En la mesa había extendidas varias fotos impresas acomodadas en distintos grupos. Camus las observaba con detenimiento, frunciendo el ceño ligeramente antes de reclinarse en la silla. Cuando alzó la vista Afrodita ya salía de la cocina con dos tazas de café. Desde aquella extraña ocasión en que había vendido las fotos por insistencia del rubio, Camus había iniciado una cooperación casual con la revista desde hacía casi un año.
Esa mañana estaban juntos porque Afrodita había decidid ayudarlo a escoger una selección final de unas fotografías que había tomado unos días atrás. De nueva cuenta Camus lo había ayudado en una sesión. El modelo con el que tenía que trabajar había hecho explotar al fotógrafo y después de su salida intempestiva, Afrodita decidió tomar las riendas y hacer unas cuantas llamadas. Por fortuna su editor ya conocía el trabajo de su mejor amigo, así que no había sido difícil convencerlo.
Camus había estado libre esa tarde, así que había acudido de inmediato al estudio. La paga era buena, por lo que no se quejó, pese a que le incomodaba que una buena parte de sus trabajos se debieran a su amigo. Que el editor le permitía escoger la selección preliminar como a cualquier fotógrafo de planta, resultó ser un pequeño alivio, quizás eso demostraba que confiaba en sus habilidades.
—¿Estás son las últimas que vas a escoger? —Afrodita le extendió la taza mientras daba una mirada a las fotos que había escogido. —Me gusta esta, pero si no la vas a incluir, ¿puedo quedármela?
—Gracias. Sabes que puedes quedarte las que quieras, y si te interesa alguna de las que se van a entregar, puedo imprimirla para ti. —Camus tomó la taza y después de dar un pequeño trago emitió un suave suspiro—. ¿Por qué no traes el álbum y las guardas de una vez?
Afrodita sonrió antes de ir a su estudio. Al regresar traía un álbum grande cuya portada mostraba una pintura de un paisaje nevado sumamente encantadora, una de las pocas pinturas de Camus, quien había mandado a hacer ese álbum como un regalo de cumpleaños. En su interior había numerosas fotos que Afrodita iba coleccionando, algunas tomadas para trabajo y otras mucho más cándidas y personales.
—Y… ¿se puede saber qué es lo que te tiene tan distraído?
Afrodita lo veía con una media sonrisa y una ceja enarcada. Sin duda sospechaba algo muy lejano a la realidad. Una risa se le escapó al mismo tiempo que negaba con la cabeza.
—No es lo que crees, me temo que voy a decepcionarte. Tuve una reunión con Aiolos. Me dijo que hay un fotógrafo que está por irse de la ciudad por lo que quedaría una vacante.
—Eso es maravilloso, ¿cierto? —Afrodita lo veía dubitativo ante el poco entusiasmo que mostraba.
Camus emitió un suspiro y masajeó suavemente su sien mientras le explicaba la complicada situación al otro:
—Realmente no. Resulta que ya tienen a alguien en mente para el puesto. —Su mano se levantó para evitar que el sueco lo interrumpiera ante su clara indignación—. Es un fotógrafo con más experiencia y que ha trabajado con ellos durante varios años. Pero parece que a Aiolos le gusta más mi trabajo, así que me hizo una propuesta.
La pausa bastó para que Afrodita lo mirara con las cejas enarcadas, ansioso por conocer las condiciones, porque a él le parecía que el asunto estaba prácticamente decidido. Nadie con una pizca de inteligencia se negaría en contratar a Camus.
—Resulta que cierto modelo griego va a venir a París. Aparentemente han tratado de conseguir una sesión, una entrevista o qué sé yo, sin éxito. Aiolos dice que si consigo una sesión con él seguro generaría una gran impresión y el puesto sería prácticamente mío.
Camus se reclinó en la silla y con algo de fastidio tomó su celular y buscó algo, cuando lo encontró, le extendió el aparato. Afrodita tomó el celular y al ver la foto enarcó una ceja.
—Lo conozco, es algo así como la nueva sensación en Europa. No es muy conocido mundialmente, pero seguro no tardará mucho en cambiar. Si quisieras…
—No Afrodita, ya has hecho mucho por mí. Todos estos trabajos, además del blog. De ser completamente sincero no sé si me interesa hacer esto. ¿Por qué tendría que ir y buscar a un modelo por un trabajo como ése?
El sueco lo observó con evidente molestia antes de aproximarse hasta él. Su mano tomó un mechón pelirrojo y jaló con algo de fuerza repetidas veces, apenas lo suficiente para ganarse la mirada del galo.
—Eres un idiota. Si te ayudo es porque me parece que tu trabajo es maravilloso y mereces reconocimiento por ello. ¿Crees que sería amigo de un tipo sin talento? Eres atractivo, pero no me conformo con una cara linda ¿sabes? —Detrás de su sonrisa irónica había un brillo que Camus sabía reconocer como preocupación—.
—Contrario a lo que puedas creer, no tengo baja autoestima. Sé que soy un buen fotógrafo, pero es frustrante sentir que mis esfuerzos no son suficientes.
—Y eres un necio al no querer ver que lo único que hago es sugerir que la gente vea tu trabajo. El resultado es algo que depende totalmente de ti. ¿Crees que mi editor aceptaría que nos apoyaras si no le gustara tu trabajo? Ni siquiera yo tengo tanta influencia, ¿sabes?
Camus rio de buena gana al mismo tiempo que liberaba su cabello del agarre del rubio.
—Además, si logras que ese chico sea tu modelo, eso podría ganarte aún más exposición. Olvida el trabajo con Aiolos, podrías hacer muchas otras cosas. ¿Qué tal? ¿O tienes miedo Camus?
El aludido lo miró con sorpresa antes de fruncir el ceño suavemente, meditando las ventajas de aquella posibilidad. Finalmente se encogió de hombros.
—Si la posibilidad se da lo haré, pero no forzaré nada. ¿De acuerdo?
Afrodita le dirigió una de esas sonrisas que lograban encantar a casi cualquier persona.
—Pero tampoco te quedarás cruzado de brazos esperando que el chico llegue a ti. Mañana en la noche hay una fiesta organizada por la agencia y sé de buena fuente que habrá varios invitados especiales, entre ellos, tu chico. Ven conmigo y así podrías conocerlo, un primer paso. Nada extravagante ni demasiado directo.
Le resultaba sumamente difícil negarse a algo cuando el rubio se decidía a usar todo su encanto, por lo que se ahorró el tiempo y se limitó a asentir.
—¡Perfecto! Ahora sólo tenemos que buscar entre tu ropa algo que puedas usar…
—Dita… por favor. No pienso ir de compras contigo de nuevo.
—Pero seguro no tienes nada apropiado. Anda, mañana temprano iremos a buscarte un traje nuevo.
Un suspiro de cansancio se escapó de labios del francés, quien se limitó a escuchar todos los planes de su amigo. Casi se sentía arrepentido de haber aceptado aquella invitación.
El lugar estaba lleno de gente elegante, hermosa y con sonrisas practicadas en sus labios. A lo largo de los años Camus se había ido acostumbrado a esa clase de eventos, ser amigo de Afrodita incluía la tarea de acompañarlo cuando lo necesitaba. Si bien la gente le resultaba poco agradable, el espíritu artístico y amante de la estética del joven francés apreciaba estas oportunidades. A veces era lo suficientemente afortunado como para inspirarse en algo que veía para ponerse a trabajar en algún proyecto personal días después.
Un pequeño tirón lo sacó de sus meditaciones, por lo que giró su rostro y dedicó una suave sonrisa al escandinavo, quien le respondió con una ceja enarcada al mismo tiempo que lo jalaba en dirección de un balcón. Las luces eran el ambiente perfecto para su amigo, pero en ocasiones Afrodita buscaba la serenidad del cielo nocturno para poder relajarse. La noche prometía ser estresante para él también, Camus lo supo desde el momento en que su mirada encontró al último hombre con el que había salido su amigo.
—¿Estás seguro de que no prefieres marcharte?
Afrodita lo miró con algo de extrañeza antes de reír suavemente, como si tratara de disipar la sombra que se había apropiado de su persona.
—En absoluto. Ese cretino no va a arruinar nuestra noche. Además, nada podría ser más perfecto. ¿Sabes que el imbécil siempre te tuvo celos? —Eso último lo murmuró en su oído, como si de un secreto sensual se tratara y Camus sonrió divertido por lo ridículo de la noción y por la expresión amarga que veía dibujarse en el rostro del hombre que los observaba atento a la distancia.
—Me alegra mucho que terminaras con él. Nunca te mereció. Así que después de esta noche espero que salgas de nuevo y tengas montones de citas. No creas que no he notado que has pasado casi todas las tardes conmigo. Sabes que te adoro, pero necesitas superar al idiota.
Una risa se escapó de labios del joven rubio, quien se encogió de hombros. Cuando quedaron a solas a solas en el balcón se apoyaron contra el barandal con cierto aire lánguido. Camus colocó el brazo alrededor de la cintura de Afrodita mientras bebían vino y escuchaba entretenido las críticas de su amigo, asintiendo a veces y frunciendo el ceño otras. Nunca era cruel como podía serlo el francés, pero su juicio era tanto o más severo en el aspecto visual. De repente alguien se acercó hasta donde estaban desde un punto periférico que les impidió ver al recién llegado hasta que estuvo frente a ellos.
Se trataba de un hombre sumamente atractivo, de cabello rubio y brillantes ojos azules que los miraban con evidente admiración e interés. Se inclinó levemente al frente y extendió su mano abierta hacia Camus sin disimular su mirada analítica de pies a cabeza.
Por su parte Camus se enderezó y elevó ligeramente el mentón, deslizando su brazo hasta dejar la palma su mano libre contra la espalda baja de Afrodita al mismo tiempo que la diestra estrechaba la mano firme pero elegante del extraño, quien aún no tenía la amabilidad de dar su nombre, como si esperara que él fuera el primero en hablar. De haber conocido a Camus habría sabido que su espera sería vana.
—Mucho gusto, soy Kanon Andreou. Lamento mucho la interrupción de un momento tan ameno, pero no pude evitar notar a una pareja tan atractiva. ¿Será posible que ambos trabajen para la agencia que organizó esta fiesta?
Camus lo miró con algo de extrañeza antes de esbozar una sonrisa educada que reservaba para las citas de trabajo. Las líneas de su rostro eran firmes pero atractivas. De no ser por su comentario lo habría considerado un modelo también. Su acento era peculiar, diferente a lo que estaba acostumbrado a percibir en otros extranjeros. Pero al escuchar su nombre le quedó en claro que el hombre era griego y aquello lo puso en alerta de inmediato. Con suma gentileza presionó contra la espalda de Afrodita para que éste diera un paso al frente.
—Camus Dufrenne. Y me temo que sólo uno de nosotros es suficientemente bello como para ser modelo, ¿no es así? —Le dedicó una sonrisa casi dulce a su amigo, quien extendió su mano para saludar al griego.
—Encantado, Afrodita Krouthén—. Kanon apenas enarcó las cejas al escuchar la voz hermosa y aterciopelada del sueco. Camus podía reconocerle la falta de asombro evidente. Esa noche Afrodita lucía un elegante vestido negro de la última colección que anunciaba, la prenda y el maquillaje cuidadosamente aplicado le dotaban de un aspecto bello y discreto.
—Sin duda es una belleza. Pero no estoy de acuerdo. Dime Camus, ¿no te interesaría modelar? Quizás no sea la primera vez que te ofrecen algo parecido, pero te aseguro que nadie antes te ha propuesto lo que yo podría…
Las palabras quedaron unos segundos en el aire. La sonrisa y el aire de seguridad aunados al aspecto sumamente atractivo del hombre podrían haber hecho tentadora la oferta, pero Camus no deseaba estar en el reflector. Prefería mil veces estar detrás de la cámara. Además, había algo en el extraño que lo incomodaba y le daba desconfianza. Una risa suave rompió el silencio cargado de promesas, era Afrodita que se inclinaba sobre Camus, acariciando su brazo con suavidad.
—Mi querido aquí es sumamente bello, sí. Aunque se niegue a creerlo; pero me temo que nadie podría convencerlo de abandonar su cámara. Camus es un excelente fotógrafo, así que recomendaría que desistiera.
Kanon rio un poco, sin mostrarse ofendido por las palabras del sueco. Aparentemente estaba listo para el contraataque cuando una nueva voz interrumpió:
—Creo que no deberías insistir. Me parece claro que el pobre hombre no va a aceptarte como su nuevo representante.
Camus alzó la vista y se encontró con un joven al cual conocía ya bastante bien, al menos en papel. En persona resultaba mucho más interesante que en las fotos que había recibido. Lo más llamativo del chico además de su rostro simétrico eran sus ojos. El color oscilaba entre el verde y el azul intenso, una combinación que Camus nunca había visto en la realidad de forma natural. Al percatarse de que se había quedado estudiando al recién llegado, intentó disimularlo al dirigir su atención en dirección de Afrodita. Su amigo lo miró con entendimiento en sus ojos celestes antes de presionar suavemente su mano entre las propias.
Kanon volteó a ver al recién llegado y después de una mirada significativa entre ambos volvió su atención al par frente a él.
—Les presento a Milo, es mi sobrino y también mi modelo más problemático.
El aludido simplemente sonrió con cierta condescendencia y extendió su mano a Camus, quien lo saludó con simple cortesía. La posibilidad de poder encontrar al joven griego había estado presente toda la noche, pero al verlo ahí frente a él, las cosas resultaban casi aterradoras.
—Mucho gusto, Camus.
Después de dirigirle una mirada cargada de silencioso reproche, Afrodita extendió su mano y le dedicó una nueva sonrisa a Milo, quien parecía encantado por el otro.
—Yo soy Afrodita, es un placer Milo.
El joven griego lo miró con apenas disimulada sorpresa antes de reír suavemente.
—Te conozco, hace unos meses vi unas fotos preciosas de ti.
—Oh, muchas gracias. Yo también he visto tu trabajo, creo que tienes un futuro prometedor por delante.
Kanon sonreía como un padre orgulloso, y después de notar cierta irritación en el rostro de Milo, Camus pudo ver cierta diversión en su mirada.
—Me parece que tengo que aceptar que eso se debe a que tengo un buen representante.
—Es una pena que Camus no esté interesado, qué cosas no podríamos hacer juntos. —Kanon le dedicó una nueva sonrisa que podría haber considerado coqueta, de no ser por el brillo peculiar en sus ojos.
Por su parte el aludido lo miró un poco sorprendido, porque además la frase resultaba un tanto insinuante, pero por su salud mental ignoró el asunto y emitió una risa apagada.
—Para nada, no tengo un carácter apropiado para dedicarme al modelaje. Los reflectores son sólo una herramienta para mi trabajo y prefiero estar detrás de ellos.
—Entiendo, y no insistiré. Aunque ahora me siento un poco intrigado, ¿podría ver tu trabajo?
Camus enarcó una ceja mientras Afrodita sonreía ampliamente al mismo tiempo que presionaba suavemente la mano ajena. Los ojos de Milo siguieron el movimiento y su rostro se ladeó suavemente, la escena le intrigaba y la insistencia de Kanon le extrañaba un poco.
—Realmente no suelo traer mi portafolio a este tipo de eventos.
Kanon lo interrumpió mientras sacaba su teléfono.
—Oh, me encantaría ver tu portafolio. ¿Quizás podríamos contactarnos?
—Deberías de aceptar. Cuando eres un freelancer hacer relaciones es importante.
Ambos griegos los observaron con curiosidad, por lo que Camus se limitó a sonreírle a su amigo antes de acercarse y jalar su mejilla con suavidad.
—Oh. Debe ser difícil ser un freelancer. Y de nuevo perdona mi atrevimiento, pero si necesitas un trabajo, aunque sea temporal, creo que tengo algo que podría interesarte, el sueldo es sumamente atractivo y… —Milo colocó su mano sobre el hombro de Kanon y les dedicó una sonrisa que denotaba cierta exasperación.
—Perdónalo, será difícil que acepte el rechazo. Va a seguir insistiendo por un buen tiempo, si te va mal quizás durante toda nuestra estancia en Francia. ¿Qué tal si mañana durante el almuerzo continúan con este tema?
Camus sonrió agradecido. La situación le parecía estar saliéndose de control, así que aceptó de buena gana reunirse con ambos al día siguiente. Finalmente, después de intercambiar teléfonos y de disculparse, ambos griegos los dejaron a solas en el balcón.
Afrodita se giró para envolverlo en un abrazo.
—Muy bien Camus. Esto ha salido a la perfección. ¿Qué te parece si celebramos esto en algún otro lugar más agradable?
El francés lo miró con algo de escepticismo antes de encogerse de hombros.
—¿Crees que valga la pena ir a ese almuerzo?
—Me parece que, si el trabajo que te ofrece paga bien y te permite acercarte a Milo, deberías considerarlo. El dinero nunca sobra y ¿quién sabe? Podría ser divertido.
Camus lo miró y decidió meditar al respecto. Con cierto descaro se acercó para abrazar a Afrodita por la cintura y depositar entonces un beso en la comisura de sus labios mientras observaba con ojos entornados a la expareja de su amigo. La risa del otro fue el último sonido que escuchó antes de salir del salón.
El rubio se sujetaba con firmeza y Camus lo sostenía con cuidado. Los pasos resultaban un tanto tambaleantes después de todo el licor que habían consumido en uno de esos pequeños bares privados que tanto adoraba Afrodita. Debido a la hora ambos habían decidido que lo mejor era que su amigo pasara la noche en el pequeño apartamento del francés.
Con sumo cuidado lo depositó en la cama ubicada al fondo de la habitación que también funcionaba como su estudio. De repente Afrodita se incorporó y se acercó hasta el escritorio sobre el cual estaba la computadora. En la pantalla estaba una foto que había tomado unos días antes.
—¿Sabes? Para ser un fotógrafo eres un terrible fisonomista. ¿Ya viste lo que tienes aquí?
El aludido lo miró con algo de indignación, pero en cuanto dirigió sus ojos a la foto, sus labios se abrieron en repetidas ocasiones, no sabía qué decir, así que se limitó a suspirar y a masajear su entrecejo.
La foto era de un par de hombres sentados en la banca de algún parque en la ciudad. El mayor rodeaba con su brazo los hombros del menor y sus rostros se encontraban inclinados en lo que resultaba evidentemente el preámbulo a un beso. Incluso la había impreso, la luz y todos los detalles le habían complacido sumamente hasta antes de conocer la identidad de los amantes. Esa foto la había tomado incluso antes de su última conversación con Aiolos.
Por mucho que quisiera ignorarlo, esos hombres habían hablado con ellos en el balcón unas horas antes. Para empeorarlo todo, Camus tenía planeado almorzar al día siguiente con ambos.
—Mierda. —El joven francés maldecía rara vez, pero en ese momento sentía justificada su frustración.
—Podrías usar esta foto, como una garantía nada más… —Camus tomó la mano de Afrodita y lo miró con aire severo—. No Dita. No pienso hacer eso. Voy a borrar esta foto y a tratar de olvidar que vi esto. Algo así es íntimo y no es asunto nuestro. ¿De acuerdo?
Afrodita asintió con algo de renuencia para entonces comenzar a desvestirse.
Con cierta prisa Camus eliminó la imagen de la máquina, sin darle tiempo a su amigo de convencerlo de lo contrario. Cuando su mirada se posó en la impresión algo en él le impidió romperla, por lo que tomó un sobre cualquiera y la introdujo ahí, decidido a no verla más.
