Los principales personajes quedan a Stephanie Meyer la historia es mía totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización
Capítulo 34
Anhelo
«Anhelamos volver a tener el pasado desaparecido, a pesar de todo su dolor». – Sófocles.
—¿Crees que no he leído los diarios? ¿Crees que como tú no deseo la felicidad para la única persona que creyó en mí cuando tenía mierda que no podía controlar? ¿Crees que lo sabes todo?
—Lo que sí sé es que estás metiéndote conmigo y quitándome el tiempo. Yo no soy tuya. Y esto parece solo ser un juego para ti cuando sabes que no es así, no para mí.
Emmett se acercó a su departamento recordando las últimas palabras que le dijo Rosalie antes de volver a su coche y que este partiera dejándolo solo en medio de la nada.
Cuando abrió la puerta tiró todo lo que estaba cerca y golpeó, esa era su naturaleza, eso era parte de él. Rosalie había perdido la fe en el amor, en su amor por ella. Ella no sabía nada.
—¿Problemas en el paraíso? —Charlotte le llamó la atención y Emmett quiso apretar su cuello hasta verla azul. No lo hizo, se levantó y se arregló el saco sin mirar los vidrios rotos en el piso.
—¿Qué haces aquí?
—Vivo aquí —le sonrió en respuesta, solo entonces Emmett reparó en que Charlotte estaba casi desnuda, llevaba un babydoll de encaje color blanco y unas malla de red. Sus pechos desbordaban del traje transparente y sus tacones repiquetearon también llamándole la atención, su cabello negro estaba elaboradamente peinado y llevaba maquillaje en exceso, era una mujer hermosa, no iba a negarlo, pero su corazón no latió desesperado por acercarse, no se sentía como un loco palpitando de necesidad por ella. No sintió nada, no tenía deseos de empotrarla en la pared llenándola de besos; ya no había lujuria o desesperación por aliviar algo el vacío de su corazón. Ni siquiera cuando Charlotte le tocó la polla y le dio un apretón, nada.
—¿Por qué no vamos a tu habitación y nos perdemos por días? —le susurró de forma caliente Charlotte acariciándolo. Emmett dio un paso atrás y le puso las manos en los hombros intentando alejarla; su cuerpo estaba reaccionando pero su corazón y una voz en su cabeza le estaba gritando
¡No!
Por un momento él pudo ver a Rosalie allí, viéndolos a ambos, y eso bastó para darle valor y dar varios pasos atrás de Charlotte y alejarse.
—Vas a casarte conmigo —le gruñó Charlotte temblando de una forma en la que lo hizo maldecir, estaba rompiéndole el corazón a una manipuladora de primera o quizás ella solo estaba tratando de despertar algo que no existía en él. Pero aún así era el corazón de alguien. O quizás ella estaba vacía así que le soltó un golpe aún más bajo.
—Entonces tienes todo lo que quieres —le respondió Emmett girándose a la salida sin tomar las llaves. Charlotte tomó un florero en sus manos y lo tiró a la puerta cuando ésta se cerró, furiosa porque no estaba funcionando. Así que iba a tener que presionar por otro lado. Iba a hacer que la chica odiara a Emmett y él iba a volver como un gatito con su cola entre las piernas.
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Rosalie se encerró en su habitación y le gritó a la almohada tan fuerte que las lágrimas retenidas se derramaron como espinas en sus ojos. El amar a Emmett era la cosa más difícil que podía existir y maldita sea, confiaba en que el abriera los ojos y dejara a Charlotte, pero no lo estaba haciendo.
Solo la estaba confundiendo.
Le había repetido una y mil veces que él le debía esto a Charlotte, pero ella seguía sin entenderlo.
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Isabella parecía haberse inyectado alcohol por las venas cuando la encontró. Estaba frente a la televisión sin ver el programa de finanzas bebiendo de un vaso lleno de bourbon.
—Parece que hoy no fue un buen día para nadie —murmuró antes de dar un trago sin arrugar el rostro por lo fuerte del licor. No la estaba mirando, pero Rosalie dedujo que la escuchó así que sin decir nada más buscó los vasos y tomó uno para lanzarse al sofá y servirse un trago.
—Emmett creyó que me había robado los diarios.
—Emmett estaba buscando una excusa para verte. Él no ama a Charlotte, Rosalie. Ustedes se están mintiendo a la cara de la misma forma en la que yo mentí en el pasado, y os estáis lastimando. Va a doler mucho y el dolor no se irá —repuso Isabella antes de beber de su vaso de nuevo. Rosalie casi se ahogó al dar un trago a su bebida —. Pero tienes que preguntarle porque a él, esa es su parte de la historia.
Rosalie asintió antes de poner la grabadora en la mesita en la que Isabella tenía tres botellas llenas de licor; una estaba ya a la mitad. Isabella entendió el mensaje y volvió al pasado.
—Hubo muchas cosas que olvidé en cuanto empecé a vivir mi vida de nuevo; construir un castillo de naipes requiere concentración, es tan difícil, pero construí mi propio castillo en un prado en donde el viento anunciaba un temporal sacudiendo los cimientos. Era malo. Estúpido.
Hubiese sido más fácil solo soplar como el lobo de caperucita roja y tirarlo de una vez, pero era terca como una mula. Kate seguía a Edward como su fiel Golden retriever, ¿Quién no lo haría? Yo misma me ví envuelta en su sonrisa coqueta y sus ojos suaves; era la adolescente más obvia del mundo, babeaba por la atención que me brindaba. Él era una luz demasiado cálida, me daba algo que yo nunca había tenido, me daba esperanzas.
Las pesadillas no volvieron porque tenía la mente ocupada en Edward; él volvía a mí, estaba allí, me llenaba de detalles sin besarme. Se burlaba de mis gustos por los dibujos, me enseñó su cámara y me tomó fotografías que le pedí borrar. Me enseñó un lado de mi misma que no conocía. Me volví suave a su alrededor. Quería desesperadamente ser esa chica que lo hiciera sentirse como él me hacía sentir. Era una ruleta rusa de emociones. Yo estaba sintiendo; la melancolía era como un golpe al corazón que me dejaba sin aire, porque tenía anhelos de cosas que no estaban ni habían estado allí nunca. Yo estaba sintiendo y me gustaba poder hacerlo, poder sentir mis manos hormiguear con anhelo de tocarlo, buscar excusas para verlo sonreír abiertamente en mi dirección y ver sus ojos brillantes mientras lo hacía.
Edward se caracterizaba por el respeto. Fue todo un caballero, y yo era una adolescente estúpida, insegura de mi misma pues él tenía a Kate, ella lo había seguido desde Londres hasta San Francisco en un intento estúpido de que él la viera; yo la veía. Estaba celosa de ella.
Era rubia, alta, con una cintura pequeña y unas caderas que hacían que los hombres se volvieran para mirarla caminar; tenía una sonrisa suave y era encantadora. Educada. Y el hecho de que ella llegara a donde sea que Edward fuera a buscarme me molestaba. Era como tener una costra y querer solo rascar hasta quitarla. Ella tenía dinero; no poder, pero si dinero, y brillaba. Era cálida como el sol y los chicos gravitaban a su alrededor.
Cuando me miraba en el espejo cuando estaba por cumplir diecisiete, lo que veía era que mi cabello era oscuro, no sabía usar maquillaje o peinarme. No sabía nada de tacones, vestidos, bolsos. Era una niña, una niña aterradora quiero decir. Había vivido millones de cosas que no eran buenas. Tenía traumas, y ni siquiera tenía pechos. No tenía el cuerpo de una modelo de pasarela.
Así que cuando un día Hyõ se fue y él llegó lo ignoré porque me sentía insignificante y quería proteger lo poco que me quedaba de mi corazón. Quería alejarlo, quería que él desapareciera y se llevará la nube de sentimientos que me empañaron, confundiéndome. No podía ser lo que él quería, estaba rota, sola, vacía, me sentía así. Las pesadillas regresaron esas semanas al punto de quitarme el sueño, estaba gruñona y cansada y él gravitaba a mi alrededor la mayor parte del tiempo fingiendo que no lo ignoraba. Yo trabajaba con Sam y Emily se quedaba conmigo en las noches. Hyõ se había ido por diez días y yo estaba muy preocupada pero él llamaba cada noche y había aplacado mis temores diciéndome que estaba trabajando en un campo al que no podía llevarme porque no había internet y yo aún estaba cursando la secundaria en línea.
Ese día lo recuerdo porque quise convencer a Edward de alejarse por primera vez en mucho tiempo.
—¿Por qué no vas a casa?
Fue tan difícil decírselo, pero me giré y lo encontré allí sonriéndome mientras me miraba limpiar y él limpiaba también.
—Vaya. Casi creí que los ratones se habían comido tu lengua. Hyõ me pidió ayudarte hoy.
—Puedo hacer el trabajo sola —murmuré levantando varias esponjas. Estábamos humedeciendo una pared con una mezcla para poder pintarla y ahorrar, sellando poros en el concreto.
—Estoy seguro de que puedes. Quiero ayudar.
—Deberías estar fuera divirtiéndote con tus amigos, esto no es fácil. Esto es trabajo y no es para alguien como tú.
Edward pareció arrepentido, quizás sintió lástima; nunca pude comprender esa mirada en sus ojos, luego tomó mis manos y cuando las vio me miró a los ojos.
—¿Por qué no me dejas acercarme a ti? No soy diferente a ti, soy un ser humano. Bueno, lo era la última vez que vi.
—Porque un día abrirás los ojos y solo te irás. Y no quiero que lastimes a la única persona a la que le tengo respeto. Le agradas a Hyõ —le dije como excusa. Hyõ era mi escudo. Mi excusa más fácil para fingir indiferencia.
—Me merezco el beneficio de la duda Bella. No pienso irme. No vas a alejarme esta vez.
Estaba molesto porque su ceño se frunció. Quise tener el valor de solo poner mis dedos en su entrecejo y alisar sus arrugas, pero siempre fui una maldita cobarde a su alrededor.
—No me llames así Edward, mi nombre es Isabella.
—Bella es más dulce —suspiró y quise suspirar también. Mis manos hormigueaban por su toque anhelando cosas que no había anhelado antes. Él había dado marcha atrás a tocarme. Raramente lo hacía pero mi piel anhelaba que lo hiciera y eso me hacía tener miedo.
—No soy una mujer dulce —le repuse contrariándolo.
—No eres una mujer —se detuvo sonrojándose y luego añadió —¿O si?
Negué y me sonrojé también levantando el balde del piso intentando encontrar una excusa para evitar su mirada y su forma nerviosa de preguntar algo que era demasiado obvio.
—Eso no te incumbe —gruñí sin embargo también
—Sería algo interesante, quiero decir.
Bufé sin poder evitarlo por su inocencia, su nerviosismo y la forma atormentada de su voz deslizándose con cada palabra. Sorprendiéndome tomó con fuerza una esponja y comenzó a moverla sobre la pared llenándola con la mezcla que usábamos para cerrar los poros de los ladrillos de concreto.
—Solo sé que no quiero escucharlo. Ni saberlo. Me darían celos.
Me llamó la atención su honestidad, la forma en la que golpeó la pared con la esponja con fuerza sin verme, lo tensos que se veían sus hombros.
—¿Estás admitiendo que te gusto? —lo molesté intentando relajar sus pensamientos.
—¿Quieres escucharlo de mí? —preguntó.
Levanté la cubeta de nuevo y me sopló aire en las mejillas de forma extraña tomando el balde de mis manos antes de ponerlo en el suelo; luego sus ojos se clavaron en los míos. Sería una mentira si dijera que no quería que me besara, él no me había vuelto a decir que quería besarme, jamás había deseado un beso, no sabía que era el amor, muchos hombres me halagaban en la calle pero yo nunca había besado a nadie.
Sabia que era el sexo, pero no porque yo experimentado con alguien.
Había visto de todo en la calle y la perversión era algo inevitable cuando dormías y vivías en un callejón, más siendo una niña. También había conocido un lado feo del sexo, Félix me lo había mostrado de una forma que aún me hacía estremecer. Lo odiaba por robarme eso, esa ilusión de pensar que un día lo haría por amor y el miedo que me daba que todo fuera oscuro y vacío.
—¿Saldrías corriendo por la colina si te dijera que me encantas Isabella? ¿Me pedirías alejarme de ti? ¿Me pedirías alejarme si yo te dijera que despiertas cosas en mi que me asustan pero que aún así quiero sentir?
Me llamó la atención y…
¡No! ¡Dímelo!
Quise responder sin embargo, si lo hacía, iba a hacerle daño. Yo no tenía futuro. No había estudiado nada aún. Sabía que no iba a ir a la universidad luego de graduarme y estaba a pocos créditos de hacerlo. Sabía leer, escribir, era buena en matemáticas, Hyo se había encargado de que supiera de física, química, y amaba dibujar aviones con él. Me sabía las partes de un motor, había armado dos para un amigo de Hyo y estos eran bien pagados pero ¿Qué iba a ofrecerle yo?
Era una vergüenza total para la sociedad y en cambio él tenía un futuro tan grande que estaba segura que no le cabía en las manos. Si él y yo nos comparábamos, yo era nada y él siempre iba a serlo todo.
—No hagas preguntas de las que vas a arrepentirte al oír la respuesta Edward.
—No hagas preguntas de las que vas a amar las respuestas Bella —susurró él, terco, y me hizo querer sonreír, pero Kate apareció vestida de una forma en la que me hizo sentirme una nada y cuando la ví sonreír abiertamente viéndose culpable de estar allí tome la esponja de nuevo y le di la espalda porque sabía que todo era un teatro y ella parecía ser la protagonista.
—¿Necesitan una mano?
No respondí. Me adentré en la casa y solo me recordé que nada podía hacerme daño, nada podía hacerme flaquear. Iba a alejar a Edward de mi, así tuviera que arrancarme el corazón y dejarlo irse con esa chica.
La Isabella adolescente era igual de cabezota que la del presente, menos mal que Edward parece que tuvo muuuuucha paciencia e insistencia.
Esperamos que realmente estéis disfrutando mucho de la historia, tanto como Ann de escribirla o de mi de decirle las cosas que no me gustaban :P y las que me encantaban (por supuesto!)
¡Nos leemos la semana que viene!
Un saludo
