Crepúsculo no me pertenece.

Soy una vampiresa ¿y tú...? (Bella x Alice x Leah)

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13: Leah

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Salí del hogar de los Cullen, sintiendo un ligero calor en mi interior, sabiendo que tenía su cariño, que deseaban volver a ver por su casa y Esme quería cocinarme algo de comer, al notar que solo había servido las copas de sangre animal para ellos. Estaba abochornada por su error y luego de notarlo, me insistió mucho, me rendí con ella y me cocinó los espaguetis en salsa boloñesa, más deliciosos que yo había probado jamás, cuando mi hambre ya era mucha.

Cuando salíamos de la casa, Alice me llevó a mi hogar, en su descapotable rojo, mientras me sonreía y me robaba beso en los labios, mejillas y cuello, en cuándo fuera seguro detenernos.

Nos miramos a los ojos, al llegar a la puerta de la casa, me bajé y entré en la casa, luego de maldecir, el haber tenido que bajarme de su automóvil, aunque me había fascinado la experiencia de conocer a su familia.

Hablé con Charlie, quien aprobó mi relación sentimental con Alice y al decirle que ya había comido, no se hizo problema y él también se retiró a descansar, tal y como lo hice yo.

A la mañana siguiente, en el colegio, todos notaron que Alice y yo, estábamos juntas, casi siempre. Tomadas de las manos, besándonos en las mejillas, riendo y dirigiéndonos a la biblioteca a adelantar alguna tarea.

Ese mismo fin de semana, fui invitada por Leah a La Push nuevamente, para visitar la aldea de su tribu Quileute.

Cuando llegamos al lugar, este quedaba muy cerca de la playa, pero contaba con muchísimos árboles. Había varios automóviles, pertenecientes a los Quileute, casas alargadas estaban a izquierda y derecha y mientras que nosotras descendíamos del automóvil de Leah, ella, muy orgullosa, me iba contando.

—Al igual que muchos otros grupos de la costa noroeste, en tiempos precoloniales el Quileute dependía de la pesca en los ríos locales y el Océano Pacífico para obtener alimentos y construyó casas de tablones (casas largas) para protegerse de los duros y húmedos inviernos al oeste de las Montañas Cascade. Los Quileutes, junto con la gente de la tribu Makah, alguna vez fueron grandes balleneros. —me narraba, mientras caminaba hacia mí, con una sonrisa, tomó mi brazo con el suyo y yo, muy abochornada, miraba y los saludaba a todos —Tenemos nuestro propio gobierno que consiste en un consejo tribal con términos escalonados. —Yo notaba a varios lobos aquí y allá, cuando ellos me mostraban los dientes, gruñendo, yo los imitaba, ya sea solo con el Licántropo o liberando la presencia del Ángel Caído, alejándolos. Pero a Leah no le importaba (o solo lo ignoraba, feliz de poder compartir estas cosas conmigo —La tribu Quileute pertenece lingüísticamente a la familia de lenguas Chimakuan entre los pueblos indígenas de la costa noroeste. El lenguaje Quileute es único en su clase, ya que los únicos aborígenes relacionados con Quileute, los Chemakum, fueron eliminados por el Jefe Seattle y los Suquamish durante la década de 1860. El idioma Quileute es uno de los cinco idiomas conocidos que no tienen ningún sonido nasal.

—Posiblemente, sea bueno si yo aprendo algunas palabras, aquí o allá, ¿no crees, Leah? —le pedí, queriendo dejar atrás, las amenazas hacia los otros Cambiaformas y centrarme en algo que fuera agradable para ambas, me acerqué más a su oído — "¿Y si habláramos caliente o nos coqueteamos en plena clase?" —Leah se sonrojó y pronto lanzaba una carcajada divertida. La besé en la mejilla, mientras íbamos a buscar algo de comer. Pero ya me estaban poniendo de los nervios — "¿La mitad de la tribu me amenaza, porque somos lesbianas, por mi híbrido de Ángel Caído y Licántropo o por el olor a vampiro, que quizás se me ha quedado?"

Ella hizo una mueca, mientras seguíamos caminando, hasta una gran cafetería, en medio de los otros edificios, agarrando bandejas, ella colocó su billetera en la bandeja. —Pide lo que quieras y lo digo en serio. —me dijo en un tono, medio amenazante y mientras íbamos pidiendo algo para comer, ella decidió responder a mi pregunta —Quizás sean todas las anteriores. Pero, sobre todo, porque la tribu suele ser reservada, solo para nosotros. Y no absolutamente todos, somos Mimetistas, algunos lobos si son auténticos. Ellos son nuestros hermanos y a algunos con gusta bromear, pensando que actualmente podríamos ser colibríes o mariposas. —Y yo lancé una carcajada involuntaria, mientras nos sentábamos en una mesa a disfrutar de la comida. —Iremos a comprar algunas manillas, aretes y collares, que hacemos a mano y te enseñaré a hacerlos —me prometió Leah, a mitad de la comida. Al asegurarme de que mis dientes estaban limpios, incluso después de la comida que estoy ingiriendo, le enseñé una sonrisa.

—Eso me gustaría mucho. —dije yo, mientras sentía mariposas en el estómago, me inquinaba en la mesa —Aunque no tienes que llenarme me actividades, si puedo estar a tu lado y aprender más sobre ti y de donde vienes, entonces estaré feliz. —Me gusta verla sonrojarse. Es tan linda, cuando no es esta mujer ruda 24 horas del día y 7 días a la semana.

—También podría ser que siguan mirando, porque eres la primera Hija de la Luna, en más de mil años, con quien nos hemos topado —me dijo ella, mientras terminábamos nuestros jugos, dejábamos las bandejas y platos sucios en dónde ella me indicó y yo la seguía hacia (lo que suponía) una tienda de ropa hecha a mano.

Su respuesta de que yo era la primera Hija de la Luna, con quien su tribu se topaba, en más de dos mil años, me asombró hasta la medula. —Así que, por tus palabras, puedo creer que ustedes no tienen relación alguna, con los licántropos a pesar de que comparten el mismo animal de transformación.

—Exactamente, Isabella. —dijo Leah —En un licántropo ordinario, la transformación es sinónimo de una maldición, pues no pueden controlar sus acciones y, se supone, que les cuesta horrores, lograr el autocontrol. Son inmortales, para transmitir la maldición, el virus y hacer perdurar la especie. Nos convertimos en esto, porque nuestro fundador, quería encontrar una forma de proteger la tribu y juró que protegeríamos a la humanidad, contra los vampiros. —Yo asentí, ahora comprendiendo mejor las razones y diferencias.

Me quedé allí, permitiendole a Leah, colocarme camisetas de colores chillones, como si fuéramos una pareja de Hippies (o la mitad de una pareja de Hippies), cuando compré algunas camisetas y pantalones de colores psicodelicos para mi, ella me arrastró a su hogar. —Agradezco que mi padre no esté en casa. No le gusta verme así vestida. Ponte comoda, ya bajo —se transformó delante mío, e inmediatamente supe, que no fue ella, quien me atacó. La vi subir las escaleras como una loba gris y descendió poco después de la misma forma, volviendo a su forma humana. Y allí estaba, delante de mi: Leah Clearwater. La ruda, la marimacha de Forks, vestida con una camiseta de patrón verde neón y amarillo claro.

—Te queda muy bien el verde —le admití, mientras se sentaba a mi lado.

—Combina con mis ojos, ¿verdad? —bromeó conmigo, sentándose a mi lado y mirándome, con deseo de besarme y (quizás) de hacerme el amor, si es que su mano en mi rodilla, decía algo.

—Así es. —le admití. Jamás hubiera creído, que verla así vestida, me prendería tanto. Pero indudablemente, lo ha hecho. Su fuerza me sorprendió, cuando me cargó en brazos y subimos al segundo piso (ella como humana), abrió la puerta de una patada y supe que aquella, era su habitación, me dejó caer en su cama y se quitó la camiseta —No tienes que ser tan brusca y bruta, con tu propia puerta —atiné a decirle, antes de perder la razón.

—Oh, por favor, Swan. —me riñó con incredulidad. Mientras ella se quitaba la camiseta y quedaba en un sostén color crema, yo me quité el pantalón quedando en unas bragas negras —Estoy a punto de hacerte el amor, ¿y te interesas en el estado de la puta puerta?

Cuando se quitó el pantalón, me levanté, la agarré por los hombros y la arrojé a su propia cama, le quité las bragas y me sumergí entre sus piernas, para comerle si Monte de Venus.

Ambas habíamos subido a esta habitación por algo de sexo y eso era lo que íbamos a conseguir. Sentí sus manos de largas uñas, clavarse en mi cabeza y enredar los dedos en mi cabello, mientras la complacía, comiendomela por primera vez en SU vida. Cuando ella llegó al orgasmo, me subió a la cama y me chupó los pechos, con una evidente inexperiencia.

Pero no me importó ser su maestra e indicarle qué y cómo hacer eso, además de cómo comerme el coño. Aprendió rápido, encontrándome complacida, con los veloces avances de mi alumna, en una única sesión de estudio.