KAWAAKARI
"El río que resplandece en la oscuridad"
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Parte I
Capítulo XI
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Al principio a Kagome el sendero le pareció un bosque en mitad de la noche, en la que apenas conseguía distinguir algo. Aquella sensación, además de las geta que llevaba y que le daban poca seguridad al pisar, la hicieron sostener con más fuerza la mano que InuYasha Taisho le había ofrecido. Ella no estaba segura de si ese ofrecimiento era para sólo un instante, sin embargo, el hecho es que no se encontraba en condiciones de soltarlo.
—¿Tiene miedo? —la voz de él al hacer la pregunta resultó ligeramente divertida, lo que la hizo extraña para Kagome. No podía precisar la intención detrás de las palabras, o quizás no quería hacerlo.
—No —esperó sonar segura, no obstante, su voz había temblado levemente.
—¿De verdad? —él la apremió y no sólo con las palabras, también con la fuerza ligera con que tiró de ella un poco más cerca.
Kagome estuvo a punto de tropezar y su cuerpo se movió hacia InuYasha con más energía de la que ella habría deseado. Sus dedos tocaron el pecho de él, por un instante, para ayudarse a mantener el equilibrio y los retrajo de inmediato, cerrando el puño.
—¿Qué pretende? —se quejó ella, considerando que tenía razón suficiente para ello.
Lo escuchó sonreír y de entre todo lo que había alrededor, en medio de la penumbra, sus facciones era lo que Kagome mejor podía detallar. El dorado de los ojos del hombre parecieron fulgurar en medio de la negrura y ella sintió que el pecho se le desbocaba en una retahíla de latidos que no conseguía contener.
—Ayudarla a ir más allá —la frase tenía sentido. No obstante, Kagome percibía algo más, una especie de trasfondo que la asustaba y la atraía a partes iguales. Esa sensación contrapuesta la empujaba a explorar lo desconocido, y la hizo continuar.
—Y ¿Qué hay por aquí que merezca tanto esfuerzo? —las palabras venían aderezadas de un leve tono de queja debido a la dificultad que notaba Kagome para dar los pasos— Me parece que nadie viene por este camino.
La mano de él la sostuvo con algo más de ímpetu y percibió con mayor intensidad el calor que emanaba de InuYasha. Su pudor fue víctima del placer que le ocasionó dicho calor.
—Pronto se dará cuenta —la instó con una cadencia exquisita en la voz que Kagome podía interpretar como parte de la seducción y que estaba dispuesta a aceptar de no ser porque el frío que lo rodeaba seguía ahí—, sólo tiene que confiar en poder ver en la oscuridad —terminó con una impugnación.
—Usted parece ver muy bien en ella, señor Taisho —ahora era Kagome quien dejaba de manifiesto un trasfondo. Por un momento se preguntó de dónde salía el deseo que sentía de impresionar a un hombre que probablemente no tenía cabida en su vida. No veía a InuYasha Taisho haciéndose cargo de un templo.
Kagome no tuvo tiempo ni siquiera de generar una imagen en su mente sobre su último pensamiento. Notó el modo en que el agarre que llevaba con la mano de InuYasha se hacía más evidente, más fuerte, hasta el punto de sentirse ligeramente apresada por él. La llevó hacia su costado y en cuestión de un instante ella percibió la otra mano que la sostenía por la cintura y llevaba casi en el aire, recorriendo varios metros de sendero en lo que dura un parpadeo.
Pensó en quejarse, sin embargo el asombro le había quitado el aire.
Cuando se detuvo, InuYasha Taisho la rodeaba desde la espalda. El aliento caliente del hombre le rozaba el oído y eso le erizó la piel. Su primer pensamiento fue dirigido al decoro y a la necesidad que tenía de apartarse de él en honor a la decencia. No obstante, se quedó muy quieta, experimentando la expectativa de estar siendo sostenida, y levemente abrazada, por un hombre que no era su familiar.
—Observe —él le susurró muy cerca del oído. Esa única palabra fue dicha con calculada cadencia, de modo que cada sílaba causara una vibración que se sumaba a la anterior, erizándole la piel.
—¿Qué espera que observe? —la pregunta que deslizó Kagome fue hecha casi con la misma cadencia que utilizara InuYasha, sólo que no desde un calculado conocimiento de lo que podía producir en el otro. Lo de ella era totalmente innato e InuYasha notó el modo en que la voz de la mujer se le colaba por los poros de la piel, instalando en él una tibieza inquietante.
Respiró hondamente.
—Todo —murmuró una respuesta tan cerca de Kagome que el suave rizo que enmarcaba su cara jugueteó con el aire que él liberó —. Quiero que vea todo lo que la oscuridad muestra sobre la luz.
Kagome respiraba con inhalaciones y exhalaciones cortas, notando el modo en que su corazón latía inquieto. La cercanía de InuYasha Taisho la alteraba y aun así no quería prescindir de su voz musitando indicaciones en su oído, en tanto la mano que descansaba delicadamente sobre su cadera guiaba la dirección en la que quería que enfocase su atención.
—¿Lo ve? ¿Ve a esos señores que observan con disimulo a las mujeres que pasan? —la voz de InuYasha se hacía intencionadamente más profunda. Su mirada descansaba en aquellos que tenían un vicio que enseñar, por pequeño que fuese.
—Los veo —murmuró Kagome y observó la veracidad de lo que InuYasha Taisho le indicaba.
—Y ahora —guio el cuerpo de la mujer unos treinta grados a la derecha, en relación a él— ¿Puede ver a la mujer solitaria que los mira mientras pasa por delante de ellos?
—La veo —Kagome contenía el aliento.
—Observe su gesto, dígame qué ve —InuYasha mantuvo su atención en la escena durante un instante, sin embargo, el aroma que Kagome comenzaba a desprender lo instó a observar la piel de ella tras el oído y hacia la curva de su cuello.
—Ella les hace una reverencia muy suave, apenas visible —explicó Kagome.
—¿Qué más? —el aire liberado en aquella interrogante resultó ser una caricia fina sobre la piel de Kagome; ella jadeó muy despacio, aunque no lo suficiente.
Se vio obligada a hacer una pausa antes de responder. La desconcertaba la forma en que InuYasha Taisho la sostenía y la respiración de él sobre su cuello le producía un profundo desasosiego.
—Es —titubeó—… es una invitación.
—Sí, lo es —murmuró él, de forma casi imperceptible.
Kagome notó el modo en que el toque de la mano de él sobre su cadera se convirtió en una sujeción algo más intensa, y le pareció escuchar un suave gruñido, como si un oscuro reverberar se escondiera en su pecho.
—¿Sabe, señorita Higurashi? Muchas veces me he preguntado si al tocar por sobre tantas capas de tela habrá sensibilidad en la piel —dijo aquello tocando el obi de la ropa que ella vestía.
Kagome consiguió percibir el anhelo que circundaba a aquellas palabras. Cerró los ojos ante las sensaciones que ese descubrimiento difuminaba por su cuerpo. Una parte de ella rogó escapar del peligro inminente en el que se encontraba su honor. No obstante, otra parte sombría de sí misma la mantenía quieta en el lugar, absolutamente incapaz de resistir la llamada de lo desconocido.
A pesar del torbellino de emociones que estaba experimentando Kagome encontró su voz y, aunque temblorosa, respondió.
—Eso quiere decir que no lo ha hecho nunca.
InuYasha se sorprendió de tal forma que perdió el aliento por un instante. Escondió esa sensación e intentó recobrar la calma al recordarse que ella era una humana más, una entre tantas. Sin embargo, la fortaleza con que aquella mujer lo retaba a pesar de su frágil posición, conseguía azuzar su interés.
—Nunca —declaró, aún algo perturbado.
—¿Quiere saberlo? —indagó, casi en un susurro. InuYasha no esperó que Kagome dejara aquella propuesta en el aire, consiguiendo que el momento se enrareciese todavía más.
Las palabras para ambos cesaron en ese momento. Todo lo que se escuchaba entre ellos era la respiración superficial y el murmullo de la tela del komon de Kagome, contra la tela de la ropa de InuYasha. Ella contuvo el aliento cuando notó los dedos de él ascender por sobre la tela del obi. Lo escuchó respirar pesadamente por la nariz y se recordó que estaba ahí porque así lo había decidido. Notó que los dedos de él llegaban al borde alto del obi, sin tocar aún la tela del komon. Hicieron un recorrido lento, elegante y tortuoso, de lado a lado, mientras ella luchaba por mantener una respiración medianamente calma y no suspirar de ansia. No estaba segura de lo que esperaba de este momento, no obstante, la estimulaba. Más allá, en la parte luminosa del parque, la vida continuaba completamente ausente de lo que se ocultaba en las sombras.
InuYasha desconocía las sensaciones que ahora experimentaba, lo suyo era fácil; tomar lo que deseaba. Sin embargo, en este instante parecía estar preparando el momento, allanando el camino que quería transitar con Kagome. Notaba que sentir su cuerpo caliente, cercano y dócil, lo estimulaba de un modo poco habitual, y su sexo comenzaba a reaccionar sólo por saberla dispuesta, sin siquiera haber tocado un ápice de piel. El contacto que efectuaba sobre la tela de su obi era delicado, e InuYasha reconoció en aquello una necesidad propia; quería darse tiempo para saber qué esperaba realmente de esta mujer. Respiró hondamente y llevó la caricia hasta el komon, tocando la zona derecha del pecho. Kagome tembló de forma sutil y él le sostuvo la cadera con un poco más de ansia. Gestó un círculo en la zona, con un roce ligero y ella contuvo el aliento.
—¿Qué siente? —preguntó InuYasha, liberando el aire de sus palabras hacia el cuello de Kagome.
La vio negar con un gesto. Parecía no querer contar lo que ahora mismo experimentaba.
InuYasha llevó la caricia hacia el otro lado del pecho. La arrastró con parsimoniosa cadencia, deleitándose con la tensión en el cuerpo de la mujer, olvidando por un instante el momento y el lugar en que estaban. Inclinó la cabeza un poco más cerca del cuello de Kagome y suspiró a pocos centímetros de éste, deseando hundir los colmillos en la piel pálida, frágil y maravillosamente perfumada. La caricia, de pronto, le pareció un débil aperitivo para el hambre que tenía. Aquella conclusión lo instó a poner la mano completa sobre el pecho. Apenas notaba el abultamiento bajo la caricia, no obstante, su mente recreó el volumen y la forma. Kagome se tensó un poco más e InuYasha advirtió que una de sus manos se sostenía del borde de la chaqueta que él vestía. Sus dedos, que en su forma original mostraban largas garras blanquecinas, tocaron el cruce alto del komon para colarse por él en busca de la piel. No obstante, se encontró con una mano diminuta en comparación y que aun así lo detuvo. No fue un movimiento dramático, simplemente puso su mano sobre la de él y ese contacto le indicó la voluntad de la mujer.
—¿Le da miedo sentir? —le preguntó, volviendo a dejar su aliento sobre el cuello de Kagome, quien pareció recoger un poco el hombro.
—No se lo negaré —suspiró ella e InuYasha notó que su propia ansia cambiaba de dirección. Ya no sólo quería poseerla, deseaba que Kagome Higurashi también lo disfrutara.
Deseó empujar su sexo hacia ella en un acto primitivo de propiedad, para que Kagome supiera cómo se sentía y cuál firme y grande era su ansiedad. Ese pensamiento lo llevó a un estado de zozobra que no era propio de él.
—Entonces, lo dejaremos hasta aquí —decidió InuYasha, y Kagome asintió con lentitud.
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La noche resultaba silente, mucho más de lo habitual en esta zona de la cuidad. El frío del invierno conseguía que aquellos que deambulaban por los callejones buscasen un refugio y eso dejaba como consecuencia calles vacías y mudas. No obstante, InuYasha consiguió captar el grito y el llanto de una niña a corta distancia. Reconocía el dolor cuando estaba cerca, no le era ajeno el padecimiento, aunque fuese el de una niña humana que no viviría lo suficiente como para comprender su propia existencia.
Dio un par de saltos por los tejados quejumbrosos y maltrechos de las antiguas casas que pertenecieron a los samuráis, quienes hace un par de décadas habían abandonado la espada y su orgullo con ella. La voz y el reclamo de la niña estaba cada vez más cerca, e InuYasha consiguió definir el lugar exacto desde el que provenían. Determinó exactamente de qué casa se trataba. El olor a podredumbre e inmundicia no se hizo esperar, llegó a él como una oleada inconfundible que le hablaba de la miseria en la que vivían la mayoría de los humanos.
La niña volvió a gritar un no. Su sentido olfativo le advirtió de tres personas en el lugar. InuYasha empujó y abrió la frágil puerta de madera como si se tratara de una hoja de papel. La humana no tendría más de diez años y estaba siendo amenazada por un adefesio al que no intentaría llamar hombre. Los pantalones del tipo estaban bajados y su desnudez se escondía bajo la falda de un hitoe que alguna vez fue blanco. La niña buscaba refugio tras un banquillo de madera, cuya altura no alcanzaba la de sus rodillas. El agresor la tenía sostenida por la parte alta de la manga de una yukata roída y que era para alguien notoriamente mayor que ella.
—¡¿Quién es usted?! —la exclamación, poco cuidada, llegó desde un lateral oscurecido de la estancia. Provenía de una mujer que hasta ese momento permanecía oculta en las sombras.
—¿Es tu hija? —preguntó InuYasha, con total calma—¿Te parece bien que la violenten de ese modo?
—¡Eh! ¡Tú! —fue la corta exclamación que el adefesio alcanzó a esgrimir como un enfrentamiento. InuYasha extendió la mano hacia el cuello del hombre y lo retuvo poniendo en el agarre la fuerza justa para callarlo y que no muriese asfixiado.
—Contesta, mujer —apremió InuYasha, con menos paciencia de la que mostraba con sus palabras.
Percibió que la niña temblaba tras el banquillo que le había servido de protección.
La mujer adelantó un paso hacia él y aunque su respiración y los latidos de su corazón, mostraban el miedo que sentía. Algo en ella la llevó a sacar la voluntad suficiente para encararlo.
—Los señores como usted no saben lo que se vive en los distritos del hambre. Aquí sobrevivimos como podemos. Nos quitaron nuestro legado, nuestra identidad, hasta a nuestros maridos. Nos abandonaron para que llegara el mundo occidental que tanto esperaban —la última frase la aderezó con un gesto de su mano que indicaba la ropa que él llevaba puesta.
El hombre se debatía ante la sujeción que InuYasha no pensaba aflojar.
—Sí, porque a mí ya nadie me quiere —confesó, apretando los dientes y los puños a continuación—. La niña también tiene que aprender a sobrevivir.
—Y ¿Tú? —se dirigió al esperpento que casi colgada de su mano por el cuello— ¿Cuál es tu razón?
El tipo balbuceó algo e InuYasha aligeró la sujeción, sin llegar a soltarlo.
—¡Qué te importa! —exclamó con la voz raída.
Desde ese momento ya no tuvo mucho más que decir.
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Continuará.
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N/A
Tenía muchas ganas de escribir aquella escena del bosquecillo. Llevaba semanas con la idea en mi cabeza hasta llegar a esa parte y poder crearla. Espero que les gustara y que pudiesen sentir la tensión y la inquietud de ambos personajes.
Gracias por la compañía.
Anyara
