¡Muchas gracias, Rosa y Sully, por toda su ayuda!
Mil Gracias a Chrissie (purpleC305) & Maggie (NewTwilightFan) por permitirme traducir esta bonita historia.
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Capítulo 3
Bella se había quedado dormida cuando estaban repartiendo la comida en el vuelo y Edward no había querido despertarla, así que ambos compraron sándwiches a un vendedor y pidieron un auto para que los recogiera. En el trayecto del aeropuerto a casa, Bella le contó todo sobre su familia. —Mi padre es sheriff retirado. Tiene armas y creo que guarda marihuana debajo de la cama. A veces es... raro.
—Un exsheriff armado y fumador de hierba. Impresionante—. El sarcasmo era denso en su voz.
—De todos modos, mi hermano mayor, Emmett, es vendedor. Trabaja para Mercedes Benz en Denver. Y mi otro hermano, Jasper, es instructor en la Academia de la Fuerza Aérea. Luego...
—¿Algún hermano más?
—No, sólo esos dos. Ambos mayores que yo. La esposa de Emmett, Rose, está embarazada de siete meses de su primer hijo. Emmett está súper emocionado. Alice, la mujer de Jasper, es profesora de baile. Bailarina. Es genial. Despreocupada, pero meticulosa con algunas cosas.
Edward asintió. —Bien. Creo que ya tengo lo básico. Mamá loca. Padre fumador de marihuana. Vendedor. Mujer embarazada. Podría ser hormonal. Fuerza Aérea y bailarina.
—Esa es mi familia. Somos... raros.
El Uber giró por un camino de entrada y Edward miró a su alrededor, observando el paisaje nevado y las docenas de árboles, elaboradamente decorados y resplandecientes de luces. Comparado con otras propiedades por las que habían pasado, esto parecía excesivo.
—Recuerda. Te llamas Mike Newton. Eres un banquero de inversión en Robinson & Fuller. Te importa tu trabajo...
—Y mi hermosa novia—, intervino Edward con una gran sonrisa y la observó buscar a tientas una respuesta. Era satisfactorio ver cómo la ponía nerviosa, pero cada vez se sentía más incómodo con la respuesta de su cuerpo. Había sido un beso tan inocente, pero sus labios... eran absolutamente perfectos. Quería probarlos.
—Sí, eso no es propio de él.
—Un completo pendejo.
El Uber se detuvo cerca de la entrada. Edward se quedó boquiabierto al ver la casa decorada de forma abominable. Era una antigua casa de estilo colonial, de dos pisos, blanca con contraventanas azules, y un millón de luces navideñas adornaban cada superficie. Además, un enorme Papá Noel y sus diez renos estaban encaramados en lo alto del tejado.
—Oh, Dios—, gimió y cerró los ojos con fuerza. Edward había entrenado su vista para encontrar la belleza y el equilibrio en casi todo, pero esto era demasiado.
—Sí. Como te dije, se vuelve loco en esta época del año. Espera a ver el patio trasero. Tres acres.
Volvió a gemir, preguntándose brevemente en qué demonios se había metido. Entonces Edward miró a Bella mientras bajaba del auto, ofreciéndole una vista espectacular de sus vaqueros bien ajustados.
Iba a merecer tanto la pena.
-::TimeLapse::-
—¡Hola! ¡Estoy aquí!— gritó Bella cuando entraron por la puerta principal.
—¡Oh, Dios mío! Estás aquí...— Edward esbozó una sonrisa cortés cuando la madre de Bella apareció a toda prisa. Llevaba el pelo recogido en un moño desordenado y varios mechones luchaban por escapar. Se adelantó para ofrecerle la mano en señal de saludo, pero ella siguió hablando al mismo ritmo frenético. —... y has traído a Mike. ¿Significa eso que ya se curó de la infección urinaria?
Edward se quedó boquiabierto y miró alarmado a Bella.
—¡Mamá! ¿Qué demonios?
—¡Entra! Tu padre está atrás comprobando las luces—. Renée se dio la vuelta para salir tan rápido como había aparecido, con el pelo y el delantal llenos de harina.
Edward enganchó su mano alrededor del codo de Bella para retenerla mientras intentaba pasar a su lado. —¿Infección urinaria? ¿Qué más no me dijiste?
—Es una larga historia.
—¿Él...?
—¡No! Oh Dios no. Pero no podía dejar que mi madre hablara con él. ¿Te imaginas cómo habría sido? Así que mi excusa era que Mike estaba en el baño. Inteligente, lo sé—. Se encogió de hombros y miró a un lado tímidamente.
—¡Renée! ¡RENÉE!
—Ese es mi padre—. Y ahora parecía avergonzada.
—¡Renée, busca las llaves! ¡Tenemos que ir a los grandes almacenes ahora mismo! Se fundió un fusible y se han ido todas las luces del lago—. El padre de Bella pasó de largo hacia la cocina sin siquiera reconocer su presencia. Desde el gorro tejido con incrustaciones de nieve, con el pompón rebotando alocadamente, hasta las botas de invierno, que resbalaban barro y nieve derretida por la entrada de baldosas, parecía un leñador salvaje.
—¿Lago? — Edward sintió que las cejas se le subían a cada segundo.
—Es sólo un estanque. Está exagerando.
—Ah, hola, Bells—. Su padre retrocedió y la miró de arriba abajo, como si acabara de registrar su presencia y no estuviera del todo seguro de creer que eran seres reales.
—Hola papá. Te he extrañado.
—¿Y tú eres Milf? ¿Mark?...— Sus ojos se desviaron hacia Edward, clavándole una intensa mirada.
—¡Mike, papá!
—Cierto. Mike. ¿Te gusta la leche?
—Ummm... claro—. Parecía una pregunta capciosa. Estaba seguro de que era una pregunta capciosa. Pero viendo la expresión exasperada en la cara de Bella, no fue capaz de adivinar la respuesta correcta.
—¿Compras la vaca para conseguir leche gratis?
—No... Espera... ¿Sí? ¿Qué?
—¡Entonces no hay más leche para ti! ¡No hay leche sin comprar la vaca!— Pasó volando por delante de ellos y salió por la puerta principal, bajando los escalones a pisotones.
Renée lo siguió de cerca, abotonándose el abrigo mientras caminaba. —Ustedes acomódense y nosotros iremos a la ciudad. Tengo que hacer unas compras de última hora...
—¡No hay leche! ¡No hay mantequilla! ¡Ni nata! ¡Nada de lácteos!—, gritó su padre por encima del hombro.
Bella estaba cerrando la puerta tras ellos cuando su madre gritó: —¡Detente!
—¿Qué pasa ahora, mamá?
—Muérdago. Eso significa que tienen que besarse.
—Mamá, estamos cansados. ¿No podemos esperar hasta mañana?— Bella se quitó el abrigo y lo colgó junto a la puerta.
—Ahora estás debajo del muérdago. Mike, bésala.
Antes de que pudiera reaccionar, Bella se puso de puntillas y besó la mejilla de Edward.
—Eso no es un beso de verdad—, la regañó su madre, con las manos enguantadas en las caderas.
—Permíteme—, murmuró Edward, hipnotizado por el rosa que teñía su piel.
Le acarició las mejillas, midiendo su reacción. Una mezcla de miedo y deseo brilló en sus ojos. Se humedeció los labios con la lengua y vio cómo ella bajaba los ojos, sorprendida. Pero entonces sus labios se encontraron, sus pestañas se cerraron y su cuerpo se apretó contra él, suave y tentador. Sus dedos se deslizaron por el pelo de ella, le acariciaron la base del cráneo y la atrajeron hacia sí. Edward bajó una mano hasta apoyarla en la parte baja de su espalda, con los dedos enroscados en la tela de su camisa. Quería aplastar su cuerpo contra el suyo.
—Eso sí que es un beso—, oyó suspirar a su madre.
—¿Qué te dije, Miles? Nada de leche gratis.
Edward se echó hacia atrás con una sonrisa de satisfacción. —Ahí está mi veinticinco por ciento.
—Vamos, Charlie. Vamos por ese fusible y tu leche.
—Ya compré y pagué mi leche.
—Y están compartiendo habitación, así que...
—Puede dormir...
Bella cerró la puerta con el pie. Silencio. Edward aún la abrazaba por la cintura. Se liberó lentamente de su abrazo y miró el pasillo vacío, con las mejillas sonrojadas. —Así que esos eran mis padres.
—Definitivamente son otra cosa.
—Sí, lo siento. Esta época del año pone a papá un poco... chiflado— sacudió la cabeza. —Y aparentemente yo soy una vaca.
Edward le rozó la mejilla con los nudillos. Ella se inclinó hacia él. —Y no puedo tomar leche. ¿Cómo se supone que voy a conseguir el ciento por ciento?
Ella soltó una risita. —Tengo la sensación de que encontrarás la manera—. Se volvió hacia las escaleras, con la maleta a cuestas.
Edward le miró el trasero, sonriendo. —Claro que sí.
Bella abrió una puerta en el pasillo de arriba. —Mi habitación.
Edward contempló la cama matrimonial, pegada a la pared. Había una sencilla cómoda de pino junto al armario y otra puerta abierta que revelaba un cuarto de baño privado.
—No dije que estábamos cansados sólo para despistar a mi madre. Realmente estoy agotada. A menos que tengas hambre o algo así. Puedo ver lo que mi madre tiene en la nevera. O hay una pizzería que hace entregas...
—Estoy bien. El sándwich que compré antes de salir del aeropuerto fue suficiente.
—En ese caso, voy a cambiarme para ir a la cama. Saldré en un par de minutos, luego puedes usar el baño.
Bella se llevó toda la maleta al cuarto de baño con ella. Una vez que la puerta se cerró y oyó abrir el grifo, Edward empezó a rebuscar en su propio equipaje hasta que encontró sus pantalones de pijama de franela y una camiseta gris.
Vestido, Edward se paseó por su habitación. Vio en las paredes varias fotografías de ella desde su infancia hasta el instituto. Le llamó la atención una foto de su graduación. Ella estaba de pie entre sus padres, con una sonrisa radiante y las mejillas enrojecidas por la emoción mientras sostenía el diploma en las manos.
—Universidad—. explicó Bella mientras se colocaba a su lado, con el pelo mojado y la piel sonrosada por la ducha.
—¿En qué te especializaste?
—Contabilidad y empresariales. Aburrido, lo sé, pero entiendo de números. Por eso obtuve el CPA (1).
—Nueva York tiene sentido ahora—, dijo. —Y te ofrece la oportunidad de viajar.
—Algún día—, dijo Bella con nostalgia. —Cuando por fin pague mis préstamos estudiantiles.
—Algún día—, la tranquilizó él. Entonces miró hacia abajo, vio lo que llevaba puesto y se echó a reír. Los pantalones negros de pijama de Bella tenían una versión pequeña de Olaf de Frozen y la frase: «Me gustan los abrazos cálidos» impresa por todas partes.
—¿A tus piernas les gusta dar abrazos cálidos?—, Edward preguntó burlonamente. Se acercó y bajó la voz. —Pueden abrazarme cuando quieran.
Bella le miró los labios un momento. Se preguntó si ella estaría pensando en aquel beso tanto como él. —Te abrazarán... más tarde.
—¿Ciento por ciento más tarde?
Ella se rio y bajó el edredón, deslizándose entre las sábanas. — Ciento por ciento más tarde.
Cuando Edward salió del baño unos minutos después, ella palmeó el lugar a su lado y continuó: —Haría una cama en el suelo o te dejaría dormir en una de las habitaciones de mis hermanos, pero mañana aparecerán con sus esposas y quedaría un poco raro si no compartiéramos. Además, si hago una cama en el suelo y uno de los miembros de mi familia irrumpe -como mi madre- tendría que inventarme una historia totalmente nueva.
—¿Como si Mike fuera un dormilón activo y tú no quisieras tener la nariz rota?—. Edward se rio y se deslizó en la cama a su lado. —Realmente lo has pensado bien, ¿verdad?
Su hombro se levantó con un encogimiento de hombros. —Sí. Todo lo que pude entre el aeropuerto y llegar aquí.
Se puso de lado y apoyó la cabeza en la mano. Las luces parpadeantes que colgaban a lo largo del canalón de lluvia afuera de la ventana iluminaban su rostro con un arco iris de colores siempre cambiantes.
Bella sonrió suavemente. —Siento lo de mis padres. Ojalá pudiera decirte que mis hermanos son más dóciles y tienen los pies en la tierra, pero no es así. Son groseros, odiosos y bulliciosos. Rose y Alice son las cuerdas, te lo prometo.
—Y, sin embargo, yo también te encuentro bastante dócil—, murmuró Edward, deseando besarla de nuevo.
Bella le besó la comisura de los labios. —Gracias—, murmuró. Antes de que él pudiera responder, le dio las buenas noches y se puso de lado, dándole la espalda.
—Buenas noches—, respondió Edward en voz baja.
Se recostó en las almohadas y se quedó mirando el techo. Las luces exteriores proyectaban patrones danzantes sobre la superficie en secuencias extrañas. En el piso de abajo oía a Renée y Charlie entrar por la puerta principal y hablar en suaves murmullos. Se pasó las manos por la cara y se preguntó qué le depararía el día siguiente.
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Edward se despertó cuando los primeros rayos de sol entraron por la ventana. Parpadeó y miró al techo, mientras en su cabeza no paraba de darle vueltas el día anterior. Sintió un peso cálido en el pecho y miró hacia abajo para ver la cabeza de Bella apoyada en él, con el rostro relajado por el sueño. La mano de ella estaba en su estómago, debajo de la camisa, piel contra piel. Ella se movió mientras dormía. Inclinó la cara hacia él y bajó ligeramente la mano, rozando con la punta de los dedos la cintura de su bóxer.
¡Santo Dios!
Cerró los ojos con fuerza. Debía de haberse movido durante la noche. Su cuerpo reaccionó a su proximidad y su erección se tensó contra la costura de sus pantalones. Su mano estaba muy cerca.
Bella volvió a moverse y su respiración cambió. Edward apretó los dientes cuando la mano de Bella se acercó a sus costillas. La miró mientras ella parpadeaba. —Buenos días —dijo, con la voz áspera por el sueño y el deseo.
Ella se mordió el labio, pero no se movió. —Buenos días—, susurró ella, mientras su mirada pasaba de los ojos a los labios de él.
Al ver su deseo tan claramente reflejado en la luz de la mañana, Edward no pudo resistir más la tentación. Se inclinó hacia delante y le besó los labios. Ella se movió con él, contra él, su cuerpo cálido y tentador bajo sus manos. Lentamente, la puso boca arriba y se acomodó entre sus piernas.
—Buenos días—, volvió a decir, insistiendo en el «buenos», mientras le besaba la mandíbula y la clavícula. Enganchó un dedo en el tirante de su camiseta y la deslizó hacia abajo, observando su rostro en busca de signos de vacilación. Ella siguió sus movimientos con la boca ligeramente abierta, jadeando. Sus dedos se enredaron en el pelo de él, apretándolo un poco más. Besó la parte superior de su pecho, provocando un gemido bajo.
Encantador.
—Tus pechos son preciosos. Te gusta jugar con los pezones, ¿verdad? Te diré algo, si te excito sólo con la lengua, contaré eso como un treinta y cinco por ciento.
En su estado de excitación, Bella puso los ojos en blanco y le agarró el pelo, tratando de guiarlo hacia su pezón expuesto. A Edward le gustaba que ella supiera lo que quería. Volvió a besarle el pecho y le pasó la lengua por la piel, mientras le metía la polla entre las piernas.
Bella jadeó y subió las caderas para encontrarse con las suyas. Edward la mordió ligeramente y gimió, con el cuerpo vibrando de deseo. Acercó los labios al pezón y succionó con fuerza, haciéndola gritar.
—¡Oh, Dios!
Él movió la lengua y empujó con más fuerza sus caderas, luego volvió a chuparla.
—Qué bueno.
La puerta del dormitorio se abrió de golpe. —¡Deja de tocar a mi hermana! Saquen el culo de la cama, vamos a comprar árboles—. La puerta se cerró tan rápido como se había abierto.
Con los labios aún alrededor de su pezón, Edward se encontró con los grandes ojos de Bella. Ella lo miraba fijamente, con la cara sonrojada y el pecho al descubierto. La soltó lentamente y el ambiente se desvaneció.
Edward se tumbó de espaldas, se tapó los ojos con el brazo y maldijo en silencio a quienquiera que fuese por el bloqueo de polla.
—Así que ese era Emmett—, susurró Bella temblorosamente, levantando la manta para taparse.
—Ujum,— dijo rechinando los dientes con frustración.
Se escurrió de la cama y se encerró en el cuarto de baño. Edward oyó abrir el grifo. No había ninguna posibilidad de que pudiera unirse a ella, de recrear el momento. Su estúpido hermano había acabado con el ambiente.
—Falta mucho para llegar al treinta y cinco por ciento—, refunfuñó.
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Edward y Bella se sentaron en el asiento trasero del auto de Emmett mientras se dirigían al lote de árboles, siguiendo el auto de los padres de ella. Emmett no dejaba de mirar por el retrovisor, lanzando miradas oscuras hacia Edward.
—Así que, Mike...— empezó, su mirada saltando entre la carretera y el espejo retrovisor. —¿Qué planes tienes con mi hermana?
—¡Em!— Gritaron Rose y Bella al mismo tiempo.
—¿Qué?— Preguntó inocentemente.
—No es asunto tuyo—. Bella frunció el ceño y le dirigió un «lo siento» a Edward.
Rose se giró en su asiento, con las manos entrelazadas sobre su vientre embarazadísimo. —Disculpa al neandertal de mi marido —. Le dio un golpecito en la nuca. —Normalmente tiene mejores modales. Ninguno de los cuales verás hoy, pero cualquier otro día...
—Soy un ángel—, Emmett intervino y sonrió a su esposa.
—Por supuesto— Bella se burló y puso los ojos en blanco. —Él es el que tiene el gen maligno. Lo verás en todo su esplendor en el lote de árboles. Junto con Jasper. Como dos guisantes en una vaina.
Y no bromeaba cuando lo dijo. Edward observó embelesado cómo Emmett y Jasper inspeccionaban cada árbol, sin dejar de hacer comentarios crudos.
—Tronco torcido. Como el tuyo, Jas—. Emmett esquivó el revés que Jasper le dirigió a la cabeza.
—¡Ja! Y mira este. Caído como tú, polla flácida.
—¡Cabrón!
Tanto Alice como Rose sacudieron la cabeza y sonrieron con pesar. —Nuestros esposos. No les hagas caso. Se comportan así cada año.
Charlie arrastraba los pies de árbol en árbol, refunfuñando sobre las luces y la relación óptima entre la fuerza de las ramas y el peso de los adornos. Renée estaba en la esquina trasera del lote, agitando los brazos mientras discutía con el gerente, exigiendo ver su «escondite secreto» de árboles. Insistía en que aquella no era su mejor selección, y lo sabía porque llevaban más de veinte años viniendo a buscar un árbol.
Edward se arrastró unos pasos detrás de los hermanos de Bella, medio escuchando sus bromas, pero sin dejar de oír cada palabra que Bella, Alice y Rose decían.
—¡Maldita sea, Bella! Creía que habías dicho que no se ejercitaba. Seguro que no parece escuálido. ¡Mira esos hombros!— exclamó Rose.
—Y ese culo—, añadió Alice.
—Ha estado... yendo al gimnasio últimamente—, mintió Bella suavemente.
Edward sonrió satisfecho y echó un vistazo por encima del hombro. Se rio para sus adentros, disfrutando inmensamente del rubor rojo brillante en las mejillas de Bella. Volvió a tener el labio entre los dientes mientras paseaba la mirada por su cuerpo.
Meneó el culo y los ojos de ella se clavaron en los de él.
—Pillada—, dijo con una sonrisa.
Bella se acercó a él y le enlazó el brazo. —¿Te ardían las orejas?
—¡Lo encontré!— gritó Charlie desde el otro lado del lote antes de que Edward pudiera responder.
Edward cogió a Bella de la mano y toda la familia se reunió alrededor del árbol elegido. Se inclinó hacia él y susurró: —Grande, robusto. Tronco grueso. La circunferencia es lo que realmente importa.
Bella señaló la nieve derretida que resbalaba por las ramas perennes. —Y húmedo—, murmuró.
Tragó saliva con brusquedad. Juego. Set. Partido.(2)
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(1) En EEUU la profesión del contador público es conocida como un Certified Public Accountant –CPA, un profesional que es un asesor contable y maneja la información financiera de las empresas.
(2) «Juego, set, partido» es la frase utilizada por los tenistas y los oficiales para indicar que se ha jugado el punto final de un partido.
