Habían vuelto a pasar dos días desde su último encuentro. Las ganas que tenían de verse cada vez crecían más. George era capaz de admitirlo, a Lis le costaba algo más. Durante dos mañanas, entre trazo de crema y pastel de tiramisú, Lis miraba de reojo a la puerta trasera de la cocina esperando ver una cabeza pelirroja asomada. Y algo en ella la incomodaba al ver que no había aparecido. Lis era lo suficientemente lista para reconocer los sentimientos de inquietud y nerviosismo que empezaba a sentir al recordar al señor Weasley, pero los intentaba negar. Primero unos traumas, luego otros. Paso a paso se repetía a sí misma. Por otro lado, George se arreglaba el cuello de la camisa predispuesto a encontrarse con esos ojos avellana y ese aroma dulzón que Lis desprendía.
La muchacha estaba terminando de barrer el local. Estaban las sillas y las mesas bien limpias, preparadas y listas para el día siguiente. Sonaba una canción en la radio. Le había dado la vuelta al cartel, cerrado, que colgaba de la puerta, por eso se extrañó cuando escuchó el tintineo de la campana que avisaba que la puerta se estaba abriendo.
- Está cerrado - alzó la voz Lis, terminando de recoger las últimas migas del suelo con el recogedor. Vió una silueta que entraba y se dió la vuelta con intención de echar a quien hiciese falta.
Su corazón se saltó un latido cuando se encontró con la presencia del pelirrojo, con una gabardina negra que le llegaba a los muslos, una camisa azul y un pequeño ramo de flores violetas. Lis se quedó petrificada. Se le subieron los nervios a la boca del estómago, pero su cara no reflejaba ningún ápice de emoción. Finalmente, y en lo que a ambos les pareció una eternidad, George decidió romper el silencio:
- Hola - dijo, con una tímida sonrisa.
- Hola - replicó Lis.
Esta miraba a los ojos del muchacho intentando leer las intenciones. Aunque parecieran obvias, a Lis le costaba reconocer que estaba ahí de nuevo. Con flores. ¿Flores? ¿Para ella? Como si le volviese a leer la mente, como el día en que lo conoció, George miró las flores que llevaba en la mano y se las ofreció.
- Son para usted. Pensé que le gustarían.
Lis dejó la escoba apoyada en la pared, se limpió las manos con el delantal y se aproximó a cogerlas. Dejó un palmo de distancia entre ellos. Olió las flores, mirándolas anonadada.
- Gracias, es todo un detalle - tartamudeo.
Lis no sabía qué más decir, pero George no iba a dejar escapar la oportunidad. Le había aceptado las flores. Debía, al menos, intentarlo.
- Me preguntaba si le gustaría ir a cenar conmigo. No le terminé de explicar algunas bromas que le podrían ayudar en su búsqueda de la risa.
Lis ladeó una breve sonrisa y George sintió que había ganado la lotería.
- Hoy no puedo. Tengo un compromiso y no lo puedo cambiar- Lis notó la ligera decepción de George y quiso solventarla con urgencia - Pero si a usted le va bien, mañana puede cerrar Jane la pastelería y podría estar lista hacia las ocho.
El pelirrojo sonrió.
- Me parece perfecto.
- ¿Es una cita? - preguntó sin rodeos Lis.
George lo pensó un momento:
- Será lo que usted quiera que sea. Pero realmente me apetece mucho estar con usted.
La muchacha asintió, abriendo los ojos y un nudo se instaló esta vez en su pecho. Bajó la mirada, se giró disimulando y ocultando su rostro, escondiendo una sonrisa. Pero una sonrisa de verdad, que George solo pudo intuir. Lis no recordaba la última vez que le salió una sonrisa de ese calibre. Pero la cortó rápido. Era demasiado para enseñarla al mundo.
- ¿Puedo hacerle compañía hasta que cierre?
- Mmmm, por supuesto.
Sin pensárselo mucho, Lis le dió la fregona estrujada a George y este se puso a repasar la zona de las sillas sin chistar, casi al ritmo lento de la canción que había empezado a sonar. Lis, mientras, rellenó una pequeña jarra de agua y puso las flores violetas en ella. Entró dentro de la cocina y volvió a salir sin las flores, justo cuando el pelirrojo acababa.
- Gracias, señor Weasley.
- Un placer, señorita Graham.
Lis apagó las luces, se despidió de la música y puso la alarma, George ya estaba fuera del local esperándola.
- ¿Le queda muy lejos su compromiso?
- Ah, no - musitó Lis - Tengo cita con una psicóloga. Está tres calles hacía allá - señaló la castaña.
- ¿La puedo acompañar?
- Claro.
Caminaron juntos mientras George le explicaba su día de manera cortés y Lis escuchaba atenta. Cuando empezaban la calle, Weasley se atrevió a preguntar.
- ¿Está bien?
Lis le miró, un tanto inquieta.
- Lo estaré - aseguró- Ya sabe, estoy buscando mi risa.
- Seguro que la encuentra - dijo George situándose delante de ella justo cuando llegaban a la puerta de Ágatha. - ¿Mañana dónde la puedo recoger?
Lis sacó una tarjeta del pequeño bolso que tenía. Sacó un boli, y en el reverso apuntó una dirección.
- Vivo aquí, no está muy lejos - Lis le ofreció la tarjeta.
George la recogió como quién recoge un tesoro escondido en una isla desierta. Era el ticket dorado. Era el pasaje a ella. George, con un brillo en los ojos que no podía ocultar, le sonrió.
- Mañana a las ocho.
- Sí - contestó Lis, con su mueca característica. - No se atreva a llegar tarde - bromeó Lis.
- La estaré esperando desde las seis.
Lis tenía a Ágatha sentada delante. Durante los primeros minutos Lis contestó a las preguntas normativas. Ágatha, una gran psicóloga especializada en traumas infantiles, sabía muy bien lo que hacía. También sabía muy bien la clase de mujer tenía delante, y entre otras cosas, a Lis no le gustaba perder el tiempo. Lis quería arreglarse, pero le costaba entender ciertos procesos o pasos por los que tendría que pasar.
- Así que tiene una cita.
- Sí, eso parece.
- Con el chico de la tienda de artículos de broma - siguió Ágatha.
- El mismo.
Ágatha quiso seleccionar muy bien las siguientes palabras. Para asegurarse, le pidió sinceridad a Lis, aunque sabía que esta se la profesaba desde el primer día. Aunque ser sincera no significaba contarlo todo del tirón.
- ¿Encontró algo en la tienda que le provocase cosquillas en el alma?
- Él - concluyó Lis. Le incomodaba tener a Ágatha leyendo su expresión corporal y su rostro, así que se defendió.- Compré un par de artículos, pero él fue muy agradable. Es una persona alegre y, por algún extraño motivo, parece que le gusta mi compañía.
- ¿Por qué iba a ser extraño? Es una mujer muy interesante.
Justo en los issues. Hablar del abandono de sus padres no era su punto fuerte. Más que nada, porque hay cosas que como víctima, no se pueden resolver. E incluso no se pueden preguntar. ¿Cómo preguntas a las personas que te abandonaron el porqué? Inconscientemente encuentras un culpable, y eres tú mismo. Y Lis cargaba con esa culpa. Incómoda, apartó la mirada de Ágatha.
- Lis, usted es una mujer hermosa y digna de amar. No hay familiar, abandono o trauma que cambie eso. Es hermosa y digna de amar - volvió a repetir Ágatha.
A la castaña se le humedecieron los ojos y se mordió la mejilla por dentro hasta sangrar. Las emociones no eran su fuerte, pero escuchar esas palabras la reconfortaron como un abrazo.
- Señorita Graham, como profesional he de decirle que tener una cita en su estado quizá no sea lo más recomendable. Pero, como mujer, he de decirle que ojalá vuelva a maravillarse con el mundo. Y si ese muchacho tan alegre, como usted me dice, considera que puede ser un buen compañero, acéptelo. El viaje de la vida es largo, maravilloso y a veces resulta agotador. Una buena compañía es indispensable para soportar el peso de los días grises.
Lis asentía recibiendo los consejos de la terapeuta.
- Aún nos queda tiempo, ¿quiere hablar de por qué no se mira al espejo?
