar encontrar algo más estimulador. —Más intelectualmente estimulador, al menos.

—Buen punto. Bueno, obviamente le agradas al hombre, y los gerentes inteligentes se quedan con la gente buena. Tal vez podrías preguntarle por un trabajo diferente donde trabajes directamente con la comida si es que eso es algo que te gustaría explorar. Si no tiene nada para ti, estoy seguro de que no tendrá problema en compartir tu currículum con alguien más.

Traducción parental: Pasarás los siguientes dos días preparando tu currículum.

—De hecho, no es tan mala idea.

Papá me sonrió.

—Pues gracias, hijo. Me alegra ser útil de vez en cuando.

—Iré a platicar con él el lunes.

—Muy bien. —Mi promesa pareció satisfacer sus estándares por el momento, y se echó a la boca su siguiente albóndiga, pasándole efectivamente la batuta a mamá.

—Por cierto, Edward, me topé con alguien más que te conoce ese día que fui a la tienda.

—Déjame adivinar, ¿el entrenador Wilcox? —Mi entrenador de natación de la preparatoria habría hablado sin parar con mamá, y viceversa.

—No, se trata de una mujer. Dijo que se llamaba Bella… Gosling, ¿creo? —Tragué en seco—. No espera… era Swan. Bella Swan. Una chica muy amable, con una linda figura. De hecho, es justo el tipo de tu padre, si tu padre tuviera diez años menos.

Más bien veinticinco.

—Creo que me siento insultado —dijo mi papá. Y yo creo que voy a vomitar.

—Es la mujer para la que trabajaste un par de ocasiones el año pasado, pintando y haciendo cosas así, ¿cierto?

A pesar de que cada nervio en mi cuerpo saltó a la vez, giré tranquilamente la cabeza hacia mi madre.

—Síp.

—Dijo que fuiste un regalo caído del cielo, que había descuidado mucho del mantenimiento de su casa después de su divorcio.

—Ajá. —Mantenimiento de su casa, sí como no.

Papá intervino, haciéndome girar la cabeza hacia él, como si no me sintiera ya mareado.

—¿Y cómo conociste a esa bonita divorciada que es demasiado joven para mí?

—Oh. El señor Banner me asignó una entrega a su casa.

Eso hizo que papá alzara las cejas hasta el techo.

¿En serio? ¡Qué golpe de suerte!

—Lo sé, ¿cierto? —Rezaba para que mi sonrisa fuera de inocencia, pero a juzgar por su expresión de curiosidad, diría que fallé miserablemente.

Y ese fue el momento en que mi propia madre me provocó un paro cardiaco.

—Oh, Edward. Te estás portando con mucha modestia. Bella me contó todo.

Mi cara debió palidecer tanto como el espagueti que estaba en el colador sobre el fregadero de la cocina.

—Cuéntame, querida. —Ese era papá, sonsacándole todos los detalles sórdidos a mamá, como si ella hubiera planeado guardarse alguno.

—Tal vez debería dejar que Edward cuente su propia historia. —Parecía estar en conflicto con su decisión. Igual que yo.

Ambos posaron en mí sus miradas ansiosas como dos niños de primaria que acaban de echar vinagre sobre su volcán con bicarbonato de sodio. Estaba a punto de explotar.

Probablemente Bella se encontraba en casa ahora, imaginando esta escena y sonriendo con malicia para sí debido a su superpoder para inquietarme, tan potente como siempre a pesar de los cuatro largos meses de separación. Mamá no se veía horrorizada, así que Bella no pudo haberle contado todo, pero definitivamente yo había perdido el control de la narrativa. Hubiera sido más fácil preguntar por la versión de Bella, pero las sospechas de papá ya se encontraban alertas.

Solté un comentario nada comprometedor:

—Creo que un día antes la ayudé a cargar sus compras.

Si hay algo que mamá no puede soportar, es que se deje atrás un detalle jugoso. Me golpeó el brazo y le puso los ojos en blanco a papá como si no pudiera creer lo mucho que habían fallado en pasarme el gen para contar historias.

—¡Sí! Cargaste sus compras en medio de la lluvia, y lograste sostener un paraguas sobre su cabeza mientras equilibrabas ambas bolsas de mandado. ¡Y no rompiste ni un solo huevo!

—¡Vaya! es impresionante —dijo papá, el hombre cuyo día laboral consistía en salvar vidas, curar enfermedades y aliviar el dolor de la gente.

Me encogí de hombros. En el gran esquema de las responsabilidades de un empacador, había sobresalido con creces ese día.

—¡Y eso no es todo! —Mamá redirigió la conversación como un abogador defensor experimentado—. Dijo que tus modales eran impecables. —El color regresó a mis mejillas con fuerza, pero ¿qué hijo no se habría sonrojado ante eso?—. No es que tuviera dudas sobre tus modales —siguió mamá, deleitándose con su propia parte de orgullo—. Siempre has sido así de dulce. Pero dijo que estabas mojado hasta los huesos por la lluvia y no vacilaste en salir de nuevo a la lluvia para acompañar a una clienta hasta su carro.

—Todo un príncipe —murmuró papá por lo bajo.

—Hay que apoyar con una sonrisa —dije, forzando una sonrisa.

—Es por eso —mamá hizo una pausa dramática— que Bella pidió por ti, específicamente, para hacer esa entrega al día siguiente.

Papá alzó las manos.

—¿Quién podría culparla?

Exhalé un suspiro de alivio temporal. Dejando de lado el sarcasmo de papá y la sospecha remanente, la historia de Bella estaba llena de detalles y lo suficientemente vaga para no meterme en problemas. Mamá parecía estarse quedando sin energía, lo cual era bueno, pero mi propia curiosidad me estaba ganando.

—¿Y cómo es que Bella y tú descubrieron la conexión?

—Oh, es una historia divertida. Estaba detrás de mí en la fila de la caja —¿después de llevar cuánto tiempo siguiendo a mamá por toda la tienda?—, vio los ajos y la albahaca fresca en la caja, y empezó a preguntarme sobre lo que iba a cocinar. Empezamos a hablar sobre la receta de marinara de nonni

—Como suelen hacer los desconocidos… —añadió papá con una risita.

Mamá no le hizo caso.

—Cuando le conté que iba a preparar un espagueti especial de cenar para mi hijo, se rio y dijo que le recordaba a ese amable jovencito que había hecho unos trabajos en su casa. Después de unos minutos nos dimos cuenta de que ambas estábamos hablando del mismo jovencito amable.

Bella sabe que estoy en casa. Y también sabe que no le dije que iba a venir. Carajo.

—¿Te mencionó si necesitaba que le arreglara… algo? —¿O si me extrañaba o si estaba desesperada por follarme esta noche?

—Bien pensado, Edward —dijo papá, a quien había hecho sentir orgulloso inadvertidamente—. Ya son dos prospectos de trabajo, ¡y todavía ni siquiera llevas una hora en casa!

—Hmm, no que recuerde, pero sería bueno que te ofrecieras cuando la mensajees.

Tragué con fuerza, ignorando la decepción de papá.

—No planeaba mensajearla.

—Pero le prometí que lo harías. —Mamá dejó caer esa bomba tan casualmente como si me estuviera diciendo la hora.

¿Qué? ¿Por qué? ¿Te dijo que quería que lo hiciera?

Sentí el sudor acumulándose en mi frente. Si no me secaba la frente pronto, el cabello que me colgaba sobre los ojos —sí, habían pasado meses desde mi último corte de cabello y milagrosamente mamá todavía no me llevaba a la barbería— se rizaría y se me pegaría a la frente húmeda como si tuviera velcro, pero la mirada de soslayo de papá había regresado a toda fuerza y este no era el momento de demostrar debilidad. Relájate, hombre.

—No exactamente. —Mamá siguió hablando, al parecer no estaba consciente de mi tumulto—. Quería mi receta de marinara, y le dije que te pediría que se la dieras cuando llegaras a casa.

—Creo que quisiste decir "mensajearías", querida —dijo papá.

—Sí, claro, como sea. Sabes que no soy buena con esas cosas de la computadora. —Mamá hizo un gesto con la mano que indicaba que enviar un mensaje de texto era igual que operar un sistema de misiles nucleares—. En fin, dijo que tenías su número.

Qué habilidoso de Bella para saltarse sus propias reglas. Ella no me contactaría, pero inventaría una excusa para que yo la contactara, involucrando a mi inocente madre en su plan para que el que yo no la mensajeara me hiciera parecer todo un cretino. Impresionante. Era bueno saber que Bella no había perdido sus habilidades.

—Síp. —No era fácil aparentar indiferencia con la mirada de papá clavándose en mí como dos faros—. Solo dame la receta y me encargaré de eso después de la cena.

—Sabía que podía contar contigo. —Mamá me sonrió, abrumada de orgullo ya que yo sabía cómo enviar un mensaje.

Papá bufó una risita.

—¿No habría sido más fácil invitar a cenar a la mujer?

—Sabes que sí lo pensé —admitió mamá, agitándome el ácido estomacal—. Pero la verdad es que no podía soportar compartir a Edward con nadie esta noche.

—Espero que sin incluir a la compañía presente —dijo papá, guiñándole a mamá.

—Supongo —bromeó mamá.

Papá se rio entre dientes, luego se limpió la boca y acomodó la servilleta cuidadosamente doblada debajo de su plato.

—Querida, la cena estuvo deliciosa. Edward, necesitas venir más seguido a casa. Sabes que tu madre me da avena de cenar todas las noches cuando no estás aquí.

Me reí entre dientes también, feliz con dejarme llevar por la corriente de este jugueteo tranquilo y familiar.

—Supongo que eso explica por qué te ves tan demacrado.

Papá se dio dos palmadas en el vientre.

—Creo que la palabra que buscas es "en forma".

—Sí, esa debe ser. —La verdad era que la liga residencial de soccer para adultos mantenía a papá en buena forma.

—¡Eso me recuerda, Edward! Bella se complació mucho al saber que habías decidido tomar clases de nutrición.

—¿Le contaste eso?

—¿Era secreto? —Mamá me miró a mí, luego a papá, y otra vez.

—No, pero… como sea.

—Sigo odiando esa expresión —dijo papá, señalándome con su dedo serio.

Le sonreí con descaro a papá.

—Entendido. Gracias por la deliciosa cena, mamá.

—Es un placer, hijo. —Mamá se levantó con su plato en la mano—. Espero que ambos guardaran espacio para las galletas caseras de chispas de chocolate.

—De hecho, si no les molesta, mi vientre necesita descansar. Ya no estoy acostumbrado a comidas de tres tiempos.

Y había cierta tigresa con la que necesitaba platicar.

~*~Tigresa~*~

Creo que mi mamá está enamorada de ti.

Le envié un emoji sonriente que no podía ni empezar a expresar mi alegría. Habían pasado meses desde la última vez que tuve contacto con Edward. Es encantadora.

Y estoy muy seguro de que mi papá ya lo sabe.

¿Sobre lo mío con tu mamá? Maldición, me encantaba molestarlo.

Me envió un emoji riéndose.

No pudiste aguantarte, ¿eh?

Um, ¿qué no me conoces?

Que no te sorprenda si mamá intenta juntarte con mi primo Marcus.

¿Sí? ¿Está guapo? Me encantaba la facilidad con la que podía imaginar la sonrisa torcida de Edward. Maldición, quería ver esa sonrisa en persona… junto con el resto de su hermoso cuerpo.

No es mi tipo, pero supongo que sus primeras tres esposas pensaron que era atractivo, no tiene mucho en lo que a cerebro respecta.

Qué gran publicidad.

Y le gusta estar con tres a la vez. Para que sepas.

Vaya, qué extremo.

Si te ofrecen a Paul, te sugeriría que lo veas para desayunar. Se pone un tanto raro cuando sale la luna.

¿Como un hombre lobo?

No quiero iniciar rumores, pero… sí, estoy seguro.

Entendido. ¿Tienes algún otro pariente de sobra?

¿Sin contar a mi papá?

¡Mi corazón! ¿El doctor? Le envié tres emojis con ojos de corazón. Debes parecerte a él. No encontré parecido en tu mamá.

Me han contado que en algún momento fue atractivo. Cuando todavía tenía cabello en toda la cabeza.

Vaya. ¡Qué duro eres!

Tal vez no me motiva pensar en juntarte con alguien más.

Ah, ¡ahí estaba mi fiero cachorro! Para que conste, eso no me interesa.

Su respuesta llegó antes de que quitara el dedo del botón de enviar: a mí tampoco.

Intercambiamos tres mensajes de emojis sonriendo antes de solicitar su compañía. ¿Puedes venir esta noche?

Desearía, pero mi mamá no quiere compartirme. ¿Sigues pensando que es encantadora?

Le daré una noche. Después de eso, ¡sacaré los guantes!

Entonces, ¿tenemos una cita mañana?

Aww, qué demonios. ¿Qué piensas de ir a la playa?

¿Bikini amarillo?

Solo si prometes quedarte cerca de mí en las olas.

Te lo prometo.

¿Pasas por mí a las ocho?

¡¿Tan temprano?!

¡Solo estarás aquí una semana!

Te veo a las ocho.