-Ay por el Olimpo Sagrado.- dijo Poseidon muy preocupado.- Es de las peores decisiones que puedes tomar en este momento, el cielo no es lugar para un hijo del mar, te entregas como carne de cañón a mi tonto hermano.

- Claramente era una situación desesperada, sino no hubiéramos hecho nada por el estilo.- se justifico Percy.

-Lo mismo que ocurrió en nuestra misión.- lo defendió Frank

-Otra vez? Esa no la sabia.- lo miro indignada Annabeth a su novio, quien se ruborizo y se escondió tras sus amigos temiendo represarías

-Será mejor que continúe leyendo, tenemos mucho por delante aún..- trato de calmar la situación Poseidón.- Son dos capítulos más. Y unos cuantos libros aún.

Capítulo 21

Saldo cuentas pendientes

Es curioso cómo los humanos ajustan la mente a su versión de la realidad. Quirón ya me lo había dicho hacía mucho. Como de costumbre, en su momento no aprecié su sabiduría.

Según los noticiarios de Los Ángeles, la explosión en la playa de Santa Mónica había sido provocada por un secuestrador loco al disparar con una escopeta contra un coche de policía. Los disparos habían acertado a una tubería de gas rota durante el terremoto.

El secuestrador (alias Ares) era el mismo hombre que nos había raptado a mí y a otros dos adolescentesen Nueva York y nos había arrastrado por todo el país en una aterradora odisea de diez días.

Los mortales siempre encuentran una explicación.- explico Quirón a los vástagos. – A veces se necesita un poco de neblina para distraerlos pero nada más.

Después de todo, el pobrecito Percy Jackson no era un criminal internacional. Había causado un buenrevuelo en el autobús Greyhound de Nueva Jersey al intentar escapar de su captor (a posteriori hubo testigos que aseguraron haber visto al hombre vestido de cuero en el autobús: «¿Por qué no lo recordéantes?»). El psicópata había provocado la explosión en el arco de San Luis; ningún chaval habríapodido hacer algo así. Una camarera de Denver había visto al hombre amenazar a sus secuestrados delante de su restaurante, había pedido a un amigo que tomara una foto y lo había notificado a la policía. Al final, el valiente Percy Jackson (empezaba a gustarme aquel chaval) se había hecho con un arma de su captor en Los Ángeles y se había enfrentado a él en la playa. La policía había llegado a tiempo. Pero en la espectacular explosión cinco coches de policía habían resultado destruidos y el secuestrador había huido. No había habido bajas. Percy Jackson y sus dos amigos estaban a salvo bajo custodia policial.

Vaya serie de "casualidades".-dijo Leo.- Nuestro querido Percy jamás causaría daños ni estropearía un autobús.

Ni saltaría del Arco de San Luis.-agregó Travis

Ni atacaría a unas ancianas demoniacas indefensas.- continuó Connor

Fueron los periodistas quienes nos proporcionaron la historia. Nosotros nos limitamos a asentir,

llorosos y cansados (lo cual no fue difícil), y representamos los papeles de víctimas ante las cámaras.

Lo único que quiero —dije tragándome las lagrimas—, es volver con mi querido padrastro. Cada vezque lo veía en la tele llamándome delincuente juvenil, algo me decía que todo terminaría bien. Y sé quequerrá recompensar a todas las personas de esta bonita ciudad de Los Ángeles con un electrodomésticogratis de su tienda. Éste es su número de teléfono.

-Toma yaaa vagoooo.- vitoreó la sala entera.

La policía y los periodistas, conmovidos, recolectaron dinero para tres billetes en el siguiente vuelo a Nueva York. No tenía otra elección que volar, así que confié en que Zeus aflojara un poco, dadas las circunstancias.

Pero aun así me costó subir al avión.

El despegue fue una pesadilla. Las turbulencias daban más miedo que los dioses griegos. No solté losreposabrazos hasta que aterrizamos sin problemas en La Guardia. La prensa local nos esperaba fuera,pero conseguimos evitarlos gracias a Annabeth, que los engañó gritándoles con la gorra de los Yankeespuesta: «¡Están allí, junto al helado de yogur! ¡Vamos!» Y después volvió con nosotros a recogida de equipajes.

-Solo te salvaste muchacho porque llevabas mi preciado rayo.- dijo Zeus arquendo la ceja

Nos separamos en la parada de taxis. Les dije que volvieran al Campamento Mestizo e informaran a Quirón de lo que había pasado. Protestaron, y fue muy duro verlos marchar después de todo lo que habíamos pasado juntos, pero debía afrontar solo aquella última parte de la misión.

Al parecer ya desde entonces tenía ese defecto fatídico.- reflexionó Percy

Si las cosas iban mal, si los dioses no me creían… quería que Annabeth y Grover sobrevivieran para contarle la verdad aQuirón.

Subí a un taxi y me encaminé a Manhattan.

Treinta minutos más tarde entraba en el vestíbulo del edificio Empire State.

Debía de parecer un niño de la calle, vestido con prendas ajadas y con el rostro arañado. Hacía por lomenos veinticuatro horas que no dormía. Me acerqué al guardia del mostrador y le dije:

Quiero ir al piso seiscientos.

Leía un grueso libro con un mago en la portada. La fantasía no era lo mío, pero el libro debía de ser bueno, porque le costó lo suyo levantar la mirada.

Ese piso no existe, chaval.

Necesito una audiencia con Zeus.

Me dedicó una sonrisa vacía.

¿Una audiencia con quién?

Ya me ha oído.

Estaba a punto de decidir que aquel tipo no era más que un mortal normal y corriente, y que mejor me largaba antes de que llamara a los loqueros, cuando dijo:

Sin cita no hay audiencia, chaval. El señor Zeus no ve a nadie que no se haya anunciado.

No me jodas, trámites burocráticos de por medio, que dolor de cabeza.-exclamó Piper

Bueno, me parece que hará una excepción. —Me quité la mochila y la abrí.

El guardia miró dentro el cilindro de metal y, por un instante, no comprendió qué era. Despuéspalideció.

¿Esa cosa no será…?

-Si que lo es amigo asi que más vale que le des a mi amigo su audiencia.- se quejó Leo

Sí lo es, sí —le dije—. ¿Quiere que lo saque y…?

¡No! ¡No! —Brincó de su asiento, buscó presuroso un pase detrás del mostrador y me tendió la tarjeta—. Insértala en la ranura de seguridad. Asegúrate de que no haya nadie más contigo en el ascensor.

Así lo hice. En cuanto se cerraron las puertas del ascensor, metí la tarjeta en la ranura. En la consola se iluminó un botón rojo que ponía «600». Lo apreté y esperé, y esperé. Se oía música ambiental y al final «ding». Las puertas se abrieron. Salí y por poco me da un infarto.

-Me esperaba una entrada mas gloriosa al Olimpo.- confensó Lucas pensando en su realidad.

Estaba de pie sobre una pequeña pasarela de piedra en medio del vacío. Debajo tenía Manhattan, aaltura de avión. Delante, unos escalones de mármol serpenteaban alrededor de una nube hasta el cielo.

Mis ojos siguieron la escalera hasta el final, y entonces no di crédito a lo que vi.

«Volved a mirar», decía mi cerebro.

«Ya estamos mirando —insistían mis ojos—. Está ahí de verdad.»

-Es la reacción de todos al venir por primera vez aquí.- se explicó Deméter.

- Podemos ir a explorar luego.- inquirieron aquellos que nunca habían estado en el Olimpo.

- Bueno…emm.- dubitaba Zeus.- Tal vez luego que se vayan los del campamento de este año, que están de visita. No queremos más inconvenientes.

Desde lo alto de las nubes se alzaba el pico truncado de una montaña, con la cumbre cubierta de nieve.

Colgados de una ladera de la montaña había docenas de palacios en varios niveles. Una ciudad de mansiones: todas con pórticos de columnas, terrazas doradas y braseros de bronce en los que ardían milfuegos. Los caminos subían enroscándose hasta el pico, donde el palacio más grande de todos refulgíarecortado contra la nieve. En los precarios jardines colgantes florecían olivos y rosales. Vislumbré un mercadillo al aire libre lleno de tenderetes de colores, un anfiteatro de piedra en una ladera de la montaña, un hipódromo y un coliseo en la otra. Era una antigua ciudad griega, pero no estaba en ruinas.

Era nueva, limpia y llena de colorido, como debía de haber sido Atenas dos mil quinientos años atrás.

«Este lugar no puede estar aquí», me dije. ¿La cumbre de una montaña colgada encima de Nueva York como un asteroide de mil millones de toneladas? ¿Cómo algo así podía estar anclado encima del Empire State, a la vista de millones de personas, y que nadie lo viera?

Pero allí estaba. Y allí estaba yo.

Estoy flipando tal como tu.- reconocio Jason (d)

Mi viaje a través del Olimpo discurrió en una neblina. Pasé al lado de unas ninfas del bosque que se reían y me tiraron olivas desde su jardín. Los vendedores del mercado me ofrecieron ambrosía, un nuevo escudo y una réplica genuina del Vellocino de Oro, en lana de purpurina, como anunciaba la Hefesto Televisión. Las nueve musas afinaban sus instrumentos para dar un concierto en el parque mientras se congregaba una pequeña multitud: sátiros, náyades y un puñado de adolescentes guapos que debían de ser dioses y diosas menores. Nadie parecía preocupado por una guerra civil inminente.

De hecho, todo el mundo parecía estar de fiesta. Varios se volvieron para verme pasar y susurraron algo que no pude oír.

Subí por la calle principal, hacia el gran palacio de la cumbre. Era una copia inversa del palacio del inframundo. Allí todo era negro y de bronce; aquí, blanco y con destellos argentados.

Hades debía de haber construido su palacio a imitación de éste. No era bienvenido en el Olimpo salvo durante el solsticio de invierno, así que se había construido su propio Olimpo bajo tierra. A pesar de mimala experiencia con él, lo cierto es que el tipo me daba un poco de pena. Que te negaran la entrada a aquel sitio parecía de lo más injusto. Amargaría a cualquiera.

Eyyy que yo no soy un amargado.- se quejó a los gritos Hades. Que bajo una mirada fría de Perséfone confesó.- Bueno tal vez un poquito, es un desquicio estar allí abajo, siempre hay demasiado trabajo

Unos escalones conducían a un patio central. Tras él, la sala del trono.

«Sala» no es exactamente la palabra adecuada. Aquel lugar hacía que la estación Grand Central deNueva York pareciera un armario para escobas. Columnas descomunales se alzaban hasta un techo abovedado, en el que se desplazaban las constelaciones de oro. Doce tronos, construidos para seres del tamaño de Hades, estaban dispuestos en forma de U invertida, como las cabañas en el Campamento Mestizo. Una hoguera enorme ardía en el brasero central.

Todos los tronos estaban vacíos salvo dos: el trono principal a la derecha, y el contiguo a su izquierda. No hacía falta que me dijeran quiénes eran los dos dioses que estaban allí sentados, esperando que me acercara. Avancé con piernas temblorosas.

Como había hecho Hades, los dioses se mostraban en su forma humana gigante, pero apenas podía mirarlos sin sentir un cosquilleo, como si mi cuerpo fuera a arder en cualquier momento. Zeus, el señor de los dioses, lucía un traje azul marino de raya diplomática. El suyo era un trono sencillo de platino.

Llevaba la barba bien recortada, gris, veteada de negro, como una nube de tormenta. Su rostro era orgulloso, hermoso y sombrío al mismo tiempo, y tenía los ojos de un gris lluvia. A medida que me acerqué a él, el aire crepitó y despidió olor a ozono.

-Pues así de debe ver un rey.- alardeo orgulloso de su descripción Zeus. Los demás dioses pusieron los ojos en blanco, ya se conocían muy bien ese discursito.

Sin duda el dios sentado a su lado era su hermano, pero vestía de manera muy distinta. Me recordó a uno de esos playeros permanentes de Cayo Hueso. Llevaba sandalias de cuero, pantalones cortos caqui y una camiseta de las Bahamas con estampado de cocos y loros. Estaba muy bronceado y sus manos se veían surcadas de cicatrices, como un viejo pescador. Tenía el pelo negro, como el mío. Su rostro poseía la misma mirada inquietante que siempre me había señalado como rebelde. Pero sus ojos, del verde del mar, también como los míos, estaban rodeados de arrugas provocadas por el sol, lo que sugería que solía reír.

Su trono era una silla de pescador. Ya sabes, el típico asiento giratorio de cuero negro con una funda acoplada para afirmar la caña. En lugar de una caña, la funda sostenía un tridente de bronce, cuyas puntas despedían una luminiscencia verdosa. Los dioses no se movían ni hablaban, pero había tensión en el aire, como si acabaran de discutir.

Poseidón sonrió afirmando que sin duda era el mejor trono, por su comodidad y su funcionalidad

Me acerqué al trono de pescador y me arrodillé a sus pies.

Padre. —No me atreví a levantar la cabeza. El corazón me iba a cien por hora. Sentía la energía queemanaba de los dos dioses. Si decía lo incorrecto, me fulminarían en el acto.

A mi izquierda, habló Zeus:

¿No deberías dirigirte primero al amo de la casa, chico?

Mantuve la cabeza gacha y esperé.

Paz, hermano —dijo por fin Poseidón. Su voz removió mis recuerdos más lejanos: el brillo cálido que había sentido de bebé, su mano sobre mi frente—. El muchacho respeta a su padre. Es lo correcto.

¿Sigues reclamándolo, pues? —preguntó Zeus, amenazador—. ¿Reclamas a este hijo que engendraste contra nuestro sagrado juramento?

He admitido haber obrado mal. Ahora quisiera oírlo hablar.

«Haber obrado mal…» Se me hizo un nudo en la garganta. ¿Eso es todo lo que yo era? ¿Una mala obra? ¿El resultado del error de un dios?

No pienses de esa forma hijo mió.- lo regañó Poseidón.- Sabes que te quiero y te apreció, y eso te lo puedo asegurar habiéndote conocido hace unas horas nomas.

Ya le he perdonado la vida una vez —rezongó Zeus—. Atreverse a volar a través de mi reino… ¡Bueno! Debería haberlo fulminado al instante por su insolencia.

¿Y arriesgarte a destruir tu propio rayo maestro? —replicó Poseidón con calma—. Escuchémoslo, hermano.

Zeus refunfuñó un poco más y decidió:

Escucharé. Después me pensaré si lo arrojo del Olimpo o no.

Perseus —dijo Poseidón—. Mírame.

Lo hice, y su rostro no me indicó nada. No había ninguna señal de amor o aprobación, nada que me animase. Era como mirar el océano: algunos días veías de qué humor estaba, aunque la mayoría resultaba ilegible y misterioso.

Tuve la impresión de que Poseidón no sabía realmente qué pensar de mí. No sabía si estaba contento de tenerme como hijo o no. Aunque resulte extraño, me alegré de que se mostrara tan distante. Si hubieseintentado disculparse, o decirme que me quería, o sonreír siquiera, habría parecido falso, como unpadre humano que buscara alguna excusa para justificar su ausencia. Podía vivir con aquello. Despuésde todo, tampoco yo estaba muy seguro de él.

Fue una situación incómoda en ese momento pero ya no pienso más así.- admitió el adjudicado.

Dirígete al señor Zeus, chico —me ordenó Poseidón—. Cuéntale tu historia.

Así pues, conté todo lo ocurrido, con pelos y señales. Luego saqué el cilindro de metal, que empezó a chispear en presencia del dios del cielo, y lo dejé a sus pies.

Se produjo un largo silencio, sólo interrumpido por el crepitar de la hoguera.

Zeus abrió la palma de la mano. El rayo maestro voló hasta allí. Cuando cerró el puño, los extremosmetálicos zumbaron por la electricidad hasta que sostuvo lo que parecía más un relámpago, una jabalina cargada de energía sonora que me erizó la nuca.

-Asi que ese es el famoso cacharro.- dijo Helena sorprendida, que reflexionaba sobre los distintos que eran sus mundos.

Presiento que el chico dice la verdad —murmuró Zeus—. Pero que Ares haya hecho algo así… es impropio de él.

Es orgulloso e impulsivo —comentó Poseidón—. Le viene de familia.

-Todos estamos de acuerdo en eso.- exclamó Artemisa agarrándose la cabeza.- Sin duda no podemos negarlo debo admitir

¿Señor? —tercié.

Ambos respondieron al unísono:

¿Sí?

Ares no actuó solo. La idea se le ocurrió a otro, a otra cosa.

Describí mis sueños y aquella sensación experimentada en la playa, aquel fugaz aliento maligno que pareció detener el mundo y evitó que Ares me matara.

En los sueños —proseguí—, la voz me decía que llevara el rayo al inframundo. Ares sugirió que él también había soñado. Creo que estaba siendo utilizado, como yo, para desatar una guerra.

¿Acusas a Hades, después de todo? —preguntó Zeus.

Pero que yo no fuiiiiiii diablooos!- se quejaba a los gritos Hades.

No —contesté—. Quiero decir, señor Zeus, que he estado en presencia de Hades. La sensación de laplaya fue diferente. Fue lo mismo que sentí cuando me acerqué al foso. Es la entrada al Tártaro, ¿no? Algo poderoso y malvado se está desperezando allí abajo… algo más antiguo que los dioses.

Poseidón y Zeus se miraron. Mantuvieron una discusión rápida e intensa en griego antiguo. Sólo capté una palabra: «Padre.»

Tal como me temia.- se lamento Atenea y los demás dioses asintieron preocupados.

Poseidón hizo alguna sugerencia, pero Zeus cortó por lo sano. Poseidón intentó discutir. Molesto, Zeus levantó una mano.

Asunto concluido —dijo—. Tengo que ir a purificar este relámpago en las aguas de Lemnos, para limpiar la mancha humana del metal. —Se levantó y me miró. Su expresión se suavizó ligeramente—. Me has hecho un buen servicio, chico. Pocos héroes habrían logrado tanto.

Tuve ayuda, señor —respondí—. Grover Underwood y Annabeth Chase…

Para mostrarte mi agradecimiento, te perdonaré la vida. No confío en ti, Perseus Jackson. No me gusta lo que tu llegada supone para el futuro del Olimpo, pero, por el bien de la paz en la familia, te dejaré vivir.

-Si no dejabas vivir a mi hijo ahí íbamos a estar en un problema más serio.- se interrumpió fulminando con la mirada a su hermano.

Esto… gracias, señor.

Ni se te ocurra volver a volar. Que no te encuentre aquí cuando vuelva. De otro modo, probarás esterayo. Y será tu última sensación.

El trueno sacudió el palacio. Con un relámpago cegador, Zeus desapareció.

Me quedé solo en la sala del trono con mi padre.

Tu tío —suspiró Poseidón— siempre ha tenido debilidad por las salidas dramáticas. Le habría ido bien como dios del teatro.

Un silencio incómodo.

Señor —pregunté—, ¿qué había en el foso?

¿No te lo has imaginado ya?

¿Cronos? ¿El rey de los titanes?

Incluso en la sala del trono del Olimpo, muy lejos del Tártaro, el nombre «Cronos» oscureció la estancia, haciendo que la hoguera a mi espalda no pareciera tan cálida.

-Es un tema complicado de familia.- admitió Demetér.

Poseidón agarró su tridente.

En la primera guerra, Percy, Zeus cortó a nuestro padre Cronos en mil pedazos, justo como Cronos había hecho con su propio padre, Urano. Zeus arrojó los restos de Cronos al foso más oscuro del Tártaro. El ejército titán fue desmembrado, su fortaleza en el monte Etna destruida y sus monstruosos aliados desterrados a los lugares más remotos de la tierra. Aun así, los titanes no pueden morir, del mismo modo que tampoco podemos morir los dioses. Lo que queda de Cronos sigue vivo de alguna espantosa forma, sigue consciente de su dolor eterno, aún hambriento de poder.

Se está curando —dije—. Está volviendo.

Todos los dioses y presentes ensombrecieron ante esa posibilidad, algo que jamás habían imaginado los dioses.

Poseidón negó con la cabeza.

De vez en cuando, a lo largo de los eones, Cronos se despereza. Se introduce en las pesadillas de los hombres e inspira malos pensamientos. Despierta monstruos incansables de las profundidades. Pero sugerir que puede levantarse del foso es otro asunto.

Eso es lo que pretende, padre. Es lo que dijo.

Poseidón guardó silencio durante un largo momento.

Zeus ha cerrado la discusión sobre este asunto. No va a permitir que se hable de Cronos. Has completado tu misión, niño. Eso es todo lo que tenías que hacer.

Pero… —Me interrumpí. Discutir no iba a servir de nada. De hecho, bien podría enfadar a mi padre —. Como… deseéis, padre.

Una débil sonrisa se dibujó en sus labios.

La obediencia no te surge de manera natural, ¿verdad?

Ni que lo digas.- exclamo Quirón mirando a su alumno.- Es igualito a ti en ese sentido.

No… señor.

En parte es culpa mía, supongo. Al mar no le gusta que lo contengan. —Se irguió en toda su estatura y recogió su tridente. Entonces emitió un destello y adoptó el tamaño de un hombre normal—. Debes marcharte, niño. Pero primero tienes que saber que tu madre ha vuelto.

Impresionado, lo miré fijamente y pregunté:

¿Mi madre?

La encontrarás en casa. Hades la envió de vuelta cuando recuperaste su yelmo. Incluso el Señor de los Muertos paga sus deudas.

-Por supuesto.- afirmo elocuente Hades.- No se crean mi mala reputación.

El corazón me latía desbocado. No podía creérmelo.

¿Vais a… querríais…?

Quería preguntarle a Poseidón si le apetecía venir conmigo a verla, pero entonces reparé en que eso era ridículo. Me imaginé al dios del mar en un taxi camino del Upper East Side. Si hubiese querido ver a mi madre durante todos éstos años, lo habría hecho. Y también había que pensar en Gabe el Apestoso.

Los ojos de Poseidón adquirieron un tinte de tristeza.

Cuando regreses a casa, Percy, deberás tomar una decisión importante. Encontrarás un paquete esperándote en tu habitación.

¿Un paquete?

Lo entenderás cuando lo veas. Nadie puede elegir tu camino, Percy. Debes decidirlo tú.

Asentí, aunque no sabía a qué se refería.

Tu madre es una reina entre las mujeres —declaró Poseidón con añoranza—. No he conocido una mortal como ella en mil años. Aun así… lamento que nacieras, niño. Te he deparado un destino de héroe, y el destino de los héroes nunca es feliz. Es trágico en todas las ocasiones.

No te preocupes padre.- lo calmo Percy al ver su rostro compungido.- Ya hicelas pases con eso hace tiempo

Intenté no sentirme herido. Allí estaba mi propio padre, diciéndome que lamentaba que yo hubiesenacido.

No me importa, padre.

Puede que aún no —dijo—. Aún no. Pero aquello fue un error imperdonable por mi parte.

Os dejo, pues. —Hice una reverencia incómoda—. N-no os molestaré otra vez.

Me había alejado cinco pasos cuando me llamó.

Perseus. —Me volví. Había un fulgor en sus ojos, una especie de orgullo fiero—. Lo has hecho muy bien, Perseus. No me malinterpretes. Hagas lo que hagas, debes saber que eres hijo mío. Eres un auténtico hijo del dios del mar.

Cuando regresé caminando por la ciudad de los dioses, las conversaciones se detuvieron. Las musas interrumpieron su concierto. Todos, personas, sátiros y náyades, se volvieron hacia mí con expresiones de respeto y gratitud, y cuando pasé junto a ellos se inclinaron como si yo fuera un héroe de verdad.

Eres un héroe de verdad, sesos de algas.- exclamo Jason.

Quince minutos más tarde, aún en trance, ya estaba de vuelta en las calles de Manhattan.

Fui en taxi hasta el apartamento de mi madre, llamé al timbre y allí estaba: mi preciosa madre, conaroma a menta y regaliz, cuyo cansancio y preocupación desaparecieron de su rostro al verme.

¡Percy! Oh, gracias al cielo. Oh, mi niño.

Me dio un fuerte abrazo y nos quedamos en el pasillo, mientras ella sollozaba y me acariciaba el pelo.

Lo admitiré: también yo tenía los ojos llorosos. Temblaba de emoción, tan aliviado me sentía.

Me dijo que sencillamente había aparecido en el apartamento aquella mañana y Gabe casi se había desmayado del susto. No recordaba nada desde el Minotauro, y no podía creerse lo que le había contado Gabe: que yo era un criminal buscado, que había viajado por todo el país y había estropeado monumentos nacionales de incalculable valor. Se había vuelto loca de preocupación todo el día porque no había oído las noticias. Gabe la había obligado a ir a trabajar, puesto que tenía un sueldo que ganar.

-Cerdo maldito.- mascullo Artemisa.

Me tragué la ira y le conté mi historia. Intenté suavizarla para que pareciera menos horrible de lo que en realidad había sido, pero no era tarea fácil. Estaba a punto de llegar a la pelea con Ares cuando la voz de Gabe me interrumpió desde el salón.

¡Eh, Sally! ¿Ese pastel de carne está listo o qué?

Cerró los ojos.

No va a alegrarse de verte, Percy. La tienda ha recibido hoy medio millón de llamadas desde Los Angeles… Algo sobre unos electrodomésticos gratis.

Ah, sí. Sobre eso…

Consiguió lanzarme una sonrisita.

No lo enfades más, ¿vale? Venga, pasa.

Durante mi ausencia el apartamento se había convertido en Tierra de Gabe. La basura llegaba a los tobillos en la alfombra. El sofá había sido retapizado con latas de cerveza y de las pantallas de las lámparas colgaban calcetines sucios y ropa interior.

Yuck! Que desagradable.- dijo Afrodita tapándose la nariz.

Gabe y tres de sus amigotes jugaban al póquer en la mesa.

Cuando Gabe me vio, se le cayó el puro y la cara se le congestionó.

¿Cómo… cómo tienes la desfachatez de aparecer aquí, pequeña sabandija? Creía que la policía…

No es un fugitivo —intervino mi madre sonriendo—. ¿No es maravilloso, Gabe?

Nos miró boquiabierto. Estaba claro que mi vuelta a casa no le parecía tan maravillosa.

Ya es bastante malo que tuviera que devolver el dinero de tu seguro de vida, Sally —gruñó—. Dame el teléfono. Voy a llamar a la policía.

¡Gabe, no!

Él arqueó las cejas.

¿Dices que no? ¿Crees que voy a aguantar a este monstruo en ciernes en mi casa? Aún puedo presentar cargos contra él por destrozarme el Cámaro.

Pero que el no lo manejabaaa.- gritaron los Stoll y Katie.

Pero…

Levantó la mano y mi madre se estremeció.

Entonces comprendí algo: Gabe había pegado a mi madre. No sabía cuándo ni cómo, pero estabaseguro de que lo había hecho. Quizá llevaba años haciéndolo sin que yo me enterase. La ira empezó aexpandirse en mi pecho. Me acerqué a Gabe, sacando instintivamente mi bolígrafo del bolsillo.

Él se echó a reír.

¿Qué, pringado? ¿Vas a escribirme encima? Si me tocas, irás a la cárcel para siempre, ¿te enteras?

Vale ya, Gabe —lo interrumpió su colega Eddie—. Sólo es un crío.

Gabe lo fulminó con la mirada e imitó con voz de falsete:

Sólo es un crío.

Sus otros colegas rieron como idiotas.

Está bien. Seré amable. —Gabe me enseñó unos dientes manchados de tabaco y añadió—: Tienes cinco minutos para recoger tus cosas y largarte. Si no, llamaré a la policía.

¡Gabe, por favor! —suplicó mi madre.

Prefirió huir de casa —repuso él—. Muy bien, pues que siga huido.

Me moría de ganas por destapar Anaklusmos, pero la hoja no hería a los humanos. Y Gabe, en la definición más pobre del término, era humano.

De eso no hay duda.- afirmo Grover

Mi madre me agarró del brazo.

Por favor, Percy. Vamos. Iremos a tu cuarto.

Permití que me apartara. Las manos aún me temblaban de ira.

Mi habitación estaba abarrotada de la basura de Gabe: baterías de coche estropeadas, trastos y chismes de toda índole, e incluso un ramo de flores medio podridas que alguien le había enviado tras ver su entrevista con Barbara Walters.

Gabe sólo está un poco disgustado, cariño —me dijo mi madre—. Hablaré con él más tarde. Estoy segura de que funcionará.

Mamá, nunca funcionará. No mientras él siga aquí.

Ella se frotó las manos, nerviosa.

Mira… te llevaré a mi trabajo el resto del verano. En otoño a lo mejor encontramos otro internado…

Déjalo ya, mamá.

Bajó la mirada.

Lo intento, Percy. Sólo… que necesito algo de tiempo.

De pronto apareció un paquete en mi cama. Por lo menos, habría jurado que un instante antes no estaba allí. Era una caja de cartón del tamaño de una pelota de baloncesto. La dirección estaba escrita con mi caligrafía:

Los Dioses

Monte Olimpo

Planta 600

Edificio Empire State

Nueva York, NY

Con mis mejores deseos, PERCY JACKSON

Encima, escrita con la letra clara de un hombre, leí la dirección de nuestro apartamento y las palabras:

«devolver AL remitente.» De repente comprendí lo que Poseidón me había dicho en el Olimpo: un paquete y una decisión. «Hagas lo que hagas, debes saber que eres hijo mío. Eres un auténtico hijo del dios del mar.»

Miré a mi madre.

Mamá, ¿quieres que desaparezca Gabe?

Percy, no es tan fácil. Yo…

Mamá, contesta. Ese cretino te ha pegado. ¿Quieres que desaparezca o no?

Vaciló, y después asintió levemente.

Sí, Percy. Quiero, e intento reunir todo mi valor para decírselo. Pero eso no puedes hacerlo tú por mí.

Es muy valiente de tu parte Percy.- reconoció Zoe.

No puedes resolver mis problemas.

Miré la caja.

Sí podía resolverlos. Si la llevaba a la mesa de póquer y sacaba su contenido, podría empezar mi propio jardín de estatuas justo allí, en el salón. Eso es lo que un héroe griego habría hecho, pensé. Era lo queGabe se merecía. Pero la historia de un héroe siempre acaba en tragedia, como había dicho Poseidón.

Recordé el inframundo. Pensé en el espíritu de Gabe vagando eternamente en los Campos de Asfódelos, o condenado a alguna tortura terrible tras la alambrada de espino de los Campos de Castigo: una partida de póquer eterna, sumergido hasta la cintura en aceite hirviendo y escuchando ópera. ¿Tenía yo derecho a enviar a alguien allí, incluso tratándose de alguien tan despreciable como Gabe?

Un mes antes no lo habría dudado. Ahora…

Puedo hacerlo —le dije a mi madre—. Una miradita dentro de esta caja y no volverá a molestarte.

Mi madre miró el paquete y lo comprendió.

No, Percy —dijo apartándose—. No puedes.

Poseidón te llamó reina —le dije—. Me contó que no había conocido a una mujer como tú en mil años.

Percy… —musitó ruborizándose.

Mereces algo mejor que esto, mamá. Deberías ir a la universidad, obtener tu título. Podrías escribir tu novela, conocer a un buen hombre, vivir en una casa bonita. Ya no tienes que protegerme quedándotecon Gabe. Deja que me deshaga de él.

Se secó una lágrima de la mejilla.

Hablas igual que tu padre —dijo—. Una vez me ofreció detener la marea y construirme un palacio en el fondo del mar. Creía que podía resolver mis problemas con un simple ademán.

¿Y qué hay de malo en eso?

Sus ojos multicolores parecieron indagar en mi interior.

Creo que lo sabes, Percy. Te pareces lo bastante a mí para entenderlo. Si mi vida tiene que significar algo, debo vivirla por mí misma. No puedo dejar que un dios o mi hijo se ocupen de mí… Tengo que encontrar yo sola el sentido de mi existencia. Tu misión me lo ha recordado.

Se nota que es alguien muy sabia la tía Sally.- reconoció Thalia

Oímos el sonido de las fichas de póquer e improperios, y el canal deportivo ESPN en el televisor del salón.

Dejaré la caja aquí —dije—. Si él te amenaza…

Ella asintió con aire triste.

¿Adonde piensas ir, Percy?

A la colina Mestiza.

¿Para verano… o para siempre?

Supongo que eso depende.

Nos miramos y tuve la sensación de que habíamos alcanzado un acuerdo. Ya veríamos cómo estaban las cosas al final del verano.

Me besó en la frente.

Serás un héroe, Percy. El mayor héroe de todos.

-No estuvo tan errada.- adimitió Will.

Volví a mirar mi habitación e intuí que ya no volvería a verla. Después fui con mi madre hasta la puerta principal.

¿Te marchas tan pronto, pringado? —me gritó Gabe por detrás—. ¡Hasta nunca!

Tuve un último momento de duda. ¿Cómo podía desperdiciar la oportunidad de darle su merecido a aquel bruto? Me iba sin salvar a mi madre.

¡Sally! —gritó él—. ¿Qué pasa con ese pastel de carne?

Una mirada de ira refulgió en los ojos de mi madre y pensé que, después de todo, quizá sí estaba dejándola en buenas manos. Las suyas propias.

El pastel de carne llega en un minuto, cariño —le contestó—. Pastel de carne con sorpresa.

Me miró y me guiñó un ojo.

Lo último que vi cuando la puerta se cerraba fue a mi madre observando a Gabe, como si evaluara qué tal quedaría como estatua de jardín.

-Eso es Sally!- vitorearon las cazadores de Artemisa y la sala entera se les unió.

Capítulo 22

La profecía se cumple

-Oh no! Cierto que quedaba una parte exclamo.- Piper

-Quien podrá ser?.- preguntaron intrigados los vástagos.

Habíamos sido los primeros héroes en regresar vivos a la colina Mestiza desde Luke, así que todo el mundo nos trataba como si hubiéramos ganado algún reality show. Según la tradición del campamento, nos ceñimos coronas de laurel en el gran festival organizado en nuestro honor, y después dirigimos una procesión hasta la hoguera, donde debíamos quemar los sudarios que nuestras cabañas habían confeccionado en nuestra ausencia.

-La verdad debo reconocer que me parece un poco creepy esa tradición.- dijo Reyna

-Por supuesto, los griegos son tan inoperantes que no regresan vivos de sus misiones.- bramó Octavio enojado a la mitad de los presentes.

-Será mejor que cierres el pico destripa ositos.- lo amenazó Percy.

La mortaja de Annabeth era tan bonita —seda gris con lechuzas de plata bordadas—, que le comenté que era una pena no enterrarla con ella. Me dio un puñetazo y me dijo que cerrara el pico.

Como era hijo de Poseidón, no había nadie en mi cabaña, así que la de Ares se había ofrecido voluntaria para hacer la mía. A una sábana vieja le habían pintado una cenefa con caras sonrientes con los ojos en cruz, y la palabra PRINGADO bien grande en medio. Moló quemarla.

Al menos fuimos corteses y decentes mostrando nuestra hospitalidad.- dijo Clarisse riendos mientras recordaba el momento.

Mientras la cabaña de Apolo dirigía el coro y nos pasábamos sándwiches de galleta, malvaviscos y chocolate, me senté rodeado de mis antiguos compañeros de la cabaña de Hermes, los amigos de Annabeth de la cabaña de Atenea y los colegas sátiros de Grover, que estaban admirando la recién expedida licencia de buscador que le había concedido el Consejo de los Sabios Ungulados. El consejo había definido la actuación de Grover en la misión como: «Valiente hasta la indigestión. Nada que hayamos visto hasta ahora le llega a la base de las pezuñas.»

-Vaya manera de expresarlo, hasta la indigestion.- comento Claire con sarcasmo..- Fue super valiente lo que hizo Grover.- reconoció.

Los únicos que no tenían ganas de fiesta eran Clarisse y sus colegas de cabaña, cuyas miradas envenenadas me indicaban que jamás me perdonarían por haber avergonzado a su padre.

Por mí, bien. Ni siquiera el discurso de bienvenida de Dioniso iba a amargarme el ánimo.

Sí, sí, vale, así que el mocoso no ha acabado matándose, y ahora se lo tendrá aún más creído. Bien,pues hurra. Más anuncios: este sábado no habrá regatas de canoas…

Regresé a la cabaña 3, pero ya no me sentía tan solo. Tenía amigos con los que entrenar por el día. De noche, me quedaba despierto y escuchaba el mar, consciente de que mi padre estaba ahí fuera. A lo mejor aún no estaba muy seguro de mí, o de verdad prefería que no hubiese nacido, pero vigilaba. Y hasta el momento, se sentía orgulloso de lo que había hecho.

Y en cuanto a mi madre, tenía la ocasión de empezar una nueva vida. Recibí la carta una semana después de mi llegada al campamento. Me contaba que Gabe había desaparecido misteriosamente; de hecho, que había desaparecido de la faz de la tierra. Lo había denunciado a la policía, pero tenía el extraño presentimiento de que jamás lo encontrarían.

En otro orden de cosas, mamá acababa de vender su primera escultura de hormigón tamaño natural, titulada El jugador de póquer, a un coleccionista a través de una galería de arte del Soho. Había obtenido tanto dinero que había pagado la fianza para un piso nuevo y la matrícula del primer semestre en la Universidad de Nueva York. La galería del Soho le había pedido más esculturas, que definían como «un gran paso hacia el neorrealismo superfeo».

La sala estallo en gritos de alegría y risas al saber del destino del bendito señor Ugliano.

«Pero no te preocupes —añadía mi madre—. La escultura se ha acabado. Me he deshecho de aquella caja de herramientas que me dejaste. Ya es hora de que vuelva a escribir… —Al final incluía una posdata—: Percy, he encontrado una buena escuela privada en la ciudad. He dejado un depósito, por si quieres matricularte en séptimo curso. Podrías vivir en casa. Pero si prefieres quedarte interno en la colina Mestiza, lo entenderé.»

-Al día de hoy sigo sin saber como se deshizo de ella mi madre.- aclaró Percy

-Tal vez puede que la haya quemado.- comentó Frank pensativo

Doblé la carta con cuidado y la dejé en mi mesita de noche. Todas las noches antes de dormirme, volvía a leerla e intentaba decidir cómo responderle.

El 4 de julio, todo el campamento se reunió junto a la playa para asistir a unos fuegos artificiales organizados por la cabaña 9. Dado que eran los hijos de Hefesto, no se conformarían con unas cutres explosioncitas rojas, blancas y azules.

-Jamas haríamos semejante barbarida.- exclamó Leo.- Si vamos a ello, vamos en grande.

-Digno de mis hijos.- afirmo orgullo Hefestos

Habían anclado una barcaza lejos de la orilla y la habían cargado con cohetes tamaño misil. Según Annabeth, que había visto antes el espectáculo, los disparos eran tan seguidos que parecerían fotogramas de una animación. Al final aparecería una pareja de guerreros espartanos de treinta metros de altura que cobrarían vida encima del mar, lucharían y estallarían en mil colores.

Mientras Annabeth y yo extendíamos la manta de picnic, apareció Grover para despedirse. Vestía sus vaqueros habituales, una camiseta y zapatillas, pero en las últimas semanas tenía aspecto de mayor, casi como si fuera al instituto. La perilla de chivo se le había vuelto más espesa. Había ganado peso y los cuernos le habían crecido tres centímetros, así que ahora tenía que llevar la gorra rasta todo el tiempo para pasar por humano.

Oww la magdalena esta creciendo.- se emociono Hedge.- Qué rápido que pasa el tiempo.

Me voy —dijo—. Sólo he venido para decir… Bueno, ya sabéis.

Intenté alegrarme por él. Al fin y al cabo, no todos los días un sátiro era autorizado a partir en busca del gran dios Pan. Pero costaba decir adiós. Sólo conocía a Grover desde hacía un año, pero era mi amigo más antiguo.

Annabeth le dio un abrazo y le recordó que no se quitara los pies falsos.

Yo le pregunté dónde buscaría primero.

Es… ya sabes, un secreto —me contestó—. Ojalá pudierais venir conmigo, chicos, pero los humanos y Pan…

Lo entendemos —le aseguró Annabeth—. ¿Llevas suficientes latas para el camino?

Sí.

¿Y te acuerdas de las melodías para la flauta?

Jo, Annabeth —protestó—. Pareces tan controladora como mamá cabra.

Agarró su cayado y se colgó una mochila del hombro. Tenía el aspecto de cualquier autoestopista de los que se ven por las carreteras: no quedaba nada del pequeño sietemesino al que yo defendía de los matones en la academia Yancy.

Bueno —dijo—, deseadme suerte.

Abrazó otra vez a Annabeth. Me dio una palmada en el hombro y se alejó entre las dunas.

Los fuegos artificiales surgieron entre explosiones en el cielo: Hércules matando al león de Nemea, Artemisa tras el jabalí, George Washington (que, por cierto, era hijo de Atenea) cruzando el río Delaware.

-Vaya espectáculo, me gustaría verlo algún dio.- comento Hazel ensoñada.

-No sabia que Washington era su hijo Atenea, eso explica muchas cosas.- afirmó Dakota.- Todos los días se aprende algo nuevo.

¡Eh, Grover! —le grité. Se volvió en la linde del bosque—. Dondequiera que vayas, espero que hagan buenas enchiladas.

El sonrió y al punto desapareció entre los árboles.

Volveremos a verlo —dijo Annabeth.

Intenté creerlo. El hecho de que ningún buscador hubiera regresado antes tras dos mil años… En fin, decidí que prefería no pensar en aquello. Grover sería el primero. Sí, tenía que serlo.

Transcurrió julio.

Pasé los días concibiendo nuevas estrategias para capturar la bandera y haciendo alianzas con las otras cabañas para mantener las zarpas de la cabaña de Ares lejos del estandarte. Conseguí subir por primera vez el rocódromo sin que me quemara la lava.

-Suena a súper divertido.- exclamaron los chicos Delos

De vez en cuando pasaba junto a la Casa Grande, miraba las ventanas del desván y pensaba en el Oráculo. Intentaba convencerme de que su profecía se había cumplido.

«Irás al oeste, donde te enfrentarás al dios que se ha rebelado.» Había estado allí, y lo había hecho: aunque el dios traidor había resultado Ares en vez de Hades.

«Encontrarás lo robado y lo devolverás.» Hecho. Marchando una de rayo maestro. Marchando otra de yelmo de oscuridad para la cabeza grasienta de Hades.

«Serás traicionado por quien se dice tu amigo.» Este vaticinio seguía preocupándome. Ares había fingido ser mi amigo y después me había traicionado. Eso debía de ser lo que quería decir el Oráculo…

-No estoy tan seguro de ello.- afirmo Helena pensativa

-Ojala hubiera sido solo eso-dijo por lo bajo Annabeth con angustia en la voz, ya sabía que se avecinaba

«Al final, no conseguirás salvar lo más importante.» Había fracasado en salvar a mi madre, pero sólo porque había dejado que se salvara ella misma, y sabía que eso era lo correcto. Así pues, ¿por qué seguía intranquilo?

La última noche del curso estival llegó demasiado rápido.

Los campistas cenamos juntos por última vez. Quemamos parte de nuestra cena para los dioses. Junto a la hoguera, los consejeros mayores concedían las cuentas de «fin de verano».

Yo obtuve mi propio collar de cuero, y cuando vi la cuenta de mi primer verano, me alegré de que el resplandor del fuego enmascarara mi sonrojo. Era completamente negra, con un tridente verde mar brillando en el centro.

La elección fue unánime —anunció Luke—. Esta cuenta conmemora al primer hijo del dios del mar en este campamento, ¡y la misión que llevó a cabo hasta la parte más oscura del inframundo para evitar una guerra!

YEIIII! Coreo la sala

El campamento entero se puso en pie y me vitoreó. Incluso la cabaña de Ares se vio obligada a levantarse. La cabaña de Atenea empujó a Annabeth hacia delante para que compartiese el aplauso.

No estoy seguro de que vuelva a sentirme tan contento o triste como en aquel momento. Por fin había encontrado una familia, gente que se preocupaba por mí y que pensaba que había hecho algo bien.

Pero, por la mañana, la mayoría se marcharía a pasar el año fuera.

A la mañana siguiente encontré una carta formal en mi mesilla de noche.

Sabía que la había escrito Dioniso, porque se empeñaba en escribir mi nombre mal:

Apreciado Peter Johnson:

Si tienes intención de quedarte en el Campamento Mestizo todo el año, debes notificarlo a la Casa Grande antes de mediodía de hoy. Si no anuncias tus intenciones, asumiremos que has dejado libre la cabaña o has muerto víctima de un final horrible. Las arpías de la limpieza empezarán a trabajar al atardecer. Tienen permiso para comerse a cualquier campista no autorizado. Todos los artículos personales que olvidéis serán incinerados en el foso de lava.

¡Que tengas un buen día!

Sr. D (Dioniso)

Director del Campamento n.° 12 del Consejo Olímpico

-Me parece que deberíamos revisar eso de las Arpias comiéndose gente.- dijo Quirón mirando a Dionisio, quien dijo no me metas aun en este baile.

Ese es otro de los problemas del THDA. Las fechas límite no son reales para mí hasta que las tengo encima. El verano había terminado y yo seguía sin informar a mi madre, o al campamento, sobre si me quedaría o no. Y ahora sólo tenía unas horas para decidirlo.

-Muy cierto, es difícil para nosotros el tema de las fechas y la organización..- comento Travis.

La decisión debería haber sido fácil. Quiero decir que se trataba de escoger entre nueve meses entrenando para ser un héroe o nueve meses sentado en una clase… En fin.

Supongo que debía tener en cuenta a mi madre. Por primera vez tenía la oportunidad de vivir con ella un año sin la molesta presencia de Gabe. Podría sentirme cómodo en casa y pasear por la ciudad en mi tiempo libre. Recordaba las palabras de Annabeth durante nuestra misión: «Los monstruos están en el mundo real. Ahí es donde descubres si sirves para algo o no.»

Pensé en el destino de Thalia, hija de Zeus. Me preguntaba cuántos monstruos me atacarían si abandonaba la colina Mestiza. Si me quedaba en casa todo el año académico, sin Quirón o mis otros amigos para ayudarme, ¿llegaríamos mi madre y yo vivos al siguiente verano? Eso suponiendo que los exámenes de deletrear y las redacciones de cinco párrafos no acabaran conmigo. Decidí bajar al estadio y practicar un poco con la espada. Quizá eso me aclararía las ideas.

Las instalaciones del campamento, casi desiertas, refulgían al calor de agosto. Los campistas estaban en sus cabañas recogiendo, o de aquí para allá con escobas y mopas, preparándose para la inspección final.

Argos ayudaba a algunas chicas de Afrodita con sus maletas de Gucci y juegos de maquillaje colina arriba, donde el miniautobús del campamento esperaba para llevarlas al aeropuerto.

«Aún no pienses en marcharte —me dije—. Sólo entrena.»

Me acerqué al estadio de los luchadores de espada y descubrí que Luke había tenido la misma idea. Su bolsa de deporte estaba al borde de la tarima. Trabajaba solo, entrenando contra maniquíes con una espada que nunca le había visto. Debía de ser de acero normal, porque estaba rebanándoles las cabezas a los maniquíes, abriéndoles las tripas de paja. Tenía la camiseta naranja de consejero empapada de sudor. Su expresión era tan intensa que su vida bien habría podido estar en peligro. Lo observé mientras destripaba la fila entera de maniquíes, les cercenaba las extremidades y los reducía a una pila de paja y armazón.

Siempre fuiste un gran guerrero Luke.- Thalia lo miro con angustia sabiendo el destino de su amigo. Y el aludido agachó la cabeza queriendo esconderse, se estaba replanteando sus decisiones y recién comenzaba esta lectura.

Sólo eran maniquíes, pero aun así no pude evitar quedar fascinado con la habilidad de Luke. El tío era un guerrero increíble. Una vez más me pregunté cómo podía haber fallado en su misión.

-No queres saber del tema Percy.- le respondio Luke con la mirada perdida.

Al final me vio y se detuvo a medio lance.

Percy.

Oh… perdona. Yo sólo…

No pasa nada —dijo bajando la espada—. Sólo estoy haciendo unas prácticas de última hora.

Esos maniquíes ya no molestarán a nadie más.

Luke se encogió de hombros.

Los reponemos cada verano.

Entonces vi en su espada algo que me resultó extraño. La hoja estaba confeccionada con dos tipos de metal: bronce y acero. Luke se dio cuenta de que estaba mirándola.

¿Ah, esto? Un nuevo juguete. Esta es Backbiter.

-Odio es esa espada.- murmuró Annabeth.- Con un nombre tristemente apropiado.

Vaya.

Luke giró la hoja a la luz de modo que brillara.

Bronce celestial y acero templado —explicó—. Funciona tanto en mortales como en inmortales.

Pensé en lo que Quirón me había dicho al empezar mi misión: que un héroe jamás debía dañar a los mortales a menos que fuera absolutamente necesario.

No sabía que se podían hacer armas como ésa.

Probablemente no se puede —coincidió Luke—. Es única. —Me dedicó una sonrisita y envainó la espada—. Oye, iba a buscarte. ¿Qué dices de una última incursión en el bosque, a ver si encontramos algo para luchar?

No sé por qué vacilé. Debería haberme alegrado que Luke se mostrara tan amable. Desde mi regreso se había comportado de forma algo distante. Temía que me guardara rencor por la atención que estaba recibiendo.

-Si tan solo hubiera sabido en ese momento.- se culpo Percy para si mismo. Sus amigos lo notaron y le lanzaron miradas de "Ni se te ocurra culparte Jackson"

¿Crees que es buena idea? —repuse—. Quiero decir…

Oh, vamos. —Rebuscó en su bolsa de deporte y sacó un pack de seis latas de Coca-Cola—. Las bebidas corren de mi cuenta.

Miré las Coca-Colas, preguntándome de dónde demonios las habría sacado. No había refrescos mortales normales en la tienda del campamento, y tampoco era posible meterlos de contrabando, salvo quizá con la ayuda de un sátiro. Por supuesto, las copas mágicas de la cena se llenaban de lo que querías, pero no sabía exactamente igual que la Coca-Cola.

-Que desperdicio.- se angustio Andy.

Azúcar y cafeína. Mi fuerza de voluntad se desplomó.

Claro —decidí—. ¿Por qué no?

Bajamos hasta el bosque y dimos una buena caminata buscando algún monstruo, pero hacía demasiado calor. Todos los monstruos con algo de seso estarían haciendo la siesta en sus fresquitas cuevas.

Encontramos un lugar en sombra junto al arroyo donde le había roto la lanza a Clarisse durante mi primera partida de capturar la bandera. Nos sentamos en una roca grande, bebimos las Coca-Colas y observamos el paisaje.

Al cabo de un rato, Luke preguntó:

¿Echas de menos ir de misión?

¿Con monstruos atacándome a cada paso? ¿Estás de broma?—Luke arqueó una ceja—. Vale, lo echo de menos —admití—. ¿Y tú?

Su rostro se ensombreció.

Estaba acostumbrado a oír decir a las chicas lo guapo que era Luke, pero en aquel instante parecía cansado, enfadado y nada atractivo. Su pelo rubio se veía gris a la luz del sol. La cicatriz de su rostro parecía más profunda de lo normal. Fui capaz de imaginarlo de viejo.

Llevo viviendo en la colina Mestiza desde que tenía catorce años —dijo—. Desde que Thalia… Bueno, ya sabes… He entrenado y entrenado y entrenado. Jamás conseguí ser un adolescente normal en el mundo real. Después me asignaron una misión, pero cuando volví fue como si me dijeran: «Hala, ya se ha terminado la diversión. Que tengas una buena vida.»

Arrugó su lata y la arrojó al arroyo, lo cual me dejó alucinado de verdad. Una de las primeras cosas que aprendes en el Campamento Mestizo es a no ensuciar. De lo contrario, las ninfas y las náyades te lo hacen pagar: cualquier día te metes en tu cama y te la encuentras llena de ciempiés y de barro.

-Muerteeeee contaminadoooor.- girtaron ambos sátiros presentes.

A la porra con las coronas de laurel —dijo Luke—. No voy a terminar como esos trofeos polvorientos en el desván de la Casa Grande.

¿Piensas marcharte?

Luke me sonrió maliciosamente.

Pues claro que sí, Percy. Te he traído aquí abajo para despedirme de ti.

Chasqueó los dedos y al punto un pequeño fuego abrió un agujero en el suelo a mis pies. Del interior salió reptando algo negro y brillante, del tamaño de mi mano. Un escorpión.

Hice ademán de agarrar mi boli.

Yo no lo haría —me advirtió Luke—. Los escorpiones del abismo saltan hasta cinco metros. El aguijón perfora la ropa. Estarás muerto en sesenta segundos.

Pero ¿qué…?

Entonces lo comprendí. «Serás traicionado por quien se dice tu amigo.»

Tú… —musité.

Noooo.- hubo unos cuantos chillos en la sala de la gente que no se esperaba ese giro argumental de las cosas.

Se puso en pie tranquilamente y se sacudió los vaqueros.

El escorpión no le prestó atención. Tenía sus ojos negros fijos en mí, mientras reptaba hacia mi zapatocon el aguijón enhiesto.

He visto mucho en el mundo de ahí fuera, Percy —dijo Luke—. ¿Tú no? La oscuridad se congrega,los monstruos son cada vez más fuertes. ¿No te das cuenta de lo inútil que es todo esto? Los héroes sonpeones de los dioses. Tendrían que haber sido derrocados hace miles de años, pero han aguantadogracias a nosotros, los mestizos.

No podía creer que aquello estuviera pasando.

Luke… estás hablando de nuestros padres —dije.

Soltó una carcajada y luego agregó:

¿Y sólo por eso tengo que quererlos? Su preciosa civilización occidental es una enfermedad, Percy. Está matando el mundo. La única manera de detenerla es quemarla de arriba abajo y empezar de cero con algo más honesto.

Estás tan loco como Ares.

-Sin duda.- comentaron unos cuantos, lanzándole miradas de reojo al susodicho, que trataba de mantener la cabeza en alto lo mejor que podía. No quería dejarles ver que se estaba replanteando todo, no aún.

Se le encendieron los ojos.

Ares es un insensato. Jamás se dio cuenta de quién era su auténtico amo. Si tuviese tiempo, Percy, te lo explicaría, pero me temo que no vivirás tanto.

El escorpión empezó a trepar por la pernera de mi pantalón. Tenía que haber una salida a aquella situación. Necesitaba tiempo.

Cronos —dije—. Ese es tu amo.

El aire se volvió repentinamente frío.

Deberías tener cuidado con los nombres que pronuncias —me advirtió Luke.

Cronos hizo que robaras el rayo maestro y el yelmo. Te hablaba en sueños.

Percibí un leve tic en uno de sus ojos.

También te habló a ti, Percy. Tendrías que haberlo escuchado.

Te está lavando el cerebro, Luke.

Te equivocas. Me mostró que mi talento está desperdiciado. ¿Sabes qué misión me encomendaron hace dos años, Percy? Mi padre, Hermes, quería que robara una manzana dorada del Jardín de las Hespérides y la devolviera al Olimpo. Después de todo el entrenamiento al que me he sometido, eso fue lo mejor que se le ocurrió.

No es una misión fácil —dije—. Lo hizo Hércules.

Exacto. Pero ¿dónde está la gloria en repetir lo que otros ya han hecho? Lo único que saben hacer los dioses es repetir su pasado. No puse mi corazón en ello. El dragón del jardín me regaló esto. — Contrariado, señaló la cicatriz—. Y cuando regresé sólo obtuve lástima. Ya entonces quise derrumbar el Olimpo piedra a piedra, pero aguardé el momento oportuno. Empecé a soñar con Cronos, que me convenció de que robara algo valioso, algo que ningún héroe había tenido el valor de llevarse. Cuando nos fuimos de excursión durante el solsticio de invierno, mientras los demás campistas dormían, entré en la sala del trono y me llevé el rayo maestro de debajo de su silla. También el yelmo de oscuridad de Hades. No imaginas lo fácil que fue. Qué arrogantes son los Olímpicos; ni siquiera concebían que alguien pudiese robarles. Tienen un sistema de seguridad lamentable. Ya estaba en mitad de Nueva Jersey cuando oí los truenos y supe que habían descubierto mi robo.

-Que insolente que eres! Te fulminaría aquí mismo…-bramo Zeus enojado.- Pero tristemente no puedo por el juramento,… y no quiero un reunión privada con las Moiras.

Los dioses lo estaban juzgando, y Luke que se sentía bajo demasiada presión, no podía quebrarse ahora.

El escorpión estaba ahora en mi rodilla, mirándome con ojos brillantes. Intenté mantener firme mi voz.

¿Y por qué no le llevaste esos objetos a Cronos?

La sonrisa de Luke desapareció.

Me… me confié en exceso. Zeus envió a sus hijos e hijas a buscar el rayo robado: Artemisa, Apolo,mi padre, Hermes. Pero fue Ares quien me pilló. Habría podido derrotarlo, pero no me atreví. Me desarmó, se hizo con el rayo y el yelmo y me amenazó con volver al Olimpo y quemarme vivo. Entonces la voz de Cronos vino a mí y me indicó qué decir. Persuadí a Ares de la conveniencia de una gran guerra entre los dioses. Le dije que sólo tenía que esconder los objetos robados durante un tiempo y luego regocijarse viendo cómo los demás peleaban entre sí. A Ares le brillaron los ojos con maldad. Supe que lo había engañado. Me dejó ir, y yo regresé al Olimpo antes de que notaran mi ausencia. — Luke desenvainó su nueva espada y pasó el pulgar por el canto, como hipnotizado por su belleza—. Después, el señor de los titanes… m-me castigó con pesadillas. Juré no volver a fracasar. De vuelta en el Campamento Mestizo, en mis sueños me dijo que llegaría un segundo héroe, alguien a quien podría engañarse para llevar el rayo y el yelmo al Tártaro.

Tú invocaste al perro del infierno aquella noche en el bosque.

Teníamos que hacer creer a Quirón que el campamento no era seguro para ti, así te iniciaría en tu misión. Teníamos que confirmar sus miedos de que Hades iba tras de ti. Y funcionó.

-Traidor..- se escucho un grito no identificado

Las zapatillas voladoras estaban malditas —dije—. Se suponía que tenían que arrastrarme a mí y a la mochila al Tártaro.

Y lo habrían hecho si las hubieses llevado puestas. Pero se las diste al sátiro, cosa que no formabaparte del plan. Grover estropea todo lo que toca. Hasta confundió la maldición. —Luke miró alescorpión, que ya estaba en mi muslo—. Deberías haber muerto en el Tártaro, Percy. Pero no tepreocupes, te dejo con mi amigo para que arregle ese error.

Thalia dio su vida para salvarte —dije, y me rechinaban los dientes—. ¿Así es como le pagas?

¡No hables de Thalia! —gritó—. ¡Los dioses la dejaron morir! Esa es una de las muchas cosas por las que pagarán.

-Todo lo contrario Luke.- dijo Thalia con firmeza.- Me dieron una nueva vida.

Te están utilizando, Luke. Tanto a ti como a Ares. No escuches a Cronos.

¿Que me están utilizando? —Su voz se tornó aguda—. Mírate a ti mismo. ¿Qué ha hecho tu padre por ti? Cronos se alzará. Sólo has retrasado sus planes. Arrojará a los Olímpicos al Tártaro y devolverá a la humanidad a sus cuevas. A todos salvo a los más fuertes: los que le sirven.

Aparta este bicho —dije—. Si tan fuerte eres, pelea conmigo.

Luke sonrió.

Buen intento, Percy, pero yo no soy Ares. A mí no vas a engatusarme. Mi señor me espera, y tiene misiones de sobra que darme.

Luke…

Adiós, Percy. Se avecina una nueva Edad de Oro, pero tú no formarás parte de ella.

Trazó un arco con la espada y desapareció en una onda de oscuridad.

El escorpión atacó.

Lo aparté de un manotazo y destapé mi espada. El bichejo me saltó encima y lo corté en dos en el aire.

Iba a felicitarme por mi rápida reacción cuando me miré la mano: tenía un verdugón rojo que supuraba una sustancia amarilla y despedía humo. Después de todo, el bichejo me había picado.

-Oh NO, odio ese tipo de veneno para curarlo es un dolor de cabeza.- exclamo Will.

Me latían los oídos y se me nubló la visión. Agua, pensé. Me había curado antes. Llegué al arroyo a trompicones y sumergí la mano, pero no ocurrió nada. El veneno era demasiado fuerte. Perdía la visión y apenas me mantenía en pie… «Sesenta segundos», me había dicho Luke. Tenía que regresar al campamento. Si me derrumbaba allí, mi cuerpo serviría de cena para algún monstruo. Nadie sabría jamás qué había ocurrido.

Sentí las piernas como plomo. Me ardía la frente. Avancé a tropezones hacia el campamento, y lasninfas se revolvieron en los árboles.

Socorro… —gemí—. Por favor…

Dos de ellas me agarraron de los brazos y me arrastraron. Recuerdo haber llegado al claro, un consejeropidiendo ayuda, un centauro haciendo sonar una caracola.

Después todo se volvió negro.

Me desperté con una pajita en la boca. Sorbía algo que sabía a cookies de chocolate. Néctar.

Abrí los ojos.

Estaba en una cama de la enfermería de la Casa Grande, con la mano derecha vendada como si fuera un mazo. Argos montaba guardia en una esquina. Annabeth, sentada a mi lado, sostenía mi vaso de néctar y me pasaba un paño húmedo por la frente.

Aquí estamos otra vez —dije.

-Donde todo comenzó.- chillo Afrodita.- Que romántico!

Cretino —dijo Annabeth, lo que me indicó lo contenta que estaba de verme consciente—. Estabas verde y volviéndote gris cuando te encontramos. De no ser por los cuidados de Quirón…

Bueno, bueno —intervino la voz de Quirón—. La constitución de Percy tiene parte del mérito.

Estaba sentado junto a los pies de la cama en forma humana, motivo por el que aún no había reparado en él. Su parte inferior estaba comprimida mágicamente en la silla de ruedas; la superior, vestida con chaqueta y corbata. Sonrió, pero se le veía pálido y cansado, como cuando pasaba despierto toda la noche corrigiendo los exámenes de latín.

¿Cómo te encuentras? —preguntó.

Como si me hubieran congelado las entrañas y después las hubieran calentado en el microondas.

Bien, teniendo en cuenta que eso era veneno de escorpión del abismo. Ahora tienes que contarme, si puedes, qué ocurrió exactamente.

Entre sorbos de néctar, les conté la historia.

Cuando finalicé, hubo un largo silencio.

No puedo creer que Luke… —A Annabeth le falló la voz. Su expresión se tornó de tristeza y enfado —. Sí, sí puedo creerlo. Que los dioses lo maldigan… Nunca fue el mismo tras su misión.

Tristemente eso es cierto.- exclamo una compungida Annabeth sumida en sus recuerdos

Hay que avisar al Olimpo —murmuró Quirón—. Iré inmediatamente.

Luke aún está ahí fuera —dije—. Tengo que ir tras él.

Quirón meneó la cabeza.

No, Percy. Los dioses…

No harán nada —espeté—. ¡Zeus ha dicho que el asunto estaba cerrado!

Percy, sé que esto es duro, pero ahora no puedes correr en busca de venganza. Primero tienes que reponerte, y después someterte a un duro entrenamiento.

No me gustaba, pero Quirón tenía razón. Eché un vistazo a mi mano y supe que tardaría en volver a usar la espada.

Quirón, tu profecía del Oráculo era sobre Cronos, ¿no? ¿Aparecía yo en ella? ¿Y Annabeth?

Quirón se revolvió con inquietud.

Percy, no me corresponde…

Te han ordenado que no me lo cuentes, ¿verdad?

Sus ojos eran comprensivos pero tristes.

Serás un gran héroe, niño. Haré todo lo que pueda para prepararte. Pero si tengo razón sobre el camino que se abre ante ti… —Un súbito trueno retumbó haciendo vibrar las ventanas—. ¡Bien! — exclamó Quirón—. ¡Vale! —Exhaló un suspiro de frustración y añadió—: Los dioses tienen sus motivos, Percy. Saber demasiado del futuro de uno mismo nunca es bueno.

Pero no podemos quedarnos aquí sentados sin hacer nada —insistí.

-Muy cierto, algo se debe poder hacer.- exclamo Orion.

No vamos a quedarnos sentados —prometió Quirón—. Pero debes tener cuidado. Cronos quiere que te deshilaches, que tu vida se trunque, que tus pensamientos se nublen de miedo e ira. No lo complazcas, no le des lo que desea. Entrena con paciencia. Llegará tu momento.

Suponiendo que viva tanto tiempo.

Quirón me puso una mano en el tobillo.

Debes confiar en mí, Percy. Pero primero tienes que decidir tu camino para el próximo año. Yo no puedo indicarte la elección correcta… —Me dio la impresión de que tenía una opinión bastante

formada, pero que prefería no aconsejarme—. Tienes que decidir si te quedas en el Campamento Mestizo todo el año, o regresas al mundo mortal para hacer séptimo curso y luego volver como campista de verano. Piensa en ello. Cuando regrese del Olimpo, debes comunicarme tu decisión.

Quería hacerle más preguntas, pero su expresión me indicó que la discusión estaba zanjada; ya había

dicho todo cuanto podía.

Regresaré en cuanto pueda —prometió—. Argos te vigilará. —Miró a Annabeth—. Oh, y querida… cuando estés lista, ya están aquí.

¿Quiénes están aquí?

Nadie respondió.

Quirón salió de la habitación. Oí su silla de ruedas alejarse por el pasillo y después bajar cuidadosamente los escalones.

Annabeth estudió el hielo en mi bebida.

¿Qué pasa? —le pregunté.

Nada. —Dejó el vaso encima de la mesa—. He seguido tu consejo sobre algo. Tú… ¿necesitas algo?

Sí, ayúdame a incorporarme. Quiero salir fuera.

Percy, no es buena idea.

Saqué las piernas de la cama. Annabeth me sujetó antes de que me derrumbara al suelo. Tuve náuseas.

Te lo he dicho —refunfuñó Annabeth.

-Siempre igual de cabeza duro, es que no cambias a veces Sesos de Alga.-dijo Annabeth abrazando a su novio.

Estoy bien —insistí.

No quería quedarme tumbado en la cama como un inválido mientras Luke rondaba por ahí planeando destruir el mundo occidental. Conseguí dar un paso. Después otro, aún apoyando casi todo mi peso en Annabeth. Argos nos siguió a prudente distancia.

Cuando llegamos al porche, tenía el rostro perlado de sudor y el estómago hecho un manojo de nervios.

Pero había conseguido llegar a la balaustrada.

Estaba oscureciendo. El campamento parecía abandonado. La cabañas estaban a oscuras y la cancha de voleibol en silencio. Ninguna canoa surcaba el lago. Más allá de los bosques y los campos de fresas, el canal de Long Island Sound reflejaba la última luz del sol.

¿Qué vas a hacer? —me preguntó Annabeth.

No lo sé.

Le dije que tenía la impresión de que Quirón quería que me quedara todo el año para seguir con mi entrenamiento personalizado, pero no estaba seguro. En cualquier caso, admití que me sentía mal por dejarla sola, con la única compañía de Clarisse…

Annabeth apretó los labios y luego susurró:

Me marcho a casa a pasar el año, Percy.

¿Quieres decir con tu padre? —pregunté, mirándola a los ojos.

Señaló la cima de la colina Mestiza. Junto al pino de Thalia, justo al borde de los límites mágicos del campamento, se recortaba la silueta de una familia: dos niños pequeños, una mujer y un hombre alto de pelo rubio. Parecían estar esperando. El hombre sostenía una mochila que se parecía a la que Annabeth había sacado del Waterland de Denver.

Le escribí una carta cuando volvimos —me contó Annabeth—, como tú habías dicho. Le dije que lo sentía. Que volvería a casa durante el año si aún me quería. Me contestó enseguida. Así que hemos decidido darnos otra oportunidad.

-Owwww.- exclamó la sala entera

Eso habrá requerido valor.

Apretó los labios.

¿Verdad que no vas a intentar ninguna tontería durante el año académico? O al menos no sin antes enviarme un mensaje iris.

Sonreí.

No voy a buscarme problemas. Normalmente no hace falta.

Cuando vuelva el próximo verano —me dijo—, iremos tras Luke. Pediremos una misión, pero, si no nos la conceden, nos escaparemos y lo haremos igualmente. ¿De acuerdo?

Parece un plan digno de Atenea.

Chocamos las manos.

Cuídate, sesos de alga —me dijo—. Mantén los ojos abiertos.

Tú también, listilla.

La vi marcharse colina arriba y unirse a su familia. Abrazó a su padre y miró el valle por última vez.

Tocó el pino de Thalia y dejó que la condujeran más allá de la colina, hacia el mundo mortal.

Por primera vez me sentí realmente solo en el campamento. Miré el Long Island Sound y recordé las palabras de mi padre: «Al mar no le gusta que lo contengan.»

Tomé una decisión.

Me pregunté si Poseidón la aprobaría.

Volveré el verano que viene —le prometí contemplando el cielo—. Sobreviviré hasta entonces. Después de todo, soy tu hijo. —Le pedí a Argos que me acompañara hasta la cabaña 3 para preparar mis bolsas y marcharme a casa.

Y con eso termina el primer libro.- exhalo Poseidón.- A que ha sido todo un viaje hijo mío, no me esperaba saber todas tus aventuras de esta manera, y casi infartarme en el intento…

ZOOOOOM

De vuelta con un resplandor apareció Ares, todo sudoroso y cabizbajo en la sala del trono. Tomo asiento sin mediar palabra alguna. Sin duda su reunión privada con las Moiras no había ido muy bien que digamos y ahora debía mantenerse en el molde.

-Bueno ahora que ya hemos terminado el primer libro y estamos todos, creo que deberíamos tal vez comenzar con el primero de los libros de los otros semidioses. Creo que hablo por todos al decir que estamos emocionados de conocer su mundo.- Hestia hablo con calma tratando de pasar el momento incomodo que había generado la vuelta de Ares y el fin primer libro.

Mientras se esparcían pequeñas charlas entre los distintos miembros sobre lo acontecido en libro leído, se hizo la ceremonia de la ruleta y le toco esta vez a Hefestos, quien era el único que aún no había leído.

Bueno comenzamos…

Capitulo 1

-Pero si me compras ahora un coche, podría ser tuyo…