V

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«Aquí moriré, seguramente. Me siento estrecho en este rincón».

Las palabras del poema se repetían en su cabeza mientras procuraba atender su día a día. Se encontró pensando en ellas en cada momento libre fuera de las aulas, a la hora del desayuno o mientras caminaba de regreso a su departamento. El significado de las frases extranjeras se colaba a través de sus pensamientos y se adhería con fuerza a su cerebro, girando en círculos constantes, imperturbables.

En ese momento, mientras caminaba por uno de los senderos del Englischer Garten, iba dándole vueltas a una de las tantas frases que habían calado en su memoria: "ve a volar al cielo, libre para cantar". Viktor había dicho que era un regalo de su abuela, y eso era todo lo que lograba recordar. Hermione supuso que debía ser muy apegado a la mujer, y siendo así, lo más probable es que la elección del poema no fuera algo circunstancial; no, tenía que obedecer a algo más relevante, algún significado más profundo entre ambos.

Le entristecía pensar que algo tan bonito como el anhelo de libertad garabateado en el poema, una idea que debía significar algo importante para el Viktor real, ahora no fueran más que palabras escritas en un libro olvidado. Un recuerdo que alguien dejó atrás. Viktor no era libre para cantar, no mientras estuviera atrapado en un estado inconsciente entre dos mundos. ¿Acaso su alma no estaba muriendo ya, atrapada en una jaula sin sentido? Porque así se sentía a veces, como si fuera el testigo involuntario de la muerte de un alma que se niega a irse, pero que no cuenta con otra alternativa. ¿Así se sentiría morir? Hermione se preguntó si tal vez ella pasaría por lo mismo cuando llegara su hora, ¿deambularía por los lugares donde habitó? ¿Se negaría a reconocer su propia muerte? ¿Alguien podría ayudarla?

Ayudar.

Le hizo una promesa a Viktor de que lo haría, que encontraría la forma. Se sintió como algo que debía hacer, una especie de obra necesaria para quedar bien con su moral, pero el otro lado de sí misma —más escondido y mucho más egoísta— se negaba a la idea de no volver a verlo.

La idea era estúpida considerando todo lo que existía de por medio. Para comenzar, ella ni siquiera estaba segura de querer verlo en su espacio, pero su presencia —indeseada al principio— había dejado de sentirse de ese modo y las conversaciones que ambos mantenían, aunque extrañas, terminaron por llenar un vacío interno del cuál no se había preocupado antes.

Era agradable, de una manera extraña y retorcida.

Y no era sano de ninguna manera.

Necesitaba regresar a su cotidianidad con urgencia. Y para ello necesitaba alejarlo, seguir su propio camino lejos de la presencia intrusiva de un alma en pena o, como rezaba el libro, de un prizraci.

Fue por eso que comenzó a aceptar todas las invitaciones que sus compañeros propusieron, con el objetivo de despejar su mente de las ideas utópicas y extrañas que aparecían cada vez que el hombre en su departamento decidía volver a aparecerse, con sus ojos oscuros melancólicos mirándola desde cualquier esquina de la habitación.

O peor aún, cuando se inmiscuía en sus estudios, preguntando esto y lo otro y aportando sus propias opiniones sobre los temas que a ella le interesaban; porque entonces era fácil, demasiado fácil, olvidar en qué situación estaban, y ella podría perderse compartiendo teorías y pensamientos con alguien cuya relación estaba destinada a agotarse.

Hermione se sentía dichosa y culpable a partes iguales cada vez que terminaban una charla sustancial. Dichosa porque había alguien que escuchaba sus ideas o incluso podía debatir sus puntos, y culpable porque ese mismo alguien solo existía entre sus cuatro paredes y jamás saldría de allí. A ese ritmo, su propia salud mental estaría gravemente afectada hacia el final del año, y eso era algo que no podía permitirse bajo ningún concepto.

Viktor tenía que irse, y ella lo ayudaría a encontrar su camino.

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Cuando su compañera española, Ana, la invitó a una noche de bar con algunos estudiantes del grupo, Hermione dudó. La semana agotadora llegaba a su fin y solo quería desplomarse en su sillón, ver tv y comer papas. Pero Ana insistió, asegurándole que se trataba de un lugar tranquilo y que de todos modos se merecían un descanso fuera de las clases.

—Te lo aseguro —había replicado la morena—, nadie estudia más que tú en este curso, Hermione. Dominarás todo lo que los alemanes tienen para ofrecer, será bueno que te desconectes un rato.

Y Hermione descubrió que era difícil negarse a la sonrisa sincera de la mujer.

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El lugar era más tranquilo de lo que ella imaginó en un principio. El variopinto grupo de estudiantes estaba en una de las mesas de la esquina, charlando con botellas frente a ellos mientras diferentes grupos de personas hablaban y se movían alrededor de un espacio relativamente amplio y bastante acogedor. Hermione siguió a Ana hacia la ubicación.

—¡Finalmente!

Bern, el mayor del grupo, las recibió con una sonrisa amplia en su cara rosada. Era el prototipo de alemán alto y robusto que Hermione no se hubiera esperado ver sentado en una sala de conferencias sobre educación: Bern parecía estar hecho para los trabajos al aire libre, llenos de vitalidad, risotadas, cerveza y fuerza bruta. Pero allí estaba, rompiendo sus estirados estereotipos ingleses. El hombre palmeó el asiento a su lado y las llamó con la mano.

—¡Estábamos esperándolas!

Luego de algunas anécdotas personales, cortesía de la diversidad de nacionalidades presentes en el grupo, la conversación fluyó a terrenos más conocidos y neutrales, al menos para la mayoría presente.

A Bern le gustaba el fútbol, lo cual no era realmente una sorpresa. Entonces, cuando la conversación derivó en ese ámbito, Hermione se disoció de la mayor parte de ella. Ni siquiera Harry había logrado encantarla con el tema en su momento, parecía algo inútil: simplemente no sabía nada del asunto.

La conversación le llegó en frases entrecortadas y lejanas mientras su cerebro se enfocaba en otros pensamientos.

—Los potros tienen las mayores posibilidades este año —aseguró el hombre mayor—. Espero que ganen el Campeonato.

El joven frente a él le cuestionó por qué no apoyaba al sempiterno favorito de todos, pero ante la mención del Bayern, Bern arrugó la nariz, alegando que se trataba de unos estirados y que, aunque tuvieran el mayor número de Copas en su haber, su corazón siempre sería del verdadero equipo de Múnich, el 1860.

Hubo risas porque, por supuesto, Bern sería fanático del equipo local cuya larga data de rivalidad con el favorito era un caso legendario. Solía decir que era un tema de dignidad y lealtad: el equipo de 1860 había sido el primero en darle un Campeonato a Múnich, la aparición del Bayern en el ámbito futbolístico fue mucho más tardía.

Susan, la chica sueca con la que Hermione compartía edad, hizo un movimiento de negación con la cabeza.

—No todos son unos estirados —estaba diciendo la joven—. El año pasado conocí a una de sus estrellas, Krum. Estaba saliendo de una conferencia. Fue muy cordial.

Cuando alguien cuestionó si los futbolistas se interesaban en la educación, Hermione volvió a sintonizar la conversación a su costado.

—Es un mito que todos tengan cerebro de músculo —Susan sonrió—. Él parecía bastante genuino, en mi opinión. Y fue muy agradable, a pesar de todo.

Esta vez, Hermione se inmiscuyó, aunque solo fuera para no quedar totalmente apartada de la conversación.

—¿A pesar de todo?

—Krum no se destacó por sus sonrisas —apuntó Bern, echando mano de su botella de cerveza.

—Demasiado serio —agregó Ana, entrando también en la conversación—. Aunque personalmente me gustaba, era sexy.

Le guiñó un ojo y se rio ante el resoplido del hombre alemán. Hermione hizo caso omiso de su protesta y en su lugar se fijó en otro detalle.

—¿Era?

—Oh, sí. Escuché que sufrió un accidente bastante grave antes de acabar la temporada. Una verdadera lástima.

Hermione abrió los ojos, horrorizada; un accidente futbolístico fatal era lo único que necesitaba para alejarla aún más del famoso deporte. Bern pareció entender su línea de pensamiento, porque se apresuró a aclarar.

—No fue en la cancha, y no murió. Fue algo automovilístico, las noticias anunciaron que se encontraba en coma o algo así…pobre tipo —sacudió la cabeza—. Lo siento por su familia.

—Una verdadera lástima —añadió alguien más—. El Dortmund no tendría posibilidades de quedarse con el Campeonato si Krum siguiera activo. Su juego era muy agradable de ver.

—Él también —se rio Ana, codeando a Hermione a su lado—. Mira, te lo enseñaré.

Se movió más cerca de la inglesa, sacando su celular para enseñarle las imágenes.

—Estarás de acuerdo conmigo en que su ceño fruncido es bastante llamativo.

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Hermione se abstuvo de correr por las escaleras solo porque la carrera la dejaría sin aliento, y lo necesitaba. En su lugar, apretó de forma agresiva el botón del elevador mientras su cabeza giraba en una vorágine de sentimientos contradictorios y rebosantes.

Por fin sabía de quién se trataba. Era él, no había duda alguna. La foto que Ana le enseñó del jugador extranjero en la pantalla del teléfono era el mismo rostro que ella conocía casi de memoria a fuerza de verlo cada día en su departamento.

—¿A que es guapo? —había sonreído su compañera, y Hermione fue testigo de su corazón saltándose uno o dos latidos.

El shock inicial provocado por el repentino descubrimiento fue malinterpretado como interés por parte de sus amigos, cosa que nadie cuestionó y en su lugar fue objeto de risas. Bern incluso bromeó diciendo que ahora tenían a otra enamorada de Krum, y que lo sentía por ella por llegar tarde a la ciudad.

—Si hubieras estado acá el año pasado, quizás lo habrías conocido —medio bromeó, dando paso a un momento de silencio—. Una real lástima por el tipo —añadió, bebiendo lo que restaba de su cerveza.

Hermione se excusó al poco tiempo, argumentando algo acerca de un gato inexistente y sus cuidados. Necesitaba volver al departamento con prontitud.

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—¡Viktor! —gritó, llamándolo apenas cerró la puerta tras su espalda.

Repitió su nombre, moviéndose a través de la sala, escudriñando las esquinas y la ventana donde solía estar deambulando. Se estaba volviendo más frenética con el pasar de los segundos.

Al tercer llamado, la figura ancha del hombre en cuestión se materializó tras el sofá, mirándola con una ceja en alto.

La pregunta estándar se deslizó entre sus dientes.

—¿Estás ebria?

Los ojos almendrados de Hermione se volvieron hacia él, brillantes de anticipación.

—¡Ya lo sé!

Tropezó en su dirección y Viktor la miró como si estuviera loca. Tal vez sí estaba ebria, después de todo. Por lo que conocía a la mujer, era poco tolerante al alcohol, así que la idea no parecía demasiado descabellada. Sus rizos desordenados estaban desparramados en direcciones aleatorias fuera de lo que parecía un peinado medianamente pulcro y ella estaba parloteando algo que no logró entender, por lo rápido de su balbuceo.

—¡Sé quién eres! —estaba gritándole, mientras buscaba su celular en la cartera. Lo empujó frente a su cara luego de una búsqueda frenética.

Viktor frunció el ceño, desconfiado.

¿За какво говориш?

Una foto de su rostro lo miró desde la pantalla del móvil. Detrás de él, Hermione recitó emocionada.

—Viktor Krum. Búlgaro, treinta años. Ex jugador del equipo Bayern Múnich.

Los ojos oscuros se apartaron de la imagen para mirarla a la cara.

—¡Y no estás muerto!