Descargo de responsabilidad: ni los personajes ni el argumento original me pertenecen.

Advertencia: actualizaciones esporádicas.


◉○ Cuando nadie ve ○◉

«Mientras se enfrenta a las dificultades propias de una estudiante de último año, Akane debe hacerse cargo de su propia vida. Encontrar un trabajo que la ayude a conseguir todo lo que necesita y estudiar para obtener el mejor expediente deberían ser sus únicas preocupaciones de ahora en adelante. Nada de bodas fallidas o amores que estaban condenados a fracasar incluso antes de empezar. Pero nada es tan fácil como a ella le gustaría y aprender a aceptar ayuda de quien menos se lo espera podría convertirse en su única salvación.»


I

Abismo

Cara A

Akane todavía no había conseguido deshacerse del espeso letargo en que se había sumido durante la ceremonia de apertura del curso escolar cuando Himeko Shirayama, su nueva tutora y profesora de Química, reclamó toda su atención de golpe.

Literalmente.

Al chocarse contra el suelo.

—¡Madre mía! ¿Se encuentra bien?

Saliendo de su estupor, Akane miró a su alrededor y comprobó que ella era la única persona que se había sentado directamente en su pupitre y, por tanto, la más cercana al accidente. Sin dudarlo, cruzó los cuatro pasos que la separaban de la adolorida señorita Shirayama; la diminuta profesora había logrado detener la caída con las manos, aunque, desafortunadamente, había acabado en una ignominiosa posición cuadrúpeda que provocó una carcajada mal disimulada desde el fondo de la clase.

Se trataba del mismo chico que no había parado de mirarle el escote a su compañera de reparto durante la función del último festival cultural, para sorpresa de absolutamente nadie. Alguien (probablemente cualquiera de las chicas que se encontraban a una distancia conveniente) le propinó una colleja, a juzgar por el familiar sonido del choque entre piel y piel, pero eso no evitó que Akane pusiera los ojos en blanco mientras ayudaba a la profesora Shirayama a incorporarse.

—¿Necesita ir a la enfermería? —le preguntó con preocupación.

Con el moño medio deshecho y las gafas de pasta torcidas, la jovencísima maestra que había llegado junto a otros tres profesores a cubrir las plazas que habían quedado libres tras El Incidente hacía tan solo un par de meses despertaba en Akane un inexplicable, pero intenso instinto de protección.

Que apenas superara el metro y medio no ayudaba. Una de las razones por las que muchos alumnos seguían sin tomársela en serio era que, además de torpe, también parecía incapaz de aparentar su edad real, pese a que intentaba envejecerse con peinados severos y trajes pasados de moda. De no ser porque durante su primera clase la señorita Shirayama les había enseñado su carné de identidad y una copia compulsada de su certificado de nacimiento, Akane tenía que reconocer que jamás habría creído que tuviera más de quince años.

Se preguntaba si, por alguna razón, un aspecto inusitadamente joven era uno de los requisitos de contratación del Instituto Furinkan. ¿Tal vez las personas que se encargaban de esos asuntos creían que así se entenderían mejor con los alumnos?

La profesora Shirayama se enderezó las gafas, se sacudió el polvo invisible de la larga falda de pana que llevaba puesta y se cuadró de hombros sin apenas cambiar de expresión, recordándole a Akane que por mucho que aparentase tener su edad, aquella mujer no había sido nunca, y jamás sería, alguien con quien pudiera sentirse cómoda, y mucho menos «entenderse mejor».

—No será necesario, señorita Tendo —respondió con esa voz suave y carente de inflexión que a muchos seguía provocándoles escalofríos—. Muchas gracias por su asistencia. Ahora ya puede regresar a su asiento, si me hace el favor.

—¿Está segura? —insistió antes de que pudiera pensárselo dos veces.

Se preguntaba si debería decirle que los largos mechones castaños se le habían escapado de la constricción de las horquillas, o que, si bien la falda no tenía ni rastro de suciedad, su chaqueta estaba cubierta de tiza, aunque dudaba que fuera a causa de la caída. Además, ¿eso rosa que había atisbado cuando había hablado no era pintalabios? ¿Sobre sus dientes?

Cuando la profesora Shirayama asintió y entrecerró los ojos oscuros en su dirección, haciendo que se le erizara la piel, decidió que tampoco era asunto suyo después de todo. Como la alumna obediente que era en el fondo de su corazón, respondió el gesto de cabeza con uno propio y regresó a su asiento sin decir mucho más.

Tardó aproximadamente cinco segundos en dejar de prestar atención.

En su defensa, si la señorita Shirayama pretendía mantener su interés, tal vez no debería haber empezado a repetir verbatim el soporífero discurso que había dado el presidente del consejo escolar hacía menos de media hora.

—… aunque hoy empezamos un nuevo curso…

Tatewaki Kuno seguía siendo su persona menos favorita del universo incluso a medio mundo de distancia, pero tenía que admitir que al menos había hecho hasta las ceremonias más aburridas un poquito más llevaderas con sus estrafalarias intervenciones cuando todavía era un alumno de la Preparatoria.

—… no sabemos qué nos deparará el mañana…

¿Seguiría comportándose como un verdadero lunático en la misteriosa universidad de niños ricos que lo había reclutado durante la ceremonia de graduación? Corrían rumores de que en realidad se trataba de una institución mental que pretendía recluirlo por el bien de la humanidad, pero Akane era de la opinión de que en ese caso el director no seguiría tan tranquilo de vacaciones en Hawai.

—… es la hora de tomar decisiones, de pensar en el futuro...

Además, habían pasado tan solo unos días desde la última vez que vio a Kodachi, intimidando a unas alumnas de primer año de una preparatoria vecina. Sin duda, si una institución mental estaba por la labor de recluir a chalados por el bien de la humanidad, no se detendrían con solo un miembro de la familia Kuno. Dejarlos libres a propósito era casi un atentado contra la salud pública.

—… dejaré en el tablón de anuncios los horarios de las tutorías y los turnos…

¿Tal vez debería preguntárselo a Nabiki? Incluso a cinco horas en coche de distancia, seguía siendo la persona mejor informada de la prefectura de Tokio, y contaba con recursos que Akane ni siquiera podía imaginar. Hasta estaba bastante convencida de que en esta ocasión ni siquiera le cobraría la tarifa de siempre, solo porque el asunto entero apestaba a sospechoso.

Y, si había algo que Nabiki detestaba todavía más que la pobreza, eran los enigmas sin resolver. Al fin y al cabo, había construido su imperio de extorsión y chantaje sobre los secretos, pero estos solo tenían valor si estaban en su posesión.

—… cojan una hoja del montón y pasen el resto hacia atrás para que sus compañeros…

Tendría que tener mucho cuidado, por si acaso su hermana no sintiera la suficiente curiosidad. Además, tampoco era como si le interesara demasiado hallar una respuesta. A decir verdad, tan solo era algo en lo que tendía a pensar cuando no necesitaba concentrarse demasiado…

—¡Akane! —susurró/gritó Yuka desde el asiento de adelante. En algún momento se había girado y le estaba ofreciendo un fajo de folios mientras fruncía el ceño.

Akane parpadeó sin entender.

Yuka chasqueó la lengua y dejó sobre su pupitre una hoja mientras, al mismo tiempo, le entregaba el montón de folios a la mano que había aparecido inesperadamente por encima de su hombro.

Gracias —siseó Hiroko desde atrás.

El instinto le dijo que debía disculparse, pero la señorita Shirayama la chistó incluso antes de que Akane pudiera abrir la boca. Con los hombros encogidos, se inclinó sobre su papel…

Y contuvo a tiempo un juramento.

Era La Tabla. En segundo los habían hecho rellenar una tabla similar para escoger las optativas más adecuadas para su último año de bachillerato según sus expectativas de futuro, pero Akane no podía recordar lo que había puesto como primera opción por mucho que se esforzase. Además, la que sostenía entre sus manos temblorosas era una tabla un poco diferente: esta vez les pedían que escribieran clara y explícitamente la universidad a la que querían entrar o, en su defecto, la profesión que querían ejercer cuando acabaran el instituto.

También había una columna entera donde debía justificar su elección.

Akane, que ni siquiera sabía qué quería para cenar esa noche aunque sabía perfectamente que sería lo primero que le preguntaría su hermana cuando volviese a casa, sintió que un vacío se abría bajo sus pies.

La sensación de vértigo se negó a desaparecer lo que quedaba de clase.

—Señorita Tendo —la llamó la señorita Shirayama cuando sonó la campana y todos la hubieron saludado como dictaba el protocolo—. ¿Puede acercarse un momento?

Yuka le ofreció una sonrisita dándole ánimos. Hiroko, sin embargo, no se apartó cuando pasó junto a ella y la golpeó en el hombro sin inmutarse. Akane no tuvo tiempo de preguntarse qué diablos le pasaba mientras recogía rápidamente sus cosas, porque la señorita Shirayama la espoleaba con los ojos y Akane era, al fin y al cabo, una alumna obediente en lo más profundo de su alma.

—¿Se encuentra bien? —dijo la señorita Shirayama, robándole la frase de la boca. Se empujó los anteojos sobre el puente de la nariz y parpadeó, como una lechuza—. He notado que estaba un poco… distraída.

«Distraída».

—Le pido perdón —respondió, masajeándose la nuca—. Me temo que anoche no pude dormir muy bien. Los nervios del primer día —se encogió de hombros—. Ya sabe.

La señorita Shirayama no reaccionó de forma visible, pero Akane tuvo la impresión de que la observaba con incredulidad. Como cuando Nabiki arqueaba una ceja desafiante. Akane no se había mirado en el espejo esa mañana antes de salir de casa, pero sabía que los profundos surcos violáceos que se marcaban bajo sus ojos delataban que llevaba más de una noche sin pegar ojo.

Tragó saliva. Era cierto que, la noche anterior, mientras preparaba el uniforme y la mochila, había sentido ese cosquilleo familiar que la había acompañado durante toda su vida el día anterior al comienzo del nuevo curso escolar. Tenía diecisiete años y tan solo le quedaban unos meses para tener que enfrentarse al desafío de la adultez. Por supuesto que se había sentido nerviosa.

No obstante, Akane sabía, tal y como sospechaba la señorita Shirayama, que los nervios no habían sido la razón de su desvelo. Ni siquiera su última discusión con Ranma explicaba su insomnio.

—Comprendo —aseveró su profesora antes de que pudiera decir algo, cualquier cosa, en su defensa. La mujer dio un seco asentimiento—. Tengo que admitir que por unos instantes me vi tentada a darle la razón a mis colegas.

—¿Sus colegas? —repitió Akane con voz queda.

En su interior, una vocecita que en más de una ocasión la había librado de un problema murmuró con horror:

Oh, no.

La señorita Shirayama, naturalmente, no percibió su expresión de absoluta consternación y siguió diciendo:

—Pero yo sabía que era imposible que una alumna tan brillante como usted estuviera tan afectada por una tontería como esa.

De haber sido capaz, pensó Akane mientras le rogaba a todas las deidades que conocía que aquella mujer perdiese su voz repentinamente, la señorita Shirayama habría sonreído con engreimiento.

—Por supuesto —la susodicha en cuestión apostilló, impávida ante el peligroso tono de rojo que adquirían sus mejillas—, usted de verdad comprende que el mundo no se acaba por no estar en la misma clase que su novio.

Akane ahogó un gruñido. Alguien (el mismo chico impertinente de antes) soltó una carcajada llena de burla, pero a estas alturas eran pocos los que todavía encontraban entretenida la debacle de Ranma y Akane y fue el único que hizo eco de su mortificación.

Hizo una mueca. El profesorado, al parecer, también se hallaba en esa corta lista de interesados.

Luchando contra el instinto de esconderse en alguna parte (el escritorio de la señorita Shirayama se le antojaba de repente un refugio irresistible), tomó aire y contó hasta diez en inglés.

—¿Necesitaba algo más? —aunque sabía que no estaba siendo muy educada, dudaba que comprendiese los agresivos tonos de su voz.

La señorita Shirayama la observó fijamente durante un par de segundos antes de sacudir la cabeza. Akane respiró con alivio y tardó menos de medio suspiro en salir corriendo de allí.

Yuka la esperaba con Sayuri en el pasillo. De Hiroko no había ni rastro. Yuka la cogió de un brazo mientras Sayuri le preguntaba si tenía prisa por volver a casa; Akane pensó en Kasumi y en qué quería para cenar y en la hoja sobre sus sueños y planes de futuro que había enterrado en el fondo de su mente y decidió que no.

—¿Qué os parece ese nuevo karaoke que han abierto en el centro? —sugirió.

Cuando Ranma pasó por su lado sin apenas mirarla, se obligó a sonreír.

Cara B

Daisuke nunca había sido capaz de resistirse a un buen cotilleo: sin disimulo alguno, silbó con asombro cuando el grupo de chicas pasó junto a ellos y ninguna tuvo la decencia de girarse a saludar.

Lo de Akane lo entendía. La noche anterior lo había fastidiado todo: por la tarde había discutido con su padre durante el entrenamiento y el disgusto le había durado hasta la hora de la cena. Ahora entendía que Akane solo había querido animarlo al verlo tan serio, pero en ese momento se había sentido agobiado. Entre los músculos adoloridos, el agotamiento que empezaba a ser crónico y su resentimiento para con Genma, había perdido la poca paciencia que le quedaba y arremetió contra ella con saña.

No recordaba exactamente qué era lo que le había dicho, pero al menos le quedaba el amargo consuelo de que lo había hecho delante de un público relativamente reducido: Genma se había marchado a quién sabe dónde, completamente enfadado, Soun no se encontraba bien y había optado por cenar en su habitación, y con Nabiki en Kyoto solo Kasumi y su madre habían sido testigos de su metedura de pata.

Claro está, la profunda decepción con que lo había mirado la joven que empezaba a considerar como su propia hermana lo había hecho sentirse como un ser despreciable. Su madre ni había parpadeado, pero sus ojos adquirieron un brillo acerado que le había puesto los pelos de punta. Por supuesto, había intentado disculparse con Akane inmediatamente, pero ella, orgullosa como siempre, ya había decidido que no era digno de dirigirle la palabra.

Esta mañana incluso se había marchado antes de que él se hubiese despertado, sin duda empecinada en no encontrarse con él, por lo que no le sorprendía en absoluto que ahora hubiese fingido que ni siquiera lo había visto. Porque lo había visto, de eso estaba completamente seguro. Lo sabía por la repentina tensión de sus hombros, por la manera en que la vio contener la respiración…

—Os dejo solos un par de días y ¿ya habéis conseguido que vuestras novias os dejen tirados? —añadió Daisuke cuando ni Hiroshi ni él hicieron amago de contestar.

No es mi novia, refunfuñó Ranma para sus adentros. No lo dijo en voz alta, sin embargo. Daisuke era de la opinión de que protestar demasiado era sinónimo de darle la razón y hacía mucho tiempo se había rendido en convencerlo de que el compromiso entre Akane y él era una mera formalidad.

Hiroshi, en cambio, sí emitió un gruñido. Ranma se obligó a dejar a un lado sus propias preocupaciones cuando notó las profundas ojeras bajo sus ojos. Durante la ceremonia de bienvenida lo había visto algo pálido, pero su amigo nunca había sido muy madrugador y casi siempre necesitaba media mañana para empezar a funcionar bien. No obstante, ahora que se fijaba mejor, era evidente que Hiroshi no había dormido bien. Desde hacía varios días, de hecho.

Genial, celebró con ironía, dentro de nada ya podremos fundar nuestro propio club.

—¿Qué ha pasado? —se interesó.

Había creído que las cosas entre él y Yuka iban como la seda. Al menos, esa era la impresión con la que se había quedado la última vez que habían hablado del tema. Frunció el ceño. ¿Qué diantres había pasado en tan solo una semana para que su relación hubiera cambiado tanto?

—Aquí no —murmuró Hiroshi entre dientes, mirando de reojo al rarito de Gosunkugi, al otro lado del pasillo.

A pesar de los metros que los separaban, Ranma no creía ni por un segundo que no estuviese intentando enterarse de todos los detalles de su conversación privada.

Cuando su mirada captó su atención, fue incapaz de resistirse y le ofreció una sonrisilla cruel que era toda dientes. Gosunkugi ahogó un grito y alcanzó un tono de palidez que hasta ahora Ranma no había creído posible en un ser humano vivo.

Daisuke le propinó un codazo.

—Venga, hombre. Deja ya de intimidar al pobre muchacho —siseó, aunque su tono de voz juguetón le dijo que tampoco iba tan en serio—. ¿No ves que es inofensivo?

Hiroshi y Ranma resoplaron al mismo tiempo.

—¿Inofensivo? —Ranma arqueó una ceja con escepticismo.

Sin proponérselo, su mirada se deslizó hasta las escaleras por las que ella había desaparecido y chasqueó la lengua. Gosunkugi era un pervertido y un acosador. Aunque sus planes nunca tenían éxito y eran más raros que peligrosos, a Ranma se le hacía difícil pensar en él como «inofensivo».

Hiroshi, a su lado, estuvo de acuerdo.

—Bueeeeeno —dijo Daisuke con una expresión inocente que no engañaba a nadie—. ¿Y si vamos a ese karaoke nuevo del que habla todo el mundo?

Ranma se encogió de hombros. La pataleta de Genma duraría, por lo menos, un par de días más, y le costaría como mínimo otro día deshacerse de sus domadores en cualquiera que fuera el circo en el que se hubiera enrolado esta vez. Hoy, por una vez, no tenía prisa por volver a casa, razón evidente aparte.

—Es raro que tengas la tarde libre —comentó Daisuke, tomando la delantera y la decisión final—. ¿Qué ha pasado?

—¿Qué te hace pensar que voy a contártelo? —respondió.

Daisuke soltó una carcajada antes de lanzarse contra ellos y pasarle un brazo a cada uno por los hombros.

—¿Y si dejamos la charla aburrida para cuando, no sé —no hacía falta verlo para saber que había puesto los ojos en blanco—, nos hayamos divertido un rato?

Por el rabillo del ojo, Ranma notó las miradas que recibían. Por alguna razón, el pequeño grupo de tres siempre había llamado la atención. Al principio había sido por su condición de chico nuevo (y extremadamente singular), pero a estas alturas Ranma habría esperado que la gente ya se hubiese acostumbrado a verlo rondar por los pasillos del instituto Furinkan. Sobre todo ahora que, desde El Incidente, utilizaba el uniforme escolar como todos los demás.

—¿Creéis que tendrán todavía algo de Kenji Sawada? —parloteaba Daisuke.

Pero ni Ranma ni Hiroshi dijeron nada. Así funcionaban: Hiroshi era serio y prefería ahorrar el aliento, mientras que Ranma pocas veces sentía que tenía algo que decir; Daisuke, en cambio, era todo risas y comentarios más o menos afortunados que, por alguna razón que nadie se explicaba, siempre eran recibidos con gracia.

Ranma atribuía su éxito a su actitud descarada. No casaba del todo con la imagen inocente que Daisuke perpetuaba con sonrisitas tímidas y miradas recatadas, pero el conjunto hacía maravillas en la población femenina y, por qué no, parte de la masculina también. Su encanto era lo que le impedía andar por los pasillos del Furinkan sin que nadie lo parase para saludarlo.

También fue lo único que mantuvo viva la conversación hasta que llegaron al dichoso karaoke. Ranma se habría sentido mal por no colaborar de no haber sido porque conocía a Daisuke y sabía que le encantaba el sonido de su propia voz. Los adultos lo veían como un chico responsable y humilde, pero, en realidad, Daisuke era tan humilde como Ranma, un genio de las matemáticas.

Es decir, nada que se le acercara en absoluto.

—Tenemos una hora para pasárnoslo en grande —dijo Daisuke tras hablar con la encargada.

Los guió hasta un box cuya puerta ostentaba el número 3 y los empujó cuando tanto Hiroshi como Ranma se detuvieron en el umbral. Era evidente que era el único interesado en el nuevo karaoke con sus máquinas modernas y a saber qué más.

—Vamos, chicos —insistió Daisuke mientras se lanzaba a buscar su primera canción.

Ranma suspiró al notar los primeros indicios de su paciencia colmada y se dejó caer sobre el sofá aterciopelado. Al otro extremo del asiento, Hiroshi también se había sentado, pero había dejado caer la cabeza hacia atrás y miraba el techo como si en él estuviesen escritas las respuestas a todos sus problemas.

Daisuke, al fin, encontró la pieza ideal para entretenerse, una canción de rock que últimamente era muy popular, pero a la que Ranma nunca le había prestado mucha atención, y dejó de mirarlos con el ceño fruncido los cinco minutos que duró. Cuando terminó, su público sonreía: se había esforzado en imitar casi a la perfección a los artistas que salían en el vídeo musical, aunque a ratos se había tomado alguna que otra licencia artística y exageraba tanto sus expresiones que era imposible no reaccionar.

—Pero os he hecho reír —apostilló Daisuke cuando Hiroshi se lo señaló.

Ranma se rió por la nariz.

—Somos unos amigos terribles, ¿no es así?

Daisuke se sentó entre sus dos colegas.

—Yo no diría «terribles» —se encogió de hombros—. «Terriblemente dominados» por vuestras novias, tal vez… ¡HEY! —se quejó, acariciándose el muslo al que Hiroshi le había dado un puñetazo.

Riéndose, Ranma le dio un sorbo al refresco que se había comprado antes de entrar.

—¿«Terriblemente enamorados» te parece mejor? —insistió Daisuke, que esta vez sí fue capaz de esquivar el golpe—. Porque con «dominados» aún tenéis un poquito de dignidad. Eso implica que vuestras…

—Yuka quiere ir a la universidad —lo cortó Hiroshi.

Tras unos segundos, Daisuke respondió con cautela:

—Y eso es un problema… ¿por?

—Porque la universidad a la que quiere ir —respondió Hiroshi, completamente carente de emoción— se encuentra en Washington.

Ranma se atragantó.

Daisuke, por una vez, parecía haberse quedado sin palabras.

—Lo tiene todo planeado, ¿sabéis? Cuándo viajará para visitar el campus, dónde vivirá si la cogen... Sus padres hasta la han matriculado ya en una lujosa academia de inglés del centro para prepararla para las solicitudes de admisión.

Entre toses, Ranma lo observó frotarse los ojos. Hiroshi parecía completamente derrotado. Y resignado.

—Entonces… —empezó Daisuke. Al parecer, había reencontrado su voz mientras Ranma luchaba por respirar—, ¿lo vais a dejar?

Hiroshi chasqueó la lengua y le lanzó una mirada tan envenenada que era toda una sorpresa que Daisuke no hubiera caído redondo al suelo. El chico de pelo castaño levantó las manos en el aire y silbó.

—Está bien, está bien —murmuró con una sonrisa tensa—. No es asunto mío, ¿no?

—En lo más mínimo —le confirmó Ranma.

—Ya decía yo —Daisuke hizo una mueca. Ranma notó el momento exacto en que lo miró de soslayo—. ¿Y qué hay de ti? —le dijo, dándole un golpecito en la pierna con su rodilla.

Ranma pensó en la cena de la noche anterior y en los problemas que lo habían causado todo: su padre, la carta del equipo nacional, la reforma de la casa de su madre y la incómoda situación de vivir como parásitos en casa de los Tendo...

—Viendo el panorama, lo mío ha sido una tontería —reconoció. Y lo había sido, aunque eso no significaba que careciese de importancia. Su discusión con Akane ni siquiera había tenido sentido, pero la había herido, y eso era imperdonable—. No sé. Supongo que luego hablaré con Akane y…

Rogaría si hiciera falta. Akane era una de las pocas cosas buenas que tenía últimamente y de verdad, de verdad necesitaba que dejara de hacerle el vacío.

—No creo que tengas mucho de qué preocuparte —dijo Hiroshi, sacándolo de sus pensamientos—. Mientras no haya decidido irse al otro lado del pacífico, seguro que tiene solución.

—Eso, eso —dijo Daisuke. Entonces abrió mucho los ojos y se detuvo—. Porque Akane no ha decidido irse del país, ¿no?

—¿Qué? —a Ranma todavía le costaba seguirles el ritmo cuando hablaban—. No, Akane quiere…

¿Qué?, se regodeó una vocecilla en su interior. ¿Qué es lo que quiere Akane, exactamente?

En lugar de responder, Ranma se terminó lo que le quedaba de refresco de un trago.

Pero en su interior, donde residían instinto e intuición, sabía la verdad:

No tenía ni la más remota idea de lo que Akane quería.


N/A: Capítulo editado porque la autora se hizo un lío con Daisuke y Hiroshi a última hora, así que si notáis algo raro en la parte de Ranma, que sepáis que ya lo he intentado arreglar.