Capítulo 64
¡Yo convoqué a los Estados Generales!
Era el 23 de Junio de 1789, y dentro del recinto destinado para las reuniones de los representantes de los tres estados, los delegados esperaban la llegada del rey de Francia, mientras que él, en Versalles, se preparaba para partir al encuentro de los representantes elegidos por el pueblo. Lucía sumamente nervioso, y es que no sabía como iban a reaccionar los delegados del primer, segundo y tercer estado a lo que él tenía para decirles.
Definitivamente debía recuperar el control y re-encausar las cosas. Era intolerable que algunos de los diputados se hayan atrevido a crear una asamblea independiente cuando él los había convocado para conformar los Estados Generales. Por más representantes del pueblo que fueran, ellos debían someterse a la voluntad de la corona de Francia, y cualquier acto contrario a ese sometimiento debía ser considerado un acto de rebeldía.
Durante varios días, Luis XVI no había podido tomar una decisión; le atormentaba tener que dar la cara para resolver las cosas e imponer su liderazgo como rey de Francia. Él era un hombre amable, pero sin carácter, debido a ello, había cometido muchos errores, algunos de los cuales lo habían llevado a la situación que ahora atravesaba. No obstante, se había acabado el tiempo y ya no podía seguir escondiéndose detrás de los muros de Versalles, fue por eso que, presionado por su séquito, esa mañana se dirigió al recinto que la compañía B vigilaba con un único propósito: disolver la asamblea nacional y volver a instituir los Estados Generales de la manera en la que siempre se habían llevado a cabo.
- Comandante, ya está llegando el carruaje de Su Majestad. - le informó Alain a Oscar, y tras escucharlo, la heredera de los Jarjayes dirigió su mirada hacia él.
Había llegado la hora. Ella sabía perfectamente que las palabras que les dijera el rey a los representantes de Francia determinaría el curso de los acontecimientos; sólo había dos caminos: el de la unión o el de la confrontación.
Y tras reflexionar unos segundos sobre ello, se dirigió a su tropa.
- ¡Todos en posición! - les dijo.
Entonces Luis XVI, escoltado por el General Boullie, el coronel La Baume y algunos miembros de su regimiento, ingresó a los salones.
- Armand, ingresa al recinto y quédate ahí hasta que Su Majestad termine su discurso. - le ordenó Oscar a uno de sus soldados.
- De inmediato, comandante. - le respondió él, y tras ello, corrió hacia el interior.
Entonces Alain dirigió su mirada hacia ella. La hija de Regnier lucía preocupada, pero él no entendía porqué; era lógico para Alain que el rey tenía que respaldar la creación de la Asamblea General; se supone que todos querían lo mejor para Francia. Sin embargo, lo que el líder del escuadrón no comprendía era que la corte de Versalles no funcionaba de esa manera.
A diferencia de Alain que era un hombre del pueblo, Oscar era una aristócrata que desde que tenía catorce años había permanecido cerca de los reyes en la corte de Versalles. Ella, al igual que André, sabía a la perfección que en realidad no era el rey quien gobernaba: lo hacía su séquito, ya que él se dejaba llevar por lo que le decían sus allegados, los cuales lo dirigían a su antojo y a su conveniencia sin importarles como sus acciones afectaban el bienestar del resto de los franceses.
No obstante, la heredera de los Jarjayes no podía estar segura de cómo actuaría la cúpula en una circunstancia como esa; quizás lo habían pensado bien y habían decidido darle un voto de confianza a la Asamblea Nacional. Claramente los Estados Generales habían resultado ser un fracaso de la forma en la que se estaban llevando a cabo, y tendría sentido que cedan ante lo que ella consideraba la mejor solución a la situación que los aquejaba.
Y mientras pensaba en ello, en el interior del recinto ya se había instalado el trono del rey, aunque aún nadie lo ocupaba.
...
Mientras tanto, en la mansión Jarjayes, Georgette y Marion conversaban sobre cosas cotidianas cuando, de pronto, escucharon unos pasos y salieron al recibidor.
Era Regnier, el cual, después de varias semanas, regresaba a su casa. Había sido enviado a una misión en la frontera con Suiza, pero a pedido del General Boullie, ahora se encontraba nuevamente en Versalles.
- Querido... - le dijo su esposa con una radiante sonrisa. - Pero qué sorpresa, pensé que regresarías dentro de dos semanas. - agregó, y tras ello, se acercó a él para saludarlo con un cálido abrazo.
- Hubo un cambio de planes... - le dijo él, y tras ello, le sonrió a quien había sido su esposa durante los últimos cuarenta y tres años.
- Pues que bueno que ya está por aquí, amo. - le dijo la nana. - El ambiente está muy tenso en la capital, tanto, que la niña Josephine ha escrito una carta expresando su preocupación por la situación de nuestro país. - agregó.
Entonces Regnier dirigió su mirada hacia la anciana.
- No te angusties. Aún no hay razones para hacerlo. - le respondió él.
No obstante, sí habían razones para preocuparse. Él mismo se había sorprendido tras recibir el mensaje de la máxima autoridad del Ejército Francés solicitando su presencia en Versalles y la de su regimiento; solo una situación muy crítica ameritaba que uno de los principales regimientos a cargo de la frontera tenga que dirigir toda su caballería de vuelta a Versalles antes de lo previsto, pero no quería que la abuela lo sepa; ella ya tenía varios años encima y prefería mantenerla al margen de cualquier noticia que pudiera afectar su salud.
- Debes estar cansado... - le dijo Georgette a su esposo mientras tomaba su brazo, y tras ello, se dirigió a la nana. - Marion, por favor, ordénale a uno de los sirvientes que preparen un baño caliente para el señor.
- Sí, mi señora. Enseguida . - le respondió. - Con su permiso. - añadió la nana, y tras ello, se retiró.
Entonces, ya solos en el salón donde se encontraban, Georgette se dirigió a su esposo.
- Regnier, ahora que no está Marion, puedes decirme la verdad. ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué el General Boullie te ha mandado traer tan repentinamente? - le preguntó.
- Aún no me ha dado ninguna orden clara. Todo lo que me ordenó fue que regrese de inmediato, pero es evidente que quiere tener a algunos de los regimientos del ejército cerca de Versalles por si las cosas se descontrolan. - le respondió.
Y tras una pausa, volvió a dirigirse a su esposa.
- Me imagino que ya estarás enterada de que los plebeyos convencieron a algunos de los miembros del clero y de la nobleza para que se unan a ellos y formen una institución paralela a los Estados Generales llamada Asamblea Nacional... - le dijo, y Georgette asintió con la cabeza.
Entonces Regnier continuó.
- Es inconcebible... Podría entender una actitud así por parte de los plebeyos, ¿pero los nobles?, ¿desafiar así el poder de la corona? - exclamó el general.
- ¿Entonces crees que Su Majestad ordenará que se disuelva? - le preguntó Georgette, angustiada.
- Sin ninguna duda. - le respondió Regnier.
A sus ojos y a los del círculo más cercano al rey, lo que había ocurrido era una gran crisis para la monarquía. A esas alturas, ya eran más de doscientos los nobles que se habían unido a la nueva asamblea desafiando la autoridad de la Familia Real.
...
Mientras tanto, a algunos kilómetros de ahí, los delegados esperaban el discurso de Luis XVI. Ya habían pasado varios minutos desde su llegada al recinto donde se encontraban los diputados, pero él aún no salía hacia su encuentro; al parecer se encontraba con algunos nobles que, siendo delegados del Segundo Estado, no estaban de acuerdo con la conformación de la Asamblea Nacional, y azuzaban al monarca para que tenga el valor de disolverla.
De pronto, quienes esperaban en el gran salón, empezaron a notar que la espera estaba por terminar, y tras anunciar su ingreso, Luis XVI caminó hacia su trono.
Los delegados lo observaron expectantes. ¿Qué tendría que decirles?... Ninguno de ellos lo sabía. No obstante, aquellos que habían conformado la Asamblea Nacional no estaban dispuestos a retroceder; Francia ya no tenía nada que perder.
Entonces, con voz temblorosa, el esposo de María Antonieta se dirigió a ellos.
- Señores, yo... Yo convoqué a los Estados Generales... no a algo llamado "Asamblea Nacional" - les dijo.
Y tras unos segundos, empoderado por las palabras de su séquito, su voz se tornó más fuerte.
- Por eso, ¡les ordeno que disuelvan la Asamblea Nacional! ¡Y que discutan separadamente de acuerdo a su clase en los Estados Generales, como antes! - les dijo, y tras ello, les solicitó a todos que abandonen el recinto.
No obstante, los presentes no se inmutaron. Era un hecho, la autoridad del rey ya no significaba nada para muchos de ellos; lo estaban desafiando abiertamente y ahora mirándolo a los ojos.
Entonces, el gran chambelán, que había llegado con el monarca de Francia, se dirigió a él.
- Su Majestad... - le dijo, y junto a él, se retiró del salón.
Tras ello, escoltado por el General Boullie, regresó al Palacio de Versalles.
- ¡Comandante! ¡Comandante! - exclamó agitado Armand, mientras corría hacia el encuentro de Oscar, ya en el patio exterior.
- Armand, ¡qué ha pasado! - le preguntó a su soldado ante la vista de André y Alain, que se encontraban cerca de ella.
- Comandante... ¡El rey ha ordenado disolver de inmediato la Asamblea Nacional! - exclamó.
Entonces Oscar, André y Alain lo miraron sorprendidos.
- Pero eso no es todo. A pesar de que Su Majestad les ordenó a todos desalojar la sala, muchos de los diputados se han negado a hacerlo. Han dicho que no piensan moverse de ahí. - agregó el soldado.
Lo que acababa de ocurrir era muy grave. Los representantes de Francia estaban rebelándose abiertamente hacia la monarquía. ¿Qué va a pasar ahora? - se preguntaba Oscar a sí misma, ante la mirada atenta de sus soldados. No obstante, ella, como comandante de la Compañia B, no podía hacer nada. De alguna manera, el Conde de Mirabeu había dicho algo muy cierto aquel día en el que los representantes encontraron selladas las puertas del recinto donde se reunían; la Guardia Nacional Francesa sólo obedecía órdenes, y hasta ese momento, su orden seguía siendo la misma: velar por la seguridad de los delegados y garantizar el orden en las calles de París, así haya pasado lo que acababa de pasar tan sólo unos minutos antes.
...
Fin del capítulo.
