II
Acuclillada detrás de la mesa, la joven inglesa se llevó una mano al pecho en un intento por calmar el latido rápido de su corazón.
El movimiento para esconderse fue precipitado y francamente infantil, pero no se le ocurría otra cosa por hacer cuando un jodido fantasma se aparecía ante ella.
Nunca había visto uno antes, ni siquiera creía en esas cosas, ¿por qué le pasaba esto ahora? Cerró los ojos, tratando de ordenar sus ideas dispersas, ¿sería un síntoma de estrés? ¿se estaba sobre exigiendo? ¿su situación emocional tendría algo que ver? Por supuesto, pensó, finalmente su cerebro había colapsado y ahora la bombardeaba con visiones imaginarias de fantasmas extranjeros ceñudos de hombros anchos y brazos fuertes.
Que ridículo, Hermione Granger.
—¿Qué estás haciendo?
Hermione soltó un chillido estridente y poco favorecedor cuando escuchó la voz profunda hablándole desde lo alto. El producto de su imaginación estaba inclinado sobre la mesa, mirándola con sospecha mientras ella se desparramaba en el piso. Las cejas oscuras se movieron con desconfianza.
—¿Seguro que no estás ebria?
—¡Basta! ¡Es suficiente! ¡Detente ahora mismo!
Obligó a sus piernas a ponerse de pie, apoyando las manos sobre la encimera. Por el rabillo del ojo, vio al hombre enderezarse. Cerró los ojos con furia.
—No estoy loca para inventar amigos imaginarios —se regañó a sí misma, obligándose a volver a la cordura—. Cuando abra los ojos, no habrá nadie conmigo en la cocina. Ningún extranjero entrometido preguntando si estoy ebria.
Respiró hondo, contando hasta diez en su mente. Abrió los ojos con cuidado cuando llegó al número final.
El fantasma continuaba a su lado, aunque ahora llevaba una expresión de perpleja diversión pintada en las facciones.
—¿Terminaste?
Maldita sea.
—Está bien —acordó, pasándose las manos por los rizos despeinados—. Obviamente estoy demasiado cansada para que mi cerebro esté jugando a recrear…cosas.
—¿Crees que soy una recreación?
Había un tono de genuina duda en su voz.
—Por supuesto. Es la explicación más lógica, porque la otra significaría que estoy hablando con un fantasma, y me niego a creer en eso.
La recreación bufó, no impresionado.
—Estás siendo ridícula —acusó, volviendo a cruzarse de brazos y levantando una ceja en su dirección—. Tendría que estar muerto para ser un fantasma, y ciertamente no lo estoy.
—Eso es lo que diría un fantasma.
—Проклятие —se quejó—. Mira, tal vez te parezca divertido, pero sigues en mi departamento y necesito que te vayas.
Hermione lo miró con los ojos bien abiertos.
—¿Qué dijiste?
La recreación rodó los ojos, viéndose exasperado.
—¿Estas sorda? Dije que tenías que salir.
—No, no —Hermione agitó las manos ante ella—. Antes de eso, la primera palabra, ¿qué fue?
—Проклятие?
—¡Eso! ¿Qué idioma es?
—Búlgaro.
Los ojos marrones de la mujer se abrieron todavía más.
—No puede ser cierto —argumentó, negando para sí misma—. No sé una palabra de búlgaro, ¿por qué hablarías ese idioma?
Él no se veía impresionado.
—Nací allí.
—¡Te inventó mi cerebro! —chilló, tirando de su cabello—. No puedo inventar idiomas que no conozco.
—Y aquí vamos de nuevo…
Resuelta, Hermione se alejó en dirección a su habitación. Aquello era demasiado para tratar de procesar. Necesitaba dormir y darle un descanso a su cerebro aletargado.
—¿Qué haces…?
—Voy a descansar hasta que mi cerebro deje de proyectarte —respondió, a medio camino de la habitación—. Espero que al levantarme ya no estés en esta sala. Un gusto haberte conocido, seas quién seas.
—¿Estás ignorándome?
Ella lo hizo.
La recreación se molestó.
—¡Llamaré a la policía!
—¡Haz lo que quieras! ¡No existes!
.
Se despertó dos horas más tarde.
Con cuidado, se asomó a la puerta de la habitación y escudriñó el pasillo. No se oía nada en la sala. Caminó en su dirección solo para encontrarla vacía. Tampoco había nadie en la cocina, ni en ningún rincón de la casa. Dejándose caer en el sofá, se frotó los ojos y suspiró agradecida.
Tal vez lo que necesitaba era una distracción. Bien podría darse una vuelta por el parque, o pasar a la librería que había encontrado la primera semana.
Animada con sus planes, se levantó para cambiarse, dispuesta a dejar atrás su episodio de casi esquizofrenia.
.
.
Arrebujada en el sillón con el nuevo libro sobre las rodillas y un cuenco de papas con salsa al alcance de la mano, Hermione se dispuso a pasar una tarde de sábado pacífica y sin altibajos, olvidándose de las tontas alucinaciones cerebrales que había sufrido los días anteriores.
Le dedicó un último pensamiento al hecho de que fuera búlgaro, ¿en serio? Antes de sumergirse en la lectura.
Iba llegando a la página cien cuando la voz proveniente de la esquina del sillón la sobresaltó.
—Pommes Rot-Weiß no es una opción saludable.
No de nuevo.
Hermione cerró los ojos tras las páginas del libro. No con ira, pero sí mucha frustración consigo misma. Ni siquiera tenía que levantar los ojos para saber quién estaba al otro lado del sofá.
Era irónico, pensó, que su cerebro decidiera crear una alucinación de un tipo extranjero alto y fuerte, con una apariencia obviamente atlética que además sermoneaba sus opciones de comida. ¿Tal vez su subconsciente trataba de decirle algo?
Frustrada, tomó otra porción de papas y se las metió en la boca, de la misma manera en que había visto a Ron comer. El pensamiento provocó una mueca de desagrado, pero estaba decidida a ignorar la molesta alucinación. Se concentró en las letras impresas.
—Y una Hofbräu Original es mejor que una Hacker-Pschorr Weisse.
Había un toque de burla en la voz entrometida, pero ella se negó a morder el anzuelo. En vez de ello, estiró la mano y cogió la botella de cerveza, tomando un largo trago. Se limpió los labios con la manga y esbozó una ligera sonrisa ante el silencio. Si una tonta alucinación creía que podía sacarla de sus casillas, entonces su cerebro estaba muy equivocado.
Lo cual era muy extraño, pero ella tomaría cualquier ventaja, incluso consigo misma.
—Entonces sí eres una ebria.
Suficiente.
Sus rizos se movieron con energía cuando se enderezó, las rodillas bajaron y su mirada se conectó con la del molesto ser sentado al otro lado del sillón. La alucinación estaba apoyada contra el respaldo, casi con indiferencia, mientras sus ojos oscuros la miraban.
Hermione lo odió. Odió su buena apariencia, sus comentarios sarcásticos y su desgastadora insistencia por aparecer en su casa hablando en idiomas extraños y exigiendo cosas irreales. Odió a la parte creativa de su cerebro por crearlo, como si no tuviera suficiente ya en su plato.
—Está bien —respiró, tratando de estabilizar sus palabras—. No sé por qué sigo viéndote aquí, pero esto tiene que parar. Estoy llena de trabajo y vine aquí a aprender, no a jugar con amigos imaginarios creados por mi cerebro cansado. Tengo cosas importantes por hacer.
Él levantó ambas cejas.
—¿Allanar propiedades ajenas?
—¡No estoy…! —Hermione se erizó, apretando el pobre libro entre sus manos antes de que lograra controlar su arrebato de rabia—. Este es mi departamento, estoy alquilándolo y tú no existes —Trató de razonar.
Su alucinación le frunció el ceño, algo que parecía ser característico en él. Genial.
—No. Lo compré el año pasado y jamás lo he alquilado. —Luego pareció pensar en su última frase—. ¿Cómo podría no existir? Vivo aquí, estás hablando conmigo.
¡Eso es!
Hermione saltó de su posición sentada, equilibrándose precariamente frente a su alucinación. Una sonrisa grande se abrió paso en sus labios cuando encontró el argumento perfecto. Si lograba convencer a la alucinación de que era, bueno, una alucinación, sería como convencer a su cerebro de que aquello no era real. Se curaría a sí misma de sus delirios.
El hombre la miraba extrañado. Ella no se amainó.
—Estás hablando conmigo —comenzó, ansiosa por hacer valer su teoría—, pero ¿has hablado con alguien más?
El extraño resopló, rodando los ojos levemente, como si la considerara tonta.
—No vivo escondido en cuatro paredes.
—Sí, pero ¿cuándo? —apuró, acuciosa.
Él abrió la boca para contestar, pero luego sus ojos se entornaron y la cerró, cavilando. Hermione levantó ambas cejas, luchando por controlar su sonrisa de suficiencia.
—Hablé con…el portero.
—¿Cuándo?
Le dio una mirada oscura, con sus cejas bajas en la frente, pero continuó.
—Lo saludo todos los días.
Ella no perdió el ritmo.
—¿Cómo se ve?
—Él es… —esta vez, la alucinación se cruzó de brazos, perdiendo el hilo de sus palabras de nuevo. Pareció cavilar para sí mismo.
—¿Y?
—Estoy recordando.
—¡Ajá! No lo sabes porque no lo conoces. —Estaba jubilosa.
—Глупости.
Se calmó un poco ante el uso del aparente idioma extraño. Ese era un punto controversial en su teoría, pero no estaba dispuesta a darle demasiada importancia, no cuando ya casi lo tenía en jaque.
—Mira —dijo, tratando de sonar conciliadora—. Sé que crees que eres real, y que estoy siendo grosera al irrumpir en tu departamento sin tu permiso. Pero no existes, eres un invento de mi cerebro, ¿entiendes? Estoy con mucho trabajo últimamente, y me mudé hace poco al país; de seguro mi cerebro te creó para solventar un poco mi soledad. Como cuando somos pequeños e inventamos amigos imaginarios.
Trató de no pensar en lo estúpida que se vería explicando la creación de una alucinación a la propia alucinación. Esperaba no tener que contar eso jamás a ningún psicólogo tampoco.
Su creación parecía estar contra las cuerdas. Sintió un poco de pena, pero no era alguien real, no tenía por qué preocuparse por él.
—No hay nada aquí que sea tuyo —continuó—. Lo siento.
Él pareció desinflarse. Hermione imaginó que se haría pequeño, disminuyendo hasta desaparecer. Tal vez sucedería como en los cuentos de duendes que leía de pequeña, él simplemente haría "plim" y se iría en un estallido de brillos. O tal vez solo se desvanecería, como la primera vez que lo vio salir por la puerta. Una parte escondida dentro suyo se movió incómoda ante la idea de no volver a verlo, tal vez era la misma que lo había conjurado, preocupada por su soledad.
Meneó la cabeza, no queriendo continuar con esa línea de pensamiento.
La aparición se puso de pie, Hermione retrocedió. Vio cómo su mirada oscura vagaba por la sala, viajando a través de los muebles y las ventanas. Se detuvo en el alféizar donde lo encontró la primera vez.
—Hay algo. —Sus pasos enfilaron hacia la ventana, Hermione frunció el ceño.
—¿De qué estás hablando?
—Aquí. —Se agachó junto al compartimento secreto y lo abrió—. Guardé algo aquí.
El libro que encontró la primera semana estaba entre sus manos. Hermione abrió los ojos, asombrada; se había olvidado del hallazgo. Lo vio hojearlo con seguridad hasta llegar a la página que contenía la dedicatoria.
—Es un regalo de mi баба. Aquí está su dedicatoria, y mi nombre.
Indicó el nombre extranjero garabateado en la esquina. Hermione se encontró avanzando a zancadas hasta su lugar, sin poder creer lo que él decía. Su boca se abrió sin su permiso para preguntar.
—¿Qué es lo que dice?
Él se lanzó en una lectura en el idioma original que ella no entendió, pero supo apreciar la belleza de las palabras extranjeras. Luego levantó los ojos hacia ella.
—Habla de un ave enjaulada que convence a los niños para que le abran la jaula. Es un poema.
Hermione abrió y cerró la boca, insegura acerca de su siguiente frase. Pensó que había resuelto el misterio de su alucinación, pero esto era un traspié. No había manera en que su cerebro creara una alucinación tan realista, utilizando elementos que ella no conocía.
Sus ojos marrones fueron al garabato de la esquina. La pregunta brotó espontánea.
—¿Cómo te llamas?
—Viktor.
