El invierno en Alemania siempre era frío. La nieve pintaba las calles de un blanco perlado que invitaba a quedarse todo el día en cama, mirando la TV con un chocolate caliente y pan. Igualmente era una temporada nostálgica, no sólo por ser fin de un ciclo al sol, o porque las personas eran mucho más reflexivas sobre lo que han hecho de sus vidas durante ese año. Recuerdan personas que se fueron o esperan personas. De cualquier manera, a Leo no le gustaban esas fechas, tampoco el invierno. Pensaba en sus padres y la infancia que se fue.

El frío le entumía los dedos y tenía que usar ropa más gruesa y pesada. Caminar le entumía las piernas. No tuvo más remedio que salir a comprar víveres para ese par de días que permanecería en casa, luego retomaría su investigación. Aunque quisiera, esta temporada era inútil para su misión.

La cajera al ver a Leo, los atendió entusiasmada. Para ellos era costumbre que algunas señoritas los miraran con curiosidad. Muchas pensaban que era hombre y los hombres también. Leo pasaba por un hombre muy afeminado o una mujer hermosamente masculina. Ninguna de esas apariencias le importaba. Se despidió amable de la cajera y caminó hacia su apartamento en el centro de Frankfurt. Agradeció encontrar un lugar barato lejos del centro de la ciudad. Odiaba las ciudades aglomeradas.

No era un piso grande, tenía lo necesario. Un espacio para dos sillones, comedor, su cocina, baño y una recamara modesta con vista a la ciudad. Tampoco es que pasara mucho tiempo en casa. El elevador estaba descompuesto y subió por las escaleras hasta el cuarto piso. Pronto serian las cinco de la tarde, pero el ocaso llegaba más pronto y oscurecía.

Buscó las llaves en el abrigo, dio vuelta a la chapa. Entró a su departamento de un fuerte empujón que los hizo caer a suelo y tirar las bolsas de la compra. Afortunadamente no se golpeó el rostro porque sus manos amortiguaron la caída. Todo sucedió tan rápido, el peso de algo que supuso era una pierna sobre su espalda le impidió levantarse. Con la cara contra la duela no podía ver nada. Las luces seguían apagadas.

Tuvo un mal presentimiento. Su cuerpo se tensó al sentir una mano tirando de sus cabellos rubios. Un aliento helado en su cuello le erizó los vellos de la nuca. El intruso no hablaba, escuchaba su respiración calmada, había control en sus acciones.

—¡Quítate! ¡Déjame ir!— exclamó. El cuerpo sobre el suyo era mucho mas pesado, supuso que grande en estatura y músculos gruesos. Mientras más intentaba liberarse, el otro presionaba su cuerpo al suelo— ¿quieres dinero? Te daré dinero, pero…— no terminó su frase.

Fueron levantados violentamente tirando de sus cabellos. El extrañó seguía detrás de ellos. Una vez de pie, golpeó la pierna del otro. Al girar para encontrarse con el invitado no deseado, se puso en guardia, listos para pelear. No lo vio, las luces seguían apagadas. Buscó en todas direcciones pero no sintió la presencia de nadie. Sus instintos de peleador y supervivencia era demasiado agudos, podía oírlo acercarse. Corrió hacia un interruptor pero antes de encenderlo, el intruso le cerró el paso. Y con una velocidad que no esperó, fueron arrastrados hacia la habitación.

Cayó de espaldas en la cama. La luz del alumbrado público entró por la ventana, iluminó tenuemente la habitación. Revelando una figura enorme. Un abrigo cubría al sujeto. La piel pálida brilló un poco ante el reflejo. Leo ahogó un grito al descubrir las cicatrices en ese rostro cadavérico y demacrado.

— Viniste— susurró Leo débilmente— ángel blanco de la muerte…

Sergei no respondió. Su silencio era más frío que el propio invierno. La preocupación de Leo era evidente. Sin embargo, en esa aparente soledad, la curiosidad e incertidumbre los dominaron. Tragó saliva. Intentó no moverse. Su respiración era débil, inaudible. Sergei seguía de pie frente a la cama. El sonido del abrigó al caer suelo, conmocionó a Leo. No se atrevió a volver a hablar. Ese hombre siempre imponía con su presencia y causaba una debilidad indescriptible en ellos. Su cuerpo comenzó a sentir frío por el nulo movimiento. Los dedos se entumecían y creyó que ya no podría pelear por las condiciones del espacio. Para Sergei, el frío de Alemania era cálido y veraniego.

—¿En verdad quieres… esto?— preguntó el ruso finalmente, su voz suave y seria.

Leo miró las botas gruesas con restos de nieve que llevaba Dragunov. Era tan alto y Leo apenas si le llegaba al pecho. La diferencia de estatura era tan evidente y divertida. Con su 1.73 metros, Leo era un llavero bajo sus manos. Buscó la mirada helada del ruso, ese azul desvanecido de sus ojos esperaba una respuesta. Leo recordó.

—Mm, por su puesto, Sergei— afirmó, su cuerpo finalmente se movió, se acercó al ruso. Las manos de Leo tomaron el rostro pálido con suavidad. El más alto se inclinó para estar a la misma altura. Leo le dio un beso en los labios.

Habían hablado de eso hace unas semanas. Tuvo mucha vergüenza al exponer su fantasía. Sin embargo, a lo largo de esos meses, Sergei le había brindado una confianza plena. Él nunca se reiría de ellos, Sergei entendía extrañamente como funcionaba la cabeza de Leo. Nunca hizo preguntas estúpidas sobre su identidad. Sólo sabia que le gustaba por ser simplemente Leo. La primera vez que los vio, creyó que era hombre, pero la delicadeza de su piel y la falta de la manzana de Adán, le mostraron lo equivocado que fue. Despertó su curiosidad. ¿Quién era esta criatura ambigua? ¿Porqué poseía un aura tan enigmática? Dragunov se encontró hechizado por el misterio. Y llegó a Alemania hace nueve meses solo para encontrar a ese ser andrógino que decía no tener género. Muy extraño para alguien que viene de una tierra heteronormada y de costumbres conservadoras. Añadido a su vida militar. Quería hablar con ellos. ¿Hablar? Leo consiguió lo que nadie, sin proponérselo.

Era fácil expresarse porque Leo entendió sus silencios, sus pequeños gruñidos. De inmediato leyó sus ojos pálidos y Sergei quería quedarse ahí. Leo no tuvo que explicar sobre su identidad de género, Sergei lo sabía porque había estudiado a los humanos por muchos años. Leo solo era una criatura diversa, esa especie que nació fuera de su época. Le gustaba mucho oírlos hablar, la facilidad que tuvo para escucharlos, hizo que Leo quisiera más y más todos los malditos días. Lo que le ayudó a abrirse más y tener una conexión mas estrecha y profunda. Todo se dio igual de armonioso que una canción. La confianza creció a tal punto que nada parecía una locura.

— Recuerdas la palabra segura, ¿verdad? — Sergei estaba ligeramente preocupado, su mirada fija en los ojos azules de Leo. Quizá en el fondo buscaba alguna negativa.

—Sí, es pretzel de nieve— respondió Leo con una bonita sonrisa en su rostro.

— Esta bien— Sergei suspiró, volviendo a su posición inicial. Había en sus movimientos nervios y emoción— dilo en el momento que sientas incomodidad.

—Así será… Serg— volvió a besarlo.

No pensó que la palabra segura fuera necesaria, confiaba en él, con su vida. Habían llegado a conectar de tal manera que Leo tenía mucha seguridad a su lado. Sin embargo, sabia que Sergei necesitaba esa certeza antes de continuar. Lo cual Leo complació porque Sergei conocía sus limites y sabía como tratar a las personas de acuerdo a sus intereses. Leo nunca fue una amenaza. Dudaba que tuviera que usar la frase.

Leo se levantó de la cama, simulando querer escapar de la recamara. Moviéndose silenciosamente como si Dragunov no pudiera notar sus acciones. Sus instintos de lucha se activaron un poco, pero logró suprimir cualquier reacción cuando él ruso los tomó por la cintura y agarró sus manos. Los inmovilizó contra la pared más cercana. Sólo necesitaba una mano para capturar sus dos pequeñas muñecas, dejando la otra libre para hacer lo que quisiera. Por su puesto que Leo podía liberarse, era ágil y fuerte, muchas veces había esquivado ataques mas directos que ese, pero la realidad es que… no quería estar en otro lugar que no fuera estar clavados contra esa pared.

—¡Ah! Serg..ei ¿qué estas pensando hacer?

— No hables… cosa estúpida— el ruso gruñó. Ese tono de voz provocó en Leo agradables escalofríos por su espalda y un cosquilleo placentero entre sus piernas—¡Mantén la boca cerrada! — su enorme mano desabotonó el pantalón de mezclilla revelando que no había ropa interior— ¡Que sucia eres! Simplemente estas rogando por ello, ¿no?

— ¡Que… claro que no!— gritó fingiendo indignación y furia. Volvió a luchar por liberarse de sus agarre sin ninguna fuerza real. Podía utilizar una llave para derribar sus piernas sin problema, pero someterse a él era increíblemente excitante para ellos. Sabía que le pasaba lo mismo a él. Podía sentir su erección debajo de su pantalón, presionándose contra su plexo solar. Sergei le arrancó el abrigo, un abrigo viejo que decidió usar para este propósito así como un suéter que compró exclusivamente para que fuera hecho pedazos. Revelando uno pechos pequeños y puntiagudos.

Sergei dudo un momento. Generalmente Leo utilizaba un binder para cubrir la parte superior, era la primera vez que no lo llevaba puesto. Sonrió dulcemente.

— Ni siquiera estas usando esa faja que sueles usar diario— se burló en su cuello, mordiendo ligeramente, al mismo tiempo que su mano libre se extendía por su pecho descuidadamente.

El frío desapareció. El cuerpo de Leo se lleno de calor, su mente abrumada por la excitación. Reconocer cuánto los deseaba Sergei, lo ansioso que estaba por tocarlos, romperlos, desgarrar sus ropas, por poseerlos, los hacia sentir poderosos.

Leo tenía el control sobre esa montaña de hombre. Control sobre toda la relación en realidad.

— ¡Déjame ir!— fingió el gritó. Intentó liberarse otra vez, pateó sin ningún tipo de fuerza. Siguiendo el juego que ambos habían acordado una semana atrás. Leo simuló debilidad al contacto de las manos de Sergei sobre sus caderas. Los pantalones ya habían caído al suelo desde hace un rato.

Los movimiento de Sergei se detuvieron por un momento, confundido al darse cuenta. Los oyó gritar a causa de un miedo excitado cuando él los abofeteó. Leo sintió que sus rodillas se doblaban y se desplomaría al suelo, para su suerte Sergei los sostuvo con su otra mano. No esperaba esa reacción en él, pero sabía que en cualquier momento podía suceder.

De eso se trataba.

— Sabes que no es bueno intentar luchar contra mí— advirtió, su voz era un gruñido bajo, al mismo tiempo peligroso, helado y acalorado por la lujuria—haces eso otra vez y te haré pagar—prometió. Volvió a inmovilizarlos contra la pared.

Su erección chocó contra el estómago de Leo. Sus mejillas se pintaron de un rosa colorido que los hacia verse todavía mas joven. Desde la visión del militar, se miraban inofensivos, pequeños y bonitos. Comenzó a mover sus caderas, su erección se frotaba sobre la piel caliente y parte de los pequeños pechos de Leo. Lo que provocó que ellos se retorcieran, desesperados por mas contacto. Sergei metió su rodilla entre sus delgadas y macizas piernas y frotó ese pequeño botón que ya estaba húmedo como sus pliegues.

— ¡S-Sergei! ¡Para!— Leo gimió, mordiéndose los labios intentando en vano guardar los sonidos que salían de su boca.

— Oh… si esto es lo que te gusta— Sergei se burló. Aplastó sus pequeños pechos con una sola mano. Jugando con sus diminutos pezones. Leo intentó volver a liberarse de su agarre. Restregándose al mismo tiempo sobre su pierna— Mírate, tanta es tu desesperación por venirte, no te importa como sea, ¿verdad?—Golpeando y pellizcando sus senos. Su dedo pulgar e indice, apretaba sus pezones. Leo quería reprimir sus gemidos, pero era inevitable, cada toque los hacia gemir desesperados.

La respiración de Leo era entre cortada, por la excitación y el dolor que le provocaban las caricias del ruso. Hizo evidente la necesidad de conseguir más fricción. Sus muslos apretaron al rededor de la pierna de Sergei, mientras su vientre tenía diversas contracciones que los calentaban por la impotencia de no conseguir más.

— Pequeña cosita sucia— Sergei volvió a reír, frotando su pierna con más fuerza. Leo gritó, algunas lágrimas comenzaron a picar los ojos, por la rudeza con la que eran tratados.

Pero, ¡Por Dios! Ellos amaban cada segundo. La actitud dominante de Sergei hacia que se mojara más y su corazón se agitara lleno de adrenalina. Tuvo que reprimir el impulso de gritar para controlarse. ¡A ellos les encantaba ser tratados así!

Leo jadeó para recuperar la respiración. Se estabilizó al ver la mano fría y pálida de Sergei bajar hasta su intimidad para luego comenzar a jugar con los labios de su coño empapado.

— En realidad te gusta esto… eres una pequeña putita— sonrió. Leo no podía negar que le calentaba demasiado escucharlo hablar sucio.

Su expresión envió escalofríos a su espalda, no sabía en ese momento si era por el miedo o la creciente excitación que ya lo dominaba.

— Ya estás mojándote tanto para mí. Si no te conociera, diría que te gusta cuando te violo.

Las mejillas de Leo se incendiaron. Por su puesto que eso le gustaba, los hacia derretirse bajo su toque. Por su puesto que era todo lo sucia que decía él y un poco más. Sacudió la cabeza mientras cerraba los ojos. Sintió sus dedos gruesos y largos entrar, extendiéndolos sin ninguna restricción.

—¡N-no!— gimió Leo, quería que algo más grande entrará.

— Esto apenas comienza, pequeña cosa— ronroneó en su oído, lamiendo la comisura de la oreja— Sigue llorando por mí, no sabes como me encanta escuchar tus lamentables y patéticos ruiditos.

Los muslos de Leo comenzaron a temblar. Rogaba por más, quería sentirlo completamente, que llenara sus entrañas, se abriera dentro de ellos, golpeara fuerte y conciso en ese punto interno que él conocía bien.

— ¿Por favor que?— Sergei susurró con un tono de burla— ¿por favor más?

— Sí… ¡No, no!— Leo estaba olvidando el concepto del juego.

Sergei soltó una risa fuerte, casi tenebrosa, mientras sacaba los dedos de su coño y se desabotonaba el pantalón. Ellos observaron con atención, con los ojos muy abiertos la liberación de su enorme polla, las venas saltando, marcando la forma del grosor, la punta enrojecida y húmeda.

— ¡No, no!— fingió una suplica. La realidad es que se le hacía agua la boca ante la idea de que su enroma polla se forzara dentro de ellos. Aquello los abrumaba de una manera positiva.

A Sergei le gustaba verlos suplicar, rogarle mucho porque el orgullo y su ego se inflaban. Posiblemente Leo tuviera el control de la situación pero él podía darse el lujo de tomar lo que quisiera sin ningún preámbulo. Nunca había deseado un cuerpo como lo hace con el de Leo. Tampoco es que haya tenido mucha experiencia con mujeres u hombres, en realidad Sergei sólo tuvo dos parejas sexuales y ya tiene mucho tiempo. Ni con él ni con ella tuvo esta conexión inexplicable ni la premura de poseer un cuerpo.

Había algo en Leo, quizá su ambigüedad, su identidad sexual o su hermoso y pequeño cuerpo que temblaba siempre bajo su toque. Cabe la posibilidad que sentirse atraído de esa manera fuera por el hecho que tomo su virginidad hace varios meses. Era como el precio que pagaba por ser el primero. No lo sabe, pero ama verlos indefensos, nerviosos y desesperados por tenerlo.

Agarró la base gruesa de su polla, bombeando un par de veces. Gruñó débilmente por la sensación de alivio. Leo cerró sus muslos empapados para evitar que entrara en ellos y en consecuencia esperar un trato de su parte mucho más rudo.

—¡Para!— gritó intentando detenerlo con sus manos en los hombros de Sergei. Había lagrimas que corrían libremente en sus mejillas rosadas.

— ¡Deja de luchar, pequeña cosa insignificante!— exclamó, mirándolos con furia. Él extendió la mano y los golpeó en la cara. Dejándolos un poco aturdidos. Aprovechando la confusión de ellos, colocó la cabeza de su polla en su enterada y comenzó a empujar.

—¡No, no!— Leo se quejo desesperadamente. Dejo escapar un grito ahogado mientras Sergei se forzaba a entrar de un solo golpe.

Leo gritó por la sorpresa al sentir la intromisión con fingido horror cuando comenzó a moverse dentro ellos, con embestidas duras y descuidadas, penetrando lo más profundo. Llegando hasta el cervix. Él era tan grande, los llenaba tan maravillosamente delicioso. Todo se movía en su interior que su corazón latía con mucha fuerza y deprisa. Leo lo miró con los ojos llenos de lágrimas, encontrando consuelo en sus ojos grises, cálidos y amorosos.

Estaban un poco agobiados por toda la ola de emociones. Cuando miró a Sergei, se sintió a gusto. Eran esos ojos helados, de un azul único, un azul pálido que sólo existía en un cielo despejado. Con toda seguridad, sabía que cuidarían de ellos.

Una sola frase podía detener todo esto, pero como iba a hacerlo cuando al final habían llegado a una parte buena.

— Maldita sea… —Sergei gimió con una media sonrisa en sus labios oscuros— estas tan maldita mente apretada, tomándolo tan bien…

Intentó contener sus gemidos mientras él los follaba sin piedad. Leo jadeo cuando Sergei los tomó por la parte inferior de su muslo y los presionó contra la pared, teniendo mejor acceso para empujar mas profundo. Los pies de Leo colgaban del suelo, sin dificultad, Sergei podía cargarlos y hacer con ellos lo que quisiera.

Una delicia saber que la diferencia de estatura en el sexo le daba poder.

Leo se sentía como Sergei le prendía fuego por dentro. Era una sensación ardiente, golpeando sin detenerse. Ellos no iban a tener suficiente de la rudeza y descaro de Sergei, quería más, quizá un poco de humillación no vendría mal. Saldría de ellos sin algún cuidado previo, serian desechados después del uso hasta saciarse. La mera idea los tenía babeando.

La fuerza con la que Sergei sostenía las muñecas y muslos de Leo, le dejarían moretones más tarde. Y eso también era parte del juego, debía recordar la influencia que tenía sobre él, como nunca podía detenerse a los planes que Leo tuviera.

—Tu cuerpo es malditamente increíble, es para lo único que sirve, para tomar mi polla… eres una cosa sucia y degenerada— Leo quería escuchar mas palabras sucias, cerró los ojos para que la voz de Sergei, voz que reservaba solo para ellos, se filtrara en sus oídos, llegando a su sistema nervioso, su corazón latiendo de prisa— ¡Me tomas tan bien, ghh! Sólo quiero quedarme en ti todo el puto tiempo!

Leo se quejo, movía su cabeza negativamente sin mucha energía. Sus muslos sufrían de espasmos cuando las embestidas de Sergei llegaron a un ritmo inhumanamente rápido. El orgasmo se acercaba. Leo agradeció que ambos fueran peleadores profesionales, expertos en el combate, cualquier otra persona normal, no podría soportar la intensidad.

—Voy a llenarte… cosita sucia—Leo abrió sus bonitos ojos azules cristalinos, miraron en estado de shock a su captor— Si, ¿quieres?

—¡N-no! ¡No llevas condon!— el corazón de Leo se agitó por el mero pensamiento del semen caliente llenándolos por dentro.

Ellos se estaban controlando con un parche anticonceptivo, usualmente no lo hacían de esta manera. Y Leo siempre había querido que él se corriera en ellos en crudo.

— ¿No quieres que me corra en ti?— preguntó Sergei, deteniéndose. Observó el semblante de Leo, asintió felizmente, su corazón estaba eufórico al igual que su cuerpo. Él dibujó una sonrisa oscura que se extendió por todo su rostro. Sus ojos pálidos se hicieron despiadados como antes de un combate, pero Leo sabía que detrás había preocupación y amor. El sonido de su voz los hizo brincar, amaba la ronquera de su timbre y la fuerza con la que acentuaba la "R"— ¡Te voy a llenar tan bien que durante días, seguirás goteando mi semen! Y no puedes hacer nada al respecto. Lo aceptaras, simplemente como la cosita sucia y dócil que eres"

Sus muslos temblaron de placer, hecho la cabeza hacia atrás sintiendo la pared, soltó un gemido de satisfacción total. Ese aspecto de Sergei, ese que sólo ellos pueden tener y conocer, todo para ellos. Nadie más era digno de escuchar su voz aguarrientosa, sus gruñidos, las palabras sucias.

— Tiemblas— susurró el militar muy suavemente, un contraste de sus fuertes embestidas.

Leo se quedo sin palabras cuando el orgasmo llegó, su cuerpo se contrajo, superando su capacidad de reaccionar. Era un saco de carne babeante y gimiendo, dejando que el otro hiciera un desastre. Sergei dio algunos empujones entrecortados antes de penetrar profundamente dentro de su estreches cálida. Sus caderas se agitaron contra ellos al mismo tiempo que vaciaba su carga dentro.

—¡Leo!— lo oyó llamarlos.

Leo se desplomó contra él con un gemido. Su respiración entrecortada, intentando recomponerse de la intensidad del encuentro.

—S-Serg…— susurró.

—Fuiste increíble— elogió antes de besarlos en la frente sudorosa. Soltó sus muñecas con cuidado. Se retiro lentamente, dejando que un hilo blanco se escapara. Ambos gimieron ante la sensación de separarse.

Sergei acarició con cuidado las marcas que en el muslo y las muñecas de Leo en tanto ellos se recuperaban.

— ¿Estas bien? No me excedí, ¿verdad? — preguntó con dulzura, observándolos tiernamente Los ojos de Sergei eran tan expresivos y transparentes, es por eso que no necesitaba hablar, si sabían leer, entenderían todo lo que este inquietante hombre tiene que decir.

— N-no, fue perfecto— suspiró, le regaló una sonrisa de satisfacción. Despacio Sergei limpió su rostro de lagrimas, preocupado por ellos— No te asustes, no es mi intención llorar. ¡Me encanto, lo juro! Ni siquiera sé porque lloro…

— No me sorprende que llores, esto fue muy intenso. Descuida, no estoy asustado— le aseguró, depositó suaves besos en sus mejillas y los ojos—vamos, te llevó a la cama, ¿de acuerdo?

—Mm… esta bien— murmuró débilmente escondiendo la cabeza en su cuello, olfateando el aroma de Sergei, sudor, perfume de madera y cigarro. Sergei cargó con cuidado a Leo, depositándolos suavemente en la cama.

— No te duermas— acarició sus cabellos dorados y los besó en los labios— Te limpiaré, eres un desastre. Te traeré agua.

— Estaré bien— Leo fingió indignación por que eran tratados como una frágil chica. Entendía que algunas veces él olvidara su definición, pero cuando era así de atento y amoroso, conseguía que Leo se derritiera.

Sergei fue a la cocina por un vaso de agua. Leo buscó una camisa en el armario. Había ropa limpia que el ángel blanco tenía en su casa, tomó una camisa verde militar y ropa interior limpia. Cuando él regresó, encontró a Leo en el borde de la tina de baño con las piernas abiertas mientras el semen salía de ellos. Él le entregó una botella de agua. Tomó una toalla limpia y se arrodillo frente a ellos y comenzó a limpiar el desastre que dejó. Leo hizo una mueca y se rió ante la escena. No era la primera vez que Sergei los cuidaba de esa manera, pero verlo siendo tan delicado era un poco curioso, conociendo su historial.

— Deja de reírte y toma el agua— Sergei reprendió con su usual tono frívolo. Los miró desde esa posición, de rodillas ante ellos. Sus ojos se encontraron y Leo podía ver esa dulzura disfrazada de indiferencia.

Abrió la botella y comenzó a beber a sorbos hasta dejar a la mitad de agua. Al terminar de limpiar, Leo se vistió con la ropa que preparó. Sergei los vio subirse la ropa interior y usar una de sus playeras que le quedaba como un camisón. Leo amaba la ropa de Sergei, no porque fuera cinco tallas más grande, era cálida y llevaba su aroma.

Leo se dejó besar en los labios y en la frente antes de ser llevados de regreso a la cama. Luego lo vio regresar al baño y escuchar el grifo de la llave. Se deshizo de la ropa que llevaba y tomó del armario un pantalón de franela con una sudadera que hacia juego. Luego se acomodó en la cama a un costado de ellos.

— En verdad disfrute mucho esto, Sergei— le aseguró, depositó un suave beso en su mejilla fría, mientras los arropaba— espero que para ti también.

Sergei los miró, sonrió débilmente, Leo se acostumbró a esas sonrisas sinceras.

— Por su puesto que sí—confesó seriamente—nunca tengas dudas sobre eso. Me agrada saber que lo disfrutaste. De hecho, te agradezco por la propuesta.

— De nada— Leo sonrió, inclinándose para besar los labios tibios— al principio si me asusté, porque no sabía cuánta fuerza usarías, pero te confío mi vida Sergei…

— Entonces, ¿no te importaría repartirlo de nuevo?— preguntó con un ligero rubor en sus mejillas, había una inseguridad rara en su rostro. Era el temor al rechazo o al ridículo.

— Por su puesto— respondieron llenos de alegría. Después de todo Leo tenía varias ideas sobre más role play que quería probar. Sin embargo, estaban seguros que debía dejar pasar un tiempo— más adelante, tengo algunas ideas en mente— añadió tímidamente.

Sergei asintió, en respuesta, solo besó la parte superior de su cabeza, donde nacían sus cabellos rubios. Su enrome mano pálida y gruesa tomaron las suyas. Notó la diferencia de tamaño. Sergei besó su mano, Leo tradujo sus acciones. "Lo que quieras hacer"

— Iremos a tu ritmo— lo oyó mientras acomodaba su cabeza en el pecho de Sergei— te amo— lo oyó decir antes de cerrar los ojos.

— Te amo— repitió Leo hundiendo su cara en la tela de franela que cubría el cuerpo de Sergei.