Kyle nunca sabría cómo llegó a la sala de espera. Se sentía como si estuviera viendo una película filmada en primera persona, o dentro de un sueño. Heidi era probablemente lo único que consiguió ponerlo en movimiento al arrastrarlo de la mano. Las paredes y los azulejos blancos contribuían a que todo pareciera irreal.

Encontró a sus padres esperando, con sus amigos los Marsh consolándolos como buenamente podían en una circunstancia como aquella. Tras la puerta que había detrás de ellos, Ike estaba siendo operado de urgencia.

Su padre se puso en pie en cuanto lo vio y le dio un abrazo sin decir una palabra. Kyle volvió entonces la mirada hacia su madre y ella le dirigió una mirada breve antes de romper a llorar; Sharon le dio unas palmaditas empáticas en la espalda.

— Kyle...Te has mantenido al margen de todo esto hasta ahora y yo lo he respetado...Pero ahora los Colegas de la Libertad han atacado a tu hermano...No puedes seguir siendo equidistante...No cuando es tu hermano quien...—Gerald lo miró, tan frágil y severo a un tiempo—. Debemos estar todos juntos...Todos, ¿de acuerdo? ¿De acuerdo?

Heidi volvió la cabeza hacia él antes de ir hacia su madre. Kyle comprendió lo que quería decirle.

¿Qué otra cosa podía contestar salvo que sí a todo?


«Y con esta ya son siete personas las que han sido atacadas en South Park tras la puesta de sol desde que los Colegas de la Libertad fueran ilegalizados. Tal y como ocurrió en los casos anteriores, la víctima fue atacada por la espalda y le chuparon la sangre con colmillos afilados. El Departamento de Policía de South Park vincula estos ataques a Mosquito y ha reforzado las patrullas nocturnas. Da la impresión de que ahora que están amenazados, los héroes se han convertido en criminales y se están vengando de aquellos a quienes en otro tiempo protegían. Recordemos que su gestor de medios, Barbaarce Contrabandista el Rey de los Piratas, cuya identidad no ha sido revelada, fue supuestamente atacado por la Cometa Humana en un intento por silenciarlo antes de que revelara algún nombre. Recomendamos encarecidamente a la población que no salga de noche de su casa sola y que no confíe en nadie que vuele o vaya enmascarado.»

Clyde desconectó la radio integrada en su casco. ¿Por qué seguía escuchando esas cosas? Últimamente todo eran malas noticias. ¿Por qué torturarse de esa manera?

¿Y por qué seguía haciendo eso, volar por ahí uniformado a altas horas de la noche? Era una estupidez muy peligrosa dadas las circunstancias, y él era plenamente consciente de ello. Una de esas noches alguien lo vería y se metería en un lío muy gordo.

Pero no podía evitarlo. Era como...Si abrir las alas le diera una deliciosa sensación de libertad...Un como como si ser Clyde Donovan las veinticuatro horas, siete días a la semana, los trescientos sesenta y cinco días del año le oprimiera y algo en su interior luchara por salir. Hubo un tiempo en que odiaba sus alas, le hacían sentir un friki, pero ahora...Había una cierta liberación en volar por encima de South Park, en dejar abajo todos los problemas...

Además, no podía dejar que lo que había entre los dos terminara de aquella manera...

Tenía que verla...Con todos los ataques que se estaban sucediendo, tenía que estar seguro de que estaba bien...

Bebe se estaba lavando los dientes cuando oyó un crujido en su habitación. Se había dejado la ventana entreabierta para que entrara la fresca brisa de la noche y refrescar el dormitorio antes de irse a dormir. Ahora ya no le parecía tan buena idea. No con sus padres fuera de casa. Papá no debió haberse llevado la escopeta a la patrulla nocturna..., todo lo que tenía a mano era la escobilla del váter. Mejor eso que nada, así que la agarró y volvió a su cuarto con cautela.

Entró en el dormitorio para encontrarse con que la ventana estaba abierta del todo.

Con la boca abierta y respirando tan lentamente como se movía por la estancia, buscó el interruptor de la luz para poder ver, espantar las sombras...Y fue entonces cuando Mosquito saltó del techo, aterrizando frente a ella.

— Bebe.

Bebe intentó chillar. Clyde corrió a taparle la boca.

— ¡Espera! ¡No chilles! ¡Soy yo!

Eso sólo la animó a tratar de gritar con más ganas.

— ¡Por favor, por favor, no grites, no quiero...! ¡Au!—Bebe no escuchó; le mordió la mano y se zafó de él para amenazarlo con la escobilla.

— ¡No te acerques!

— ¡Escúchame, no he venido a hacerte daño!—dijo Clyde, quedándose a una distancia prudencial.

— ¡Y una leche! ¡Has venido a chuparme la sangre!

— ¡No! ¡Yo no he hecho eso! ¡El que hace esas cosas no soy yo! ¡Yo no fui!

— ¿Y esperas que te crea?

Le dio un golpe que le manchó el casco de...no quería ni saberlo.

— ¡Yo no ataco a inocentes!—dijo, acercándose a pesar de todo.

— ¿Por qué tendría que creerte? ¡Eres un criminal! ¡Todo lo que hacíais y decíais era mentira!

Aunque eso supusiera que le volviera a golpear con la escobilla, él se acercó un poco más.

— ¡Por favor, no hagas caso a lo que digan los demás! ¡Tú me conoces! ¡Nos hemos estado viendo durante mucho tiempo! ¡Tú sabes que yo no le haría daño a quien no ha hecho nada malo!

— ¡Yo no te conozco!—replicó Bebe—. ¡Ni siquiera me has enseñado tu cara en todos estos años ni me has dado una pista de quién eres en realidad!

— ¡Tú me conoces mucho mejor que toda esa gente de Internet a quien no le importas un carajo!

Un ruido llegó a sus oídos. Bebe estaba protestando y Clyde le pidió que se callara con un gesto. Bebe se puso también a la escucha. Alguien había pisado el tablón que crujía del salón de estar. Los dos se quedaron muy callados. Bebe estaba sola en casa y no tenía mascotas.

Intercambiaron una mirada.

— Escóndete. En el armario. Rápido—susurró Clyde a Bebe. Ella vaciló y él la empujó—. ¡Vamos!

Bebe terminó obedeciendo, manteniendo la escobilla del retrete bien sujeta entre sus manos.

Se metió a tiempo para ver cómo se abría la puerta y una figura se deslizaba dentro del dormitorio.

La habitación estaba a oscuras, pero Mike encontró el camino hacia la cama, atraído por el olor. Una damisela hermosa y joven que estaba sola...¿había mejor bocado que ese? Estaba toda tapada con las sábanas, y no sospechó nada: las mujeres siempre tenían frío, incluso en verano.

Sin embargo, cuando apartó la ropa de cama, se encontró con más de lo que esperaba.

— Hola, guapo—dijo Clyde antes de darle un puñetazo en la cara.

Mike se lanzó sobre él y forcejearon sobre la cama hasta que ambos cayeron al suelo rodando. Clyde golpeó a Mike tres veces en el estómago; cuando iba a asestar la cuarta, Mike le agarró la mano y se lo quitó de encima con un rodillazo en el pecho. Se lanzó a su cuello, Clyde le jaló del pelo y le propinó un puñetazo en la cara, mandándolo al suelo. Mike se puso en pie de un salto y le agarró del casco para hacerle golpear con la cabeza todo cuanto había por ahí: las paredes, el tocador, el cabecero de la cama, la ventana, el marco de la puerta...Mosquito cayó al suelo, incapaz de ponerse en pie.

— Vaya un chupador de sangre estás hecho...Los vampiros comen mosquitos, ¿sabes?—sonrió Mike—. Voy a disfrutar de lo lindo chupándote hasta dejarte seco...

Y justo cuando había dejado al aire el cuello de Clyde, Bebe salió corriendo del armario, agarró el taburete que tenía para el tocador y le golpeó con él. Mike se dio la vuelta y le soltó un bufido, a lo que ella contestó golpeándole en la cara.

— ¿Sabes lo que puedes chupar? ¿Eh? ¿Te lo digo?—exclamó.

Antes de perder el conocimiento, una pregunta apareció en la mente de Mike, una pregunta que sus amigos de la infancia ya se habían hecho hacía mucho tiempo. Una pregunta que le había estado acechando y de la que él había huido:

¿Qué estoy haciendo con mi vida?

Bebe le volvió a golpear pese a que no se movía, sólo para asegurarse. Había visto películas de vampiros y sabía que esos cabrones no eran de fiar. Luego se volvió hacia Mosquito.

— ...Sólo quería pararle los pies a este tipejo antes de que me destrozara la habitación, ¿sabes? No significa nada...

Clyde se levantó con un gruñido.

— ...¿Estás bien?...—preguntó ella, acercándose. No quería que supiera que quizás estuviera en verdad un poco preocupada por él.

El casco del vigilante estaba para el arrastre. Aquel último golpe hizo que su parte frontal se despiezara al más mínimo movimiento. Le salía sangre de la nariz, la cual se limpió con el dorso de la mano y no pudo resistirse a probar.

Se dio la vuelta para mirar a Bebe. A ella se le desencajó la mandíbula.

— ...Ni de coña...—murmuró.

— Uh...—Clyde se mordió el labio inferior.

— ¡¿Clyde?! ¡¿Clyde Donovan?! ¡¿En serio?!

— Por favor, no te flipes...

— ¡¿Que no me flipe?! Pero si tú...¡Tú eres Mosquito! ¡Eres un fugitivo de la justicia!—otra revelación la golpeó e hizo que sus ojos se abrieran aún más, si es que eso era posible—. ¡Tú...Tú y yo nos hemos besado!

— ¿Estás...decepcionada?—Clyde se frotó un brazo, mirándola con timidez.

— ¿Decepcionada? ¡No! No sé...Te...Tengo que sentarme, creo que me va a dar una pájara...—se sentó, sin visos a que fuera a desmayarse. Aunque sentía que su cerebro se había quedado congelado en verdad. No era capaz de pensar con claridad y meterse algo tan evidente y sencillo de comprender en la cabeza—. ¡¿Desde cuándo tienes alas de bicho?!

— Pues, ¿recuerdas el accidente en la feria hace dos años?—Clyde se sentó a su lado. Le venía bien un descansito después de la pelea.

— Y eso...¿te hizo así?—Bebe estaba contemplando sus alas cuando otra revelación más le vino a la cabeza—. Espera. ¿Eso quiere decir que Wendy y los demás, todos los que se subieron a la atracción contigo...? ¿A ellos también les han salido alas?

— No, pero...—Clyde junto la yema de sus dedos índices.

— No me digas que son...—Clyde asintió y Bebe se abofeteó a sí misma en la cara—. ¡La leche! ¡No me lo puedo creer! Todo este tiempo...¡Yo os conocía! ¡Fui a la misma clase que vosotros! ¡Veo a Wendy casi todos los días y creía que ella...!

— No...se lo contarás a nadie...¿verdad?—Clyde la miró con timidez.

— ¡Pues claro que lo contaré! ¿Quieres que vaya a la cárcel por encubriros? O no...N-No sé...

— Por favor, Bebe...—le cogió de las manos y la miró a los ojos—. ¿Por los viejos tiempos?

Bebe intentó no mirarlo, pero terminó volviendo la cabeza hacia él. Parecía realmente asustado de que se lo dijera a la policía, y no era de extrañar: se meterían en una buena si alguien se enteraba. Comenzaba a creerle: no le veía atacando a la gente con tanta saña. Además, Wendy era su mejor amiga desde que eran pequeñas y estaba embarazada. No quería que le pasara nada malo...

...Debía admitir...que todos esos juegos del héroe y la damisela en apuros habían sido muy divertidos y excitantes...

¿Quién hubiera dicho que Clyde le haría sentir tan bien?

— ...Vete, antes de que alguien te pille conmigo. Y llévate a ese mamonazo contigo—dijo al fin, suspirando.

Clyde sonrió de una forma que le recordó a los tiempos en que eran niños y él estaba encantado de ser su novio.

— ¡Gracias, Bebe!

Quiso besarla, ella se negó.

— Esta noche no, Romeo. Aún sigo enfadada contigo por mentirme.

— Vale, vale, lo pillo...—Clyde se encogió de hombros y fue hacia Mike. Por fortuna, estaba volviendo en sí. Así podría hablar.

— Tú atacaste a Ike Broflovski, ¿no es verdad?—Mike no respondió, así que Clyde le golpeó con la bota—. ¡¿No es verdad?!

— ¡Sí! ¡Joder, sí!—respondió Mike.

— Se lo vas a decir a la policía. ¡Se lo dirás porque, si no lo haces, te encontraré y te voy a patear el culo tan fuerte que desearás no haber nacido!

— Escucha, yo no tengo nada en contra de ese crío. ¡Ni siquiera sabía que existía! ¡Lo...Lo hice porque alguien me lo pidió!

— ¿Qué?

— ¡Quería que hubiera víctimas, me lo puso todo facilísimo, me dijo a quién morder!

— ¿Quién?

— Dijo que se llamaba...Mitch Conner...

Clyde achinó los ojos.

— Buen chico. Ahora vámonos—obligó a Mike a levantarse y él lo siguió obedientemente, sintiéndose tan estúpido, tan ridículo...

Iban a salir volando por la ventana cuando Bebe corrió hacia ellos.

— ¡Espera!

Clyde se volvió, cargando con Mike como si fuera un saco.

— Ten...Ten cuidado, ¿vale?—se quitó un mechón de la cara—. Es que...no es que te vea como mi caballero de brillante armadura, pero...Jugar a las citas contigo en el colegio fue divertido...

Clyde sonrió.

— Los mejores años de mi vida—dijo, antes de encaminarse a dejar una sorpresa a las puertas de la comisaría.

Bebe, a pesar de lo que había pasado, del caos que aquellos dos imbéciles habían dejado y que a ella le tocaría limpiar, no pudo evitar sonreír.


— Je, ese cabrón de Mosquito se creía que podía engañarnos—Clark estaba leyendo el periódico—. Le da una paliza a un tío, uno que parece salido de Buffy Cazavampiros, le deja en la puerta de la comisaría con una nota, le hace confesar que todos los crímenes que han cometido él y los Colegas de la Libertad son cosa suya...

La cuestión es que debía estar ayudando a Scott. Al menos sujetándole la escalera, que se balanceaba demasiado. Pero ahí estaba él, leyendo el periódico y comentándolo en voz alta.

— ¿Se creen que somos tontos? Debe de pensar que tenemos la edad mental de niños de párvulos.

— Papá, ¿me puedes pasar los alicates?—le pidió Scott, pero Clark o no le escuchó o no quería.

— Si un mutante como él me diera para el pelo, diría que soy el Papa...

Scott suspiró y bajó a cogerlo él mismo. Su padre se había acomodado demasiado en su anterior trabajo en la compañía de televisión por cable, y todo había terminado irremediablemente en despido. Si ahora estaba trabajando en la misma compañía que Scott, era por recomendación de su hijo...¿Le estaba agradecido? No-no...Oh, en fin, nada nuevo bajo el sol...Aquella era su dinámica de siempre...

Clark seguía hablando consigo mismo (porque, visto cómo le había respondido en otras ocasiones, Scott había llegado a la conclusión de que su padre consideraba que sus puntos de vista eran inmaduros y/o estúpidos, en todas las materias), y Scott seguía haciendo el trabajo de los dos.

No estaban solos en la calle. Los Cines Bijou estaban pasando por una reforma, para parecer más atractivos en tiempos de plataformas de streaming. Un andamio cubría toda la fachada.

Hubo un estruendo y cuando Scott se dio la vuelta, en lugar de eso, se encontró con un revoltijo de metales y de escombros. Una nube de humo invadió la calle entera.

— ¡SOCORROOO!—oyó gritar a algunos trabajadores.

— Joder...—murmuró Clark, pero no hizo nada. Nadie hizo nada, salvo llamar a emergencia..., eso los que no se limitaban a grabar el derrumbe con los teléfonos, para ser los primeros en colgarlo en redes.

Scott sintió el instinto de actuar, pero se contuvo. No podía...

— ¡MI PIERNA! ¡AY, DIOS, MI PIERNA!

— ¡QUE ALGUIEN NOS AYUDE, POR FAVOR!

— ¡AAAH!

¿Y si los de emergencias llegaban tarde para esos hombres?

Scott sacudió la cabeza. Tenía a su padre al lado...La calle estaba repleta...

— ¡SOCORROOO!—seguían gritando los obreros con gran dolor.

No podía soportarlo...No podía enfrascarse en su trabajo y fingir que no había pasado nada, o limitarse a mirar, sabiendo que tenía la capacidad de ayudarlos...

Aún le quedaban dulces en el bolsillo. Siempre llevaba encima en caso de necesitarlo...

No, no debía...Pero...No podía quedarse mirando...No se lo perdonaría nunca...

— Papá...—dijo—. Perdóname...

Por qué, iba a preguntar Clark cuando Scott salió corriendo hacia el accidente. Le llamó, le pidió en vano que se mantuviera al margen, fuera a lo suyo y dejara que alguien con menos habilidad para estropear las cosas se ocupara de eso. Le vio meter la mano en el bolsillo y llevarse algo a la boca que masticó; no vio qué.

— ¡Scott!—le llamó—. ¡¿Qué te crees que estás haciendo!

En ese momento sucedió algo...Su hijo comenzó a hincharse...Su grasa corporal se convirtió en músculo, la ropa se le quedó pequeña y se rasgó, dejándole casi desnudo. La atención general se volvió hacia él.

— ¿¡No es ese...!?— una mujer se llevó las manos a la boca.

Usando su nueva fuerza, Scott sacó de los escombros a tantos obreros como pudo, lo apartó para buscar más víctimas sepultadas.

— ¡Es el Capitán Diabetes!—exclamó un hombre, señalándolo con el dedo.

Clark sacudió la cabeza. ¡No...No podía ser! ¡Pero lo estaba viendo con sus propios ojos! Vio cómo Scott, el blandengue y diabético de su hijo, sostenía a siete hombres en sus brazos y los llevaba a un lugar seguro, teniendo cuidado con sus heridas a pesar de su tamaño, el doble o incluso el triple de lo normal. Más y más gente se arremolinaba para mirarlo estupefacta y un tanto asustada, mientras seguía con su labor de rescate.

El problema era que el señor Garrison también se encontraba allí. Y, como todos los demás, lo había visto transformarse.

— ¡Es el Capitán Diabetes, cogedle!—gritó.

Seguía habiendo un hombre atrapado, con la pierna empalada por una barra de metal, pero no pudo llegar hasta él. Primero dos hombres se le echaron encima, luego tres más, cinco. Scott se los quitó de encima sin apenas esfuerzo, pero pronto casi toda la calle estaba gritando y corriendo hacia él, y se encontró enterrado bajo docenas de personas que no eran tan fuertes como él pero le sobrepasaban con creces en número.

Clark no movió del sitio. Sólo pudo dar un solo paso.

— ¡Esperen! ¡Un segundo! ¡S-Scott!—fue todo lo que pudo decir.

— ¡Así que lo sabías todo este tiempo!—Garrison se enfrentó a él—. ¡Todo este tiempo estabas con nosotros en la Patrulla y nunca nos lo contaste! ¿Qué estábas, espiándonos, hijo de puta?! ¡¿Eh?!

— ¡Y-Yo no lo sabía! ¡No tenía ni idea de que...Scott!—balbuceó Clark.

No podía ver a su hijo entre toda esa gente que le saltó encima.