Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es bornonhalloween, yo sólo traduzco su increíble historia con su permiso.
Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is bornonhalloween, I'm just translating her amazing story with her authorization.
Thank you bornonhalloween for giving me the chance to share your story in another language!
Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.
Capítulo 17
~*~Tigresa~*~
El viernes en la mañana Edward se despertó a una hora indecente. El sol apenas empezaba a asomarse por el espacio entre las cortinas. ¿6:27? Qué horror.
Intentó escabullirse fuera de la cama, pero yo me había acostumbrado rápidamente al confort de tener su cuerpo junto al mío, incluso mientras dormía. Su ausencia me despertó. Me obligué a abrir un ojo para encontrarlo saliendo de puntillas de mi habitación, con la ropa metida bajo un brazo.
—¿Te vas?
Se detuvo de golpe, un ladrón atrapado en el acto, completamente desnudo.
—Perdón. Intentaba no despertarte.
—No recuerdo que me dijeras que tenías algo que hacer esta mañana.
—No en realidad. Tengo un par de trabajos que entregar a inicios de la próxima semana y no he abierto ni un solo libro desde que llegué a casa.
—Ups.
Edward se rio de mi sonrisa apenada.
—Sí, sabía que te sentirías mal por eso. —Ya habiéndome despertado, dejó caer su ropa al piso y agarró su bóxer del montón.
Me recargué en la cabecera para verlo vestirse. No había nada elegante en su método —¿cómo es que no se caía de cara saltando en un pie?—, lo que encontraba más entretenido era su total falta de modestia. Mis pensamientos regresaron a nuestro juego para desvestirnos, la primera vez que lo vi desnudo, el atrevido candor de sus inesperadas preguntas destanteó mi plan por primera de las muchas ocasiones en que sucedió.
—¿Tienes idea de cuándo estarás listo para tomarte un descanso de estudiar?
Sonrió en mi dirección mientras metía sus pies en sus sandalias.
—Ya estoy listo… pero también tengo que pasar un rato en casa.
Su mamá estaba celosa, no de mí, como tal, sino de quienquiera que le robaba el tiempo que pasaba con Edward. No podía culparla. Desde el sábado en la mañana habíamos estado juntos prácticamente sin parar, y ahora lo inevitable —Edward regresando a la escuela— nos acechaba una vez más.
Esta vez sería diferente. Nada de silencio autoimpuesto, nada de fingir que me parecía bien que él experimentara. Pero eso no significaba que fuera a ser más fácil estar separados. Aun así, la mamá del cachorro también merecía pasar tiempo con Edward.
—Lo comprendo. Haz lo que tengas que hacer. Solo avísame si quieres que nos veamos más tarde.
—Oh, ya conozco la respuesta a eso. —Se subió a los pies de la cama una rodilla a la vez y gateó sobre mi cuerpo hasta que estuvo completamente sobre mí. El deseo zumbó a través de mí como la cuerda de un violín demasiado ajustada—. La única pregunta es —dijo, bajando la cabeza para besarme—, ¿qué tan pronto puedo hacer que suceda?
Aparté la sábana que había entre nosotros y lo jalé hacia mi cuerpo desnudo. Flexionó los brazos como si fuera a escapar, y me di la vuelta para estar sobre él, atrapándolo entre mis muslos. Abrió los ojos como platos. Me senté a horcajadas sobre sus caderas y me moví sobre su short hasta que se endureció contra mi trasero desnudo. Rápidamente se le agitó la respiración.
—¿Bella…? —Su voz chorreaba necesidad—. ¿Qué estás haciendo?
Le dediqué una sonrisa dulce mientras me llevaba sus manos a los pechos.
—Te doy un incentivo para tu pronto regreso. —Soltó un gemido de frustración cuando me quité—. En cuanto traigas de regreso tu dulce traserito, podemos terminar con lo que empecé.
Escuché que murmuraba "malvada" mientras se guardaba la erección y se bajaba de la cama.
—Veo que algunas cosas nunca cambian.
—Y sé que no lo preferirías de ninguna otra manera, cielo.
~*~Empacador~*~
Me esforcé lo más que pude para estudiar con la imagen de una Bella desnuda en la cama dentro de mi cabeza. Incluso con esa pequeña probadita de distracción, podía apreciar lo imposible que habría sido enfocarme si ella viviera más cerca de la escuela. No se podía ser multitarea cerca de Bella Swan.
Cerca de las diez salí a correr para despejarme la mente. Mamá y yo íbamos a ir a comer a mediodía, y papá me había presionado con un ultimátum: Si no le decía a mamá para cuando él llegara a casa después del trabajo, se lo diría él mismo. Una semana eran "siete días de más para guardarle un secreto tan grande" a su esposa. Me sugirió que no se lo dejara a él, y no necesitaba que me lo advirtieran dos veces.
Mi ejercicio se convirtió en un ensayo, pero sin importar qué tanto mezclara las frases en mi cerebro, no podía convertir el montón de carbón en un diamante. No hubiera importado de haber podido; al sentarme frente a mamá en mi restaurante de emparedados favorito, todas mis frases cuidadosamente ensayadas salieron por la ventana.
Mamá le sonrió a mi wrap de pavo mientras ella picoteaba su ensalada griega.
—¿Acabo de presenciar el final del reinado del emparedado de albóndigas?
—No diría que nunca más voy a volver a comerlo, pero sí creo que pasará un tiempo antes de volver a comer carne roja.
—Tal vez podrías compartir un poco de tu recién encontrada sabiduría nutricional con tu padre —dijo con una risita—, aunque puede que se arrepienta de pagar por tu universidad si lo usas en su contra.
—No diría que es culpa de la universidad —solté, me di cuenta de mi error cuando mamá ladeó la cabeza esperando una explicación—. Mi, uh, la mujer con la que estoy saliendo come saludable. Supongo que adopté algunos buenos hábitos de ella.
Mamá alzó las cejas ante eso.
—Ya me gusta.
Me removí en la silla de aluminio, haciendo rechinar las patas sobre el azulejo.
—¿Qué tal está tu ensalada?
—Igual que siempre —dijo—. ¿Estás intentando cambiar el tema?
Tal vez.
—Solo quiero asegurarme de que disfrutas de tu comida.
Sonrió mientras detenía el tenedor de lechuga justo junto a su boca.
—Estoy con mi cita favorita. Disfrutaría de un tazón de Cheerios.
—Bueno, eso no es decir mucho. Te encantan los Cheerios. —De hecho, siempre me había encantado lo fácil que era hacerla feliz.
—Eso también es verdad —respondió con una sonrisa practicada—. Entonces, esta mujer tuya —me enderecé sobre mi silla—, ¿es la misma chica que estabas viendo el otoño pasado?
—Ajá. —Me metí el sándwich a la boca.
—Sabes que no me gusta entrometerme en tu vida amorosa —tensé todo el cuerpo—, pero ¿no crees que ya es hora de que tu padre y yo conozcamos a esta jovencita? Sabes que no debe preocuparte que te avergoncemos. Nos sabemos comportar muy bien. —Abrió la boca para darle una delicada mordidita a su lechuga.
—Uh, de hecho, quería hablar contigo sobre eso.
—¿Oh?
¿Dónde demonios está ese guion que memoricé?
—Ya la conoces —dije.
Mamá bajó su tenedor.
—¿En serio? ¿Es alguien de la preparatoria?
Se me escapó una risita.
—No, para nada. —Bella ya había salido de la preparatoria antes de que yo entrara al kínder; algo para pensar—. La conociste en la tienda.
Frunció el ceño y se limpió la boca con la servilleta.
—¿La tienda? ¿Te refieres a la cajera con la que trabajabas? ¿Cuál era su nombre? ¿Tori?
—¿Hablas de Tanya?
—Sí, sí, ella. Tanya. ¿Es ella?
—¡No! ¡Dios, mamá! Tanya es horrible.
Mamá alzó las manos.
—¿Qué sé yo? Ella siempre ha sido amable conmigo… y tiene una figura muy linda.
Bajé la vista a mi wrap de pavo antes de soltarlo y suspirar.
—Creo que acabo de perder el apetito.
—Siempre has sido tan dramático, incluso de pequeño —dijo, una sonrisa estiró sus labios desde las comisuras—. No es Tanya. Mm, veamos. ¡Oh! ¿Cuál era el nombre de la otra chica…?
Ugh, ¿iba a enlistar a todas las trabajadoras de Nature's Bounty? Extender esto hasta convertirlo en un juego de adivinanzas no me ayudaría.
—Es Bella, mamá.
—¿Bella? ¿La misma Bella que conocí la semana pasada?
—Ella. —Y ahí estaba.
Mamá cerró la boca de golpe, pero sus ojos me lo decían todo. Shock. Confusión. Un destello de horror.
—Oh —dijo al fin.
Contuve el aliento y esperé mientras ella apuñalaba un tomate, se llevaba el tenedor a la boca y seguía comiendo sin decir otra palabra. Sin tener ni idea de lo que ella podría estar pensando o qué demonios debería decir, mordí mi wrap y mastiqué con cautela.
»Así que esa es la razón por la que nunca la llevaste a la casa —dijo—. ¿Creíste que desaprobaríamos la diferencia de edad?
Sentí el calor subir a mis mejillas.
—Supongo que es una parte.
—Te preocupa que pudiéramos avergonzarte —dijo con un toque de tristeza que me lastimó el corazón.
—¡No! No fue por eso. Bella y yo… no tenemos el tipo de relación donde "la llevas a casa a conocer a los padres". La verdad no estoy seguro de que puedas llamarle una relación como tal.
—Lo entiendo. —No lo entendía, no podía, pero lo estaba intentando—. Bueno, debe ser una especie de relación si la has mantenido todo este tiempo.
—No hemos estado… lo terminamos antes de irme a la universidad.
—Hijo, puede que esté vieja, pero no estoy ciega.
Terminándome la primera mitad de mi wrap, intenté pensar en qué tanto decir sin compartir de más.
—Reconectamos porque me hiciste mensajearle esa receta el viernes.
—¡Ciertamente no te habría pedido eso de haber sabido que intentaban evitarse! —Su tono herido se deterioró rápidamente en indignación—. Sabes, pudiste haberme dicho… algo. Todo este tiempo… —Se detuvo para sacudir la cabeza, no pude detectar si lo hacía para mí por no haberle dicho nada o para ella por no saberlo.
—Lo siento. Es que no sabía qué decir, y Bella no quería que se supiera por ahí…
—Contarle a tu madre difícilmente se considera esparcir el chisme.
—Lo entiendo, pero intentaba respetar los deseos de Bella.
—Y deberías. —Mamá se recargó en su silla, cruzó los brazos y suspiró—. Me prometí que nunca me metería entre mi hijo y la mujer que le interesara; a diferencia de tu abuela. —Arrugó la nariz como alguien que acaba de oler queso podrido.
No era la primera vez que oía referencias del mal trato que la abuela Cullen le había dado a mamá, pero era la primera vez que visualizaba su dinámica a través de los ojos de una mujer joven enamorada de un hombre cuya madre no habría estado del todo lista para dejarlo ir.
—Siempre lo he apreciado —le dije, y lo decía de verdad. Ella nunca había sido nada más que amable y acogedora en lo que a mis novias respectaba.
—Pero —por supuesto que habría un pero— sí te voy a pedir que consideres con cuidado cualquier relación que sientas la necesidad de esconderle a tus padres.
—Te entiendo. —El hecho es que había pasado muchas, muchas horas considerando cuidadosamente lo que sentía por Bella y lo que ella sentía por mí—. De hecho, me alivia poder hablar contigo sobre esto ahora. —Y por muy reticente que Bella haya estado de admitirlo, es ella la que aventó esta bola de nieve por la colina al seguir a mamá en la tienda.
Mamá se hizo hacia enfrente en su silla, empujó a un lado su ensalada y dobló las manos sobre la mesa. Con su sonrisa de "Te estoy escuchando" firmemente en su sitio, dijo las palabras que creí que me aterrarían:
—Cuéntame de ella.
Extrañamente, mientras hablábamos descubrí que me resultaba fácil contarle a mamá sobre Bella sin sentirme sórdido o confundido. Sí, los detalles sobre nuestros primeros encuentros siempre permanecerían entre Bella y yo, pero aun así encontré suficiente contenido apropiado para compartirlo con mi madre. Seguíamos hablando mucho tiempo después de que nos terminamos el último sorbo de té helado. Mamá interrumpía con preguntas de vez en cuando, pero la mayoría del tiempo se dedicó a escuchar.
—A mí me parece que ambos van bastante en serio —dijo.
—Intento tomarlo un paso a la vez, con eso de que todavía me faltan otros dos años de universidad.
Mamá asintió.
—Me parece algo sabio.
—Además, Bella se muestra un tanto…
—¿Arisca?
Respondí con un encogimiento.
—Se cuida mucho de no hacerme sentir atado.
—Eso va en ambos sentidos, Edward. —Como siempre, mamá no se andaba con rodeos.
—Lo sé.
—No quiero ver que salgas herido.
—También lo sé.
Casi podía leer las preguntas que revoloteaban por la mente de mamá —matrimonio, hijos, la diferencia de riqueza y estilos de vida además de la diferencia de edad— pero no las hizo en voz alta.
—Espero que sepas que tu padre y yo solo queremos que seas feliz. —Esperó a que asintiera. Sí, lo sabía—. ¿Lo eres? —preguntó, ladeando la cabeza para esperar mi respuesta final.
—Sí. Ella me hace muy feliz.
—Y tienen cosas en común… —se acercó—… ¿fuera de la habitación?
Si tan solo mi madre supiera la mitad de las cosas que nos hacíamos afuera de la habitación…
—Bueno, hemos visto El graduado como veinticinco veces. ¿Eso cuenta?
Eso la hizo sonreír en grande.
—Sí, sí, ver películas es algo bueno. Te conté que mi primera cita con tu padre fue…
—¿Para ver Mi pobre angelito? Nop, nunca me lo habías dicho.
—De acuerdo —dijo, levantándose de la mesa—. Te burlas de esta pobre anciana, ¿eh?
—Aw, vamos. Sabes que nunca me canso de escuchar esas historias una y otra vez. Y otra y otra y otra vez.
—¿Tu novia sabe lo sarcástico que eres?
—Sí. Le encanta.
Ahora le encantaba. Ciertamente habíamos avanzado mucho desde esos primeros días cuando ella me decía que saltara y yo le preguntaba qué tan alto. Aunque casi nada era más divertido que entregarle las riendas a Bella.
—En serio eres el hijo de tu padre. —Que pusiera los ojos en blanco me indicó que puede que no lo dijera como un cumplido, pero no pude evitar tomar como una buena señal que mamá pareciera identificarse tanto con Bella.
Le abrí la puerta del restaurante para que saliera, mostrando que también había adquirido algunos de los mejores hábitos de papá.
—Gracias por invitarme a comer, mamá.
—Hablando de invitaciones… creo que ya es hora de que los cuatro nos conozcamos, ¿no?
—¿Te refieres a una cita doble? —Todo lo que podía imaginar en mi estado de pánico era ir a los bolos con mis padres.
Mamá se subió tras el volante de su Honda.
—Otra vez te estás poniendo todo dramático. Tráela a cenar mañana en la noche. Puede que quiera probar otra de las especialidades de nonni.
La idea de llevar a Bella a mi casa me hacía temblar en muchos niveles, aunque tampoco podía imaginarme a mis padres cruzando el recibidor de Bella después de todas las cosas depravadas que nos habíamos hecho ahí.
—Claro —respondí con cuidado—, pero para que lo sepas, Bella no come carbohidratos ni carne roja, así que puede que no haya muchas coincidencias con tus recetas del viejo país.
—Estoy segura de que podemos acomodarnos con eso —dijo, sonriendo de una manera que no dejaba espacio para discutir—. Tu padre y yo tenemos planes esta noche con los Clearwater, así que tendrá que ser mañana, ¿te parece a las seis?
¿Mañana? ¿Mi última noche con Bella por las siguientes seis semanas?
Antes de poder objetar, mamá empezó a reírse.
—No te preocupes, Romeo. Todavía tendrán suficiente tiempo a solas luego de que los ancianos se conviertan de nuevo en calabazas, tortolitos.
—Qué graciosa —dije, pero el alivio debió reflejarse en todo mi rostro.
Mamá me guiñó, el tipo de guiño que usualmente reservaba para papá.
—Tu padre y yo también fuimos jóvenes enamorados, sabes. —Eso había escuchado una y otra y otra vez.
—Hablaré con Bella.
—Podrías mensajearla justo ahora —dijo, alzó ambas cejas y esperó—. ¿Lo dije correctamente?
—Creo que esta parece más bien una situación donde se debe conversar con voces —respondí. Me puse el cinturón de seguridad con el teléfono a salvo en mi bolsillo trasero. No era negociable.
Mamá entendió la indirecta, arrancó el carro y nos fuimos a casa.
~*~Tigresa~*~
La invitación no me sorprendió, pero la idea de conocer a sus padres mañana todavía me aterraba. Por un lado, sería bueno quitarnos de en medio esta prueba. Si los padres de Edward iban a oponer resistencia, era mejor descubrirlo lo antes posible. Sería más fácil para Edward de esa manera.
El asunto era que no había hecho todo esto de conocer a los padres desde que Jacob me llevó a su casa durante nuestras primeras vacaciones de primavera, hacía casi diecisiete años. La verdad no todo había resultado bien la primera vez. Yo nunca había sido lo suficientemente buena para Jacob ante sus ojos; me etiquetaron de cazafortunas, lo cual no fue exactamente justo. No me afectaba que su familia tuviera dinero, pero sí lo amaba.
Temía no agradarles a los padres de Edward por razones completamente diferentes. No había nada que pudiera hacer ahora sobre el hecho de que me había aprovechado de un hombre muchísimo más joven que yo —ouch— o de que ya tenía un matrimonio fallido en mi historial, ni sobre la forma tan engañosa en que había conocido a su madre, así que endulzaría el asunto con lo único que podía hacer, hornear una tarta de arándanos perfecta.
El pobre Edward había estado vuelto loco desde que me llamó con la presunta invitación de su madre, y mi intento de calmarle los nervios con un mandado no había ayudado.
—Por centésima vez, no tienes que hornear nada. —Escuché el ruido de la puerta de su carro abriéndose y cerrándose de fondo, y pude imaginármelo cruzando el estacionamiento de Nature's Bounty—. Podemos pasar por una tarta perfectamente buena de la panadería de camino a la cena. Te prometo que mi mamá no pensará mal de ti.
—Ninguna mamá se ha impresionado nunca con una tarta comprada. Ahora, mete tu lindo culito a esa tienda y consígueme el mejor tarro de arándanos que el dinero pueda comprar. Si necesitas ayuda, pregúntale a Javier. Dile que es para mí. —Sabía que eso lo molestaría.
—Hola… ¿estudiante de nutrición aquí? Sin mencionar el mejor repartidor de Nature's Bounty en la historia de los repartidores. Creo que puedo arreglármelas con un tarro de arándanos.
—Pues ve por él, cachorro. Mientras tanto me prepararé para recibirte con el conjunto de bienvenida que siempre uso.
—¡Ya nos estamos entendiendo! —Al fin escuché la tensión abandonar su voz.
—Rápido, pero tan rápido. No rompas ningún récord de aceleración en carretera.
—Tengo que colgar… necesito ambas manos para esto. Te veré pronto.
~#~#~
Tiré la toalla de camino a la puerta. Mi cachorro necesitaba una fuerte distracción. Abrí la puerta principal usando solo unas pantuflas con un poco de tacón y unos aretes brillantes.
Se quedó boquiabierto con los ojos como platos.
—No estás usando toalla.
—Tampoco tú —respondí—. ¿Quieres entrar para poder cerrar la puerta o debería provocarle un paro cardiaco al viejo señor MacGregor que vive al otro lado de la calle?
—Perdón, sí —dijo, arrastrando los pies para entrar.
—¿Tienes algo para mí, cachorro?
—Oh. Claro. Ten. —Me entregó la bolsa del mercado sin apartar los ojos de mis tetas.
—No me parece muy justo que tú estés completamente vestido y yo esté aquí de pie desnuda, ¿no crees?
—Nop. —Se quitó los zapatos mientras se sacaba la playera sobre la cabeza. Edward seguía siendo una de las personas más rápidas en desvestirse que había conocido, una habilidad que admiraba y apreciaba en gran medida.
Cuando llegamos a su zipper, algo en su muñeca izquierda captó mi atención.
—¿Qué es eso?
Examinó su brazo como si le sorprendiera encontrar dos ligas ahí. Se quitó las dos y tomó mi mano izquierda en la suya. Su rostro adoptó una expresión de seriedad.
—¿Edward? ¿Qué estás haciendo?
—Bella, nunca me he sentido más feliz que cuando usaba esa liga que pusiste en mi muñeca. Quiero usarla otra vez, con todo lo que representa, pero solo si tú usas una también. Soy tuyo si tú eres mía.
Las lágrimas se acumularon en las comisuras de mis ojos.
—Oh, Edward, eso es tan increíblemente dulce.
Con la liga destinada para mí sobre las puntas de mis dedos, me preguntó.
—¿Eso fue un sí?
—Quiero decirte que sí ahora, en serio que sí…
—¿Pero?
—Pero ¿qué significa exactamente esto para ti? ¿Este lazo de ligas?
—Significa que te deseo todo el tiempo, y estoy cansado de contenerme. Quiero que tengamos algo exclusivo, sin importar si estamos juntos físicamente o no. Quiero irme a la universidad sabiendo que puedo mensajearte cosas triviales o pervertidas, y de cualquier manera sonreirás cuando lo veas. Quiero que hablemos en todo momento como solíamos hacerlo y que nos hagamos videollamadas cuando lo demás no sea suficiente… bueno, tengo un compañero de cuarto, pero ya nos las arreglaremos…
Se habían abierto las compuertas y Edward no se había detenido a respirar. En cuanto a mí, tenía un nudo en la garganta que no me permitía decir palabra.
»Quiero aferrarme a esta intimidad que hemos construido, pero mantener la emoción de probar los límites del otro, y quiero conocer a tus amigas y a tu mamá y tu papá y hermanos y hermanas… mierda, me acabo de dar cuenta que ni siquiera sé si tienes hermanos y hermanas…
—¡Calma! Para un poco, cachorro.
Parpadeó como si lo hubiera despertado de un sueño intranquilo.
—¿Demasiado? ¿Muy pronto?
—No, es que estás hablando muy rápido, no puedo entenderte.
—Bien, perdón, sí… ¿podrías decir algo, por favor?
—Tengo un hermano mayor que vive en Atlanta. —Su sonrisa parpadeó, pero se convirtió casi al instante en una línea de seriedad en espera de mi respuesta. Dejé a un lado la bolsa con las compras para poder tomarlo de las manos—. Sí, Edward. Sí a todo lo que acabas de decir.
Sostuvo la liga sin moverse, tan lejos como lo estaba el dedo de Dios del de Adán en el techo de la capilla Sixtina.
—¿Por qué siento que vas a decir "pero" otra vez?
Tensó los músculos de la mandíbula. Detestaba la forma en que su cuerpo se preparaba para el dolor. A pesar de todas mis provocaciones y torturas, nunca lo lastimaría intencionadamente.
—Déjame decir esto, ¿de acuerdo?
Asintió una vez.
»No puedo prometerte nada en este momento sobre el futuro, así que si te refieres a niños y ventas de pasteles para la asociación de padres y perritos, todavía no estoy lista para pensar en eso.
—Rayos, yo tampoco. Todavía me quedan al menos dos años de escuela, y apenas estoy empezando a pensar en lo que podría venir después de eso.
—Me parece justo. —Un destello compartido de alivio pasó entre nosotros. Estar en el mismo sitio era algo bueno, incluso si ese sitio era sobre arenas movedizas—. Supongo que no necesito decirte que mi reloj biológico sigue avanzando, lo cual, pff, nunca me ha preocupado, siendo honesta. Pero existe la posibilidad, y no prometo nada, pero ¡existe la posibilidad de que sí tenga madera de madre en mí! Quién lo diría.
—Quién lo diría —repitió, claramente tan sorprendido por mi declaración como yo—. Me alegra escuchar que estás abierta a eso. Y claro, nadie puede garantizar lo que podría suceder más adelante.
—Nunca digas nunca y todo eso…
—Siempre y cuando ambos estemos de acuerdo en que los perritos no son negociables. —Me dedicó una sonrisa deslumbrante; respondí poniendo los ojos en blanco.
—¿Y cómo hacemos esto de la liga? —pregunté—. ¿Una a la vez o los dos a la cuenta de tres?
Eso fue todo lo que necesitó escuchar.
—Vamos a ponerte primero la tuya.
Sonreí cuando la liga me tocó los dedos.
—Esto no significa que tengo que masturbarme con la mano izquierda, ¿verdad?
—Ni siquiera vas a tener que pensar en masturbarte durante las siguientes cuarenta y ocho horas. Después de eso, ya veremos qué pasa. —Con un guiño me pasó la liga sobre los dedos y la acomodó alrededor de mi delgada muñeca—. Te queda perfecta.
Giré el brazo de un lado a otro, complacida y divertida por mi accesorio más reciente.
—Mi brazalete de tenis se va a poner muy celoso.
—Oh, rayos. Supongo que no pensé en lo tonta que se vería una liga junto a la joyería elegante. ¿Esto te va a arruinar tu estilo?
—No. Si tengo que vestirme elegante, siempre puedo meterla debajo de mi reloj… ¿si te parece bien?
—El sentimiento es lo que importa.
Me alcé para acunarle la mejilla y lo besé.
—No he dejado de pensar en ti desde que nos conocimos.
—Puedo garantizarte que yo tampoco. —Me entregó la otra liga e hizo puño la mano—. Ponme la liga, nena.
Pude sentir que la tensión se alejaba de él cuando pasé la liga sobre su mano.
—Considérate atado, cachorro. —Metí el dedo debajo de la liga y le di un tirón amistoso.
Sonrió y soltó un "Aah" muy largo, sonaba muy parecido a un hombre sediento que acababa de beber algo muy helado.
—Te ves feliz —dije, imitando su sonrisa.
Sacudió la cabeza, riéndose suavemente para sí.
—Desearía que no hubieras dicho eso.
—¿Por qué?
—Mi mamá me preguntó hace rato si me haces feliz.
—Oh, cielos. —Agaché la mirada mientras que un sonrojo me llenaba las mejillas. ¿Cómo demonios sobreviviría a conocer a sus padres mañana?
Edward puso su mano debajo de mi mentón, levantó mi cara y me sostuvo la mirada.
—Bella, yo… me siento… tan jodidamente feliz justo ahora.
Se me llenó el corazón de amor por él.
—Me alegra. Te lo mereces.
Ladeó la cabeza para observarme.
—¿Qué hay de ti? ¿Eres feliz?
Su dedo rozó sobre la parte interna de mi muñeca. La pregunta estaba muy clara: ¿era feliz dentro del círculo verde de plástico industrial de nuestro compromiso?
—Lo soy.
¿La verdad? No podía recordar haberme sentido jamás más feliz que esto.
—En ese caso —dijo, se le oscureció la mirada al bajarla por mi cuerpo desnudo—, ¿te molesta si termino de quitarme la ropa?
Las he tenido muy abandonadas, lo sé... una disculpa, a veces la vida no me da para más, pero aquí seguimos al pie del cañón. ¡Gracias a las que siguen aquí conmigo!
