Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es bornonhalloween, yo sólo traduzco su increíble historia con su permiso.
Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is bornonhalloween, I'm just translating her amazing story with her authorization.
Thank you bornonhalloween for giving me the chance to share your story in another language!
Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.
Capítulo 16
~*~Empacador~*~
Me sorprendió escuchar un golpe en mi puerta.
—¿Edward? ¿Puedo entrar? —Papá—. Sé que estás despierto. Puedo ver la luz debajo de tu puerta.
Me puse mi traje de baño y le abrí la puerta.
—¿Qué pasa?
—¡Estás levantado! ¿Vas a algún lado?
—A la playa.
—¿Con la chica con la que estabas saliendo antes de irte a la escuela?
Asentí.
Papá se sentó en la orilla de mi cama con un suspiro cansado.
—Necesitas decirle a tu madre que Bella y tú están juntos. —Amaba al tipo por ser tan directo.
El que no fuera a negar la verdad no significaba que quisiera hablar sobre Bella con alguno de mis padres.
—No estoy seguro de qué somos, papá. Hasta anoche, no había visto ni hablado con Bella desde que me fui a la escuela. En serio creo que lo mejor para todos los involucrados sería dejarlos fuera de esto.
Papá frunció el ceño. Tal vez creyó que esta conversación sería de otra manera, o tal vez tenía la esperanza de haber sacado conclusiones equivocadas.
—No, te entiendo, y no pretendo chismear en tus asuntos. Uh, hablando de eso, ella está divorciada, ¿verdad? ¿No es que "no la entiendan" ni esté "separada"?
—Cien por ciento divorciada, y no soy la primera persona con la que ella está desde su divorcio, si es que piensas que soy el repuesto.
Papá alzó las manos y apartó toda la información que no quería escuchar y que yo no quería estarle diciendo.
—Ella debe ser muy especial si es que logró hechizarlos a ti y a tu madre. —Soltó un bufido de diversión.
—Definitivamente es especial. —Podía sentir el calor en mis mejillas. No había forma en que papá no lo viera.
—La diferencia de edad… —dijo—. Si mamá tiene razón, Bella es ¿qué?, ¿quince años mayor que tú?
—Más o menos.
Se hizo hacia atrás, apoyándose sobre las palmas.
—Uh. Supongo que eso podría ser complicado.
—Más para ella que para mí, creo.
—¿A qué te refieres? —preguntó.
Papá nunca había sido de los que les rehuían a las conversaciones difíciles. Era doctor; tuvimos nuestra primera versión de la charla de los pájaros y las abejas cuando yo tenía cerca de ocho años, y la charla del alcohol y las drogas justo antes de que entrara a la secundaria. Sin embargo, los asuntos del corazón normalmente eran el territorio de mamá. Ella tenía la manera de involucrarme sin el temido contacto visual mientras me llevaba a algún sitio o cocinaba en la estufa dándome la espalda.
Era difícil hablar frente a frente con papá, y al encontrarme ahí parado en mi traje de baño, no tenía donde esconderme. Tenía que esforzarme activamente para no retorcerme bajo su mirada directa.
—Creo que le avergüenza que la vean con un hombre más joven; o al menos, solía avergonzarle. Ahora parece que estamos superando eso… pero como dije, llevamos meses sin estar juntos.
—¿Y la diferencia de edad no te molesta?
¿Me molestaba? Asumía que papá se refería a lo que sucedía después de que se terminara la fantasía de estar con una mujer mayor.
Había hecho las cuentas; ¿quién no? Cuando yo tuviera treinta, ella tendría cuarenta y cinco. Cuando yo tuviera cuarenta y cinco, ella tendría sesenta. ¿Teníamos un futuro? ¿Y qué hay del tema de los niños? ¿Ella quería tener hijos? ¿Yo lo quería? Ciertamente no quería tener hijos pronto.
Le respondí con honestidad a mi papá:
—No estoy seguro.
—Me parece justo —dijo, se puso de pie para quedar al nivel de mi mirada frente a mí—. De acuerdo.
—De acuerdo ¿qué?
Se apoyó las manos en las caderas.
—Has cambiado. No veo ese desasosiego que trajiste a casa contigo de Syracuse. —La observación de papá no me sorprendió; la intuición era su superpoder. Lo que me sorprendió fue que parecía estar animando mi… lo que sea que tengo con Bella—. Te ves… contento… exceptuando esta insoportable conversación.
Ambos nos reímos entre dientes.
—Sí, creo que sí lo estoy. —O lo estaría, en cuanto viera a Bella de nuevo.
—Muy bien —dijo—. Y te ves más enfocado en tus tareas. Esta Bella parece ser buena para ti.
Rayos. Ciertamente no habría pensado lo mismo al principio, pero demonios, tampoco yo.
—¿Qué me estás diciendo, papá? —Casi esperaba que me entregara un anillo para Bella.
—Solo digo que deberías contarle a tu madre la verdad sobre Bella antes de que las cosas se pongan incómodas.
—¿No crees que ese barco ya zarpó?
—Oh, diría que está cargándose en el muelle, y el capitán está retirando el ancla. —La boca de papá se alzó en una sonrisita que había visto muchas veces en el espejo, recordándome el comentario de Bella sobre nuestro parecido—. Escucha, hijo, si esta mujer es importante para ti, tráela a la casa para que todos podamos conocernos.
—¿En serio? —¿Un encuentro rápido en el supermercado no fue tortura suficiente?
—Claro. Puede que los vejestorios de tus padres te sorprendan. —Me dio una palmada en el brazo y un guiño de papá antes de dirigirse a la puerta.
—Oye, espera…
Volteó el cuello para verme, era un gran creyente del contacto visual.
—¿Hmm?
—¿Supongo que no quieres contarle tú a mamá?
Papá se rio al agarrar el pomo de la puerta. Sacudió la cabeza mientras reía y reía, abrió la puerta y me dejó ahí parado.
~*~Tigresa~*~
La mente te juega trucos, en especial cuando se encuentra atada a un corazón solitario. Me dirigí a la puerta de entrada imaginándome a la versión de Nature's Bounty de mi Edward, pero claro, esta mañana no encontraría una camisa amarilla con corbata café; él tenía meses sin usar ese uniforme. Aun así, ese fue el cachorro que imaginó primero mi mente, no este Ken de Malibú parado en mi entrada, envuelto en una clásica playera blanca y con un bañador azul marino, su cabello bronce atrapaba el sol y sus ojos estaban ocultos tras unos lentes de sol. Era gracioso pensar que, incluso en traje de baño y con chanclas, se veía más grande de lo que recordaba.
Se me atoró el aliento en la garganta al darme cuenta de que no se trataba de su ropa. Era él, su compostura. La forma en que estaba ahí parado esperando pacientemente a que lo invitara a entrar, entusiasmado, pero no ansioso. Un hombre que no tenía otro lugar donde preferiría estar.
No se debió sorprender al verme en mi bikini amarillo —después de todo, él lo había solicitado— pero por la forma en que se movió su boca antes de curvarse en su sonrisa de siempre, parecía que lo había atrapado con la guardia baja. Tal vez pensó que estaría usando el pareo blanco de gasa que llevaba puesto en el Roosevelt, o tal vez en su mente él también había imaginado una versión completamente diferente de mí.
Mi corazón retumbó al verlo. Me apoyé en el marco de la puerta en busca de apoyo; era eso o lanzarme a sus brazos.
—Por alguna razón, te ves diferente —dije, y ladeó la cabeza. Le quité los lentes de la cara y él me miró entrecerrando los ojos—. Oh, ¡ya sé a qué se debe! ¡Eres más inteligente!
Avanzó hasta posarse bajo el marco de la puerta y metió los dedos entre mi cabello.
—Lo suficientemente inteligente para regresar a ti en cuanto pude.
Apenas tuve tiempo de inhalar antes de que él acercara mi rostro al suyo para darme un beso teñido de tanta ternura que me provocó un dolor en lo más profundo del vientre. Se apartó, nuestras narices casi se rozaban, su pulgar me acariciaba la mejilla. Abrió lentamente los ojos, como si despertara de un sueño.
»Eso sigue siendo… vaya.
Me reí, me sentía tan ligera que podría flotar.
—Bienvenido a casa, cachorro.
Su sonrisa creció lentamente y no se detuvo hasta que terminó arrugando las comisuras de sus hermosos ojos verdes, incluso más cautivadores de lo que recordaba.
—¿Vamos a salir o te voy a besar de nuevo?
—Ambas cosas —le susurré en los labios, y unió su sonrisa con la mía.
Dios mío, había extrañado esto.
A nuestro beso le salieron manos y caderas, y rápidamente llegamos a ese punto de no retorno, si seguíamos así, no veríamos la luz del día. Por mucho que detestara terminar nuestro beso, todo el punto de esto era tener una cita de verdad.
—Bien, bien —dije, empujándole el pecho con gentileza—, más nos vale salir de aquí antes de que sea demasiado tarde.
Se recuperó con elegancia, como siempre. Él sabía tan bien como yo que en algún momento terminaríamos de regreso aquí, pero parecía sentirse tan ansioso como yo por ver qué podría traernos el día. Le di la vuelta a la casa para recolectar mi pareo, sombrero y sandalias, y terminé en la cocina, donde agarré la hielera que tenía llena con sus cosas favoritas para la comida.
—Junto a la puerta hay una bolsa con una manta y un par de toallas, para que la tomes cuando salgas, por favor. ¿Puedes manejar?
—Claro. Me llevaré esto al garaje.
—Oh, tenemos que llevarnos tu carro.
—¿Qué? No me digas que vendiste el descapotable.
Tuve que reírme. Se veía más decepcionado por mi carro que por haberlo detenido antes.
—No, todavía lo tengo, pero se encendió la tonta luz de la presión de las llantas, y no quiero manejarlo en la autopista.
—¿Cuándo pasó eso?
—No sé, hace como una semana.
—¿Una semana? Rayos, Bella. Eso es muy poco seguro. ¿Le revisaste la presión? —Hombres.
—Con la vista. No se ve ponchada. Está bien, no te preocupes.
—Ahora vuelvo —me dijo y dejó la bolsa ahí para correr hacia su carro, regresó segundos después con un calibrador de llantas en las manos.
Le grité que no se preocupara por eso (otra vez) cuando pasó zumbando por la casa hacia el garaje, era un hombre con una misión. Ya había olvidado nuestro día en la playa. Regresó para darme su reporte mientras se lavaba la grasa de las manos en el fregadero de la cocina: la llanta frontal derecha estaba peligrosamente baja.
—Parece que se dañó la llanta. ¿Recuerdas si la raspaste con una acera o caíste en un bache?
—No sé. Tal vez. —Ugh, por supuesto que sí me acordaba. Y así no era como quería pasar mi tiempo con él—. En serio, Edward, no hay que arruinar nuestro día. Yo me encargaré de eso después de que te vayas.
—Me sentiría mejor si no pasaras otra semana manejando con esa llanta. Podría ponerle aire por ti, pero en definitiva está ponchada, así que solo va a empeorar.
En lo más hondo de mí sabía que tenía razón. Desearía haberlo arreglado antes de sus vacaciones.
—Bien. Déjame vaciar la hielera…
—¡No! Metamos todo a mi carro, y te seguiré hacia la agencia, o yo puedo manejar tu carro si te sientes incómoda. Dejaremos tu carro para que lo arreglen, nos llevamos el mío a la playa, y pasamos por tu carro de regreso a casa. Así podremos pasar el día en la playa y el descapotable estará como nuevo.
El señor Goodwrench* no iba a dejarlo pasar. Tenía que admitir, aunque fuera solo a mí misma, que sería agradable no escuchar ese molesto pitido cada vez que encendía mi carro y no ver esa maldita luz de la presión del aire con su enojado signo de exclamación mirándome desde el tablero. También me encantaba que Edward estuviera dispuesto a lidiar con mi problema a pesar de que eso le restaría tiempo a nuestro día perfecto.
—La agencia está en Wilshire, al este de San Vicente, por si te pierdo.
Edward sonrió.
—No me vas a perder.
—En ese caso —dije, entregándole la hielera—, llévate esto y nos vemos allá.
Ya me estaba esperando al final del camino de entrada, con el motor encendido, el brazo izquierdo doblado sobre la ventana abierta, mientras yo salía en reversa. Nos fuimos, conmigo en mi gigante sombrero de playa y mi joven y guapísimo semental siguiéndome fielmente por detrás. Con el capote abajo, era imposible verlo en el retrovisor sin que me descubriera. Aun así no pude resistir el impulso. Después de todos estos meses separados, era tortura pura estar separados tan pronto después de sentirlo cerca otra vez. Cada vez que lo veía, movía los dedos de la mano que tenía en el volante con una enorme sonrisa plasmada sobre su rostro.
Él encontró un sitio para visitantes en la agencia mientras yo metía mi carro al área de mecánicos. Cuando salí unos minutos después, encontré a Edward ocupado moviendo cosas hacia el asiento trasero y la cajuela. Alzó la vista cuando me escuchó acercarme.
—¿Lista? —preguntó.
—Síp. ¿Tú?
—Solo estoy acomodando un poco aquí. No esperaba tener una pasajera hoy.
No pude evitar lo que pensó mi mente, imaginando todas las pasajeras anteriores de Edward y qué podrían haber hecho en ese carro suyo.
—Sabes, puedo pedir uno prestado mientras arreglan mi llanta. ¿Estás seguro de que…?
—Sí. Estoy seguro siempre y cuando a ti no te moleste rebajarte de nivel.
—Me las arreglaré.
Me llevó hacia la puerta del copiloto y la cerró tras de mí. A pesar de todo el tiempo que pasamos juntos, nunca me había subido al carro de Edward. Me atrevería a suponer que estaba más limpio que el del hombre joven promedio. Puede que él haya quitado las cosas de en medio, pero no se pueden acomodar el polvo ni los tapetes sucios.
El carro pareció iluminarse con el regreso de Edward al asiento del piloto; sabía que yo sí me había iluminado. Me miró, luego sacudió la cabeza y se rio entre dientes.
—¿Qué?
—Es raro verte en mi carro de mierda. Es como… usar una tiara de diamantes para el gimnasio.
—¿Soy la tiara de diamantes?
—Sí, Bella —dijo, abrochándose el cinturón de seguridad—. Eres la tiara de diamantes.
Me gustaba pensar eso, y Edward se veía orgulloso de sí mismo por haber pensado en esa analogía. Además, había muchas actividades divertidas que se podían hacer en un gimnasio.
»Siéntete libre de ajustar el asiento y el aire. Puse en cola nuestra cuenta de Spotify, pero también puedes cambiar eso si quieres. Mi Volvo es tu Volvo.
Tardé un segundo en poder hablar.
—Vaya. Para ser un chico que no esperaba ser anfitrión, eres muy bueno.
—Lo intentamos. —Encendió el motor y metió el cambio—. Ponte el cinturón, guapa.
~#~#~
Había mucho tráfico, avanzábamos lentamente a través de las calles de Santa Monica. No teníamos prisa por llegar a ningún sitio, pero estábamos demasiado separados para mi gusto. Todo su semblante cambió cuando llegamos a la carretera estatal. Tomamos la rampa de acceso como si fuera una pista de aterrizaje.
Edward se veía más tranquilo manejando su propio carro que el mío. Mis ojos estaban pegados a su perfil, y sentí un sonrojo calentar mis mejillas cuando se volteó y me atrapó mirándolo.
—¿Tienes en mente alguna playa en particular? —preguntó.
—No. ¿Tú?
Por supuesto que sí, y su sonrisa socarrona lo confirmó.
—¿Qué te parece si te sorprendo?
¿Cuándo no me sorprendía? Me relajé en mi asiento y saboreé la sensación de dejarme llevar una vez más por él.
No pasaba por alto el cambio drástico de la situación comparada con esas actuaciones ordenadas del inicio: yo ordenaba, él actuaba. Nada que perder, nos divertíamos, teníamos buen sexo y todos obtenían lo que querían —eventualmente— pero nadie habría dicho que eso era una relación.
¿Cómo habíamos llegado aquí?
Fue esa noche que exigió un espacio en mi cama, y yo tuve que ceder o renunciar a él. Desde esa noche, incluso cuando no me tenía atada de las muñecas, básicamente él había estado a cargo de todo.
Aunque, ¿quién había tomado la decisión de pausar lo de esta mañana? La única emoción que él había expresado era sorpresa. No hubo un reto, ni siquiera decepción. Era la clase de reacción que provenía de saber que tus necesidades se verían atendidas.
¿Por qué demonios sentía la necesidad de llevar la cuenta sobre la balanza del poder? ¿Estos pensamientos también recorrían la cabeza de Edward?
Busqué en su rostro señales de… algo, pero todo lo que podía ver era a un hombre que se veía feliz, relajado, contento. Quería acurrucarme a su lado y compartir un poco de eso, envuelta bajo su brazo, bien abrazada a su costado. Quería perderme en el olor de su jabón y su playera y su cabello y su desodorante y su piel. Quería esos labios en mis labios y esa lengua… en todas partes.
—Te ves como si estuvieras reflexionando mucho para estar de viaje a la playa un sábado en la mañana —dijo—. ¿Todo bien?
—Solo pensaba en lo mucho que te he extrañado.
Se le arrugaron los ojos bajo la orilla de sus gafas de sol, deslizó su mano derecha sobre mi muslo izquierdo y encontró su hogar en el límite donde mi pareo se encontraba con la piel desnuda.
—También te he extrañado, Bella.
Puse mi mano sobre la suya y metí mis dedos en los espacios abiertos. Relajándome en el respaldo, cerré los ojos y suspiré. Recorrimos la costa en esa postura, con las manos entrelazadas, perdidos en nuestros propios pensamientos, la banda sonora de nuestra singular historia de amor remolineaba a nuestro alrededor, a través de nosotros, acercándonos más.
Apartó la mano y me sacó de mis adormiladas ensoñaciones cuando nos sacó de la carretera estatal. Se me escapó un bostezo.
—Dios, ¡perdón!
—¿Ya estás aburrida? —preguntó con una risita.
—No me he sentido así ni una sola vez desde que te conocí. —Y esa era la verdad. Tal vez sola estos últimos meses, pero nunca aburrida.
Agitó las cejas de forma juguetona mientras maniobraba expertamente el carro hacia la entrada de la playa.
—Reto aceptado.
~#~#~
Tomó mi mano al llegar a la parte superior de los empinados escalones. La vista que teníamos de la playa El Matador se extendía a lo largo de las olas que se estrellaban en la playa y sobre los altos bloques de piedra negra que sobresalían del suelo. Una familia de gaviotas vigilaba de cerca el horizonte mientras que un constante flujo de aventureros en traje de baño se asomaba entre las formaciones cavernosas para visitar los famosos pozos de marea que llevaba años sin visitar.
—Este lugar es increíble, ¿cierto? —Su expresión de felicidad me recordó a un perro que asomaba la cabeza por la ventana del carro, con el viento echándole las orejas hacia atrás. Podría haber pasado horas viéndolo.
—No está nada mal.
Se giró hacia mi voz para encontrarme embobada. El cachorro tímido hizo una breve aparición —una sacudida de su cabeza, una sonrisa ligeramente avergonzada, un suave bufido— pero no se quedó mucho rato, no después de lo lejos que habíamos llegado. Justo frente a mis ojos, como si adelantáramos nuestro pasado, Edward recuperó la compostura.
Se convirtió en el amante plenamente capacitado que solo necesitaba la instrucción de las respuestas de mi cuerpo, el compañero que aceptaba mi música y películas favoritas con la misma pasión con la que compartía las suyas conmigo, la pareja que había insistido en ocupar su lugar en mi cama. El semental que me sedujo en el bar del Roosevelt y me mostró su verdadero yo al tenerme cautiva en la habitación, demostrando un dominio sobre su propio placer en devoción al mío.
El hombre que había abierto las puertas de su corazón y esperó… y esperó y esperó… a que yo encontrara el camino para entrar, y que pintó mis iniciales en el paisaje de su sitio sagrado sin tener garantías de un futuro, que aceptó mis términos ante nuestra separación, pero que encontró el valor para aferrarse a la esperanza.
Y durante todo esto, mi dulce Edward no perdió ni una vez esa inocencia que me había llamado la atención por primera vez. Ni el deseo que sentía por él había disminuido en lo más mínimo a pesar de haber destruido mi última defensa.
—Ven, tenemos que meter los pies en la arena —dijo. Apretando gentilmente mi mano, me guio por las curvas arenosas de los emblemáticos escalones.
Seguía siendo lo suficientemente temprano como para encontrar un espacio tranquilo de arena lejos de la multitud. Extendimos la manta, marcando nuestro territorio durante las siguientes horas. Me quité el pareo y empecé a buscar el aceite bronceador en mi bolsa de playa.
—Es mejor que me dejes hacerlo por ti —dijo mi servicial cachorro, su mano ya estaba lista para tomar la botella—. Que no quede desprotegido ningún sitio de esa piel de porcelana.
No pude detener la sonrisita que se extendió sobre mi rostro al ponerle la botella en la mano.
—Te regresaré el favor con mucho gusto.
Se puso de rodillas y palmeó la manta frente a él.
—Creo que es mejor que te unte primero la espalda. Si empiezo por enfrente, es posible que no pueda terminar el trabajo.
Me extendí sobre el vientre y me aparté el cabello del cuello. Mi cuerpo estaba vibrando ante el prospecto de sus caricias. Maldición, tal vez cometí un error al no quitarnos de en medio nuestra primera vez en privado.
Roció el aceite sobre la parte baja de mi espalda, saltó sobre la tira de mi bikini y aterrizó formando un círculo, punto, punto, otro punto y una línea curveada.
—¿Dibujaste una carita sonriente en mi espalda?
—Claro que sí —dijo, soltando la botella.
Contuve el aliento hasta que sus manos se posaron sobre mis hombros. Qué delicia.
Esparció diligentemente el aceite, curvó sus dedos sobre mis hombros y arrastró el aceite por mis brazos. Metió un dedo debajo del tirante y se inclinó hacia enfrente, poniendo su boca junto a mi oreja para decir:
—Esto te va a dejar una fea marca al broncearte. Solo te aviso.
—Igual que la parte inferior, pero tampoco me la voy a quitar.
—Bueno, eso responde mi siguiente pregunta.
Bajó por mi cuerpo como un pintor preparando su lienzo, puso más aceite en mis piernas y apoyó sus pulgares demasiado cerca de mis partes femeninas para estar en una playa pública. Me relajé un poco cuando fue bajando por mis pantorrillas, hasta que sentí que me rodeaba el tobillo con la mano.
—¡Edward Cullen! ¡No te atrevas!
Me giré para encontrarlo sentado sobre sus talones con las manos en el aire.
—Bien, ¡pero no me culpes si te quemas las plantas de los pies!
—¿Puedo confiar en ti para untarme por enfrente o debería hacerlo yo misma?
—Ninguna de las dos —dijo con una sonrisa ladina en toda regla.
—Al menos fuiste honesto. —Me acosté de espaldas con los brazos a mis costados y lo miré entrecerrando los ojos—. Solo recuerda que voy después de ti.
—Oh, cuento con ello.
Me roció de nuevo con el aceite, empezando —naturalmente— con mi escote. Se estiró junto a mi cuerpo y apoyó la cabeza en una mano mientras que con la otra untaba el aceite en el espacio entre mis pechos.
—Rayos. Tenía razón —dijo, su voz adoptó un tono bajo y sexi—. Se está volviendo duro… concentrarme.
—Tal vez sería más fácil si apartaras las manos de mis tetas.
—Tal vez. —Sin quitarme la mirada de encima, tomó el aceite y roció una línea sobre mi vientre, deteniéndose justo debajo de mi ombligo—. Tal vez no —dijo, sus dedos esparcieron el aceite sobre todo mi vientre.
Habría sido tan fácil estirarme para besarlo, ponerlo de espaldas y montarlo hasta el olvido justo aquí en la playa. Necesitaba controlarme.
Le agarré la muñeca y la aparté de mi cuerpo.
—Yo termino aquí, gracias.
—¿En serio?
—En serio. —Lo empujé juguetonamente y cayó sobre su espalda—. Quítate la playera, míster.
Rompió el récord mundial en quitarse la playera mientras yo me untaba en las piernas el aceite que sobró de mi vientre. Para cuando me giré, ya estaba extendido como una estrella de mar, una estrella de mar muy emocionada. Gracias a Dios que algunas cosas nunca cambiaban.
—Oh, cielos. ¿Voy a tener que taparte con una toalla?
—Solo si planeas meterte debajo de ella conmigo.
—Porque eso no sería nada obvio…
Se encogió de hombros.
—¡Arriba! —Tomó la mano que le ofrecía y me permitió jalarlo hasta ponerlo de pie. Se balanceó, ligeramente mareado y ni siquiera intentó esconderlo, mientras yo lo aceitaba profunda y eficientemente, algo que no hizo nada por ayudar a su situación.
Tomé su mano y lo jalé hacia el agua.
—Ven, vamos a ver si podemos encogerlo un poco.
Sus carcajadas encajaron con las olas que se estrellaban en la orilla.
—Estoy seguro de que ya se te ocurrirá algo.
Las olas formaron una alfombra de espuma marina, y Edward entró al océano como si no percibiera el cambio de tierra a agua. Se detuvo solo ante mi vacilación, luego me cargó en brazos y siguió su camino. Estoy segura de que me hubiera llevado de regreso a la arena en un segundo si hubiera protestado un poco. Literalmente no había otro sitio en el mundo donde prefiriera estar más que dirigiéndome al salvaje Pacífico acunada en brazos de Edward.
Su andar se ralentizó conforme el agua subía por sus piernas, pero no perdió su firmeza. Un lengüetazo frío en el culo me hizo gritar y subirme más contra su pecho. Sentí la risa retumbar a través de él.
—Sabes que es más fácil si te sumerges de golpe.
—No gracias —dije, aferrándome con más fuerza a su cuello.
Su sonrisa me indicó que mi respuesta no lo había sorprendido para nada.
—Como desees. —Siempre es así.
Nos sumergió sin descanso hasta que no había forma de escapar del vaivén de las olas. Tenía el culo empapado. Una oleada juguetona me golpeó la espalda y ahogué mi grito en su cuello.
—Aguanta la respiración —dijo justo antes de que una ola se estrellara sobre mi cabeza. Me sostuvo rápido y yo me agarré con más fuerza a él.
Salimos a la superficie como un organismo, empapado, temblando y jadeando por oxígeno, al menos, así estaba yo. Noté con cierto grado de irritación que él no se había inmutado en lo más mínimo. Detecté una sonrisita en la comisura de su boca al preguntarme si estaba bien.
Mi patética respuesta:
—Tienes algas en el cabello
Solo lo hizo sonreír y por ello mi irritación creció.
»¿De qué demonios te ríes?
—De tus pezones.
—¡Es porque me estoy congelando!
—Puedo calentarlos por ti.
—¿Con qué? ¿Con tus manos frías y mojadas?
Sonrió con la mirada empañada de lujuria.
—Síp.
Síp. Yo también lo deseaba. Un rápido vistazo al área me indicó que estábamos solos; ni un alma se había aventurado tan lejos como nosotros.
—Adelante.
La victoria relampagueó en su mirada.
—Sí sabes nadar, ¿cierto? Por si se me aflojan las manos.
—¿En serio crees que te habría dejado arrastrarme hasta acá si no supiera nadar?
Se rio entre dientes.
—Creo que tú me arrastraste aquí primero.
Zafé mis piernas del agarré de Edward y las crucé alrededor de su cintura, rozando nada discretamente mi trasero sobre sus shorts. Encogerlo, si como no.
—Pensé que me ibas a calentar. —Me lancé por un beso salado mientras su mano se metía en mi bikini.
Se fue directo al pezón, giró la punta dura entre su pulgar y la punta de sus dedos. Uno, o tal vez ambos, gemimos en el beso. Nos metió hasta que el agua nos llegó a los hombros.
Sentí el jalón del tirante alrededor de mi cuello y mi top cayó sobre la superficie. Posó ambas manos en mí, sus dedos largos y delgados pellizcaron mis pezones. Un calor distinto surgió a través de mí. Me moví sobre su entrepierna; él embistió en respuesta. Una de sus manos bajó sobre mi vientre y se metió en mi braga. A pesar del frío y el correr del agua, mi cuerpo respondió a sus caricias, a esos talentosos dedos que me conocían tan bien como yo misma.
Solté una mano de alrededor de su cuello y le di un mejor uso a mis dedos metiéndolos dentro de la parte trasera de su traje de baño. Encontró un ritmo para su apretar-embestir.
—¡Carajo! ¡Estoy cerca! —Frotó su palma sobre mi clítoris hasta que la presión se tornó insoportable—. ¿Estás cerca?
Enterré la cara en su cuello, sentía su cálido aliento soplándome la oreja mientras me sacudía el orgasmo. Él se detuvo durante un latido, luego jaló mis caderas hacia las suyas para follarme sobre ambos trajes de baño lo más rápido y duro que nos permitía el océano. Alcé la cabeza para ver esa gloriosa pérdida de control que había extrañado tanto, y mi sexi cachorro no me decepcionó. Rodeó rápidamente la acumulación de tensión hasta que reventó mucho antes de lo que usualmente lo dejaba hacerlo, rindiéndose ante un instinto meramente animal: unas furiosas sacudidas acompañadas por la expresión de urgencia en su rostro mientras él gruñía salvaje y seximente sobre las olas, la deliciosa agonía de su carrera a la cima, el estremecimiento de cuerpo entero que lo sacudió en su liberación, el gentil y soñador momento post-coital.
Me rodeó la espalda con sus brazos y suspiró fuerte y contento.
—Es bueno estar en casa.
~#~#~
Nadamos entre las olas hasta que se me cansaron los brazos, luego caminamos de la mano de regreso a nuestra manta a través de un pozo de marea. Con el apetito satisfecho por ahora, nos recostamos cómodamente bocabajo uno junto al otro, con las mejillas apoyadas en la manta, las narices casi tocándose. Una cálida brisa sopló sobre nosotros, ahuyentando la humedad de nuestra piel salada. Los gritos distantes de los niños y las gaviotas nos proveían el ruido blanco perfecto para esa conversación que teníamos pendiente desde hacía mucho tiempo.
—Así que nutrición, ¿eh?
—Es una historia graciosa. Me di cuenta de que tenía más energía cuando comía lo que tú comías.
—¿Qué tal? ¡Soy una buena influencia! Creo que nunca había sido una buena influencia.
—De hecho, sí lo fuiste, y no fue solo el efecto de la ensalada o que me orientaras hacia una clase interesante. —Se detuvo un poco antes de abrir su corazón—. Sabes que estaba bastante roto cuando me fui de aquí en enero… —yo también estaba rota, cachorro—, pero cuando llegué a la escuela, todo sobre nosotros se sintió diferente.
—No lo entiendo.
—Sé que dijiste que no debía guardarme para ti o algo así, pero ni siquiera fue una decisión que yo tomara. Simplemente no me interesaba salir; me refiero a salir en citas. La presión que solía sentir por ir de fiesta y conocer gente nueva no estaba ahí para nada. Me sentía perfectamente contento haciendo mis tareas y haciendo amigos sin motivos ocultos. De hecho, sentí un gran alivio. No tenía miedo de perderme lo que los demás estuvieran haciendo, excepto… —Torció la boca como si no pudiera seguir hablando.
—¿Excepto qué?
—Excepto cuando pensaba en lo que tú estabas haciendo aquí. —Oh, cachorro—. Así que… ¿qué estuviste haciendo aquí?
Su pregunta estaba teñida de dolor, de la misma curiosidad mórbida que yo había estado esforzándome tanto por mantener a raya todo el tiempo que él había estado lejos. No quería saber… y, sin embargo, no podía evitar imaginarlo. ¿Cómo calmar su mente sin sonar como una solterona que se la pasaba sentada en casa junto al teléfono?
—Lo de siempre. Yoga, Netflix, un buen libro, salir a comer y las cenas ocasionales con mis amigas.
—¿Y qué hay de… ir a comprar mandado? —No podía detectar los cambios de color tras sus gafas de sol, pero la última pregunta le costó unas arruguitas en las comisuras de los ojos.
—Nada interesante.
Su silencio hizo la pregunta que su corazón no podía soportar. Mi dulce cachorro.
»Edward, te prometo que no hubo nadie. ¡Todo estuvo muy aburrido!
—Lo dudo mucho —dijo con un bufido. Pero había una sonrisa tras sus palabras; me creyó.
—¿Comparado con toda la actividad en la universidad? Definitivamente aburrido.
Se alzó sobre los codos.
—Sé que fuiste a USC, pero nunca hemos hablado sobre lo que estudiaste ahí.
—Decir estudiar podría ser una exageración. Mi título dice comunicación. Extraoficialmente me titulé en el sistema griego con especialidad en Sigma Chi.
—¿Expiden títulos de eso? Debo estar yendo a la escuela equivocada.
—No me sentía muy motivada académicamente. No estoy orgullosa de esto, pero me sentía altamente impresionada por toda la parafernalia de la riqueza. Y Jake era… —a pesar de todo lo que había sucedido entre nosotros desde la universidad, no tenía caso negar lo que una vez había sentido por él—, bueno, era toda esa parafernalia envuelta en un lindo paquete.
Edward respondió con facilidad; Jake no representaba ninguna amenaza, y lo sabía.
—¿Se conocieron en la escuela?
—En la primera semana. Él estaba en segundo año cuando yo entré…
Edward soltó un jadeo dramático.
—¿Un hombre mayor? Ahora entiendo por qué no funcionó.
—¡Exacto! —Intercambiamos sonrisas—. Era un niño mimado estudiando negocios, el chico popular del campus. Incluso entonces, tenía demasiado tiempo y dinero en las manos, pero supongo que es parte del paquete cuando eres el hijo nativo del imperio inmobiliario local.
—¿Swan?
—No. Jake Black de Black Holdings. Volví a usar mi apellido de soltera cuando nos divorciamos.
—Ah. Eso explica la "B" gigante en el piso de la ducha. Siempre pensé que estaba ahí por "Bella".
—¡No es cierto! —Lo empujé juguetonamente.
—Así que te atrapó con toda esa extravagancia, ¿eh?
—Pues te mentiría si negara que eso tuvo algo que ver. Pero había un montón de chicos ricos en USC. Jake era una especie de leyenda entre las chicas. Pudo haber tenido a cualquiera que quisiera; y las tuvo, incluso después de casarnos. Qué buenos tiempos.
Edward se inclinó para dejar un beso en mi nariz.
—Obviamente es un idiota.
—Obviamente. No me hubiera prestado atención si le hubiera dicho que sí la primera vez… o la décima. Lo obligué a esforzarse.
Edward se rio.
—¿Por qué no me sorprende eso?
—Supongo que puedes agradecerle a Jake por algunas de mis torturas iniciales.
—No tengo quejas. —Un toque de color tiñó sus mejillas. Sí, recuerdo cuánto lo disfrutaste, cachorro.
—Para cuando conseguí al chico, ya era demasiado tarde para detenerme a intentar averiguar si realmente lo quería. Resulta que no lo quería.
—Lo siento. Eso suena miserable.
—Eh, al menos no tuvimos hijos. La mayoría de los casados que conozco empezaron a tener bebés como si fueran dispensadores humanos. Esas dinastías no se construyen solas, sabes.
—¿No es algo que quieras? —Uh-oh. ¿Acaso esta conversación acaba de tomar un giro bastante serio?
—No es algo que quisiera con Jake —dije, esperaba que esa fuera respuesta suficiente por ahora.
Edward se puso bocabajo de nuevo, apoyó el mentón sobre sus manos con la cara apuntando hacia las parejas y las familias que se tomaban fotos en la playa, con el océano infinito de fondo. En momentos como este los quince años entre nosotros se sentían como un abismo gigante. Él se merecía tener una familia, una esposa, cuatro hijos, un labrador café y un periquito si eso quería.
¿Qué pasa por esa cabeza tuya, Edward?
Me sorprendió con una pregunta, tenía el rostro enfocado en la distancia.
—¿Qué pasó con las fotos que tomé en el Roosevelt?
—Nada. ¿A qué te refieres?
—¿Las borraste? —Giró el rostro solo lo suficiente para rozar mi mirada, luego volteó la cara otra vez.
De hecho, no había borrado ninguna foto, aunque veía la suya más seguido de lo que veía la mía.
—Supongo que ahí siguen.
—Ahí, ¿eh? —Sí, no me estaba creyendo mi rutina de inocencia—. ¿Sabías que no tengo ni una solo foto tuya?
—Aww. ¿Te olvidaste de cómo me veía?
—Las imágenes mentales se pierden con la distancia y el tiempo sin importar cuánto intentes aferrarte a ellas.
—Me estás matando, chico.
Bufó una sonrisa triste.
—Déjame tomarte una foto, Bella; esta vez con mi teléfono. Nada pervertido. Como estás justo ahora.
Me puse de rodillas.
—¿Así? Ni siquiera me he puesto labial. ¡Y mi cabello debe estar muy esponjado! Y estoy cubierta de sal y agua y arena…
—Lo sé —dijo—. Te ves perfecta.
~*~Empacador~*~
—Entonces, ¿tu papá lo descubrió? —Podía escuchar la sonrisa de Bella sin apartar la vista de la carretera.
—Sí, tuvo una pequeña charla conmigo esta mañana. Sabes que me echaste directo a la tormenta.
—No pretendía hacerlo —me levanté las gafas para mirarla diciendo "deja de mentirme"—, bien, no pretendía hacerlo al principio. Vi a tu mamá entrar a la tienda, y puede que haya estado siguiéndola un ratito…
—Dime, por favor, que te escondiste tras una pila de melones o algo así de dramático.
—Tu mamá no es una persona desconfiada. No fue nada difícil seguirla sin que me notara.
—De acuerdo, Jessica Jones. —La imagen de esa escena me causó mucha gracia: mamá, completamente desprevenida, empujando su carrito en la tienda, tarareando alguna canción de Carly Simon para sí mientras examina unas cabezas de ajo en busca de imperfecciones; mientras tanto, Bella acecha justo fuera de la periferia de mamá, pasando junto a ella de vez en cuando y husmeando sobre el hombro de mamá para ver lo que lleva en el carrito—. ¿La grabaste apretando ilícitamente las verduras mientras la espiabas?
—No la estaba espiando deliberadamente. Es que… —Bella se quedó callada, el sarcasmo se había ausentado de su voz cuando empezó otra vez—. Supongo que esperaba ver en ella algo que me recordara a ti, un pequeño meneo en su caminar o un destello de dorado dentro del verde de sus ojos, o si tenía mucha suerte, esa sonrisa torcida que esbozas cuando crees que has dicho algo particularmente ingenioso.
—¿Qué? ¡Yo no hago eso!
Se le escapó un bufido.
—Sí lo haces. Pero no sacaste nada de eso de tu mamá. De hecho, empezaba a pensar que no era la señora correcta…
—¡Ja! Hubiera sido muy gracioso que acosaras a la mamá de alguien más.
—Divertidísimo. —Claramente Bella no estaba de acuerdo—. ¿Existe alguna posibilidad de que seas adoptado?
Me reí con esa risita que compartía con mi padre, aunque Bella no lo sabía.
—Créeme, no lo preguntarías si conocieras a mi papá. Soy idéntico.
—Es guapo entonces, ¿eh? —Bella me torturó con su sonrisa malévola de siempre—. ¡No puedo esperar para conocerlo!
—Como decías…
—Como decía, fue entonces cuando tu madre giró en el pasillo de las pastas y me di cuenta de que estaba ahí para comprar los ingredientes de tu cena casera favorita…
—Porque nadie más compra espagueti…
—Llegados ahí, tenía que asegurarme de terminar detrás de ella en la caja para poder obtener todos los detalles del regreso del hijo pródigo.
—O… pudiste haberme mensajeado. —Como una persona algo normal.
—Te prometí que no lo haría —dijo. Maldita promesa estúpida—. No quería alterar tu rutina. Supuse que si querías que yo supiera que venías a casa, me lo habrías dicho.
Tiene un punto. Tuve que cuestionarme si había planeado contactar a Bella cuando llegara a casa. Honestamente no lo sabía.
—Supongo que yo tampoco quería alterar tu rutina.
Intercambiamos sonrisas tristes por lo que casi nos habíamos perdido, el día de hoy y mucho más.
—Cuando tu mamá y yo empezamos a platicar, no pude resistirme a contarle una versión ligeramente abreviada de cómo nos conocíamos.
—Sí, y gracias por no mencionar que me recibiste en toalla cuando te llevé los arándanos.
—Creo que no hubiera podido conseguir la receta de mamá Cullen si ella supiera lo que le había estado haciendo a su hijo.
—Habría arruinado la receta agregándole el tripe de ajo necesario.
—¡No se atrevería!
Me reí entre dientes.
—No, de hecho, ni se le hubiera ocurrido. Mamá tampoco es la que me pasó el gen de la maldad.
—¡Ahora ya me hiciste sentir miedo de conocer a tu papá!
—Por favor. Mi papá ya está encaprichado contigo gracias a la descripción de mamá. Al parecer, eres justo su tipo. Puaj.
Bella se rio de mi comentario.
—Bueno, sin ofender al hombre, estoy segura de que es un bizcocho muy bueno, pero no me interesan los hombres mayores.
—Qué alivio. —También habría señalado su aversión a los carbohidratos, pero ya me dolía el estómago ante la idea de Bella con mi papá.
—¿Crees que tu madre me perdonará por mentirle?
—No te correspondía a ti contarle, Bella. Si alguien está en problemas, soy yo. Bueno, ahora también papá —añadí, haciendo una mueca al recordar nuestra incómoda conversación de esta mañana—. Creo que necesito dejar de darle rodeos y terminar con esto.
—¿Quieres que te acompañe cuando le digas?
Intenté imaginar durante medio segundo esa escena. Los ojos de papá saliéndose de las cuencas, con un charco de baba a los pies, todo mientras fingía sorprenderse por el bien de mamá. Demonios, no.
—Déjame pensarlo, ¿de acuerdo?
—Por supuesto. Depende totalmente de ti cómo y cuándo decirle. Mientras tanto… podríamos practicar con nuestros amigos.
Vaya.
—¿En serio? ¿Quieres presentarme a tus amigas?
—Mis dos mejores amigas ya saben de ti.
—Oh, conque ya saben, ¿eh? —Esto se estaba poniendo interesante—. Más te vale decirme qué saben y qué no saben antes de conocerlas. —Sabía que estaba jodido cuando se rio de eso.
—Oye, ¿qué hay de ti? Nunca me has platicado sobre tus amigos. ¿Por qué?
La razón era que yo había sido el reprobado que seguía viviendo en mi habitación de la infancia y trabajando de empacador mientras mis amigos de la preparatoria estudiaban fuera, se iban de vacaciones de primavera con sus amigos de la universidad y aseguraban prácticas profesionales orientadas a sus carreras para el verano. Había quedado fuera de su radar.
No es que Emmett me hubiera rehuido ni nada así, pero después de un tiempo dejamos de hablar el mismo idioma. O tal vez todo eso era una excusa para no llamar la atención hacia una relación que temía que él intentara convencerme de dejarla, especialmente cuando el cariño solo parecía fluir en una dirección.
—Mi amigo más cercano está en Barcelona este semestre, pero en junio volverá a casa por unas semanas. Podríamos planear algo para entonces. —Si seguimos juntos.
—¿Tiene novia?
Esbocé una sonrisa porque Emmett tenía un millón de novias, cada una más rubia y piernuda que la anterior.
—Depende de lo que pase en España.
—Ah, de acuerdo. Todo lo que me importa esta semana es pasar tanto tiempo como pueda contigo, preferiblemente sin ropa.
Me hacía tan feliz complacer a Bella que nos fuimos directo a su casa, nos quitamos los trajes de baño en su lujosa ducha y nos follamos con locura, tirando arena, algas y material genético sobre la B gigante que estaba en medio del piso de azulejo. Me volví a poner el short solo cuando el repartidor llegó con nuestra comida Thai, luego me desnudé de nuevo para acurrucarme en el sofá y recitar nuestras escenas favoritas de El Graduado palabra por palabra junto con la película.
No fue hasta que nos estábamos lavando los dientes para dormir, muchas horas después de que había cerrado el departamento de servicio de BMW, que recordé que habíamos olvidado pasar por el descapotable.
*Es una refaccionaria.
