Capítulo 6

A pesar de que le dolía todo el cuerpo, Aaron se había levantado de buen humor. Había escuchado, cuando todavía estaba en la cama, que su padre se había ido temprano de casa y no volvería en todo el día; y aunque el día anterior, al llegar a casa su padre le había dado una paliza (otra) por su actuación en la obra (lo había notado en su cara al terminar y acercarse a su familia, que probablemente no se libraría de eso), las clases habían terminado y era libre durante el verano para hacer su vida.

Pasaría tiempo con Sean y Paul, pero también con Erin. Podría pasar más tiempo fuera de casa y no vería tanto a su padre; era lo que más le gustaba del verano.

Había madrugado, recogido su habitación y desayunado con rapidez. Luego salió de casa camino a la cabaña. Aunque había quedado con Erin allí un par de horas más tarde, decidió adelantarse. Estaba demasiado exaltado para quedarse en casa.

Se paró en seco cuando entró. La chica dormía profundamente acurrucada en la colchoneta, con la manta tapándole sólo las piernas. Pero lo que más le llamó la atención fue que estaba en pijama. Y rastros de lágrimas mojaban sus pálidas mejillas.

Aaron se sentó a su lado en el suelo, sin saber qué hacer. ¿Debía despertarla o dejarla dormir un poco más? ¿Cuánto tiempo llevaría ahí? ¿Qué habría pasado para que se escapara de casa en pijama?

Seguía pensando qué hacer, sin dejar de mirarla, cuando Erin se agitó en sueños. Comenzó a sollozar, a decir cosas sin sentido y a mover los brazos en el aire. Aaron se acercó a ella y la despertó con cuidado. Le partió el corazón la mirada de pánico de la chica los primeros segundos cuando abrió los ojos. Luego lo reconoció. Él no lo dudó y se acostó junto a ella, abrazándola. Erin lloró en silencio sobre su pecho durante unos minutos, luego se incorporó. Él hizo lo mismo, y con cuidado movió su cuerpo hasta que estaban apoyados contra la pared. Erin apoyó suavemente la cabeza en la pared y cerró los ojos.

-Supongo que querrás saber que hago aquí -dijo con la voz ronca por el llanto.

-Sólo cuando tú estés preparada, pero sabes que puedes confiar en mí. Y te sentirás mejor si lo sueltas.

Ella abrió los ojos y lo miró. Confiaba en él, como nunca había confiado en nadie (estaba segura que ni siquiera le contaría a Laura por todo lo que estaba pasando si su amiga siguiera allí), pero no creía que se sintiera mejor al contárselo. No había nada que hiciera que se sintiera mejor.

-"Mi padre es un monstruo -murmuró desviando la mirada-. Todavía no entiendo cómo alguien, que es un pilar importante en su comunidad, puede hacerle algo así a su propia hija.

Empezó hace algo más de un año, cuando mi cuerpo comenzó a cambiar. Notaba sus miradas, que solían incomodarme; y sus pequeños toques, incluso en el hombro o en la cabeza, me molestaban. No creía que fuera normal viniendo de mi padre. Pero eso no fue lo peor. Ojalá…

Una noche entró en mi habitación…-su voz se quebró, y el chico apretó fuerte su mano-. Al principio sólo quería que lo tocara, o me tocaba él, pero luego quiso más y ahora…"

Erin volvía a llorar, así que Aaron movió su cuerpo para poder abrazarla en condiciones. La chica se aferró a su cuello mientras él acariciaba su espalda para tranquilizarla. No obstante, él también tenía los ojos llenos de lágrimas al escuchar el relato de su amiga. El olor a vainilla del cabello de ella inundó sus fosas nasales, y le dio fuerza para consolarla.

-¿No se lo has contado a tu madre? -preguntó suavemente cuando se separó de él.

-¿Para qué? Sé que no me va a creer. Ella idolatra a mi padre, igual que el resto del pueblo. Además, toma somníferos, así que no se entera de nada por las noches.

-¿Ocurre todas las noches? -preguntó Aaron con horror.

-Prácticamente. Y alguna tarde, cuando llega antes de trabajar y mi madre no ha vuelto. Afortunadamente, eso no ocurre a menudo.

-Oh, Erin, lo siento mucho -la atrajo hacia él y besó dulcemente su frente.

Cuando se quedaron en silencio, Aaron pensó en la situación de su amiga. Creía que recibir palizas de su padre era malo, pero que tu propio padre abuse de ti, es horrible. Ambos estaban rotos, les habían robado la infancia y la inocencia de la peor forma, pero lo más terrible es que habían sido sus propios padres los que lo habían hecho.

-¿Puedo contarte algo más? -preguntó con timidez un rato después.

-Por supuesto. Siempre.

-Yo…he encontrado algo que me ayuda a sobrellevar esto. Sé que no es bueno y que sólo me estoy haciendo más daño, pero me ayuda…al menos durante unos minutos -susurró.

-¿De qué estás hablando, Erin?

Ella se levantó la manga del pijama, dejando a la vista las pequeñas cicatrices. Unas se veían más blancas, las que estaban más curadas y otras con un tono más rosado, indicaban que eran más recientes. Una tirita manchada de sangre indicaba un corte reciente.

-Erin, pero qué…-el chico estiró el brazo y tocó con delicadeza las cicatrices de la chica.

Cuando volvió a mirarla, las lágrimas rodaban por su cara. Pasó sus pulgares por sus pálidas mejillas, intentando limpiarlas.

-¿Te hace sentirte mejor autolesionarte? -quiso saber. Lo preguntó con tanta suavidad que Erin volvió a llorar.

-Sólo es un alivio momentáneo -sollozó.

-No lo hagas, Erin, sólo te estás haciendo más daño, y demostrándole, aunque no lo sepa, que puede controlarte, que tiene mucho más poder sobre tu cuerpo -ella asintió imperceptiblemente ante sus palabras, aunque no creía tener la fuerza para dejar de hacerlo-. Yo te ayudaré a controlarte.

-¿Y cómo piensas hacerlo?

-Ojalá pudiera hacer que no volviera a hacerte daño, pero cuando tengas ganas de cortarte, llámame por el walkie talki y hablamos. Da igual la hora, y da igual que sean diez minutos o toda la noche, hablamos e intentaré que te sientas al menos un poquito mejor.

Erin sonrió con tristeza y luego se aferró a su cuello de nuevo. Él frotó de nuevo su espalda con movimientos lentos y suaves.

-¿Serás mi salvavidas?

-Exactamente, pero prométeme que no volverás a hacerlo.

-Te lo prometo -respondió al cabo de un momento en voz baja.

Después de eso, se acostaron de nuevo en la colchoneta, muy juntos, en completo silencio. En algún momento, se quedaron dormidos, despertándose horas después. El sol, en lo alto del cielo, entraba por el pequeño hueco del techo, indicando que era cerca del medio día.

-Mierda, tengo que irme a casa -dijo Aaron incorporándose.

-Y yo. Pero no pienso cruzar el pueblo en pijama.

Aaron la miró un instante sin decir nada, luego se levantó rápidamente y se acercó a la puerta, abriéndola de golpe.

-Tengo una idea. Espera aquí, no tardaré -y echó a correr hacia su casa.

Al llegar, vio a su hermano jugando en el jardín delantero, y escuchó a su madre en la cocina. Corrió escaleras arriba al dormitorio de sus padres.

Cerró la puerta despacio, y con sigilo, fue hasta su armario. Rebuscó en la ropa de su madre algo que le pudiera servir a Erin, y cuando lo encontró, cogió la mochila de su habitación, lo guardó dentro y volvió a bajar las escaleras corriendo.

-¡Aaron! ¿Adónde vas? ¡Vamos a comer en una hora! -gritó su madre.

-Estaré aquí a tiempo, lo prometo -respondió por encima de su hombro.

Llegó sin aliento y en tiempo récord a la cabaña, y se encontró a Erin como la había dejado: sentada y abrazando sus rodillas. Sacó la ropa y se la entregó.

-Esto te servirá para llegar a tu casa.

-¿Le has robado la ropa a tu madre? -cuestionó con una media sonrisa y un deje de diversión en la voz.

-La he cogido prestada. Te esperaré fuera.

Unos minutos después, Erin salió cambiada de ropa. Debía reconocer que el chico tenía buen ojo para las tallas, porque las mallas le quedaban bien, a pesar de que la camiseta sí le quedaba un poco grande. Llevaba apretado sobre el pecho el pijama.

-¿Te lo guardo en la mochila?

-No hace falta, gracias.

Caminaron en silencio hasta el cruce donde se separaban siempre. Aaron no pudo evitar darle un pequeño abrazo antes de despedirse.

-Te devolveré limpia la ropa mañana -dijo ella en voz baja.

-Llámame esta noche, Erin. Como habíamos quedado ¿vale?

Ella asintió despacio y agitó la mano en señal de despedida. Luego se dio media vuelta y se fue.


Aunque debería de estar durmiendo desde al menos hacía una hora, Aaron no podía estarse quieto. Estaba a oscuras en su habitación, con la única luz que entraba escasa por la ventana, que dejaba ver a escasos centímetros de su cara.

Tenía el walkie talki sobre la almohada, esperando noticias de Erin. Aunque la ausencia de noticias también era una buena noticia ¿verdad? Eso significaba que tal vez esa noche no había pasado nada.

No dejaba de dar vueltas por el cuarto, nervioso pero procurando no hacer ruido. Lo que menos quería era alertar a su padre y recibir otra paliza.

De pronto, el walkie emitió un ruido y él se apresuró a cogerlo.

-¿Aaron? -la voz de Erin estaba rota por el llanto.

-Estoy aquí, Er. ¿Cómo estás? -no contestó, y él se maldijo por preguntar eso-. Supongo que no es la mejor pregunta ahora, lo siento.

-Cuéntame una historia -dijo en voz baja.

-¿Una historia?

-Cualquier cosa para distraerme, por favor -sollozó la chica.

Aaron deseó estar con ella para poder abrazarla y que se sintiera un poco mejor. Paseó la vista por su habitación hasta el escritorio, donde estaba su libro favorito. Cogió el libro y la linterna y se sentó en el suelo.

-¿Estás preparada para perderte en "La historia interminable"?

Encendió la linterna y comenzó a leer.

Continuará…