(Los diálogos escritos en cursiva corresponden a conversaciones habladas en alemán. Realmente solo son dos líneas miserables, pero debía aclararlo)

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Viktor no era un producto de su imaginación.

O al menos, no de su creación. Tenía una existencia propia, como había demostrado, lo cual solo complejizó más su situación. Si ella no lo estaba proyectando, entonces no podía negar lo evidente: él era un fantasma. O un alma en pena, como las llamaba su difunta abuela. Personas que aún no cruzaban el velo hacia el otro mundo por tener cosas pendientes en la tierra.

Hermione nunca se imagi nó creyendo en esas teorías religiosas. Pero ante la evidencia con forma de un búlgaro treinteañero apareciéndose en su departamento y viéndose demasiado cómodo con el ambiente, tuvo que admitir la derrota.

Mientras caminaba por una de las calles antiguas, pensó en él. No se había presentado desde su última conversación con la evidencia del libro. A pesar del genuino asombro e incredulidad, ella le había hecho ver que, si bien la teoría del amigo imaginario estaba descartada, él no era del todo real. No estaba vivo.

Recordó su mirada molesta mientras ella planteaba sus argumentos.

«Solo estás aquí y hablas conmigo».

No pudo argumentar contra eso. A pesar de que el fantasma...no, Viktor, así dijo que se llamaba; a pesar de que Viktor recordaba a su abuela, no tenía recuerdos más profundos de su familia ni sobre sí mismo. No sabía nombres ni locaciones.

«Creo que estás muerto —había dicho ella— y tu alma se quedó atrapada aquí por algún asunto inconcluso».

La idea era escalofriante. Vivir en un departamento embrujado no era lo que uno planearía al irse al extranjero, aunque de cierto modo podría haberlo esperado: el alquiler era demasiado bueno para ser cierto.

Estaba barajando la posibilidad de mudarse, pero solo le restaban poco más de cuatro meses para acabar su estadía allí, mudarse a esas alturas sería un dolor de cabeza, ni hablar de encontrar otro lugar agradable y asequible. Bien podría simplemente acostumbrarse, o hacer algo para liberar al fantasma de su prisión terrenal. Pero ¿qué?

Sus ojos se anclaron a una de las viejas vitrinas que daban a la calle, era estrecha y un poco polvorienta, como esas tiendas de antigüedades esotéricas que pululaban también en los barrios de Londres. Sahumerios y chucherías con símbolos colgaban de las paredes, y Hermione se encontró atraída. Decidió echar un vistazo en el interior.

Parecía una pequeña librería. Dos sillones de trapo estaban frente a una pared repleta de libros no convencionales (ella no reconoció ningún título) mientras que el resto del espacio lo ocupaban diversos implementos que iban desde velas de colores, atados de hierbas, calderos de hierro, cristales colgantes, amuletos y muchos frascos de vidrio esparcidos entre papeles amontonados al azar.

Una rama de incienso humeaba en la pequeña mesa junto a los sillones, en uno de los cuales una chica joven estaba absorta en un libro grande.

Hermione se aclaró la garganta. Los ojos azul claro de la joven se elevaron hacia ella, parada de pie de manera incómoda en el umbral.

—Oh —dijo la muchacha, cerrando el libro sobre sus piernas—. Bienvenida.

Sus palabras estaban en inglés, y Hermione se preguntó qué tan obvio era su nacionalidad en el país alemán. La chica le sonrió y ella hizo un ademán con la cabeza, tratando de entender qué buscaba en un lugar como ese. Su mirada se desvió hasta la pared de libros.

—¿Algo especial que busques?

—No. Solo...echaré una mirada. Si no te importa.

La joven sonrió, sin rastros de molestia en su rostro pálido.

—Por supuesto.

Había una sección completa dedicada a los fantasmas y almas del otro mundo. Hermione los hojeó, sin sentirse del todo segura de qué esperaba encontrar en sus páginas. Al mismo tiempo, se sentía tonta por estar metida en una tienda como esa, ella, que siempre se había jactado de su racionalidad. Meneó la cabeza mientras devolvía un libro al estante.

—¿Quieres aprender sobre fantasmas?

La voz etérea detrás de ella la sobresaltó. Giró la cabeza para encontrarse con la mirada divertida de la chica de la tienda.

—No todo el mundo cree en ellos, pero existen, ¿no? —se paró a su lado, mirando hacia los tomos de los libros alineados—. ¿Ya has visto uno?

Hermione pasó saliva. No quería admitir abiertamente que estaba viviendo con uno, pero mentir se sentía demasiado falso. Y, después de todo, ella estaba hojeando libros sobre el tema.

—Es un tema interesante —acordó, sin querer hablarlo del todo.

A su lado, la rubia asintió. Sus manos pálidas se levantaron para tomar un libro viejo, encajado en una de las esquinas. Se lo tendió.

—Este es bueno —aseguró—. Tiene todo lo que hay que saber sobre ellos.

La portada estaba gastada y se veía que el cuero tenía años, pero fuera de eso, el libro se mantenía en perfectas condiciones. Hermione levantó una ceja, sin saber si quería continuar con su investigación o no.

La miró boquiabierta.

—¿No tratarás de vendérmelo? ¿Qué pasa si no te lo devuelvo?

La otra mujer sonrió.

—Creo que tu interés es por algo en específico. Cuando lo encuentres, volverás aquí. Te invitaré a una taza de té cuando lo hagas.

Luego, dio media vuelta y metió el libro en una bolsa de tela con el logo de un rábano rojo en ella. Estiró la mano para entregársela.

Hermione dudó.

—¿Estás segura?

La chica asintió.

—Necesitas respuestas —aseguró, moviendo la bolsa hacia ella—. Quizás puedas encontrarlas.

Hermione salió de la tienda sintiéndose extraña. Tenía la sensación de que la joven sabía más de lo que ella había dicho, sus ojos parecían buscar las respuestas en los suyos y la sonrisa indicaba que la había encontrado.

Apretó la bolsa bajo el brazo y caminó a pasos rápidos hacia su departamento. Tenía un nuevo libro que leer.


«Los poltergeist son espíritus traviesos y juguetones que causan disturbios y ruidos en un entorno particular. A diferencia de otros tipos de apariciones o fantasmas, se cree que los poltergeist no son espíritus o entidades sobrenaturales en sí mismos, sino que son fenómenos causados por energías o manifestaciones psíquicas provenientes de una persona viva, generalmente un adolescente o una persona joven. Se piensa que estas energías pueden ser liberadas de manera inconsciente debido a un estrés emocional, conflictos internos o tensiones psicológicas»

Hermione levantó la mirada del libro, frunciendo el ceño. La última parte sonaba convincente, salvo por el gran detalle de que ella estaba viendo a esta aparición, quién casualmente también había dado muestras de que existía, o había existido. No podía tratarse solo de un tema de energía.

Sacudió la cabeza, pasando las páginas en busca de más información.

«Las weiße frauen son espíritus femeninos vestidos de blanco que se dice que aparecen en lugares como castillos, bosques y cementerios...» volvió a fruncir las cejas. Viktor definitivamente no era femenino. De hecho, recordó, su apariencia era bastante masculina, con mandíbula definida y un cuerpo donde se adivinaban músculos trabajados. Debía tratarse de alguien bastante activo, teorizó.

Continuó pasando las páginas hasta la sección búlgara. Si su fantasma hablaba el idioma, parecía lógico pensar que allí encontraría más información.

«Los Prizraci son espíritus o apariciones fantasmales. El término se utiliza para referirse a los fantasmas o espectros de los difuntos que se cree que aún vagan por el mundo de los vivos; son considerados seres sobrenaturales y suelen ser representados como figuras etéreas o sombras. Se cree que pueden manifestarse en lugares específicos, como casas abandonadas, cementerios o lugares asociados con tragedias o muertes violentas. Algunos se consideran almas en pena que buscan venganza o resolución de asuntos pendientes, mientras que otros pueden ser espíritus protectores o mensajeros de advertencia».

¿Tal vez Viktor era un espíritu protector? No parecía encajar, un espíritu protector no le habría fruncido el ceño para sacarla de su casa ni la habría llamado una ebria allanadora de morada.

Rodó los ojos ante el recuerdo.

Pero podría ser un alma en pena en busca de venganza. ¿Habría muerto en el departamento, y por eso regresaba allí? ¿Algún asalto violento?

Se estremeció, imaginándoselo. La idea le parecía macabra, pero razonó que, si un incidente así hubiese pasado, alguien se lo habría mencionado. Y el edificio tendría mejores sistemas de seguridad. No es que fuese deficiente, pero ella dudaba que un edificio con un asesinato entre sus paredes continuara apostando por un portero solitario ya entrado en años, por muy rudo que se viera.

Si el edificio hubiera sido el escenario de un crimen atroz, ella dudaba que el ambiente continuara pareciendo tan familiar.

No, tenía que tratarse de otra cosa.

¿Y si tenía asuntos pendientes? Reflexionó sobre eso mientras se mordía el labio y miraba hacia la ventana que tenía la única pista de que aquello era real y no una jugarreta de su mente. A juzgar por la constante negación, era obvio que él no asumía su estado no vivo.

Esta podría ser la mejor teoría. Ahora solo restaba averiguar qué era aquello pendiente. Aunque para eso primero debería saber quién era realmente el hombre llamado Viktor.

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Hermione volvió a la tienda el fin de semana siguiente. Se sorprendió al encontrar clientes al interior, preguntándose cuántas personas creían en esas cosas extrañas. Se abstuvo de continuar con ese pensamiento recriminatorio al recordar por qué estaba exactamente allí.

Una mujer mayor la miró interrogativa mientras se paraba frente al mostrador. Solo entonces Hermione se dio cuenta de que no sabía el nombre de la mujer de la vez anterior. Se golpeó mentalmente por el fallo.

Estoy buscando a una chica rubia que trabaja aquí —dijo, sus manos se hundieron en su bolsa para sacar el libro—. Vengo a devolverle esto.

Con una mirada que abarcó todo su cuerpo, la mujer le indicó con la mano una puerta de cristales colgantes que separaba la estancia.

—Luna está en la otra habitación.

Hermione le agradeció antes de cruzar los cristales en busca de la rubia más joven.

Luna parecía como si la hubiese estado esperando. Su sonrisa genuina y su voz etérea la saludaron amigablemente cuando ella entró en la habitación, mirando a su alrededor con curiosidad.

—¿Té? —ofreció, mientras vertía agua en las pequeñas tazas de porcelana.

Hermione le agradeció.

—Entonces, ¿encontraste información sobre tu fantasma?

Hermione quiso preguntarle cómo sabía que tenía un fantasma, pero supuso que sería tonto dado que ella estaba buscando libros sobre el tema.

Decidió sincerarse. Luna no parecía alguien que fuera a juzgarla. Y, de todos modos, ella no la conocía.

—Hay algo apareciéndose en mi departamento —comenzó—. O alguien, no lo sé. Al principio, creí que era solo un producto de mi imaginación, y supongo que aún quiero aferrarme a esa idea, pero es demasiado real.

Luna parecía extasiada con la idea.

—¿Lo puedes ver?

Hermione asintió.

—No parece un fantasma. De hecho, creí que era alguien real hasta que lo vi aparecer de la nada.

—¿Cómo es?

—Molesto —resopló—. Él siempre está ceñudo y recriminándome que estoy ocupando su espacio. Asegura que ese es su departamento y que no está muerto.

Luna pareció debatir consigo misma, tarareando mientras procesaba la información. Hermione se llevó la taza a los labios en un acto reflejo. Luego de un momento, la rubia volvió sus ojos hacia ella.

—Cuéntame cómo se ve —pidió—. ¿Tiene algo distintivo? ¿Ropa, marcas? ¿se ve sucio?

Hermione hizo una pausa, reflexionando sobre la imagen de Viktor. Ciertamente no parecía un vagabundo, su apariencia parecía ser relativamente normal.

—Es búlgaro. Al menos eso dijo, y habla el idioma. No tiene marcas visibles, o no las he notado. Su ropa es normal, diría que va bien vestido. —Recordó la camisa blanca y los pantalones de vestir oscuros—. Su apariencia es prolija, y está en forma.

—¿Cómo si fuera al gimnasio?

—Sí, o como si fuera deportista. —Hermione frunció el ceño, tratando de recordar más detalles de su molesto compañero—. Hay un libro en el departamento que tiene su nombre, dijo que era un regalo de su abuela.

—¿Tiene familia?

La morena negó con la cabeza.

—Supongo que sí, pero solo recuerda que ella se lo regaló. Tampoco recuerda nada sobre sí mismo, aparte de su nombre.

—Extraño.

Luna pareció sumirse de nueva cuenta en sus propios pensamientos, desmembrando y clasificando lo que acababa de oír. No sonaba como un fantasma común.

—Tal vez él tiene razón y no es un fantasma —dijo proverbialmente. Hermione la miró con duda—. Tal vez solo se trate de un alma que perdió el rumbo.

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Fantasma o alma extraviada, Hermione iba a hacer algo. Sobre todo cuando sus cosas comenzaron a aparecer desordenadas por la sala de estar cada que llegaba de estudiar. Su fantasma estaba volviéndose francamente fastidioso, pensó mientras recogía un libro del sillón que estaba segura había mantenido en su mesa de noche.

Viktor no se había aparecido desde la última discusión, antes de que ella conociera a Luna, pero el desorden de su cocina y sala de estar delataban su presencia. Hermione lo encontró terriblemente molesto.

Cuando el libro que había estado leyendo la noche anterior volvió a aparecer tirado sobre el sillón, ella explotó. Gritando que ya había tenido suficiente, se paró en medio de la sala, con el libro en una mano y la amenaza de que lo exorcizaría saliendo de su boca.

Funcionó. Viktor apareció sentado en su sillón, con los brazos cruzados sobre el pecho en una actitud petulante. Si Hermione no hubiera amado tanto sus libros, habría considerado tirárselo.

—¿Podrías dejar de tomar mis cosas? —le reclamó, levantando la barbilla en un intento de verse intimidante. No es que funcionara con un búlgaro que le doblaba el peso.

—Me aburro. Libros son buenos para matar el tiempo.

Hermione parpadeó como un búho, sin saber qué decir ante su inesperada respuesta. ¿Se aburrían los fantasmas? La idea parecía risible.

—Mira —apuntó—. Por mucho que me gustaría quedarme aquí y platicar contigo acerca de lo que sea que te ocupe, la verdad es que estas "conversaciones" no me benefician, al contrario. Dudo de la sanidad de estar conversando con un fantasma.

Viktor se enfurruñó.

— Не съм призрак!

Hermione entrecerró los ojos hacia él.

—Espero que eso no sea un insulto.

—No soy un fantasma —repitió él, en inglés esta vez—. Te lo he dicho muchas veces.

—Difícil de creer —masculló entre dientes, dejando su libro sobre la mesa de centro. Era cansador mantener conversaciones sobre el mismo tema, pero una gran parte de ella sentía lástima por el tipo. Morir y quedar atrapado en lo que sea que fuera aquello debía apestar.

La otra parte de ella se asombró de la facilidad con la que estaba aceptando que los fantasmas existían. Si sus amigos lo supieran tendrían un día de campo a su costa. Era bueno que nunca se enteraran.

Observó al ceñudo búlgaro sentado en el sillón. Parecía molesto, como cada vez que discutían, pero también había algo en su mirada oscura, algo cercano a la incertidumbre, o quizás el miedo. Hermione trató de ponerse en su lugar: si algún día despertara y se encontrara en un limbo de existencia sin saber nada de sí misma más allá de su nombre sin duda estaría confundida. Y aterrada.

Con un suspiro de derrota, se sentó a su lado, cuidado de no quedar demasiado cerca.

—Quiero ayudarte —confesó—. Pero no sé cómo. —Viktor la miró de soslayo—. He estado buscando información sobre asuntos sobrenaturales, pero no me explico tu presencia.

Viktor la miró directamente ahora. Escucharla decir que había estado investigando llamó su atención.

Él mismo no entendía muy bien todo el asunto; lo único que sabía es que aquél era su departamento y esta chica estaba viviendo en él, diciendo que lo alquilaba. Pero eso era imposible, no estaba alquilándolo a nadie. Pero la inglesa tenía razón en varios puntos, por no decir todos: no recordaba nada de su vida fuera de aquel lugar, ni siquiera a su familia. Sí, sabía que el libro bajo el alfeizar era un regalo de su баба, pero no recordaba quién era su баба ni cómo se veía o llamaba. Maldita sea, ni siquiera recordaba su propio apellido o quién era él.

Y ella parecía ser la única persona capaz de verlo. Eso tenía que significar algo. Pero ¿qué?

—No sé qué hacer —continuó ella—. Esto es demasiado irracional para mí.

Viktor entendió. Si él estuviera en su lugar, con una mujer perdida en su casa que no está ni viva ni muerta, actuaría de peor manera. Se sintió culpable, pero tampoco sabía qué hacer. Algo lo retenía en ese lugar, impidiéndole avanzar a donde sea que tuviese que llegar.

Como si estuviera anclado a la chica inglesa en su departamento.