Capítulo 3
En la escuela, la semana pasó rápidamente, pero en casa las horas parecían no pasar. Erin solía estar sola la mayor parte de la tarde cuando llegaba a casa de la escuela, luego llegaba su madre de "sus ocupaciones vecinales", y más tarde, su padre de la consulta. Su madre trabajaba por las mañanas en el ayuntamiento, pero tres días a la semana, colaboraba con las actividades del pueblo. Era voluntaria en el hospital, en la biblioteca y allí donde hiciera falta. Cuando era niña a Erin no le importaba, solía quedarse en casa de Laura hasta un poco antes de la hora de la cena, que la recogía su madre, pero desde hacía un año, sentía que le importaban más el resto de personas que su propia hija. Y seguía sin entender cómo no se daba cuenta de lo que su marido le hacía por las noches.
Esa semana, Erin era incapaz de concentrarse en cualquier tarea. Ni siquiera el violín, que era lo único que conseguía evadirla totalmente de todo lo que estaba viviendo, había conseguido relajarla lo suficiente. Se sentía en continua tensión (aunque eso no era ninguna novedad), y eso la agotaba mucho más.
Era Jueves, y solamente faltaba un día para poder volver al lago. Debía admitir que le intrigaba mucho ese chico, Aaron.
Lo había visto alguna vez por el pueblo, sabía que su padre era abogado y que tenía un hermano pequeño. Sin embargo, poco más sabía de él. Tenía un aire misterioso que le llamaba la atención.
Escuchó la puerta de la entrada y sintió cómo se le aceleraba el corazón. Miró el reloj de la cocina: las 16:45. Sólo podía ser una persona. Recogió rápidamente sus libros y cuadernos y corrió escaleras arriba. Aunque su padre solía ir a su habitación por las noches, había dos o tres tardes al mes que llegaba temprano a casa, una hora antes que su madre, y siempre aprovechaba para "visitar a su niñita" como solía llamarla en esos momentos.
Erin se sentó en la cama, abrazándose las rodillas. Comenzó a temblar casi sin darse cuenta cuando la puerta se abrió lentamente. Su padre entró despacio, y se sentó a su lado. Sonrió mientras extendía el brazo y acariciaba el pelo de su hija. Fue en ese momento cuando Erin se evadió fuera de su cuerpo.
Cuando Aaron terminó su tarea, pasó un rato jugando con Sean. Su hermano solía hacer que se olvidara de todo a su alrededor. Al niño le gustaba el béisbol, así que solían practicar en el jardín trasero algunas tardes. Solía hablar de que cuando fuera un poco más mayor, se apuntaría al equipo de la escuela. Aaron lo animaba, sabía que llegaría lejos si conseguía alejarlo de las manos de su padre. Sean era más débil que él, y sería devastador para el niño que tuviera que pasar por lo mismo que su hermano mayor.
Afortunadamente para él, Sean parecía ser el favorito de su padre, y eso parecía ser un punto a su favor.
Cuando se hizo tarde, los dos entraron en casa. Sean fue a darse una ducha, y Aaron a la cocina, donde su madre estaba terminando de preparar la cena.
-¿Quieres que te ayude, mamá? -preguntó el chico.
-Mete las verduras al horno. Ya está programado. Y pon la mesa -dijo la mujer sin mirarlo.
El chico hizo lo que le ordenaron, y se tensó cuando escuchó la voz de su padre acercarse con Sean. No lo había escuchado entrar.
-¿Qué pasa, chaval? -Richard palmeó la espalda de su hijo. Parecía que estaba de buen humor.
-Poca cosa -se encogió de hombros mientras terminaba de poner la mesa.
Aaron observó cómo su padre abría la nevera y cogía una cerveza. Se sentó en su sitio esperando la cena mientras hablaba con Sean. Él ayudó a su madre a servir la cena.
Todo parecía ir bien, hasta que Richard dejó sus cubiertos con furia en su plato, asustándolos a todos. Ninguno se atrevió a decir nada.
-Las verduras están frías, y duras -dijo el hombre en tono frío, esperando unos segundos para pronunciar cada palabra y darle más énfasis a su queja.
Aaron tragó saliva, mirando de reojo a su madre. Él metió las verduras en el horno, pero su madre debió de sacarlas antes de tiempo al oír llegar a su marido.
Richard miró a su mujer y estaba a punto de levantarse cuando Aaron decidió intervenir.
-He sido yo. Ha sido culpa mía. Las he dejado poco tiempo y…
No pudo seguir hablando, porque de pronto se encontró con la cara metida en su plato y a su padre sujetándolo, evitando que se moviera.
-¡Pues están heladas! Pero la comida no se tira, no señor, te las vas a comer todas. Y la próxima vez, crudas. Que seguro que también están buenas -gritó Richard con la cara roja de ira.
-¡Basta ya, Richard, suéltalo!
Judy intentaba que lo soltaran, y Sean sollozaba incontrolablemente. Al final, el hombre lo soltó. Aaron tenía la cara manchada de comida, y lágrimas en los ojos, que enseguida se limpió. Se le había quitado el hambre, pero se obligó a comer.
Algún día, esperaba que tuvieran una cena sin incidencias. Hasta entonces, seguiría soñando con eso y aguantando como pudiera.
Estuvo a punto de no ir, pero llevaba toda la semana esperando ese momento, aunque ya no tenía mucho ánimo.
Le habían llamado la atención dos veces en los ensayos de la orquesta, porque era incapaz de concentrarse. Eso le estaba afectando cada vez más, y no sabía que hacer. ¿Y si se lo contaba a su madre? Probablemente no la creería. Amelia adoraba a su padre, y estaba segura que antes que a ella, lo creería a él.
Se asustó y pegó un pequeño grito cuando alguien posó una mano sobre su hombro. Aaron frunció el ceño al ver su expresión mientras se sentaba a su lado.
-Lo siento, no quería asustarte. Pero te he llamado desde lejos y no has respondido -se disculpó el chico.
-Es que estaba pensando, nada más. No te he oído -dijo en voz baja mirando al frente.
-¿Estás bien, Erin? -preguntó Aaron preocupado.
-Sí. ¿Tú? ¿Qué tal tu semana? -preguntó a su vez la chica.
-Normal -respondió encogiéndose de hombros-. Estamos un poco agobiados con los ensayos de la obra, por eso he llegado tarde. Pero por lo demás todo bien.
-¿Estás en el club de teatro? -preguntó Erin divertida con una media sonrisa.
-Sí -no pudo evitar sonrojarse-. Me sugirieron que buscase una actividad extraescolar para mejorar mi expediente, y como no se me dan bien los deportes, ni sé tocar un instrumento y soy un negado para la fotografía…pues sólo quedaba el teatro. Que tampoco se me da tan mal, según la señorita Rowe.
Sólo su madre y Sean sabían que estaba haciendo teatro. Por nada del mundo se lo contaría a su padre. Sabía la opinión que tenía sobre eso, y las consecuencias que tendría para él haberse apuntado a esa actividad, y también, por supuesto, habérselo ocultado.
-¿Y qué obra vais a representar?
-Hamlet.
-¿Eres el protagonista?
-No, sólo soy un secundario. Y menos mal, no creo que pudiera aprenderme tanto papel.
-Oh vamos, estoy segura que eres capaz de eso y más.
Aaron volvió a sonrojarse mientras se encogía de hombros. No estaba acostumbrado a las buenas palabras.
-Mi amiga Laura y yo también habíamos hablado de apuntarnos al club de teatro, pero sus padres encontraron trabajo en Nueva York y se fue el verano pasado. Y yo no iba a hacerlo sola…-terminó en voz baja.
-Pues el curso que viene te apuntas, ya me conoces a mí -Aaron la empujó cariñosamente, haciéndola sonreír.
Estuvieron unos minutos callados, viendo como el sol poco a poco descendía sobre el lago. Luego Aaron se levantó de repente, tomando por sorpresa a Erin.
-Ven conmigo, quiero enseñarte algo.
El pueblo estaba rodeado de un bosque, más frondoso en algunos lugares. Para llegar al lago, desde la casa de Aaron, en una de las rutas había que atravesar una pequeña zona de árboles espesos. El chico no solía ir por ahí, pero dos días antes, al volver a casa, decidió hacerlo. Descubrió, escondida entre los árboles, una pequeña cabaña derruida. Eran apenas unos pocos metros, con el techo y las paredes casi destruidos. Pero suficiente para resguardarse y esconderse de todo.
-¿Qué te parece? Podemos adecentarla un poco, y puede ser nuestro refugio.
-¿Y cómo piensas adecentar esto? -dijo Erin divertida. Pero en el fondo, estaba pensando también cómo arreglarla para que quedara más acogedora.
-Pues…podemos intentar colocar alguna tabla de estas -apoyada en una de las paredes, estaban las tablas caídas de la pared y del techo-. Obviamente sólo en las paredes, y luego…
-Traemos una colchoneta y unas mantas para poder sentarnos -continuó Erin con una sonrisa.
-Exactamente. ¿Ves cómo ya lo ves de otra manera? -contestó con diversión.
-Creo que es una buena idea, pero ahora…-miró el reloj-. Tengo que irme.
Salieron de la cabaña, y Aaron la acompañó hasta el camino que la llevaría a su casa. Fueron haciendo planes de lo que harían en la cabaña, y de que ese sería su lugar de encuentro a partir de entonces.
Al volver a casa, Aaron pensó que había encontrado algo que lo distraería de sus preocupaciones. Tenía obligaciones que no iba a descuidar, sus estudios siempre serían importantes para él; pero quedaba un mes escaso para que terminara el curso y el verano era largo.
También creía que sería bueno para Erin. No sabía qué le pasaba todavía, pero había notado la tristeza en sus ojos cuando había llegado. Eran dos chicos atormentados que se habían encontrado, y que iban a apoyarse en su dolor.
Continuará…
