IV
.
La mujer levantó el libro del sillón y lo miró con una ceja arqueada. Sus ojos oscuros se movieron hacia su anfitriona que tomaba asiento frente a ella, prácticamente desparramándose en el sillón. Las tazas de té reposaron sobre la mesa a la espera de que ambas jóvenes las necesitaran.
—Te vez cansada —Cho apuntó, olvidándose del libro por unos segundos.
Hermione ni siquiera trató de negarlo, algo que solía hacer con frecuencia en sus días de universitaria, cada vez que la estudiante asiática la encontraba pasando horas extras en un rincón de la biblioteca. En su lugar solo resopló algo inentendible mientras acomodaba las piernas debajo de sus rodillas y se agachaba para recoger su taza.
—He tenido algunos problemas para dormir, es todo.
—No te estás desvelando por estudiar de nuevo, ¿no? Porque Hermione, te dije que-
El rápido movimiento de cabeza de la aludida la cortó.
—El curso está muy bien. He aprendido mucho, y es fantástico. Te prometo que no estoy pasando mis límites.
Cho estrechó los ojos, insegura de creerle. Hermione Granger podía ser muy convincente e irrefrenablemente obstinada cuando se trataba de menguar su salud en pos del estudio de su interés. Pero optó por seguirle el juego; después de todo, solo tenían un par de horas para ponerse al día.
—Si tú lo dices. —Se llevó el té a los labios antes de continuar—. Por cierto, ¿qué clase de lectura ligera es esta? ¿Ahora te interesan los fantasmas?
Sacudió el libro en alto y vio a su amiga sonrojarse, atorándose con el líquido en la boca. Se hubiera reído de su expresión si Hermione no se hubiese visto tan aterrada.
—Hermione, ¿estás bien?
—No, ¡Sí! Eso es...—agitó una mano nerviosa sin explicar nada mientras sus ojos se movían de ella al libro en sus manos—. Una tontería. Lo encontré interesante culturalmente hablando, así que lo pedí prestado.
—¿Por qué te interesaría el folclore sobrenatural?
Las cejas oscuras de Chang estaban altas en su frente otra vez, curiosa por el rumbo de esa conversación.
—Es mi lectura para dormir. Me ayuda a desconectarme de los textos de estudio.
La explicación parecía plausible, tal vez Hermione necesitaba otras cosas aparte de textos técnicos o largos papers sobre la antropología de la educación y las relaciones sociopolíticas actuales. Y leer sobre fantasmas no era lo más loco de hacer, después de todo. Aunque su reacción la hizo dudar.
Le dio vueltas al libro entre sus dedos de manicura oscura y optó por encogerse de hombros.
—Bueno —acordó—. No seré yo quien juzgue tus gustos literarios. Después de todo, no estoy aquí para eso.
.
La visita exprés de Cho Chang le alegró el día, ayudándola a salir de la rutina autoimpuesta y de la espiral poco saludable en la que había entrado hace unas semanas: eso es, asistir al curso, estudiar, preparar algo de comida rápida y pasarse los fines de semana y las tardes tratando de buscar información que fuera real sobre el fenómeno al cuál se enfrentaba. Todo eso coronado por las interacciones con Viktor, quién ahora parecía melancólico y gruñón, sentado como gato gordo en la ventana del alfeizar con el libro de su abuela en las rodillas.
Su desesperación había alcanzado tal punto que acabó invitando a Luna a su departamento, a ver si ella lograba ver algo o ayudarla. Podía recordar a la etérea muchacha de pie en medio de su sala, observando con ojos soñadores los alrededores, solo para confirmar que sí había alguien más allí, pero que no se trataba de un fantasma.
La expresión de satisfacción de Viktor cuando la rubia corroboró su argumento la hizo querer darle un golpe, por tonto que eso fuera.
«Es extraño —había dicho Luna—, puedo sentirla, pero no es un alma común. No parece provenir del otro lado».
Un alma atrapada en este mundo que no provenía del mundo de los muertos. Genial. En otras palabras, un difunto que no aceptaba su muerte cuyo espíritu estaba perdido en el limbo. Un prizraci, como rezaba el libro.
Hermione maldijo su mala suerte.
Manteniendo el tema de los fantasmas y otras acepciones similares fuera de la conversación, se enfocó en lo que su amiga tenía por contar. Hizo su parte contándole los pormenores de su corta estadía en Múnich, de los lugares que había recorrido y la gente que había conocido.
Cho habló de su trabajo, las nuevas cosas que estaba probando, y de Harry. Hermione sintió que pondría los ojos blancos ante la ridiculez de su mejor amigo: era obvio que le interesaba Cho, pero también era dolorosamente obvio que no había hecho nada. No eran adolescentes, por el amor de dios. Estaba tentada a decirle a la joven qué era exactamente lo que pasaba entre ella y su mejor amigo, pero eso sería intrusivo, y Hermione se mordería la lengua antes de meter la cuchara en una sopa que no era la suya.
Harry tendría que hacer crecer su par de bolas si quería conseguir algo en concreto. No es que fuese su problema. Y tampoco es como si ella fuera la mejor consejera romántica del mundo, considerando su deficiente e irrisoria experiencia en ese rumbo.
Y entonces, por supuesto, la conversación derivó hasta ese punto.
—¿No has conocido a nadie? —Los ojos de Cho estaban brillando con picardía, mirándola desde debajo de su flequillo pulcramente recortado—. Algún alemán alto y fornido que te ayude con el idioma —se rio.
Hermione frunció el ceño. La única persona alta y fornida que había "conocido" no era precisamente un alemán y tampoco una persona, en el estricto sentido de la palabra. Pero prefería caminar sobre brasas antes de contarle eso a la mujer ante ella. Si Cho se enterara, la mandaría directo con el psiquiatra, alegando que definitivamente los estudios estaban pasándole factura.
—Conozco a varios —comenzó, viendo a la otra joven animarse—, pero no en el sentido que estás imaginando, Cho. —Se rio cuando la vio desinflarse—. Y no necesito a alguien que me ayude con el idioma, puedo arreglármelas bastante bien por mí misma.
.
Cuando Cho se fue al final del día, haciéndole prometer que se mantendría en contacto y que dormiría, sin enfocarse tan solo en estudios, Hermione regresó a su departamento con la idea de cerrar el día comiendo algo agradable. Se desvió para pasar por una panadería, consiguiendo una hogaza de mehrkornbrot que metió en una bolsa de papel junto a otros dulces. Si su madre supiera la calidad de comida que estaba ingiriendo en su estadía en el extranjero la amonestaría, así que optar por el pan multigrano le parecía mejor opción que sus amadas papas.
Tenía un trozo de queso chiriboga blue que la anciana del piso de abajo le había regalado los días anteriores —Dios bendiga a las ancianas de todo el mundo y su afán maternal de alimentar a jóvenes despreocupados por su propia salud— y una botella de vino dulce en la alacena, le servirían bien para una cena de soltera un sábado por la noche.
Encendería la chimenea, se sentaría en la alfombra envuelta en una manta y cerraría el día de la manera más relajada posible.
Por supuesto que sus planes no funcionaron a la perfección. A mitad de la botella, su compañero sobrenatural hizo acto de presencia a su lado. Sus ojos oscuros tomaron nota de su forma acurrucada con los pies descalzos frente a la chimenea, arrebujada por una enorme manta de lana y el plato de pan y queso ante ella. Su mano izquierda sujetaba la botella, sin vasos a la vista.
Una canción desconocida para él salía del aparato de música sobre la alfombra.
Las cejas espesas se movieron en una mueca de extrañeza.
—Вау, изненада.
Desde el confort de su manta, Hermione resopló.
—Dije que no quería insultos —reprochó—. Así que cuida lo que sea que estés diciendo.
La aparición la ignoró.
—¿Así que esta es tu manera de vivir? —cuestionó en inglés—. ¿Con vino, pan y queso; o cerveza y papas de vez en cuándo?
—Oh, cállate. —Los rizos desordenados de Hermione emergieron bajo la lana tejida—. No tienes derecho a sermonearme cuando tú ni siquiera estás aquí.
—Estoy aquí —le sonrió—. Estás hablando conmigo.
La sonrisa astuta que le dedicó la hizo fruncir el ceño, volviendo su boca a la botella y dando un trago largo. Maldito fantasma sabelotodo, pensó.
—Generalmente estás leyendo —continuó él, sin burlarse esta vez—. ¿Qué cambió hoy?
Ella no respondió. Tal vez, si lo ignoraba, terminaría aburriéndose y desapareciendo del departamento por varios días pacíficos.
—No te servirá ignorarme de nuevo. Sabes que no funciona. Puedo ser muy persistente.
—O muy molesto —rezongó, dejando escapar un suspiro exagerado.
—Eso también.
Hermione estudió la etiqueta de su botella, sopesando si debía seguirle el juego o no. Después de todo, no le haría mal usarlo como material de conversación. Sería algo así como hablar consigo misma, supuso. Y él era el causante de gran parte de sus problemas, de todos modos.
—Estoy cansada —admitió—. Y tengo un poco de miedo también, supongo.
Su fantasma abrió los ojos, tal vez no se esperaba esa respuesta, y ella tuvo ganas de reírse. Pero luego él se inclinó, sentándose a su lado, con las piernas cruzadas y los brazos apoyándose en sus rodillas, y la miró con toda su atención.
Fue un poco incómodo sentir esa mirada oscura posada sobre ella, y Hermione se revolvió, sentándose más erguida bajo su manta. Independiente de su condición poco usual, Viktor lograba ponerla nerviosa.
Ridículo, pensó. No podía estar nerviosa por un fantasma que ni siquiera asustaba.
—Si te sirve, puedo escuchar.
.
Cuando ella, después de varios tragos a su botella más tarde, se lanzó a contarle sus dudas acerca de su propia vida personal y profesional, Viktor la escuchó con paciencia, sentado a su lado con la vista fija en las llamas de la chimenea. Era una atmósfera extraña, pero el vino parecía haberle soltado la lengua y Hermione vomitó todo lo que guardaba su corazón y su cabeza.
Viktor ofreció pocas o ninguna palabra de consuelo, pero estaba bien, no era lo que ella buscaba. Solo necesitaba sacar el contenido de sí misma para evitar que los pensamientos giraran en su cabeza como remolinos de agua turbia, molestando todo a su alrededor.
—Todo el mundo espera que tenga éxito —hipó, finalizando sus dudas profesionales—. Y luego estás tú. Ni siquiera sé qué o quién eres, y no sé qué hacer contigo. —Hizo un puchero y miró fijamente su plato con queso, evitando su presencia—. Al principio quería que te fueras, pero no lo logré. Luego quise ayudarte, pero tampoco sé cómo hacerlo. Y hay una parte de mí que dice que cuando te vayas, volveré a quedarme sola, como siempre.
Viktor parpadeó hacia ella, sin saber realmente qué decirle. Luego su mirada cambió a la sorpresa cuando ella comenzó a reír.
—¿Te das cuenta de lo patética que soy? Hablando con un fantasma de mis problemas personales y de mi soledad.
Se guardó su queja sobre los fantasmas en favor de escucharla, era obvio que ya estaba ebria. En vez de eso, le ofreció una sonrisa cautelosa.
—"В празната къща духове се чувстват".
—¿Eh? Sabes que no entiendo-
—En una casa vacía, se sienten los fantasmas —tradujo. La vio parpadear como un búho mientras asimilaba la ironía del refrán, y luego ella resopló, riéndose de su frase. Sus ojos almendrados se achicaron en las esquinas mientras su rostro cambiaba.
—Deberías poder recordar cosas —se quejó, volviendo sus ojos hacia él—, así podrías contármelas y me olvidaría de mis propias contrariedades.
Él se encogió de hombros, dándole una sonrisa triste.
—Съжалявам. Lo siento —sonaba sincero—. No es mi intención causarte tantos problemas. Si supiera cómo... —hizo un gesto vago con la mano—, me iría, pero tampoco sé.
A su lado, ella volvió a reírse, menos extravagante esta vez.
—Somos un par ridículo.
El silencio volvió a pesar entre ambos, mientras Hermione suspiraba y Viktor miraba el fuego. De pronto, una idea cruzó su cabeza. Se levantó y caminó raudo hacia la ventana. Hermione siguió sus pasos con la mirada.
—¿Vas a lanzarte por el balcón?
— Не. Querías saber algo de mí. Como no recuerdo nada, te leeré el libro de mi баба.
Regresó con el libro en cuestión. Hermione se irguió, atenta ante el cambio.
—Traté de leerlo cuando lo encontré —confesó, con un sonrojo en las mejillas—. Pero no entendí ni media palabra.
—Traduciré.
.
La voz profunda de Viktor se agitó al vaivén de las llamas, leyendo las palabras traducidas para ella en voz alta. Su acento manipulando las erres de aquella forma tan característica la hizo sentir extrañamente acompañada.
Si al final de todo aquello resultaba que él era solo un producto de su imaginación, azuzada por las teorías locas de una joven esotérica, ni siquiera sabía si se molestaría. Su cerebro habría creado un ser perfectamente agradable, uno al que ella extrañaría. Sonaba mejor que la posibilidad de que fuera un alma a la que no volvería a ver cuando lograra encontrar su camino a donde sea que se fueran la almas; además, pensar que él en realidad ya estaba muerto le revolvía el estómago de una manera desagradable.
Viktor leyó la dedicatoria en la primera página. Era un poema de un autor famoso en su país, como le había contado hace un tiempo; hablaba sobre un ave enjaulada y los niños que la mantenían.
«Te espera la muerte invernal, solo en el campo estarás. Es mejor que descanses en nuestra celda en casa.
No tengan miedo, yo cantaré allá afuera en lugares cálidos, en tu jaula exhalaré mi último aliento, aunque sea de oro.
Querido pajarito, no sabes qué bien se está aquí, mira: jugarás con nosotros, no tienes nada que temer.
A mí, niños, me agrada volar por el mundo; aquí moriré, seguramente. Me siento estrecho en este rincón.»
Cuando acabó la lectura, Hermione se encontró asintiendo con la cabeza, agradecida por tener acceso, finalmente, a las incógnitas frases garabateadas con esa pulcra letra desconocida.
—Es un poema muy bonito.
Él asintió.
—Creo que significa algo. Mi баба lo anotó allí para ayudarme a recordar, pero no sé qué.
La mano tibia de Hermione se abrió paso hacia la suya, agarrando nada más que el aire vacío. Viktor sonrió con tristeza mientras la veía fruncir el ceño ante la inutilidad del gesto.
—Vas a recordarlo. Te ayudaré, lo prometo. Aunque me dejes sola.
Le dedicó una sonrisa amplia, maquillada seguramente por el vino en su cuerpo, antes de dar el bostezo más espectacular que la había visto hacer. Viktor se rio en voz alta.
Tal vez el hecho de que quedara atrapado allí con esa chica significaba algo, después de todo.
.
.
Nota: Уловена птичка (El pájaro enjaulado) es un poema de Ivan Vazov. Es de su colección de poemas para niños, y esto es solo un extracto.
Si estás leyendo esto, permíteme agradecerte por tu tiempo :)
