NOTAS DE AUTOR
Antes de leer esta historia, quisiera que leyeran estas notas. No quisiera que nadie se llevara sorpresas desagradables al leer este fanfic. Las críticas constructivas siempre son bien recibidas, pero cualquier comentario agresivo o fuera de lugar será eliminado y reportado.
El primer capítulo fue publicado originalmente hace ya varios años, por lo que ha pasado por varias correcciones y actualizaciones; por ello les agradezco que lean esta nueva versión con una mente abierta. A modo de disculpa para los lectores que todavía se acuerden de la historia original, he decidido publicar dos capítulos esta semana.
Además, no me ha permitido agregar más personajes, el único que no he podido agregar que resulta importante es Saga.
Por último, las advertencias. Esta historia contiene temas como: diversidad de orientaciones sexuales, identidades de género, poliamor (aún en consideración), incesto, consentimiento dudoso, relaciones sexuales, violencia (fuera de escena, mención breve), uso de alcohol, drogas y lenguaje altisonante.
La oficina se encontraba prácticamente vacía, apenas unas cuantas personas se encontraban trabajando aún, arreglando los últimos detalles del número que se imprimiría en unas horas más. Sus ojos se desviaron de la pantalla para ver a través de la ventana el cielo en el que apenas se vislumbraba un poco de luz que lo amenazaba con el amanecer.
Su espalda emitió un sonido seco y satisfactorio cuando se estiró, concentrado en el cansancio y la necesidad de dormir al menos unas cuantas horas. Estaba seguro de que necesitaba unos minutos para poder regresar sus ojos a la pantalla, no deseaba ver cómo las letras bailaban erráticamente mientras intentaba leer. De repente un sonido llamó su atención y su mirada se encontró con algo completamente inesperado.
En medio de la oficina estaba una persona de pie, alguien ajeno al personal de la revista, de eso estaba seguro. La figura vestida en colores oscuros comenzó a caminar en dirección de su oficina y una vez dentro se inclinó ligeramente antes de entrar y dejar su casco sobre el escritorio sin darle importancia a todo lo demás. Aiolos frunció el ceño de modo pronunciado y se quedó mirando con sus ojos azules al chico frente a él.
A esa distancia le fue mucho más fácil estudiarlo. Se trataba de un joven en sus veintes. Su tez era pálida y su cabello pelirrojo y largo. Sus facciones eran afiladas y elegantes, en conjunto resultaba un hombre atractivo, aunque de aspecto sobrio, una persona que habría esperado encontrar en una agencia de modelos y no en la oficina de redacción de su revista. El chico enarcó una ceja y con suma lentitud deslizó una memoria USB sobre la superficie de madera, todo el tiempo permaneció de pie mientras lo observaba de modo penetrante.
Aiolos miró al extraño y a continuación su mirada se fijó en el dispositivo con algo parecido a la desconfianza, pero se sentía intrigado, así que lo tomó y después de breves minutos pudo observar con evidente sorpresa el contenido: una serie de fotografías. Conforme pasaban frente a sus ojos imagen tras imagen, su ceño fruncido comenzó a convertirse en una expresión más neutral para dejar al final una sonrisa débil. La situación le pareció divertida y algo irreal, pero cuando encaró al pelirrojo le dedicó una breve sonrisa. No se habría imaginado que alguien tan joven pudiera producir fotos de tan buena calidad, pero en ese momento le resultaba más importante la multitud de preguntas que martilleaban su mente.
—Antes que nada, ¿cómo te llamas y qué haces aquí con esto?
El aludido le dedicó una sonrisa fríamente educada antes de señalar la silla. Cuando recibió un asentimiento tomó asiento y extendió su diestra.
—Mi nombre es Camus Dufrenne y vine para entregar esas fotografías.
Aiolos aceptó la mano ajena y la estrechó con firmeza. Le agradó la sensación, podía percibir a una persona honesta con tan solo ese breve contacto. Sin embargo, aquella respuesta únicamente generaba más preguntas.
—¿Y qué pretendes que haga con ellas?
—Supuse que le interesarían, las saqué aproximadamente hace dos horas. La verdad es que pude ir a otra revista, pero siento que esta es la más seria de todas. Las demás son sólo una burda recopilación de cotilleos.
Aiolos frunció el ceño, no había una sola nota de sorna en el comentario, y ciertamente su revista no se dedicaban al mero chismoseo; por el contrario, le gustaba pensar que mostraba contenido interesante y diferente. Pero también era cierto que tenían un espacio de dos páginas para ese tipo de información, una pequeña indulgencia al morbo de los lectores. Ese mismo mes había tenido problemas para escoger algo, la sección le desagradaba y todo parecía ya muy trillado. Pero esto podía sacarlo de un apuro.
—De acuerdo, ¿cuánto quieres por ellas? —Realmente no pensaba pagarle cualquier suma, ya había una cantidad fija en su mente, pero le parecía interesante probar qué tan codicioso era el muchacho.
—Estás van por cuenta mía. —Respondió tranquilamente. —Sin embargo, la próxima vez quiero el precio justo por ellas.
—¿Qué hay de los archivos originales?
—Esos no están a la venta. Me temo que prefiero conservarlos.
—Entonces, ¿quién me asegura que no veré estás fotos en otra revista?
Camus lo miró con una expresión seria y evidentemente algo molesta, pero Aiolos no se podía confiar de un completo desconocido, necesitaba ciertas garantías.
—Esto es todo lo que hay, puede tomarlo o dejarlo. —El joven señaló con desinterés la memoria—. Si no es suficiente será mejor que me retire y lleve esto a otra parte.
Aiolos lo miró y lo que vio lo convenció de que el pelirrojo hablaba muy en serio. Sus labios se torcieron en una media sonrisa mientras meneaba la cabeza en negativa. Quizás si hubiera contado con más tiempo para arreglar el desastre de sus dos páginas de cotilleo habría rechazado la oferta de Camus, pero parecía que la suerte estaba de su parte y no se le antojaba complicarse la vida.
Pero antes de aceptar la propuesta de obtener esas fotos de forma gratuita, prefería pagarle en ese mismo momento, por lo que extrajo rápidamente de un cajón con llave uno de los muchos cheques preparados. Sin mucha atención colocó la rúbrica rápidamente antes de extenderlo.
—Hagamos un trato. No me gusta dejar sin remunerar un trabajo que lo merece. Ahora, supongo que te interesa trabajar para mí, pero la realidad es que en esta revista no hay lugar para fotógrafos de planta. Y tu trabajo es muy bueno, quizás demasiado para dedicarte a tomar esta clase de fotos. Pero si veo este material en algún otro medio de comunicación, impreso o digital, cualquier posibilidad de colaboración se desvanecerá, ¿de acuerdo?
El chico lo miró a los ojos, esbozó una débil sonrisa y asintió.
—Tómalo, espero este sea el inicio de una sociedad productiva.
Pese a la resistencia que parecía mostrar, al ver la mano aún extendida del mayor, el otro tomó el cheque y lo dobló con sumo cuidado antes de guardarlo. En ese momento parecía recordar que había dejado una pregunta sin responder, por lo que acotó con algo de indiferencia:
—Si quiere saber por qué alguien que estudió artes visuales desea trabajar para esta revista como un fotógrafo de farándula, sólo le diré que debo de empezar de alguna manera, no todos hacemos lo que nos gusta para vivir.
Aiolos Karanmalis no se consideraba un hombre cínico, pero entendía perfectamente bien la situación de Camus, así que se limitó a asentir. Aparentemente satisfecho, el chico tomó su casco para comenzar a caminar hacia la salida. Nadie más parecía haber notado la conversación entre ambos, lo cual resultaba un tanto ventajoso porque Aiolos no tenía humor para dar explicaciones. Apenas tuvo energía suficiente para llamar a una chica que recibió con expresión algo confundida las fotos.
—De prisa, quiero ese contenido incluido en el número de este mes.
Al salir del edificio Camus se dirigió a la motocicleta estacionada a unas cuantas cuadras. Apenas enarcó una ceja al notar que su amigo se encontraba reclinado con el casco en sus manos, aparentemente aburrido de estar esperando. Sin embargo, permanecía a su lado como lo había estado desde que habían entablado amistad en su primer año en la escuela de Artes Plásticas.
Se detuvo un momento cuando vio que un hombre se acercaba a su amigo, quien apenas parecía percatarse de toda la atención que recibía por parte de varios transeúntes. Aunque sabía que nada podía ser más erróneo, Afrodita era sumamente consciente del efecto que su aspecto suscitaba en otros, sólo que en ocasiones prefería fingir ignorancia por pura comodidad. Cuando notó la tensión en sus hombros decidió dejar de ser un espectador. Se acercó y con sumo cuidado posó una mano en la espalda baja de su amigo, acercándose hasta su oído sin bajar el volumen de su voz:
—¿Todo bien?
La sonrisa que recibió bastó para saber que había llegado en un momento oportuno.
—Por su puesto querido. —La mirada de profundo azul de Afrodita se posó unos segundos en el hombre a su lado, quien lucía visiblemente molesto ante la interrupción, y algo avergonzado también—. El hombre sólo estaba siendo amable, pero ya se iba, ¿cierto?
El aludido carraspeó y les dirigió una mirada recalcitrante antes alejarse con paso apresurado, mascullando algo sin duda ofensivo.
—No sabes cómo odio a la gente vulgar... casi tanto como adoro tu puntualidad y ese hermoso cuerpo que posees.
Camus lo miró divertido antes de fingir cierta indignación.
—¿Sólo me quieres por mi físico? Eso me ofende mucho, ¿sabes?
—¿Por qué? La belleza no es algo que deba despreciarse. Además, ¿no acabas de salvarme actuando deliberadamente como un amante posesivo? ¿Un amante posesivo sumamente atractivo?
Poca gente podía hacerlo reír, pero Afrodita lo lograba con suma facilidad. Cuando se recuperó, apenas segundos más tarde, comenzó a prepararse para encender la moto.
—Creo que disfrutas escenas como esa tanto o más que yo. Pero no puedes culparlos, eres una persona sumamente atractiva y hay gente que no sabe cómo comportarse en una situación así.
—Eso es absurdo y lo sabes. Sí, puede que sea atractivo, pero sólo pido que se me trate como a cualquier otra persona. Si el tipo es un imbécil que no sabe respetar a otros, eso es un asunto distinto. Además, ¿por qué habría de tolerar que me trate como si fuera un objeto?
Mucha gente, en especial los hombres, tendían a malinterpretar a Afrodita y a ofenderse por su conducta. En más de una ocasión había tenido que interferir para evitar que alguien fuera violento con su mejor amigo por una ridícula noción de sentirse engañados, aunque casi todos resultaban ser hombres aparentemente inseguros de su sexualidad.
—Lo sé, pero desafortunadamente esta no será la última vez que algo así suceda. Debes ser cuidadoso.
—Sabes que lo soy. Siempre lo he sido. Ahora, ¿qué te parece si me agradeces llevándome a desayunar antes de darme un aventón hasta Montmartre?
—¿Qué harás en Montmartre? —Camus decidió no insistir, el tema era complicado y casi siempre dejaba algo molesto a Afrodita—. ¿Tienes una cita acaso?
El silencio le hizo dudar, pero cuando vio a Afrodita, éste parecía algo indeciso.
—Sí… tengo una cita con Vibeke. Hace poco conversamos acerca de una visita reciente a Estocolmo y decidimos salir hoy.
Camus enarcó una ceja ante la información, pocas veces Afrodita salía con mujeres, la mayoría de ellas encontraba difícil tener una relación con alguien más hermoso. El interés de la modelo danesa resultaba encantador y le hacía pensar que era una chica sumamente segura de sí misma. Eso le agradaba a Camus, quien se limitó a sonreír en dirección del joven sueco mientras se colocaba el casco, dispuesto a encender la moto y buscar un lugar para desayunar.
