Capítulo 36. Consecuencias
Las campanas del monasterio de Rauru resonaban, de una forma lenta. En esa mañana gris, el primer día del año, se reunían nobles, sabios, y el rey para dar el último adiós a Saharasala, Sabio de la Luz, abad del Monasterio de la Luz, consejero real… Y amigo.
Llevaban el ataúd Kafei Suterland, Sabio de la Sombra, Leclas de Sharia, Sabio del Bosque, Cironiem, príncipe de los zoras, Nabooru IV, Sabia del Espíritu, Al–Khaled, en representación a los ornis, y Zelda Esparaván, primer caballero de Hyrule. Todos vestían ropas oscuras, y en el caso de Zelda, la chica llevaba una capucha echada sobre el rostro. Detrás, en desfile, caminaban los distintos representantes del reino y de todas sus razas. Link V Barnerak encabezaba la marcha tras el ataúd. Vestía ropas negras, como el resto, y lucía su corona, con la cabeza bien erguida. A su lado, Tetra de Beele y su marido Reizar caminaban solemnes, a la misma altura que el rey Rober de Gadia. El actual señor de la ciudad, Lord Helios, hijo primogénito del anterior lord Brant, era el siguiente en la formación, acompañado de sus hermanos y hermanas. Su madre y el pequeño Lion de 10 años se habían quedado en el castillo.
El acto fue solemne. Los portadores caminaron al ritmo de las campanas, y se detuvieron frente a la tumba excavada. Sobre ella, había ya una lápida en mármol. Era una placa sencilla, donde en hyliano antiguo se habían grabado unos versos. Bajo ellos se veía el nombre de Saharasala, pero sin fechas.
Nadie había sido capaz de saber el año de nacimiento del sabio.
Una vez los portadores dejaron el ataúd, Medli, princesa de los ornis, actual Sabia de la Luz, se adelantó acompañada de Laruto, princesa de los zoras y Sabia del Agua. Tocaron una canción que Link reconoció. La Canción del Tiempo. Esperó a que terminaran, y fue entonces que, subido a una pequeña plataforma para ser visible, empezó la elegía que había escrito.
El público era de lo más variado. Años después, los ciudadanos de Rauru contarían que nunca se había visto que en un mismo lugar tantas razas, tantas personas de tantos diferentes lugares y clases llorando al mismo hombre. Altas gerudos, solemnes ornis, gorons fuertes como rocas, serios mogumas, resplandecientes zoras. El rey de los gorons y Sabio del Fuego, Link VIII, fue quién bajó el ataúd, usando su fuerza.
El rey habló emocionado, a ratos se le cortaba la voz, y los ojos se le llenaban de lágrimas. Cuando eso pasaba, el primer caballero, a su lado, le daba la mano. Ella, al contrario que el rey, tenía el rostro sereno y firme, sin mostrar ninguna emoción. Cuando terminó la elegía, los presentes se colocaron en formación, para dar su último adiós. Poco a poco, empezando por los sabios y el rey, fueron arrojando tierra sobre el ataúd.
La última fue Zelda.
Estaba ya sola, todos los demás caminaban hacia el castillo. Se agachó, tomó un puñado de tierra removida y la dejó sobre el montículo. No había hecho falta el trabajo de enterradores, había tanta gente que todos habían rellenado la tumba. Con cuidado, Zelda dio un golpecito con la palma abierta, y miró la inscripción. Sabía lo que ponía, ella se la había sugerido a Link. Era el mismo verso que habían leído tiempo atrás en la tumba de los hermanos Oscuridad. un acertijo hyliano muy antiguo. "A Saharasala le gustaba esa historia, de cómo Link encontró la entrada al templo de la Sombra, y cómo supo descifrarlo con ese acertijo". La Sombra, la muerte.
Zelda se miró la mano. Manchada de tierra, pero sonrosada y viva. Se puso en pie, en el momento en que empezaba a llover. Todo el día había amenazado lluvia, pero al final, parecía que se había esperado a que terminara el entierro.
– Seré reina, no sé cuánto tiempo, Saharasala. Lo intentaré, seré la mejor, por él y por ti. Estés donde estés, haré que te enorgullezcas de todos nosotros – Zelda tocó la empuñadura de la Espada Maestra.
Notó una presencia a su lado, resultó ser Link. Este sostenía un objeto parecido a un parasol, como los que usaban las damas, pero con una tela oscura.
– Para la lluvia, más que para el sol – dijo –. Un invento de un ingeniero de Rauru, me gustó la idea.
Zelda sonrió. Se puso en pie y se refugió bajo el "paraguas" como lo llamó Link. Los dos miraron la tumba. Aprovechó que estaban rodeados por una cortina de agua, lejos de miradas indiscretas, para tomarle del brazo, y apoyar la cabeza en su hombro. Link le dio un beso en la frente.
– Estamos muy raros vestidos de negro – comentó la chica, retirándose la capucha.
– Cuando fuimos peregrinos llevamos trajes oscuros, no tan negros, pero casi – Link le preguntó si se veía capaz de ir al almuerzo. Zelda asintió, aunque más que hambre, tenía sed.
Sí que estaban raros. Link parecía mayor, envejecido, y el cabello rubio se veía casi blanco, la piel translúcida. Zelda sentía sus cabellos aún más escandalosos, por eso se había puesto una capucha. Al menos, podía llevar pantalones, y la espada y el escudo a la espalda, sin recibir críticas. En Rauru, habían ocurrido muchos cambios en muy poco tiempo, y el funeral de Saharasala solo había sido la forma de cerrarlos.
Para empezar, el señor de Rauru había dejado de ser Lord Brant. Este mismo, cuando se recuperó, dijo que había sido indigno. Link aceptó a reunirse con él en su lecho, porque el hombre no podía levantarse ni moverse. Tiempo atrás, este noble le criticó ser demasiado benévolo con un traidor. En eso pensaba Link, mientras escuchaba sus balbuceos. Se arrepentía de haber dejado que esa maligna criatura llamada Zant le convenciera de algo tan abyecto como traicionar al rey y asesinarle. Trató de oponerse cuando vio que había llegado muy lejos, y fue entonces cuando le poseyó y le robó toda la vida del cuerpo, dejándole solo un hilo. Estaba muy agradecido a la Heroína de Hyrule que le había salvado, usando un rayo purificador.
Link pidió silencio. Había escuchado atentamente, pero al mencionar a Zelda, le empezó a hervir la sangre. Muy erguido, con sus ropas azules y la corona bien reluciente en la frente, dictó el castigo que impondría al señor de Rauru. Lo hizo delante de otros nobles para que fueran testigos. Debía ceder el título y las tierras a Helios, el mayor de sus hijos. Lord Brant permanecería en el castillo, prisionero, pero tratado con la misma cortesía de cuando era el señor. No iba a dejar que un hombre enfermo estuviera en una mazmorra, aunque la idea de encerrarlo en el mismo lugar donde habían retenido a Zelda se le pasó por la cabeza. Tuvo que apretar el puño, porque por una vez quería ser un tirano, y mandarle a esa prisión, con las cadenas y la jaula que emplearon con ella. Tendría que conformarse con dejarle encerrado en su propio castillo.
Lady Iyian, del disgusto, se había recluido en la Torre de las Damas, diciendo que estaba enferma. Ni siquiera quiso ocuparse de su marido malherido, al que consideraba un traidor. Link le mandó una carta, por la cual le eximía de la conspiración, no la castigaría por nada, pero le pedía que levantara las estrictas restricciones que gobernaban hasta ahora: la presencia de mujeres con pantalones, armas, y cabellos al aire debía ser tolerada y no prohibida.
Y por eso, Zelda podía alojarse con él, en la torre blanca del homenaje.
En la primera reunión en la sala de los comunes, donde se presentó ante los nobles, entre ellos Allesia Calladan, todos se sorprendieron y alegraron de su resurrección. Link no les sacó de su error. Realmente, no había muerto, pero costaba un poco explicar lo que había pasado en realidad sin que pensaran que estaba loco. Por suerte, tenía a los sabios con él para apoyarle, además de todos los nobles que, como Allesia, se consideraban tan leales que no pedían nada a cambio. Les felicitó, pidió que siguieran trabajando para poder descender sobre la llanura de Hyrule cuando el deshielo comenzara. No podían olvidar la amenaza que no se había cumplido: los guardianes atacarían la ciudad. Aún quedaba derrotar a Zant, y obligarle a abandonar Hyrule. A esta reunión, por primera vez, estuvieron invitadas las gerudos. Nabooru IV intervino, diciendo que las gerudos jamás habían estado tan lejos de su amado desierto, pero que estaban dispuestas a defender Hyrule, y que para ello iban a instruir en sus técnicas y en el uso de los pelícaros a todo aquel que estuviera dispuesto a aprender.
Sin embargo, el mejor cambio, la mayor sorpresa que les trajeron todos estos hechos, fue la llegada inesperada del rey Rober de Gadia. Apareció la segunda mañana después de derrotar a Brant y regresar al mundo real. Karías había contactado con él, usando un hechizo, y le había advertido del peligro que corría Tetra, y el rey se presentó armado, vestido con armadura completa, y montado sobre Ráfaga. Su entrada fue espectacular, y habrían temido por sus vidas si su nieta no hubiera salido corriendo a pedirle que parara la locura.
El rey de Gadia estaba tan feliz de ver que su nieta estaba viva, y que además había sido rescatada por su esposo, que en la primera cena que celebraron, en honor a la resurrección del rey Link, felicitó a la pareja y pronunció un discurso en el declaraba que Tetra de Beele sería la próxima reina de Gadia. Solo a condición, y esto se lo dijo Reizar a Link, de que se casaran como es debido cuando regresaran al reino.
– Tendremos que sobrevivir a esta guerra, entonces – dijo el ahora futuro rey de Gadia. Link le miró con una sonrisa triste, le dio la enhorabuena y deseó estar todos presentes ese día. Reizar dejó la copa para decir –. La pecosa sigue dormida, ¿verdad?
Tres días. Zelda pasó tres días enteros en la cama, sin moverse. Las doncellas se ocuparon de limpiarla, retirarle el tinte malo que usó para el cabello, le pusieron un camisón y la dejaron abrigada en la gran cama. Para gran escándalo de los habitantes del castillo, Link ordenó que ocupara su propia habitación en la torre del homenaje. Él durmió en el sofá del despacho. En cuanto pudo librarse de reuniones, organización del ejército o consejos, el rey pasó el resto de esos días sentado a la cabecera, leyendo. Esperaba con paciencia, observando el rostro, pálido, con sus cortos rizos alrededor.
Sapón dijo que estaba bien, que respiraba con normalidad, no tenía fiebre. La herida en la cabeza estaba curada, gracias a que el mismo hechizo que le trajo a la vida también le afectó. Estuvo un poco gris unas horas, igual que Centella, pero el color regresó poco a poco. Cuando Link no estaba o necesitaba dormir él, se turnaba con Radge o Maple. Trajeron flores, de las hijas de lord Brant y de cada sabio. Link y Radge se ocupaban de mantener las ventanas abiertas, que las doncellas solían cerrar. Si las cerraban, Zelda empezaba a agitarse y a murmurar, por lo que necesitaba que le diera el aire mientras dormía.
La única explicación a su estado era sencilla: estaba agotada. Jason le contó a Link sus investigaciones por Rauru, y le enseñó la prisión donde la tuvieron. Link hizo un cálculo: si pasó ahí dentro con cadenas y sin dormir tres días, luego salió, escapó del juicio y el ahorcamiento, durmió unas pocas horas, luego asistió a la muerte de Saharasala, tuvieron que drogarla para que descansara porque se negaba a parar… Y, aun así, se escapó para colarse en el castillo como chico de pelo moreno. Ella misma se lo dijo, meses atrás, cuando por fin se reunieron en la batalla de la llanura occidental. Ya no era tan fuerte como antes, se agotaba, y las heridas le dolían más y le costaba tiempo recuperarse. Link recordó cómo se quejaba ese día, porque aún le dolían las costillas por el encuentro con la criatura de la Montaña del Fuego.
Una tarde, Link se quedó dormido en la silla, con la cabeza apoyada en la cama. Se despertó cuando sintió que le ponían una manta sobre los hombros.
– Te vas a resfriar, alteza – susurró una voz ronca.
Link se incorporó tan rápido que estuvo a punto de golpear sin querer a Zelda. La chica vestía ropas de las suyas, pantalones, la túnica y la cota de mallas. Había bajado, comido algo, salido de la torre del homenaje para dar una vuelta y regresó antes de que oscureciera. Había dejado a Link durmiendo, con una manta, pero se había destapado.
– Estoy bien, estoy bien – insistió, cuando Link la abrazó –. Bueno, tenía un hambre de lobo. Me rugían las tripas. Lo raro es que no te haya despertado.
– Normal. No sé cuándo comiste algo por última vez.
Le trajo todos los platos y dulces que Maple había dejado en el despacho, para que Zelda comiera. Como en el dormitorio no había mesa, lo dispuso todo en el suelo, sobre una manta, frente a la chimenea. Se sentaron frente al fuego, y allí, Link le puso al día de todos los eventos que habían tenido lugar desde el Bosque de los Huesos. Zelda escuchó, comiendo más porque por más que lo hacía, no podía parar. Sentía la necesidad de comer, de vivir, más que antes. El reino de la criatura Sombra era pura muerte. Se atragantó cuando Link le dijo que de Kandra Valkerion no quedaba rastro.
– Se marchó en cuanto vio que el poder de Medli me curaba. Nadie se dio cuenta hasta después. Me hubiera gustado conocerla, y darle las gracias…
– Esto es increíble – Zelda dejó el plato con los restos de huesos de pollo. Se limpió con la servilleta que le tendió Link y añadió –. Es la tercera vez que lo hace, la muy sinvergüenza.
– Seguro que volvemos a verla. Parece que te tiene tanto aprecio que se arriesgó para salvarte.
– A ti no te conoce, y también te ha salvado la vida dos veces – Zelda le miró con una ceja levantada.
– Entonces, le debo de caer bien – y sonrió. Preguntó a Zelda si quería más comida, que creía haber visto galletas en un tarro en su despacho, cuando la chica dejó el plato, miró a Link y le dijo, directa como siempre:
– ¿Ya habéis enterrado a Saharasala?
Link le dijo que estaban esperando a que ella estuviera despierta. Zelda le pidió que le contara cómo estaban los sabios, uno a uno. Recibió con alegría saber que Nabooru IV había logrado recuperarse de la herida en el rostro y en el brazo. Al igual que a Zelda, cuando Medli obtuvo la piedra de los sabios, y sus poderes aumentaron, la melodía hizo efecto en todos los sabios. Curó sus heridas, y hasta logró quitarle la cojera a Leclas. Estaban todos bien, tristes por la muerte de Saharasala pero vivos.
– Ahora es tarde, pero mañana… Mañana hay que organizarle un buen funeral – Zelda miró al fuego, para evitar que Link le viera la pena en el rostro. Este la atrajo hacia él, la abrazó y le susurró que él también le echaba de menos. Zelda hundió la cara en el pecho de Link, y dejó que se le cayeran las lágrimas.
Tras un buen rato abrazándola y consolándola, Zelda susurró que debía marcharse a la torre de las damas, a lo que el rey respondió con una sonrisa y le dijo que ahora ella era su invitada de honor.
Después de tantas noches separados, Link y Zelda durmieron abrazados, bajo las ventanas abiertas.
Tras el funeral de Saharasala, en la gran sala de banquetes, se dispuso un ágape. Era un almuerzo, pero más que comida, lo que más abundaba era la bebida. Mujeres de la ciudad, entre ellas Maple, y coordinadas por Ariadna Brant, habían repartido sopa y pan para todos los habitantes de la ciudad, empezando por los refugiados de otras aldeas, en honor a Saharasala. Ariadna Brant le dijo a Link que no habían hablado mucho, pero que lo poco que había intercambiado con él en alguna cena o cuando coincidían en la plantación del señor Esparaván, le había parecido un hombre sabio y paciente. Ariadna iba a tomar los votos en cuanto acabara la guerra.
– Ahora que mi madre ha levantado el cepo de hierro con el que nos vigilaba y controlaba, podemos ser nosotros mismos. Yo siempre he querido ser sacerdotisa, pero ella me decía que mi deber como Brant era casarme y tener hijos, para asegurar la posición de mi padre y hermanos – le estaba contando en ese momento a Zelda. Lo decía enseñando su emblema de las tres diosas en su pecho, sobre el vestido sencillo marrón sin lazos ni estridencias. Era la única de las hijas de Lord Brant que seguía llevando velo, según ella porque se había acostumbrado.
Mientras hablaban, una vivaracha y charlatana Graziella pasó a su lado. Saludó a Zelda y a su hermana, y siguió parloteando con una gerudo, a la que hacía muchas preguntas. La hija mayor, con el cabello suelto, sin maquillaje, con pantalones y casaca como la propia Zelda, estaba muy interesada en la instrucción con pelícaros y armas, y dispuesta a asistir. Era alta, y fuerte, una vez que dejó de ponerse los vestidos con grandes mangas. Siempre había estado muy interesada en las artes militares, pero su madre le decía que como hermana mayor debía ser la primera en casarse…
Zelda levantó la mirada y buscó a Link. Estaba al otro lado de la sala, hablando con Radge, Melissa y su hermano Sandro. Resultaba que este hijo de Brant quería estudiar magia, pero tampoco se lo habían permitido. Mattia, el segundo, estudiaba ingeniería, pero como a sus hermanos, no le permitían dedicarse por completo, tenía que ser el capitán del ejército, en apoyo a Helios. Melissa decía que ella también estaba pensando en asistir a la universidad, que estaba interesada en aprender, pero no ingeniería, sino temas como herbología y medicina. Se colocó bien las gafas sobre el puente de la nariz, mientras Link la miraba con los ojos brillantes. A pesar del día tan triste, sonreía abiertamente, y felicitaba a Melissa con entusiasmo.
Puede que un poco de los celos reviviera, porque Zelda, antes de saber lo que hacía, se dirigió hacia Link con la intención de apartarle de Melissa. Sabía que él solo se alegraba de verdad por esa muchacha, que mostraba interés porque era alguien estudioso como él, y que solo era amable. Además, a Zelda tampoco le caía mal Melissa. Le parecía una persona algo estúpida, demasiado mimada y consentida, y además débil de carácter si dejaba que su madre la dominara así, como había hecho con todos los hermanos. Sin embargo, le debía el haber recuperado la Espada Maestra y, de forma indirecta, había ayudado a rescatar a Link.
Quería acercarse, enrollar su brazo en el del rey, decirle que quería beber y bailar con él. En un rincón, se habían juntado algunos músicos que tocaban música lenta y suave. Era un poco raro que en la comida después de un funeral la gente bailara, pero según le había explicado Ariadna, era una tradición en Rauru. Alguien se interpuso, y Zelda tuvo que levantar la mirada.
Era Reizar.
– Pecosa, ¿me aceptas un baile?
Zelda miró hacia el grupo, al que se había unido Mital Riumo y su escudero Kairut.
– ¿Dejarás de llamarme pecosa alguna vez? – le respondió Zelda.
Al otro lado de la sala, sentada junto a su abuelo, Tetra les observaba, con una sonrisa.
– Espero que no, porque significaría que habrías perdido tus adorables pecas. Ya casi no se te ven, de lo blanca que estás.
– Mañana empiezo un plan de entrenamiento. Hay que ponerse en forma, si queremos que la batalla de la llanura de Hyrule sea la última – Zelda le acompañó a la zona donde algunos bailaban, de forma lenta. Dejó que Reizar le cogiera la cintura, con delicadeza, y ella le puso la mano en el hombro. El baile era lento, sin formaciones ni saltos alegres. Zelda lo agradeció, porque no quería acercarse demasiado y ya se le hacía raro bailar en un funeral.
– Tenías razón – le dijo Reizar mientras bailaban, muy despacio –. Al Rey Rober no le importó tanto que Tetra se casara conmigo, no más que el hecho de que lo hiciera a escondidas. Me ha aceptado, me ha llamado valiente, y como soy el último de los Hijos del Viento, el príncipe Al– haled, en cierto modo soy de la realeza… Pero no tengo forma de demostrarlo.
– Todo arreglado, entonces. Tetra va a estar muy guapa de novia, en la gran catedral de Salamance. Enhorabuena – dijo Zelda, con una sonrisa. Reizar la miró fijamente, con la misma expresión de sorpresa que tenía en Onaona –. Pero te aconsejo que dejes de mirar a otras mujeres así.
– ¿Cómo?
– Sabes a qué me refiero. No me hagas decirlo en voz alta – Zelda intentaba ponerse seria, pero no podía, porque además Reizar bizqueó los ojos y dijo que entonces tendría que pasarse la vida así, para no ofenderla.
Después, se puso por fin serio para decir:
– ¿No te preguntas a veces qué hubiera pasado si, por ejemplo, cuando nos conocimos, no hubiera estado enamorado de Tetra? O si Link nunca te hubiera confesado sus sentimientos y tú no hubieras asumido los tuyos…
– Muchos "si" veo en tu frase, mercenario sacacuartos – Zelda le dio un golpecito en el hombro y le señaló, con disimulo, a su padre y a Mital Riumo –. ¿Sabías que mi padre y Mital fueron novios? Cuando los dos eran muy jóvenes, en Gadia.
Reizar admitió que no lo sabía.
– Se querían mucho, pero mi padre cambió de idea y quiso regresar a Lynn. Mital se enfadó tanto que rompieron y estuvieron sin hablarse muchos años. Cuando se han reencontrado, los dos se han perdonado, pero no han retomado la relación. Mi padre ya tiene otra novia, y Mital parece satisfecha con su vida ahora. Son buenos amigos, que es lo que deberían haber sido. Todos tus "y si" hubieran terminado igual. Amigos, siempre – Zelda se apartó un poco para mirar a Reizar a los ojos –. No vuelvas a arriesgarte por mi sabiendo que tu esposa está en peligro. Yo sé salir de mis problemas sola, Tetra te necesita. Hazla feliz o te partiré la cara.
Pensó que se había pasado, que había sido brusca, como siempre, pero Reizar volvió a mirarla con esa expresión que le ponía nerviosa.
– Tienes razón – sonrió el futuro rey de Gadia –. Amigos, pero no puedes evitar que te mire así. Cada día estás más guapa, debe ser que el amor te sienta bien. No solo lo veo yo, Tetra está de acuerdo. Los dos estáis cambiados, parecéis tan distintos, pero a la vez… – se detuvo al ver que Zelda le miraba con el ceño fruncido –. Vale, me callo ya. Pero te diré que yo también tengo ganas de verte vestida de novia.
La música terminó, y Zelda, en lugar de contestar a Reizar, se dio la vuelta y se marchó de la sala. Por el camino, pilló una botella que resultó ser de sidra. No quería beber, no le gustaba más que un poco de vino de vez en cuando, pero de repente tenía sed. Entendía que Leclas hubiera encontrado consuelo en beber cuando no sabía qué sentir con respecto a su padre. Tres tragos largos a la botella, y los pensamientos que le habían asaltado mientras Reizar hablaba de cómo los dos habían cambiado y, sobre todo, la referencia a ella vestida de novia, desaparecieron. Pero no el negro pensamiento que había traído con ellos.
En el juego de "y si", Zelda se veía ganando la guerra. Casándose con Link, teniendo hijos revoltosillos y pelirrojos. Viviendo felices en Kakariko, en el pequeño castillo menos vistoso que este y con menos rincones donde esconderse. Y entonces pasaba: la maldición del Triforce. Zelda muriendo de repente, dejando a sus hijos y a Link solos. Los veía desesperados y tristes, como ella cuando era pequeña, buscando siempre la sombra de su madre. Link… Con lo sentimental que era se refugiaría en los libros, dejaría de atender a los niños, que crecerían siendo adultos que odiarían a sus padres.
Iba a tomar otro trago, a ver si con este lograba eliminar estos falsos recuerdos de algo que no había sucedido, cuando se encontró con que se había bebido la botella entera. En el sitio donde estaba, sentada en el borde de una fuente en los jardines del castillo, el agua había dejado charcos, barro y las aguas estancadas del estanque algo frías. Se vio reflejada, pero no entendió qué decía Reizar de estar más guapa, si ella se veía igual. De hecho, hasta le pareció verse gris y sucia, como cuando salió del reino de las Sombras. Pestañeó, porque por un segundo vio a esta criatura de pie a su lado, pero al girarse, se encontró con Leclas.
– Te vas a resfriar. El alcohol no impide que te congeles, ¿lo sabes? Crees que estás calentito, pero luego, te quedas pajarito. Anda, dame esa botella – y Leclas alargó la mano para quitársela. Zelda obedeció, en parte porque le daba igual, en parte porque estaba vacía. Leclas la dejó en el suelo, le tendió una capa que había cogido al salir ("Creo que es de algún noble… bien, lo que se deja fuera de casa, para el que pasa"), y se sentó a su lado. Le enseñó una cantimplora y Zelda, tras mirarle con sospecha, la aceptó.
Sabía a moras.
– Saharasala me dijo que, si quería dejar de beber, debía ir poco a poco, y que, si me ayudaba, podía beber otras cosas siempre que no llevaran alcohol. Allesia me dijo que el licor de moras de los Calladan no lleva fermentación, y que lo toman los niños. Está muy bueno, una vez te acostumbras al sabor dulzón. Ah, y te cura infecciones, como la de orina.
Zelda casi escupe el zumo, del ataque de tos. Le devolvió la cantimplora, le llamo guarro, y Leclas solo puntualizó que él no le había dado "orina", sino le había dicho una de las ventajas de beber otra cosa que no fuera alcohol.
– No sé si puedo seguir ahí dentro, hay demasiada felicidad para un funeral – dijo Leclas, señalando con la cabeza al interior de la fiesta.
– Lo mismo pienso. Esta gente es muy rara, y luego me llaman a mí "bárbara" por mis costumbres. En Lynn, en los funerales se llora y ya está, no se baila, ni se bebe ni come.
Leclas se sentó al lado de Zelda. Lo hizo sin muletas, porque el poder de Medli fue tal que hasta le curó la pierna. Al girarse para ver a los bailarines, Zelda vio que tenía pelo en la parte posterior de la cabeza, y preguntó entonces si sus cicatrices habían desaparecido también.
– No, siguen ahí. Debían de ser muy viejas para el poder de Medli, pero al menos tengo pelo. Ahora puedo dejarlo crecer. Siempre he querido tener una melena, así de galán, como la de ese presumido de Reizar – Leclas sonrió y dijo –. ¿Te ha dicho algo que te ha molestado? Con lo bromista que es y lo tonto que está desde que sabe que será rey, se puede haber pasado…
– Tranquilo, no, no ha dicho nada. Necesitaba aire fresco, y también opino que hay demasiada alegría.
– A Saharasala le hubiera gustado esto – Leclas jugueteó con la cantimplora –. No se perdía una fiesta, para ser un monje. En la coronación de Link hasta bailó con Zenara. Ahora los dos…
Y se quedó callado. Zelda le dio una palmada en el hombro, le pidió que le pasara la cantimplora otra vez. Atardecía temprano, por estar en pleno invierno, y el cielo en la ciudad se teñía de rosa y rojo a la vez, mientras el sol se iba ocultando. Un reflejo del moribundo sol le dio en los ojos a Zelda, esta pestañeó y sintió que tenía lágrimas. No sabía ya si estaba llorando por Saharasala, por la estúpida conversación con Reizar, o por el hecho de saber que quizá en un futuro no muy lejano el funeral sería para ella. Leclas no dijo nada, le pasó el brazo por los hombros, y la dejó llorar tranquila, mientras se pasaban la cantimplora.
– Otro efecto del licor de moras de los Calladan – dijo Leclas al cabo de un rato. Zelda le miró, sin preguntar –. Te quita la borrachera, como el café. Allesia me contó que su padre lo usaba para poder luchar en los torneos, aunque se acostara ebrio como una cuba.
Zelda no le preguntó si él también lo usaba para ese fin. Sabía poco de la adicción al alcohol solo que era difícil quitársela, y puede que su amigo ya se hubiera emborrachado. En su lugar, prefirió satisfacer su curiosidad.
– Allesia y tú…
– Bueno, ahí vamos – contestó Leclas, encogiéndose de hombros. Escuchó a Zelda aguantar la risa, y le dijo –. ¿Te escandaliza?
– No, me alegro. Kafei me dijo que lo sospechaba, pero que no estaba seguro.
– Ah, como él ya está casado, quiere que todos acabemos iguales. Para que criemos a los niños a la vez – Leclas negó con la cabeza –. Estoy en la flor de la vida, aún me quedan cosas por hacer, y Allesia lo entiende. Los dos tenemos planes, pero al menos nos damos apoyo. No sé, no estoy enamorado de ella, pero la aprecio. Creo que prefiero pasar mi vida con alguien más hogareño, más tranquilo… Y… – Leclas dejó de hablar. Se puso en pie, y por un segundo Zelda vio una expresión en su rostro de ira, que pasó rápido. Pensó que quizá estaban atacando, que había pelea. Luego le escuchó murmurar –. Menudo desgraciado… Le voy a tener que dar la charla yo, en vez de mi tío.
Zelda siguió la mirada de su amigo. Sí, en unos soportales que había en un rincón, un lugar para leer y estar a la sombra en el jardín, había dos personas. Una de ellas estaba de puntillas, y le daba un beso a la otra, que apenas se veía por las sombras, aunque Zelda reconoció la falda de Liandra, y también la mano morena que le sostenía la cintura.
– ¡Eh, vosotros dos! ¡Marchaos a una posada! – gritó Zelda, con fuerte acento labryness. Liandra dio un salto, y salió corriendo, y Jason la siguió, tras mirar azorado en la dirección de los otros dos. Se disculpó con un gesto de las manos, y fue tras Liandra –. Se veía venir, Leclas. Desde Umbra, estaban muy acaramelados.
– "Quiero ayudar, quiero participar en la guerra" me dijo, la muy descarada… – Leclas volvió a sentarse –. Bueno, no sé si te lo ha contado Link, pero a Jason le hicieron una oferta para unirse al ejército de Gadia. El rey Rober supo que había acompañado a Reizar y Caim para rescatar a Tetra, y Mital Riumo ha alabado su labor como buscador de información y apoyo. Le ha ofrecido ingresar gratis en su escuela de caballeros.
– Menuda oportunidad. En Gadia se puede hacer de oro – Zelda no podía evitar sonreír, al recordar a los dos jóvenes, y en parte les tenía envidia. Su amor era puro y sencillo, y tenían tanto por delante. "Como si yo tuviera 50 años…".
– Les rechazó – Leclas también sonreía, aunque luego frunció el ceño –. Le dijo temblando al rey Rober que era un gran honor que le ofreciera tanto, por hacer tan poco, pero que él solo servía a un rey, y este es Link, y que está bajo tus órdenes como primer caballero y su capitán. Y por eso no puedo patearle el culo, al muy…
Y dijo uno de los coloridos insultos en labrynness que había aprendido de Zelda. A esta le dio un ataque de risa tal que tuvo que sujetarse las costillas y sentarse en el suelo, tomar aire, para luego seguir riendo.
Días después del funeral, Link V Barnerak salió de una reunión con un grupo de nobles, que iban a ser los primeros en descender de Rauru. Su idea era averiguar el estado de los caminos, proponer las mejores rutas, y también captar a más ciudadanos de Hyrule para unirse al ejército. El ejército orni iría a la Montaña de Fuego, y atacarían por ese lado de la llanura, mientras el resto de los ejércitos lo harían por el lado contrario. El plan era acorralar al enemigo, obligarlo a salir de Kakariko y combatir en la llanura abierta.
Ahora que ya no tenía tanta presión por las apariencias, Link volvía a llevar sus sencillas túnicas azules. La flauta de la familia real asomaba en su estuche en la espalda, y la única arma que llevaba, solo cuando salía del castillo, era el arco que le había regalado Zelda.
Pensando en la pelirroja, Link se detuvo en uno de los patios de armas. Desde el funeral, la chica estaba silenciosa. Se levantaba temprano y se acostaba tarde, apenas pasaban un rato juntos. En cuanto se tumbaba a su lado, se quedaba dormida, y a Link no le daba tiempo a preguntarle cómo había ido su día. Sabía que estaba entrenando. Acudía a algunas reuniones, con él, en calidad de primer caballero. Recordó que una de las cosas que le reprochó cuando trataba de alejarla fue que ella tenía deberes como primer caballero, y que debía atenderlos. Lo hacía bien, a su manera brusca y poco cuidada. Ella era experta en combate, pero no en organizar a tanta gente, por lo que escuchaba en esas reuniones y proponía si de verdad estaba segura de lo que decía. Se recogía el corto cabello, llevaba encima las hombreras de metal y la cota de mallas, y si tenía que hablar con voz más fuerte para hacerse entender, lo hacía. A veces, recibía miradas de desprecio, pero al final todos debían reconocer que había sido ella la salvadora del rey y que había mostrado piedad con Brant.
Había pasado de villana a heroína en unas horas, pensó Link. Luego había tenido que descansar, pero había merecido la pena para limpiar su nombre.
El resto del día, Zelda lo pasaba entrenando y visitando a los distintos ejércitos, para aprender de todos ellos. Se sentía más cómoda junto a los zoras, gorons, ornis y sobre todo con las gerudos, que la llamaban la chica fuego.
Una silueta de pájaro cruzó bajo el sol y tapó a Link. Este levantó la cabeza, y se protegió los ojos para tratar de ver quién estaba volando allí. Unas criadas salieron al patio de armas, igual que el rey. Sobre ellos, el pelícaro de plumas rojas surcaba el cielo. No podía verse bien quien iba sobre él, pero toda la ciudad de Rauru sabía ya que el pelícaro Saeta, el único con el plumaje rojo, pertenecía a Zelda Esparaván, Heroína de Hyrule, y más conocida entre el pueblo como Caballero Zanahoria.
De hecho, Link podía ver los rizos naranjas, y las ropas verdes que usaba esos días. Apuntaba con una ballesta y lanzaba flechas a blancos colocados en distintas alturas en los torreones del castillo. No sabía si estaba dando en el blanco o no, estaban demasiado lejos. Lo que sí podía verse es que Saeta se movía en el aire como si fuera un zora en el agua. Se lanzaba en picado, con las alas plegadas, hacía un tirabuzón, y volvía a elevarse, casi sin apenas mover las alas. Cuando las extendía, se veían grandes, con algunas plumas blancas al final. Link sonrió. Podía imaginarse la sonrisa de felicidad de Zelda. La veía, canturreando para sí misma canciones de Lynn, disfrutando del viento en la cara y de la sensación de caer y elevarse.
Para sorpresa de las doncellas y del propio rey, Saeta aterrizó en el patio de armas. Zelda bajó de un salto, le dio algo que llevaba en el cinto y caminó hacia Link. Para volar, había cogido la idea de Kandra y se ponía algo parecido al velo de las gerudos, pero de metal. Se lo retiró y miró al rey con una gran sonrisa. Sí, sí que había disfrutado. Los días al aire libre, la sensación de libertad y el hecho de volver al entrenamiento la habían hecho recuperar algo de su piel bronceada, y al menos la cara no estaba tan esquelética, como cuando volvió después de la neumonía.
Había escuchado decir a Kafei que últimamente veía a Zelda más guapa, que también Maple y otros lo decían. Era como un halo que la rodeaba, que los demás notaban. Link se preguntaba a qué se referían, porque para él estaba como siempre. En ese momento, al verla avanzando con sus zancadas amplias, iluminada por el sol del mediodía, los rizos revueltos y los ojos más brillantes que nunca, sintió que le daba un vuelco el corazón, y deseó de repente estar los dos solos. La idea de irse con ella fue tan fuerte que se sorprendió cuando Zelda dijo:
– ¿Estás libre? ¿Te apetece dar una vuelta?
Las doncellas exclamaron, un poco sorprendidas por el descaro de dirigirse así al rey. Aún no se acostumbraban en Rauru a la informalidad que empezaban a imponer los siete hijos de Brant.
– Sí, puedo ahora. ¿Tendrás cuidado? No sé si podré aguantar esos movimientos…
– Saeta sabe lo delicado que eres, no te preocupes. Vamos – Zelda le tendió la mano y Link, tras sonreír, la cogió.
El pelícaro hizo amago de no querer llevar a Link, pero Zelda le dio un trozo más de pescado que llevaba en el zurrón. Link recordaba, de forma muy vaga, su último paseo sobre el animal, y que le pareció que hacía mucho frío. Entonces, estaba oscuro, no pudo ver gran cosa, y además estaba asustado. Zelda subió primero, y le ayudó tirando de él para que se subiera a la parte de atrás. Si hubiera estado Lord Brant, habría dicho que era peligroso para el rey exponerse a una caída, pero ya eran libres. Link rodeó la cintura de Zelda, esta silbó a Saeta, que corrió un poco antes de elevarse por el aire. Las criadas que estaban allí, y más de un curioso que pasaba por los pasillos vio al pelícaro surcar el cielo y dejarles atrás, con el rey subido sobre él.
– ¡Mira! – le dijo Zelda, cuando estaban ya muy arriba. Link apoyaba la cabeza en el Escudo Espejo, y tenía los ojos cerrados –. Anda, no seas cobarde. ¡Que te lo pierdes!
Link apretó un poco la cintura de Zelda, pero por fin se atrevió a abrir un poco los ojos. En otros viajes, le había costado mantenerse, había sentido mareos y vértigo. Además, el frío no le ayudaba. Saeta estaba planeando en el aire, sin moverse apenas, sus largas alas abiertas. Link se asomó al vacío: se veía la ciudad, con sus habitantes como hormigas, recorriendo sus empinadas calles. En la explanada de las afueras, las gerudos también entrenaban con las pelícaros. Los zoras remontaban el río, dejando estelas plateadas. Había un grupo de gorons fabricando armas, junto con humanos, y el ruido de sus martilleos les llegaba a ellos desde arriba. A lo lejos, más debajo de la cordillera, se veían densos bosques. Por ahí cerca estaba la región inhabitada de Tabantha, y más allá, el Bosque de los Kokiri. Al mirar en esa dirección, en un día claro, se podría ver la montaña de fuego… Pero ese día, a pesar de ser luminoso, tenía gruesas nubes.
– Todo parece más bonito aquí arriba, ¿verdad? – le dijo Zelda.
Link se apartó un poco para poder mirar el rostro de la chica. Esta se había girado, con total confianza en su equilibrio y en Saeta. Link la tenía tan cerca que podía ver todas las pecas, hasta la escondida detrás de su oreja izquierda. A veces, si se concentraba en sus ojos, veía las pequeñas manchas marrones y amarillas, como lunares. Pecas hasta en el iris, pensó, con una sonrisa.
– Sí, todo es más bonito… – Link le tocó el rostro, y Zelda se inclinó un poco, para acercar los labios. Se besaron, con cuidado. Saeta se agitó, y los dos se abrazaron para sostenerse mutuamente.
– No es un buen sitio para estar mucho rato, alteza. Ven, vamos a buscar un rincón tranquilo.
– Tengo otras reuniones, después de comer – dijo Link, dudando.
– Pues te las vas a saltar, porque no pienso llevarte de vuelta al castillo – Zelda volvió a tomar las riendas.
– Um… Eso suena a secuestro – Link sonrió.
– Que se ocupen otros, para variar. Vamos a darnos un voltio.
– ¿Voltio?
– Sí, vuelta. También lo decía cuando me saltaba una clase. La profesora lo llamaba "hacer pellas".
– Un día, quiero tener un diccionario labrynness–común, común–labryness.
– ¡Tú y tus libros, alteza! – Zelda se rio, cuando ordenó a Saeta descender. Sobrevolaron la ciudad, dejaron atrás el campo de entrenamiento, el castillo, y pasaron por encima del Bosque de los Huesos. Tanto Link como Zelda sintieron un escalofrío a la par.
Aterrizaron en el tejado del monasterio de la ciudad. Estaba inclinado, pero en un lugar donde se juntaban varios tejados, había una plataforma. Allí, Saeta se sentó y se quedó esperando a que Zelda le diera una cabeza de pescado.
– Tienen que ser secas, porque si no, apestaría todo el rato a pescado podrido – le explicó Zelda. Luego, de otro bolsillo del zurrón, le tendió a Link una especie de bollo envuelto en hojas –. Bocadillos. Me los dio Maple esta mañana. Estaba haciendo para los soldados.
Como no se había traído ni la capa, fue Zelda la que puso la suya para sentarse los dos juntos y comer. Miraban al jardín del monasterio, y al cementerio, mientras comían los bocadillos. Link quitó las lonchas de carne y las dejó en el pan de Zelda y ella le dio las hojas de lechuga y tomate del suyo. Mientras comían, Zelda le contó que la noche anterior no había ido a dormir porque se quedó en la casa de Maple. Tenía que hablar con Radge.
– Le he dicho que, aunque su novia es muy joven, me parece bien que esté con ella, y que me alegro. También le conté que me preocupaba que formaran juntos un ejército en Lynn, que conmigo ya tenían bastante. Que a mis futuros hermanos y hermanas les deje tranquilos.
Link imaginó que Zelda estaba quitando peso a la conversación, disfrazándolo de humor, pero la escuchó en silencio.
– Me dijo algo parecido a lo que tú me dijiste, que las circunstancias son distintas, que él ahora es otra persona, que además ya no hay una amenaza del Caballero Demonio. Aun así, cree que es importante aprender a defenderse, pero tratará de ser menos duro. Y… – Zelda se detuvo. Para decir lo siguiente, se concentró en quitar un trozo de lechuga que se había colado. Lo dejó en el suelo, y una paloma que pasaba por allí se apresuró a cogerlo –. Me pidió perdón.
Link le puso la mano en la rodilla, para darle a entender que la comprendía. Zelda siguió hablando.
– Él ahora comprende que fue un padre muy duro, que me obligó a cosas por encima de lo que hay que exigirle a un niño. Me pidió disculpas por marcharse y dejarme sola. Si no le hubiera sacado del Mundo Oscuro, si tú no hubieras… – Zelda se detuvo –. Le quiero mucho, y no quería que se sintiera mal, pero nos ha venido bien hablarlo. Supongo que ahora me tendrá menos idealizada, le resultará más fácil volver a Lynn y seguir con su vida.
– Él también te quiere, y jamás se separará de ti. Cometió errores, pero nos llevaron a estar aquí hoy, juntos los dos – Link desmigó lo que quedaba del pan para lanzárselo a las palomas. Cada vez había más –. Me hace feliz que lo hayáis hablado. ¿Te sientes mejor?
Zelda asintió. Link la rodeó con un brazo y la atrajo hacia él. Le dio un beso delicado, y Zelda correspondió, con la fuerza que siempre demostraba. Las campanas del mediodía espantaron a las palomas que estaban tratando de comerse las migas que habían dejado. Les cayeron encima algunas plumas, y Link sintió que algo húmedo le golpeaba el hombro.
– Se me acaba de cagar una paloma encima – dijo. Zelda se echó a reír, y le limpió con un pañuelo que usaba para el sudor, cuando entrenaba.
– Siempre metiéndote en líos, alteza… Dicen que da buena suerte – Zelda retiró todo lo que pudo. Mientras, sonó una campanada más –. Supongo que nos avisan de que debes volver.
– Menuda forma de terminar la cita – Link se puso en pie, tras aceptar la ayuda de Zelda –. La próxima vez, busquemos un sitio a cubierto, ¿de acuerdo? Y más limpio.
– Ah, su alteza quiere que le lleve a buenos sitios, pero se olvida que este caballero es un plebeyo – Zelda imitó la forma de hablar de un cómico que había visto en las calles de Rauru. Link no lo conocía y la miró extrañado –. Tienes que salir de ese castillo, y bajar a ver la vida de los demás. Te estás perdiendo mucho. Eh, se me ocurre… Esta noche te vuelvo a secuestrar, te disfrazas de criado, dejas la corona y nos vamos a dar otro voltio, al mercado. Por la noche, se anima mucho. Piensa que será a ras de suelo, sin vuelos.
Link estaría encantado de hacerlo. De salir por la ventana de la torre, disfrazado otra vez, acercarse de incógnito y ver a la gente de cerca. Quería pasarlo bien, como cuando era príncipe y pudo participar en las fiestas del rancho Lon–Lon. En su etapa de rey en Kakariko, podía pasear por la aldea sin problemas, pero en Rauru, ahora que se sabía que había resucitado, llamaba mucho la atención y todos querían acercarse, tocarle y también le trataban con demasiada cortesía.
Sin embargo, cuando pasaron por los campos de entrenamiento, vio a los soldados de todas las razas, y, con gran pesar, le dijo a Zelda que él tendría reuniones por la mañana temprano, que no podía acostarse tarde, y además también debía practicar magia. Zelda no dijo nada. Le dejó cerca de la torre del homenaje.
– Algún día, nos iremos juntos, a donde tú quieras, todo el tiempo que digas – le prometió Link. Supo que estaba haciendo una promesa vacía, igual que se las hacía su madre cuando él le pedía que pasara un rato más con él, haciendo un puzzle o pintando. La reina siempre tenía quehaceres, y aunque prometía, al final mandaba a Frod Nonag a hacer compañía a su hijo.
Zelda también pareció darse cuenta, porque lo siguiente lo dijo muy seria.
– Precisamente, tiempo es lo que menos tengo, alteza.
Por esta frase, y la sensación pesada en el pecho que se le quedó, un par de noches después escribió una nota, la dejó encima de la cota de mallas, y se marchó a una reunión temprana. No volvió hasta la noche, y al entrar en el dormitorio, se encontró a Zelda, bañada y vestida con las ropas de campesina que había pedido a Maple que le encontrara. Como en las órdenes de la nota, Zelda había cumplido y se había recogido los vistosos rizos bajo una especie de turbante sencillo, como llevaban algunas chicas de la ciudad. Link, nada más verla, dijo:
– Vamos al mercado. Tú y yo, solos, pero como unos ciudadanos comunes de Rauru.
– Ah, por eso esto – Zelda cogió los bajos de la falda y la movió, para que Link viera que tenía vuelo
Como hacía frío, Zelda llevaba una chaqueta de mangas largas acolchadas, y una capa de lana, la misma que le había dado Leclas. Logró recuperarla de las doncellas de la torre de las damas. Zelda dijo que había pensado dejarle a él las ropas de chica y ponerse ella las de chico, pero como los pantalones le estaban estrechos, no había tenido más remedio. Ella, por primera vez en su vida, tenía que llevar calzas de lana. Maple le había dejado instrucciones de cómo se ponían.
– Había jurado no volver a ponerme un vestido, pero ya ves… Eso sí, la espada se viene con nosotros. Maple le ha hecho un arreglo para disimularla.
– Bien, porque yo llevaré la flauta – Link se quitó la casaca azul, la camisa y los pantalones, y se puso las ropas de ciudadano, camisa, chaqueta gruesa, pantalones y botas de piel, todo ocre con un fajín a juego del de Zelda. Él no podía llevar turbante, pero lo que hizo fue peinarse los cabellos hacia atrás con una crema que le había dejado Kafei. De este modo, con todo el cabello repeinado para atrás y oscurecido por la crema, parecía más común. Dejó la corona guardada en la caja.
Zelda le miró con una expresión de las suyas, neutra, intentando no mostrar sus sentimientos.
– Link, no tienes por qué hacer esto – dijo –. El otro día dije una tontería, no quiero que te arriesgues. Si prefieres quedarte, y descansar…
– No, no… Lo he organizado yo esta vez, no hay vuelta atrás. Te dije que quería una cita contigo en un sitio bonito, y me han dicho que hoy en el mercado además habrá una obra de teatro. Será divertido, para variar – Link se abrochó los botones –. Para tu tranquilidad, le he pedido a Jason que nos siga, por si hay problemas. ¿Estás ya lista? Ven, iremos por los establos.
Centella estaba esperando, ya ensillada, pero sin muchos lujos. Link subió el primero esta vez y le tendió la mano a Zelda.
– Eh, la falda…
– Siéntate de lado, hoy yo llevo a Centella. Agárrate bien – Link la ayudó a subir y Zelda se abrazó a su cintura, no sin decir que por eso odiaba llevar estas estúpidas faldas.
Salieron por una puerta del lado este, donde Link ya había sobornado a un guardia. Tendrían que estar antes de que sonaran las doce campanadas, pero tenían por delante cinco horas. Tiempo más que suficiente para llegar al mercado. Dejaron a Centella en una cuadra cercana, tras dar unas rupias. Link se había asegurado de llevar dinero, pero ninguna rupia de mucho valor, para no despertar demasiadas preguntas.
Pasearon entre los puestos. Había productos que Link no conocía. Zelda le contó cómo era una piña y a qué sabían los plátanos de Onaona. En uno de los puestos, tenían cocos. Link compró uno. El dueño del puesto le abrió un agujero, le puso dos pajitas y les explicó que podía sorber el líquido dentro. Cuando terminaran, debían acercarse de nuevo y él les abriría y partiría en trozos el coco. El mercado, por las noches, era iluminado por miles de faroles, algunos con cristales de colores. Link y Zelda sorbieron el líquido, sentados bajo un árbol, en un banco. Zelda le explicó qué puestos le llamaban la atención, uno de armas, otro de ropa y hasta había uno de luminografías. En estos años, Don Obdulio había montado talleres enseñando su arte, y habían surgido más expertos. Del fotógrafo no sabían nada. No se había presentado para ser cronista de la guerra, como lo hizo cuando atacaron el castillo de Link. Normalmente visitaba Kakariko por el cumpleaños de Link. Este temía que hubiera acabado encerrado o muerto por su doble.
Cuando Zelda regresó al puesto y le pidió al hombre que le cortara el interior del coco, este le guiñó el ojo y le dijo:
– ¿Qué, tu novio?
– Algo así – contestó Zelda, mientras cogía los pedazos de coco con una mano.
– Pues os aconsejo entonces que vayáis a ver a Madam Velika. Os puede decir si lo vuestro irá bien – y señaló con el cuchillo hacia una tienda, al otro lado de la plaza. Era una tienda, hecha de telas de varios colores. Zelda la miró de reojo. No estaba iluminada, solo se veía algo parecido a un hornillo o un fuego en el interior.
Sintió un escalofrío, se tocó la espada oculta bajo la falda y el fajín, pero no hubo señal alguna. Dijo al hombre que se lo pensaría, pero que no creía en adivinos. Regresó junto a Link y le ofreció un trozo de coco. La sensación de peligro pasó, al verle la cara de sorpresa que puso al morderlo. Dijo que sabía igual que el líquido que habían bebido. Fueron mirando los puestos por los que Link y Zelda tenían más curiosidad. Estuvieron un buen rato en el de armas, en el que Zelda, con su cara neutra, revisó algunas ballestas, pero ninguna le pareció buena. "Tengo que pedirle a Leclas que me haga una que sea estable. Fallo muchos tiros por ser incapaz de mantener el pulso firme". Luego, llegaron a una caseta con libros de segunda mano, y aquí Link estuvo un buen rato curioseando, mientras Zelda le observaba. Al final, él sí que compró una edición de cuentos de las tres diosas. Venía ilustrado, y hasta alguien lo había coloreado por encima. "Me parece un regalo muy bonito para el hijo de Kafei y Maple, ¿no te parece?" dijo, y Zelda asintió, pero también añadió que les sería de más utilidad una cuna y ropita de bebé, que es lo normal para regalar a un recién nacido. En el de trajes, había unas casacas ignífugas, de manos de los gorons, que el dueño intentaba vender por el triple de lo que los gorons cobraban. Era absurdo, porque solo había en Hyrule un lugar donde se necesitaban. A Zelda le llamó la atención un atuendo que decía ser perfecto para repeler la electricidad de los rayos. "Si hubiera tenido esto, los lizalfos no me habrían dejado fuera de combate" susurró Zelda a Link. Este le dijo que el comerciante parecía un farsante, no tendría confianza en esas prendas.
Zelda pilló a Jason por el rabillo del ojo, pero no le hizo ninguna señal. Al menos, el chico no había aprovechado para traer a su novia Liandra. Después del puesto de trajes, pasaron al de las luminografías. Estaban bien, pero Link tuvo que contenerse para no decirle al hombre que atendía el puesto que estaba usando mal el enfoque, que no encuadraba correctamente, y, sobre todo, que en muchas de esas imágenes salía su dedo en una esquina. Semejante chapuza habría puesto los ojos de don Obdulio del revés. Se contuvo porque Zelda le dio un pisotón ligero, la señal de que debían tener cuidado.
– Se supone que eres un ciudadano más de Rauru, no puedes ir por ahí diciendo que tienes una cámara luminográfica y que sabes hacer revelados de esos… – dijo Zelda.
– Ya, bueno… – Link volvió a mirar por encima del hombro el puesto –. Me enfada un poco, don Obdulio sentía mucho cariño por su profesión, no le gustaría ver cómo un tipo finge ser maestro y ni siquiera tiene interés en mejorar. Es una lástima, mi cámara está… Está lejos.
– Si Kandra no se hubiera largado, habrías podido ver su visor. Leclas aún alucina cuando lo recuerda. Luminografías que se mueven. Tremendo – Zelda sonrió. En el estrado, estaban representando la obra que había dicho Link, que resultó ser una comedia corta sobre una mujer que hablaba mucho, a la que castigaban casándola con un hombre que hablaba más que ella incluso. Al final, los dos se enamoraban y tenían hijos aún más charlatanes.
Al terminar la obra, entre aplausos y risas, anunciaron un descanso y que luego saldría un cómico. Entonces Link le dijo a Zelda que quería ir al servicio un momento, y ella le pidió que esperara a que Jason le acompañara, que ella no podía entrar. Le siguió con la mirada hacia unas casetas colocadas en la parte trasera del mercado, con Jason a sus espaldas.
Salió del aseo, lavándose las manos. Podía ver a Zelda, sentada en un banco con más gente, mirando la actuación del cómico. Se reía, con una gran carcajada, aunque sus ojos iban hacia donde estaba él, con cierta preocupación. Era normal, no podía reprocharle. Link caminó, y un animal, como un gato o un conejo pequeño, pasó corriendo frente a él. Le vio meterse en la tienda menos iluminada de los puestos del mercado. En el exterior, había un cartel que anunciaba que Madam Velika veía el futuro. Link miró hacia Zelda, distraída porque el cómico había empezado a hacer malabares mientras imitaba a un político de la ciudad. Jason se había retrasado.
Se asomó a la tienda.
Tenía curiosidad. Llevaba unos días sin tener alucinaciones ni visiones con las líneas doradas. Estaba todo inusualmente tranquilo. Karías le había dicho que probablemente su paso por la muerte le había dejado sin poderes momentáneamente. No tenía quejas, aunque temía que tuviera que estudiar aún más que antes. Pensó en lo que le diría Saharasala de estar allí… Diría que los feriantes en puestos eran farsantes, que el auténtico don de la adivinación no se podía usar para enriquecerse.
Nada más poner un pie dentro, se encontró con una atmósfera oscura. Apenas había más que un par de candiles encendidos, uno de ellos sobre una mesa. En ella, había lo típico que se podía esperar de una adivina: una bola de cristal sobre una peana dorada, cartas con dibujos extraños, y piedra con símbolos hylianos.
– Pasa, jovencito, pasa – dijo una voz. Link estrechó los ojos, y vio que había una mujer sentada al otro lado de la mesa. Era corpulenta, con orejas hylians como las suyas, ojos negros grandes y labios muy carnosos. El cabello estaba recogido en una prieta trenza, que le caía blanca por un hombro. Le miró, sonrió y dijo –. Bienvenido, mi señor. ¿Qué puedo hacer para ayudar al rey de Hyrule?
Link se sentó frente a Madam Velika. Pensó que quizá tenía un gran don de observación, que quizá le había reconocido pese al disfraz, o que había lanzado esto al azar, para ver si así le impresionaba.
– Se equivoca. Soy Rian, el hijo de un mercader de Rauru. No soy rey.
La mujer sonrió, y solo dijo:
– Si insistes… Pero no me equivoco. Nunca lo hago. Responderé a su pregunta, lo más rápido que pueda. Son 20 rupias, eso sí, por adelantado. Un precio mínimo, ¿verdad?
Link sacó una rupia roja, la última que le quedaba. Menos mal que ya había pagado el establo de Centella. La dejó en la mesa, y la mujer la cogió. Tenía unos dedos largos y finos, con las uñas pintadas de negro. Luego, sonrió, posó la mirada en su bola de cristal, y la observó unos minutos para decir:
– Tiene muchas preocupaciones, para alguien tan joven. Y todas reposan en usted. Sin embargo, le puedo decir que un día, esas preocupaciones desaparecerán, y será inmensamente feliz. La señorita de fuera, la pelirroja, será la causa de su felicidad.
Contuvo el rostro, pensando en ella precisamente, y en su rostro tan neutro a veces. La imitó todo lo que pudo, reprimiendo las ganas de preguntar cómo había visto que tenía el pelo rojo bajo el turbante.
– Y también ella es la causa de su mayor preocupación. Hay una amenaza sobre ella, la muerte la acecha. Tiene el tiempo contado en la tierra, pobrecita… – la mujer se detuvo. Los ojos se le pusieron blancos, y las dos manos cayeron a ambos lados de la bola de cristal. Link pensó que le había dado algún tipo de ataque, pero una parte de él dijo que era un truco, para dar más veracidad a sus palabras.
Cuando madam Velika habló, lo hizo con una voz ronca y rasposa, tan parecida a la de Vaati y Urbión que Link se puso en pie y tiró la silla sobre la que había sentado.
– No te preocupes, no estoy aquí para atacar. Le has dado una oportunidad a los seres de la oscuridad para unirse a tu causa, bien jugado. Sin embargo, también deberías escuchar mi propuesta de paz – la mujer tomó aire y dijo –. Si te rindes, si dejas que yo gobierne, os puedo llevar a un lugar donde ni tú ni Zelda paguéis las consecuencias del Triforce. Un lugar donde ella podrá envejecer a tu lado, y donde si quieres, podrás ser un ciudadano más. Imagina esta noche repetida una y otra vez…
Link negó con la cabeza mientras retrocedía hacia la salida. Tenía la mano colocada en el estuche de la flauta. Quería gritar para llamar a Zelda, pero no le salía la voz. El ambiente de la tienda se le hacía sofocante, más oscuro, tanto o más cuando le asesinaron en el Bosque de los Huesos.
– Sé que has estado investigando, por tu cuenta. Que en que la biblioteca del Pico Nevado lo que querías buscar en realidad era un libro donde te viniera la fórmula mágica para salvarla. Sé que aquí has consultado a Karías, a espaldas de Saharasala, para saber si hay algún tipo de magia que pueda evitar esa maldición. Y todos te han dado la misma respuesta, ¿cierto? Que hay magias muy oscuras que no deben ser aprendidas, y cuyo conocimiento se ha perdido por estas prohibiciones. Yo puedo darte ese poder. Solo tienes que deponer las armas y desaparecer.
Escuchó voces en el exterior, una de ellas la de Zelda. Con su acento labryness y sus expresiones, era difícil no distinguirla. También escuchó a Jason, que decía que sí, que estaba allí dentro, pero que no había podido seguirle porque algo se lo impedía. Link miró a madam Velika, o más bien, a su cuerpo poseído por Zant.
– La oferta expira en cuanto lleguéis a la llanura de Hyrule. Tienes tiempo para meditarlo. Recuerda que estoy siendo generoso, te ofrezco una salida feliz de esta historia. Es mucho más de lo que yo tuve – y Zant abandonó a la vidente. Madam Velika levantó la cabeza, se llevó la mano a la frente y murmuró que había sido un espíritu muy fuerte.
Alguien agarró a Link del hombro, y de un tirón le hizo salir de la tienda.
– ¿Estás loco? ¿Por qué te has ido tú solo? ¿eh? – le dijo Zelda. Le examinó para ver si tenía heridas, solo vio que estaba pálido –. ¿Qué te ha dicho esa bruja? ¿No le habrás dado dinero? Son una panda de estafadores, lo sabes muy bien…
La gente que pasaba cerca los miraba, y alguien dijo que parecía una pelea de enamorados. Jason se acercó a los dos y entonces dijo:
– Será mejor regresar. No parece estar bien…
Link negó con la cabeza.
– No, Zel, disculpa. Me ha parecido divertido ver si podía ver el futuro, pero tienes razón, era una estafa – la chica se estaba girando ya para entrar y recuperar el dinero de Link cuando este la detuvo cogiéndola del brazo –. Déjalo. Vamos, ahora hay música. Podemos bailar, antes de irnos. Me gustaría…
La fuerza que empleó Link para retenerla la sorprendió. Normalmente, el chico era delicado con ella, no sabía si porque no quería hacerle daño o porque no tenía músculos. Sin embargo, le sorprendió esa firmeza. Le miró, le hizo un gesto a Jason para que desapareciera y aceptó ir a la pista de baile. Ahora, un flautista, un tamborilero y un violinista tocaban una canción lenta. Cantaba una chica, no mayor que los dos, con una voz muy dulce. Link la tomó de la cintura, y la estrechó contra él, mientras que a Zelda no le quedó más remedio que apoyar la cabeza en su hombro. A medida que la balada iba avanzando, Zelda sintió que Link le apretaba más contra él, como si no quisiera soltarla. Casi no la dejaba respirar. Con una sonrisa le pidió que la dejara un poco de espacio.
– Disculpa – Link solo cedió un poco.
– Te ha dicho algo horrible, ¿verdad? Tienes una cara… – Zelda le tocó la mejilla.
Link no respondió. La miró, fijamente, como solía hacer cuando quería aprenderse los rasgos de la labrynnessa de memoria. No tenía su cámara, pero se decía que, de tenerla, estaría todo el día haciéndole luminografías, porque quería atrapar el recuerdo para siempre… Pero se sentía igual que intentar retener el agua o la arena entre los dedos. Iba a desaparecer.
"Si Zant tiene razón, hay una manera…Y me la está ofreciendo. La pregunta es… ¿Estoy dispuesto a poner en una balanza todo Hyrule y a ella? ¿Qué puedo escoger?" Zelda se acercó más, y le besó. Tuvo que ser uno rápido, porque estaban en un lugar público, pero Link la retuvo un poco más de la cuenta. Al apartarse, la música había terminado, pero ellos seguían bailando. Link le susurró al oído algo, Zelda sonrió, le llamó tonto, y al final, se cogieron de la mano para volver al establo a recoger a Centella, seguidos de un Jason un poco más tranquilo.
En la habitación, esa noche, arropados por las mantas para protegerse del frío que entraba por la ventana, Link tardó más tiempo en dormirse que Zelda. Le acarició un hombro, descubierto porque el camisón se había deslizado. Besó las pecas que tenía en él, y rodeándola con sus brazos, se dijo a sí mismo que esta vez encontraría un modo de salvarla.
