Sinopsis:
Lay, con su encanto devastador, siempre había sido la fantasía sexual de _ Smith. De modo que cuando a la tímida _ se le presentó la ocasión, se las ingenió para seducirlo... y se marchó con un regalo inmejorable. Al reencontrarse de nuevo con el hombre de sus sueños, _sabia que no podía seguir guardando aquel secreto. Lay aseguraba estar hechizado por la belleza de_ , cautivado por su corazón apasionado y fascinado por el hijo pequeño de ella... Pero, ¿no se arruinaría ese amor tan maravilloso si Lay descubría que él era el padre de ese niño?
Capitulo 1: Lay
Yixing, más conocido como Lay era el chico del que todas las madres de China precavían a sus hijas. Le bastaba con la sonrisa para seducir al diablo; pero sus ojos, aquellos ojos avellana y misteriosos... «No te juntes con ese chico», solían decir las madres a modo de advertencia. Porque Lay era un problema; un problema con P mayúscula.
Era peligroso, le gustaba la velocidad y, después de doce largos y muy lucrativos años ganando dinero como motociclista, había vuelto.
En un principio, había creído que sólo regresaría para asistir a la boda de su mejor amigo, Huang Zi Tao. En ningún momento había pensado quedarse alli más que unos pocos días. El nunca paraba mucho tiempo en ningún lado; pero ahora se daba cuenta de que, antes incluso de enterarse de la boda de Tao, algo lo habia estado atrayendo hacia allá; una fuerza invisible e inexplicable a la que no era capaz de dar nombre.
Había supuesto que, una vez regresara, la sensación desaparecería tan rápidamente como un Ferrari en una autopista; pero habían pasado seis meses y no sólo seguía en China, sino que, con treinta y tres excelentes y maduros años, se había retirado del motociclismo y había abierto su propio negocio: Taller de Motocicletas Yixing.
No por dinero, pues ya había ganado tanto que no sabía ni cómo gastarlo; sino por el placer de trabajar, arreglar y mejorar las motos que ponían en sus manos. Le encantaba la mecánica y tenía un instinto con las motocicletas que rayaba en lo sobrenatural. Poseía ese toque especial que lo convertía en un maestro, y todos lo admiraban por ello.
Por supuesto, las mujeres también lo adoraban...
Aunque apenas había tenido tiempo para compañías femeninas durante aquellos seis meses. Su negocio había levantado el vuelo nada más correrse la voz de que el cuatro veces ganador del Campeonato Nacional había abierto su propio taller. Los clientes hacían cola y llegaban de todas partes del país para que Lay los atendiera, de modo que no tenía tiempo para ninguna actividad extracurricular.
Parado en la sección de congelados del mercado, pensó en su vida romántica, suspiró y contemplo la invitación a cenar que Sue Ann le había hecho horas atrás: vino tinto, un filete tierno con patatas asadas... y el postre era sorpresa, había añadido la mujer con un susurro seductor. Pensó en el torneado cuerpo de la atractiva morena, en sus ojos marrones, denegó con la cabeza y abrió la puerta de las cámaras de congelados
Por muy tentadora que fuera la proposición de SueAnn, tenía que arreglar un carburador antes de las nueve de la noche si no quería disgustar a uno de sus clientes. No le apetecía encargar más pizzas o hamburguesas, de modo que calentar unos congelados se presentaba como la opción más cercana a una cena hogareña.
Los congelados se preparaban rápidamente, sin dificultad, a pesar de su escasa pericia culinaria; pero no podían compararse con las patatas y el jugoso filete con el que había estado fantaseando.
Y hablando de fantasías.
Sólo pudo ver el color caoba de su cabello al doblar la esquina, pero fue suficiente para hacer que Lay se alejara de los congelados para mirar con más detenimiento.
Tomó un paquete de galletas de chocolate de uno de los estantes y dobló también él la esquina.
En efecto, su cabello era caoba, con algunas vetas castañas, y caía suelto alrededor de los hombros de una blusa de seda. La cintura encajaba a la perfección con la mano de un hombre, así como sus esbeltas caderas y redondeado trasero. Por no hablar de los pantaloncitos marrones que apenas cubrían sus largas y moldeadas piernas.
Estaba parada a poco más de un metro de distancia, con una cesta en una mano, dándole la espalda mientras leía la lista de la compra.
¿Quién sería?, se preguntó Lay mientras se aproximaba, fingiendo interesarse en una lata de melocotón en almibar. Desde luego, no podía vivir en China, Changsha y no haberse fijado en ella hasta ese momento.
Se acercó un poco más y pudo aspirar su fragancia, femenina, delicada, increiblemente seductora. Luego agarró un paquete de macarrones y rezó para que la mujer se diera la vuelta, ansioso por comprobar si su cara estaba a la altura de su cuerpo.
Y se dio la vuelta.
Se quedó sin respiración al mirarla. Aquel rostro hacía juego a las mil maravillas con su cuerpo: piel de porcelana, rosados y voluptuosos labios y unos ojos marrones, grandes, expresivos... que ya lo estaban mirando.
«Sabe quién soy», pensó Lay halagado al notar que la mujer se había quedado pálida.
-Hola -la saludo con una sonrisa devastadora que había conquistado el corazón de las mujeres más resistentes-. Soy Yixing, pero dime Lay-se presentó.
Ella pareció asombrarse al oír aquella presentación, pero no articulo palabra alguna Y, súbitamente, se dio media vuelta, echó a andar apresurada y se chocó contra una torre de latas de guisantes.
Capítulo 2: Ha vuelto
- ¿Estás bien? - se interesó Lay tras arrodillarse junto a la mujer.
Esta asintió con la cabeza y bajo la vista. Luego, cuando él le ofreció la mano para levantarla, se incorporó como si algo la hubiera quemado.
-¿Estás bien, _? -preguntó entonces WiFan, un empleado del supermercado que había compartido clase con Lay durante el instituto.
La mujer lo miró con dureza, ruborizada. Parecía desesperada, aterrorizada... No podía tener miedo de él, ¿no?, se preguntó Lay. De pronto reconoció algo familiar en ella, aunque no supo señalar el qué. La fragancia de su perfume y la suavidad de su piel bajo la blusa le impedían concentrarse.
-¿Se ha hecho daño_.? - insistió WiFan, ya arrodillado junto a los dos.
-Estoy bien -repuso ella con una voz rugosa que hizo hervir la sangre de Lay. Se dio cuenta de que no quería soltarla, pero la mujer se apartó y se puso de pie -. Lo siento, WiFan. Me tropecé de repente...
-Le dije a Ricky que esta torre dificultaba el paso - comentó WiFan, recogiendo el bolso y la cesta de _ al tiempo que criticaba a uno de los empleados.
-No, no, ha sido culpa mía. Lo siento -se disculpó
-. Bueno, tengo que irme a casa -añadió _tras esbozar una sonrisa que puso a WiFan colorado.
- Salude a su madre de mi parte, señorita Smith -dijo él mientras se alejaba.
¿Señorita Smith?, ¿_Smith? ¿Esa era la pequeña y delgaducha _ Smith, la de la coleta roja y las gafas de pasta?
Hacía doce años que no la veía, justo antes de marcharse de China. Estaba de aprendiz en un taller de mecánica y ella habia aparecido con su padre, que necesitaba unos pistones para su motocicleta. Lay tenia veintiún años entonces, de modo que ella debía de tener dieciséis o diecisiete. Era la chica más timida que jamás había conocido. Y era evidente que seguia siendo tan tímida como de adolescente. Pero, aunque no lo mirara a la cara, él si que se habia fijado en ella. Todavía no podía creerse que la pequeña _Smith fuera esa mujer de cuerpo despampanante y precioso rostro.
Su perfume flotaba aún en el aire y, de pronto, se dio cuenta de que tanto él como WiFan seguían mirando hacia el pasillo por el que _ había desaparecido.
- Tranquilo, yo recojo todo -reaccionó WiFan por fin
-Te ayudo repuso Lay mientras alcanzaba una lata de guisantes-
- ¿Qué tal los señores Smith?, ¿siguen viviendo en la Avenida Belview? -Añadió con naturalidad
-El señor Smith fue operado la semana pasada de la rodilla - respondió WiFan a medida que apilaba latas de guisantes- _volvió ayer de Singapur para echarle una mano a su madre.
Por eso no la había visto antes, comprendió Lay.
-Así que de Singapur, ¿trabaja alli?
-La señora Smith dice que _ colabora con un periódico muy importante -contestó WiFan con orgullo-. Tiene su propia columna y todo.
Lay vio una tarjeta de crédito que había en el suelo y la recogió
- _ Hamilton -leyó en voz alta. Maldita fuera!, ¡estaba casada! -. Su marido debe de ser el que estaba esperando fuera. Un tipo grande de pelo rubio.
- Está divorciada - lo informó WiFan-. ¿Estás interesado en ella? -añadió con el ceño fruncido.
-¿Yo? Estoy demasiado ocupado para liarme con mujeres -contestó Lay, ocultando su satisfacción por las buenas noticias-. Ya sabes -añadió con un guiño de complicidad.
-Sí, claro. Cizhi se ha puesto tan pesada que anoche mismo accedí a volver con ella-replicó WiFan con sarcasmo.
-No creo que a Zhuka le haga mucha gracia si se entera - comentó Lay, decidido a hacer un poco de alcahuete, a fin de aumentar el ego de Wi Fan y de orientar la atención de éste hacia otras mujeres.
- ¿Zhuka?
-Sí, la semana pasada la oí decir que tenías la mejor sección de alimentos envasados de toda la ciudad.
- ¿En serio? -preguntó WiFan, sonriente - Bueno, la verdad es que estoy bastante orgulloso de ella -añadió, encogiéndose de hombros.
-Natural -reforzó Lay-. En fin, tengo que irme - agregó, al tiempo que tomaba dos latas de guisantes.
-Echalos en una lata de sopa de champiñones -le recomendó WiFan desde la distancia.
Cinco minutos después, finalizada la compra y olvidada la reparación del carburador.
Lay salió pitando del aparcamiento en dirección a la Avenida Belview.
Lay había vuelto. _ todavía aturdida había conducido hasta la casa de su padre y aparcó junto al Buick del 77 de sus padres. En la radio tronaba una espantosa canción de heavy metal, que jamás habría oido en circunstancias normales; pero había estado demasiado perturbada como para reparar siquiera en aquella desagradable sucesión de ruidos inarmónicos.
Zhan Yixing habia vuelto.
No se lo habría creído de no ser porque éste se habia dirigido a ella y la habia tocado. _ cerró los ojos y suspiró. La había tocado de verdad.
Seguía demasiado atónita como para sentirse avergonzada por haber tirado la torre de latas de guisantes y haberse caído. Bonita manera de superar su timidez adolescente, pensó pesarosa. Si que le habian servido los últimos cinco años como periodista independiente y agresiva. Habia bastado con mirar a Lay y toda su confianza se había ido al traste.
Claro que si había una persona a la que no había esperado encontrarse, a la que no había querido ver de nuevo, ésa era Zhang YiXing.
¿Qué estaría haciendo alli?, se preguntó mientras reposaba la cabeza sobre el volante, tratando de serenarse. Lay se había marchado de Changsha hacia doce años, dos antes de que ella ingresara en la universidad. Se había hecho famoso con las motocicletas de la noche a la mañana. Los medios de comunicación lo adoraban. no sólo por su apostura y su encanto, sino por su compromiso con diversas ONG. En una ocasión, hasta había donado a un orfanato el dinero que habia ganado por un anuncio de pantalones vaqueros.
Zhan Yi Xing, con su sonrisa devastadora y sus ojos hechizantes. Lo había visto en un sinfín de revistas y periódicos sensacionalistas que habían intentado buscar asuntos turbios en su vida privada.
Pero había un artículo que no había podido olvidar: una demanda de paternidad presentada por una bonita rubia...
Lay había terminado ganando el caso. Su abogado había logrado demostrar que la mujer había mentido para conseguir dinero; pero la batalla había sido dura, muy seguida por los medios de comunicación, y todos los detalles de su vida privada habían sido aireados: Su madre había muerto a los diez años, el padrastro que le pegaba, el año que había pasado en el Reformatorio de Changsha, así como su estrecha amistad con Huang Zi Tao y Xiao Luhan.
Habían violado su intimidad, pero él había salido airoso y habia esquivado hablar de su pasado con los periodistas, seduciéndolos con su inteligencia y encanto...
Y había vuelto. Que Dios la ayudara, pero había vuelto. Salió del coche y, aunque notó que las piernas le temblaban, se obligó a mostrarse tranquila frente a sus padres. Abrió la puerta y olió el aroma de la ternera que su madre había cocinado.
-Qué pronto vuelves -comentó Janet Smith mientras salía de la cocina - ¿Lo has encontrado todo bien? El nuevo empleado que Wifan ha contratado ha cambiado las cosas de sitio y me tiene hecha un lio. La semana pasada me tiré cinco minutos para encontrar el zumo de naranja... Por cierto, ¿te has tomado el vaso que te puse antes?-añadió la madre, girándose hacia su marido, en el salón.
El padre de _ asintió sin levantar la vista del periódico que estaba leyendo.
Tenía una pierna vendada y una bata azul cubría el resto de su cuerpo._ se dio cuenta de que se había ido del mercado sin comprar nada. ¿Cómo iba a haber hecho la compra después de haber visto a Lay?
-Yo... se me perdió la lista que me diste -Contestó_-. Tendré que volver.
No te preocupes, cariño. No hay nada que no pueda esperar hasta mañana. La cena ya está casi lista dijo la madre de _-. Estás un poco pálida. ¿Te pasa algo? - añadió Janet, con el ceño fruncido.
-No, nada. Estoy bien, perfectamente Luego se giró para que su madre no notara que estaba mintiendo y dejó el bolso sobre la mesa de la entrada. Janet Smith sabía todo cuanto sucedía en Changsha. ¿Acaso no le había contado lo del divorcio de Helen Burnette?, ¿lo de la discusión entre Phyllis White y Susan Meyer por los ladridos del perro de ésta?
¿Cómo podía contarle eso y no mencionar siquiera que Yixing había vuelto a la ciudad? ¡Ese hombre era una celebridad, por todos los Santos!
Capítulo 3: Quédate a cenar
Aunque quizá no estuviera viviendo allí. Puede que sólo estuviera visitando a Huang Zi Tao. Sabía que Tao se había casado con Mien meses atrás y que Lay había sido el testigo del novio. Sus padres habían sido invitados al banquete de bodas; de hecho, casi toda la ciudad había estado presente en aquella fiesta. Su madre no había parado de decirle la maravillosa pareja que Tao y Mien hacían. Y cuando le había empezado a contar lo encantador que había estado Lay, invitándola a bailar, había colgado el teléfono de inmediato. No podía hablar de Lay con su madre.
De hecho, no podía hablar de él con nadie. Nunca.
-Cariño, ¿segura que estás bien?
-Sólo un poco cansada - repuso _ consciente de que llevaba medio minuto parada frente al espejo-. Voy a ver qué tal está Tyler y luego pondré las patatas a calentar.
-Tyler sigue viendo el vídeo que le pusiste antes de marcharte, y las patatas ya están asándose. Por cierto, la señorita Henderson, la directora del colegio, ha llamado mientras estabas fuera. Dice que abren el lunes y que puedes llevar a Tyler si te apetece.
Gracias a Dios, pensó _.
Un niño de cuatro años sin nada que hacer era como estar ante un tornado aguardando a que se calmara. Estaría mucho más entretenido jugando con otros chicos, y ella estaría más relajada... O al menos eso habia creído hasta.
-Acuéstate un rato - le recomendó su madre-. Te avisaré cuando la cena esté lista.
Sí, unos minutos a solas le iría bien para serenarse, se dijo mientras iba a su vieja habitación. Ver a Lay sólo había sido una coincidencia desafortunada, lo más probable fuera que estuviera de paso por la ciudad para saludar a Tao y, aunque pensara quedarse unos días, Changsha no era tan pequeña, de modo que la probabilidad de cruzarse con él de nuevo era prácticamente inexistente.
Antes de entrar en su dormitorio, se acercó a su padre para darle un beso en la mejilla. Se había jubilado hacía sólo seis meses y tenía demasiado tiempo libre.
Incluso a pesar de llevar treinta y seis años casados, a su madre, que tenía más paciencia que una santa, le estaban entrando ganas de estrangularlo. Y si habia estado pesado antes de la operación, desde entonces estaba el doble de gruñón.
- ¿Quieres algo, papi? - le preguntó.
-Tráeme un whisky y un puro -contestó él con voz ronca -. Te pagaré en efectivo.
-El dinero no me servirá de nada si estoy muerta. Mamá dice que no puedes tomar alcohol ni tabaco hasta que no te hayas recuperado y como te oiga toser por mi culpa nos dará tina paliza a los dos.
El padre de se limitó a murmurar algo sobre esposas histéricas e hijas desagradecidas...
Y sonó el timbre.
- ¿Puedes abrir? - Le pidió Janet desde la cocina-. Jim Becker va a traernos unas muletas para papá.
Sonrió al ver que su padre escondía la cabeza en el periódico. Sabia que era un hombre testarudo, pero si alguien podía controlarlo ésa era su madre.
Salvo por su encuentro con Lay en el supermercado, se alegraba de haber vuelto a casa. Había echado de menos el olor fragante de la cocina, las cancioncillas que tarareaba su madre, hasta el carácter hosco de su padre. La vida se le habia complicado mucho en los últimos años, comprendió de repente.
Y por eso tenía que disfrutar de su estancia en Changsha. Disfrutar de Tyler y de la compañía de sus padres. Hacía mucho que había dejado atrás el pasado. Para ella sólo existía el presente.
El timbre volvió a sonar y cuando _ abrió la puerta, el pasado que había dejado atrás apareció frente al umbral, mirándola con unos ojos brillantes.
Lay no recordaba haber visto unos ojos tan oscuros y grandes... ¿y nerviosos?
De modo que sí que seguía siendo tímida, pensó con agrado. La mayoría de las mujeres parecían demasiado seguras de sí mismas, casi intimidantes incluso. Le gustaba que vacilaran un poco; sobre todo si él era la causa de tal inseguridad.
-Perdiste la tarjeta en el mercado y compré un billete para dos a Jamaica. Pensé que no te importaría -bromeó Lay - Nos vamos la semana que viene.
lo miró, pestañeó y agarró la tarjeta de crédito.
-Gracias.
Y luego le cerró la puerta en las narices. Lo cual no era precisamente lo que él habia esperado.
Puede que la _Smith que recordaba fuera tímida, pero también era amable,pensó Lay intrigado.
Notó que la señorita Philips, la vecina de al lado, estaba regando las plantas del jardín. Había trabajado en el Reformatorio de Changsha durante la estancia de Lay allí, y ya entonces era mayor. Ahora parecía mucho más frágil y fingía no haber visto que _ había dado con la puerta en las narices.
Puede que ésta siguiera viéndolo como una especie de criminal, aunque ya hubieran pasado veinte años de su paso por el reformatorio. Su «pecado» habia sido darse una vuelta con Linda la nueva moto del hermano de ella. No habia ocurrido nada. pero Bob no se había mostrado comprensivo. Y el juez tampoco.
Aunque no le había importado ir al reformatorio. Alli había conocido a Tao y Luhan, le daban de comer todos los días y nadie le pegaba en el estómago por dejar la ropa en una silla o poner la música muy alta. De hecho, casi habian sido unas vacaciones para él.
Pero de eso hacía mucho tiempo. No era posible que ésa fuera la causa del nerviosismo de _.
Miró la puerta y frunció el ceño. Sabía que tenía trabajo pendiente y que debia marcharse; pero Lay no era un hombre que le huyera los desafios. Y esa _Smith, fuese quien fuese, era, sin duda, todo un desafió.
Volvió a llamar a la puerta y esta vez fue Janet Smith la que la abrió, segundos más tarde.
- !YiXing!, ¡qué sorpresa tan agradable! Pasa, pasa - lo invitó -. No te veía desde la boda. _ cariño, ¡mira quién ha venido! _ se tomó un instante para calmarse y luego se giró con una sonrisa en los labios.
-Nos topamos en el supermercado -comentó Lay.
-¿Por qué no me lo habías dicho? - Le preguntó Janet a su hija - Bueno, ya que has venido, llegas a tiempo para cenar. Y no admito un no por respuesta. Te gusta el asado con patatas, ¿verdad, Lay?
-Me encanta -repuso éste - ¿Necesitas guisantes? - le ofreció luego a Janet.
-¡Qué detalle! -exclamó ésta-. Precisamente habia mandado a _por una lata,pero se olvidó de la lista -añadió, al tiempo que la hija se sonrojaba.
Saben riquísimos con crema de champiñones -apuntó Lay.
-¿Sabes cocinar? Es fantástico.
Sabe cocinar - le dijo Janet . Cielos, tengo que ocuparme del postre._cariño, lleva a Lay a que salude a papá.
Lay observo un ligero temblor en _ cuando su madre los dejó a solas. Se quedó rígida como un poste y batalló entre mostrarse educada y echarlo a patadas de la casa.
Se debiera a lo que se debiera, Lay tuvo la certeza de que ahí habia algo más que mera timidez.
Un desafio y un misterio... Ya sólo quedaba que lograse hablar con ella.
-He oído que te casaste.
-Sí -repuso
Lay frunció el ceño. Se suponía que tenía que haber respondido que se habia divorciado.
-Y también he oído que te has divorciado.
-¡Ah, si?
-y que eres periodista de un diario de Singapur. Con tu propia columna y todo insistió Lay.
-Has oído muchas cosas.
- ¿Y es verdad?
- ¿Qué soy periodista?
-Que te has divorciado.
-Si.
Capítulo 4: Has Roto mi bici
Lay se acercó a ella. Olía de maravilla.
-Podríamos quedar para cenar alguna vez. Contarnos qué hemos hecho en los últimos doce años.
-No creo, Lay - _ dio un paso atrás -. He venido a cuidar de mi padre unas pocas semanas. No voy a tener tiempo.
-Un café, entonces -propuso Lay, aproximándose de nuevo a ella - Mañana por la noche. _ palideció, se quedó quieta un segundo y luego lo agarró por un brazo y tiró de Lay hacia el salón:
- ¿Por qué no saludas a mi padre?
El súbito cambio de conversación lo sorprendió pero, dado que al menos lo estaba tocando, decidió que estaba progresando.
-¿Qué tal la pierna, señor Smith? -le preguntó Lay a la página de deportes.
El periódico descendió. Thomas Smith estaba igual que siempre, aunque tenía el pelo canoso y sus entradas eran más profundas.
-¿Sigues montando en moto, Lay?
-Sólo por placer, señor.
- ¿Tienes whisky?
-No.
-¿Y un puro?
-Me temo que tampoco.
-La próxima vez ven con las dos cosas.
-Si, señor.
El periódico ascendió y Lay comprendió que la conversación había concluido; no muy larga, pero productiva, pues había sido invitado nuevamente. Le lanzó una sonrisa a _. y ésta, al darse cuenta de que seguía sujetándole el brazo, retiró la mano.
-Perdón - se retiró ella-, tengo que... ver una cosa. ¿Por qué no te sientas? Vuelvo en un...
-Mami, la peli ha terminado!
Dos bracitos agarraron a _ por la parte trasera de las rodillas, haciéndola perder el equilibrio y caer en los brazos de Lay. Este la recogió con suavidad, disfrutando del tacto de sus pechos contra el torso. Y cuando ella intento separarse, para deleite de Lay, sólo consiguió que la fricción aumentara. _ alzó la vista y miró con expresión, aterrorizada. Después, tras lograr liberarse, se giró hacia el torbellino moreno que la había tirado.
-¡Tyler! - Lo reconvino
-. Te he dicho mil veces que no hagas eso.
-Se me olvido -el pequeño metió las manos en los bolsillos y miro al suelo afligido
-. Lo siento, sólo quería abrazarte.
Lay se dio cuenta de que el chico le estaba echando teatro. Era bueno, pensó divertido. No sabía nada de niños, pero calculo que éste debia rondar los cinco años.
Tenía el pelo negro, al igual que sus ojos y sus cejas. Ya juzgar por el tamaño de sus pies, sería un gigantón cuando cumpliera los dieciséis.
Así que la pequeña _ tenía un hijo.
-Los abrazos tienen que ser cariñosos, cariño - le dijo ella, poniéndose a la altura de Tyler-. Tienes que tener más cuidado.
El niño asintió, miró hacia arriba y se quedó mirando a Lay. - , situada a la espalda de Tyler, le acarició los hombros y procedió a las presentaciones.
-Tyler, éste es Lay. Lay, mi hijo Tyler.
Lay extendió la mano y el chico la estrechó de inmediato. Bien agarrada, pensó Lay.
- ¿Cómo te va, Tyler?
- ¿Conduces camiones?
¿Es que todos los miembros de esa familia respondían a las preguntas con otra pregunta?
-Si, pero prefiero las motos.
-Las motos son geniales -afirmó el pequeño-. Pero yo quiero conducir un camión cuando sea mayor.
-Quizá podamos dar una vuelta un día, si a tu madre le parece bien.
-¿De verdad? preguntó Tyler, emocionado - ¿En moto o en camión?
-Como quieras.
-¿En serio?, ¿puedo, mamá? _ había estado negando con la cabeza, pero se quedó quieta cuando Tyler la miró con aquella expresión tan esperanzada.
-Me temo que no, mi vida. Todavía eres pequeño para montar en moto.
- Tengo casi cinco años -protestó Tyler-. Tommy Fuscoe va en la moto de su papá todo el tiempo y es más pequeño que yo.
-Tú no eres Tommy Fuscoe -dijo _ con firmeza-. Pero ya veremos.
Era evidente que no estaba dispuesta a dejarlo, pero era probable que, entre los dos, la hicieran cambiar de opinión.
- ¿Te enseño mi bici? Le pregunto Tyler a Lay - Mi abuelo me la ha comprado para cuando esté aquí, ¿verdad, abuelo?
-Necesita que le cambien las llantas -murmuró Thomas.
-Vamos, está en el garaje -dijo Tyler, corriendo ya hacia la puerta.
-Voy.
los siguió, con cuidado de no rozarse con Lay. Pero éste todavía sentía el calor de su cuerpo, y estaba ansioso por volver a sentirlo. Y próxima vez, se encargaría de que estuvieran a solas.
-Un niño muy rico -comentó Lay tras agarrarle una mano -. Debe de parecerse a su padre.
se encogió de hombros y miró hacia la dirección por la que había desaparecido Tyler, no sin que Lay apreciara antes la expresión dolorida de sus ojos.
Al parecer, seguía enamorada de aquel tipo, se lamentó Lay.
- ¿Lo ves mucho?
- ¿A quién? -preguntó _ con el ceño fruncido.
-Al padre de Tyler, tu ex.
-Oh -denegó con la cabeza-. Vive en otro lado.
Lay pensó en su propio padre, al que nunca había llegado a conocer; luego pensó en su padrastro, al que habría deseado no haber conocido jamás, y sintió una conexión especial con el hijo de _.
-Tiene que ser duro para Tyler.
-Sólo tenía un año cuando nos divorciamos. No se acuerda de él - contestó _.
-. Lay, te agradezco que hayas venido; pero, en serio, preferiria.
Al oír un grito de Tyler, _ dejó la frase colgando y corrió hacia el garaje. Lay la siguio al instante y, al llegar, oyó los gemidos del pequeño, arrodillado frente a un coche blanco... que estaba sobre la rueda trasera de su bicicleta.
-Me la has roto -se quejó Tyler-. Me has roto la bici.
-Cariño, lo siento - se disculpó
-. Yo.. no me di cuenta.
Lay se subió al coche, colocó la palanca en punto muerto y empujo hacia atrás para liberar la bicicleta.
-Nunca podré montarla -sollozó Tyler mientras tocaba el manillar.
-Te compraré otra, cariño - le prometio _.
-No quiero otra bici. Esta era la mejor y me la regaló el abuelo.
Lay examinó la bicicleta y, sin pensarlo, dijo: -Yo te la arreglo.
Tyler dejó de llorar y tanto él como su madre lo miraron. ¿Por qué habia dicho eso?, se preguntó Lay. El nunca había arreglado una bicicleta.
- ¿De verdad? -preguntó Tyler.
-Por supuesto -respondió Lay, a pesar de todo el trabajo que tenía-. Una bici es una moto sin motor, ¿verdad? No puede ser muy diferente. Si quieres, puedes venir a mi taller y ayudarme. La dejaremos como nueva. Mejor incluso.
- ¿Mejor? -a Tyler se le ilumino la cara- ¿Y puedo ayudarte?, ¿de verdad? ¿Has oído, mami? Lay dice que puedo ayudarlo. Voy a decirselo a los abuelos.
Y, un segundo después, desapareció como un rayo.
-Qué embarazoso comentó _.-. Pensarás que soy una tonta.
-Tómate un café conmigo mañana y te diré lo que pienso de ti - repuso Lay, dando un paso hacia ella.
-Lo siento, Lay -denegó _ con tono triste-. Estoy muy ocupada. No puedo, de verdad.
- ¿No puedes o no quieres? -insistió él.
-Lo siento -repuso _ con voz neutra-. No estoy interesada.
- ¿Puedo preguntar por qué? -quiso saber Lay, algo herido en el orgullo.
-Como te he dicho, sólo he venido unas semanas para ayudar a mis padres. No he venido con ganas de...
-¿Sexo salvaje? - bromeó Lay, sonriente, al verla vacilar- ¿Crees que es eso lo que busco?, ¿un café y luego sexo salvaje? Puede que sea rápido, cariño, pero no soy un hombre fácil añadió, haciéndose el ofendido.
-No pretendía ser ruda -se disculpó venido por mis padres. Dijo , ruborizada-. Pero, insisto, sólo he venido por mis padres.
Para no estar interesada en él, pensó Lay, estaba terriblemente tensa y nerviosa; pero quizá fuera mejor darle un respiro... por el momento.
-Está bien - Lay esbozó la mejor de sus sonrisas y le ofreció la mano- ¿Podemos ser amigos?
-Sí -respondió-Seguro. Respondió tras posar su palma con suavidad sobre la mano de Lay -
Luego retiró el brazo para que no se notara que estaba temblando. Era evidente que había química entre los dos, pensó Lay con satisfacción.
-Le explicaré a Tyler que estás muy ocupado en tu taller. Hay una tienda de bicicletas en la ciudad; puedo llevarla a que la reparen mañana.
-No me he ofrecido a arreglarle la bici a Tyler para acostarme contigo _ repuso Lay -. No sé qué pensarás de mi, pero todavía no he caido tan bajo.
-Perdón, no lo decía en ese sentido - se disculpó, azorada-. Solo te estaba ofreciendo una salida...
-Cuando necesite una salida te lo haré saber _- Lay se agachó a examinar la bicicleta- Puedo arreglar la rueda, pero tendré que encargar un par de piezas.
Acércate con Tyler por el taller mañana... Prometo no acosarte._ esbozó una sonrisa sincera; la primera sonrisa sincera que Lay habia logrado arrancarle y por un momento, la tensión que corría entre ambos desapareció. No cabía duda de que estaba aún más guapa cuando sonreía de esa manera. Sin duda no iba a dejarla escapar sin más. Aunque, por el momento, tendría que contentarse con el asado con patatas de su madre.
Capítulo 5: Quédate conmigo, Cindy
No podía dormir. Ni la ducha caliente, ni contar ovejas, ni leer tres capítulos de un libro aburrido, nada funcionaba. Estaba desvelada y, por más que tratara de evitario, no podía dejar de pensar en las tan dos horas que habia durado la cena.
Se había sentado a su lado, había sonreido y le había pasado las patatas como si fuera cualquiera de los invitados de sus padres. Lo que no era así en absoluto. Desde luego, tenía buen apetito, iendo como comía, no podia entender que Lay no tuviera veinte o treinta kilos más; pero el hombre no tenía ni un gramo de grasa. Lo había advertido cuando Tyler la había hecho caer sobre sus potentes brazos y Lay la había sujetado contra el pecho. Era todo músculo, de punta a punta de sus anchos hombros.
Es decir, que seguía tal como lo recordaba hacía cinco años
¿Cómo podía aparecer de repente y poner toda su vida patas arriba?
se incorporó y encendió la lámpara de noche. Cruzarse con Lay en el supermercado era una cosa, pero que éste se presentara en su casa y sedujera a toda su familia con su encanto era totalmente diferente.
La imagen de su hijo dándole la manita a Lay quedaría grabada para siempre en su memoria.
En ese momento, había tenido la sensación de que el mundo se había detenido y no existia nadie salvo ellos dos. Los dos hombres que, sin quererlo, habían transformado su vida, sin que ninguno de los dos supiera lo importantes que para ella eran.
Después, tras haber recuperado la respiración, se había limitado a mirarlos asombrada, sin poder creerse que dos personas tan fantásticas formaran parte de su vida. Habia experimentado una inmensa e inesperada calma. De pronto, como si hubiera estado esperando ese momento sin ser consciente de ello, se había sentido muy aliviada, liberada del temor por lo que podría suceder en caso de que Lay llegara a conocer a su hijo.
Pero, ¿cómo iba a sospechar siquiera que él era padre de Tyler, si no era consciente de haber hecho el amor con ella?
Suspiró profundamente y miró la habitación alrededor. Aquél había sido su dormitorio hasta que diez años antes se había ido de casa. Se había marchado a una universidad de Begin buscando nuevas emociones, pero no había tardado en comprender que una chica tímida como ella no encajaba en la gran ciudad. Aun así, había aguantado el tirón, se había licenciado como periodista y había conseguido su primer trabajo, en el periódico de Manchester. Habia comenzado sirviendo cafés, pero _se había jurado que, de alguna manera, lograría hacerlos ver que era capaz de redactar buenos artículos.
Lo único que necesitaba era una oportunidad. Ocho meses después, debido a una gripe que había dejado en cama a dos tercios de la plantilla, le había llegado su oportunidad debía asistir al circuito en el que se celebraba el Campeonato de Motociclismo y entrevistar al dos veces campeón Lay.
De todos los famosos del mundo, el destino le había elegido a Lay, el hombre que la había defendido cuando ella tenía trece años y Roger Gerckee, después de reirse de sus gafas y de su coleta roja, le había quitado la comida y la había tirado a la basura. Entonces, como un caballero sobre un caballo blanco, Lay había aparecido y se había dirigido a Roger en un tono lentamente calmado. Y, después de decirle que no debia desperdiciar así la comida, habia tirado a Gerckee al mismo contenedor de basura. Todo el colegio lo había celebrado con vitores y ella se había enamorado.
Nunca le había contado a nadie sus sentimientos hacia Lay. Se habría convertido en el hazmerreir del instituto de haberlo hecho.
Porque ella no era como las demás chicas, que siempre sabian qué decir, qué ropa llevar y cómo comportarse. Ella no encajaba y enamorarse de un chico como Lay era absurdo; no sólo era mayor que ella, sino que formaba parte del Trio de los Chicos Malos... De modo que se había resignado a que Lay no se fijara en ella.
Así, se había refugiado en las clases y los libros, reservándose para sí sus fantasías sobre Lay.
Fantasías en las que ella se convertía en una muier despampanante que le robaba el corazón; fantasias que la habían acompañado durante todo el instituto y toda la universidad.
Hasta que hacía cinco años y seis meses se habia visto obligada a entrevistarlo a fin de no perder su empleo.
Había visto la carrera en la que Lay había vuelto a proclamarse campeón nacional, había conducido hasta el hotel donde éste se alojaba y tras reunir el valor necesario, había subido hasta su suite.
La fiesta de celebración se hallaba en pleno apogeo. El salón estaba atestado de invitados que no paraban de hablar y reir, la música sonaba a todo volumen y un hombre rubio se paseaba con una bandeja de copas de champán en la mano. Todas las mujeres eran guapas, al igual que los hombres, lo que la había hecho sentirse fuera de lugar.
No podía realizar aquella entrevista. Todavía no había visto a Lay y tampoco éste la había visto a ella. Si se marchaba en ese momento no tendria que sufrir la humillación de que Lay no la reconociera.
Entonces, cuando ya estaba yéndose, pensando qué mentira le contaría a su jefe, el hombre del champán le bloqueo el paso y le ofreció una copa:
- ¿Te mandan del hotel? -habia preguntado él.
-Yo...
-Es en el baño del dormitorio -la había interrumpido el hombre._había tratado de explicar que no era del hotel, pero la música estaba muy alta y el hombre no había logrado oírla y la había acabado llevando hasta el cuarto de baño, para marcharse a continuación. Una vez a solas, después de echar el cerrojo, había mirado su copa de champán y se la habia bebido de un trago. Y, aunque no tenía costumbre de beber, le había gustado el burbujeo que habia sentido en la garganta. Así como la súbita desinhibición que había empezado a entrarle.
Habia sacado la grabadora del bolso, había dicho probando, probando para comprobar que funcionaba y, después, se había fijado en el reflejo de su imagen en el espejo. Al menos podía haberse pintado los labios un poco, o intentar hacer algo con el pelo, pensó.
- que _ nunca hasta entonces se había preocupado por cosméticos ni peinados especiales. Pero en esos momentos ya no tenia remedio.
Entonces, al abrir el grifo del lavabo, un chorro de agua fría le había empapado la chaqueta. Al parecer, había encontrado el motivo por el que necesitaban un fontanero para la suite.
Así, tras quitarse la chaqueta, meterla en el bolso y secar el agua que habia caído al suelo, había salido del baño del dormitorio, totalmente a oscuras, y, avanzando a tientas, habia acabado chocando con el pecho de un hombre.
-Perdón, no pretendía asustarte -se había disculpado éste al oírla gritar-. Pensé que tal vez te encontraría aquí.
¡Era Lay!, ¿acaso la había visto y había llegado a reconocerla?
- ¿Sí? -acertó a preguntar.
-He oído que querias verme.-habia susurrado él.
-Bueno... la verdad es que sí... aunque no quiero que te pierdas la fiesta había respondido.
-Se han ido todos a la suite de al lado. Hay un partido de fútbol y el televisor de alli es más grande -habia comentado Lay, al tiempo que le acariciaba un hombro, hasta rozarle el cabello.
-Te has dejado crecer el pelo. Me gusta.-
-Gracias -había susurrado témula por las caricias de Lay.
-Relajate - habia dicho este entonces - Sé que hace bastante tiempo, pero no tienes por qué estar tan nerviosa.
-No estoy nerviosa -había mentido ella - Pero sé que estás muy ocupado, asi que... quizá debamos empezar cuanto antes.
Entonces, después de envolverla con los brazos y recostarla sobre la cama, Lay la había besado como nunca la habian besado en su vida.
- Lay, no creo que... -_ se había resistido ella, a pesar del placer que le estaban proporcionando las caricias de Lay.
.- Tranquila - la había interrumpido éste, al tiempo que le lamía el lóbulo de una oreja- Es mucho mejor cuando no se piensa en nada
Y era cierto. Jamás habia sentido algo tan maravilloso. Después de tantos años, sus fantasías sexuales se estaban haciendo realidad. ¿Por qué iba a negarse ese placer?
Tenía veinticuatro años. ¿No iba siendo hora de saber lo que era estar con un hombre?
Las manos de Lay le estaban recorriendo todo e cuerpo: los pechos, las piernas; le estaba levantando la falda y haciéndola sentir un calor desconocido que la impulsaba a apretarse a él más y más.
-Te noto diferente -había susurrado Lay entre dos besos.
Y era verdad. Desde el primero de los besos que se habían dado, ella había dejado de ser la pequeña Smith. Se había convertido en una mujer, que gemía y disfrutaba mientras Lay le desabrochaba la blusa, le quitaba el sostén y jugueteaba con sus pezones endurecidos
Jamás había imaginado que pudiera sentir un placer semejante, que partía de su pecho y llegaba hasta sus partes más intimas. Se arque buscándolo desesperadamente, provocándolo hasta que Lay se colocó donde ella queria y necesitaba.
No sintió dolor, sino una inmensa e inefable satisfacción, cuando Lay la penetro. Una satisfacción más intensa con cada arremetida, hasta que él se desplomó vencido y la abrazo con cariño:
-Quédate conmigo, Cindy -le habla susurrado
¿Cindy?, se repitio.- humillada. ¡Dios, la había confundido con otra mujer, comprendio sin apenas respiración. De pronto deseó que la tierra se la tragara y se quedo quieta, inmóvil, hasta que Lay se hubo dormido y ella pudo vestirse y marcharse a oscuras.
Capítulo 6:
Smith Has Roto mi bici
Por suerte, pensó a continuación mientras iba en busca de su coche, Lay nunca se enteraría de con quién se había acostado, ya que él la había tomado por otra y el hombre del champán, por una encargada del hotel.
Aquella noche, después de llorar durante todo el viaje de vuelta, llegó a casa y escribió el artículo El editor del periódico quedó lo suficientemente contento como para confiarle nuevos encargos Y, poco a poco, sus colaboraciones se hicieron más frecuentes, hasta conseguir su propia columna. Dos meses después, mientras miraba los resultados de la prueba del embarazo que se había hecho y leía la sentencia sobre la demanda de paternidad de Lay, comprendió que no podía decirle que iba a ser padre... Sobre todo, cuando ni siquiera era consciente de que se había acostado con ella.
En cualquier caso, Lay, el hombre al que habia amado desde los trece años, era el padre de su hijo. Se tocó el estómago, maravillada por aquel milagro, y supo que amaría a ese bebé con todo su corazón. Y fue tal su felicidad que reunió valor para decirles a sus padres que estaba embarazada y que no tenía intención de casarse con nadie, convencida de que podría liberarse del pasado y olvidarse de Lay.
Más tarde, cuando Tyler tenía seis meses, se casó con Richard, pero pronto comprendieron que su matrimonio había sido un error y se divorciaron un año después. Ella se quedo con un apartamento modesto pero acogedor y, cuando no estaba trabajando en el periódico, salía a pasear con Tyler por un jardín cercano.
Ya no era la pequeña _Smith. La vida le habla enseñado un par de lecciones, y hasta había aprendido a maquillarse y a arreglarse el pelo. Había sustituido las gafas por unas lentes y había comenzado a mejorar su estilo vistiéndose.
Era una mujer nueva, de la que se sentia muy satisfecha: una madre y una periodista prestigiosa. No necesitaba nada en la vida, ningún hombre, y menos aún a Lay.
-A ver si entiendo -comentó Tao mientras le daba un sorbo a una lata de cerveza-. ¿Me estás diciendo que Lay, el soltero más codiciado del mundo, está teniendo problemas de faldas?
¿He dicho yo que tuviera problemas? -repuso Lay desabrido-. No he dicho nada de problemas. ¿Has venido a ayudarme, o a beberte mi cerveza y meter las narices en mi vida privada?
-¡Qué susceptible! -Bromeó Tao- Así que te ha dado calabazas, ¿eh? ¿Y quién es esa mujer con tan buen juicio?
-Si no vas a ayudarme, lárgate -gruñó Lay - Estoy ocupado -añadió, mientras reparaba una motocicleta.
-Quiero ayudarte -aseguró Tao-. Sólo dime quién es, Lay. Te prometo que no me reiré de ti. _ Smith -murmuró Lay a regañadientes, sabedor de que Tao no lo dejaría en paz hasta descubrir el nombre.
-Cómo dices? -Tao ladeó una oreja y se acercó para oír mejor-. ¿Ingrid Whit?
Smith -espetó Lay
De no haber estado tan enojado, Lay se habría echado a reír de la cara de sorpresa de Tao.
Smith? -repitió éste-. ¿Te refieres a la Smith callada como un ratón, que nunca miraba a nadie a la cara, de gafas grandes y pelo castaño?
-La misma -aunque totalmente diferente, pensó Lay.
-Bueno, no me extraña que te haya dicho que no -rió Tao--. Has intentado ligar con una mujer cuyo coeficiente de inteligencia supera la talla de sus pies.
Lay se puso firme y miró a Tao con gesto ominoso;
-¿No tienes un rancho donde marcharte y una mujer embarazada de la que cuidar?
-Hay un mozo ocupándose del rancho y Mien está de mal humor esta mañana. Los gemelos están jugando un partido de 7 fútbol en su estómago, así que he pensado que necesitaba estar un rato a solas.
-Yo también necesito estar a solas. Lárgate de una vez, maldita sea -replicó Lay.
-Y, aparte de por su indudable sentido común prosiguió Tao sin inmutarse-, ¿por qué te ha rechazado _?
Lay apretó los dientes. Se había pasado la noche entera tratando de responderse a esa misma pregunta. El tenía sentido del humor, su aspecto no era desagradable, decían que era un hombre encantador...
Claro que ella era periodista. Quizà a las periodistas les gustaran los hombres sensibles, reflexivos, que leen poesía, fuman en pipa y se sientan en la montaña para contemplar el universo.
O quizá, simplemente, no sintiera la menor atracción por él, admitió a su pesar. Pero no debía ser tan cerrada, pensó irritado. Si no le daba una oportunidad, ¿cómo iba a saber si su compañía podía resultarle agradable? _ debía arriesgarse un poco y aumentar sus horizontes, unos horizontes que terminaran incluyéndolo a él, por supuesto.
-Es más delicada que la mayoría de las mujeres -respondió Lay por fin -. Sólo me he precipitado un poco, eso es todo.
- ¿Lay precipitándose? -se burló Tao-Imposible.
-¡Fuera, Tao! Márchate ahora mismo si no quieres que te dé con el tubo de escape en..
-Perdón...
Los dos hombres se giraron al oir la rugosa voz de _ , de pie en el umbral del taller de Lay, con las manos sobre los hombros de su hijo.. espero que no sea un mal momento pero es que estaba abierto...
Simplemente, no logró responderla. La luz del exterior iluminaba su cabello, haciéndolo brillar. Lo llevaba suelto y caía sobre su jersey rosa, color que hacía juego con sus labios.
-i¿_ Smith? -preguntó Tao, boquiabierto
Capítulo 7: ¡Estoy arreglando mi bici!
—Hola, Tao —_ sonrió—. Me sorprende que te acuerdes de mí.
—Me acuerdo de _ Smith —repuso él—. Pero no me acuerdo de ti —matizó Tao.
—Gracias, supongo... Este es mi hijo, Tyler. Tyler, el señor Huang —los presentó a continuación.
—Llámame Tao —le dijo éste al pequeño, tras arrodillarse para ponerse a su altura y estrecharle la mano.
-- Lay vino a cenar anoche y mi madre espachurró mi bici y Lay dice que puede arreglarla y que yo puedo ayudarlo.
— ¿En serio? —Tao miró a Lay sonriente—. Pues has venido al lugar apropiado. Lay puede arreglar cualquier cosa. Hasta hará que la bici vaya más rápida.
— ¿De verdad, Lay? —preguntó Tyler, ilusionado.
—Seguro, pequeño —repuso Lay sonriente, tras fruncirle el ceño a Tao.
— ¿Quieres ver mi bici? —le preguntó Tyler a Tao.
—Por supuesto —Tao agarró la mano del pequeño—. Venga, enséñamela.
Desaparecieron antes de que _ pudiera protestar y, de pronto, se quedó sin respiración al hallarse a solas frente a Lay.
Se había remangado la camisa hasta los codos, lo que dejaba al descubierto sus potentes antebrazos. Unos vaqueros azules se ajustaban a sus piernas musculadas... De alguna manera, todo él resultaba masculino y sexual.
Sabía que Lay la estaba mirando, sonriente, como si estuviera leyéndole los pensamientos. Entonces, cuando sonó el teléfono móvil, Lay se giró. para responder. _ exhaló un suspiro y se dio una vuelta por el taller para relajarse. Estaba limpio, pensó: el suelo de cemento brillaba, las paredes estaban recién pintadas y el sol entraba por las ventanas, inmaculadas. Había varias motos en una pared, pendientes de reparación, así como llantas, tubos de escape y varios sillines. A pesar de su desconocimiento, notó que eran motos potentes, formidables, al igual que el hombre que las reparaba, se dijo ruborizada.
Se obligó a no abandonarse a las fantasías eróticas que se agolpaban en su cabeza y se dirigió a una esquina en la que había un despacho, repleto de cartas, periódicos y fotografías de Lay.
—Me rompí la pierna cuando caí —la sorprendió él al verla mirar una foto de un accidente en la que aparecía por los aires—. Me tuvo fuera del circuito durante seis meses.
—Lo recuerdo —reconoció _—. Fue en Hong Kong.
—Vaya, vaya — Lay se sentó sobre el escritorio, rozándole la pierna con la rodilla—. No pensé que fueras aficionada a las motos.
—En realidad no lo soy —repuso , arrepentida—. Esa semana tuve que sustituir a un compañero que cubría la columna de deportes.
—Escribiste un artículo sobre mí? —preguntó Lay, con las cejas enarcadas—. ¿Qué pusiste?
—Fue hace mucho tiempo, Lay —contestó , fingiendo que no recordaba cada una de las palabras de aquel artículo.
—Muchas gracias, _ —dijo Lay con sequedad—. Recuérdame que te llame si alguna vez tengo el ego por las nubes.
—A juzgar por todos tus trofeos, me iba a gastar un dineral en teléfono —replicó ella, sonriente. Luego se fijó en una agenda que había abierta sobre la mesa—. Cuántos teléfonos: ¿son todos de mujeres?
--Amigas nada más —aseguró Lay, cuya pierna ya estaba rozándole uno de los muslos. _ sintió un chispazo eléctrico y se bajó de la mesa con disimulo, para mirar los retratos que había colgados en la pared. Y, de todas, hubo una antigua, en blanco y negro, que llamó su atención por encima de las demás.
Tres jovencitos guapísimos, con sonrisas cautivadoras. Lay iba de negro, estaba sentado sobre una moto y sujetaba un trofeo de oro mientras sonreía a la cámara. Tao estaba delante, de rodillas, mientras que Louis se había retrasado y tenía los brazos cruzados sobre el pecho.
—Fue seis meses después de salir del instituto —la informó Lay —. Mi primera victoria.
se quedó paralizada al advertir la proximidad de Lay. Apenas podía respirar. No la estaba tocando siquiera, pero, aun así, sentía que se estaba consumiendo.
—¿Dónde está Luhan? —acertó a preguntar sin que la voz le temblara.
—Lu da muchas vueltas — Lay se encogió de hombros—. No es fácil seguirle la pista..
— ¿Estuvo en la boda de Tao y Mien?
—Estaba fuera del país. Por negocios o algo así.
¿Estaba siendo evasivo?, se preguntó _. Pero cuando se giró para mirarlo y vio el brillo intenso que salía de sus ojos, el corazón se le detuvo. Así, a fin de poner cierta distancia entre ambos, se dirigió hacia otra esquina del despacho, donde había una puerta entornada.
— ¿Qué hay ahí? —preguntó.
—Mi dormitorio.
— ¿Tu dormitorio? —repitió sobresaltada, al tiempo que se echaba para atrás con brusquedad, chocando contra el pecho de Lay.
— ¿Quieres verlo? —murmuró éste.
—No hace falta —rehusó _—. Un dormitorio en el lugar de trabajo. Buena idea.
—La verdad es que sí —reforzó él—. No he tenido tiempo de buscar casa, así que he tenido que arreglármelas de alguna manera. Hasta tiene cocina. ¿Seguro que no quieres entrar?
— ¿Intentas seducirme, Lay? —se atrevió a preguntar , obligándose a hablar con desenfado.
—Cariño, ya te enterarás cuando quiera seducirte. Y no será un intento, te lo aseguro -Repuso él, rozándole los labios con un dedo—. Además, ¿no te había prometido que no me pasaría?
—Mami, ¿dónde estás? —irrumpió oportunamente la voz de Tyler.
—Estamos aquí, mi vida —contestó , alegre de tener una excusa para cambiar de conversación.
— ¿Dónde pongo esta bicicleta tan chula?
—intervino Tao entonces, a pocos pasos del pequeño.
Lay salió del despacho y _ lo siguió tras esperar unos segundos para relajarse.
No debía haber ido allí. Por muchos años que hubieran pasado, por mucho que deseara que las cosas fueran diferentes, no podía permitirse estar cerca de Lay.
Pero, por el momento, no tenía otra opción. Miró a Tyler y observó el brillo feliz de sus ojos. El era la única persona a la que no podía renunciar. Haría cualquier cosa por Tyler; cualquier cosa, salvo dejar que Lay se hiciera un hueco en su corazón de nuevo.
—Sujeta la cadena —le explicó Lay despacio—. Ahora mueve los pedales..
Tyler frunció el ceño de pura concentración y, cuando la cadena comenzó a rodar, la cara se le iluminó.
—Lo he hecho —le gritó a _—. ¡Mamá, estoy arreglando mi bici!
sonrió desde el despacho de Lay, el cual sabía que los había estado mirando durante la media hora que duraba ya la primera clase de mecánica que estaba recibiendo Tyler.
No sabía por qué, pero Lay intuía que _ Smith Hamilton le tenía miedo.
Era una mujer guapa y sexy; inteligente, con un buen trabajo, una madre estupenda. No era el tipo de mujer por el que solía interesarse; pero no podía dejar de pensar en ella.
Pensó que quizá se sentía atraído por _ por el mero hecho de que ésta lo hubiera rechazado; pero tenía la corazonada de que había algo mucho más profundo que un simple desafío.
Nunca había tenido problemas con el sexo ni con las mujeres, aunque tampoco alcanzaba el éxito que le atribuían los periódicos sensacionalistas. En cualquier caso, había sido muy selectivo con las mujeres con las que se había acostado. De hecho, siempre se había encariñado de las pocas mujeres con las que había llegado a mantener una relación más íntima.
Pero nunca había amado a ninguna. Sólo había una mujer que lo perseguía en sueños desde hacía cinco años. Una mujer de piel suave y fragancia de pétalos de rosa a la que jamás había podido olvidar.
Había sido una noche extrañísima. Creía que había hecho el amor con Cindy, su ex novia, una mujer dulce con la que, en realidad, nunca había tenido muchas cosas en común. Al despertar y hallarse sólo en la cama, la había telefoneado y le había dicho que podían darle otra oportunidad a su relación; que había disfrutado mucho con ella la noche anterior. Cindy le había colgado el teléfono, pero no sin antes informarlo de que, aunque había asistido a la fiesta, no se había acostado con él.
Lo que lo dejó estupefacto. Había bebido algo, pero no como para emborracharse. ¿Cómo no se había dado cuenta?, se preguntó horrorizado mientras pensaba en maridos celosos y terribles enfermedades de transmisión sexual.
Entonces fue cuando miró hacia la cama y vio la mancha roja de la sábana.
¿Una virgen? Se quedó atónito y salió del dormitorio en busca de alguna pista que sirviera para descubrir la identidad de la misteriosa mujer... En vano.
Después de hablar con todos los amigos de la fiesta, Lay se resignó a aceptar que aquella misteriosa mujer había desaparecido igual que había irrumpido en su vida.
Sólo ella había despertado un sentimiento profundo en su corazón. Había soñado con aquella mujer todos esos años y, a pesar del tiempo que había transcurrido, la misma noche pasada se había repetido el sueño: no podía ver su cara, no podía hablar, y luego la mujer se desvanecía como el humo.
Quizá sólo deseaba aquello que no podía tener, pensó mientras miraba a _ acariciar el cabello de Tyler.
Pero, fuera como fuera, estaba convencido de que _ no le era tan indiferente como ésta pretendía. Quizá se estuviera haciendo ilusiones, pero tenía la sensación de que antes, en el despacho, cuando le había rozado los labios con el pulgar, ella había entreabierto los labios, como incitándolo a que la besara.
Había estado a punto, a puntísimo. Si Tyler no hubiese aparecido, seguro que la habría besado.
— Lay dice que puedo inflar las ruedas de la bici —dijo Tyler entonces, mientras tiraba de la mano de su madre—. Pero primero hay que cambiarlas, ¿verdad, Lay?
—Exacto, ya verás lo bien que queda cuando terminemos de arreglarla —contestó él.
— ¿Puedo montar en tu moto? —preguntó de pronto el pequeño.
—Quizá otro día —respondió Lay, tras advertir que _ fruncía el ceño—. Además, después de tanto trabajar, necesitamos reponer fuerzas. Os invito a unas hamburguesas.
— Lay... —_ hizo ademán de protestar, pero aceptó la propuesta al ver la cara de alegría de Tyler—. Lay, ¿qué demonios voy a hacer contigo? —añadió después de suspirar.
—Lo que tú quieras, _ Smith.
Y, para sorpresa de ambos, _ rió. Rió y su risa sonó melodiosa, suave como una armonía del pasado...
Lay pestañeó y el momento de embrujo desapareció. Sonrió, agarró a Tyler en brazos y llevó al pequeño al lavabo del taller.
Mientras tanto, _ los miró jugar y sintió que el corazón se le desgarraba.
Capítulo 8: Tan lejos y rápido como quieras
-Gracias por acercarme, cariño —dijo Janet Smith tras salir del coche de _—. Ruby Peterson me llevará a casa después de la partida de bridge y tu padre estará encerrado en la habitación viendo el partido de fútbol. Disfruta de una velada tranquila.
-¿Estás segura de que puedes quedarte con Tyler? —preguntó , temerosa de quedarse a solas y tener demasiado tiempo para pensar.
-Por supuesto. Ruby va a traer a su nieto Tommy. Seguro que lo pasan bien juntos. Dale un beso a tu mamá, Tyler.
Este obedeció gustoso y _ sonrió mientras le ajustaba el cuello de la camisa.
-La abuela dice que Tommy va a traer sus coches teledirigidos y que yo también puedo jugar.
-Sobre todo, pórtate bien —repuso _ mientras le acariciaba el pelo cariñosamente.
- _ cariño —arrancó entonces Janet, tras mirar con el ceño fruncido las dos cestas de pastas que llevaba en las manos—.Creo que he hecho demasiadas pastas. ¿Por qué no te acercas a casa de Lay y le dejas una de las cestas?
sabía que se trataba de una encerrona. Su madre no había dejado de hablar de lo guapo que Lay era y de que seguía soltero; pero también sabía que si le decía a Janet que no estaba interesada en él, ésta insistiría aún más.
- Claro, mamá.
Más tarde, mientras giraba por la carretera Ridgeway, pensó en tirar las pastas por la ventana, pero la idea de desperdiciar alimentos la disgustaba. Y si se las comía ella todas, sólo conseguiría acabar con dolor de estómago.
Pero no quería ver a Lay. Ya lo había visto más que suficiente. La visita a su taller el sábado anterior, el helado en la ciudad...
Eso había sido lo peor: ver a Lay y a Tyler reírse juntos mientras discutían sobre el mejor sabor de la heladería. Y cada vez que Lay la había mirado, cada vez que le había lanzado una sonrisa, ella había notado como si se le formara un nudo en el pecho. Por eso no quería estar tranquila; porque estaba segura de que recordaría la escena en el despacho cuando éste había estado a punto de besarla...
Miró hacia la cesta de las pastas y decidió que la solución era escribir una nota. La dejaría delante de su puerta y Lay la encontraría a la mañana siguiente.
En ello resuelta, estacionó en el aparcamiento de su taller y apagó el motor. Luego garabateó unas líneas en un trozo de papel y salió del coche.
La noche era cálida, una suave brisa soplaba entre los árboles, y la luna brillaba en medio del cielo constelado.
Había pensado en regresar en más de una ocasión. Podría trabajar como autónoma, o colaborar con algún periódico local. El trabajo en Singapur había empezado a hacérsele pesado. Aquella baja temporal le había venido de maravilla, no sólo por sus padres, sino por ella misma también. Además, quería que su hijo pudiera ver a sus abuelos todo el tiempo, en vez de comunicarse con ellos por carta o por teléfono.
Pero ya no podía ver cumplido su sueño.
Ya no podría volver a Changsha definitivamente; no, estando allí ya Lay.
La puerta del taller estaba abierta, había luz en el interior, la radio sonaba de fondo y Lay cantaba acompañando la música. Dio unos pasos y lo vio trabajando, con un destornillador en una mano y un carburador en la otra.
Se permitió contemplarlo unos segundos, admirar la extensión de sus hombros y la potencia de sus muslos, ceñidos contra los vaqueros desgastados...
.
El pulso se le aceleró y comenzó a respirar con dificultad. El mero hecho de mirarlo la hacía desear cosas que jamás podría tener.
Entonces, justo cuando iba a dejar la cesta y darse media vuelta, Lay se giró y sonrió al reconocerla:
-Vaya, vaya, ¿qué te trae a la cueva del lobo? —preguntó él mientras se limpiaba las manos con un trapo.
-Mi madre pensó que quizá te apetecerían unas pastas —repuso _.
-¡Qué detalle! —agradeció Lay, sin quitar la vista de , mientras aceptaba la cesta.
-Bueno, tengo que irme...
- Quédate un rato —la detuvo Lay —. Al menos tómate una pasta conmigo. Odio comer solo.
-De acuerdo... —cedió , vacilante—. Pero sólo una.
Mientras Lay se lavaba las manos, ella se acercó a una motocicleta, grande y potente, con un sillón de cuero negro nuevo. Lo único que le faltaba era el motor.
¿Es tuya? —preguntó cuándo Lay hubo vuelto.
-De un amigo. Solíamos montar juntos... ¡Pastas de chocolate! — Exclamó entusiasmado tras quitar la servilleta que cubría la cesta—. Están deliciosas —añadió tras dar un primer mordisco y ofrecerle una a _.
- Se lo diré de tu parte —aseguró ésta—. ¿Por qué has dejado el circuito? —preguntó a continuación, devolviendo la mirada hacia la moto.
-Ya iba siendo hora —repuso Lay sin más—. Demasiados hoteles, demasiados restaurantes.
- ¿Y mujeres? —preguntó _ a su pesar.
-No te creas lo que dicen los periódicos sensacionalistas -contestó él con una amplia sonrisa en los labios.
-Lo siento, no debería habértelo preguntado —se disculpó ella, ruborizada—. No es asunto mío.
- No tengo secretos —comentó Lay entre dos galletas—. ¿Y tú, _ Smith? ¿Tienes secretos? —añadió susurrante.
El corazón se le detuvo, pero la proximidad de Lay lo hizo acelerarse al instante. ¿Secretos? Ella nunca podría contarle sus secretos, se dijo _ mientras lo veía morder una pasta con sensualidad.
- ¿Damos una vuelta? —prosiguió Lay.
-¿Una vuelta?
-¿Alguna vez has montado en moto? —le preguntó él—. Entonces te estrenarás conmigo —añadió después de que _ denegara con la cabeza.
-Pero no tiene motor —acertó a balbucear ésta.
- No hace falta —repuso Lay. Entonces la rodeó con las manos por la cintura y la elevó. _ exhaló un suspiro, pasó una pierna sobre la moto y, de modo instintivo, agarró el manillar—. Tú tienes el control, _. Siéntelo —añadió, tras sentarse detrás de ésta y agarrarla por las caderas.
Y lo sintió. Logró contagiarse de aquel juego ilusorio y se dejó llevar por la emoción del momento.
- ¿Adónde vamos? —preguntó sin aliento.
- Dónde te apetezca, cielo. Tan lejos y rápido como quieras.
Capítulo 9: Buenas noches
- Es peligroso conducir sin casco —comentó _ segundos después con los ojos cerrados, casi sintiendo de verdad el viento contra la cara.
-Tranquila. Conmigo estás segura.
Pero, a pesar de su estado de ensimismamiento, _ sabía que jamás podría estar a salvo con Lay.
- Sigue así —prosiguió éste con sensualidad—. Abandónate —añadió, acercando la boca al oído de ella.
creyó oír el rugido del motor, pero era su corazón el que retumbaba en su pecho. Estaban yendo demasiado rápido, y eso la asustaba. Y la excitaba.
- Hay una señal de Stop —comentó cuando Lay le lamió el lóbulo de una oreja. -No hay nadie en un kilómetro. Puedes saltártela —repuso él mientras bajaba hacia el cuello de _.
Y lo peor de todo era que ella deseaba saltársela. Aunque sabía que aquello no podía durar eternamente, ¿por qué no iba a permitirse disfrutar unos minutos?
- Te deseo —prosiguió Lay con voz rugosa. No podía respirar, no podía pensar. Se giró hacia él para decirle que tenían que parar, pero sus bocas se juntaron y se llevaron todas las palabras, como hojas arrastradas por el viento
Lay le ladeó la cabeza para poder saborearla mejor, con más profundidad y vio su orgullo satisfecho al notar el gemido de placer de _. No sabía por qué se resistía tanto, pero, por mucho que afirmara lo contrario, era evidente que sí se sentía atraída hacia él.
trató de murmurar una protesta, pero se quedó sin palabras cuando Lay introdujo las manos bajo su jersey y conquistó sus pechos, suaves, firmes, calientes, sujetos por fina lencería.
Y cuando ella se arqueó y gimió su nombre, Lay sintió una llamarada abrasadora de deseo, le pellizcó los pezones, ya endurecidos, y apretó su erección contra el trasero de _.
- ¿La notas? —le preguntó él, jadeante—. Es por ti... Te voy a...
- Destruir —completó _ con voz angustiada—. Lo siento, no puedo hacerlo —añadió con una mezcla de pasión y terror en la expresión.
- ¿Por qué me tienes tanto miedo? —preguntó Lay, frustrado y desconcertado.
- No es de ti de quien tengo miedo —repuso _ después de tomar aliento—. Sino de mí.
-No te entiendo.
-Dentro de unas semanas volveré a Singapur. Lamento haberte alentado, pero no me interesa este tipo de... relación —explicó con más calma de la que de veras sentía.
-¿Eso qué significa?
- Significa que no me gustan los rollos de una noche. No es mi estilo, Lay.
-¿Y crees que el mío sí? —repuso éste con los ojos abiertos de par en par.
-Sí.
- No creas todo lo que sale en los periódicos, _ —contestó él, dolido. Luego se bajó de la moto y un tenso silencio se instaló entre los dos como un telón infranqueable—. Dale las gracias a tu madre por las pastas. Te llamaré cuando haya terminado de arreglar la bici de Tyler —añadió sin mirarla a la cara.
-Ya me dirás qué te debo —contestó _ tras unos segundos.
-No lo dudes. Buenas noches —se despidió.
Y no la miró cuando la oyó salir del taller, ni cuando oyó alejarse el motor de su coche. Después agarró un destornillador y lo arrojó enrabietado contra el suelo.
Maldita fuera. Aquella mujer lo sacaba de quicio. Y aunque su irritación se debía en parte a que no lograba acostarse con ella, lo que más lo había molestado había sido que lo hubiese tachado de inmoral. No era la primera vez que lo acusaban sin pruebas, pero nunca le había importado la opinión de los demás..
Las únicas personas a cuyos consejos había prestado atención eran Tao y Luahn. No sentía nada por la madre que lo había abandonado ni por el padrastro que se había emborrachado hasta morirse. Tao y Luhan eran toda su familia; siempre habían estado a su lado y sabía que siempre lo estarían. Eran los únicos que le habían importado...
Hasta reencontrarse con _.
Y no entendía por qué. ¿Por qué no podía dejar de pensar en ella con todo el trabajo que tenía pendiente?, ¿por qué seguía saboreando sus labios aunque ya se hubieran separado?
Y, sobre todo, ¿por qué iba detrás de ella si lo había rechazado?
Había algo en _ que se le escapaba, algo difuso que se desvanecía como un sueño que se olvida al despertar.
Capítulo 10: Viejos amigos y los nuevos
Una manzana más allá del taller de Lay, _ paró el coche a un lado de la calzada, incapaz de conducir de tanto como le temblaban las manos.
¿Por qué había dejado que se acercara tanto?, ¿por qué se había quedado a solas con él cuando sabía que bastaba que Lay la mirara para derretirse?
Apoyó la cabeza sobre el volante, respiró profundamente para sosegarse y decidió que tenía que controlar lo que sentía por ese hombre. Lay había regresado a Changsha y aunque ella volviera a singapur en pocas semanas, tendría que verlo cada vez que les hiciera una visita a sus padres.
No podía salir corriendo siempre. Ya no era la niña tímida de la adolescencia, sino una mujer independiente y segura de sí misma, trató de convencerse.
No le tendría miedo. No huiría. Igual que había afrontado todos los demás problemas que había tenido, saldría airosa de aquella situación.
Lay no podía enterarse de ninguna manera que Tyler era hijo suyo y, mientras se acordara de eso, no tenía que preocuparse por nada.
- , estás estupenda!, ¡no puedo creer que seas tú! —Exclamó Mien al tiempo que abrazaba a , la cual acababa de entrar en el restaurante Tour Winds—. ¡Dios!, ¡no es posible que haya dicho eso! No quería decir, o sea, yo no...
- Tranquila —dijo , sonriente, mientras miraba el avanzado estado de embarazo de Mien—. Es verdad que estoy muy cambiada. Resulta increíble que puede hacer un poco de maquillaje y un peinado decente..
Mien agarró a _ por un brazo y avanzó hacia una mesa reservada mientras Mozart sonaba en el hilo musical de fondo. _ sabía que el dueño del restaurante y del hotel era el mismísimo Huang Zi Tao, así como que iba a venderlos para dedicarse a fondo a su rancho.
Daba la impresión de que la vida también había cambiado para otras personas, pensó , sorprendida por la cálida invitación de Mien.
Ellas nunca habían sido amigas de pequeñas: una era muy tímida y la otra siempre había parecido inaccesible, la bella Princesa de Hielo, tal como la habían apodado los chicos. En cualquier caso, era obvio que esta Mien era mucho más simpática y, por difícil que se antojara, estaba todavía más hermosa.
- Me encanta cómo te sienta ese peinado- Alabó ésta, mientras tomaba asiento en una silla—. Estás radiante. Se nota que te sienta bien ser una periodista famosa en Singapur.
En ese momento apareció un camarero, vestido de etiqueta, y colocó dos servilletas preciosas sobre la mesa.
-¿Dispuesto a perder más dinero el jueves por la noche? —lo provocó Mien.
- La otra vez me dejé ganar para que te confiaras —repuso el camarero—. Ya verás cómo te zurro la semana que viene.
Luego, después de bromear un rato y de encargar una botella de champán, _ se dirigió a Mien:
-Deduzco que lo conoces —comentó, en alusión al camarero.
- Henry es uno de los habituales en las partidas de póker de Tao. Ya te imaginas: cerveza, puros, mucho fanfarronear y más insultar. Al principio no les gustó que me uniera a sus timbas, pero ya se han acostumbrado. Ahora ya no se fuma y casi no se dicen tacos salvo cuando pierdo yo. La semana pasada Tao me amenazó con lavarme la boca con jabón —añadió sonriente.
Desde luego, aquélla no era la Mien a la que _ recordaba.
Jamás me habría imaginado a Mien Zi jugando al póker.
- Mien Zi nunca lo haría; pero Huang Mien sí —matizó ésta con alegría mientras se tocaba el estómago con suavidad—. Casarme y tener hijos ha sido siempre mi mayor ilusión. Todavía no puedo creérmelo. Yo, Mien Zi, casada con uno de los tres Chicos Malos de Changsha.
no pudo evitar sentir un pellizco de envidia. Se alegraba de corazón por Tao y Mien, pero eso no aliviaba el dolor de su pecho, el deseo que siempre quedaría insatisfecho.
-¿Qué tal tu hijo? —Prosiguió Mien—. Lay dice que tiene sonrisa de rompecorazones.
Pensar en Tyler alivió el peso que la oprimía. No cabía duda de que tenía sonrisa de rompecorazones; la de su padre.
-Se llama Tyler, como mi abuelo.—comentó , al tiempo que sacaba una foto del pequeño—. Cumplirá cinco años dentro de tres meses.
-¡Es guapísimo! —Celebró Mien—. Lay tenía razón. Este chico va a ser todo un Casanova. Seguro que su padre también es guapo… Lo siento, olvidaba que estás divorciada —se disculpó al advertir la expresión dolorida del rostro de _.
-No pasa nada —la tranquilizó ésta un segundo más tarde—. Además, fue una separación amistosa.
-Pero sigues enamorada de él, ¿verdad? Te lo he notado en la cara —Mien se mordió el labio inferior—. Y yo venga a hablar de lo felices que somos Tao y yo...
-No tienes por qué disculparte. Y no, no sigo enamorada de mi ex marido —dijo _ con calma—. Esa etapa de mi vida ya forma parte de mi pasado —añadió, al tiempo que el camarero regresaba con el champán.
-Por el presente y por el futuro —brindó Mien, acariciando con una mano su anillo de casada.
La madre de _ le había relatado casi toda la historia acerca de Mien y Tao. Cómo éste había regresado de repente a Changsha y había sorprendido a toda la ciudad casándose con Mien en el juzgado, así como la multitudinaria celebración del segundo matrimonio, semanas después.
Le había detallado el color de los ramos de flores y de los manteles, la expresión y los suspiros de la mayoría de las mujeres cuando Tao había besado a la novia... Desde ese día, nadie había puesto en duda su amor. Un amor eterno y verdadero, de los que salen fortalecidos con las adversidades..
El sábado por la noche damos una fiesta para celebrar la reapertura del Rancho Huang —comentó Mien entonces—. Me encantaría que vinieras.
Supuso que Lay estaría allí e hizo ademán de rehusar la invitación; ¿pero no había decidido hacer frente a sus sentimientos por ese hombre?, recapacitó acto seguido. ¿Cómo iba a seguir con su vida si seguía escondiéndose?
- Encantada —aceptó por fin—. Yo también quiero hacer un brindis: por los viejos amigos y los nuevos comienzos —añadió.
Mien chocó su copa contra la de _ y ambas bebieron sonrientes.
-- Y ahora, señora Huang —prosiguió _—, cuéntame más cosas de ese hombretón tan maravilloso con el que te has casado.
Capítulo 11: Solamente no estamos juntos
Dos días después, a las seis y cuarenta y cinco de la tarde exactamente, Lay llamó a casa de _ para anunciarle que pasaría a recogerla para llevarla a la fiesta. Y antes de que pudiera decirle que no, Lay había colgado el teléfono.
Se quedó mirando el auricular, pensando en devolverle la llamada, pero decidió que era la ocasión perfecta para enfrentarse a él. Las cosas se le habían ido de las manos hacía tres noches, pero aquello no volvería a suceder.
Además, no se trataba de una cita. Sólo la iba a acercar a la fiesta; no era como si fueran juntos y, lo más importante, no estarían solos.
Trató de convencerse de que no estaba poniendo especial cuidado en el maquillaje y el peinado para agradar a Lay. Simplemente, se encontraría con mucha gente en la fiesta y quería estar guapa.
--, cariño —la llamó su madre a las siete y media, después de que sonara el timbre y abrir la puerta de casa—. Lay ya está aquí... Estoy hablando por teléfono en la cocina, pero ven a despedirte antes de marcharte.
respiró profundo tres veces y salió del cuarto de baño decidida a pasar una noche divertida, despreocupada de la proximidad de Lay.
Se cruzó con su padre en el pasillo y le dio un beso en la mejilla. Luego entró en el salón y se encontró a Lay sentado en el suelo junto a Tyler, el cual ya estaba en pijama, listo para irse a la cama.
El corazón se le encogió. ¿Cómo era posible que no se diera cuenta?, ¿cómo era posible que no se diera cuenta todo el mundo de que Tyler era el hijo de Lay?
-Apunten, ¡fuego! —exclamó el pequeño mientras jugaba con un robot. Un tubo con forma de misil salió despedido por los aires y golpeó la frente de _—. Lo siento, mamá —se disculpó, anticipando la reprimenda de _.
Lay permaneció callado; entre otras cosas, porque no podía respirar. _ estaba despampanante. Llevaba medias negras, tacones altos, un vestido de seda negro que se ajustaba a sus caderas y a su cintura y realzaba cada curva de su esbelto cuerpo. Se había ondulado el pelo y algunos rizos susurraban contra el collar que le rodeaba el cuello.
-Está bien, jovencito. Pero la próxima vez ten más cuidado —le dijo _ a Tyler—. Hola, Lay —añadió a continuación, sonriente, sabedora del efecto que su físico producía en los hombres..
El, si bien no tenía dudas de que prefería a esa nueva _ Smith, no estaba seguro de si su corazón podría soportar el desafío.
-- Perdona, he venido a recoger a _ Smith. ¿Me haces el favor de decirle que he llegado? —bromeó Lay.
-Tonto —dijo Tyler entre risas—. Es mi mamá. Sólo parece diferente porque se ha puesta ropa más linda.
Lay se imaginó qué sentiría si la viera sin ropa, si pudiera rozar la ropa interior de , deslizar las manos por debajo...
--Así que es tu mamá, ¿eh? —Acertó a decir después de tragar saliva—. Por un momento pensé que era otra persona.
-¿Cómo quién? —preguntó Tyler.
-La señora Peterson, de la biblioteca —bromeó Lay.
-La señora Peterson juega al bridge con mi abuela. Lleva gafas muy grandes y está coja —dijo Tyler.
-Cierto, ¿la señora Wimpleman entonces?
-La señora Wimpleman se ríe como las gallinas —rió Tyler.
-¡Tyler! —lo reconvino _.
-Pero es verdad —protestó Tyler—. La abuela dice que cada vez que se ríe miran debajo de la silla para ver si hay huevos.
-Ya basta —dijo _ con el ceño fruncido, sin lograr disimular una ligera sonrisa—. Y ahora a la cama. El abuelo te va a leer un cuento —añadió mientras se agachaba y le daba un beso en la mejilla.
-El retorno de los dragones —exclamó Tyler, entusiasmado, corriendo ya hacia su cuarto.
-Llevan cuatro días seguidos con el mismo cuento —comentó _ mientras recogía su abrigo.
- Tengo entendido que los niños se ponen muy ansiosos por saber qué va a ocurrir al final —dijo Lay —. Personalmente, yo prefiero un poco de misterio —susurró mientras le sujetaba el abrigo para que se lo pusiera.
se apartó, pero no sin antes aspirar la fragancia de su piel. Luego se despidió de su madre y, una vez fuera de casa, advirtió:
- Lay, te agradezco que me hayas recogido, pero quiero que entiendas que esto no es... que no estamos juntos esta noche.
-¿Tienes otros planes? —replicó él.
-No me refiero a eso —repuso , exasperada.
-¿A qué te refieres entonces?
-Solamente a que no estamos juntos.
-O sea — Lay deslizó un dedo por el cuello del abrigo de _—, que tienes libertad de movimiento.
-Algo así —contestó ella con voz trémula—. Basta.
-¿Basta de qué?
-De... de tocarme así.
-Cómo quieres que te toque? —murmuró Lay mientras terminaba de ajustarle el abrigo.
-En serio, Lay —dijo _ con el ceño fruncido—. Sólo vamos a la fiesta como amigos. Recuérdalo —añadió..
Puede que sólo fueran como amigos, pensó Lay entonces; pero lo que de veras importaba era cómo regresarían a casa.
Apoyado contra una pared decorada con pequeñas luces blancas, Lay bebía de una botella de cerveza mientras miraba el continuo ir y venir de invitados. Aparte de la mitad de Bradford, había también varios rancheros. Tao iba a subastar parte de su ganado y, a juzgar por la tensión que reflejaban los rostros de los compradores, la puja iba a ser feroz.
El olor de los filetes y las costillas corría por el aire, como corría el consumo de bebidas, servidas por bellas mujeres con minifaldas. De fondo, una banda tocaba música en la pista de baile.
- ¿Qué haces aquí? —le preguntó Tao al localizar a su amigo.
-Nada especial —repuso Lay tras dar un sorbo de la botella.
-¿Por qué no pasas adentro?
-Prefiero acabar con toda tu cerveza. Y luego no tendrá mucho sentido que me quede, a no ser que consiga agarrar a tu bella esposa y me ponga a bailar con ella para darte celos —bromeó Lay.
-He contratado a dos matones para que te den una paliza si te acercas demasiado a ella replicó Tao. Una camarera pasó con una bandeja de cervezas y Huang agarró una botella—. ¿No habías venido con _?
-No estamos juntos —explicó Lay, desabrido. Además, ¿dónde se había metido? Mien se la había arrebatado nada más entrar y no había vuelto a verla desde entonces.
-¡Caramba!, ¡sí que estás enganchado!
-Yo no estoy enganchado —espetó Lay —. Sólo somos amigos.
-¿Lay amigo de una mujer bonita? —Rió Tao—. Esa sí que es buena.
- No me provoques, Huang — Lay miró alrededor y frunció el ceño al ver un rostro familiar con una atractiva morena—. ¿Qué diablos hace Gerckee aquí?
-¿Roger? —Tao divisó al antiguo compañero abusón de cuando iban al colegio—. ¡Vaya! Debe de haber venido con Jen Fei Hart, la nueva gestora de Four Winds. Todavía no sabe que ese tipo es basura.
Cá pitulo 12: Manteniendo Distancias
-¿Roger? —Tao divisó al antiguo compañero abusón de cuando iban al colegio—. ¡Vaya! Debe de haber venido con Jen Fei, la nueva gestora de Four Winds. Todavía no sabe que ese tipo es basura.
-¿No habías vendido ya el hotel? —preguntó Lay a continuación.
-Sigo escuchando ofertas, como decimos los empresarios. Pero sí me he deshecho del resto de mis empresas y acciones. En cuanto venda el hotel, me dedicaré sólo al rancho.
-Y a tu familia —intervino Mien, al tiempo que le daba un beso en la mejilla—. La señora Peterson dice que le has prometido un baile. Te está buscando.
-Podríamos escaparnos, cariño —dijo Tao al divisar a la vieja bibliotecaria—. Nadie nos echaría de menos.
-Nadie salvo la señora Peterson. Aquí está- avisó Mien.
-Por favor, Lay —dijo Tao, mirando a su amigo con cara suplicante.
-Ni lo pienses. La amistad no llega tan lejos.
-Sobre todo en tú caso —retrucó Tao, entre risas.
Luego se marchó y dejó a Lay junto a Mien, la cual miró intrigada. Lay sabía que Tao no se había referido a la amistad que había entre ambos, sino a la de él con _... y al hecho de que no hubieran llegado nada lejos.
Mien agarró a Lay por un brazo y éste, de camino a la mesa de la comida, por fin encontró al motivo de su frustración.
Estaba sentada sola, en una de las doce mesas que ocupaban el césped. Lay se llenó el plato a todo correr y, cuando ya se dirigía al encuentro de , Mary Anne y Stephanie Roberts lo interceptaron.
-¿Dónde te habías escondido? —preguntó Stephanie con dulzura, después de que Mien los dejara a solas—. Mary y yo te estábamos buscando —añadió tras dar un trago de vino blanco.
-¿Y por qué me iba a esconder de dos mujeres tan guapas? —Repuso Lay con cortesía, mientras veía a Brett Rivers, un ganadero de la ciudad, sentarse junto a _—. ¿Por qué no vamos para allá? — añadió a continuación, apuntando hacia una mesa cercana a la de _.
MaryAnne y Stephanie lo siguieron como dos perrillos falderos, pero, antes de llegar a sentarse, Kira Jensen ocupó la silla que quedaba libre junto a _.
¡Maldita fuera! Seguro que los dos se pondrían a coquetear con ella... Daba igual. Eran tres mujeres y tres hombres, se dijo Lay. Sólo tenía que realizar los emparejamientos a su favor: MaryAnne con Kirk, Stephanie con Brett y, por supuesto, _ con él.
Así de sencillo..
-Hola, Brett, Kirk, ¿qué tal os va? —Los Saludó Lay tras tomar asiento junto al trío—. Mira, , me he encontrado con dos antiguas compañeras tuyas. ¿Por qué no nos juntamos para que vosotras charléis de los viejos tiempos y nosotros hablamos de cosas de hombres?
-Más tarde, Lay. Brett, Kirk y yo estábamos hablando de la influencia del ozono en el medio ambiente —contestó _ con una sonrisa hipócrita—. Estoy seguro de que MaryAnne y Stephanie te harán compañía encantadas.
De hecho, pensó _ irritada, a juzgar por cómo lo estaban mirando, aquellas mujeres estarían encantadas de hacer cualquier cosa con él.
Se obligó a no fijarse en ellos y trató de escuchar las explicaciones que Kirk le estaba dando acerca del efecto del ozono en los animales de la región; pero la risa aguda de MaryAnne no le dejaba concentrarse.
Había pasado una tarde relativamente tranquila hasta que Lay había aparecido con aquellos dos bomboncitos. Malo era saber que a Lay le gustaban ese tipo de mujeres; pero tener al trío delante de sus narices y oírlas reírse por cualquier tontería era demasiado.
-Acercarnos al lago uno de estos días y te lo enseño —oyó que Kirk decía. ¡Dios!, ¿la había invitado a ir a algún sitio?
-¿Por qué no vamos todos? —propuso Stephanie, que también había oído la propuesta.
-Sí, claro... —aceptó Kirk con educación, a pesar de que su intención había sido pasar una velada íntima, a solas con _—. ¿Por qué no?
no supo si sentirse aliviada o enojada; pero, cuando vio a Lay sonreír, se decidió por el enfado.
-Qué buena idea!, ¿verdad, cariño? —dijo Stephanie, dirigiéndose a Lay.
-Disculpadme —se excusó , incapaz de aguantar más aquella situación—. Le prometí un baile al señor Winters.
Y, sin mirar ni una vez hacia atrás, avanzó hacia la pista de baile, se meció con la multitud y salió por el otro extremo de la casa. Un sendero iluminado por pequeñas luces conducía a un mirador con vistas al arroyo.
Al menos allí estaría tranquila, pensó mientras oía el croar de unas ranas. Respiró profundamente y trató de calmarse.
¿A quién trataba de engañar?, se preguntó. Por mucho que quisiera, no podía mantener las distancias con Lay. Una fuerza invisible y caliente los atraía cada vez que se miraban...
Y, entonces, de repente, el ruido de unas pisadas que se acercaban al mirador le detuvo el corazón. Se puso recta y luego se giró despacio, sintió una tremenda decepción.
Roger Gerckee, _ miró al matón de su infancia. Estaba apoyado contra una columna del mirador, con un whisky en una mano y un cigarro en la otra, tratando de darse un ridículo aire de bohemio.
-Hola, Roger —lo saludó resignada. Luego avanzó hacia la salida, pero Gerckee le bloqueó el paso.
-Así que eres tú de verdad —dijo él con voz algo ebria—. Cuando le pregunté a Wifan quién era esa mujer tan guapa y me dijo que era _ Smith, no podía creérmelo.
-Pues ya ves —_ se mordió la lengua.
-Así que pensé que debía venir a echar un vistazo de cerca — prosiguió Roger—. Y aquí estamos, los dos juntos.
-¿No venías con una mujer? —preguntó , rezando porque la cita de Roger apareciese.
-Pero eso no significa que no pueda saludar a una vieja amiga, ¿verdad? Podríamos sentarnos un rato y... charlar —añadió mientras deslizaba la mirada hacia los pechos de _.
Esta sintió ganas de darle una lección, por insolente. Dado que ella era cinturón negro, no le costaría nada dejar a Roger tumbado; pero luego recordó que, durante su formación como karateka, le habían enseñado a perdonar. Y, a fin de cuentas, por muy pesado que Roger fuese, también era inofensivo.
-Tengo que irme —se limitó a decir _—. Le prometí un baile a Ralph Winters.
Intentó sortearlo, pero Roger la agarró por un brazo.
-Ralph puede esperar. Baila conmigo.
—No —se negó _. Roger siguió sujetándola. Con-un simple giro lo tiraría al suelo, pensó ella; aunque, en el último momento, decidió darle una última oportunidad—. Suéltame, ahora.
-Ya has oído a la dama, Gerckee —irrumpió de pronto Lay, lanzando una mirada basilisca a Roger—. Suéltala. Ya.
-Hola, Lay —dijo Gerckee mientras liberaba a _—. ¿Qué pasa? Sólo estábamos hablando.
-Tu chica te estaba buscando — Lay se acercó sin quitar la vista de Roger—. Creo que quería despedirse de ti. Se estaba poniendo el abrigo, aunque igual la alcances antes de que se vaya.
-Sí... será mejor que me apure —aceptó Roger—. Adiós, Lay. Ya nos veremos, _.
Cá pítulo 13: A mi casa
-No, si yo te veo primero —murmuró ésta mientras él se marchaba. Todavía no sabía si sentirse aliviada o decepcionada por la irrupción de Lay. La idea de zurrar a Roger personalmente le producía cierto placer; pero, por otra parte, que Lay acudiera a su rescate también le producía placer... aunque de otro tipo muy distinto.
-Creo que éste es el momento en que yo tengo que llorar y gritar ¡mi héroe!
-Habría tirado a ese estúpido por la barandilla del mirador —aseguró Lay, aún disgustado con Roger.
-Como si fuera una bolsa de basura, ¿no?
esbozó una sonrisa—. Recuerdo un incidente con Roger y un contenedor de basura cuando tenía trece años —añadió.
-Uno de mis mejores recuerdos.
-Y de los míos... ¿Recuerdas por qué lo tiraste a la basura?
-Tratándose de Roger, pudo ser por mil razones.
-Lo hiciste por mí.
-¿Ah, sí?
-Sí, estábamos en el recreo. Roger se había estado burlando de mí y al final me quitó mi sándwich y lo tiró a la basura. Entonces llegaste tú y lo lanzaste al contenedor.
-Me entraron ganas de ponerle un ojo morado —comentó Lay mientras le acariciaba una mejilla a _—. Así que lo hice por ti, ¿eh?
-Recuerdo cada detalle, hasta la ropa que llevabas —reconoció ella—. Nadie había defendido nunca a la tímida y pequeña _ Smith y cuando los otros chicos se pusieron a aplaudir, me sentí como la princesa que ha sido rescatada por su caballero de brillante armadura...
Los ojos de Lay se oscurecieron y la miraron con una intensidad que la hizo temblar.
-¿Eso es lo que nos une, _? —preguntó con calma—. ¿Por eso siento que hay algo entre nosotros; algo que debería recordar, pero parece haberse borrado de mi memoria?
-Entre nosotros no hay nada, Lay —aseguró ella, paralizada por el miedo—. Sólo crecimos en la misma ciudad y fuimos al mismo colegio. Yo me enamoré de ti de pequeña, como casi todas las chicas de la clase. Nada más. Esa _ ya no existe. Ha crecido y vive en el mundo real, donde la gente asienta sus relaciones en compromisos laborales y afectivos, en vez de en fantasías infantiles y aventuras de una noche.
Lay se puso serio, apretó la mandíbula y, después de varios segundos, habló:
- Te llevo a casa, vamos —dijo con voz neutra.
Por supuesto que quería llevarla a casa, pensó _. Ahora que por fin se había convencido de que no podría acostarse con ella, quería verla desaparecer cuanto antes. Lo que no era de extrañar, con tantas mujeres como había dispuestas a complacerlo. La noche era joven y todavía podía encontrar algún bombón con la que celebrar una fiesta privada..
-No te preocupes por mí, Lay —contestó ella finalmente—. Volveré a casa en taxi.
-Yo te he traído y yo te llevaré a casa —insistió Lay, agarrándola por un codo.
-Pero...
-No discutas conmigo, _ —sentenció
Luego, tras salir del mirador, se chocaron con varios invitados, que paseaban por la parte trasera de la casa.
-Ni siquiera me he despedido de Tao y Mien —protestó , haciendo esfuerzos por seguir el paso de Lay.
-Ya los llamaré yo mañana —contestó éste.
Entraron en la casa y fueron directos hacia un dormitorio que hacía las veces de ropero—. Te espero en la camioneta —añadió cuando le hubo abierto la puerta de la habitación.
abrió la boca para protestar, pero Lay desapareció antes de que las palabras salieran de sus labios. ¿Sería posible?, ¿quién se creía que era?
Agarró su abrigo de la cama, se lo puso y se colgó el bolso de un hombro. ¿Cómo podía ser tan arrogante?
-Hola, de nuevo —la saludó Roger de pronto, al tiempo que cerraba la puerta del dormitorio—. He visto que Lay se ha marchado, así que tal vez podríamos seguir charlando.
-No tenemos nada de que hablar. Y ahora, si me disculpas, me gustaría pasar.
-Tenemos que recuperar el tiempo perdido, _ —insistió Roger—. Hace años que no nos vemos.
-No los suficientes, Gerckee.
Si éste no la hubiera sujetado por un brazo y si ella no hubiera estado tan irritada, quizá no lo hubiese hecho; pero Roger la estaba reteniendo y sí estaba muy irritada, de modo que, con un ligero giro, dejó a Gerckee tumbado en el suelo.
-No vuelvas a tocarme, ¿está claro? —lo amenazó _—. Buenas noches —se despidió, después de que él asintiera con la cabeza.
Salió de la casa y, cuando llegó a la camioneta de Lay, lo encontró esperándola impaciente.
-Por qué has tardado tanto?
-He tenido que echarle una mano a una persona —repuso sin más detalles—. Te has pasado la calle —apuntó tras varios minutos de tenso silencio, al ver que Lay no giraba por Woodrow.
-No.
-Cómo que no? Sabes de sobra que tienes que girar por Woodrow para ir a casa de mis padres.
-Perfectamente.
-Dijiste que me ibas a llevar a casa —protestó _.
—Y te voy a llevar a casa —detuvo el coche, bajó y abrió la puerta de _—. A mi casa.
Capítulo 14: Bésame
-Dijiste que me ibas a llevar a casa —protestó _.
—Y te voy a llevar a casa —detuvo el coche, bajó y abrió la puerta de _—. A mi casa.
Esta trató de resistirse, pero Lay la levantó en brazos y la hizo olvidar lo que iba a decir. La llevó hasta la puerta de su taller, introdujo la llave en la cerradura y empujó con la cadera..
-¡Lay, bájame de aquí ahora mismo! —exigió _ cuando por fin recuperó el habla.
—No —denegó él. Luego la llevó al despacho, encendió la luz y la sentó en una silla—. Quédate sentada y escucha, _ Smith Hamilton. Y presta atención, porque lo que voy a decirte no se lo he dicho nunca a ninguna mujer y no pienso repetirlo.
se acomodó en la silla, enojada e intrigada al mismo tiempo, y guardó silencio.
-Nunca he tenido la necesidad de dar explicaciones a nadie —arrancó Lay agitado—. Lo que hago, lo que haya hecho, sólo es asunto mío.
- Lay...
—Me gustan las mujeres —prosiguió éste sin permitir que _ lo interrumpiera—. No pienso disculparme por eso.
-No te estoy pidiendo...
-Calla y escucha. Me gustan las mujeres y he salido con muchas; pero eso no significa que me haya acostado con todas ellas. A pesar de lo que pareces pensar de mí, en realidad me he acostado con muy pocas, y nunca fue un rollo de una sola noche. Todas las mujeres con las que he estado han significado algo para mí —aseguró Lay, mirándola a los ojos—. Y tú me importas, _. Desde que nos vimos en el supermercado, he sentido algo por ti. No niego que en parte te desee y no pienso pedir perdón porque quiera acostarme contigo. Al menos soy sincero, que es más de lo que tú estás siendo conmigo.
-¿Qué quieres decir?
-Sabes muy bien lo que quiero decir. Tú te sientes tan atraída hacia mí como yo hacia ti. Ni tú ni yo queremos ser simples amigos, pero tú no tienes el valor de reconocerlo —repuso Lay —. ¿Quién te ha hecho tanto daño que no te deja vivir ni sentir?, ¿fue tu marido?
-Fue antes de que me casara, Lay —contestó _ con los ojos cerrados, para que no se le saltaran las lágrimas—. Yo era joven... me dejé llevar por la emoción del momento... pero sólo fue...
No podía decirlo. Se negaba a convertir la noche más maravillosa de su vida en algo chabacano.
-Por favor, _ — Lay se arrodilló frente a ella y le agarró las manos con delicadeza—. ¿Intentas decirme que tuviste una aventura de una noche?, ¿es eso?
asintió y él la levantó de la silla, se sentó y la colocó sobre su regazo.
-No puedes castigarte tanto por algo así—Prosiguió Lay —. Son cosas que pasan.
-No a mí, no a la pequeña _ Smith. Nunca había hecho algo parecido; ni lo he vuelto a hacer —dijo ella con la voz quebrada—. Pero eso no es todo; sucedió tan rápido... fue tan inesperado que...
-¿Que qué?
-Me quedé embarazada.
—¿Tyler? —preguntó Lay, estupefacto.
—Sí.
—¿Y el padre de Tyler? —quiso saber Lay, al tiempo que le daba un beso en la frente.
-El no... —_ se quedó sin palabras.
—¡Cerdo asqueroso!
—No —se apresuró a decir ella—. Por favor, no me hagas más preguntas; sólo créeme: él no tuvo la culpa de nada.
A pesar de lo peligrosa que podía ser la conversación, _ estaba segura de que Lay no sospecharía nada. Imaginaba que al día siguiente se arrepentiría, pero, en esos momentos, sobre el regazo de Lay, el día siguiente no existía; no había pasado ni futuro... sólo presente.
Se sentía segura al amparo de sus brazos, los cuales la rodeaban con ternura y delicadeza. El calor de su cuerpo la estaba derritiendo y el aroma de su loción de afeitar le penetraba los pulmones y despertaba un instinto primitivo imposible de postergar.
-Querías la verdad —arrancó , después de girarse hacia él, al tiempo que le desabrochaba la camisa e introducía una mano bajo los pantalones de Lay —. Pues aquí la tienes. Quiero hacer el amor contigo. Quiero sentir tu boca sobre mis labios, tus manos sobre mi piel... y sobre todo, por encima de todo, quiero sentirte dentro de mí.
Por un interminable segundo, Lay juró haber oído mal, haberse imaginado que _ le había pedido hacer el amor con él. No acertaba a moverse ni a decir palabra, temeroso de que, de hacerlo, despertara de un maravilloso sueño.
-Bésame, Lay. Por favor —lo presionó ella, al tiempo que le acariciaba una mejilla.
Capítulo 15: Te quiero a ti
No necesitó más incentivos. Con un movimiento impulsivo, le cubrió la boca con la suya y la abrazó hasta sentir sus senos aplastados contra el pecho. Luego le mordió los labios y la estrechó con la frustración de quien lleva toda una vida esperando un momento. Ese momento en concreto.
—, ¿tienes idea de cómo te deseo?—murmuró Lay.
Ella asintió con un suspiro, echó la cabeza hacia atrás para exponer mejor su deliciosa piel y Lay saboreó su dulzura, trazando un sendero de besos por su cuello, bajando hasta adentrarse en el desfiladero de sus pechos. Cuando le acarició el sostén negro, notó que la respiración se le aceleraba.
Experimentó un deseo primitivo de poseerla de inmediato, con violencia y rapidez, para aliviar el dolor que castigaba sus ingles. Pero, extrañamente, necesitaba algo más de _; algo que no había necesitado de ninguna mujer antes.
se estremeció entre los brazos de Lay y acercó su redondeado trasero a la potente erección de él. Luego se dio media vuelta y deslizó las manos por su torso mientras Lay le quitaba el sostén, las puntas de sus pechos erectas contra la tela de suave lencería.
-¿Sabes lo bonita que eres? —le preguntó con voz ronca, al tiempo que paseaba las manos por los costados de sus senos—. ¿Lo sabes?
trató de responder, pero no logró articular palabra. Un río de calor líquido anegó su cuerpo, bajo el estómago y entre las piernas. Cerró los ojos y arqueó la espalda hacia atrás para ofrecerse...
Lay se agachó y cerró los labios sobre uno de los pezones, aún cubiertos. La mordisqueó y lameteó hasta hacerla estremecer, hasta hacerla gozar de las emociones más intensas y gloriosas que jamás había sentido... salvo aquella noche de hacía ya casi cinco años.
Desabrochó el enganche del sostén con destreza para contemplar sus pechos desnudos y de nuevo volvió a absorber de sus cumbres rosadas. _ notó el calor húmedo de sus labios, le mezo el cabello con las manos y lo atrajo aún más.
-Por favor, Lay —le imploró—. Te necesito.
—Yo también te necesito, preciosa —repuso mientras exploraba sus caderas—. Me estoy muriendo de ganas; pero he pensado mucho tiempo en este momento. Ahora eres mía y no voy a precipitarme...
Sus palabras la excitaron y atormentaron por igual. Y mientras ella pensaba que no podría soportar aquella tortura mucho tiempo, Lay siguió besándola y comenzó a acariciarle los muslos, las rodillas, los pies, hasta quitarle los tacones y las medias y volver hacia arriba, beso a beso, poro a poro.
Creyó que perdería el control al alcanzar el interior de sus muslos; después de subirle la falda, recorrió la frontera de sus bragas con un dedo travieso y luego lo introdujo en la humedad de su interior.
gimió de placer, le clavó las uñas en la espalda y le exigió un nuevo beso en los labios. Lay la complació, la acarició con suavidad y siguió moviendo su mano bajo la falda de ella.
Entonces, cuando _ recorrió su abdomen y descendió para desabrocharle el cinturón, Lay se quedó sin aliento. Luego le bajó la cremallera y rodeó su excitado sexo.
No podía esperar más. Se separó de ella, la levantó en brazos y la llevó hacia la cama. Cayeron juntos y rodaron en un amasijo de piernas y brazos fervorosos, luchando por terminar de desnudarse mientras seguían devorándose a besos. Incluso cuando Lay abrió el cajón de la cómoda para protegerse, sus miradas continuaron enlazadas.
— Lay —susurró , instándolo a que se apresurara.
Este perdió el control y se situó sobre ella, entre sus piernas. La observó mientras se adentraba en la intimidad de su cuerpo y ambos exhalaron un gemido, mezcla de placer y de dolor.
La sujetó con los brazos, bajó la cara lentamente hacia el rostro de ella y la besó con dulzura, a pesar de la urgencia que estaba a punto de desbordarlo. _ le devolvió el beso con una pasión desesperada y Lay notó su rendición, su necesidad... y algo más a lo que no pudo dar nombre, incapaz de pensar por la excitación.
Comenzó a moverse, lento al principio, hasta haberla penetrado a fondo, y fue sumando arremetidas mientras _ gemía y le volvía a clavar las uñas en la espalda, pidiéndole más y más, abrasándolo y abrasándose en una misma llama, consumiéndose los dos en su mutuo deseo... hasta culminar aquel glorioso abandono.
No podía moverse. Ni hablar. Se sentía como si estuviera flotando, en paz tras haber vencido al demonio que la había perseguido durante cinco años.
Lay le rozó los labios con la boca, la abrazó y ambos rodaron hasta mirarse a los ojos, de lado recostados. _ le acarició una mejilla y amó el pálpito agitado que sintió en el pecho de Lay...
Sabía que más adelante se arrepentiría de aquella noche, pero no podía arrepentirse de quererlo, como no podía arrepentirse de haber tenido a Tyler.
-¿Estas bien? —le preguntó Lay, mientras le daba un beso en la frente—. Supongo que eso quiere decir que sí —añadió después de que _ emitiese un sonido ronroneante.
Incapaz de contenerse, ésta colocó una mano sobre sus brazos y fue bajando hacia su cintura, hacia sus piernas, hasta tocar una cicatriz que había en su rodilla izquierda.
-Me la hice el día que descubrí que no podía volar —comentó Lay al ver la mirada curiosa de ella—. Me parece haber leído que las cicatrices os parecen sexy. ¿Tú qué piensas?
Como si Lay necesitara ser más atractivo, se dijo _. Luego, mientras apoyaba la cabeza sobre una mano y el codo sobre el pecho de él, recorrió la cicatriz con un dedo y, a la altura de la cintura, descubrió una nueva marca.
-Esta parece más antigua —comentó ella.
-Se la debo a Luhan —repuso Lay, que de nuevo comenzaba a excitarse por las caricias de _.
-¿A Luhan? —preguntó ésta mientras posaba la mano en la parte interna de la pierna de Lay.
-Teníamos quince años e íbamos los dos en mi moto. Se inclinó hacia el lado equivocado al tomar una curva y nos chocamos. Ha sido la única vez que le he pegado y no ha respondido.
-¿Le pegaste?
-Por supuesto —exclamó Lay —. Me rompió la moto. El esperaba que le pegase. Era una cuestión de honor... aunque la próxima vez que lo vea, creo que le daré las gracias
—añadió con una sonrisa perversa.
-¿Le hiciste daño? —preguntó _ entonces.
-¿No estarás interesada en Luhan? —repuso él—. Me vería obligado a pegarle de nuevo.
—No, Lay. Te aseguro que no estoy interesado en Luhan. Además, ¿cuándo ibas a pegarle? Tú mismo dices que es muy difícil localizarlo.
—A veces sí, a veces no —contestó con el mismo tono críptico que usaba siempre al referirse a su amigo.
—¿Intentas distraerme? —preguntó _ cuando él deslizó los dedos entre sus senos.
—Quizá no me guste oírte hablar de otro hombre en estos momentos — repuso Lay, para besarle un punto erógeno de la parte inferior del cuello.
-Está bien, hablemos de ti...
—Mi tema favorito.
—¿Por qué te fuiste de Changsha y no volviste nunca?
--Me gustaban demasiado las motos. Y cuando empecé a competir en el circuito profesional, me enganché —respondió Lay, tras reposar la cabeza sobre la almohada—. La verdad es que se me daba bien —añadió mientras le tocaba el trasero.
—Eras el mejor —susurró , de nuevo excitada—. Pero doce años es mucho tiempo. Y no volviste ni una sola vez.
-- Tampoco tenía motivos para hacerlo. Tao y Luhan se habían marchado, mi padrastro había muerto y yo estaba muy concentrado en mi carrera: competir era lo único que se me daba bien; lo único que jamás había deseado.
—¿Y ahora?, ¿qué quieres ahora? —preguntó _ con suavidad.
Lay permaneció en silencio unos segundos, mirándola con una intensidad estremecedora.
-Te quiero a ti, _ —contestó por fin, con voz rugosa, colocándola de nuevo boca arriba, sobre el colchón—. A ti..
-- Lay, tengo que irme —protestó ella débilmente.
—Ni hablar. Todavía es muy pronto —dijo Lay, para besarla con fuerza a continuación.
tembló y se abandonó a las caricias de su diestro amante, el cual comenzó a juguetear con sus pezones. Deseosa de tenerlo de nuevo en su interior, recorrió el fornido pecho de Lay, que volvió a besarla con la respiración entrecortada.
Luego deslizó una mano hacia los muslos de _ y la paseó por su entrepierna humedecida.
—¿Todavía tienes que irte? —la desafió él.
-Eso es jugar sucio —protestó , justo antes de que Lay la penetrara de nuevo.
le rodeó el cuello con los brazos, la cintura con las piernas, arqueó la espalda para sentirlo más dentro y aguantó cada arremetida hasta la llegada de los primeros espasmos... y de los segundos... hasta que ambos se desplomaron sobre el colchón, colmados y desfondados.
Lay se separó lo justo para poder abrazarla y _ recordó las palabras que él le había dicho antes: «tú me importas, _».
¿De veras?, se preguntó emocionada. Pero, aunque así fuera, pensó desolada, no tenían futuro en común. Lay ignoraba que Tyler era su hijo y ella sabía que aquel secreto los separaría siempre y arruinaría cualquier proyecto feliz que intentaran compartir.
Capítulo 16: Picnic
Era la una de la mañana y Lay aparcó el coche frente a la casa de los padres de _. Había estado muy silenciosa en el camino de vuelta y Lay la notaba más distante por minutos. Lo cual no comprendía.
Había muchas cosas que no entendía acerca de esa mujer. Demasiadas.
-Bueno, tengo que entrar —dijo ella—. No quiero que mis padres...
—Quédate sólo un minuto más —le pidió Lay, al tiempo que le acariciaba un brazo.
Percibió la tensión de su cuerpo, pero _ asintió y, poco a poco, se relajó. Se quedaron sentados, en silencio, y Lay se dio cuenta de que jamás en su vida se había sentido tan contento, tan tranquilo.
Miró por la ventana hacia los jardines de césped y flores. Siempre había envidiado a esas familias en las que los padres iban al campo de fútbol con sus hijos y las madres organizaban fiestas de cumpleaños. Siempre le había parecido que eran miembros de un club privado en el que sólo los privilegiados podían entrar..
Sólo Tao y Luhan podían comprender ese sentimiento, aunque ninguno de los dos lo admitiría. Se habían pasado demasiado tiempo intentando hacerse los duros, fingiendo que todo les daba igual...
Se giró hacia _ y la besó con una avidez que lo sorprendió.
--Esto no ha sido una aventura de una noche, _ —le dijo cuando separó los labios—. Voy a volver. No sólo mañana, sino al día siguiente, y al siguiente y al siguiente. Y al siguiente también. Te lo aseguro.
-Lay, me marcho dentro de tres semanas...
--Entonces disfrutemos de esas tres semanas. Tú, Tyler y yo. A partir de mañana mismo; es decir, a partir de hoy — Lay consultó el reloj—, dentro de nueve horas exactamente. Os recogeré para ir de picnic.
hizo ademán de denegar con la cabeza, pero él la abrazó y volvió a besarla hasta dejarla rendida.
Empañaron las ventanas antes de que, finalmente, la acompañara hasta la puerta. Y mucho después de su último y hambriento beso, después de que ella entrara y apagara la luz del porche, Lay se sentó en la camioneta y se quedó pensativo, preguntándose qué tenía esa mujer para haberlo atrapado de esa forma.
Una orquesta de jazz actuaba en el parque. El viento soplaba con suavidad y agitaba las hojas de los árboles, que daban sombra a las docenas de mantas y sábanas que se extendían sobre el césped. Los adolescentes jugaban al baloncesto en una cancha cercana, mientras que los más pequeños correteaban por un parque.
Una tarde de parque como otra cualquiera, pensó , salvo que esa vez ella y Tyler habían ido con Lay.
Suspiró, se quitó las sandalias, se subió la falda por encima de las rodillas y se sentó sobre la sábana que Lay había tendido bajo la sombra de un árbol. Tyler le había pedido a Lay que lo empujara en los columpios y ella se había quedado sacando las cosas que su madre había insistido en preparar: ensalada de atún, sándwiches de jamón y queso, alitas de pollo, pastas de chocolate y litros y litros de limonada. Había comida suficiente para alimentar a toda la ciudad, y aún sobraría algo.
Sabía lo que su madre tramaba; que aprobaba la relación que Lay estaba tratando de sacar adelante. Pero no iba a dejarse influir por Janet, pues ya era mayor, aunque no más inteligente en lo concerniente a Lay.
La lógica y el corazón disputaban sin descanso, pero _ no había logrado renunciar a disfrutar de unos días preciosos junto a Lay. El dolor de dejarlo quedaría compensado por la felicidad de esos momentos.
Tyler dio una carcajada de alegría mientras Lay lo empujaba un poco más alto. _ también sabía lo que era sentirse en el cielo, extática. Le bastaba una mirada o una caricia de Lay para empezar a elevarse y acabar con la cabeza en las nubes.
El pecho se le hinchó de felicidad al ver tan unidas a las dos personas a las que más quería en el mundo. Quería recordar cada minuto que iban a compartir, cada imagen, cada olor. Más tarde, cuando regresara a Singapur y las noches se le hicieran interminables, podría recordar cada uno de esos mágicos momentos.
Sobre todo, se acordaría de la noche anterior; de cada susurro y cada beso. Y esa vez, mientras hacían el amor, había sido su nombre el que había salido de los labios de Lay. Sí, Lay había sabido perfectamente que estaba junto a _ Smith, y aquello sería un recuerdo imborrable.
Tyler la llamó y _ lo saludó con la mano. Luego, cuando Lay le guiñó un ojo, el corazón se le aceleró. Notó que la estaba mirando con hambre, y no precisamente de ensalada.
Sabía que volverían a hacer el amor, lo cual la excitaba y perturbaba por igual.
La comida estaba lista cuando, minutos después, Tyler llegó corriendo y se sentó sobre una mantita verde.
-¿Me has visto, mamá?, ¿has visto que alto estaba?
-Has ido tan alto que los pájaros no podían volar —repuso _ con voz amorosa.
Lay tomó asiento junto a ella, la rodeó con un brazo por los hombros y le dio un beso en los labios antes de que _ pudiera protestar. Esta miró a su hijo, cuyos grandes ojos se habían agrandado aún más.
-¿Por qué besas a mi mamá? —le preguntó Tyler a Lay, asombrado.
-¿Por qué me gusta un montón —contestó él, sin soltar a _—. ¿Te parece bien?
--Si a ella le gusta, a mí también —dijo Tyler, tras meditar la respuesta unos segundos. Luego, distraído por el ladrido de un perro, desvió la mirada—. Mira, ahí está Joshua —dijo al ver a un castaño, compañero de la escuela, quien lo estaba saludando y haciéndole señas para que fuera a jugar con él. Tyler pidió permiso a su madre con la mirada y, cuando ésta asintió, tomó dos pastas de chocolate y salió como una bala.
Corría como un atleta, pensó Lay. Entonces se preguntó si el padre de Tyler habría sido atleta, algún deportista famoso al que hubiera conocido en el periódico.
Aunque, por otra parte, prefería no saber nada del padre, para no aceptar que _ había estado con otro hombre.
Se olvidó de su enojo y la volvió a besar, en esta ocasión con más ardor, toda vez que Tyler ya no estaba presente.
- Lay —_ interrumpió el beso—. Por favor. -Cuando anoche decías por favor significaba que querías más —le susurró él al oído.
-Ya sabes a qué me refiero —se resistió _—. Aquí no podemos hacerlo.
-¿Por qué no?
-No quiero que Tyler se confunda con nosotros —repuso tras localizar a su hijo con la mirada—. Quizá no lo entendería.
-Yo no lo entiendo, y estoy más que confundido —replicó Lay —. ¿Por qué no me lo explicas tú?
-Ya te he dicho que me voy dentro de tres semanas. Sería duro para Tyler si te tomara demasiado... cariño.
-¿Y a ti, _? -susurró él.-. ¿A ti también te resultaría duro?
-Nosotros somos adultos, Lay. Sabemos cómo manejar nuestros sentimientos.
Lo que no era cierto. Porque Lay no tenía ni idea de cómo controlar los sentimientos que _ había despertado en él. La deseaba más que a ninguna mujer y no se trataba de mero sexo, por bueno que éste fuera.
-De acuerdo, lo haremos a tu manera—concedió Lay —. Cuando Tyler esté cerca, seré bueno... Pero cuando no esté delante, te aconsejo que estés atenta, porque voy a ser muy malo —añadió en tono pícaro, al tiempo que le rozaba el labio inferior.
Lay apreció el deseo que nubló los ojos de , la cual había cerrado los ojos y entreabierto la boca.
-Me voy a jugar al fútbol con los chicos—prosiguió él, obligándose a cumplir su reciente promesa—. Pero piensa en lo que acabo de decirte.
¿Cómo quería que pensara nada?, se preguntó , tan excitada que apenas podía respirar. En todo caso, pensaría en él: en su boca, sus manos, sus labios...
— ¡_!
C apítulo 17: Picnic (PARTE 2)
Ésta despertó de su ensimismamiento al oír la voz de Mien.
—Hola —la saludó _.
¿Qué tal? —Mien se giró e hizo una seña a Tao, quien se acercó a ambas acto seguido—. ¿Te importa si os acompañamos?
—Me encantaría —aceptó , deseosa de distraerse con alguien que la hiciera olvidar a Lay.
Hola, preciosa —Tao le dio un beso en la mejilla—. Había visto la camioneta de Lay, pero no podía creerme que existiera la mujer capaz de llevarlo de picnic. Ese chico ha tirado toda su reputación por la borda.
No le hagas caso, _ —intervino Mien, mientras tomaba asiento en la silla que Tao le ofrecía—. Tao está celoso porque su fama de chico malo se arruinó al casarse conmigo, y no soporta que Lay y Luhan sigan libres como un pájaro.
No es verdad, mi vida —dijo Tao, al tiempo que acariciaba el estómago embarazado de su esposa—. Yo estoy encantado de que estemos casados.
—¿Por qué no te vas a jugar con Lay? —le propuso Mien con voz amorosa—. ¡Hombres!, ¡no se puede vivir con ellos, pero tampoco sin ellos! —añadió después de que Tao se hubiera unido a Lay y a Tyler.
—Gracias por invitarme a tu fiesta de anoche
— Lay y tú os marchasteis temprano. Parecía que teníais un poco de prisa...
¿Lo sabía?, ¿acaso era tan obvio que se habían acostado juntos?
—Yo, bueno... nosotros...
—No te preocupes, _ —dijo Mien entre risas—. Tu secreto está a salvo conmigo; aunque no tiene mucho de secreto. No hubo una sola persona en la fiesta que no se diera cuenta de cómo te estaba mirando Lay.
-¿Me estaba mirando?
-No seas modesta. Parecía que te quería comer de arriba abajo. Como si no hubiera otra mujer en todo el mundo —respondió Mien—. Está enamorado de ti —sentenció.
se quedó atónita. ¿Enamorado? Eso era ridículo. Sólo estaba interesado en ella físicamente. Por mucho que le hubiera dicho que ella le importaba, hablar de amor era absurdo.
— Lay y yo somos... amigos —objetó _.
—De acuerdo, _ —concedió Mien, sonriente—. No estoy intentando fisgar. Pero si alguna vez necesitas hablar con alguien, llámame. Las cosas también fueron difíciles entre Tao y yo al principio.
Luego miraron un segundo a sus hombres, los cuales estaban jugando alrededor de una pelota. Tyler acababa de robársela a Lay y se disponía a regatearlo.
Tao y tú hacéis una pareja ideal —comentó _ entonces, sonriente—. Me cuesta creer que nada fuera difícil entre vosotros.
—Difícil es poco —Mien dio un sorbo de limonada y rió—. ¿Quieres saber cómo me pidió que me casara con él? Me chantajeó.
—¿Qué?
--El pensaba que me estaba obligando a ser su esposa y yo le dejé creerlo. La verdad era que estaba enamorada de él desde los catorce años; pero ésa es otra historia. Aquí vienen los chicos...
Estupefacta por la confesión de Mien, _ no tuvo tiempo de responder antes de que Tyler, su amigo Joshua y los dos hombretones las rodearan.
--Tenemos hambre —anunció Tyler—. La mamá de Joshua dice que puede comer con nosotros si a ti no te importa.
Se volcaron con la comida con el mismo entusiasmo que habían mostrado para jugar al fútbol.
no recordaba una tarde más estupenda. Y también Tyler parecía emocionado. Luego, después de dar cuenta de la última pasta de chocolate, corrió a jugar con los tanques de juguete de Joshua.
Mientras, Lay y Tao, como guerreros saciados tras un banquete, estiraron las piernas y reposaron las cabezas sobre las manos, con los ojos cerrados.
-Bueno, _ —arrancó Mien, al tiempo que se sacudía unas migas de pan de sándwich—, cuéntame lo de Roger.
—¿Roger? —preguntó , mirando a Lay, el cual había abierto un ojo.
—Ya sabes, lo de anoche —insistió mien—. Roger y tú. En el dormitorio.
notó que se había ruborizado.
Lay ya había abierto los dos ojos y tenía el ceño fruncido. Hasta Tao parecía estar prestando atención con sumo interés.
—No hay mucho que contar...
--Pues a mí no me dio esa impresión —Mien dio un sorbo de limonada—. Lo estampaste contra el suelo sin que se diera cuenta de por dónde le venía el golpe.
—¿De qué demonios está hablando? —le preguntó Lay a _.
—¿Es que no se lo has dicho? —intervino Mien, haciéndose la inocente.
—Decirme qué.
--En realidad no es nada —comenzó _—. Yo sólo...
—Le hizo una llave —se adelantó Mien—. Lo levantó y lo tiró de espaldas contra el suelo. Hemos fundado un Club de Fans de _ Smith y yo soy la presidente. Espero que en nuestra primera reunión nos relates ese momento tan glorioso con todo tipo de detalles.
—¿Tú lo sabías? —le preguntó Lay a Tao, al oírlo reír.
—Roger seguiría tirado en el dormitorio de invitados si no lo hubiera ayudado a levantarse —respondió Tao—. Parece que la pequeña _ es de armas tomar.
Lay la miró y apretó los dientes. Todavía recordaba con desagrado la imagen de Roger sujetando a _ de un brazo para impedirle salir del mirador. Había tenido que realizar un gran esfuerzo para contenerse y no meterle un puñetazo en condiciones...
Y ahora resultaba que Roger había vuelto a molestarla y ella se las había arreglado por sí sola. Sabía que no tenía sentido, pero no pudo evitar sentirse furioso.
—Me voy a ver cómo andan los chicos—anunció tras ponerse de pie, visiblemente enojado.
Cuando llegó a la altura de éstos, ya se había calmado un poco. Tyler y Joshua estaban jugando con unos soldaditos de plástico, bajo la atenta mirada de los padres de éste, que saludaron a Lay con una amplia sonrisa.
—Adam Wheeler —se presentó el padre.
— Yi Xing.
Después de darse la mano, Adam le presentó a su mujer, Susan, una guapa morena de suaves ojos azules.
—Gracias por dejar que Joshua juegue con tu hijo —dijo ella—. Somos nuevos en Changsha y Josh no conoce a muchos niños todavía. Nos gustaría que tu esposa y tú dejarais que Tyler venga a jugar a nuestra casa algún día.
Pensaban que Tyler era su hijo. Y , su mujer. Lay sonrió y decidió no sacarlos de su error. Por raro que fuese, de alguna manera, la idea le gustaba.
—Tendré que preguntarle a _ —repuso.
—Es increíble lo mucho que os parecéis Tyler y tú —prosiguió Susan.
Lay la miró a los ojos y pestañeó. ¿Qué había dicho?, ¿qué Tyler se parecía a él? Contuvo las ganas de echarse a reír. Aunque, por otra parte, era cierto que los dos eran pelinegros y tenían los ojos oscuros. Y había cierto parecido en la forma de sus mentones; luego no era tan extraño que la gente supusiera que Tyler era hijo suyo, ¿no?
Capítulo 18: La casa se está quemando y tengo que llamar a los bomberos
Tao y Mien se habían ido a dar un paseo cuando Lay regresó junto a _.
-¿Sigues enfadado? —le preguntó con una expresión dulce que no encajaba en absoluto con la de una mujer karateka.
—Al menos podías habérmelo contado —repuso Lay, refunfuñando adrede, para ver si así conseguía sacarle un beso.
-Podía.
-¿Y?
—No hay mucho que contar. Me acorralé en el dormitorio cuando entré por el abrigo. Yo estaba de mal humor, así que cuando me puso una mano encima, lo volteé y lo tiré al suelo. Fin de la historia.
—De modo que no necesitabas que te ayudara en el mirador, ¿verdad? Yo intentando salvarte, pensando que estarías asustada, y tú solita podías haber despachado a ese imbécil. Lo que te habrás reído de mí.
—No, Lay. No me he reído de ti en absoluto —aseguró _—. Me pareció maravilloso. Tú me pareciste maravilloso.
—¿Sí? —Preguntó Lay, reparado un poco su orgullo—. ¿Te parecí maravilloso?
—Y dulce.
No sabía si aquello era dulzura, pero la expresión de los ojos de _ le detuvo el corazón con un sentimiento que no logró identificar.
—Voy a besarte, _ —aseguró Lay con anhelo—. No ahora, porque no sería capaz de detenerme. Pero luego, cuando nos quedemos a solas, voy a besarte hasta que no recuerdes ni tu propio nombre.
—De acuerdo —aceptó ella sonriente, tras suspirar con suavidad.
--
--Te necesito. Sin ti estoy perdido. Por favor, , haré cualquier cosa. Sólo dime qué quieres y lo haré.
levantó las cejas pacientemente y se cambió el auricular de una oreja a otra. Thomas Grane, su jefe en el periódico, llevaba llamándola sin parar desde hacía tres días.
--Thomas, tengo diez días más de baja. Ya lo hemos discutido: no puedo volver hasta que el doctor diga que mi padre puede conducir de nuevo. La semana que viene, me imagino.
—, te lo suplico —insistió Thomas—. David Brooks está enfermo, Dan Howard está psicótico y Georgia está amenazando con dimitir.
—¿Y cuál es el problema? —Preguntó _—. Todo sigue como siempre.
—Por favor, por favor, escúchame...
, cansada de oír los mismos argumentos durante los tres días pasados, giró la muñeca y miró la hora. Lay iba a llegar a las cuatro, y ya eran menos diez. No había dicho adónde iban a ir; sólo que llevara vaqueros. El estómago le calambreaba con la misma excitación de cuando era adolescente cada vez que lo veía.., lo que había sido muy frecuente a partir del día del picnic. Demasiado frecuente, sin duda; pero no había conseguido decirle que no.
Lay sabía conseguir lo que quería... lo cual coincidía a la perfección con lo que ella misma deseaba, pensó _ sonriente.
Y no sólo se habían pasado el tiempo en la cama. También habían ido al cine, a cenar o a la bolera. Y Tyler los acompañaba siempre cuando paseaban por la mañana.
—¡_!, ¿me estás escuchando? ¡Contesta, maldita sea!
—Sí, Thomas. Estoy aquí y te estoy escuchando: me necesitas, quieres que vuelva inmediatamente, me darás cualquier cosa a cambio...
De pronto, alzó la vista y se encontró a Lay apoyado en el quicio de la entrada a la cocina, observándola. Llevaba unos vaqueros, una chaqueta de cuero negro, camiseta blanca y botas negras. Estaba de infarto.
Este avanzó hacia ella, bajó la boca y la besó con ternura.
—Tengo que colgar, Thomas —dijo _ sin resuello—. La casa se está quemando y tengo que llamar a los bomberos.
Después, nada más colgar, Lay le acarició el cabello y le inclinó la cabeza para poder besarla con más profundidad.
—¿Quién estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de que volvieras? —le preguntó—. Necesito un nombre antes de matarlo.
—Thomas Crane, mi jefe. Y no hace falta que lo mates. Ya lo haré yo misma —contestó _—. No te he oído llamar.
—Tu padre estaba en la entrada y me invitó a pasar.
—Bueno —_ agarró una chaqueta y se la puso—, deja que me despida de Tyler y de mamá.
—¿Entonces vas a hacerlo? —le preguntó Lay.
-¿ qué?
-Se vas a marchar?
La intensidad de su voz y de sus ojos le hizo dar un vuelco a su corazón. No habían vuelto a hablar de la duración de su relación desde el día del picnic, así como no se habían hecho promesas sobre su futuro.
—¿Intentas librarte de mí? —se obligó a bromear.
—¿Te vas a marchar? —insistió Lay.
—No hasta que mi padre se recupere del todo —repuso _ con la voz quebrada por la emoción—. Dentro de unos días, como poco.
—¡Lay!
Los dos se giraron al oír el animoso saludo de Tyler. Y, entonces, al ver a Lay agacharse sonriente para abrazar al pequeño, a pesar de lo serio que había estado hasta ese momento, le entraron ganas de llorar, conmovida.
—Hola, colega —dijo Lay —. ¿Cómo te va?
—Puedes venir el viernes al cole y hablar de tu trabajo? Mi maestra quiere que todos los papás y mamás nos cuenten lo que hacen y yo sé que tú no eres mi papá, pero le he preguntado a mi profe si podías venir y dice que sí. ¿Vas a venir?
—Por supuesto... si a tu madre no le importa.
—No le importa, ¿verdad, mamá? —le preguntó Tyler a _.
Lay notó que ella vacilaba y sintió una punzada de rabia. Sólo les quedaba una semana y _ ya estaba distanciándose, poniendo barreras entre ambos, como antes de la fiesta de Tao y Mien. Aunque quizá no se mostrara tan fría si se lanzaba encima de ella y la besaba hasta anular su parte racional
—¿Puede, mamá? —insistió Tyler.
—Claro, cariño —aceptó _ por fin—. Si tiene tiempo.
—Lo tengo —aseguró Lay, a pesar de que era precisamente el tiempo lo que se le estaba acabando a toda velocidad.
se había permitido abandonarse a la pasión, había sido participé de la alegría de vivir de Lay, se había sentido deseada, salvaje y libre; pero ese día era especial.
Capítulo 19: El pasado no importa, el futuro es incierto solo nos queda el presente
Ese día la había invitado a dar una vuelta en moto. De verdad.
El viento soplaba contra su cara mientras avanzaban vertiginosamente por la autopista.
—¿Adónde vamos? —le preguntó , rodeando a Lay por la cintura con los brazos, cuando éste se desvió hacia una carretera que subía hacia las montañas.
Pero él no respondió. Se limitó a cambiar de marcha y a girar. Como si fueran un sólo cuerpo, _ se inclinó hacia el mismo lado que Lay, aplastando los pechos contra la espalda de él.
Luego ascendieron entre pinos y abetos, hasta que, por fin, después de decelerar y adentrarse en un sendero del bosque, Lay detuvo la moto, se quitó el casco y la ayudó a bajar.
—¿Dónde estamos? —preguntó _ con voz y piernas temblorosas.
—Ven — Lay sacó una manta de la parte trasera de la moto, le agarró una mano y comenzó a andar.
Varios minutos después, cuando ya empezaba a faltarle el aliento para seguir el ritmo de Lay, sin resuello por la proximidad de éste y la pendiente del camino, llegaron a una cumbre desde la que se divisaba un arroyo serpenteante, orillado por exuberante césped, que espejeaba la puesta de sol.
—Es precioso —exclamó ella.
—Pensé que te gustaría —dijo Lay mientras extendía la manta.
-¿A quién no? —_ recostó la espalda sobre la ancha explanada de su pecho y pensó que, si fuera posible detener el tiempo, ése sería el momento ideal—. ¿Cómo encontraste este sitio?
--Por casualidad. Tenía trece años y estaba enfadadísimo. Me habían echado del colegio por fumar en el gimnasio y, como sabía que no podía volver a casa tan temprano, agarré mi bicicleta y empecé a pedalear hasta que llegué aquí. Para mí fue todo un descubrimiento. Después de ese día, volví con mucha frecuencia.
—¿Tú solo?
—¿Preguntas si venía con chicas?
—Me refería a Tao y Luhan —mintió , fingiéndose indignada.
—Sí, claro —se burló Lay —. La respuesta es no, en cualquier caso. Nunca había traído aquí a nadie. Tao y Lu ni siquiera saben que este sitio existe. Necesitaba tener un escondite que fuera mío, donde nadie pudiera localizarme.
Y, sin embargo, la había llevado a ella... Incapaz de articular palabra, se giró para mirarlo y vio en la expresión de su cara al niño solitario, repudiado por su propia madre, abandonado a la tutela de un padrastro borracho.
Con lágrimas en los ojos, se giró entre los brazos de Lay, lo rodeó por la cintura y le dio un abrazo.
—¿Qué te pasa? —le preguntó él al verla llorando.
—Yo... —quiso decir que lo quería, pero se detuvo a tiempo— Lo siento... Siento mucho que tu madre te dejara con ese hombre tan horrible. Eras sólo un niño, no te lo mereces
—, el pasado es historia y nadie puede cambiarlo —dijo Lay, conmovido—. Y el futuro es incierto, así que... sólo importa el presente —añadió.
Sin embargo, en ese instante, con _ acurrucada entre sus brazos, se dio cuenta de que el futuro comenzaba a importarle más que en toda su vida, deseoso de poder compartir el resto de sus días junto a ella, con Tyler.
¡Dios!, ¡se había enamorado de verdad!, comprendió con asombro.
—¿En qué piensas, Lay? —quiso saber _.
Se imaginó la cara de estupefacción que debía de tener, pero no era el momento adecuado de decirle lo que estaba sintiendo, pues lo más probable sería que _ echara a correr a Singapur.
En cualquier caso, en los pocos días que les quedaban, haría todo lo posible para demostrarle que ella también lo amaba a él. No podía dejarla escapar.
—, ¿tienes idea de lo que me estás haciendo? —le preguntó conmovido mientras le acariciaba el cabello y le secaba con los labios una lágrima que le caía por la mejilla.
Luego bajó la boca y ella entreabrió los labios para darle la bienvenida, le rodeó el cuello mientras él deslizaba las manos espalda abajo, hasta el trasero, y la apretó contra sí. Después se dejaron caer sobre la manta, con suavidad, y mientras Lay la sujetaba sentado, ella le rodeó la cintura con las piernas, moviendo el cuerpo con la misma sensualidad que sus lenguas.
Lay necesitaba entregarse a ella, no sólo en cuerpo, sino también con toda su alma. Introdujo las manos por debajo del top de _ y las deslizó por su terso estómago. Cuando le desabrochó el sostén y se llenó las manos con sus pechos, _ se estremeció y gimió su nombre, echó la cabeza hacia atrás, levantó los brazos y se dejó sacar el top. La sangre le latió en las sienes al verla, semidesnuda, con los senos firmes y elevados, y los pezones endurecidos de excitación.
se arqueó al sentir los labios de Lay sobre una de sus cumbres, susurró el nombre de éste, una y otra vez, hasta que él cambió de pecho y la siguió saboreando.
Tampoco ella podía contenerse. Primero le quitó la chaqueta de cuero, luego la camisa y, torso a torso, restregó sus senos por el pecho de Lay, que de nuevo buscó su boca, al tiempo que los dos se desabrochaban los cinturones de los vaqueros.
Entonces se tumbó, la atrajo hacía sí mismo y _ paseó los labios por su pecho, y fue bajando... hasta deshacerse de sus calzoncillos.
Erecto de ansiedad, respiró profundamente juró que no volvería a hacer el amor si ella no formaba parte de su vida. Tenían que estar siempre juntos, pensó desesperado, o se volvería loco.
Lay la subió, terminó de desnudarla, la besó con fiereza y la tumbó boca abajo.
Luego se acomodó entre sus piernas y observó el deseo en los ojos titilantes de , los cuales reflejaban el brillo de la luna impaciente, ya en el horizonte.
La penetró con suavidad y, de pronto, el mundo entero desapareció. Estaba a solas con _ y aquello era el mismo cielo. Se perdió allí, ahondando en el éxtasis de su pasión, y se sintió en casa, pletórico y redivivo.
Por su parte, a pesar de que el cielo estaba despejado, _ estaba convencido de que los truenos estallaban y los rayos centelleaban en las alturas, como si se hallaran a la intemperie, en medio de una tempestad.
Lo oyó gemir su nombre, notó el calor de sus arremetidas, más profundas cuanto más le arañaba la espalda con las uñas. Y el corazón se le aceleró, la respiración se le entrecortó, los sentimientos se le descontrolaron, salvajes y montaraces, constelados de amor por Lay..
Y gritó, notó que el cuerpo se le tensaba, los espasmos la azotaron como una ola contra el malecón... y sólo al final llegó el silencio, cómplice y glorioso.
Permanecieron abrazados mientras una suave brisa los acariciaba. Lay se apartó un segundo para estirar la manta y cubrir a , se miraron sonrientes, saciados de inconfeso amor.
—¡Guau! —susurró él con voz ronca.
—Sí, ¡guau! —repitió ella, riéndose. No era muy poético, pero sí bastante descriptivo.
Y, sin embargo, en medio de tanta dicha, irrumpió un pensamiento amargo: ¿cómo podía sentirse tan feliz existiendo secretos entre ambos?, ¿acaso no se merecía Lay más?
Capítulo 20: Probado, probando
El mismo sueño. Otra vez. Sólo que, en esta ocasión, más real que nunca. Estaba en el bosque, a oscuras, sujetaba a una mujer entre los brazos, la besaba, la acariciaba... pero, como siempre, no podía ver su cara, ni hablarle.
La mujer iba alejándose en la densidad de la niebla, él intentaba seguirla, pero no lograba moverse... y terminaba despertando sudoroso, con el corazón agitado.
Lay encendió la lamparita de noche, se mezo el cabello y miró el reloj; eran las cuatro de la mañana y sabía que no conseguiría volver a dormirse.
Respiró profundamente y fue a la cocina, donde puso la cafetera a calentar. Sabía que la mujer no era , pero estaba seguro de que se debía a la marcha de ésta a la semana siguiente. La noche anterior, recordó con frustración, mientras tomaba un helado con ella y con Tyler, había mencionado Londres varias veces.., para comunicarle con sutileza que su tiempo juntos se estaba agotando.
Abrió un cajón de la cocina, extrajo una cajita de terciopelo negro y la mano le tembló al sacar el anillo de diamante que había en su interior. El estómago le calambreó.
Le iba a pedir que se casara con él. Ya había preparado una cena romántica, con velas, en una mesa del restaurante Four Winds. Hasta había reservado una suite, para celebrar que ella aceptaba...
¿Y si lo rechazaba?, ¿y si de veras se marchaba con Tyler? Había llegado a encariñarse del pequeño más de lo que jamás había imaginado. Los quería a los dos, como nunca había querido nada en la vida.
Ella lo había cambiado todo. Hasta su encuentro con , siempre había estado contento con quién era él y con lo que hacía; había disfrutado de cada segundo de cada día... pero ahora estaba obsesionado con ella, sentía palpitares que ninguna otra mujer le había despertado nunca.
Miró el anillo unos segundos, lo metió en la caja y la cerró. Ese día tenía que ir al colegio de Tyler para hablar de su trabajo... aunque no fuera su padre.
¿Cómo reaccionaría él si le dijera que quería ser su papá, casarse con _ y pasar el resto de sus vidas los tres juntos?
Exhaló un largo suspiró, restituyó la cajita a su cajón, se sirvió una taza de café bien fuerte y comenzó a prepararse para el día más importante de su vida.
— ¿Cómo estoy?
-¿Me estás pidiendo un piropo? —replicó _ mientras le alisaba las solapas de la chaqueta.
Estaban en el salón de actos del colegio de Tyler. _ ya había hablado de su trabajo como periodista y escritora, así como habían intervenido un bibliotecario y una doctora en otorrinolaringología. En esos momentos había un contable durmiendo a los chiquillos. La señorita Henderson había reservado a Lay para el final y _ sabía que era un acierto.
— ¿No me das un beso de buena suerte?- preguntó él con tono sensual.
—Hay niños delante. Compórtate —le reprochó _.
— ¿Qué te parece, entonces, si vienes a mi casa después?
—Tengo que llevar a mi padre al médico a las once y luego he quedado con Mie para comer.
—Sólo son las diez. Tenemos tiempo para...
—¡Lay! —Irrumpió la voz de la señorita Henderson—. Tu turno, Lay. Los chicos están ansiosos por verte —añadió, al tiempo que lo desnudaba con la mirada.
prefirió no pensar en todas las mujeres en las que Lay se fijaría cuando ella se hubiera ido. Ya le costaba mucho separarse de él, de modo que no tenía sentido atormentarse imaginándoselo con otras.
—_ —la llamó la señorita Henderson—, estamos grabando las intervenciones de todos para tener un recuerdo de este encuentro. ¿Te importa darle a grabar después de que presente a Lay?
—En absoluto —_ sonrió y tomó el grabador de la señorita Henderson mientras ésta se llevaba a Lay del brazo.
—Muy bien, chicos. Prestad atención un momento. Tyler Hamilton le ha pedido a un amigo muy especial que esté con nosotros hoy, así que tenéis que portaros muy bien mientras está hablando —les pidió la señorita Henderson—. ¿Podéis darle los buenos días al señor Lay?
—Buenos días, señor Yi Xing —corearon unas doscientas vocecillas mientras Lay se acercaba al micrófono. Cuando se llevó una mano a la oreja y dijo que no oía bien, los niños gritaron alto, y cuando Lay se llevó las manos al pecho y dio unos traspiés hacia atrás adrede, todos se echaron a reír.
Era de esperar, pensó _ mientras ponía el grabador en funcionamiento. Acostumbrado a tratar con los medios de comunicación durante tantos años, era lógico que supiera ganarse la simpatía de un público mucho más receptivo.
Luego pasó a contar cómo pasó de disfrutar montando en moto a dedicarse al motociclismo profesionalmente, e indicó que el dinero no debía ser el principal motivo para elegir un trabajo, sino que éste te gustara, para pasarlo bien y que nunca se tuviera la sensación de estar trabajando.
se acercó al borde del escenario para localizar a Tyler, el cual tenía una sonrisa de oreja a oreja y no se perdía una sola palabra de su adorado Lay.
Cerró los ojos para que no se le saltaran las lágrimas y lamentó lo mucho que iba a hacer sufrir a Tyler cuando lo separara de su padre...
Desde el día del viaje en moto, sabía que tenía que contarle a Lay la verdad. Tal vez no volviera a hablarle y renegara de Tyler, pero éstos se merecían una oportunidad. Fueran cuales fueran las consecuencias, eran ellos los que tenían que tomar sus propias decisiones.
Por cobardía, había decidido esperar hasta el último día; pero al ver a Lay hablando con los niños, saludando a Tyler con una mano y a éste devolviéndole el saludo emocionado, comprendió que no podía esperar tanto.
Mientras, él hablaba sobre la importancia de ir al colegio y de la educación.
se alejó unos metros. No podía hacerle frente en ese instante; necesitaba un poco de tiempo para pensar y encontrar las palabras adecuadas... Y rezó porque de veras las encontrara.
Lay aceleró justo antes de entrar en el aparcamiento de su taller. Luego hizo un caballito y después hizo tres ochos con la moto, hasta detenerla justo donde quería estacionaria.
Estaba contentísimo. Al fin y al cabo, acababa de salir airoso de su primera intervención como papá en el colegio de Tyler, y estaba a punto de pedirle a la mujer a la que amaba que se casara con él. Miró el reloj e imprecó en silencio al ver que sólo eran las once menos cuarto de la mañana. Tenía mesa reservada para cenar a las ocho, y no recogería a _ hasta las siete y cuarenta y cinco. ¿Qué diablos iba a hacer durante nueve horas? Entonces se le ocurrió acercarse a la montaña, donde tal vez hallara la quietud suficiente como para serenarse.
Pero no, no podía ir a la montaña, comprendió resignado mientras se quitaba el casco; después de haber llevado allí a , no dejaría de pensar en ella.
Se puso a dar vueltas con ansiedad por el taller, echó un vistazo a un motor en el que había estado trabajando el día anterior, fue a su despacho y maldijo al comprobar que tenía diez mensajes en el contestador automático.
De acuerdo: adelantaría algo de papeleo, haría un par de llamadas para matar el tiempo. Cuando ya iba a descolgar el teléfono, notó que el casete que la profesora de Tyler le había dado seguía en el bolsillo de su camisa. Lo sacó, lo colocó en el estéreo... y se quedó helado:
—Probando, probando...
Se giró despacio y miró hacia su equipo estéreo desconcertado. ¿Se había equivocado de cinta? Dos segundos después, oyó la voz de la señorita Henderson y luego la suya propia al saludar a los chicos. Luego no se había equivocado...
Rebobinó, subió el volumen y volvió a pulsar la tecla de reproducir: era tina voz suave, delicada, sexy... ¿La de _?.
La señorita Henderson le había dado la cinta a ella para que grabara su intervención, recordó Lay. Y él mismo la había visto probar si la grabadora funcionaba...
Volvió a escucharla, cerró los ojos y nuevamente la escuchó.
Sintió un escalofrío, un calambrazo que le recorrió la espalda y lo levantó de la silla como un resorte. Fue al dormitorio, manoteó dentro de una caja que guardaba bajo la cama, repleta de fotos, medallas y objetos para el recuerdo, y, cuando por fin encontró el casete que buscaba, lo agarró, regresó con él al despacho y lo introdujo en la pletina del equipo:
—Probando, probando...
Miró las dos cintas con el ceño fruncido. Eran idénticas, sonaban igual, sólo un poco más temblorosa la voz de la cinta antigua.
¿Qué demonios estaba pasando?
Cierto que todo el mundo decía probando, probando al iniciar una grabación; pero las voces de la dama misteriosa y de _ eran iguales... como si fueran la misma mujer.
Se quedó perplejo y, segundos después, descolgó el teléfono.
El taller de Lay estaba en silencio cuando _ entró una hora después. Ni ruido de motores ni música a todo volumen. De no ser porque su camioneta y su moto estaban fuera, habría pensado que no estaba allí.
Capítulo 21: Una vida llena de errores
—¿Lay? —_ avanzó, entró en el despacho y al verlo sentado, casi en penumbra, sin decir nada ni moverse, sólo mirándola, se sobresaltó—. ¿Estás bien? —sólo habían pasado dos horas desde que se había despedido de él, pero era obvio que algo terrible había ocurrido.
—Siéntate, _ —le pidió con una voz tan fría que la aterrorizó.
—¿Qué pasa? —inquirió ansiosa.
—¿Cuándo ibas a decírmelo?
—¿qué? —preguntó helada.
—Lo de Tyler... Que es mi hijo —añadió al ver que _ no decía nada.
¿Cómo?, ¿cómo se había enterado?, se preguntó desesperada.
Lay puso una cinta en el equipo de música y ambos oyeron la voz de _ al comprobar el funcionamiento de la grabadora.
—Lo... lo hice esta mañana.
—Lo hiciste hace cinco años —repuso Lay, tras denegar con la cabeza—. El periódico te había pedido que me entrevistaras y te dejaste la cinta en el cuarto de baño de mi dormitorio. La guardé como recuerdo de una noche gloriosa con una mujer sin nombre ni rostro... ¿Es así como entrevista a todos los hombres?, ¿te metes en su cama y luego te marchas sin decirles siquiera tu nombre? — añadió dolido.
—No —susurró ella con un hilillo de voz—. No...
—Después de oír la cinta, fue sencillo localizarte. Hace cinco años, justo cuando yo competía allí, tú trabajabas para el periódico de Manchester. Tu antiguo jefe ha sido tan amable de enviarme por fax el artículo que escribiste, con detalles de la carrera y de la fiesta en el hotel, firmado por ( tus iniciales ).Smith—explicó Lay, al tiempo que le entregaba el fax—. ¿Por qué, _?, ¿se trataba de un juego para ti?, ¿el mismo juego con el que me has estado engañando desde que volviste a Changsha?.
—No —acertó a responder—. Tienes que creerme.
—¿Creerte? —se burló Lay —. Eso es lo último que haría.
—Hace cinco años —arrancó , destrozada—, mi jefe me encargó que te entrevistara. Me quedé aterrorizada. Él ni siquiera sabía que tú y yo nos conocíamos. Y con lo famoso que eras y el tipo de vida que llevabas, yo misma pensaba que- no te acordarías de la pequeña y simple _ Smith... Cuando entré en la fiesta que celebraste en la suite de tu hotel, comprendí que no podía enfrentarme a ti. Me iba a marchar, pero un hombre rubio que servía champán pensó que yo había ido a mirar una avería de tu cuarto de baño. Intenté explicarle que yo no pertenecía a la plantilla del hotel, pero había mucho ruido y yo estaba muy nerviosa, así que acabé en el baño, bebiendo champán... Me relajó, me animó a sacar adelante la entrevista... Entonces comprobé que la grabadora funcionaba y, al salir del baño, tu habitación estaba a oscuras... y choqué contigo. Cuando dijiste que me habías visto y que te alegrabas de verme, fui tan tonta que creí de verdad que sabías que era yo. Luego me besaste y ya no pude pensar. Me limité a creerlo que quería creer: que un hombre como tú podía querer a una mujer como yo —finalizó abochornada.
—Me abandonaste —dijo Lay con sequedad.
—Me llamaste por el nombre de otra mujer—susurró ella—. Me sentí humillada, había hecho el ridículo... ¿Cómo podía volver a verte?
—¡Estabas embarazada, maldita sea! —gritó Lay enfurecido, al tiempo que se levantaba de la mesa.
—Me enteré seis semanas después —replicó , acongojada—. Hacía mucho que habías vuelto a los circuitos. Y cuando logré reunir el valor para llamarte y hablar contigo, estabas inmerso en un juicio por una demanda de paternidad. Habrías pensado que yo era otra aprovechada que quería sacarte dinero. No soportaba la idea de ver mi foto en todos los periódicos sensacionalistas. Habría perdido mi trabajo... y, entonces, ¿cómo habría cuidado de mi bebé?
—Nuestro bebé —espetó Lay —. Tenía derecho a saberlo.
— Lay, tú ni siquiera sabías que habías hecho el amor conmigo. Si te lo hubiera dicho, ¿habrías creído que la mujer con la que te habías acostado era la pequeña y aburrida _ Smith?
Cuando Lay se acercó a la ventana del despacho, ella se atrevió a acercarse y rozarle un hombro.
—Eras virgen —dijo él con voz neutra.
—Sí.
—¿Y pensaste que no me importaría? —preguntó Lay rabioso—. ¿Creías que llevaba una vida tan alocada, que meterme en la cama con una mujer virgen era el pan mío de cada día? —añadió, aún dándole la espalda.
—No te conocía —admitió _—. Sólo podía imaginarme la vida que llevabas. Y aunque te hubiera podido aportar pruebas de que Tyler era tu hijo, no podía imaginar que te gustaría cambiar de vida. No quería imponerte un bebé que no habías pedido.
—Y te lo quedaste —apuntó Lay con amargura..
—Nunca pensé en no tenerlo —_ lo miró con dureza—. Lo amé desde el momento en que supe que estaba creciendo dentro de mí. Decidí educarlo sola.
—¿Y Richard?
—Ya te he dicho que Richard fue un error. Por mucho que Tyler necesitara un padre, habría sido peor seguir con un hombre al que no amaba.
—O sea, que en tu vida sólo hay errores, ¿no, _?
—Lo siento, Lay —se disculpó ella—. Si quieres, Tyler podría visitarte de vez en cuando. No tendría que quedarse contigo; podría estar en casa de mis padres, para que pudieras verlo cuando tuvieras tiempo.
— ¿Visitarlo de vez en cuando? —Repitió Lay con dureza—. ¿Cuándo tenga tiempo?
—Por favor, tienes todo el derecho del mundo a estar furioso conmigo; pero no odies a Tyler, te lo ruego. Él te quiere muchísimo —imploró _.
—¿Odiar a Tyler? —repitió Lay, estupefacto—. ¿Acaso crees que podría odiarlo?, ¿tan mal concepto tienes de mí?
— Lay, por favor, escúchame...
—No, _. Escúchame tú. Hace una hora estaba dispuesto a suplicarte que te quedaras en Changsha. Con Tyler. Creía que me había enamorado de ti. Hasta quería casarme contigo —dijo en tono sarcástico—. Para tratarse de la pequeña y simple _ Smith, sabes cómo destrozar la vida de un hombre.
— Lay... —lo llamó ella sin molestarse en secar las lágrimas que le caían por las mejillas.
—Tu turno ha terminado, _ —dijo Lay con seriedad—. Ahora soy yo el que va a cuidar de Tyler y tú la única que lo va a visitar de vez en cuando.
— ¿Qué? —exclamó , súbitamente pálida.
—Que vuelvas a Singapur si te da la gana; pero no te llevarás a Tyler. Me has robado casi cinco años de la vida de mi hijo y no pienso perderme ni un día más. Y te aseguro que no habrá ningún juez que no se ponga de mí lado.
sintió que la habitación le daba vueltas. Aquello no podía estar sucediendo.
—No puedes hacer eso —susurró desgarrada—. No puedes quitarme a Tyler. Por favor, perdóname.
—Vas a llegar tarde a tu cita con Mien, _ —repuso él, indiferente—. Cierra la puerta al salir.
Deseó arrodillarse y suplicarle que la escuchara, pero lo vio tan enojado que sabía que no serviría de nada. Lay nunca volvería a hablar con ella. Jamás le creería.
Capítulo 22: Huir
Se dio media vuelta, sorprendida porque sus piernas la sostuvieran, y salió del taller con el corazón destrozado..
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Quería emborracharse e iba a hacerlo..
Pero no todavía. En esos momentos prefería sentir las dentelladas de su corazón. El dolor alimentaba su ira y ese enojo era lo único que lo mantenía vivo. Eso, y saber que Tyler era su hijo. Tenía sus ojos y su pelo, su sonrisa... Tyler era su hijo, se repitió con incredulidad. Y de _.
Se había quedado de piedra al enterarse de la verdad, y todo el tiempo había estado convencido de que debía de tratarse de una extraña coincidencia. Apretó la mandíbula, rompió un vaso y tiró una pila de papeles por el suelo..
— ¿Qué ocurre? —le preguntó de pronto Tao mientras miraba el caótico aspecto del despacho de Lay.
Este quiso que Tao dijera algo más para volcar todo su enfado en él; pero se conocían desde hacía mucho tiempo y su amigo sabía cuándo debía hablar y cuándo esperar..
—Tyler es mi hijo —soltó sin rodeos..
—Y deduzco que no lo sabías —comentó Tao con asombro.
—Cómo demonios iba a saberlo? Hasta hace dos horas ni siquiera era consciente de que _ y yo nos hubiéramos acostado.
— ¿Quieres hablar del tema? —preguntó Tao con cautela.
—Sí, supongo que sí —supuso Lay. No paró de dar vueltas mientras le contaba todo lo que había descubierto: cómo había acabado _ en su cama, cómo había desaparecido, los motivos que ella le había dado para no comunicarle su embarazo...
—Me he perdido más de cuatro años de la vida de mi hijo —se lamentó Lay cuando hubo terminado—. Su primera palabra, sus primeros pasos, sus primeras navidades... ¿Cómo voy a recuperar todo eso?.
-Pensar así no te va a servir de nada —comentó Tao—. Es mejor que te centres en el presente..
—Eso mismo estoy haciendo —aseguró Lay —. No pienso perderme ni un día más de la vida de Tyler. Se va a venir a vivir conmigo.
—¿Y _?.
—¿Qué pasa con ella?, ¿acaso crees que me importa después de lo que ha hecho? —preguntó dolorido..
—Sí, creo que te importa mucho —Tao miró de nuevo el estado del despacho—. Más que nada en el mundo.
—No me digas qué es lo que pienso —gritó Lay —. Se supone que eres mi amigo y si yo digo que no me importa, más te vale estar de acuerdo, o te saltaré los dientes de un puñetazo..
—Tienes razón, Lay —Tao sonrió y se preparó para lo que iba a ocurrir—. Esa mujer no merece la pena. Es una mentirosa y está claro que se acuesta con el primero que pille. No te conviene mezclarte con una mujer así. Por mucho que te atraiga, es obvio que sólo es buena en la cama. Con ese cuerpo y esa cara, cualquier hombre querría seducirla...
Corno lo había previsto, esquivó el puñetazo que Lay le mandó. Luego dejó que lo agarrara y que le ajera un par de golpes en el cuerpo, para desahogarse, hasta que, por fin, decidió que iba siendo hora de poner las cosas claras vio sentó en una silla de un golpetazo.
—Y ahora te digo que de verdad pienso—prosiguió Tao mientras tomaba asiento al lado de Lay, ya desfondado—. Creo que te mueres de amor por _. Creo que deberías acabar con todo este drama y casarte con ella. Hasta el más estúpido es capaz de ver que ella también está enamorada de ti, Lay. Lo demás se arreglará solo. Confía en mí, amigo—finalizó Tao.
Lay no podía creer en él. Tenía el corazón roto y no tenía ni idea de qué hacer con todos los pedazos..
Vuelve a Singapur la semana que viene—dijo por fin—. Se quiere llevar a Tyler. ¿Cómo diablos va a arreglarse nada?.
—Hablando con ella, para empezar —respondió Tao—. ¿Dónde está ahora?.
—Había quedado a comer con Mien, pero igual ha cancelado la cita. Estaba destrozada cuando se marchó de aquí..
—No me extraña. Y más si le has dicho que le ibas a quitar a Tyler —repuso Tao—. ¿Cómo sabes que no ha huido con él?.
—No, no se marchará hasta que su padre pueda volver a conducir..
—Mien se estaba vistiendo cuando me llamaste para que viniera. Llamaré a ver si sigue en casa —Tao se llevó la mano al bolsillo en el que guardaba su teléfono móvil; pero no lo encontró. Después de buscarlo por el suelo unos minutos, lo encontró tirado en una esquina a la que había ido a parar durante la pelea con Lay. Luego, por fin, marcó el teléfono de casa y, al no obtener respuesta, llamó al restaurante... donde tampoco la localizó—. ¡Qué raro que Mien no haya avisado al restaurante para cancelar la cita! Será mejor que vaya a casa a ver si todo está bien. Mientras tanto, ¿por qué no intentas encontrar a _? Habla con ella, Lay. No tienes nada que perder —se despidió Tao, preocupado por el paradero de Mien..
—Cariño, ésta no es la solución —dijo la sra Smith mientras metía un jersey en la maleta de Tyler..
—Es la única solución, mamá —respondió _—. Siento mucho no habértelo contado antes. No quería avergonzarte. Perdóname, por favor —le pidió con lágrimas en los ojos..
—No hay nada que perdonar —contestó Janet, también llorosa, mientras abrazaba a su hija—. Papá y yo estamos orgullosos de ti. Siempre lo hemos estado. Os queremos a ti y a Tyler con todo el corazón..
no había dejado de llorar desde que había salido del taller de Lay. Ahora le había contado toda la verdad a su madre e iba a escaparse con Tyler..
Puede que fuera otro error, pero no sabía qué hacer aparte de alejarse de Lay lo máximo posible. Estaba segura de que éste estaba tan enfadado que cumpliría con su amenaza de arrebatarle a su hijo y, aunque tuviera que cambiar de ciudad y de trabajo diez veces, eso no sucedería nunca..
Después de terminar las maletas y de meter a Tyler en el coche, _ se despidió de su padre y éste la abrazó con más intensidad que de costumbre.
Luego, tras llorar otro poco con su madre, como había llorado Tyler al enterarse de que se iban, arrancó rumbo al aeropuerto. Sólo al llegar a la altura del Rancho Huang recordó su cita con Mien. Tenía que despedirse de ella. Había sido una buena amiga y quería hacerle saber lo mucho que valoraba dicha amistad..
Giró, avanzó unos metros y, mientras aparcaba el coche, se prometió no quedarse más de cinco minutos.
¿Mien? —la llamó tras haber golpeado la puerta y no obtener respuesta. _ empujó la puerta, que estaba entreabierta, y oyó un gemido que provenía del dormitorio—. ¡Mien!
C apítulo 23: quédate conmigo
—¡_!, ¡sé que estás ahí!, ¡abre la puerta!.
Llevaba cinco minutos llamando al timbre y, dado que no estaba con Mien, no podía sino estar en casa con sus padres. ¿Y dónde estaban éstos?, se preguntó mientras miraba por la ventana: definitivamente, no había nadie dentro..
—¿Señorita Philips? —la llamó al ver a la vecina—. ¿Ha visto a _?.
—Yo no me meto donde no me llaman, señor Lay —contestó la señorita Philips a la defensiva—. Soy una buena vecina...
—Estoy seguro, señorita Philips. Sólo quiero saber si ha visto hoy a _..
—Pues, la verdad es que sí.
—¿Hace poco?.
—Hará una hora. Hizo las maletas y se marchó con el pequeño. Me destrozó el corazón verla llorar tanto mientras se despedía de sus padres...
—¿Sabe dónde están ellos? —preguntó Lay con ansiedad.
-Eso es lo que me preocupa. El padre de _ estaba en el jardín cuando Janet lo llamó y le dijo que tenían que ir al hospital en seguida. Espero que no haya pasado nada.
¿El hospital?, ¿habían tenido un accidente?, pensó Lay horrorizado. Se dio media vuelta y, sin despedirse siquiera de la señorita Philips, montó en la moto y se dirigió a toda velocidad hacia el hospital más cercano.
Cuando, después de varios minutos agónicos, llegó a Urgencias, preguntó a la recepcionista por _ y por Tyler..
—Si han venido en ambulancia, todavía no me habrán pasado sus papeles. Pregunta ahí dentro —respondió la recepcionista, apuntando hacia el pasillo reservado para los pacientes que llegaban de urgencia.
Pero allí sólo había un doctor y una enfermera atendiendo a un adolescente que se había fracturado una pierna..
Un teléfono. Tenía que encontrar un teléfono y llamar al siguiente hospital más cercano. Cuando lo localizó, en la sala de espera principal, divisó al señor Smith, parapetado como siempre tras un periódico...
—¿Señor Smith?
—Ya era hora de que aparecieras —repuso Thomas con el ceño fruncido.
—, Tyler... ¿están bien?
—¿Cómo van a estar bien?
—Pero tampoco están muy mal, ¿verdad? —preguntó Lay, desesperado.
—Mi _ es una chica fuerte y saldrá adelante; pero Tyler es sólo un niño. Los niños no siempre se recuperan de estas cosas. en tal caso, siempre quedan secuelas —contestó Thomas—. ¿Le dijiste a mi hija que le quitarías a mi nieto?
—Estaba furioso, señor Thomas —respondió Lay, destrozado—. Pero no creo que sea el momento de discutirlo —añadió.
-Pues a mí me parece un momento perfecto. Estas cosas llevan su tiempo. Al menos así fue hace veintinueve años.
—No le capto, señor Smith —dijo Lay, perturbado.
—Los bebés, Lay. Los bebés llevan su tiempo.
—¿Cómo?
—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó Thomas al ver que Lay se había quedado blanco—. No eres tú el que va a tener gemelos.
Bebes, gemelos...
¡Mien!, comprendió por fin Lay. Gracias a Dios, no había habido ningún accidente. _ y Tyler sólo habían ido al hospital a acompañar a Mien a dar a luz.
—¿Dónde están _ y Tyler? —quiso saber, inmensamente aliviado.
-Tyler se ha ido con la abuela a tomar un refresco a la cafetería. _ iba a hacer compañía a Mien hasta que llegara Tao; pero éste ha llegado hace un rato, así que no sé dónde se habrá metido.
Lay echó a correr y entró al área reservada para los pacientes. No quería violar la intimidad de Tao y Mien, pero necesitaba encontrar a _.
Entonces, después de doblar la esquina de un pasillo, la vio, triste y sola, mirando hacia el cristal de la guardería. Se le cayó el alma a los pies al verla tan frágil y abatida...
Por mucho que le hubiera ocultado la existencia de su hijo, no podía dejar de amarla, comprendió mientras se acercaba a ella.
—_ —la llamó cuando estuvo a su lado.
—Me iba a marchar —confesó ella, agotada, tras unos segundos en silencio—. Con Tyler. Había hecho las maletas y me acerqué un segundo a despedirme de Mien. La encontré en su habitación, con dolores de parto. Había llamado a Tao al móvil, pero no respondía. Lo avisé yo más tarde mientras la traía en coche al hospital —relató telegráficamente.
—¿Cómo está ahora?
—Está bien. Los niños se han adelantado un poco, pero el doctor dice que están sanos y no espera problemas.
Lay cerró los ojos y, al abrirlos, se maravilló contemplando a los dos bebés.
—¿Cómo era Tyler al nacer? —preguntó por fin.
—Rosado, siempre tenía los ojos abiertos, como si no quisiera perderse nada —respondió _ tras exhalar un suspiro.
—¿Tienes fotos?
—Muchas... Y vídeos —respondió con lágrimas en los ojos—. Te los mandaré todos.
—No me basta con eso.
— Lay, entiendo que me odies —dijo _ con la voz quebrada—. Pero te lo ruego, no me quites a mi hijo.
—También es hijo mío. Tyler necesita un padre... y una madre.
—¿De qué estás hablando?, ¿custodia compartida?
—Algo así... Quiero que te cases conmigo—le pidió de repente, tal como había decidido durante aquellos eternos y angustiosos minutos en los que había temido por la vida de _ y Tyler.
-¿Qué?, ¿te casarías conmigo, a pesar de lo que sientes por mí?, ¿sólo por Tyler?
—Lo que siento por ti es lo único que me impulsa a casarme contigo, _. Te quiero. Sigo enfadado por lo que has hecho, pero no puedo vivir sin ti... Y, si no me equivoco, tú también me quieres.
—¿De... de verdad quieres casarte conmigo? —balbuceó _ mientras Lay la abrazaba contra su pecho—. ¿De verdad me quieres?
—Puede que necesites ir al otorrino —bromeó Lay —; pero antes contéstame, :¿tú también me quieres?.
—Puede que tú necesites ir al oculista —retrucó _—. Si no ves que te quiero, que te amo desde que me salvaste de Roger Gerckee cuando éramos pequeños, entonces es que estás ciego.
—¿Y aquella noche en Manchester? —Preguntó Lay con los ojos de par en par—. ¿También estabas enamorada de mí?
—Me aterraba estar cerca de ti, por miedo a hacer el ridículo. Sé que hice una tontería, pero fue porque te amaba y quería que tú fueras el primer hombre con el que me acostaba. Cuando me di cuenta de que me habías confundido con otra, no pude esperar y volver a mirarte a la cara... No serías mío, pero al dejarme embarazada de Tyler, al menos siempre conservaría algo de ti.
—No tienes perdón — Lay suspiró—. Pero yo te lo voy a conceder... Cásate conmigo, _. Quédate en Changsha, con Tyler, por favor —le pidió mientras sacaba un anillo del bolsillo.
—Sí —susurró ella, llorando de alegría—.Sí... —repitió, con el anillo ya en el dedo, justo antes de que Lay buscara sus labios y ambos volcaran todo su amor en aquel beso insuperable.
EPILOGO
La primavera llegó pronto a Changsha. En el jardín de Tao y Mien florecían tulipanes rojos y amarillos, petunias blancas que prometían un espectacular despliegue de belleza en las siguientes semanas.
Coincidiendo justo con la boda, pensó _ mientras se balanceaba en una mecedora de Mien y acariciaba la cabeza del pequeño Shin, moreno como su hermana Nile, de ojos azules a diferencia de los de él, de color negro.
Mien mecía a Nile en los brazos, junto a _. Si se quedaba embarazada en los siguientes dos o tres meses, pensó ésta, también ella tendría un bebé en primavera.
Lay le había prometido una boda por todo lo alto: por la iglesia, con la familia y los amigos. Todavía no podía creerse que había dimitido de su trabajo y que un camión de mudanza le estaba trayendo sus pertenencias desde Singapur...
No podía creerse que de veras fuera a casarse con el hombre al que había amado toda su vida, se dijo sonriente.
De pronto oyó a Tyler reírse y sonrió aún más todavía. Había sido un poco embarazoso explicarle que Lay era su papá de verdad; pero lo único que le había importado al pequeño era que iba a quedarse en Changsha y que tenía un papá al que adoraba.
—Mamá, mira lo que hemos pescado —gritó Tyler de repente, el cual apareció secundado por Lay y Tao—. Tío Tao dice que vamos a limpiar la trucha para que no os mareéis viendo la sangre.
—¡Qué detalle! —Comentó mien—. Parece que os quedáis a comer — añadió, dirigiéndose a , quien consideraba ya a Mien como una verdadera hermana, más que como una amiga.
—¡Qué raro! —exclamó entonces Tao, al oír el timbre de la puerta—. ¿Esperas a alguien, Mien?
—Debe de ser la señorita Walters. Me pidió que contara mi experiencia como madre en el Club de Mujeres —respondió en tono resignado.
—Si quieres abro yo y le pongo cualquier excusa —se ofreció _.
Y, en efecto, con el pequeño Shin aún en brazos, se levantó, abrió la puerta... y se quedó-perpleja:
-¡LUHAN! —exclamó al ver a Luhan, tan guapo y fuerte como siempre.
—Vaya con la pequeña _ Smith! —Exclamó Luhan a su vez—. Lay me había dicho que habías cambiado, pero no me hacía una idea de hasta qué punto... Entiendo que este renacuajo es de Tao y Mien, ¿verdad? Ni siquiera Lay puede acelerar ese proceso —añadió con picardía mirando con pavor al bebé.
—Se llama Shin —lo informó _—. ¿Por qué no entras y conoces a su hermana?
Luhan la siguió y, al verlo llegar, Mien se quedó tan asombrada como _ anteriormente.
—¡Xiao Luhan!, ¿cuándo has llegado? —le preguntó cuándo por fin encontró la voz para hablar.
—Hace un rato —contestó mientras miraba a Nile—. He alquilado una casita por el río.
—Voy a avisar a Tao y a Lay —dijo Mien—. Nile, cariño, dile hola a tío Luhan. Mamá vuelve ahora mismo.
Y, antes de que. Luhan pudiera protestar, Mien le puso a la pequeña en el brazo derecho. _ le guiñó un ojo a su amiga y puso a Shin en el Otro brazo a Luhan.
—Oye... esperad... volved —protestó éste, mientras las dos mujeres se alejaban.
—Esta por no haber venido a nuestra boda—bromeó Mien.
—Fíjate, tan grande y con miedo de un par de bebés —comentó , sonriente—. ¿Crees que tiene posibilidades?
—Siempre se tienen posibilidades —aseguró Mien—. Mira a Tao y a Lay —añadió sonriente.
—¿Qué pasa con nosotros? —preguntó Tao, seguido por Lay y Tyler, los cuales acababan de salir de casa.
—Tenemos compañía, muchachos. Ha venido el tercero de los Chicos Malos —anunció_.
—¡Xiao! —exclamaron Tao y Lay al unísono.
—En carne y hueso —dijo Mien—. Pero más vale que os deis prisa o se desmayará sujetando a los bebés.
Tao y Mien avanzaron hacia el jardín para darle la bienvenida. Lay empezó a seguirlos, pero luego se detuvo un segundo, agarró a Tyler con una mano y a _ con la otra y, antes de recibir a Tao, la besó.
—¡Qué bueno es estar en casa! —murmuró contra los labios de ella.
Tyler soltó una risotada al ver que su mamá se ruborizaba y ésta sonrió feliz... Feliz para el resto de sus días.
FIN
