Disclamer: Ni los personajes, ni lugares, ni parte de la trama me pertenecen a mí, sino a Rumiko Takahashi. Esta historia invernal se escribió sin ánimo de lucro, solo para entretenerme y divertir a otros.

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Nota de la Autora: Esta es una de las diversas historias que estaré publicando para la #dinámica_de_diciembre llamada #Fantasia_Invernal (nombre que me encanta, por cierto) convocada por la página de Facebook "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma". Gracias por invitarme a participar un año más. Todas mis historias estarán tanto en Fanfiction como en Wattpad. Espero que os gusten y disfrutemos juntos de esta época tan especial.

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Historia nº 3:

El Lado en el que Duermes

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4.

Escalofríos bajo las Sabanas—

Akane estaba desorientada.

Mirando los muros de los patios de las casas que había a ambos lados de la carretera y las formas irregulares de sus tejadillos, estaba segura de que conocía de sobra la calle por la que caminaba. Los desconchones que se dibujaban en la roca formaban figuras que podía adivinar si entrecerraba los ojos y hasta las grietas sobre el asfalto trazaban líneas conocidas para ella. Había caminado cientos de veces por ahí, y sabía dónde estaba, solo que, en ese momento, su mente lo había olvidado o era incapaz de acceder a sus recuerdos.

Lo sabía, pues claro que lo sabía. Era solo una jugarreta de su mente cansada.

Sin embargo, a medida que avanzaba y husmeaba a su alrededor en busca de ese algo que la hiciera despertar de ese estado de confusión, lo que hacía era encogerse más y más. Sus hombros, su espalda, su cuello, todo tiraba para abajo y ella empezaba a sentirse como una niña pequeña que cree que se ha perdido. Le entró el temor absurdo de que si intentaba dibujar el trayecto que estaba haciendo en su mente, descubriría que no sabía por dónde seguir. Respiró hondo y tiró de las correas de la mochila que llevaba a su espalda, sintiendo su peso.

Era un miedo irracional, ilógico, pero no por ello era menos aterrador.

Llegó al final de calle y apareció una esquina. Su imagen le produjo un hormigueo molesto que se apoderó de las palmas de sus manos, a pesar de lo cual siguió caminando. Se le secó la garganta. Había que tomar una decisión. ¿Seguía recto o giraba?

¡Debería saberlo!

No, seguro que lo sabía. ¡Pues claro! Pero ese miedo estúpido no le dejaba recordarlo.

Casi había llegado cuando unas manos cálidas se posaron en sus hombros y, con suavidad, le indicaron el rumbo correcto hacia una intersección. Akane se paró ante una carretera por la que circulaban los coches, observó los rostros distraídos del resto de peatones que esperaban en el borde de la acera para cruzar.

Una de las manos de Ranma remoloneó sobre sus hombros antes de desaparecer cuando el chico se colocó a su lado en silencio. ¿Se habría dado cuenta de sus dudas? No le dijo nada y su mirada tranquila fue a parar al semáforo sin más.

Fue ella quien le agarró del brazo, apoyándose en él, justo en el momento en que una ráfaga de viento helado se levantaba y los barrió a todos, arrastrando la hojarasca de color ocre que se amontonaba en el suelo húmedo por las últimas lluvias.

—¿Pasa algo? —preguntó él, mirándola con una ceja alzada.

Akane arrugó la nariz antes de responder. Ranma también llevaba en sus hombros una mochila abultada y pesada. Revisó la calle que tenían delante y se dio cuenta de que sabía dónde estaba y a dónde se dirigía a la perfección.

¡Pues claro que lo sabía!

El alivio más dulce recorrió su cuerpo encogido y sonrió, riéndose de sí misma y de ese miedo ridículo que había hechizado su corazón por un momento.

—No, nada —respondió, expulsando todo ese aire envenenado de terror de su pecho—. Estoy cansada.

—Deberías haberte dormido en el tren.

—Tú te has quedado frito nada más sentarte en tu asiento —Le recordó—. Y alguien tenía que vigilar que no nos saltáramos la parada.

Ranma meneó la cabeza sin admitir y negar nada.

—¿Quieres que lleve también tu mochila?

Pero Akane rechazó la ayuda justo cuando el semáforo cambiaba de color. No era ese tipo de cansancio, de hecho, si no se paraba a pensarlo, apenas notaba el peso.

Cruzaron junto al resto de viandantes al otro lado y la pequeña multitud se dispersó en diversas direcciones. Ellos siguieron por una callejuela que bajaba y pronto se encontraron a solas, y con la valla que cercaba el canal de Nerima a su lado.

—¿Estás nerviosa por la vuelta a casa? —Le preguntó. Había un ligero tono de burla en la pregunta que se cortó de raíz dado la gravedad con que ella le miró. La expresión de su marido se tornó más tierna, aunque igual de despreocupada, al instante.

—No es la vuelta lo que me preocupa —contestó, sin poder evitar un nuevo resoplido—. Llegamos pronto —Le indicó, tras consultar su reloj—. Seguro que tus padres no están en el dojo aún.

—¿Y les esperamos o damos la noticia primero a tu familia?

—No, no —replicó ella, a toda prisa—. Les esperamos.

. Quiero decirlo solo una vez, y que pase lo que tenga que pasar.

Ranma le mostró una sonrisa indulgente, la misma clase de sonrisa que le dedicaba antes de un examen importante que ella estaba segura que iba a suspender o cuando la acompañaba a clase el día que le tocaba hacer una exposición frente a sus compañeros. Era una sonrisa que, a priori, parecía decir: venga, exagerada, que no es para tanto. Pero que ella había aprendido que, en el rostro del chico, venía a decir más bien: Quiero ayudarte a calmarte pero no sé cómo hacerlo. Darse cuenta de esto había sido una gran suerte, porque en lugar de reaccionar con desaire, Akane le respondía agradecida y la paz se mantenía entre ellos.

En ese tiempo había aprendido a reinterpretar muchos de los gestos y palabras de Ranma que solían irritarla porque había descubierto nuevos matices y detalles en ellos que podían cambiar por completo el mensaje que él, con su peculiar forma de comunicarse, intentaba transmitirle. No había sido fácil, pero tenía que reconocer que pararse un momento a mirarle y escucharle con más atención, antes de dejar salir su genio, les ahorraba muchas peleas.

—Puede que no se lo tomen tan mal como creemos —opinó él. Pero tras solo un par de segundos de pensarlo, hizo una mueca—. No, olvídalo.

. Se pondrán hechos una furia cuando se lo digamos.

—Lo sé —admitió ella, acurrucándose más contra él. Ranma estiró su brazo para rodearla y su calor la cubrió por completo.

—Pero no les servirá de nada —siguió él, igual de relajado—. Lo tendrán que aceptar.

. Igual que aceptaron que me fuera a vivir contigo a Tokio.

¿Aceptar?

En teoría sí, no les había quedado más remedio. Solo que había maneras y maneras de aceptar una decisión y la que su familia había elegido en aquella ocasión había sido la más difícil de todas.

Tanto su padre como el resto pusieron el grito en el cielo cuando Akane anunció que se iba a estudiar a Tokio porque, por lo visto, todos contaban con que escogiera una opción más cerca de casa. Incluso le sugirieron que una universidad a distancia sería una buena idea; así podría permanecer en el dojo, ayudando a su marido y ejerciendo de esposa. En el fondo, lo que todos esperaban era que, poco a poco, dejara a un lado los rigores del estudio de una carrera en pos de sus obligaciones en el dojo y de mujer casada.

Ese no era el plan que habían acordado un año atrás, cuando se decidió el asunto de la boda y así se lo hizo saber a Soun, pero éste siguió insistiendo para que se quedara en Nerima y, la verdad, Akane podría haber claudicado para complacer a su familia de no haber sido porque Ranma la animó a hacer lo que ella quisiera. Y también, claro, porque le aseguró que si ella se iba a Tokio, él la seguiría.

La noticia no gustó nada a sus padres que protestaron, gritaron y se negaron a aceptar ese acuerdo. Porque si ellos se marchaban fuera el tiempo que duraba una carrera universitaria, el dojo tardaría en años en empezar a funcionar y eso retrasaría mucho sus planes. Por supuesto, también intentaron que, por lo menos Ranma se quedara y empezara a hacerse cargo de la escuela, pero el chico se negó en redondo. Estaba decidido a estar junto a su mujer fuera donde fuera.

¿Para qué insistieron en casarlos tan pronto si luego pretendían separarlos?

Hasta entonces, ninguno de los dos había sido consciente de hasta qué punto sus padres tenían planeado todo su futuro, ni de lo seguros que estaban de que ellos cederían y acabarían cumpliendo con lo que les habían preparado. Fue un verdadero shock para los patriarcas ver como sus hijos se rebelaban y exigían hacer su vida como ellos quisieran pero, ambos eran mayores de edad, así que no pudieron retenerlos.

Hacía un año que se habían marchado a un pequeño apartamento de Tokio, cerca de la universidad donde Akane iba a clase. Mientras tanto, Ranma había encontrado trabajo en un par de gimnasios y le estaba yendo muy bien. Tanto así, que ya casi había ahorrado lo suficiente como para viajar a China en busca de su cura.

Por eso estaban en Nerima, eso era lo que iban a comunicar a sus padres.

—Esto también formaba parte del acuerdo, ¿no? —comentó Ranma—. Ellos ya saben que en algún momento volvería a Jusenkyo a resolver mi problema.

—Lo que no saben es que yo iré contigo —dijo Akane—. Eso es lo que les va a enfadar.

El viaje a China y su consiguiente expedición a los campos de Jusenkyo no sería un viaje fácil, ni mucho menos breve. Así que después de mucho debatir entre ellos, habían decidido que Akane le acompañaría porque no veían posible estar separados tanto tiempo. Tendría, por tanto, que pausar sus estudios unos meses.

—¿Y no has estado estudiando el doble para adelantar asignaturas del segundo año? —Le recordó él.

—Sí, pero eso les dará igual.

Lo único que sus padres entenderían sería que aquel viaje a China iba a alargar todavía más el tiempo que los chicos vivirían en Tokio, es decir, el dojo estaría cerrado más tiempo y sus planes, se retrasarían más todavía.

Akane estaba segura que esa conversación sería una aburrida, incómoda y tensa repetición de la que yo tuvieron hacía un año. Y que todos la presionarían para que ella se quedara estudiando mientras Ranma viajaba solo.

—¡Pues por eso te dije que nos fuéramos sin más! —Protestó él—. Y cuando me hubiese curado y estuviéramos de vuelta, les contábamos todo.

—¿Y preocuparles desapareciendo de repente?

—Ni se habrían enterado.

—¡¿Cómo qué no?! ¡Si tu madre nos llama casi todos los días!

—¿En serio?

Akane chistó poniendo los ojos en blanco.

El nerviosismo que reptaba por su cuerpo llevaba consigo el frío del otoño, le lamía los tobillos a pesar de que los botines se los cubrían hasta el inicio de sus gemelos. Lo sentía ascendiendo por dentro de la ropa hasta hincarse en su rodilla derecha y seguir por dentro del jersey hasta estrangularla el cuello.

Odiaba estar tan nerviosa pero es que sabía a la perfección lo que estaba a punto de ocurrir.

—No podemos hacer otra cosa —Determinó Ranma, pero su convicción flaqueaba, como ella, pues tampoco quería pasar otra vez por todo eso. Resopló, de hecho, frustrado y se detuvo en mitad de la calle para mirarla—. Esto es lo que hay, ¿o no?

. Se enfadarán, sí, y será un infierno aguantarles pero…

Akane lo sabía, y por engorroso que fuera soportar esa situación, tenían que verlo como un obstáculo irremediable que, de ningún modo, evitaría que se salieran con la suya. No era eso, en verdad, lo que la tenía tan nerviosa, sino el hecho de que sus padres siguieran sin comprenderles después de tanto tiempo.

La frustraba que siguieran tratándoles como niños cuyos sentimientos no importaban del todo y por eso, podían exigirles cualquier cosa o intentar manipularles para salirse con la suya.

—¿Cuándo se supone que van a tratarnos con…?

—¿Con respeto? —probó Ranma de forma sarcástica—. ¿Con comprensión?

Akane apretó los párpados, otra vez con ese cansancio pegajoso tirando de su cuerpo hacia abajo.

—Como a adultos —respondió—. Como los padres tratan a sus hijos normalmente.

—¿Normales? ¿De quién estás hablando?

La chica hizo una mueca, sus rodillas la hicieron tambalearse pero Ranma la cogió por los brazos al vuelo. Acercó su rostro al de ella y pudo ver que, al fondo de esa mirada azul tan despreocupada y tranquila, también estaba ese cansancio. Que él comprendía y tampoco quería estar ahí, teniendo que dar explicaciones sobre las decisiones que debería poder tomar sobre su vida porque era libre y adulto.

Ambos lo eran. Pero ahí estaban.

—Akane —dijo su nombre de esa forma, bajito y grave, con intimidad y seriedad, como solía hacer cuando quería alentarla a algo, o cuando estaban en la cama por la noche. En cualquier caso, ella notó que sus mejillas se encendían—. Ya sabes que lo más importante es que nos vean convencidos y unidos.

. Es la única manera de que no nos hagan cambiar de opinión.

—Lo sé —repitió, asintiendo—. Digan lo que digan, y hagan lo que hagan.

Ranma le mostró una sonrisa trémula.

—Porque no vamos a separarnos por nada —Hizo esa pausa nerviosa, aún temerosa, aunque ella no entendía por qué—. ¿Verdad?

—Verdad —contestó con firmeza y una sonrisa. Con todo, él reaccionó como siempre, dando ese diminuto respingo de alivio antes de rodearla por la cintura para besarla. Akane también se agarró a él y cerró los ojos, apartando de su mente los problemas que volvían a estar sobre ellos. Intentó disfrutar de esos instantes de felicidad antes de volver a la realidad.

Siguieron caminando, mucho más seguros, hasta que tuvieron frente a ellos el portón de la casa. La joven notó que no estaba el cartel con el nombre del dojo en su lugar habitual, pero también vio las marcas del polvo, muy visibles, lo que la hizo suponer que no hacía mucho que lo habrían retirado.

Ahí estaba, la primera táctica para hacerles sentir culpables.

—¿Preparado? —Le preguntó.

—Pues claro.

—Todo irá bien —Y lo creyó, ahora sí, con todas sus fuerzas—. No te pongas histérico si empiezan a hablarnos de bebés como la última vez, recuerda que solo es una técnica para confundirnos.

—¡Ya lo sé! —Protestó con el rostro colorado.

Se miraron con fijeza, dándose ánimos el uno al otro. Al otro lado de la puerta oyeron voces, algunas más fuertes y cascadas que otras, riendo y bromeando. Al parecer los Saotome también habían llegado antes.

—Bien —murmuró ella, y le tendió la mano—. ¿Vamos?

—Vamos —respondió él, agarrándola.

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Lo que despertó a Akane fueron los intensos temblores que hacían retumbar el colchón sobre el que dormía.

Salió de un sueño pesado y profundo con confusión, le costó varios intentos separar sus párpados y lo primero que vio al hacerlo, la confundió más aún. No era su viejo escritorio bañado por la luz que entraba por la ventana, sino una pared lisa y un montón de trastos esparcidos por el suelo. Frunció el ceño y se estiró un poco, notando el tacto suave de las medias en sus piernas, en lugar del calor de su pijama de invierno. Esas pistas la ayudaron a volver en sí, a recordar que estaba en la habitación de invitados, su habitación ahora, porque Ranma y ella se habían casado.

Se habían casado, era cierto.

Y también era cierto, adivinó por la poca luz que apreciaba a su alrededor, que aquella seguía siendo su noche de bodas.

Ya recuerdo, se dijo. Sí, se acordaba de todo muy bien. La boda, el restaurante, la casa helada y vacía.

Por el rabillo del ojo captó los destellos desvaídos de la llama de la vela que seguía prendida y el silencio en el cuarto. Se había quedado dormida, pese a todo, pero algo la había arrancado de su descanso y no supo qué había sido hasta que los temblores a su espalda se reanudaron.

¡Ranma!

Despacio, Akane miró por encima de su hombro, el bulto que era (debía ser) su marido sufría un espantoso ataque de tiritones. No pudo verle porque estaba tapado con el edredón hasta por encima de su cabeza, pero oía los gemidos que escapaban de su garganta y el castañeteo de sus dientes.

—¿Ranma? —murmuró, volviéndose con cuidado. No obtuvo respuesta, así que levantó un poco la colcha y distinguió su figura encogida pegada al colchón—. ¿Qué…?

Tenía las piernas dobladas y se abrazaba a sí mismo con la piel de los brazos de gallina. Había hundido el rostro en la almohada y parecía incapaz de controlar los escalofríos que azotaban su cuerpo.

Pero, ¿qué le pasa?

No notaba que en la habitación hiciera más frío que antes, pero al acercarse un poco a él sí percibió que la brisa cálida que había acompañado al chico desde la noche anterior se había transformado en un aire gélido estremecedor.

—¿Ranma? —Le llamó, preocupada—. ¿Estás bien?

—¿T-te he d-d-despertado?

—Pues sí —respondió con sinceridad—. Pero, ¿qué te pasa?

Alargó una mano hacia él, pero una oleada de frío la paralizó causándole dolor. Apartó la mano y la ocultó bajo su cuerpo para devolverle el calor, sin despegar los ojos del chico que había girado el rostro sobre la almohada, enrojecida la nariz, la frente, tirantes los labios de un tono azulado y el pelo algo húmedo.

—H-he salido f-fuera —Le explicó con dificultad. Apretaba la mandíbula para controlar los temblores y también los puños, quizás, por la frustración y el malestar—. A c-c-cerrar el p-p-portón.

—¿El portón?

—Olvidé cerrarlo… esta t-tarde…

—¡Oh, Ranma! —Se quejó ella. No se atrevía a tocarle, pero se le encogía el pecho viéndole en ese estado—. ¡No has debido hacerlo!

. Con el frío terrible que debe hacer fuera.

—S-sí, m-m-mucho frío.

—¡Si la puerta de la calle estaba cerrada! ¿Qué importaba el portón?

—No dejaba d-de golpear la… la… ¡El viento! —Se explicó, sin dejar de convulsionarse bajo las sábanas—. El r-ruido no… me d-dejaba dormir.

Akane siempre había dado por hecho que su sueño era mucho más ligero que el de él, pero no recordaba haber oído nada antes de caer dormida.

Pero, ¿cómo estaba así? Seguro que el tonto había salido con los pantalones y la camiseta de tirantes, sin ninguna otra cosa con que cubrirse y ahora estaba congelado.

¿Por qué no cogiste el edredón al menos?

Ranma parpadeó, buscó su mirada con debilidad y aunque no respondió con palabras, Akane lo supo al instante; no lo hizo para no dejarla a ella sin nada de abrigo mientras dormía.

Sin poder apartar los ojos de él, se llevó una mano al pecho a causa de la preocupación.

—Vamos al baño —Le indicó—. Seguro que el agua sigue caliente.

—N-no…

—¡Necesitas entrar en calor!

—No quiero m-mojarme ahora —declaró él, frunciendo el ceño.

—¿Y qué piensas hacer, entonces?

Ranma no tenía pensado nada salvo seguir temblando, encogido sobre la cama, como el gran cabezota que podía llegar a ser. Akane sabía que de ese modo no lograría recuperarse, pero también sabía que ella sola no podría llevarle a la fuerza al agua, así que resopló con fastidio y le cubrió bien con el edredón. Después alargó el brazo hacia él de nuevo y posó la mano en su espalda, por encima de la manta, para darle algo de calor. El frío, que parecía salir del interior del chico, traspasó la ropa de cama y se cerró en torno a su muñeca, retorciéndosela con dolor. Pero lo soportó, apretando los labios, y deslizó la mano sin flaquear por la ancha espalda del otro, ejerciendo tanta presión como podía aunque ni siquiera estaba segura de que él pudiera sentirlo por encima de esos terribles temblores que lo torturaban.

Ranma…

¿Y si en verdad enfermaba?

Todo por culpa de nuestros padres.

Akane descubrió que volvía a estar muy enfadada con ellos, incluso más de lo que lo había estado horas atrás. Eran culpables de que Ranma se encontrara en ese estado. ¡¿Es qué no se les ocurrió que algo así podría pasar?!

Hizo un esfuerzo por acercar su cuerpo un poco más a él, pero experimentó una embestida furiosa que intentó hacerla retroceder, un viento pavoroso parecido al de una tormenta de nieve que le picó en la piel y se coló por su ropa para golpear su cuerpo adormecido. Cerró los ojos para protegerlos de las esquirlas que traía ese viento invisible y siguió tirando de sí misma hacia Ranma. Resistió y peleó contra esa fuerza que la rechazaba, consiguiendo ganar unos pocos centímetros.

De repente, la intensidad del frío aumentó y Akane abrió los ojos, asustada. Una sensación glacial la invadió con brusquedad cuando Ranma se arrastró hacia ella y la enganchó con sus brazos cubiertos de escarcha.

—Ranma… —Akane jadeó por el dolor que punzó cada rincón de su cuerpo—; estás helado —Su primer impulso fue, por supuesto, apartarle de un empujón, porque ese frío era insoportable y solo quería huir de él. Escapar de los tiritones que zarandeaban el cuerpo del chico y, ahora, también el suyo.

No puedo resistirlo…

Entonces, Ranma reposó su cabeza sobre el pecho de la chica que dio un nuevo respingo ante el tacto de esa piel tan fresca, de ese aliento polar que golpeaba contra la piel de su cuello en débiles resoplidos.

¿Qué te está pasando, Ranma?

Un extraño frío se le había metido dentro y amenazaba con devorarle, lo consumiría hasta convertirlo en un trozo de hielo y Akane se dijo que eso no podía permitirlo. No podía perderlo ahora que estaban unidos. Ella era la única que podía salvarle así que, soportando el dolor que estaba padeciendo, retorció su cuerpo hacia él para darle algo de su calor. Enroscó sus brazos alrededor de su cabeza y la estrechó contra sí, conteniendo la respiración.

Pasaron minutos, horas en esa postura.

Akane entreabría los ojos y observaba el color del rostro de su marido, hacía una mueca, los cerraba y le abrazaba con más fuerza. Empezó a exhalar por la boca, su aliento cálido rozaba los pelillos de la cabeza del chico y bajaba por su rostro tembloroso derritiendo el hielo que resplandecía en su piel. Se animaba a sí misma para aguantar, para seguir luchando contra el frío, para traerle de vuelta al calor.

—Solo has cogido un poco de frío —Le susurraba de vez en cuando—. Nada más.

. Todo irá bien.

Todo irá bien, Akane, se decía a sí misma y con el pasar de los segundos, empezó a creérselo de verdad.

Todo iría bien porque ella amaba a Ranma. Muchísimo. Pasara lo que pasara, ella le quería. Deseaba estar con él, y él también quería permanecer a su lado. En Nerima, Tokio o en China, él mismo lo había insinuado varias veces. Sí, iba a ser difícil y doloroso pero, si resistían y luchaban, al fin, todo acabaría saliendo bien.

Se lo repitió una y mil veces hasta que, por fin, los temblores empezaron a amainar.

—¿Ranma?

La respiración de éste se hizo más lenta y profunda, calmada. Akane notó que de la unión de sus cuerpos surgía una calidez que, poco a poco, fue cogiendo fuerza y deshizo el dolor de sus extremidades, de sus huesos y de su piel. Suspiró, aliviada. Apoyó la cabeza sobre la almohada y la comisura derecha de su boca tiró queriendo sonreír.

Ranma también se calmó aunque sus brazos siguieron anclados a su cintura y a su espalda. Tras ella, Akane estuvo segura de oír el zumbido de la estufa funcionando.

—Me iré contigo a Tokio, Akane.

La voz del chico surgió de las profundidades de las mantas, adormilada y cansada. Ella intentó buscar su mirada pero el flequillo le tapaba los ojos, a pesar de todo, no tuvo dudas de que lo decía muy en serio y eso le enterneció el corazón.

—¿Ah, sí? —preguntó—. ¿Querrás venir conmigo?

—Estaré siempre contigo.

La joven respiró profundamente y su mirada recorrió el cuarto, abrumada.

—Yo también iré contigo a China —Le prometió—. Lo haremos todo, ¿de acuerdo? Todos nuestros objetivos —Bajó la barbilla hasta la cabeza del chico y entrecerró los ojos—. Y no tenemos que separarnos.

Sin saber por qué, se sintió plenamente convencida de que esa vida que esbozaban apenas en dos o tres palabras podía hacerse realidad. Se presentó ante ella tan clara, tan real como si ya la hubieran vivido, y le pareció una buena vida. No estaría exenta de problemas, imaginó que sus padres se opondrían a ciertas cosas pero no tuvo miedo, porque todo saldría bien.

El cómo había empezado ese matrimonio carecía de importancia, porque lo que ella estaba viendo era el futuro, los días que estaban por venir. Y lo más importante que veía era que estarían el uno al lado del otro para siempre. Los veía juntos caminando por las calles de Tokio, juntos en una casa pequeña, juntos en un barco rumbo a China.

¿Ya había pasado?

Quizás ya había vivido toda esa vida y solo era una ancianita en su cama, recordando el momento en qué empezó a vivir.

Akane dibujó una sonrisa divertida mientras meneaba la cabeza por las ocurrencias de su propia imaginación.

Ranma se removió, recolocándose más pegado a ella, sin soltarla y su cálida piel reflejó la luz de llama de la vela.

—Este será mi lado de la cama —murmuró justo antes de quedarse dormido.

Habían expulsado el frío de la incertidumbre y ahora todo estaba bien. Akane le estuvo observando un buen rato mientras sus ojos se llenaban de arena y su corazón rebosaba ternura, expectación, ilusión, esperanza; y tenían todas estas emociones un olor diferente al del verano. Era el aroma del chocolate caliente, galletas, bizcocho recién horneado; un olor que le recordó a la navidad.

Ya no falta tanto, recordó.

Pero era algo más; el olor del amor. Un amor inmenso, complicado a veces, pero era puro y alegre, y en ese momento la llenó por completo, acelerándole el corazón, contrayéndole el pecho e insuflando sus pulmones hasta hacerla suspirar otra vez.

—Te quiero, Ranma —susurró, antes de sucumbir también al sueño, rodeada por ese tan ansiado y deseado calor que provenía de ellos mismos y de su amor.

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Hola Ranmaniaticos,

¿Qué tal lleváis la semana?

Aquí os comparto el capítulo 4 de este fic Adentrándonos en la noche, parece que Akane por fin se ha librado del frío, de las dudas y puede ver la luz al final de ese día tan complicado.

Me anima mucho saber que os está gustando esta historia y todas las demás de la dinámica (aún nos quedan unas cuantas para terminar) y solo quería agradeceros vuestro apoyo porque me emociona mucho saber que esperáis mis actualizaciones con ilusión, y que nuevos lectores van llegando hasta aquí con ganas. Esta época del año es muy especial para mí y me alegra mucho estar compartiéndola con vosotros un año más.

Así que muchas gracias a todos y a todas las que leéis cada capítulo, votáis en wattpad o le dais a seguir/favorito en Fanfiction, y de manera especial, gracias a los que comentáis siempre y me dejáis saber vuestra opinión. Esta vez no he llegado a tiempo para responder a vuestros comentarios, Nochebuena se acerca y por aquí andamos ya con compras y preparativos, lo siento. Ojala que este nuevo capítulo os haya gustado y lo compense.

Nos vemos muy pronto ^^

¡Besotes para todos y todas!

EroLady