08. Viejo. Tabla Random 7.


Conejos


—Eso es un llavero.

La novia de Haise hizo una mueca. Parecía tan severa, con los brazos cruzados. O sea...

Yusa no sabía si era la novia o su esposa. Pero hablaban con tanta naturalidad. Se llevaban bien. Se miraban...Como si el uno para el otro fuese un tesoro perdido y recuperado. Él pensó que debía ser bonito querer a alguien así y ser querido de esa manera. Ser esperado con fidelidad.

Y que esa persona especial aguante a tus subordinados.

—Yo...—Yusa se arrepintió de haberlo agarrado de un estante. La chica lo tomó, ni bien él lo dejó en donde estaba, y lo guardó en el bolsillo de su delantal.

—Tengo algo por aquí, es viejo, me lo regaló una compañera de prepa —ofreció ella, haciendo un esfuerzo por suavizarse y revisando en los estantes de la habitación prestada.

Le importa tanto Haise que está dispuesta a aceptarnos, pensó Yusa, con cierta admiración hacia ella.

—¿Está bien?

La chica le alcanzó al muchacho un peluche con forma de conejo. Yusa lo tomó, reluctante, sin palabras.

—Oye, te hice una pregunta. ¿Está bien? ¿Quieres ese para dormir?

Ella parecía enojada, torció la boca y apretó los puños. Seguía vestida con el uniforme de mesera, probablemente continuaba hablando con Haise y Take en el café cerrado. Yusa no quería molestarlos. A veces se sentía un niño. Como si él, Shio y Rikai, fuesen los huérfanos que Take había llevado a resguardo. Una responsabilidad más que una ayuda.

Eso le causaba culpa y enojo consigo mismo. Aún así, la chica le había gruñido, lo miraba y esperaba una respuesta.

—Yo...Nunca tuve un juguete. O sea. Sé lo que es pero...Nunca había sostenido uno. Es...suave y...Huele bien.

Yusa miró el peluche de ojos hechos con cuentas rosadas y luego a Touka, cuyo mentón y labios temblaban. La chica sorbió lo que parecían lágrimas.

—Yo solo tenía juguetes pequeños cuando era más joven que tú. Mis padres, mi hermano y yo huíamos todo el tiempo. Me daban cosas que pudiera guardar en mis bolsillos. Como este llavero —comentó ella, señalándose el bolsillo y sacando el conejo de plástico para mostrárselo otra vez a Yusa.

—Es bonito.

—Yo tampoco sabía qué hacer con un peluche hasta que lo vi en la televisión. Solo lo abrazas para dormir y ayuda a que las pesadillas se vayan —le explicó ella.

Yusa Arima miró el peluche de nuevo.

—Oh.

—Si. Dejaré la luz del pasillo prendida. El señor Hirako está con nosotros. Tus amigos duermen en la habitación de Nishio. Luego veremos cómo nos acomodamos.

Yusa volvió a la cama. Ella fue hasta el linde de la habitación y volteó, de repente.

—¿Eres su hijo?

—¿Perdón?

Su hijo. Tienes el mismo apellido. Solo quiero saber.

Yusa jadeó.

—No tengo tal honor. Es solo un apellido habitual en donde nací.

La chica siseó.

Un honor...Por supuesto.

Yusa se sintió más culpable. O casi. La culpa era un sentimiento que los del Jardín no podían permitirse, educados para obedecer a patrones crueles y totalitarios.

La culpa era algo ligado al desgaste y los excesos. La culpa era tener las manos llenas de sangre y seguir matando por una orden absurda. Hasta que el cuerpo cede pero las pesadillas siguen y cada flor del Jardín es abandonada a la muerte. Igual que aquellos a los que mataban.

—Tú...No lo conociste. Arima Kishou era especial para mi, Shio, Ri, también para el señor Take.

—Un asesino. El asesino de mi familia. Eso es lo que Arima Kishou siempre será.

Yusa estrujó el cuerpo del conejo de peluche, sin quererlo. No reparó en lo grosero que era. Acarició el pelaje falso como si estuviera arrepentido. Lo estaba.

—También salvó a Haise Sasaki. Tu amante. ¿Cierto?

La chica ghoul apretó los puños hasta que sus venas azuladas se marcaron. Yusa supo que se contenía de golpearlo.

—Ve a dormir. Eres un niño aún.

Yusa asintió.

—Gracias...Por el juguete.

Ella se echó el cabello sobre la mitad de la cara, cubriendo uno de sus ojos. Yusa no sabía mucho de mujeres pero envidió a Haise Sasaki.

Abrazar el peluche y descansar en esa cama ayudó. Todo tenía el perfume dulce de esa mujer.