La cruzada de la última DunBroch.

Capítulo XXVI.


Le pidió al libro que por favor le mostrara todo lo que alguna vez había sido escrito sobre los hijos de Talasa, sobre el reino de Atlanta, sobre las siete princesas del océano, sobre cómo se podrían comprender entidades como el espíritu del agua y Tritón mismo existiendo de la manera en la que lo hacía, pero no obtuvo ninguna respuesta. Repasó las hojas con toda la calma que pudo y fue entonces que el quinto espíritu de la naturaleza encarnado en el cuerpo de la antigua princesa heredera al trono de Arendelle, Elsa, se dio cuenta de que ella tendría que ser la primera de los suyos que dejara por escrito cómo funcionaba la vida, biología y cultura de los hijos de Talasa. Había lo básico en el libro, quienes eran, cómo habían surgido y cómo habían establecido una cultura prácticamente mundial, pero no había mucho más de ellos. El quinto espíritu número 382, la primera en narrar las formas de los hijos de Talasa puesto a que llevaba viajando sobre un barco con una sirena por unos cuantos días. Elsa estaba de momento a otro casi tan emocionada como Anna, no porque a ella realmente le interesase saber todo lo posible sobre las sirenas, sino porque contribuir a las enseñanzas del libro para futuros quintos espíritus le hacía retumbar de alegría. Se apresuró en conseguir todo lo que podría llegar a necesitar, hojas sueltas para que fueran sus borradores, varios carboncillos, una base firme y recta para que nada se moviera, y una hermana pequeña que se aguantaba dar brinquitos por la emoción que seguramente tendría en la cabeza muchas más preguntas de las que a Elsa jamás se le pudieran ocurrir en toda la eternidad.

Ariel, que había explicado que prefería mucho más su forma natural sobre la posibilidad de obtener piernas mediante magia, iba por el barco en una especie de pecera gigante hecha de hielo con una robusta base de madera que, tristemente, la hacía un tanto dependiente de que alguien más le ayudara a desplazarse de un lado a otro, lo único que realmente hacía que la pobre princesa ignorara lo mal que se sentía en aquel pequeño espacio era que, todas las mañanas sin falta alguna, Alberto corría hacia ella y le preguntaba si quería ir a nadar un rato. Al inicio la desesperación incluso la había empujado levemente a plantearse a saltar desde la cubierta, donde siempre se encontraba, hasta el mar, pero por insistencia de Alberto con respecto a que esa era la idea más peligrosa y estúpida que había escuchado en su corta vida, ambos se habían tomado el tiempo necesario para pensar en una solución hasta que llegaron a la conclusión de que la mejor idea era construir una pequeña base en el exterior del barco para que ambos puedan estar allí y subir y bajar sin problema. Aquella zona fue hecha con el hielo de Jack y Elsa, pero la capitana incluso estaba considerando hacer algo con buena madera que perdurase como el resto de las zonas de la embarcación que habían sido poco a poco añadidas para las necesidades de esos niños y, sobre todo, para las necesidades de las manadas de Hans y Anna, además del dragón de Hiccup.

Cuando las dos hermanas de la familia real de Arendelle se acercaron para preguntar todo lo que se les ocurriera a la sirena ya se estaba ocultando el sol, ambos hijos de Talasa se morían de hambre por lo que se estableció la inocente y simple promesa de que una vez terminaran con la cena, Ariel respondería a todas las preguntas que encontrase adecuadas y no excesivamente intrusivas.

—¿Por qué tú no puedes comer pez mientras que otros depredadores marinos o el mismo Alberto sí que lo hacen? —es la primera pregunta que lanza Anna porque desde que llegaron al barco aquello le carcomía la cabeza. Cuando comieron todos juntos por primera vez Alberto no sabía donde esconderse luego de que, cuando le ofrecieron pez a Ariel, la princesa de los océanos dijera altiva e indignada que una criatura como ella no consumía la carne de sus hermanos, no dio mucha explicación desde entonces y que solo hiciera una leve mueca cuando veía a Alberto comer pescado hacia que todo fuera incluso más confuso.

Ariel movía su cola de un lado a otro levemente mientras veía a Elsa hacer rápidas anotaciones y a Anna con los ojos brillando por la expectativa. —Porque, a diferencia de un mesogeio, yo puedo comprender a esas criaturas casi a la perfección, sus gestos, su lenguaje corporal, incluso puedo establecer una buena comunicación con aquellos peces con los que no me puedo interactuar verbalmente, es diferente para mesogeios, porque ellos, con mucho esfuerzo y práctica, solo pueden entender mínimamente a los más simples, mientras que para los míos es una habilidad natural que solo se puede mejorar —mientras hermanas asiente, Ariel piensa en algún ejemplo para que sea más sencillo—. No sé si a los geos os pasa algo similar con alguna otra criatura, así que lo pondré de otra forma. Vosotros sabéis empatizar con vuestras mascotas, ¿no es así?

Anna asiente. —Con lobos, caballos, perros, gatos, ¿te refieres a eso verdad?

—¡Exactamente! —responde la sirena—. Incluso un amigo vuestro tiene de mascota una conejita, ¿no es así? —las chicas asienten—. Pero otros geos, ya sean de otra raza o no, comen conejos. Podéis simpatizar más con una criatura u otra, de la misma forma que otros geos no puede hacer eso. Digamos que es algo similar, muchos peces son vistos a veces como mascotas o graciosos compañeros, pero comprendemos que para otros no son más que comida e intentar meternos de por medio podría afectar el orden natural del ecosistema. Intentar salvar a algunos significaría poner en peligro a otros, es un poco más complejo que lo vuestro, porque todo hijo de Talasa está más unido de lo que jamás lo estaréis las diferente razas geas.

Elsa no puede evitar ladear levemente la cabeza. —Entonces, por naturaleza, todo hijo de Talasa está mucho más unido que cualquier raza gea, ¿es por eso por lo que os llamáis entre vosotros hermanos?

—Sí, nuestra cercanía es tal que, a diferencia de vosotros los geos, nosotros no conocemos fronteras, no existen naciones ni diversos reyes, el único regente verdaderamente reconocido es Tritón, y nosotras, sus hijas, nos encargamos de cuidar de los nuestros en su nombre, cada una se encarga de una zona y nos adaptamos a sus formas… he de admitir que yo estaba bastante alejada de mi zona cuando me enteré de lo ocurrido con Te Fiti.

—¿Por qué tu padre es el rey? —cuestiona Anna, con un poco más de seriedad y calma.

—Fue una decisión de los primeros hijos de Talasa que ocurrió hace miles de generaciones, los hijos de Talasa más poderosos, como mi padre y mi tía, no son precisamente inmortales como lo son los espíritus, sino que viven muchísimo más de lo que pudierais imaginar. Podríamos decir que las siguientes que más vivimos somos nosotras, sus hijas, pero la diferencia entre nuestro tiempo de vida es increíblemente abismal, civilizaciones enteras de geos han concluido desde que mi padre alguna vez fue tan joven como yo.

Mientras sigue escribiendo apresuradamente todo lo que escucha, Elsa suelta una pregunta que no está del todo segura de que pueda ser respondida de forma sencilla. —¿Sabrías decirme si tu padre llegó a conocer del quinto espíritu y si llegó a conocer a alguno cuando fue nombrado rey? Tal vez así podríamos hacernos de desde cuando ha estado gobernando en los mares.

Para su decepción, Ariel niega levemente. —No, mi padre no supo de la existencia de los quintos espíritus hasta que, hace unas cuantas décadas, cuando todavía no estábamos todas las hermanas, el quinto espíritu fue un hijo de Talasa que se encargó de arreglar su relación con mi tía. Tengo entendido que hubo una época en la que mi tía, Úrsula, la bruja del mar, se dejó influenciar a niveles peligrosos por magia oscura de geos, aquello llevó a mi padre y a mi tía a horribles discusiones que no se resolvieron hasta que llegó el quinto espíritu. Papá no suele hablar mucho de aquellos tiempos, pero no puede detener a la tía Úrsula cada vez que le apetece contarnos como era todo antes de conocer la existencia del quinto espíritu.

Elsa sonríe un poco, encantada de poder escuchar a alguien hablando tan bien de alguien más que hubiera cargado con su puesto, encantada de escuchar de personas a las que, en alguna ocasión, el quinto espíritu de la naturaleza hubiera ayudado y hubiera arreglado sus vidas. Le entristecía no saber más de aquel quinto espíritu en cuestión, le entristecía saber que, al menos, había habido un quinto espíritu que había sido hijo de Talasa pero que aún así el libro carecía de información importante de sus gentes, carecía de la información que sí existía de otras criaturas.

Estuvieron por unos extensos minutos, incluso llegaron a estar charlando por una hora entera, entre preguntas y respuestas, incluso Ariel se tomó todo el tiempo del mundo para explicarle de la mejor manera posible y con la mayor claridad del mundo todas las especies en las que ese momento podía acordarse, su función, a cuánto llegaba su rango de inteligencia y conciencia, como solían lucir, cómo era su relación con el resto del ecosistema. Hablaron de cultura, de historia, de las posiciones en la cohorte de Tritón, de cómo se tomaron el hecho de que los griegos, que habían empezado a existir casi al mismo tiempo que el reinado de su padre, habían tomado el nombre de su padre para referirse a uno de los tantos hijos de su interpretación del dios de los mares.

Elsa se atreve con una pregunta un poco más delicada. — Ariel —la llama con delicadeza y algo de duda—, ¿por qué los hijos de Talasa despreciáis a los geos? —cuestiona, asegurándose de sonar lo más calmada y comprensiva posible, asegurándose de que no parezca una queja, lo último que necesita es que la sirena se moleste con ella y se niegue por completo a seguir respondiendo sus preguntas.

La princesa de los mares, a pesar de que las dos hermanas temieron lo contrario, se mantiene tranquila y dispuesta a seguir hablando, sin embargo suspira pesadamente, bajando levemente la cabeza y tomando fuerzas para continuar con sus respuestas. Se acomoda el rojo cabello hacia atrás y se vuelve a inclinar hacia ellas. —Los hijos de Talasa os amábamos —asegura con una mirada tan intensa que ninguna de las dos muchachas de la familia real de Arendelle es capaz de contener sus temblores. Anna no estaba segura de qué era más hipnótico, los cantos de aquella sirena que te arrastraban hasta las profundidades del océano, o esa mirada tan intensa que le ayudó a la joven Anna darse cuenta de algo que podría llegar a ser sumamente importante para el futuro: también le gustaban las mujeres—, os adorábamos, como un niño pequeño que quiere a su hermano mayor, como un infante que conoce a su primer amigo, como una doncella ama a su primer amor. Los hijos de Talasa os amábamos, adorábamos nuestras diferencias, adorábamos vuestras formas y vuestra cultura, incluso os considerábamos tan hermosos, tan atrayentes, tan malditamente hipnóticos, pero vosotros a nosotros no.

El silencio absoluto inunda el momento, incluso parece que el resto de la cruzada e incluso todos los marineros se mantenían completamente enmudecidos, pero tan solo se trataba del intranquilo palpitar de ambas hermanas.

—Pero entonces —continúa, todavía con esa intensa mirada que dejaba a Anna sin aire, pero con un tono de voz completamente destrozado—, entonces empezasteis a cazarnos, a maldecirnos, a insultarnos, nos señalasteis como monstruos y nos usabais para aterraros entre vosotros —la sirena se recarga sobre sus brazos en el borde de la enorme pecera que tenía para ella sola, puede ser que se deba a que todavía tiene gotas de agua cayendo lentamente desde su cabello, desde su barbilla, pero tanto Anna como Elsa dan por hecho que esa simple gotilla que se desliza por una de sus mejillas es más bien una lágrima solitaria—. No podíamos seguir apreciándoos, no podíamos seguir buscando vuestra compañía, os volvisteis peligrosos, os volvisteis una amenaza… los geos, sobre todo vosotros los humanos, siempre habéis adorado el poder, ser los primeros de la cadena alimenticia, comprendimos rápidamente que ser los primeros para vosotros significaba no permitir a nadie a vuestro lado, ni siquiera a nosotros, por lo que fuimos inteligentes y nos hicimos a un lado, aprendimos a huir cuando llegabais, aprendimos a defendernos cuando nos atacabais, aprendimos a ignorar todas nuestras similitudes y solo fijarnos en nuestras diferencias, aprendimos que no erais de confianza, aprendimos a sobrevivir, a ser los monstruos que creíais que éramos por nuestro propio bien… Nos olvidamos de lo mucho que os adorábamos, aprendimos a odiaros de la misma forma que nos odiabais. Y cada vez que alguno de nosotros intentaba retomar aquel amor unilateral, todo salía mal. Mi madre se confió de los humanos, se confió de marineros... murió cuando solo tenía cinco años.

Anna intenta decir algo, cualquier cosa, intenta decirle lo mucho que lo siente y cuanto querría poder arreglarlo todo para que la relación entre geos e hijos de Talasa se pudiera recuperar tal y como era antes, pero antes de ello, Ariel sigue hablando, justo después de tomar algo de aire para relajarse.

—Aun así… quiero creer que las gentes de Motunui son diferentes, quiero creer que ese pueblo que vive por, para y amando al mar son dignos nuevos amores. Quiero creer que sus danzas que siguen los oleajes, que sus notas que imitan el chocar de las olas y sus vestimentas hechas con los regalos que les otorgan las profundidades… quiero creer que son una verdadera opción, que hasta ahora solamente nos hemos topado con malos especímenes, que realmente los geos nos podéis amar —la ven apretujando con fuerza el borde de la enorme pecera—, quiero creer que puede surgir un amor verdadero, un amor completamente puro.

Elsa casi hace un tachón en sus papeles cuando Anna pega un brinco hacia Ariel. Aguantándose las risas, la antigua heredera al trono de Arendelle observa con algo de asombro la manera tan emocionada en la que Anna consuela a la sirena con respecto a su relación con aquella otra gea. Claro que Ariel les había contado, les había a hablado a todos infinidad de veces como es que ella había terminado enterándose de lo que ocurría con las islas, cómo sabía cómo eran que los geos se referían al espíritu de la flora; Ariel les había contado a todos ellos sobre Moana, sobre la humana de la que había caído perdidamente enamorada y que había sido la razón por la que estuvo buscando con tanta desesperación y por tanto tiempo a un mesogeio que lo pudiera llevar hasta el resto de ellos, hasta el posible ejercito que haría falta para recuperar el corazón de Te Fiti de las manos de Maui.

La mayor de las hermanas termina apartándose, dejando que esas dos sencillamente hablen de romance, de amores verdaderos, almas gemelas y todas esas cosas que Anna tanto adoraba gracias a todos esos libros que había leído. Elsa sabía la verdad con respecto a las almas gemelas, sabía como funcionaba en verdad todo aquello, pero era tan diferente a lo que su querida hermanita menor se imaginaba que prefería guardarse ese secreto para evitarle alguna tristeza, por muy insignificante que pudiera llegar a ser.

Mientras Elsa pasa cerca de ellos, Jack aprovecha para chocar hombros con Hans con cierta brusquedad, mostrando una sonrisilla burlona enorme que ponía al príncipe de los nervios.

—¿Por qué me miras así? —le cuestiona con los dientes apretados y el ceño fruncido, clavando sus propias uñas en sus palmas cuando ve como la sonrisa burlona de Jack no hace más que agrandarse. Hans contiene sus ganas de empujarlo con fuerza cuando el niño fantasma decide acercarse más.

La paciencia está a punto de acabársele en el momento en el que Jack pincha una sus mejillas con uno de sus helados dedos, para Hans era como si le intentaran perforar la cara con un tempano de hielo muy molesto y desagradable.

—Estás celoso —canturrea entre risas tontas.

—Y tú te estás ganando una buena hostia.

Jack se aparta de inmediato, temeroso de que Hans, como solía hacerlo, cumpliera con sus amenazas. Muchos en el grupo solían bromearse a veces de esa manera, sobre todo Hiccup y Tadashi, esos dos tendían a recurrir a juegos bruscos y una que otra amenaza, pero era en verdad Hans quien tenía la paciencia más corta de todo el grupo, era Hans quien, cuando se hartaba de bromas pesadas o de cualquier otro tipo de tontería, se aseguraba de cumplir cualquier cosa que advertía, aunque era cierto que no llegaba a los puntos tan violentos de Hiccup o Tadashi. Hans pinchaba, pellizcaba, daba manotazos que dejaban una buena marca por días, pero él de por sí no daba golpes. La mejor manera de ejemplificarlo sería siempre aquella vez en la que Rapunzel, levemente convencida por Jack y por Alberto, le pareció excelente idea estar canturreando todo el día cerca de Hans, justo cuando el muchacho había conseguido algo de tiempo y el lugar indicado para leer un libro prestado por uno de los tripulantes del Inevitable. El príncipe le advirtió, le dijo que hiciera silencio, que se fuera a otro lado o que al menos bajara la voz, le dijo que si seguía molestándolo iba a asegurarse de que se arrepintiera, pero Rapunzel no lo escuchó. Por lo que, cuando Hans finalmente perdió la paciencia, dejó el libro en el suelo, se acercó con tal elegancia y calma a Rapunzel que la niña no fue capaz ni de tan siquiera de imaginarse qué era lo que iba a ocurrir con ella. Como si tuviera un marcador fosforescente que ayudase a su encuentro, precisamente ese delgado mechón que podría causar un enorme dolor en cuanto fuera levemente tocado fue atrapado por los dedos de Hans. El príncipe a penas tuvo que tirar levemente para que de inmediato un horrible dolor recorriera el cuero cabelludo de la muchacha. A pesar de chilló, berreó y pataleó, Hans no la soltó hasta guiarla donde estaban Jack y Mérida conversando tranquilamente ajenos a todo lo que ocurría. Rapunzel corrió a acurrucarse contra Jack en cuanto fue liberada, Hans solo la miró unos segundos, frunció el ceño levemente y se fue de regreso hacia donde había estado leyendo.

Jack se va volando de inmediato, acusándolo de violento y de incapaz de soportar ningún tipo de broma. Hans solo gira los ojos ante las tonterías del niño fantasma, para luego regresar a sus pensamiento el cual, lamentablemente para su orgullo, consistía básicamente en Anna y en todas las dudas que estaban surgiendo sobre sí mismo.

Hasta ahora se había convencido de que Anna no era otra cosa que una muchacha que veía como la hermana que jamás había tenido. Se había convencido de que Anna y Elsa eran las hermanas adoptivas que cuidaban de él a niveles bastante bestiales y violentos, de que Hiccup era algo así como el único hermano mayor amable y protector que había llegado a tener en toda su vida. Se había convencido de que esos tres eran algo así como su nueva familia, pero definitivamente no podía ser así, porque jamás se habían comportado con una verdadera familia. Sabía a la perfección que el cariño que sentía por Anna no era en lo absoluto filial; Hans nunca había querido a sus hermanos, pero sencillamente sabía que los hermanos no se querían de la forma que él quería a Anna. No sabría decir si era amor, no sabría decir si es que la amaba como Hiccup amaba a Elsa, o como Tadashi amaba a Mérida. Ni tan siquiera sabía definir si lo que sentía por Anna se parecía en algo a lo que sentía por Yaman.

Yaman le parecía guapísimo, un muchacho atractivo e hipnotizante. Yaman le interesaba, lo atraía de una manera absoluta. Pero no creía que lo quisiera lo suficiente para decir que lo amaba, y seguramente lo mismo ocurría con Yaman, pues había notado hace tiempo que al muchacho le encantaba coquetear y juguetear tanto con Hans como con Alberto, e incluso una que otra vez lo había molestado con respecto a que, aparentemente, todo el mundo parecía comprender a la perfección mucho antes que él lo que sentía por Anna en verdad.

Alguna idea tenía sobre lo que sentía, alguna idea tenía sobre que significaba todos aquellos pensamientos que llegaba tener con relación a Anna. Sabía que odiaba cuando alguien más a parte de Elsa pasara mucho tiempo con la princesa, odiaba cuando Jack, Alberto o cualquiera otro de los muchachos abrazaban o se susurraban bromas con Anna; odiaba cuando Anna sonreía de esa manera ante cualquier otro que no fuera él, odiaba cuando se alejaba de él o dejaba de abrazarle para irse con alguien más. Odiaba cuando Anna dejaba de prestarle atención. Odiaba cuando alguien más tenía secretos o bromas internas con ella.

Era territorial, era posesivo, era celoso. Quería estar todo el día al lado de Anna, escuchándola hablar y hablar de todos esos cuentos de hadas, adoraba cuando ella se abrazaba a uno de sus brazos, cuando recargaba la cabeza sobre su hombro, cuando jugueteaba con su cabello, cuando tiraba de su mano juguetonamente para llamar su atención. La idea de que algún día Anna portase su anillo le parecía idílica, lógica y una meta a conseguir para el futuro… y a pesar de que era consciente de lo mucho que la quería, de lo posesivo que era con ella, a pesar de que sabía perfectamente que la quería para él de alguna forma u otra… en cierta forma sabía que sus sentimientos no eran de la misma intensidad que el resto de los compañeros que estaban en una relación. Sabía que tampoco se imaginaba lo que el resto de sus compañeros se imaginaban, Hiccup y Elsa hablaban de pasar toda la vida juntos, Tadashi y Mérida parecían tener planeado cada paso de su matrimonio… pero a Hans, por motivos que no comprendía en lo absoluto, la idea de estar casado toda su vida con una misma persona, incluso si esa persona era Anna, le parecía… asfixiante, agobiante… no quería amar a una sola persona toda su vida, tampoco quería que Anna solo estuviera con él por toda su vida, era territorial y posesivo, sí, obviamente, pero en cierto punto le parecía cruel la idea de vivir toda una vida con un solo amante. Le parecía cruel que un anillo marcara para siempre con quien podía o no podía estar.

Se moría de celos cuando veía la ilusión en los ojos de Anna cuando conversaba con Ariel, pero también le encandilaba la idea de que Anna pudiera ser amada por tantas personas como se pudieran. Porque Anna, a pesar de su manada de lobos y su lógica de "mato todo lo que resulte peligroso para mis seres queridos", era un encanto, un angelito, a Hans le parecía la peor de las ridiculeces la absurda idea de que alguien no fuera capaz de encontrar todas y cada una de las millones de maravillas que se podían encontrar en Anna.

Hans ve como Ariel y Anna ríen casi al mismo tiempo, ve la expresión llena de admiración e ilusión en el rostro de Anna, ve lo emocionada que estaba por la simple idea de que finalmente está conociendo una de esas criaturas de su cuentos de hadas. No puede evitar hacer una mueca de desagrado que borra de inmediato porque se siente terriblemente ridículo al hacerla. Desesperado por qué sigue sin comprender por qué no puede sentir el amor como el resto de sus amigos, Hans se limita a suspirar pesadamente y tirar sus cabellos hacia atrás, deslizándose sobre la madera hasta quedar recostado en el suelo con las rodillas flexionadas.

Algo debe de estar mal con él, definitivamente algo está mal, apostaría lo que sea a que todo era culpa de la manera en la que fue criado. Una familia de más de diez integrantes, pero ni uno solo sabía como mostrar amor correctamente, ni siquiera esos idiotas se aman a sí mismos, todos eran tan tremendamente inseguros que necesitaban reafirmar las inseguridades de los demás para sentirse mínimamente bien con sus vidas. Hans nunca había sido correctamente amado y él tampoco había amado correctamente. Eso tenía que explicar por qué no podía comprender el romance y el amor de la misma forma que el resto de sus amigos lo hacía, eso tenía que explicarlo todo. Algo estaba mal con él, pero lo peor de todo es que no tenía ni idea de qué era lo que estaba mal y mucho menos sabía qué era lo que podía hacer para arreglar aquello que estuviera fallando en él.

Hans había considerado la opción de detenerse un momento para hablar con los mayores del grupo, usar la experiencia de ellos para comprender qué era lo que debía de sentir, para estar seguro de qué era lo que en verdad significaba estar amando y ser amado correctamente, si tenía en cuenta la perspectiva de lo que él consideraba expertos del tema, seguramente sería fácil comprender en qué aspecto estaba fallando y saber qué era exactamente lo que tenía que conseguir. Pero la verdad es que mientras más lo pensaba, más claro tenía que ninguno de esos cuatro hormonales sería capaz de entregarle una buena respuesta para su increíblemente complicada pregunta. Ya se podía imaginar perfectamente las respuestas que le daría cada uno de ellos.

Mérida le diría que el amor es amor y que se deje de tonterías, que tiene miles de cosas más importantes que hacer en esos momentos como para perder el tiempo explicándole algo tan sencillo, y entonces volvería a armar sus planes de dominación mundial o de pensar en alguna forma de crear caos con ayuda de Hiccup, de Jack o de Yaman.

Tadashi lo sentaría en algún lugar —en el suelo mismo si llegaba a hacer falta por falta de asientos— y le daría una larguísima charla de por qué los humanos llevan a cabo relaciones con otros humanos y por qué es sumamente vital para el correcto desarrollo de una persona poder sentir algún tipo de afecto por lo que sea que tenga cerca. Seguramente procedería una incomodísima discusión sobre preferencias sexuales y cómo funciona el deseo sexual junto con su gran importancia que puede tener con respecto a todo tipo de relaciones y cómo muchas veces este deseo es controlado y alterado por las normas injustas de algunas culturas. Y finalmente, seguramente luego de horas de tener que aguantarle sus locuras, le preguntaría —con muchísima preocupación, obviamente, no podría ser de otra forma— por qué había decidido preguntarle algo referente al tema del amor.

Hiccup seguramente podría ser el más útil, o al menos el que tuviera mejor intención a la hora de responderle. Intentaría explicarle de una y mil maneras qué era exactamente lo que significaba estar enamorado de alguien, intentaría explicarle exactamente como todo se sentía. Pero seguramente todo lo que Hans podría obtener de esa conversación sería tener que escuchar por horas y horas lo maravillosa que era Elsa, lo guapa que era y la locura que suponía que alguien no la encontrase irresistiblemente encantadora y digna de todo lo bueno en este mundo. Y eso seguramente solo lograría hacer que se sintiera peor consigo mismo, porque sabía a la perfección que sencillamente no era capaz de adorar de esa manera por una sola persona de la manera en la que Hiccup adoraba a Elsa.

Luego, la señorita quinto espíritu de la naturaleza seguramente le diría que el amor es una de las mayores fuerzas del universo, que es lo que ha creado todo —tal y como lo explicó el tigre ese de arena que ya no recordaba ni cómo se llamaba— y que cómo era posible que él no se partiera a llorar en ese preciso momento de la alegría que podía sentir gracias a que el amor existiera y que encima tuviera la posibilidad de sentirlo. Le recordaría que hay criaturas que primordialmente solo sienten amor u odio y que por tanto se pierden de uno de estos dos sentimientos, pero como humano era de las pocas criaturas que podía disfrutar de ambas sensaciones por igual y que por tanto debería estar muy agradecido con la naturaleza por haberle dado la gran oportunidad.

En definitiva y por si había necesidad de dejarlo completamente claro para alguien: esos cuatro eran completamente inútiles e idiotas y Hans necesitaba algo mucho mejor que ellos para comprender cómo era que el amor realmente funcionaba.

Es entonces que ve justo delante de él a Gunter caminando y conversando con Bruno, el señor Madrigal tenía una sonrisa algo burlona en el rostro, pero podías ver a la perfección todo el cariño que irradiaba esa expresión, Gunter, por otro lado, tenía una sonrisa ladina tirando levemente de las comisuras de sus labios, estaba rodando los ojos, pero era evidente que se lo estaba pasando bien. El señor Madrigal le dice algo más a Gunter, le da unas palmaditas en su hombro derecho y con un asentimiento —que se asegura de hacer manteniendo por completo el contacto visual— se despide de Gunter.

Hans puede ver a la perfección como uno de los padres de Rapunzel suelta un leve suspiro con una sonrisa tonta dibujada dulcemente en su rostro, hay un brillo en su mirada, un brillo que Hans reconoce perfectamente de haberlo visto en mucha más gente antes.

Se levanta apresuradamente, incluso se le pasa cerrar correctamente su libro para asegurarse de marcar la página en la que se quedó, la cosa es que empieza a perseguir rápidamente a Gunter, ¿quién podría reclamarle nada al bueno de Hans? Él solo necesitaba contestar algunas preguntas internas, necesitaba un poco de guía adulta por los complicados y ridículos senderos del romance y del amor, necesitaba alguna pista de qué era exactamente aquello que le faltaba. ¿Qué importaba el hecho de que ninguno de esos dos señoros quisiera admitir que estaban enamorados?


Un frío anormal plaga las guas en las que siempre había encontrado aquel candor tan familiar, las mareas revolotean a su alrededor de tal forma que generan en ella una incomodidad impensable e incomprensible. Puede sentir perfectamente un temor comunal difundiéndose por todas las criaturas de la zona, puede sentir el temblor amenazante que viene de las profundidades más peligrosas y crueles del terreno de los hijos de Talasa. Algo terrible está aconteciendo y cree saber de que se trata.

El espíritu de la flora estaba peligrosamente vinculada también con todos aquellos que residían tranquilamente en las tierras de Talasa, la gran familia marina podía sentir como aquel espíritu se carcomía lenta e imparablemente, podían sentir como las islas que sobre ellos se habían alzado ahora se derrumbaban y empezaban a acumularse peligrosamente en sus hogares. Aquello que antes se elevaba sobre ellos ahora caía trágicamente, aniquilando vidas enteras y exterminando la vida que tan esmeradamente se había mantenido hasta ahora. Sin el espíritu de la flora, no tardaría mucho hasta que geos e hijos de Talasa no encontraran forma alguna de vivir.

Úrsula no tenía ni la más remota idea de si su sobrina, la princesa Ariel, la pequeña de las hijas de su hermano mayor y la tonta que empezó a relacionarse románticamente con una gea, sería capaz de encontrar a los mesogeios a tiempo, las luces que representaban a esa población seguía brillando con la misma intensidad de siempre, pero teniendo en cuenta que había pasado una generación entera desde la última vez que alguno fue visto… la bruja del mar estaba empezando a sospechar que sus luces ya no funcionaban también como antes y que si fallaba con los mesogeios, nadie le asegura que no estuviera fallando con el resto de los hijos de Talasa.

Su hogar se estaba derrumbando pedazo a pedazo, la tierra les caía encima, y ella no tenía ni la más remota idea de qué podrían hacer además de permitir que la princesa fuera en búsqueda de ayuda.

La ve en aquel cuenco de hielo enorme, interactuando tan amenamente con geos, riendo y conversando como si el tiempo no se estuviera consumiendo cada vez más rápido, como si no estuvieran tan cerca del absoluto fin de toda la vida existente que no fuera puramente espiritual. Tenía que asegurarse que se apresuraran, tenía que asegurarse que ese grupito supiera que el tiempo se estaba agotando.

Empieza a tirar trasto tras trasto, ingrediente tras ingrediente en su enorme caldero burbujeante que humeaba y humeaba de forma mística incluso debajo del agua. Su hermano Tritón le había insistido durante años lo incómodo que le ponía verla riendo a carcajadas mientras conjuraba su magia, le había repetido miles de veces la grima que le daba todo el tema de sus pócimas, pero el pobre al día de hoy le seguía insistiendo que dejara su cueva alejada del reino y que volviera al palacio. Úrsula no podía evitar reírse cada vez que recordaba a su hermano mayor lloriqueando cuando ella decidió mudarse, Tritón era cabezota, se negaba a abrir su mente a nuevas formas o ideas, y era un amargado que había cambiado demasiado gracias a la muerte de su esposa, pero eso jamás había quitado el hecho de que Tritón tenía un corazón no solo enorme, sino también de oro que podía abarcar sin problema alguno a todos los hijos de Talasa que él insiste a proteger con la misma intensidad y fuerzas.


La abuela Tala sujeta con fuerza las manos de la muchacha. —El océano te escogió a ti —le dice, aferrándose a la poca vida que le queda, intentando levantarse a pesar de que la muerte la arrastra hacia el suelo—. Sigue el anzuelo —le indica entre toses.

Las lágrimas caen y caen por aquel moreno y joven rostro. —Abuela…

—Y cuando encuentres a Maui, le agarras de la oreja y le dices: —sigue indicando, con una emoción inconcebible, tan solo digna de aquella gente que, a diferencia de ella, les sobra vida— Soy Moana de Motunui, subirás a mi barco —las arrugadas manos de la anciana mujer viajan hasta detrás de su cuello, a la zona que mantenía de una sola pieza su collar. Temblorosa, la abuela Tala deja en las manos de su nieta aquel dije, provocando que la muchacha se quedase viendo aquella extraña joya por unos largos segundos, viendo fijamente como su abuela dejaba aquella preciosa piedra verde como el jade dentro del collar—, cruzarás el océano, y le devolverás a su corazón a la diosa Te Fiti.

Moana sencillamente no puede contener sus sollozos, no puede soltar el cuerpo de la mujer que más adora en todo el mundo. Entre lagrimones e hipos, la pequeña muchacha le dice. —No puedo… no puedo dejarte aquí, abuela.

Pero la mujer le acuna el rostro de la forma más hermosa posible, juntando sus frentes mientras ambas cierran los ojos, mientras las lágrimas de Moana caen hasta el rostro de su abuela, quien le sonríe con esa calma que solo los que reciben a la muerte como una vieja amiga pueden expresar.

—Vayas donde vayas, Moana —le dice con calma, acariciando su mejilla derecha con su pulgar—, estaré contigo.

Y las últimas palabras que Moana llega a escuchar de su abuela son "¡Ve!".

No puede verla morir, sencillamente no es capaz de soportar esa imagen, no puede presenciar algo tan horrible, porque una mente tan joven y llena de ansias de conocimiento y experiencias sencillamente no es capaz de comprender la absoluta e innegable belleza de la muerte. Corre desesperada, ansiosa de seguir la última petición de su abuela, repitiendo todas aquellas importantes últimas palabras en voz baja mientras llega a la cabaña donde se guardan todas las reservas. Básicamente se tira al suelo, dejando que sus rodillas se lleven un daño horrible, pero ella se limita a seguir juntando todo lo que pudiese necesitar para su extraño viaje.

Y cuando su madre la encuentra allí, arrodillada frente a su improvisada y terriblemente básica preparación de víveres, con lágrimas en los ojos, todo lo que puede hacer es suspirar pesadamente y ayudarla a concluir sus preparaciones, manteniéndolo todo cubierto y bien resguardado con una manta que ella misma ata. Ninguna dice nada, tan solo, cuando ya está todo concluido, se sonríen entre lágrimas y se dan un rápido abrazo, Moana hace todo para ignorar aquella vocecilla que le dice que esta puede ser la última vez que sea capaz de abrazar a su querida madre.

Mientras vuelve a correr hacia las embarcaciones ocultas, todo lo que la muchacha puede pensar es que en verdad no se ha permitido así misma despedirse correctamente de su padre, aquel hombre que la ha protegido a lo largo de toda su vida, aquel hombre que tan solo la apartó del mar por su bien, aquel hombre con el que acababa de discutir… no se ha despedido bien de su padre y eso es todo lo que necesita para jurarse que volverá lo antes posible, sana y salva, para que aquella ocasión no fuera la última que tuviera para hablar con su querido padre.

Intenta concentrarse en todo el océano que tiene por delante, intenta concentrarse en la idea de encontrar a Maui, el cambia formas, intenta concentrarse en el futuro al que persigue, pero no puede evitar voltear hacia el pasado, tan solo para ver cómo, tal y cual como lo hace su vida, las luces de la cabaña donde su abuela reposaba se apagan. Las lágrimas vuelven a empapar su rostro mientras siente el susurro de la muerte llegando como una brisa silbante hasta ella, pero dando paso también a algo precioso.

Una mantarraya que parece brillar mediante magia misma nada justo debajo de ella, guiándola fuera del arrecife. Moana se aferra al collar, encantada de saber que su abuela tenía razón.

Había vuelto en aquella forma que tanto adoraba, y estaría a su lado en todo momento, sin importar a donde vaya.


El hombre se remueve incómodo de momento a otro, la muchacha voltea con algo de brusquedad para poder encararlo. Aquella mirada clara se mantiene perdida en la absoluta nada mientras la expresión de preocupación se seguía extendiendo, la muchacha no sabe hacer otra cosa que inclinarse un poco e imitar aquella expresión por la falta absoluta de respuestas inmediatas y por lo extraño que es todo de momento a otro.

—Su majestad —lo llama con delicadeza, pero eso no evita que el hombre pegue un respingo, ella responde apartándose dos pasos para darle todo el espacio que llegara a necesitar—, ¿está todo bien?

El rey de Rosas vuelve a removerse con incomodidad, pero en esta ocasión desvía una mano para reacomodar su cabello canoso.

—Sí… sí, Asha, todo está bien, no tienes de qué preocuparte. Pero tendrás que disculparme, seguiremos con tu entrevista otro día, ahora mismo… ahora mismo tengo que encargarme de algo.

La muchacha se limita a asentir, haciendo que las cuencas de sus rastras tintineen levemente, el rey de Rosas tiene que apretar con fuerza los labios y los puños para no mostrar de ninguna forma lo mucho que le disgusta ese sonidillo. Tendrá que acostumbrarse, no tiene más opción que acostumbrarse, hasta ahora no ha encontrado ni un solo geo que fuera tan servicial e ideal para aquel papel que Asha. Estaba sencillamente asombrado, sencillamente sin palabras, jamás encontraría nada en la vida que lo dejara en estado tan siquiera similar. Había aprendido durante siglos que los geos no eran otra cosa que bestias horribles que disfrutan demasiado con la cacería de pobres e inocentes criaturas como él… pero la manera en la que Asha era débil y asentía a absolutamente todo lo que le comandaban, la manera en la que casi no dudaba y cuando lo hacía se culpaba y se regaña a sí misma por ello… sencillamente era la aprendiz perfecta, no podía —ni quería— darle aún el puesto, quería hacerle esperar un poco más, desesperarla un poco más, solo para que cuando finalmente le diera el puesto estuviera más agradecida de lo que normalmente estaría.

Sencillamente adoraba eso, como la gente se rompía y desmoronaba en llantos y alegría, en una emoción tan intensa y horrible que no podían hacer más que agradecerle infinidad de veces, le encantaba ver lo mucho que todo Rosas dependía de él… y llegar a ver a alguien tan calmada como Asha descomponerse por completo a sus pies… sonaba incluso a un sueño húmedo. Porque sí, Asha lo adoraba como cualquier otra muchachita de su edad, pero no parecía tan obsesionada con él, no como su propia esposa que constantemente le acaricia y le recuerda lo mucho que lo ama, no como la misma amiga de Asha o la mayoría de las muchachitas del reino, que sabía perfectamente que podría tenerlas en su alcoba si así lo quisiera —obviamente jamás las tomaría, eso no es digno de un buen rey ni de un buen esposo… pero tampoco podía ignorar el hecho de que, si quisiera, podría, eso es lo importante— Asha no parecía compartir esas obsesión ni esa disposición sexual que el resto de sus compañeras de generación, realmente no tenía más opción que jugar un poco de ella, hacerla ansiar con más fuerzas algo que solo él puede entregarle, solo para que pudiera agradecerle como se debía, solo para enseñarle cómo es que debía de comportarse en verdad.

Bueno, eso no era lo que importaba realmente en ese momento, ya se encargaría de que Asha supiera dar bien las gracias, ahora lo importante es aquel horrible escalofrío que parecía querer avisarle que algo malo estaba ocurriendo, ese escalofrío que le decía lo mucho que se acercaba un poder y un peligro que no comprendía en lo absoluto. No sabía cómo tan siquiera definirlo, tampoco era capaz de explicarlo, si su esposa Amaya le llegara a preguntar cómo es que lo sabía, sería incapaz de responderle algo conciso. Todo lo que sabe es que viene del mar.

Se apoya en uno de los ventanales, se aferra al barandal mientras observa por unos segundos todo Rosas para luego centrarse en todo el mar que los rodeaba.

Una isla en medio de lo que ahora llaman el Mediterráneo, ¿qué mejor nuevo hogar podría haber para alguien como él? Lejos de los geos, lejos de los otros hijos de Talasa, en unas tierras rodeadas de mar que tan solo dependiesen de él y su benevolencia.

Que hombre más bueno que era, que felices y agradecidos deberían estar sus súbditos, deberían de postrarse todos ellos, deberían estar besando el suelo que él pisa, deberían estar entregándolo todo, absolutamente todo a él por lo bueno que era con ellos. Magnifico podría matarlos, esclavizarlos, torturarlos, tomar todo aquello que quisiera de ellos… pero no, él no hace algo como eso… él es bueno, el rey perfecto. Que felices y agradecidos deberían estar sus súbditos, no tenían motivo para no adorarlo, no tenían motivo para tener una sola queja. Había construido un paraíso ¡y ni siquiera les cobraba por vivir en él!

¡Qué bueno que era! ¡Y lo que tenía de bueno lo tenía de guapo! ¡Sí es que era perfecto!

Incluso mucho más benevolente que ese dios cristiano que tantas gentes adoraban, bueno, solo gentes fuera de Rosas, todos sus súbditos sabían perfectamente que no necesitan otro dios que no fuera él.

Pero ahora mismo la cuestión era que tenía que descubrir qué era lo que estaba ocurriendo, ¿de qué le servía ser el rey perfecto si había algo que amenazaba a todos sus subiditos que él no pudiera detener? Tenía que acabar con la amenaza cuanto antes, tenía que asegurarse de que absolutamente nadie fuera capaz de destruir todo aquello que había construido con tanto esmero.

Odia por completo tener que hacerlo, aborrece tener que volver a aquellas partes tan bajas, pero sabe que este mal proviene del océano, del reino de ese cretino de Tritón y sus siete niñatas tan molestas, sabe perfectamente que tarde o temprano tendrá que recurrir a las profundidades de su antiguo hogar para poder encargarse de todos aquellos que osan a presentarse como una amenaza para los suyos. Los escalones bajan en una asfixiante espiral, a sus fosas nasales llega aquel hedor de sal marina llenando de moho a las piedras de su precioso palacio. Enciende las antorchas con tan solo un movimiento de mano mientras la entrada se cierra por su cuenta. Amaya no necesita saber de esto, no necesita estresarse de con todo esto, él puede encargarse, él se encargará de todos los problemas que puedan llegar a Rosas.

Traga saliva con fuerza cuando ve como su piel transformándose en escamas, traga saliva con fuerza mientras sus pies se empapan y él se ve forzado a dejar su capa colgada en el simple perchero antes de seguir sumergiéndose en el mar bajo su palacio.

Volver con sus hermanos, luego de años de haber huido de toda la destrucción y persecución que ser uno de ellos traían… Magnifico no se podía creer que tuviera que llegar a ese punto, pero tiene que mantener con vida todo lo que construyó, se niega rotundamente a que esa amenaza que no sabe reconocer fuera capaz de tumbárselo todo, no lo permitiría, preferiría morir antes de que se lo arrebatasen todo. Había trabajado tanto, se había esforzado muchísimo, los había alejado a todos ellos de tanto dolor… no, nadie iba a poner en peligro a sus aduladores, los necesitaba, a ellos y a sus preciosos deseos.

No tenía demasiado tiempo, sabe que no se puede ausentar más de un día, hoy tan solo probara un poco que tan oxidado está, que tanto le ha afectado estar años y años sin nadar en todo aquello que antes era su hogar. Se remueve incómodo, incluso se olvida por un instante que no tiene que imitar a los geos que viven bajo su protección, que no tiene que tomar aire antes de sumergirse.

Mastica el agua porque tiene que acomodar su mandíbula a la presencia de colmillos, esos que antes tanto adoraba ahora solo significaban una de las tantas molestias que suponía tener que sumergirse en el mar. Se había olvidado por completo como se sentía tener una cola entre las piernas, se había olvidado lo raro que se veía sin su asombroso cabello perfectamente peinado, se había olvidado de las garras, de lo desagradables que eran las branquias, se había olvidado de absolutamente todo aquello y realmente no sabía si sería capaz de mantener una forma tan desagradable por el tiempo necesario.

No tiene más opción que bufar asqueado y empezar a nadar, para ver que tanto tiempo tendría que perder en volver a acostumbrarse en su forma de movilización.

Por otro lado, Asha llega hasta las cocinas más bajas del palacio, con una sonrisa en el rostro, esperando a que su amiga Dahlia finalmente se desocupe.

—Qué envidia que te tengo a veces —le dice mientras termina de guardar las cosas con su ayuda—. Ya me gustaría pasar tanto tiempo a solas con el rey y con la reina.

Asha no puede evitar hacer una mueca. —Bendito, Dahlia, que tienen la edad de tus padres —le recuerda entre risillas nerviosas. No era capaz, sencillamente no era capaz de ver lo que el resto de los ciudadanos de Rosas parecía capaz de ver con tanta facilidad. Sí, los reyes eran atractivos, no se atrevería jamás a negar ese hecho, pero sencillamente… sencillamente era consciente de eso, pero ni su cuerpo ni su mente reaccionaba a ello como el resto de los ciudadanos lo hacía. Dahlia, y muchas otras chicas de su edad, suspiraba encantada cuando Magnifico les sonreía en ellas, Asha se entristecía un poco, pero sabía disimularlo, porque los gestos de Magnifico, y los de la reina Amaya, le recordaban muchísimo a los de sus propios padres.

Se queda pensando en ello mientras Dahlia se limita a restarle importancia al comentario sobre la similitud en edad. Tal vez era eso, la cercanía con ellos hacía que Asha los viera más bien como otras figuras paternales, por eso le importaba más bien poco que tan atractivos eran.

Y mientras terminan de guardarlo todo, Asha no puede evitar sonreír encantada, porque la idea de que los reyes piensen en ella de una forma similar, que la vean como algo más que una súbdita más, le parece algo hermoso e incluso reconfortante, le hace sentir que todo con respecto a sus años de aprendiz serán un paseo por un campo de rosas.


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Sí, estoy metiendo también a Wish en todo esto, porque hace poco vi la película y, aunque tiene sus fallos, la adore por completo.

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O eso era hasta que vi LOS CONCEPTOS DESCARTADOS POR DISNEY, POR DIOS DISNEY ¿¡CÓMO PUDISTE!?

¡Íbamos a tener un romance entre la estrella y Asha! ¡íbamos a tener a un personaje tan parecido a Jack Frost siendo el interés romántico de Asha!

WE COULD'VE HAD IT ALLLLLLLL

Jamás se lo perdonaré a Disney ¡Jamás! Esto es incluso peor que las ideas descartadas para Frozen 2

Anyway, vamos a tener a un Starboy en la Cruzada de la Última DunBroch, vamos a tener a una Úrsula buena, porque así soy yo no soy capaz de mantener a las mujeres villanas como villanas, vamos a tener a Magnifico siendo un asqueroso porque el sujeto me cae muy mal, no vamos a tener a Amaya siendo una villana porque realmente me agradó demasiado su parte en Knowing what we know now y pienso centrarme muchísimo en la manera en la que le afecta la traición de Magnifico.

Iba a aclarar que iba a marcar mucho la diferencia de edad entre los chicos de la Cruzad y Asha... pero me acabo de dar cuenta que Asha solo sería un año mayor que Tadashi...

Tengo que quitarme de la cabeza el hecho de que la mayoría de los niños ya no son niños :')