La despedida, o más bien, la no despedida, resultó ser decepcionante. Ninguna de las dos quería abordar el tema ni pensar en ello hasta que fue demasiado tarde. Se encontraron frente a frente sin saber qué decir ni qué hacer. Los niños lo habían aceptado mucho mejor al principio, hasta que comprendieron el verdadero significado de que su mejor amiga estuviera en otro continente y no pudieran jugar con ella.

Fue entonces cuando comenzaron las lágrimas.

Las llamadas telefónicas ayudaron, y después comenzaron las clases, lo cual fue una distracción para todos. Los mellizos hicieron nuevos amigos, y Ella se mantuvo ocupada con sus artículos y otros asuntos que mantenía muy privados, incluso de su hermana. Se tomó muy en serio el consejo que Rafael le había dado, y su seudónimo se convirtió casi en una vida secreta.

Los meses pasaron demasiado rápido, y la frecuencia de las llamadas empezó a disminuir. No obstante, de alguna manera, el ritmo de la correspondencia escrita se mantuvo constante. Poner los pensamientos por escrito era diferente, y Constance parecía poder expresarse con más libertad al escribir lo que sentía. Los niños seguían compartiendo dibujos y cartas escritas, y Maura comenzó a incluir algunas palabras en francés.

A los seis meses, los tres fueron a Francia para visitarlas. Fue breve, apenas una semana, pero se sintió como si el tiempo separadas no hubiera existido. Cuando Constance y Ella se despidieron en el aeropuerto, esta vez fue con un abrazo. Al año y medio, Constance y Maura volvieron a casa para celebrar las fiestas y recibir el Año Nuevo con los amigos que consideraban familia.

Pasados los dos años, quedó claro para Ella que Constance aún no regresaría. A los cuatro años, Ella dejó de lado las esperanzas por segunda vez, como hizo al darse cuenta de que no recuperaría su memoria.

Ella estaba acostada con el teléfono pegado a la oreja, los ojos cerrados y una sonrisa divertida mientras escuchaba a Constance. Constance apenas se había despertado y parecía que su día no estaba comenzando muy bien. En Nueva York, Ella apenas se estaba preparando para dormir.

—Estoy segura de que Alejandra podrá arreglarlo.

—La despedí.

—¿Qué? Pero te agradaba Alejandra. Era, ¿cómo dices?, "apta" o algo así.

—Hmmm, sí parece que has tenido un día largo. Espero que tu vocabulario no sea así de escaso en tus artículos, Ella.

La sonrisa de Ella se ensanchó porque, aunque Constance no se lo dijera, sabía que ella seguía su trabajo y leía todos los artículos que publicaba.

—Era eficiente, pero no logró conseguir lo que le pedí. ¿Qué tan difícil puede ser? No es como si le estuviera pidiendo la luna.

—No, solo la información de contacto de alguien que no quiere ser contactado. Le pediste un imposible.

—Lo conseguiré, Ella. Y si hubiera sido tú, lo hubieras conseguido. Siempre lograbas hacer lo imposible, como dices tú.

Ella suspiró. Alrededor de dos años atrás, Constance preparó una exhibición benéfica para recaudar dinero para niños necesitados. Uno de los cuadros fue comprado por cien mil dólares, noventa y cinco mil más del valor de compra recomendado, y la única información que pudo obtener del comprador fue el nombre "Claude". Dos meses después, "Claude" le envió un cuadro, —uno de los cuadros que había estado intentando conseguir durante años—. Constance no podía creer que fuera el original, así que ordenó que se confirmara su autenticidad. Efectivamente, el cuadro no era una copia barata sino el original, y tenía un valor de $430,384 exactamente. Desde entonces, Constance había hecho todo lo posible por averiguar la identidad de Claude.

—Alejandra hizo lo imposible. ¿Mi opinión? Deberías contactarla.

—Pero no pedí tu opinión.

Ella resopló, pero sonrió al detectar el tono burlón de Constance.

—¿Por qué es tan importante?

—Porque nadie gasta más de quinientos mil dólares sin querer nada a cambio, Ella.

—Pero los niños...

La risa de Constance la silenció.

—No puedes ser tan ingenua, cariño. A ese tipo de gente no le importa si es por caridad o por los niños. Y si no sé qué quiere, pues me preocupa. No quiero estar en deuda con un hombre que ni siquiera conozco.

—¿Cómo sabes que es un hombre?

—¿Qué?

—Lo que dije. Claude es un nombre unisex. Y por lo que he investigado, no eres la única a la que ha regalado cuadros o hecho donaciones.

—¿Investigado? ¿De qué estás hablando?

—¿Acaso Alejandra no te lo dijo? Deberías contactarla, en serio.

—Ella...

—No, no. Nada de ese tono. Voy a dormir ahora, ten un buen día, cariño —dijo con un tono divertido, segura de que lograría que Constance pusiera los ojos en blanco.

Terminó la llamada antes de darle tiempo a decir otra palabra. Ella dejó caer el teléfono sobre la cama y soltó un largo suspiro, mirando el techo.

...en qué me he metido...

Constance pareció olvidarse del tema por varios meses, y Ella se distrajo con su vida en Nueva York. Y, esa noche, tenía planeado emborracharse para olvidar todo.

La casa de Sarah y Alva era hermosa y el patio lo suficientemente grande como para celebrar el cumpleaños de Alva con bebidas y carne asada.

—Suave, vaquera, que aún es temprano —aconsejó Rafael, que vestía un ridículo delantal con la imagen de un cuerpo de hombre solo en tanga.

Ella apenas estaba por su segunda cerveza.

—Ha sido una semana larga.

—Hmmm.

Ella frunció el ceño. A veces detestaba ese "Hmmm" de Rafael porque casi siempre venía seguido de algo que no quería escuchar. Pero, a pesar de todo, preguntó:

—¿Qué?

—¿Esta —movió circularmente la espátula en dirección a Ella— actitud tuya tiene algo que ver con las fotos de cierta persona del brazo de un atractivo hombre?

Ella abrió otra cerveza. No le molestaban las fotos, sino que Constance no le había comentado nada al respecto. ¿Acaso estaba en una relación con ese tipo? ¿Desde cuándo? ¿Y por qué no le había dicho nada? Pensaba que eran amigas a pesar de la distancia.

—No.

—Ujum. Claro, claro.

—Detesto cuando te pones así.

Rafael soltó una carcajada y le dio vuelta a una de las hamburguesas. Los dos miraron en dirección a Sarah, quien se reía mientras Alva la besaba en la mejilla. Llevaban casi cuatro años viviendo juntas y no recordaban haberla visto sonreír tanto.

—A Sarah no le sorprendió. Constance es atractiva, famosa, y ha pasado suficiente tiempo como viuda para seguir adelante con su vida.

—¿Podemos hablar de otra cosa?

—Si lo deseas, pero evitar el tema no cambiará nada.

—No hay nada que quiera cambiar.

—Hmmm.

—Joder, Rafael, deja de decir "Hmmm".

—Si no te dijo nada, entonces tal vez no sea nada serio o importante. Además, no es la primera vez.

En efecto, no era la primera vez que fotografiaban a Constance del brazo de un hombre. Los periódicos de farándula enloquecían cada vez y los rumores eran cada vez más absurdos.

—Por favor... —rogó.

Rafael suspiró y dejó la espátula a un lado antes de girarse hacia ella y mirarla con una expresión seria.

—¿Qué estás esperando, Ella? Si no es este, será otro, pero en algún momento pasará.

—De qué habl—

—No, no. Querías escucharme, pues me escucharás. ¿Lo confirmaste por tu propia cuenta, no? ¿Cómo se llamaba esa rubia? ¿Mara? ¡Laura! ¿Cuánto te duró eso? Estás perdiendo tiempo, querida, y el tiempo es demasiado preciado como para desperdiciarlo.

—Rafael... —dijo con tono de advertencia y él se acercó más, bajando la voz a apenas un susurro.

—¿Cuánto tiempo más pretendes ser otra persona? Sé que eres ese tal Claude. Me alegra que hayas tomado a pecho mi consejo de usar un seudónimo. No hay muchas personas que donen su dinero de ese modo y justo cuando empezó... Era demasiada coincidencia, eso y el hecho de que tu expresión me lo acaba de confirmar... tenía mis dudas.

—¿Le dijiste?

—Claro que no.

—No puedo hacer nada —dijo Ella unos segundos después con un tono derrotado—. No puedo arruinarlo todo y ella no...

—¿Ves aquello? —Preguntó haciendo un gesto hacia Sarah, que ahora tenía a Alva sobre su regazo y la sostenía cerca con los brazos alrededor de la cintura—. Sarah tenía los mismos miedos que tienes tú, y ahora está feliz con el amor de su vida. Si algún día hacen el matrimonio gay legal, estoy seguro de que será la primera en ponerse de rodillas otra vez por esa mujer. ¿Quieres vivir el resto de tu vida preguntándote 'qué habría pasado' y verla del brazo de otro?

—Rafael... —Esta vez rogó con un tono tembloroso y una mirada al borde de las lágrimas.

—Las he visto durante años. Antes de que se fuera a Francia, cuando visita... es... tienen que hacer algo. Las dos.

—¿Crees que ella...?

—Cariño, dime que has notado cómo esa mujer te mira. Por favor.

—Yo... Está en Francia.

—Hmmm. —Ante la mirada seria de Ella, Rafael se aclaró la garganta—. Pues ve. Eso que acabas de decir es una excusa y lo sabes.

—¿De qué hablamos?

Los dos se dieron media vuelta, sorprendidos, mirando a Sarah. A veces la mujer se movía como un felino sin hacer nada de ruido. Era escalofriante.

—Santorini me decía que Constance está en Francia.

—¿Ajá? —preguntó Sarah, intercambiando la mirada entre los dos—. Hmmm.

—No tú también —suspiró Ella, sobándose la sien con la botella fría.

—¿Cuándo irás? A Francia —especificó Sarah con un brillo en los ojos.

—Justo le estaba diciendo eso.

Ella los miró boquiabierta a los dos.

—Tienes el dinero, trabajas con tus propias horas y los niños estarán de vacaciones pronto. ¿No se iban con su padre y la madrastra?

—Han hablado de esto... —dijo Ella al caer en cuenta, y los dos sonrieron como los cómplices que eran.

—No me agrada ese hombre —dijo Sarah mientras buscaba algo para beber en la nevera—. Constance se merece algo mejor —recalcó, mirándola directamente a los ojos.

—Sarah...

—No cree que Constance juegue para el otro equipo —le susurró Rafael a Sarah, haciendo un esfuerzo por no poner los ojos en blanco.

—¿Sabes que te puedo escuchar, verdad? —protestó Ella—. Estoy aquí.

—La verdad es que no sé si juega o no para el otro equipo, pero, ¿para el equipo de Eliana? —dijo, imitando el tono que Constance usaba para decir su nombre—. Casi 100% segura.

—Están diciendo ridiculeces.

—Hmmm —dijeron los dos a la vez, y Ella casi grita de frustración.

Sarah se acercó y colocó un brazo alrededor de los hombros de Ella, hablando en voz baja, como si se tratara de un secreto.

—Tengo entendido que se acerca una fecha algo importante que solo ciertas personas conocen. Podría ser un buen momento para una visita... digo yo, quién sabe...

Rafael le guiñó un ojo.

—Decidas lo que decidas, Santorini, estaremos de tu lado.


Nota de autor:

Este cap ha sido corto, pero valdrá la pena por el siguiente cap.

Me dejan saber si lo quieren antes o lo pongo como a mitad de semana :). Saludos!