Hola hermosas, no podrán decir que no las consiento, leí un comentario de Mayely que me pedía una historia navideña. No tenía nada preparado, sin embargo tomé algo de inspiración en la historia recién terminada y me decidí a escribir hoy esta pequeña historia que espero les guste.
FELIZ NAVIDAD
CAPÍTULO ÚNICO
El silencio en la mansión de las rosas era verdaderamente estremecedor. El timbre del teléfono era lo único que se escuchaba en el despacho del lugar el viejo mayordomo caminaba con su paso firme y elegante hasta dicho espacio para atender el molesto artefacto que acababan de instalar.
-Mansión Andrew. – Respondió al momento de levantar el auricular. – Por supuesto señor, en un momento le aviso. – Dijo con solemnidad, dejando por un lado del aparato la bocina que había utilizado para responder la llamada.
Caminó entre los largos pasillos para después subir la escalera hasta el segundo nivel, dirigiéndose por el largo corredor que lo llevaría hasta la habitación principal. Habitación que estaba ocupada por los nuevos dueños del lugar.
-¿Qué sucede James? – Preguntó el señor de la casa desde el otro lado de la habitación.
-Disculpe señor Brower. – Se escuchó decir desde el otro lado de la puerta. La voz del viejo mayordomo se escuchaba apenada por interrumpir al joven matrimonio que acababa de retirarse a dormir. – El señor William está al teléfono. – Dijo sin esperar que la puerta de la habitación se abriera repentinamente.
-¿Sucede algo? – Preguntó Anthony al escuchar el motivo por el cual el mayordomo se había atrevido a llamar a su habitación cuando momentos antes le había dicho que podía retirarse a descansar.
-La verdad no lo sé, señor Brower, simplemente me dijo que debía hablar con usted de inmediato. – Dijo revelando que William estaba esperando le respondiera la llamada.
-Bien, en un momento bajo. – Dijo Anthony para después cerrar la puerta y dirigirse de nuevo al interior de la habitación.
-¿Sucede algo malo? – Preguntó Candy, quien entre sus brazos mecía a Alexander intentando dormirlo temprano.
-No lo sé amor. – Le respondió Anthony extrañado por la interrupción. Albert jamás les hablaba a esas horas de la noche y mucho menos se quedaba esperando hasta que él respondiera. – Albert está esperando que responda su llamada. – Dijo pensativo a su esposa. Candy lo miró fijamente, en sus ojos había preocupación, una preocupación que los llevaba a pensar en Patty y en Stear.
-¿Crees que haya ocurrido algo con Patty? – Preguntó Candy a su esposo con temor. Anthony sonrió esperando que todo estuviera bien, después de lo que le había sucedido a la esposa de su primo rogaba que todo marchara bien.
-No lo sé amor, yo espero que no. – Dijo Anthony sin estar seguro de lo que Albert quería hablar con él.
Stear y Patty habían perdido su primer embarazo y desde ese día Patty había sufrido de depresión y ansiedad, Stear estaba a su lado dándole ánimos para continuar adelante, insistiendo que juntos podrían atravesar ese duro golpe a su matrimonio. Candy estaba muy preocupada por Patricia porque sabía que era propensa a dejarse llevar por la depresión y temía que lo que les había sucedido fuera tan grande que no le permitiera avanzar.
Anthony besó a su esposa con ternura y le sonrió esperando que lo que su tío tenía que decirle no tuviera nada que ver con su primo o su esposa. Camino con prisa por el corredor que lo llevaba hasta las escaleras, para bajarlas apresurado. James lo esperaba en la entrada del despacho, habiendo avisado a Albert que en un momento más bajaba a tomar la llamada.
-Muchas gracias James, puedes retirarte a tú habitación. – Le dijo Anthony a su mayordomo con una sonrisa de agradecimiento. El buen hombre le sonrió haciendo una reverencia para después retirarse hasta su cuarto para poder descansar.
-Buenas noches señor Brower. – Respondió el viejo mayordomo antes de dejar a Anthony entrar al despacho.
-Que descanses James. – Le dijo Anthony antes de entrar, para después cerrar la puerta y dirigirse hacia el gran escritorio de madera donde se encontraba el aparato telefónico. - ¿Bueno? – Preguntó Anthony al tomar la bocina del aparato.
-Buenas noches Anthony. – Se escuchó desde el otro lado de la línea. La voz de Albert se escuchaba tranquila, algo que hizo que Anthony se relajara un poco en su asiento.
-¿Qué sucede Albert? – Preguntó Anthony haciéndole ver que se había preocupado por recibir a esas horas su llamada.
-Disculpa que te moleste tan tarde Anthony. – Dijo Albert un poco apenado al ver que su llamada pecaba de imprudente, sobre todo porque su sobrino y Candy tenían tan poco tiempo de casados.
-¿Ha sucedido algo? ¿Cómo está Patty? ¿Stear? – Preguntó Anthony con impaciencia, podía notarse en su tono de voz que estaba preocupado por Stear y su esposa.
-No te preocupes por ellos, Patricia se encuentra mucho mejor, el médico dice que todo va de maravilla y gracias a la compañía de Stear su estado de ánimo no ha decaído más de lo normal. – Dijo Albert informando a su sobrino que no tenía por qué preocuparse por ese lado.
-Me alegra escuchar eso. – Dijo Anthony aún con mayor alivio que antes. - ¿Entonces qué sucede? – Preguntó Anthony para saber cuál era el motivo de aquella llamada tan inesperada y a tan altas horas de la noche.
-Sé que es un poco imprudente llamarte a esta hora. – Dijo Albert disculpándose con su sobrino. – Pero acabo de recibir una llamada de Nueva York. – Dijo Albert de nuevo para informar el motivo por el cual le había llamado a esa hora.
-¿Nueva York? – Preguntó Anthony confundido, no se imaginaba quien le hubiera hablado tan tarde a su tío y que tuviera que ver con él.
-Es acerca de una de las cuentas que acabas de cerrar. – Explicó Albert a su sobrino. Anthony frunció el ceño imaginándose quien de todas las cuentas que acababa de cerrar en Nueva York podría estar en desacuerdo con su negocio.
-No comprendo qué sucede tío, ninguna de las cuentas que abrí tuvieron problemas para realizarse. – Dijo Anthony con seguridad, a ninguno de los clientes les había parecido mal el trato que había pactado con el rubio.
-No te preocupes, no hay ningún problema con las cuentas. – Dijo Albert para anunciar a Anthony que no debía preocuparse por algo que hubiera hecho de manera incorrecta. – Lo que sucede es que este cliente decidió aumentar el monto del préstamo y quiere que seas tú personalmente el que vaya a verlo para firmar el nuevo contrato. – Dijo Albert una vez más.
-Muy bien tío, no te preocupes, la próxima semana iré a Nueva York para cerrar el nuevo contrato. – Dijo Anthony seguro que lo haría. – Le diré a George que tenga el contrato listo para antes de año nuevo. – Dijo una vez más el rubio para tranquilizar la ansiedad que se podía reflejar en la voz del patriarca.
-Lo que sucede Anthony, es que el señor Simmons necesita viajar a Inglaterra en tres días y quiere que todo quede listo antes de irse a pasar el nuevo año con su familia. – Dijo Albert con pena, sabía que Navidad estaba a la vuelta de la esquina, pero confiaba que Anthony podría hacer el esfuerzo de ir y cerrar el negocio para después regresar a tiempo para celebrar con su esposa y Alexander la navidad.
-Me parece todo muy apresurado tío. – Dijo Anthony un tanto en desacuerdo, sabía que faltaban pocos días para Noche Buena y no es que sería la primera navidad de Alexander, pero si sería la primera en la que disfrutarían de que él abriera sus regalos. Tenía tan solo un año y medio de edad, pero era un niño tan inquieto y travieso que sabía que esta vez sus regalos los podría abrir por sí mismos.
-Lo mismo le he dicho, sin embargo creo que es uno de nuestros clientes más importantes y con los problemas que ha dejado la guerra no podemos darnos el lujo de despreciar este negocio. Sabes que el apellido Simmons es garantía de pago. – Dijo Albert nuevamente para convencer a su sobrino que debía ir personalmente a atender el negocio. – Le ofrecí ir personalmente, pero como Isabella está embarazada y no se ha sentido del todo bien. – Agregó para convencer a su sobrino. Anthony suspiró profundamente, como analizando las posibilidades de ir hasta Nueva York y regresar a tiempo para antes del 24.
-Tendré que salir por la mañana para llegar al siguiente día. – Dijo convencido de que era necesario partir lo antes posible para regresar a tiempo. – Me reuniré con él por la tarde del veinte y ese mismo día regreso a Lakewood. – Dijo el rubio menor analizando el tiempo que tenía para ir y venir antes de la navidad. – Todavía tengo que ayudar a Candy con la decoración para la cena de navidad. – Dijo convencido de que debía ayudar a su esposa. Habían quedado de estar pasar todos juntos la navidad en Lakewood.
-Puedo decirle a Archie y a Annie que se trasladen junto a Axel a Lakewood, así Candy no estará sola y Archie puede hacer todo lo que tenías pendiente por hacer. – Dijo Albert seguro que sería lo más conveniente para todos. Anthony volvió a suspirar, no estaba muy convencido de dejar a Candy a tan pocos días de Navidad, a pesar de que podía volver a tiempo le parecía que no era justo que ella se hiciera cargo de todos los preparativos para recibir a la familia. – Anthony, te necesito allá lo antes posible. – Le dijo Albert nuevamente. Anthony cerró los ojos, consciente que debía obedecer a su tío.
-Hablaré con Candy esta noche. – Dijo el menor solamente, colgando la bocina del teléfono sin esperar que Albert le respondiera.
Albert se quedó pensativo, tal vez había sido demasiado duro con él ya que había regresado con varios clientes de Nueva York y él mismo le había dicho que se merecía las vacaciones que estaba pasando, sin embargo el mismo cliente había pedido que Anthony fuera a arreglar el negocio antes de fin de año.
-¿Qué sucede? – Preguntó Isabella a su esposo, podía ver que en sus ojos había preocupación al respecto. Albert la observó con una sonrisa de enamorado, le gustaba ver su figura estilizada lucir su vientre de embarazo, se veía adorable con tan solo pocos meses encinta.
-Anthony tiene que viajar a Nueva York lo antes posible a cerrar un negocio. – Respondió a la pregunta de su esposa lanzando un pesado suspiro mientras intentaba sonreír.
-Pero falta poco para Noche Buena. – Dijo Isabella consciente de que ya no eran fechas adecuadas para los negocios.
-Lo sé, pero el Sr. Simmons ha hecho un importante negocio y no podemos simplemente negárselo. – Dijo Albert consciente de que su esposa tenía razón.
-Eso es lo malo con los hombres. – Dijo Isabella una vez más, mientras Albert la tomaba de la mano y la sentaba sobre sus piernas. Él la miró con curiosidad esperando le explicara lo que había dicho. – Todos creen que es más importante un negocio que estar con la familia, nunca falta el imprudente que quiere que le den prioridad solo porque él no tiene quien lo espere en su casa en estas fechas. – Dijo nuevamente la joven matriarca, ella misma se había reflejado en Candy, quien seguramente estaría decepcionada por que Anthony tendría que salir a última hora de viaje y eso sin pensar en el sentir del rubio, quien seguramente estaba decepcionado por tener que interrumpir el tiempo tan preciado que él tenía con su familia.
-¿Qué querías qué hiciera? – Preguntó Albert un poco contrariado por el comentario de su esposa, sintiéndose culpable porque tal vez lo que decía tenía razón.
-Negarte. – Dijo Isabella con tranquilidad. – Si tiene interés en hacer negocio con nosotros debió haber esperado hasta que entrara el próximo año. – Dijo segura de que nadie más le podría dar el rendimiento que daban los Andrew.
-Es uno de nuestros mejores clientes. – Dijo Albert intentando explicar a su esposa que no podían hacerlo esperar.
-Y las empresas Andrew son las que dan mayor confianza y rendimiento, bien podría haber esperado dos semanas más hasta que pasaran las fiestas decembrinas. – Dijo con cierto regaño en su voz. Albert suspiró sintiendo que su esposa tenía razón, ellos eran las empresas más sólidas que habían quedado después de la guerra y a pesar de que apenas se estaban recuperando daban total confianza a sus clientes. Invertir con los Andrew era un negocio seguro.
-Tal vez tengas razón y los hombres pecamos de impacientes, sin embargo es algo a lo que ya me comprometí y Anthony estuvo de acuerdo con ello. – Dijo Albert intentando justificarse con su esposa.
-¿De verdad? – Preguntó Isabella no muy convencida de lo que decía su esposo.
-Bueno tuve que insistirle para que lo hiciera. – Aceptó Albert que él había tenido mucho que ver con su decisión. Isabella simplemente negó ante el comentario de su esposo, después de todo él era el patriarca de la familia y era el encargado de los negocios.
-Entonces nosotros iremos a Lakewood para ayudar a Candy con los preparativos para la cena de navidad. – Dijo levantándose de sus piernas para irse a dormir.
-Pero tú estás embarazada. – Dijo Albert como reproche al ver que su esposa estaba dispuesta a trabajar esos días.
-Y Candy tiene un niño pequeño y acabas de enviar a su esposo a un viaje en vísperas de Noche Buena, cuando ella es la encargada de recibir a toda la familia en su casa. – Dijo Isabella con el don de mando que tenía. Albert guardó silencio, no lo había pensado de esa manera. El patriarca asintió obedeciendo a lo que su esposa decía.
-Mañana saldremos junto con Archie y Annie rumbo a Lakewood. – Dijo Albert un poco más tranquilo, no quería hacer enojar a su esposa, sabía bien el carácter que se gastaba, no en vano se había fijado en ella. Isabella lo tomó de la mano cariñosamente y lo dirigió hasta su alcoba, Albert caminaba detrás de ella pensativo y con una sonrisa, sabía bien que les era imposible enojarse uno con el otro.
-¿Stear y Patty dónde la pasarán? - Preguntó Isabella un tanto preocupada por la salud de Patricia.
-Viajarán junto con la tía abuela el veintitrés por la mañana. – Dijo Albert seguro que así habían quedado.
Anthony por su parte se había quedado en el despacho pensativo, no sabía cómo decirle a Candy lo que Albert acababa de notificarle, sabía que no era una buena manera de comenzar los preparativos de la cena navideña.
-¿Qué sucede amor? – Los brazos de Candy rodeaban la cintura de su esposo. Había entrado de manera sigilosa al despacho, después de haberlo esperado bastante tiempo en la habitación.
Anthony sintió como la calidez de sus brazos lo rodeaban y lanzó un fuerte suspiro de frustración y descontento.
-No te escuché entrar. – Le dijo sincero, no la había escuchado cuando entró por estar sumido en sus pensamientos, buscando la manera ideal de comunicarle lo que sucedía.
-Estás muy distraído. – Le dijo Candy haciendo que se girara para tenerlo de frente. Anthony la abrazó por la cintura y suspiró al ver sus hermosos ojos verdes, mirarlo con esa profunda ternura que ella le dedicaba. - ¿Sucedió algo malo? ¿Patty está bien? – Preguntó Candy repentinamente preocupada al recordar a su amiga. Anthony negó con una sonrisa tierna a su esposa, le causaba verdadera ternura que fuera tan buena con todos. Despejó su rostro y colocó sus cabellos detrás de sus orejas, el brillo de sus ojos lo cautivó una vez más.
-Te amo tanto pecosa. – Le dijo con una sonrisa de lado. Candy sonrió por su comentario, sus ojos brillaron con más intensidad, sabía que lo hacía porque algo tenía que decirle.
-¿Qué sucede? ¿Sucedió algo malo? – Preguntó de nuevo, buscando en sus bellos ojos azules la respuesta a sus preguntas. Anthony la miró fijamente y le dio un tierno y corto beso en los labios, un beso que Candy sabía esquivaba las respuestas que esperaba. – Anthony… - Le dijo Candy una vez más. Él acariciaba su rostro con los nudillos de su mano, ella lo sostenía de la cintura y lo miraba interrogante.
-Albert me acaba de decir que debo viajar a Nueva York cuanto antes. – Dijo Anthony con frustración, sabía bien que los ojos de su princesa se transformarían de su mirada brillante y llena de amor a una de total decepción y era lo que estaba evitando.
-¿A Nueva York? – Preguntó Candy con evidente decepción. – Pero si acabas de llegar hace una semana. – Dijo de nuevo la rubia demostrando que no estaba de acuerdo con la decisión de Albert. – Él mismo te había dado la autorización para que tomaras vacaciones. – Dijo Candy intentando no estresarse mucho, temía que la leche se le cortara por hacerlo.
-Lo sé amor, pero el cliente pide que sea yo quien cierre el nuevo contrato que ha pedido. – Dijo Anthony intentando explicar a su esposa los motivos que tenía Albert para casi obligarlo a regresar a tan pocos días de navidad.
-¿Por qué no va él? – Preguntó Candy con cierta molestia en su voz. Anthony sonrió con ternura al ver el gesto molesto de su esposa.
-Isabella está embarazada y teme que le suceda lo mismo que a Patty. – Dijo Anthony intentando tranquilizarla.
-¿Él te lo dijo? – Preguntó Candy con preocupación, de hecho podría ser que sucediera, después de todos vivían en la misma casa y no hacía mucho que Patty había estado contagiada.
-No, pero es algo que puedo intuir, de todas formas es normal su temor. – Dijo Anthony abrazando a su esposa a su pecho.
Candy sintió que su corazón se paralizó una vez más al recordar a su amiga, la gripe española había azotado a una gran parte de la población del país y aunque habían extremado los cuidados en la mansión Patty fue una de las afectadas y si bien ella no perdió la vida si la había hecho perder a su producto.
-Los contagios han disminuido. – Dijo Candy intentando pensar que Isabella estaría bien.
-Lo sé, pero tiene razón en estar preocupado por su esposa. – Dijo Anthony poniéndose en el lugar de su tío. – Además Archie también acaba de volver de su viaje, él vendrá junto con Annie para ayudarte a los preparativos para la cena. – Dijo una vez más el rubio. Él también se sentía un tanto mal por haber discutido con su tío, ahora que había hablado con su esposa le había ayudado a aclarar las razones que tenía para estar junto a su esposa.
-¿Volverás para navidad? – Preguntó Candy con la garganta cerrada por la tristeza, pero se negaba a llorar, no quería que él creyera que era una débil o una mujer aprensiva que no apoyaba a su esposo.
-¡Por supuesto que sí! – Dijo Anthony acariciando su espalda, podía sentir cómo se hacía la fuerte para no llorar, y eso lo conmovió mucho más al darse cuenta que quería ser comprensiva. – Me iré muy temprano por la mañana, por la mañana del veinte veré al Sr. Simmons y ese mismo día por la tarde me regresaré a Lakewood… te prometo que para el veintiuno a más tardar con ustedes amor, justo a tiempo para terminar de ayudarte con los preparativos. – Dijo besando su frente para tranquilizarla. Candy sonrió no muy convencida, le parecía que era demasiado fácil como lo comentaba para que fuera verdad, ya que siempre que iba a Nueva York le tomaban al menos tres días desocuparse.
-¿Me lo prometes? – Preguntó Candy mirándolo a los ojos. Anthony la miró más hermosa que nunca, sus ojos brillaban con súplica y sus labios temblaban emocionados intentando no descubrir sus sentimientos.
-Te lo prometo. – Le dijo cerrando el mínimo espacio que había entre sus bocas, comenzando un tierno y profundo beso que ayudaba a Candy a tranquilizarse aún más.
-Te ayudaré a empacar. – Le dijo Candy más resignada a preparar todo para su viaje, si quería que estuviera de regreso pronto ella misma debía apoyarlo y ayudarlo. Anthony le sonrió con ternura agradecido por su comprensión.
-Mi dulce Candy… - Le dijo tomando su mano para después salir del despacho y dirigirse hasta su habitación. - ¿Qué sería de mí si no estuvieras a mi lado? – Le preguntó con toda la ternura de la que era capaz de sentir en su interior.
-Estarías casado con Elisa y estaría gritando molesta que no te quedaras estos días con ella. – Dijo Candy a modo de broma, queriendo hacer más ligero el ambiente.
-En eso caso me quedaría en Nueva York para siempre. – Dijo Anthony girándola repentinamente para besar una vez más sus cálidos labios. Candy se dejó atrapar por su esposo, le gustaba que le demostrara su amor, cerró sus ojos y correspondió largamente a su beso. – Agradezco tanto que Stear inventó esa máquina cuántica. – Dijo Anthony una vez terminado su apasionado beso.
-Y yo agradezco que estés aquí a mi lado. – Le dijo Candy con un brillo muy particular en sus ojos. – Vamos hay que alistar todo antes de que se haga más tarde. – Dijo Candy dispuesta a empacar lo indispensable, sabía que en la mansión de Nueva York tendría todo lo necesario, sin embargo había objetos personales que a Anthony le gustaba llevar, como los guantes de piel que le había regalado ella la navidad pasada, así como su bufanda y el abrigo que hacían juego y que lo cubrirían de frío.
La noche se iba haciendo vieja y por fin habían terminado de alistar lo que llevaría. Anthony le sonrió agradecido y la acomodó a su lado para que descansara las últimas horas que tenía antes de irse.
-Descansa. – Le dijo besando su mejilla. Candy sonrió realmente cansada al recibir el beso de su esposo.
Unas horas más tarde Anthony ya estaba de pie listo para salir rumbo a Chicago donde tomaría el tren para ir a Nueva York.
-Amor… - Llamó a Candy para despedirse, sin embargo el cansancio de la rubia había impedido que se levantara. – Es hora de irme princesa. – Volvió a llamarla sin éxito. Anthony sonrió con ternura al ver que su esposa no estaba respondiendo. – Descansa, te veré a mi regreso. – Dijo besando su frente para después salir de la habitación.
-Anthony… - Se escuchó de pronto la voz de su esposa. Anthony se regresó de la puerta y se acercó hasta ella. - ¿Qué sucede? – Preguntó aún entre sueños.
-Ya me tengo que ir. – Le dijo Anthony muy cerca de su rostro.
-Que te vaya bien. – Le dijo Candy con los ojos aún cerrados y una hermosa sonrisa en sus labios. Anthony sonrió conmovido por su cansancio. Besó sus labios y la dejó descansar.
-Te amo. – Le dijo con la voz apenas audible, ella sonrió al escuchar su voz.
-También te amo… cuídate… - Dijo Candy acurrucándose más entre las cobijas para resguardarse del frío. Anthony volvió a observarla, mirando lo hermosa que se veía cobijada entre los cobertores y sábanas de su cama.
Salió de la habitación sin hacer ruido, no quería despertarla bastante había tenido con trasnocharla celebrando su despedida y acomodando la pequeña maleta que llevaba consigo.
Se acercó a la habitación de su hijo y la joven mucama que se encargaba de cuidarlo por las noches se levantó rápidamente de su sitio.
-Tranquila Joane, solo vengo a despedirme de Alexander. – Dijo Anthony para que la joven no se sobresaltara.
-Buenos días señor. – Respondió la muchacha con una reverencia ante su joven patrón. Anthony sonrió a su gesto y respondió con amabilidad.
-Buenos días. – Anthony se acercó a la cuna donde dormía su primogénito, se acercó con sigilo para verlo dormir. Era tan hermoso, tan parecido a él, su tamaño no parecía el de un niño de año y medio, era más grande para su edad. – Hasta luego caballerito. – Le dijo acariciando sus rubios cabellos con cariño. – Cuida a mamá por mí. – Le dijo una vez más, sintiendo en su estómago la culpa golpearlo de pronto por no estar junto a ellos esos días.
-¿Papá? – Preguntó Alexander con su dulce y tierna voz, su sueño era tan ligero como el de su padre y había sentido su presencia. Anthony sonrió al ver que su primogénito se había despertado. Lo tomó entre sus brazos y lo abrazó con todo el amor y la ternura que él le provocaba.
-Hola campeón. – Le dijo una vez que lo tuvo en sus brazos. Alexander lo miró con admiración, sus hermosos ojos azules se abrían grandes para ver a aquel ser que le había dado vida y que tanto amaba. - ¿Cuidarás de mamá por mí? – Preguntó Anthony con el sentimiento ahogado en su garganta.
-¿Mamá? – Preguntaba el pequeño como si comprendiera lo que su padre le pedía. Anthony besó su frente en repetidas ocasiones, queriendo dejar en su hijo el amor que sentía por él.
-Sí mamá te cuidará y tú la cuidarás a ella, yo volveré pronto, te lo prometo. – Le dijo Anthony como si el pequeño lo cuestionara por su ausencia. – Te amo hijo. – Le dijo besando su mejilla para dejarlo en su cuna nuevamente. Alexander se quedó parado sostenido por el barandal mientras con una de sus manos decía adiós a su padre, como si realmente supiera que se estaba despidiendo de él. – Te lo encargo mucho por favor Joane. – Le dijo al a muchacha que estaba de pie enseguida de la cuna.
-No se preocupe señor. – Dijo Joane para tranquilidad de Anthony, él sabía que la joven era muy responsable, pero aun así no podía evitar recordarle que aquel pequeño y su esposa eran lo más importante que tenía en ese mundo y que le dolía en el alma tener que dejarlos solos en fechas tan importantes por tener que trabajar.
Anthony salió con prisa de la mansión, debía alcanzar el primer tren en Chicago y apenas le quedaba tiempo para llegar.
Había decidido manejar él mismo hasta la estación del tren, no quiso molestar al chofer y lo dejó a disposición de Candy para lo que pudiera necesitar en esos días, no era bueno que se quedara, abotonó su abrigo y ajustó sus guantes antes de tomar su maletín y cerrar bien el coche una vez que llegó a la estación de trenes en Chicago.
-Buen día señor Brower. – Lo saludó el portero de la estación, lo conocían tan bien después de tantos viajes que había realizado. - ¿Viajando en esta época del año? – Le preguntó con confianza.
-Viaje de última hora. – Le respondió Anthony con amabilidad. – Pero nos veremos pasado mañana Jackson. – Le dijo una vez más para luego caminar hasta el andén de salida.
-Justo a tiempo. – Le dijo otro de los empleados del tren quien esperaba que subiera hasta el último pasajero.
-Como siempre Jhon. – Dijo Anthony con su amable sonrisa al buen hombre que comenzaba a sonar su campana para avisar al maquinista que podía comenzar el viaje.
El tren iniciaba puntual su viaje a Nueva York y Anthony se sentaba cansado en su lugar, después de haber conducido tres horas desde Lakewood y saber que tenía que esperar veinte horas más para llegar a su destino lo hacía suspirar y recordar los ojos de su pecosa en medio de la noche. Una sonrisa apareció en su rostro tan solo de pensar en los momentos compartidos con ella horas antes.
El viaje fue demasiado lento para Anthony, podía observar como una sutil nevada había comenzado a caer en el camino, logrando que los campos se tiñeran de blanco.
-Disculpa John. – Dijo Anthony al empleado que ya era de su confianza. - ¿Han dicho de alguna tormenta de nieve? – Preguntó al ver que el clima no se veía para nada bien después de algunas horas de viaje.
-No joven Brower, no se preocupe, el pronóstico del clima no alerta ninguna tormenta, solo nevadas leves. – Respondió John con tranquilidad, logrando que Anthony sonriera no muy convencido de ello. – De todas formas si algo así sucede le prometo que el tren continuará sus recorridos, para ello tenemos el personal necesario para despejar las vías. – Dijo el buen hombre intentando calmar el nerviosismo de Anthony, sin embargo el rubio sabía bien que era solo el esfuerzo por tranquilizarlo, porque era imposible que despejaran las vías del tren en tan pocas horas si caía una tormenta de nieve.
El viaje continuó su recorrido y la noche llegó rápidamente, logrando que Anthony dormitara por ratos hasta llegar la mañana y como siempre puntual el tren llegaba a la estación de Nueva York a las seis de la mañana.
Anthony se despidió de todos los empleados que ya lo conocían y saludó a los de Nueva York, quien con la misma confianza y amabilidad que lo recibían en Chicago era recibido en la gran manzana. El rubio no perdió tiempo de inmediato se dirigió a la mansión de Nueva York para tomar un baño caliente y dirigirse a las oficinas del corporativo Andrew y esperar la cita que Albert ya había concertado con el Sr. Simmons.
-Muy buenos días señor Brown. – Saludó la secretaria una vez que vio entrar a Anthony a las 8:30 am en punto, siempre tan puntual y elegante. Anthony saludó con una sonrisa amable a la joven que de pie lo saludaba.
-Buenos días señorita Greene. – Saludó Anthony con total respeto a la joven, quien se sentó nerviosa nuevamente en su lugar.
Anthony entró a su oficina dispuesto a esperar la llegada del Sr. Simmons, mirando su reloj de cuando en cuando para ajustar sus tiempos y poder regresar esa misma tarde a Chicago y así ultimar los detalles con su adorada esposa.
-¿Tienes los papeles listos? – Preguntó Anthony a George, quien entraba después de anunciar su llegada.
-Todo está listo Anthony, solo sería cuestión de esperar al Sr. Simmons para que firme y por la tarde podrás regresar a Chicago y para el 21 por la noche estarás en Lakewood junto a tu esposa y tu hijo. – Dijo George comprendiendo realmente la preocupación de Anthony. Anthony sonrió feliz por poder llegar a tiempo para ayudarle a su esposa.
-No sabes cuánto agradezco que estés aquí George. – Dijo Anthony mirando al administrador de la familia. George sonrió con nostalgia, observando al joven hijo de su primer amor.
-Sabes que para eso estoy Anthony. – Le dijo con confianza. – Le dije A William que yo podía atender el caso, sin embargo dijo que el Sr. Simmons le había dicho que específicamente te quería a ti como negociador. – Dijo George seguro que él podría haber arreglado todo sin dificultad, después de todo él era el encargado de la sucursal de Nueva York.
-Lo sé George y te lo agradezco. – Dijo Anthony con verdadera gratitud. – No te preocupes, todavía hay tiempo de alcanzar el tren de las cinco. – Dijo una vez más mirando su reloj de manera ansiosa al ver que ya pasaban quince minutos de la hora acordada.
-A veces llega tarde. – Dijo George viendo la impaciencia de Anthony.
-Lo sé, y no sabes cómo me molesta. – Dijo el rubio un tanto molesto por la impuntualidad de su cliente, de seguro no le importaría si no tuviera tanta prisa por regresar junto a su esposa, sin embargo el cliente sabía que debía hacer un viaje especial para atenderlo a él como para que se diera el lujo de hacerlo esperar.
Los minutos pasaban y la presencia del Sr. Simmons no se veía por ningún lado, hasta que dos horas después de estarlo esperando el teléfono sonó.
-Diga Marie. – Dijo George con confianza a la secretaria. – Muy bien. – Dijo de nuevo George con cierta molestia en su voz. – Entiendo. – Decía después de varios minutos en silencio. – Comprendo perfectamente. – Dijo una vez más George. Anthony lo observaba como queriendo adivinar lo que hablaban del otro lado de la línea. – Pero también quiero que comprendan que el Sr. Brower vino especialmente desde Lakewood hasta Nueva York para encontrarse personalmente con el Sr. Simmons, y me parece una falta de respeto su seriedad en el asunto. – Dijo con molestia el administrador. Anthony se levantó de un salto molesto por lo que acababa de escuchar.
-¿Qué sucedió? – Preguntó Anthony con molestia al ver que el semblante de George era de enojo y frustración.
-La esposa del Sr. Simmons no lo dejó que viniera a arreglar los asuntos de negocios porque tienen que arreglar todo para salir a Inglaterra dentro de dos días. – Dijo George con molestia, sabía bien que aquella noticia no le alegraría a Anthony, si a él le había molestado.
-¡Esto es inaudito! – Dijo Anthony molesto porque su tío le había dado prioridad al cliente antes que a él y ahora después de haberlo hecho hacer un viaje de más de un día para estar a tiempo y negociar algo que exigía no se podía realizar porque él si debía pensar en su esposa. - ¿Por qué no lo dijo antes? – Preguntó Anthony con molestia.
-No lo sé Anthony. – Dijo George apenado con la situación. – Vamos a comer y alcanzarás a tomar el tren de las tres de la tarde. – Le dijo una vez más apenado, no tenía nada más qué decir, él estaba indignado y molesto con la situación, pero no podía hacer más al respecto.
-¿Y qué pasará si nuevamente se le ocurre firmar el contrato antes de irse? – Preguntó Anthony con molestia, no quería que su tío creyera que era un irresponsable.
-No te preocupes, con esto que han hecho puedo respaldarme para atenderlos personalmente. – Dijo George dirigiendo a Anthony a la salida para acompañarlo a comer y que regresara hasta su hogar. Anthony no tuvo más remedio que salir del despacho.
-¿Ya se va señor Brower? – Preguntó Marie nerviosa al ver que Anthony salía de la oficina junto a George.
-Ya señorita Greene. – Respondió Anthony con la misma amabilidad y respeto de siempre. – Tengo que regresar a pasar la navidad junto a mi esposa y mi hijo. – Dijo con una sonrisa maravillosa tan solo de pensar en sus seres queridos. La joven sonrió con tristeza al escucharlo hablar de su esposa y su hijo. – Que pase una feliz navidad señorita Greene. – Le dijo Anthony una vez más mientras se colocaba sus guantes y su abrigo para salir al frío de la ciudad.
-Con permiso Marie. – Le dijo George a la joven, reprochándole con la mirada su actitud. La joven bajó la vista al saberse descubierta por el administrador.
-Pase señor Johnson. – Dijo Marie con pena, sentándose en su lugar un tanto frustrada por haber sido descubierta.
-Disculpa a Marie, es una joven que…
-No te preocupes. – Dijo Anthony quien estaba consciente de la situación, por ello él siempre le hablaba con todo el respeto posible y le hablaba por su apellido y no por su nombre de pila. – Por eso mismo te pedí que fueras tú quien les diera el bono de navidad este año. – Dijo Anthony nuevamente para que la joven no se hiciera falsas esperanzas como lo había hecho el año pasado.
-Todo está hecho como lo dispusiste. – Dijo George seguro de haber seguido las indicaciones de Anthony.
-No sabes cuánto te lo agradezco. – Dijo Anthony caminando por la acera para dirigirse al restaurante que siempre visitaba cuando estaba en Nueva York.
Las pequeñas plumas de nieve que habían estado cayendo toda la mañana comenzaban a ser un poco más espesas. Cuando entraron al restaurante podía verse cómo en los toldos de las puertas y ventanas que adornaban los establecimientos comenzaba a formarse una capa de nieve pesada sobre ellas.
Anthony y George terminaron de comer para después dirigirse hasta la mansión Andrew, tenía tan solo dos horas para alcanzar el tren de las tres de la tarde y con suerte el día de mañana estaría a tiempo para tomar el té junto a su esposa y su pequeño hijo. Suspiró una vez más al recordar lo mucho que le hacían falta.
Mientras estaban en la mansión la pequeña nevada se había convertido en una pequeña tormenta que comenzaba a aumentar el viento y la caída de la nieve, en una hora el paso hacia la mansión había quedado cubierto de nieve por completo.
-Anthony, me acaban de avisar que la corrida de trenes ha quedado suspendida por lo menos unas horas. – Dijo George a Anthony.
-¿Qué? – Preguntó Anthony inquieto porque quería salir de inmediato rumbo a Chicago.
-Al parecer una ventisca se ha presentado, pero esperemos que no sea nada de cuidado. – Dijo de nuevo el administrador, quien temía que la situación empeorara.
-Llamaré a Candy para ver cómo está. – Dijo Anthony para buscar calmarse, quería escuchar la voz de su esposa y sabía que eso era lo único que lo tranquilizaría.
-Señora. – Dijo Dorothy a Candy, quien estaba jugando con el pequeño Alexander en su habitación. – El señor Anthony la llama por teléfono. – Dijo la joven con una sonrisa, sabía que aquella llamada alegraría el corazón de la rubia, quien se había mantenido en silencio desde que su esposo había salido de viaje.
-¡Anthony! – Dijo Candy levantándose de golpe de su lugar, sin embargo miró a su pequeño Alexander quien la miraba con sus bellos ojitos.
-Tranquila, yo lo cuidaré. – Le dijo Dorothy al ver que la joven estaba indecisa de ir y dejar a su hijo solo.
-Gracias Dorothy. – Le dijo Candy con una gran sonrisa al ver que estaba dispuesta a ayudarla.
Candy corrió por el pasillo y bajó las escaleras de manera apresurada, para llegar al primer piso y seguir corriendo y no parar hasta que llegó al teléfono del despacho, donde la esperaba su amado Anthony al otro lado de la línea.
-¡Anthony! ¡Ya llegué amor! – Dijo Candy tomando la bocina para escuchar la voz de su amado esposo.
-Hola princesa. – Le dijo Anthony como saludo, sintiendo el rubio que su corazón se llenaba de un intenso calor al escuchar su voz. - ¿Cómo estás? – Preguntó con la voz emocionada, le causaba una gran emoción escuchar el jadeo de su esposa porque seguramente había corrido hasta el despacho para responder su llamado.
-Vine corriendo en cuanto Dorothy me dio el mensaje. – Dijo Candy con una gran sonrisa en su rostro. - ¿Cómo estás? ¿Cómo te fue con el Sr. Simmons? ¿Cuándo te vienes? – Preguntó Candy con desesperación. Anthony sonreía al escuchar cómo lo cuestionaba de manera apresurada.
-Estoy muy mal. – Dijo Anthony con un suspiro frustrado.
-Anthony ¿Qué pasó? – Preguntó Candy preocupada, esfumándose su emoción.
-Los extraño demasiado. – Dijo Anthony para tranquilidad de la rubia.
-También te extrañamos mucho. – Dijo Candy con una sonrisa resignada, sabía que su esposo los extrañaba tanto como ella lo extrañaba a él. – Alexander me pregunta por ti y le digo que ya pronto regresarás. – Le decía Candy intentando no llorar, le causaba gran sentimiento que no estuviera esas fechas a su lado.
-¿Ya llegó Archie y Annie? – Preguntó Anthony intentando desviar el tema de su reunión y de su regreso.
-Annie tuvo que hacer unas cosas antes con su madre. – Dijo Candy con tranquilidad. – Creo que llegarán al mismo tiempo que tú. – Dijo la rubia una vez más con esa chispa que la caracterizaba.
-El trato era que te ayudarían mientras yo estuviera por acá. – Dijo Anthony no muy convencido de que tendría que llegar después de 24 horas de viaje y todavía tener que hacer lo que Archie debía haber hecho.
-Lo sé, pero no han llegado. – Dijo Candy con un gran suspiro. Anthony suspiró del otro lado de la línea. - ¿Qué sucede amor? – Preguntó Candy al escuchar la frustración que sentía su esposo.
-La junta con el Sr. Simmons no se llevó a cabo. – Dijo Anthony con frustración. Candy esperó que le dijera el motivo. – Parece que su esposa no lo dejó trabajar en estos días festivos. – Dijo con cierto enfado en su voz. Candy comenzó a reír para sorpresa del rubio.
-Creo que debí de haberme comportado como la Sra. Simmons en lugar de ser la comprensiva señora Brower. – Dijo la rubia con gracia en su voz, intentando calmar a su esposo quien seguramente estaba molesto por haber hecho un viaje inútil hasta Nueva York.
-Creo que yo te lo agradeceré en un futuro princesa. – Le dijo Anthony riendo con ella, siempre que la escuchaba reír él se contagiaba de su melodiosa risa.
-¿Entonces hoy saldrás de regreso? – Preguntó Candy emocionada, ya no veía la hora de estar al lado de su esposo una vez más. Su piel se erizó tan solo de recordarlo.
-La salida del tren de las tres se ha retrasado. – Dijo Anthony con frustración, al parecer saldrá unas horas más tarde. – Dijo una vez más anunciando que no podía salir de inmediato y estar para la hora del té como lo había pensado.
-¿Retrasado? ¿Por qué? – Preguntó la rubia extrañada por el retraso del tren.
-Al parecer ha comenzado una pequeña tormenta de nieve. – Dijo Anthony mientras se asomaba por la ventada hacia el exterior de la mansión. La seriedad de Anthony fue notoria en la rubia, quien no escuchó su voz.
-¿Qué sucede Anthony? – Preguntó la pecosa inquieta porque solo se escuchaba un ruido extraño en la línea telefónica. - ¿Anthony? – Preguntaba Candy intentando hablar con su esposo.
-¿Hola? – Se escuchó de pronto.
-¿Hola? Señorita estaba hablando con mi esposo en la mansión Andrew de Nueva York, ¿Podría comunicarme de nuevo por favor? – Preguntó Candy a la joven que hablaba del otro lado de la línea.
-En un momento señora. – Dijo la operadora quien comenzaba a conectar la llamada hacia la mansión Andrew de la gran manzana. Después de varios minutos la voz de la operadora se dejó escuchar una vez más. – Lo siento señora, nadie responde al número de la mansión, debe de ser por la tormenta que se ha desatado en la ciudad. – Dijo la operadora a la rubia.
-¿Tormenta? – Preguntó Candy con preocupación, eso quería decir que su esposo no podría salir de la ciudad como lo había previsto.
-¿Qué está sucediendo? – Preguntó Anthony a George una vez que se había interrumpido su llamada con Candy.
-Cayó una gran tormenta Anthony y al parecer las líneas telefónicas se han caído por completo. – Dijo George quien se había puesto a revisar el motivo por el cual la mansión estaba incomunicada.
-Esto no puede ser. – Dijo Anthony saliendo de la mansión sin importar el clima que estaba haciendo afuera.
-¿A dónde vas Anthony? – Preguntó George al rubio al ver que salía de la mansión.
-Voy a la estación de trenes antes de que me digas que se han suspendido los viajes. – Dijo Anthony seguro de buscar la manera de regresar a Chicago.
-¡Estás loco Anthony! ¡Hay una tormenta! – Dijo George, sin embargo Anthony no lo escuchaba, ya que se había dirigido hasta la estación del tren caminando en la ventisca que cada vez estaba más fuerte.
Una vez que llegó a la estación de tren pudo darse cuenta que la situación no era tan sencilla como él pensaba y que la nieve había cubierto las vías del tren y que sería imposible que pudieran viajar ese día.
-Regrese a su casa joven Brower. – Le había dicho John a Anthony al ver que había regresado para ver la posibilidad de regresar a Chicago. – Le aseguro que esto estará mejor por la mañana. – Le dijo intentando tranquilizarlo.
Anthony regresó nuevamente hasta la mansión donde un George desesperado lo estaba esperando.
-¿Pero qué te ocurre Anthony? ¡No puedes arriesgarte de esa forma! – Le dijo con reproche una vez que lo vio llegar todo cubierto de nieve.
-Tengo que regresar George. – Le dijo Anthony simplemente ante su regaño. – Candy y Alexander me esperan, y si no hubiera sido por la terquedad del Sr. Simmons y las ordenes de Albert yo no estaría aquí varado en esta ciudad. – Dijo Anthony con frustración. George lo miró con una sonrisa de lado, le había recordado a Rosemary cuando se molestaba porque las cosas no salían como ella quería.
-Te entiendo, pero si te sucede algo no llegarás nunca a su lado y créeme que eso sería mucho peor que llegar un día antes de navidad. – Le dijo George con una sonrisa. Anthony suspiró comprendiendo que había cometido una imprudencia.
-Lo sé George, pero estoy aquí en Nueva York en medio de una tormenta, incomunicado y sin tener a mi esposa y a mi hijo a un lado, quienes están solos en Lakewood porque Archie y Annie tuvieron algo más importante qué hacer antes de ir a su lado. – Dijo Anthony con frustración.
-No te preocupes por ellos, te aseguro que están bien al lado de Dorothy y James. – Dijo George seguro que así sería. – Ellos los cuidarán, además la señorita Ponny y la hermana María llegarán si no me equivoco en dos días. – Dijo recordándole al rubio que los niños del hogar pasarían esa navidad en la mansión. Anthony suspiró no muy convencido de lo que George le decía.
El clima de Nueva York había empeorado y la tormenta de nieve se había extendido hasta Chicago y Lakewood, quedando todos los caminos incomunicados. Albert e Isabella se habían quedado esperando a Archie y Annie, quienes no habían podido salir de Chicago rumbo a Lakewood. La señorita Ponny y la hermana María también habían quedado incomunicadas en el hogar ya que Candy no había podido enviar los automóviles a recogerlos porque los caminos estaban cubiertos de nieve.
Candy estaba sola en la mansión de las rosas junto a Dorothy y James y el demás personal de la mansión.
-¿Aún nada James? – Preguntaba la rubia al mayordomo quien se había encargado por orden de la rubia a estar pendiente de comunicarse con la mansión de Nueva York.
-Aún nada señora. – Dijo James con pena, sabía que la joven señora estaba muy preocupada por su marido.
-¿Y a Chicago? – Preguntó una vez más.
-La operadora dice que las líneas han colapsado por la tormenta de nieve. – Dijo con pena una vez más. Candy suspiró pensando en su esposo.
-Anthony ¿Cómo estarás? – Pensaba Candy mientras sus ojos se posaban en el hermoso rubio que tenía frente a ella jugando sentado.
-¿Papá? – Preguntó Alexander una vez más a su madre. Candy lo tomó entre sus brazos y lo abrazó con fuerza.
-Alexander estás muy caliente. – Le dijo Candy a su hijo una vez que sintió su piel cerca de su rostro. El pequeño comenzaba a presentar signos de resfrío. – Dorothy tráeme el termómetro. – Dijo Candy con preocupación a la mucama, quien de inmediato se giró para cumplir la orden de la rubia.
-¿Papá? – Preguntaba Alexander en brazos de su madre mientras ella lo llevaba hasta su habitación.
-Papá pronto va a llegar amor. – Le decía Candy a su hijo con nerviosismo, se sentía muy asustada por su estado de salud, no podía salir a ningún lado con esa tormenta que azotaba al pueblo para buscar un médico que lo atendiera.
Candy comenzó a tomar la temperatura del pequeño Alexander, quien conforme pasaban los minutos su ánimo y su emoción se iban esfumando hasta estar completamente recostado sobre su cama mientras la temperatura de su cuerpecito iba en aumento.
-¿Cómo sigue? – Preguntó Dorothy a Candy, quien entraba a la habitación llevando agua fresca para bajar la temperatura.
-La fiebre no cede. – Dijo Candy con angustia. - ¿Sigue la tormenta? – Preguntó Candy con la esperanza de que la nieve hubiera cesado y ver la manera de ella misma llevar a su hijo en brazos de ser necesario hasta el dispensario médico del pueblo.
-Está incluso más fuerte Candy. – Decía Dorothy con preocupación. – Traeré un té de canela para ayudarle a vencer la fiebre. – Dijo la joven doncella con prisa, dejando el agua para irse de nuevo a la cocina y poner el té que le ayudaría a disminuir la fiebre al pequeño Alexander. Candy asintió y siguió poniendo compresas en la frente y vientre de su hijo.
La angustia de Candy iba en aumento, era la primera vez que Alexander se enfermaba y a pesar de que tenía experiencia con los niños del orfanato y el hospital, no era lo mismo que su propio hijo estuviera enfermo, la angustia la hacía sentir torpe e incompetente al momento de buscar la manera de aliviar a su hijo.
-Papá… - Decía Alexander con debilidad, entre sueños llamaba a su padre, quien en Nueva York continuaba varado y con una angustia terrible en su pecho.
-¿Qué sucede Anthony? – Preguntaba George quien lo veía caminar de un lado a otro frente a la ventana, como si por mirar la tormenta disminuyera su intensidad.
-No lo sé George, siento una angustia inexplicable en mi pecho. – Decía Anthony por respuesta al administrador.
-Tranquilo es la preocupación porque no has podido contactar con Candy. – Dijo George al joven rubio que continuaba caminando sin cesar.
-Tal vez tengas razón, pero no estoy a gusto. – Dijo Anthony una vez más.
-Te recomiendo que vayas a descansar, te aseguro que por la mañana todo será mejor. – Le dijo George de nuevo, instándolo a que se fuera a descansar.
Anthony obedeció al consejo de George, aunque sabía que nada de lo que hiciera lograría hacerlo dormir, sin embargo a las pocas horas de estar acostado el cansancio lo venció por completo y lo hizo dormir toda la noche.
Por la mañana muy temprano Anthony se levantó con la esperanza de que la nieve hubiera cesado, para su alegría como lo había esperado la nieve había terminado de caer. Se levantó con mayor ánimo dispuesto a irse de inmediato hacia la estación de trenes, si tenía suerte llegaría para las ocho de la mañana del día veintidós.
-Buen día Anthony. – Saludó George con una sonrisa un tanto preocupante.
-Buen día George. – Saludó Anthony con su pequeña maleta en mano. – Tomaré el tren de las seis de la mañana. – Dijo con una gran sonrisa. George lo miró una vez más con esa preocupación que reflejaba en su rostro.
-Anthony me temo que deberás esperar a que el personal despeje las salidas, todo está cubierto de nieve, hasta hace una hora dejó de nevar. – Dijo George mirando la cara de decepción de Anthony, quien miraba su reloj de bolsillo anunciándole que eran las 5:30 de la mañana y que no alcanzaría abordar el primer tren del día.
Una vez que Anthony pudo salir de la mansión se dirigió hasta la estación de tren donde todo parecía un caos, había demasiadas personas esperando salir de la gran manzana para alcanzar a sus familiares y pasar las fechas decembrinas a su lado.
-¿Qué es lo que sucede? – Preguntó Anthony a Jhon al ver todo el alboroto que se había generado.
-Lo que sucede es que los caminos están bloqueados, joven Brower. – Respondió el buen hombre un tanto acongojado, él también era uno de los que ansiaba estar de regreso en su hogar en Chicago.
-¿No habrá traslados? – Preguntó Anthony con temor al ver que ahora él era uno más de los molestos viajeros que se encontraba con ese infortunio.
-Me temo que no por el momento. – Dijo Jhon con pesar, suspirando por no tener una noticia más alentadora por aquel apreciable hombre.
Anthony caminó hasta donde estaba George, quien al igual que él se enteraba de las malas noticias.
-George, averigua si hay alguna manera de viajar rumbo a Chicago, no me importa si tengo que viajar a caballo o incluso a pie. – Decía desesperado. George asintió impaciente, él también sabía que Anthony debía estar al lado de su esposa y su hijo, era algo que él haría de tener familia.
-En seguida. – Dijo George dispuesto a buscar por todos los medios posibles un medio de transporte que hiciera que Anthony llegar a tiempo para navidad.
Después de indagar y preguntar por todas partes, George regresaba hasta donde había dejado a Anthony.
-¿Qué sucede? – Preguntó Anthony a su administrador, quien negaba de un lado a otro con verdadero pesar.
-No es posible viajar Anthony. – Dijo George quien ya estaba informado. – Hablé con la policía de caminos y me han dicho que todos los caminos están imposibles de seguir, ya sea en automóvil, diligencia e incluso a pie. – Dijo exagerando el modo de viaje. – Pero dicen que reestablecerán las vías férreas de 30 a 40 horas. – Dijo el administrador creyendo que dentro de todo lo malo eran las mejores noticias que habían tenido hasta ese momento.
-Eso es mucho tiempo George. – Dijo Anthony sintiendo que la promesa que había hecho a su esposa de volver antes de navidad se esfumaba por culpa del mal tiempo y un viejo caprichoso que no había podido mantener su palabra de encontrarse con él para cerrar el negocio.
-Lo siento Anthony. – Dijo George comprendiendo su preocupación.
-¿Y las líneas telefónicas? – Preguntó esperanzado de que ya hubiera comunicación por lo menos telefónicamente.
-Me comentan también que las líneas han colapsado, la central de operadoras está completamente cubierta de nieve y los cables se han congelado, me temo que por ese medio es imposible comunicarse por lo menos en unos quince días. – Dijo George con pena.
Anthony se sentía en una encrucijada, sentía en su interior una preocupación que lo llamaba hacia Lakewood, deseaba estar junto a su esposa y su hijo, había algo que le decía que debía estar con ellos en esos momentos y era algo que no sabía explicar muy bien sin parecer un loco o un paranoico.
-Lo mejor es esperar en la mansión, aquí no hay nada qué hacer. – Dijo George para llevarse a Anthony a la mansión.
-No George, tengo que asegurar un lugar en el primer tren hacia Chicago. – Dijo Anthony decidido a quedarse hasta tener un lugar para viajar.
Anthony se acercó a Jhon para investigar si habría la manera de tener un boleto en el primer tren que saliera a Chicago. El buen hombre le sonrió y aceptó de buena gana conseguirle un lugar aunque fuese en tercera clase.
-No me importa si es en el lugar de carga. – Había dicho Anthony al buen hombre, quien sonrió imaginándose a alguien tan importante y elegante viajar entre las cajas de carga del tren.
-Me temo que esta vez no habrá transporte de equipaje, solo el necesario. – Dijo Jhon con una sonrisa, dando a entender que la compañía ferroviaria se haría cargo tan solo de transportar a las personas con una maleta personal de esa forma habría más espacio para cubrir la demanda de los viajeros.
-Ahora sí podemos irnos. – Dijo George insistiendo en llevarse a Anthony de la estación.
-No, ve tú George. – Dijo Anthony seguro de esperar. George lo miró con súplica, sabía bien que recibiría una gran reprimenda por parte de la tía abuela si algo llegase a pasarle a tan importante miembro del clan. – No te preocupes por mí, aquí estaré pendiente, tal vez las vías se desalojen pronto y salgamos antes. – Dijo una vez más esperanzado por que ocurriera un milagro.
Anthony se quedó esperando en la estación de tren desde el día veintiuno de diciembre con la esperanza de que se reanudaran los viajes y poder salir con rumbo a Chicago y después viajar hasta Lakewood.
Candy por su lado seguía cuidando al pequeño Alexander quien tenía una especie de tiricia al extrañar tanto a su padre.
-¿Cómo sigue Alexander Candy? – Preguntó Dorothy una vez que entró a la habitación de la rubia.
-La fiebre ha bajado un poco, pero no ha cedido del todo. – Dijo Candy suspirando cansada por estarlo cuidando día y noche.
-Duerme un poco, yo me encargaré de él. – Dijo Dorothy con cariño a la joven pecosa, quien agradecida decidió dormir un poco para tener la fuerza suficiente y continuar cuidando a su pequeño.
Candy decidió escuchar a Dorothy se sentía demasiado cansada y aprovechando que la fiebre había cedido un poco y que Alexander por fin dormía profundamente, se recostó enseguida de él.
Muy temprano por la mañana Candy se levantó para revisar a su hijo, observó que Dorothy le hacía una seña de que continuaba dormido.
-¿Cómo durmió? – Preguntó Candy, quien tan solo con las tres horas que había dormido había repuesto fuerzas para continuar.
-No ha despertado, se ha mantenido igual este tiempo. – Dijo Dorothy con una sonrisa de alivio.
-Ve a descansar, yo me haré cargo de él. – Dijo Candy profundamente agradecida a la mucama, quien sonrió dispuesta a ir a descansar un poco antes de que terminara de amanecer.
-¿Papá? – Candy escuchó la voz de su hijo quien nuevamente preguntaba por su padre.
-Hola mi amor. – Dijo Candy con una gran sonrisa al ver los ojos azules de su hijo brillar mientras la miraba.
-Papá no tarda en llegar. – Dijo Candy con preocupación, estaba segura de que Anthony haría lo imposible por llegar a tiempo a su lado, pero también estaba enterada que los caminos estaban cerrados por completo y el acceso a Lakewood era imposible.
-¡Papá! – Decía Alexander impaciente por ver a su padre. Anthony siempre los había mantenido junto a él, incluso en los viajes y era la primera vez que llevaba tanto tiempo separado de ellos.
Candy levantó a su pequeño en brazos intentando distraerlo un poco. Lo sentó sobre la cama frente a ella y puso sus juguetes favoritos frente a él para jugar. El pequeño Alexander sabía bien que aquellos juguetes habían sido un regalo de su padre.
-Papá, payaso. – Decía Alexander apuntando hacia la puerta de salida de la habitación. Candy lo miró enternecida por la insistencia de su hijo de salir a buscar a su padre.
Candy lo sostuvo entre sus brazos y ahogó un sollozo al sentirse totalmente sola a pesar de estar con Dorothy y el personal de la mansión.
-Anthony, solo espero que estés bien. – Decía Candy con temor, temía por la seguridad de su esposo y por la salud de su hijo, quien a pesar de estar un poco mejor aún no podían cantar victoria ya que conforme pasaban la horas el estado de ánimo del pequeño decaía y volvía a aumentar su fiebre.
Para el veintitrés por fin se abrieron los caminos y el tren era el primer medio de transporte que se activaba en Nueva York en donde todos los viajeros estaban impacientes por obtener un lugar dentro del tren.
Jhon había cumplido su palabra y había conseguido un boleto para Anthony en primera clase, el único inconveniente es que debía viajar de pie junto a varias personas que estaban en su misma situación.
-No importa Jhon, te agradezco tu amabilidad. – Le dijo Anthony con un gran abrazo al buen hombre que con campana en mano avisaba que el primer tren estaba listo para dejar la estación.
El silbato del tren se escuchó mientras la locomotora hacía su característico ruido antes de soltar el vapor que salía de la caldera anunciando que comenzaba a tomar velocidad.
-Destino Chicago, Illinois. – Se escuchó entre todos los anuncios que se emitían mientras el tren aumentaba poco a poco su marcha.
Anthony se sostenía del tubo superior, mientras con una mano decía adiós agradecido al buen George, quien lo había acompañado todas las horas de espera. Anthony suspiró una vez que se sintió que en unas horas llegaría hasta Chicago. Era en punto de medio día del veintitrés de diciembre cuando la locomotora había iniciado su viaje rumbo a Chicago. El recorrido se esperaba que fuera de al menos veinte horas, pero por las condiciones el viaje terminó siendo de veintidós horas, casi un día completo de camino.
Anthony lucía cansado, desesperado era veinticuatro de diciembre y faltaba muy poco para celebrar la cena navideña. Suspiró cansado observando como todos los pasajeros en la misma condición que él estaban exhaustos, todos los caballeros habían viajado de pie y las damas y ancianos habían tenido prioridad para viajar sentados.
-Jhon, ¿Qué sucedió? – Preguntó Anthony al ver que en la ciudad de Chicago también había un gran alboroto.
-Escuché decir al maquinista que este es el primer tren que llega de Nueva York, aquí también hubo una fuerte tormenta que impidió los traslados. – Respondió John tranquilamente a Anthony.
-¿Quieres decir que no hay caminos hasta Lakewood? – Preguntó Anthony intranquilo, si era así le sería imposible salir rumbo a Lakewood en su auto, que seguramente estaba lleno de nieve afuera de la estación.
-Me temo que no joven Brower. – Dijo Jhon con pesar, sabía que Anthony iba hasta Lakewood. – pero puede quedarse en el tren, saldrá en cuanto los pasajeros estén listos, una o dos horas a más tardar, llegará como a las seis de la tarde, pero es lo mejor que puede hacer. – Dijo como recomendación al rubio, quien solamente asintió resignado por llegar hasta su hogar.
-Muchas gracias Jhon. – Dijo Anthony agradeciendo el apoyo brindado todas esas horas. Extendió una ayuda económica que le permitiera pasar una buena navidad y el buen hombre sonrió agradecido.
-Pero señor Brower, ya era suficiente con lo que me había dado hace dos semanas. – Dijo el buen Jhon con los ojos conmovidos por el gesto de Anthony.
-Es para usted y sus nietos. – Le dijo Anthony con una sonrisa. Jhon se despidió de Anthony, quien se sentó por un momento antes de que el tren volviera a llenarse de los nuevos pasajeros que viajaban con destino a Lakewood y lugares aledaños.
Los pies del rubio dolían por permanecer de pie tanto tiempo, sabía que debía aguantar otras seis horas de pie, pero también sabía que era la única manera de llegar a su destino, jamás había imaginado que la tormenta de nieve hubiera azotado a Chicago por consiguiente a Lakewood y eso hizo que su ansiedad por llegar aumentara, tan solo de imaginar cómo estaría Candy junto a su hijo, lo único que lo tranquilizaba era que para esas horas ella estaría junto a la tía abuela, y los demás.
Anthony no tenía idea de que la tormenta había impedido a la familia a viajar hasta Lakewood, y que apenas la mañana del veinticuatro habían recibido la noticia que los caminos comenzaban a despejarse, y todos juntos habían partido por la mañana para llegar hasta Lakewood y acompañar a Candy e la famosa cena navideña.
Candy suspiraba porque ya era veinticuatro a medio día y no había nada listo para recibir a la familia, creía que era imposible que llegaran después de tantos días encerrados, no había conseguido nada para preparar.
-Señora, quiere que prepare algo especial para esta noche. – Preguntó la cocinera a la rubia. Candy suspiró cansada, no tenía ánimo de celebrar nada si no estaba Anthony a su lado.
-Prepare lo necesario por si viene la familia. – Dijo regresando sin ánimo junto a su hijo, quien continuaba dormido en su habitación.
-Prepara la cena de navidad como es costumbre. – Dijo Dorothy a la cocinera, quien sonreía emocionada por preparar la cena aunque fuese a última hora.
El ruido de los portones se escuchaba cuando los vigilantes sacudían las grandes rejas que delimitaban la mansión de las rosas, limpiando el riel que desplazaba las puertas para abrirlas por completo y permitir la entrada a los automóviles de la familia.
-¡Candy! – Dijo Dorothy con emoción al ver que los autos de los Andrew habían llegado por fin después de estar esperándolos por días. – Han llegado los señores Cornwell, la señora Andrew y el señor William. – Dijo Dorothy con impaciencia, tocando la puerta de la habitación de la rubia.
-¿Anthony? – Preguntó Candy impaciente por saber si su amado también venía en la caravana.
-¿Por qué no bajas a ver? Yo cuido a Alexander. – Dijo Dorothy, ya que Alexander continuaba delicado de salud. Candy asintió no sin antes verse al espejo para acomodar sus rizos y su vestido, no quería que su esposo la encontrara demacrada y triste.
Candy bajó corriendo las escaleras, con el entusiasmo en su corazón, la mirada esperanzada y una sonrisa radiante en su rostro.
-¡Candy! – Dijo la voz de la tía abuela quien como siempre retadora la reprendía por correr dentro de la mansión. Candy se detuvo de pronto mirando entre los presentes, buscando con una mirada impaciente la presencia del amor de su vida.
-¡Anthony! – Dijo Candy sin importarle que la tía abuela hubiera llamado su atención.
Ante el llamado de Candy todos mantuvieron el silencio, sobre todo Albert, quien no podía evitar sentirse culpable por haber hecho que Anthony se dirigiera a Nueva York en vano. Candy lo miró interrogativa y Albert bajó la mirada apenado, sabía que la rubia le reprochaba en silencio haber alejado a su esposo de ella y de su hijo.
-Lo siento Candy, solo somos nosotros. – Dijo Stear al ver la decepción de la rubia en sus ojos.
-No, lo siento… - Dijo Candy avergonzada por no recibirlos como lo merecían. – Pensé que Anthony había llegado también, pero por supuesto que me da gusto que hayan llegado. – Dijo Candy intentando que su sonrisa saliera de su boca. – Solo que no tengo nada listo, los caminos hasta hoy se han despejado y… - Dijo aguantando las ganas de llorar por la frustración del momento. – Alexander está enfermo y yo no he podido llevarlo al médico. – Dijo controlando sus lágrimas, tenía ganas de llorar descontroladamente en los brazos de su esposo, quería que la abrazara y la consolara, quería tenerlo ahí junto a ella y que su hijo se recuperara.
-¿Alexander? ¿Qué tiene? – Preguntó la tía abuela preocupada por su nieto.
-No deja de preguntar por Anthony, lo busca por toda la casa, sabe que no está aquí y la fiebre le regresa al darse cuenta de ello. – Decía Candy con preocupación, moviendo las manos entre sí sintiéndose como la peor madre y enfermera del mundo.
-¡Todo por tus ideas William! – Dijo la matriarca molesta con William por haber permitido que Anthony saliera a Nueva York en esa época del año.
-¡Nadie sabía que sucedería una tormenta como esta! – Dijo Albert intentando justificar su error. Isabella lo miró anunciando que no intentara defenderse, después de todo ya había sucedido. Albert asintió ante la mirada de su esposa.
-Quiero ver a Alexander. – Dijo la vieja Elroy quien junto con Candy caminaron hasta la habitación de la rubia.
-Archie, creo que tú y Stear deberían ir a buscar un abeto para que Patty y yo podamos decorarlo. – Dijo Annie con el ánimo más navideño posible, estaba convencida de que aún podían salvar la celebración navideña.
-Albert, tú podrías ir junto a Steve por los niños de hogar. – Dijo Isabella a su esposo, quien también debía cooperar para que el ánimo de Candy regresara, ella era siempre la que alegraba a todos con su alegría y su entusiasmo, pero en esos momentos todas las situaciones la habían rebasado y era hora de que la ayudaran entre todos para hacer menos triste esa navidad que auguraba la ausencia de su esposo.
Albert salió de la mansión para ir de inmediato por los niños y las madres de Candy, mientras Annie y Patty se encargaban de las decoraciones, aquella actividad ayudaba a Patty a distraer su mente y por lo menos dejar de pensar en lo que le había sucedido.
Stear y Archie regresaron cerca de dos horas arrastrando un pino escocés que habían encontrado entre los terrenos de los Andrew, un pinto tan frondoso y de buen tamaño que adornaría la sala principal de la mansión. Annie y Patty ya habían decorado con listones de colores, piñas de pino y muérdago alrededor de la habitación donde pasarían la navidad.
Los jóvenes comenzaron a decorar junto con sus esposas el hermoso pino, encendiendo las velas que había para darle luz al árbol, todo lo que debía hacer Anthony en varios días lo habían hecho entre todos en unas cuantas horas. Candy agradecía que todos hubieran ayudado, recibiendo después a la señorita Ponny y a la hermana María junto con los seis niños que había a su cargo. Los regalos los habían envuelto a escondidas de los pequeños y a pesar de la tristeza de Candy intentaba sonreír.
Anthony por su lado había llegado por fin a la estación de Lakewood, sin embargo ahora no tenía la manera de llegar hasta la mansión de las rosas, nadie estaba dispuesto a llevarlo a pesar de que ofrecía una buena paga por ello. Un buen hombre se detuvo en una carreta vieja, el caballo se veía cansado pero fue el único que se había detenido para socorrerlo.
-¿A dónde va joven? – Le preguntó cuándo él había decidido comenzar a caminar hasta su hogar.
-Voy a la mansión de las rosas. – Dijo Anthony como su aquel hombre conociera su destino.
-Yo lo llevo, me queda de paso. – Dijo con una sonrisa que hizo que Anthony respirara agradecido, se sentía tan cansado que no tenía ganas de caminar, pero eran más las ganas de cumplir con su promesa a su esposa.
-Muchas gracias, nadie estuvo dispuesto a desviar su camino. – Dijo Anthony colocándose enseguida del buen hombre sin importar su humildad y falta de higiene.
-No lo tome personal, en estas fechas las personas están más preocupadas por sí mismos que por los demás. – Dijo el buen hombre. Anthony lo miró con una sonrisa y estudio su aspecto. Su rostro era amable, un poco regordete, su nariz estaba roja por el frío, llevaba unos guantes que dejaban salir sus dedos, unas botas negras que lo protegían del frío y un gorro rojo que cubría su cabeza.
Eran cerca de las seis de la tarde cuando Anthony había subido a la carreta de aquel extraño hombre, cuando llegó hasta la puerta de su hogar estaban a punto de ser las ocho de la noche. Anthony suspiró aliviado, faltaban pocos minutos para la cena navideña.
-¿No gusta acompañarnos? Le aseguro que dentro estará más cómodo con una taza de chocolate caliente que de seguro mi esposa le preparará con gusto. – Dijo Anthony infinitamente agradecido por haberlo llevado.
-No te preocupes Anthony. – Le dijo el anciano con una sonrisa muy particular. Anthony dudó un poco si había dicho su nombre a aquel extraño hombrecillo. – Tengo aún muchos encargos que repartir y te aseguro que para mí la noche apenas comienza. – Dijo azuzando a su caballo para que iniciara su camino. Anthony sonrió extrañado por su comentario, mirando como este guiñaba su ojo con complicidad para comenzar a reír de una manera muy peculiar.
-Disculpe ¿Cuál es su nombre? – Preguntó Anthony seguro de buscarlo después para compensar su ayuda.
-Nicolás. – Respondió el buen hombre sin decir más, mientras su carreta comenzaba a avanzar más deprisa de lo que lo había llevado a él. Anthony se quedó extrañado por el comportamiento del viejo y se quedó mirando por el camino que iba, cuando volteó a ver al interior de su hogar, regresó de nuevo su mirada y no pudo ver hacia donde se había ido.
Anthony caminó extrañado por el sendero donde generalmente había rosas, todo estaba nevado y podía verse perfectamente que los empleados acaban de limpiar el frente, suspiró al ver los autos de su familia, agradeciendo que Candy no la había pasado por lo menos tan sola.
-¡Papá! – Dijo Alexander en la habitación, levantándose de pronto de su lugar para extender sus brazos hacia su madre en señal que lo llevara hasta donde estaba su padre.
-¿Qué sucede Alexander? – Preguntó Candy al ver que su pequeño estaba de un mejor ánimo.
-Cree que llegó Anthony. – Dijo la tía abuela quien había comprendido lo que había dicho el pequeño.
Candy se levantó con la esperanza de que su hijo tuviera razón cuando en eso escuchó el llamado del a puerta.
-¡Papá! – Gritó Alexander señalando la puerta de la habitación en señal de que quería salir de ahí en busca de su padre.
-Anda, ve a ver. – Dijo la vieja Elroy emocionada, ella no podía correr con la rapidez de la rubia, sin embargo Candy si podía hacerlo, de hecho podía disculpar que la rubia correteara por esta vez dentro de la mansión.
Candy salió con Alexander en brazos, su corazón latía emocionado esperando que el presentimiento de su hijo fuera acertado.
La puerta de la mansión se abrió en el momento que Candy llegaba al final de la escalera. Alexander luchó por bajarse de los brazos de Candy y ella lo complació. Alexander aún no caminaba, sin embargo comenzó a gatear y para sorpresa de todos se levantó alzando sus brazos directo hasta su padre.
-¡Papá! – Gritó el pequeño Alexander emocionado por volver a ver a su padre. Anthony lo miró con emoción, mientras la rubia con sorpresa lo miraba y unas lágrimas caían por fin de sus hermosos ojos, unas lágrimas de alivio contenidas por intentar ser fuerte ante su hijo y su familia.
-¡Anthony! – Dijo Candy aliviada al verlo llegar con su gran y hermosa sonrisa, Alexander caminaba frente a su madre y Anthony corría a ambos con gran alegría.
-¡Los extrañé tanto! – Dijo Anthony levantando a su hijo, sintiendo orgullo porque por fin había caminado por sí solo, mientras abrazaba a su esposa cubriéndola de besos en su rostro. Candy lloraba por fin desconsolada abrazándose a su esposo, Alexander reía por fin y la fiebre desaparecía definitivamente.
La tía abuela los veía desde arriba con una sonrisa de lado, agradecida porque al fin la familia de su nieto estaba reunida. Anthony había llegado justo para la cena, la cual se había retrasado porque habían comenzado tarde a prepararla, sin embargo todo fue mágico para todos.
Anthony abrazaba a su esposa quien estaba a su lado, ninguno de los dos había querido despegarse uno del otro, ni siquiera Alexander quería dejarlos solos. Anthony habló agradeciendo a todos por haber estado junto a su esposa, después se enteraría de todo lo que Candy había pasado en su ausencia y él explicaría todo lo que le había sucedido en esos días.
-Muchas gracias por estar aquí. – Dijo el rubio levantando su copa para iniciar el brindis de aquella navidad. – Feliz Navidad a todos. – Dijo con una gran sonrisa, sonrisa que les avisaba que aquella aventura había terminado y que esperaba que el siguiente año Albert no tuviera ningún reparo en decir que no a algún cliente caprichoso que se presentara.
-¡Feliz Navidad! – Gritaron todos juntos a pesar de que la tía abuela los reprendería por haber levantado tanto la voz.
FIN
Espero que les haya gustado, como les dije antes no tenía nada preparado sin embargo me pareció una buena idea acorde a la época, muchas gracias por leer hermosas
GeoMtzR
20/12/2023
