¡Hola! Les traigo el capítulo, al fin me titulé y ahora soy libre (y desempleada). Espero que les guste, ya entramos en la recta final.
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Cuando se le acercó, detrás de la casona, Sherlock tuvo la certeza de que él lo estaba esperando allí. Cerca del haz de un foco pegado a la pared, Albert Moriarty se erguía en la luz azul del crepúsculo con la postura recta de alguien con formación militar. Sus hermanos menores acababan de irse a buscar presas con las cuales saciar la sed, más temprano que de costumbre. El vampiro seguía allí, en cambio, con la vista en la hilera de árboles, sin premura en darles alcance.
Al llegar Sherlock y plantársele a un lado, volvió la mirada con una tranquilidad que confirmó su sentir.
—¿Me permites unas palabras? —dijo, a pesar de todo intentando ser cortés. Él asintió.
—¿Tiene alguna pregunta, Sherlock? Bueno, debe de tener muchas —habló con distanciamiento, como si se tratara del estado del jardín.
—Este es un lugar muy pacífico, gracias a que está aislado —empezó, sacándose la mano del bolsillo para trazar un gesto con los dedos—, en primera instancia pensé que era precisamente por eso que lo eligieron: acá no tendrían que tratar con personas corrientes y mantener una fachada cada día.
Albert Moriarty le contestó con el silencio, invitándole a proseguir; se giró hacia él para estar frente a frente.
—Pero Transilvania, Maramures más concretamente, no es cualquier campo lejos de la mano de dios, ¿cierto? —dijo con una mueca algo despectiva—. La gente de aquí no se toma a la ligera su historia ni sus mitos, a pesar de lo que pueda parecerle a los turistas. Cosas como los vampiros son tratados con bastante seriedad, y eso lo vuelve peligroso.
—Si es eso, no tiene que preocuparse por la seguridad. Le aseguro que tenemos recursos para prevenir molestias —contestó con una sonrisa condescendiente de labios cerrados—. ¿Por qué no va directamente al punto?
—Ustedes, usted, vino buscando algo a esta región, alguna cosa relacionada a los orígenes de su estirpe ¿me equivoco? —disparó sin dejar de observar su rostro impertérrito— Una cosa por la que no le importa correr riesgos o hacer venir a sus hermanos a los que no veía desde hace mucho.
Y mientras contemplaba cómo esos ojos astutos y ligeramente burlones cambiaban de expresión a una resignada —aún sin atisbo de sorpresa—, volvió a reafirmarse en su conclusión: este hombre era el origen de todo. Incluso sin las demás pistas, Liam ya se lo había dicho: además de sus familiares, jamás conoció a otra criatura de su especie.
—Will dice que es un detective brillante, y como siempre, razón no le falta —elogió, pero al instante Sherlock se percataba del cansancio que empezó a traslucirse en esa voz—. De haber vivido en ese tiempo quién sabe qué habría sucedido.
Así como había hecho él antes, Sherlock no se movió un centímetro y esperó por más. Ya pensaría más tarde en el significado real de la insinuación. Albert inclinó el rostro de nuevo hacia los árboles que ocultaban las colinas y apretó los párpados durante un momento; sonrió apenas al abrirlos.
—¿Qué estaría dispuesto a hacer usted por él, Sherlock? —le preguntó de repente, por poco sobresaltándolo—, ¿sacrificaría todo, incluso su propia vida? No son preguntas retóricas, responda.
Tragó saliva, titubeando. Hizo un rápido repaso de todo lo que le había rondado por la mente desde que puso un pie en Rumania y luego fue hasta más atrás, desde que se dio cuenta de sus sentimientos.
—Por Liam podría hacer lo que fuera —contestó, la boca fruncida—, pero sufriría por mí así como yo lo haría por él y no voy a lanzarlo a una eternidad de dolor a propósito. Ya lo he visto matarse de hambre y he tenido suficiente.
No supo si fue la revelación de que Liam a veces se negaba a alimentarse, pero su respuesta le demudó el rostro. La palidez pareció acentuarse en las facciones mortificadas, en los ojos entornados que veían más allá de él. En un lapso de tres segundos Sherlock entrevió un mar de culpa. Entonces se cerró la compuerta y solo quedó un rostro helado, con apenas una pátina de brillo en las pupilas.
—Entonces usted debería entender —dio un paso adelante, pero Sherlock no percibió amenaza y se forzó a seguir quieto—. Hubo una época en que lo dimos todo por un objetivo en común; ahora solo quiero devolverle lo que le quité.
Así que eso era; sus conjeturas no estaban desencaminadas, pero no le dejaba de sorprender. Debió notarse en su cara la perplejidad, suponiendo que no estuviese leyéndole la mente desde el principio, porque Albert aprovechó para rodearlo, en apenas un parpadeo, y darle la espalda.
—Es todo lo que tengo para decirle. Debería entrar, empieza a hacer frío.
Cuando se dio la vuelta, ya se había esfumado en la noche. No le quedó de otra que llevar sus pasos de vuelta al interior, preguntándose qué tan rápido podrían desplazarse. Era posible que fuesen incluso capaces de levitar, pensó. Pero eso daba lo mismo. Acababa de obtener una pieza crucial de información, y al parecer superado una prueba.
Al abrir la puerta, estuvo a punto de chocar de bruces contra alguien. Sebastian Moran otra vez; a diferencia de la noche en Londres, cuando aún no le conocía, ahora Sherlock ni se molestó en decirle algo. Se apartó justo a tiempo para evitar colisionar y alcanzó a ver que traía el semblante ensombrecido, casi tanto como los ojos negros.
Tuvo la seguridad de que Albert no le diría a su novio acerca de la conversación que sostuvieron, o no enseguida; vio en él tantos sentimientos complicados que incluso si fuese su intención delatarlo, la posibilidad más lógica era que esperase a sacar alguna conclusión antes de abrir la boca. Cuando se reunió más tarde con Liam, pasaron una velada apacible, y el nombre de su hermano no salió a relucir. Se esmeró en no pensar en el asunto, y no le fue tan difícil al distraerse con su presencia.
—Hueles bien, Sherly —le dijo, con una sonrisa lánguida y los los ojos cerrados—. Has estado fumando menos, ¿ya se te acabaron los cigarrillos?
Estaban acostados debajo de las sábanas; Liam se apoyó en su pecho y se quedó ahí, como si fuese el lugar más cómodo bajo aquel tejado donde abundaba el lujo. Sherlock se preguntó si no querría beber de él, pero no lucía excesivamente pálido ni tenso al estar tan cerca de su yugular. Ciñó su cintura y le hizo cosquillas bajo la camisa.
—No te burles, que los de acá son un asco.
—Te traeré chocolates de la ciudad mañana por la noche, te darán más placer que fumar.
—Ya quisieras que fuera tan fácil. Mejor dame otra cosa.
Retozaron entre besos hasta que cayó dormido. En la inconsciencia, sentía el cuerpo de Liam contra el suyo, y no quería separarse de él, pero como si sufriese de parálisis del sueño, no pudo estirar ni un dedo para impedir que se marchara. Al cabo de un rato la frialdad lo invadió y dejó de soñar.
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—¿Por qué le soltaste todas esas cosas?
Albert había escuchado sus pasos airados desde que salió por el vestíbulo, pero no se volvió entonces y tampoco lo hizo ahora; también fue capaz de oírlo cuando permanecía en la oscuridad espiando junto a la ventana que daba al jardín. Le concedió ese capricho. Y ahora se quedó al amparo de los árboles en la linde del bosque, mirando su propia mano bajo la luna como si no le perteneciera. Entonces Moran insistió, más ofuscado todavía.
—Oye, te hice una pregunta. ¿Qué mierda planeas al darle información a ese tipo? —En una zancada llegó hasta Albert y le tomó por el hombro con brusquedad.
En un segundo, antes de que pudiera obligarlo a darse la vuelta completamente, aferró la muñeca y se la quitó de encima con el puño duro como el hierro. Le bajó el brazo con una facilidad apabullante, a pesar de su corpulencia.
—Ya está implicado, no importa lo que haga —dijo. Todavía tenía sujeto el antebrazo de Moran, sus uñas se hundieron en él como si fuera gelatina. El aroma espeso de la sangre le subió a la nariz—. Y esa fue decisión de Will en primer lugar.
El rostro de Moran era una amalgama de emociones caóticas, convulsas, apenas reprimidas. Arrancó la mano de su agarre con todas sus fuerzas, sin preocuparle que al hacerlo consiguiera infligirse un largo y profundo rasguño.
—William estará confundido —replicó con la mandíbula tensa. Albert le mostró la sonrisa más desenfada que podía darle, los colmillos acariciando sus labios.
—¿Vas a cuestionar el juicio de mi hermano ahora, después de todo lo que has hecho para servirle? —dijo, observándole de arriba abajo con desdén—. Es algo que nunca esperé de ti, coronel Moran. Aunque ya es bastante tarde, por si no te has dado cuenta de donde estás.
Las manos del hombre frente a él temblaron, levantó de nuevo la diestra de metal. Albert podía percibir sus intenciones de tirarle por el cuello de la camisa y asestarle un golpe, pero al final lo estampó contra el tronco que tenía más cerca. El árbol se remeció con un siseo hasta la copa y una lluvia verde les cayó encima.
—Si hacerlo no acabara conmigo mismo, tal vez ya no tendrías nada arriba del cuello —gruñó.
—Parece que jugar al cazador te está afectando, ¿tanto lo extrañabas desde tu tiempo en la India? —rio Albert entre dientes—. Pero es bueno que no pierdas de vista que continúas siendo un ser humano.
Vio la furia bullir en sus ojos oscuros una última vez, un destello de ferocidad antes de darse la vuelta e irse. Había acallado sus pensamientos, y aunque Albert hubiese podido tomar su sangre por la fuerza y leerle, eligió dejarlo marchar. Aquella noche tenía suficiente con su propia oscuridad para sumergirse en la de otros seres.
No partió a alimentarse por su cuenta, sino que abrazó el dolor de sentirse hambriento, de que su carne le recordara que su condición no era muy distinta que la de una alimaña que pende del techo de una cueva. Se encerró en el sótano, donde permaneció con las palabras de Sherlock Holmes como un eco fantasma. Recorrió las páginas que había escrito tantos años atrás, de las que fue incapaz de desprenderse porque le recordaban los pecados en contra de los suyos, y antes de que la debilidad del amanecer le indujera a desistir, cerró la tapa y partió escaleras arriba. Abandonó las anotaciones sobre el escritorio de la biblioteca, convirtiéndose una vez más en un traidor.
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¿Qué clase de chocolates iría a regalarle? Se preguntó mientras apagaba un cigarrillo, sin apenas haberlo aspirado, contra el cenicero de la mesa. El viento del mediodía era tibio en Barsana, atravesaba los setos del jardín del restaurante y agitaba luego la servilleta junto a la tacita de café. Le había pedido a su guía dejarlo solo en la aldea, aduciendo trabajo remoto. Volvería para recogerlo cuando pasaran de las cuatro. Observó el teléfono, asegurándose de que tenía conexión. Habían transcurrido dos días, tiempo suficiente para la búsqueda. Podía marcarle o esperar; se decantó por lo segundo para poner en orden sus ideas.
Albert Moriarty había mencionado un antiguo "objetivo" que les unió. Sería el mismo para el que Liam habrá necesitado la ayuda de Sebastian Moran, y de seguro la cooperación de un número considerable de personas. Una conspiración, un atentado; tenía que ser un hecho de naturaleza criminal. Aunque no era eso lo que le remordía la consciencia a su cuñado, pero sí la clave para entender lo que eran ahora. En algún punto todo debió torcerse de forma irremediable, hasta que acabaron mezclados en este lío sobrenatural.
Tomó otras dos tazas de café antes de que el teléfono sonara, y cuando lo hizo saltó en el asiento. Un par de personas que almorzaban cerca le miraron, pero Sherlock solo prestaba atención al remitente. Entornó los ojos y contestó.
—¿Lo hallaste? —dijo ahorrándose los saludos.
—Te saldrá caro, ¿sabes en cuántos periódicos viejos revisé? —se quejó el chico. Su voz parecía que le llegara desde un túnel o una cueva—. La página se cayó dos veces y tuvimos que ir en persona.
—Pues bien, para que no pierdan la costumbre. Y a lo importante, Wiggins, que no tengo todo el día.
Después de soltarle un par de palabrotas, le hizo un resumen escueto de los datos que él y los otros chicos recopilaron de la Biblioteca del Museo Británico*. Sherlock fue apretando la mano libre conforme lo escuchaba y dejó de sentir la brisa. Al terminar prometió mandarle una copia de los archivos, siempre y cuando le enviara la mitad del pago. Apenas se dio cuenta de cuando cortó la llamada. Los retazos de información rebotaban dentro de su cabeza, confundiéndose con recuerdos de Liam. Con lo que creía conocer de él.
Dejó dinero sobre la mesa y se levantó. Tenía que regresar a la residencia Moriarty.
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—¿Qué te parece salir de nuevo hoy? Quiero hablarte de algo —le había dicho a Liam en cuanto dejó la habitación esa noche. La propuesta no habría sido tan inesperada sino fuese por la seriedad con que se la hizo, y porque resultó obvio que estuvo esperándole delante de la puerta. Su novio le contempló por un instante.
—Demos un paseo por las colinas.
No hubo ningún beso con la excusa del saludo, solo un momento de contemplación mutua en medio del pasillo, y se habría vuelto incómodo de no ser porque se ausentó para hablar con su hermano menor antes de salir. Le pidió a Sherlock que se adelantase y él bajó. No pudo avistar a Albert por ningún sitio, pero casi hubiese estado esperando toparse con su mirada acusadora desde el umbral de la sala. Unos ojos llenos de secretos.
La tarde que acababa de culminar, cuando regresó del pueblo, lo hizo con la fuerte convicción de que obtendría un nuevo hallazgo. Después del reporte de Wiggings, la mitad del rompecabezas se ensambló, pero aún carecía del otro punto de vista de la historia. No podía enfrentar a Liam sin comprenderlo de verdad; sería faltarle el respeto. Consideró abrir las cerraduras e ingresar a los dormitorios faltantes y en el sótano, a pesar de los riesgos de transgredir el sistema de seguridad. Planeaba ingeniárselas para mantener ocupada a la sirvienta y terminar antes del crepúsculo o de que irrumpiese Moran, como la vez pasada.
Al final, no le hizo falta ningún ardid.
Cuando transitaba por el segundo piso, divagando sobre su siguiente movimiento, se percató de que la puerta de la biblioteca estaba entornada. No era algo común; cada uno de los cuartos en aquella casa estaban siempre cerrados, con o sin llave. Al menos así fue durante las casi dos semanas de estadía que llevaba. Sabía también que la muchacha no se metía a limpiar en los espacios del segundo piso con regularidad. Debía tener un significado, una señal que no podía ser para ningún otro.
Descubrió la anomalía de la estancia apenas entró: un libro de cubiertas desgastadas justo al lado del retrato de los hermanos Moriarty. Cada objeto estaba en su lugar excepto ese. Ni siquiera habían huellas de pisadas en la alfombra, ni cabellos sobre los cojines del sofá. Justó como pensaba, una recompensa por superar una prueba. No cometió el error de quedarse a ojearlo allí; se lo guardó dentro de la chaqueta y regresó a su propio dormitorio en donde lo examinó por varias horas.
«Yo, Albert James Moriarty, dejo este registro de mi fracaso personal como hermano y ciudadano de este país. He hecho algo imperdonable, invoqué una pesadilla de la que ya no puede despertar». Iniciaba así, con letras refinadas sobre el papel amarillento, delgado como alas de polilla.
Abrió los ojos cuando la mano de Liam rozó la suya, junto al cobertizo. Lucía tan cándido cuando levantó la vista hacia él, con la dulzura en los ojos de una sonrisa que apenas iba formándose en sus labios rosas. Le instó a subir al auto negro, cuyo motor ya había puesto en marcha.
—¿Estás cansado de estar aquí? —Inquirió su novio, ojeándolo cuando cruzaban el sendero que llevaba a la carretera principal— No te culparé, sé que no es fácil lidiar con el aburrimiento cuando no hay estímulos.
—Aprendí unas cuantas cosas, así que no es como que fuera pérdida de tiempo —dijo tras un instante, y se lo pensó antes de añadir: —Para ti, en cambio, parecer ser un lugar menos placentero con cada día que pasa.
No lo pretendía, pero mientras se deslizaban con solo el ruido suave del motor y del viento interponiéndose entre sus voces, sus palabras cayeron sobre él como dardos. Liam recibió el ataque sin moverse ni levantar la mirada del horizonte.
—Es como dijiste la otra noche; no es un lugar fácil para nosotros. Lo he meditado y me preocupa.
—¿Planeas que nos vayamos pronto?
—Sí. La semana que viene ya serán tres…
Liam estaba mintiéndole como un profesional, y aunque debería haberle enfadado, le traía dulces recuerdos de cuando lo conoció y se propuso desnudar su naturaleza. En lugar de ser arrogante, debió comprender que aquello no iba a tener fin; siempre hallaría más velos esperando ser alzados, más ataúdes que desenterrar. Pero entonces estaba divirtiéndose tanto con la conquista que no pensó en lo que significaría para él ser expuesto de incontables maneras. El dolor de las viejas heridas, supurantes aun tras una centuria.
Frenaron muy cerca de Botiza; Liam estacionó a un costado y de pronto se vieron en medio del inmenso paraje ondulante con luces lejanas. El alumbrado público junto a la carretera constituía la mayor iluminación en aquella boca de lobo, además de los focos del coche. Al bajar, Sherlock estiró los brazos y dio unos pasos hacia el abismo de hierba. Hubiese preferido otro escenario, pero no podía a arriesgarse a interrupciones humanas o vampíricas. Extendió la mano hacia atrás, sin verlo, y pronto sintió el abrazo fresco de su piel.
—Sentémonos bajo las estrellas —propuso, tirando de Liam.
—Están cubiertas por las nubes, Sherly. Además, nos mojaremos la ropa.
—Al menos deja que lo intente, la ropa ya la secaré en la chimenea de tu hermano.
Dirigió sus pasos hacia un par de árboles sin hojas, en cuya dirección el terreno se empinaba y ofrecía un montículo en donde descansar. Estaba a punto de alcanzarlo cuando Liam se plantó como si las piernas se le hubiesen transformado en columnas de cemento y se negó a dejar que lo arrastrara. Los dedos se aflojaron.
—Tienes algo que decirme —dijo, con una voz que le pareció muy solitaria en medio del prado—, ¿no es más importante eso que una cita bajo las estrellas?
Liam se las arreglaba para hacerle sentir acorralado a pesar de ser él el detective, no iba a consentirle hacer las cosas a su manera.
—Desde que te conozco me has retado a que descubra lo que eres —suspiró, girándose para verlo—, aunque te cierras en banda cuando te pregunto algo. He ido detrás del acertijo, así como querías —bajó la vista, pero ahora no podía callar—. Ya sé que fue tu hermano quien te convirtió en este ser. También descubrí el secreto que les une, los crímenes que cometieron hace un siglo contra la aristocracia británica. En el registro que hallé consta un nombre por el que se te llegó a llamar antes de desaparecer…
Se detuvo. La sorpresa se manifestó en el rostro de Liam con fuerza sorda; la boca se le quedó rígida y el resplandor rojizo de sus ojos se aplacó, como sangre que se cristalizara debajo de los párpados. Quizás no estuviera del todo vivo en el sentido humano de la palabra, pero nunca le había parecido más un cadáver que en aquel momento.
—Lord of crime —continuó ante su silencio, en voz más baja—, así es como te nombraron en la prensa.
—Y ahora que lo sabes —dijo él, sin elevar apenas la voz—, que sabes que solía ser un demonio incluso cuando era una persona, ¿qué pretendes hacer?
—Ya saqué mis conclusiones, aunque apreciaría oír tu versión —contestó Sherlock, algo contrariado por su comentario—. ¿Qué es lo que esperas de mí exactamente? ¿Que te dé caza como se estila por estos lares?
Intentó tomar su mano otra vez en un gesto casi inconsciente, pero él se alejó propinándole un manotazo.
—No te obligaré a rebajarte a ese nivel, detective Sherlock Holmes. Aunque tampoco espero tu piedad. —No le había hablado nunca con voz más gélida; cortaba como el filo de sus caninos, medio visibles cuando movía los labios—. Todo lo que leíste es cierto, no negaré ni una palabra. Arrasé Londres y teñí sus calles con la sangre de mis víctimas.
Pese a su rechazo, tenía la fuerte sensación de que debía retenerlo como fuera, aunque también de que se evaporaría como una nube de humo si estiraba los dedos para tocar la manga de su abrigo café. Le contempló con gravedad; deseaba que escuchase lo que salía de su corazón.
—No me harás creer que lo hiciste por gusto. Sé que no. Mi opinión de ti no ha cambiado en lo fundamental.
Había dolor reflejándose en su cara, pero como una criatura herida rehuyó sus ojos y contacto. Retrocedió hasta que las sombras le ocultaron lo suficiente.
—Cometes un error al creer que lo sabes todo sobre mí solo porque te he permitido la entrada a mi mundo. Debes volver; un día te parecerá que todo fue un mal sueño. —Y se esfumó delante de su mirada, una sombra negra que se expande y se mueve más deprisa de lo que sus sentidos podrían procesar en la penumbra.
—¡Espera! ¡Vuelve aquí, Liam! —exclamó sintiéndose como un imbécil por estar gritando en medio del páramo boscoso. Estuvo convencido de que incluso si le podía oír (lo que era bastante posible) le ignoraría. Corrió hacia la carretera; encontró la llave del vehículo insertada en la ranura.
Se dejó caer en el asiento del conductor después de tomarla. Quería azotarse la cabeza contra el volante. Aunque lo persiguiera nunca sería capaz de atraparlo mientras el manto de la noche lo ocultara. Se sintió profundamente decepcionado de sí mismo, como si hubiese cometido el peor error de su carrera. No tuvo mucho tiempo de autocompadecerse (cosa que podía agradecer), porque en menos de dos minutos unos ligeros pero insistentes golpes en la ventanilla le exigieron atención.
Era Louis, al que en las sombras hubiese podido confundir con Liam si no fuese por el destello que emitieron sus anteojos cuando se inclinó para emitir una orden:
—Deme las llaves y muévase. Yo conduciré de vuelta.
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Biblioteca del Museo Británico: De verdad guarda un registro de periódicos antiguos hasta la fecha y pueden consultarlos en línea (aunque da solo un par de páginas gratis, luego hay que pagar una suscripción). Yo lo probé mientras escribía este capítulo ingresando en fechas de 1880 al azar. Este es el link del repositorio virtual:
britishnewspaper archive. co. uk/
