Disclaimer: No me pertenecen, ninguno de ellos, lamentablemente.


CAPÍTULO VEINTISEIS

Habían llegado al final del camino. Harry lo sabía con la misma certeza con la que había sabido que seguir acostándose juntos iba a hacerles daño. Sabía que ninguno de los dos podía haber hecho nada para impedirlo sin variar sus expectativas, a causa de la incompatibilidad de sus deseos vitales. Igual que sabía que, aunque sin duda la tristeza no iba a ser tan devastadora al duro golpe que le supuso terminar con Malfoy en aquella cafetería muggle, iba a tardar años en superarlo de forma definitiva.

Que iba a tener que sacarlo del todo de su vida durante un tiempo largo de verdad, sin tener contacto alguno con él, si quería tener alguna posibilidad de conseguir construir una vida sin él.

Una cuenta atrás de la que era consciente, invisible y sin números, pero que resonaba haciendo tic tac al mismo ritmo que le latía corazón cada vez que lo veía en casa de Andromeda. Un tic tac que sólo anunciaba que cada vez le quedaba menos tiempo, que le daba el margen justo y necesario para prepararse para el inevitable golpe. Sólo quedaba saber quién iba a sacrificarse primero y asestar el mazazo que los destrozaría a ambos en esta ocasión. Tras haber sido el único en intentar poner límites y el último en habérselos saltado, Harry no estaba, precisamente, deseándolo.

Durante las siguientes semanas todo siguió con normalidad, al menos para quienes podían observarlos desde fuera. La fiesta de pijamas entre los tres niños fue un éxito tan rotundo que el propio Ron insinuó que podía apuntarse a la siguiente con Rose cuando Teddy le dijo que Harry había aprobado la posibilidad de repetir, aunque en realidad sólo se había encogido de hombros. Nadie notó que algo hubiese cambiado entre Malfoy y él cuando coincidían en algún espacio público y se saludaban con la naturalidad de la cortesía, disimulando la rigidez de sus expresiones. Tampoco Andromeda, cuando Malfoy apareció unos pocos días después de la fiesta de pijamas en el salón de su tía, tomando el té, y se levantó al llegar Harry y Teddy, que se abalanzó sobre los brazos de su tío, encantado de verlo por primera vez desde que había desayunado con él en Grimmauld Place.

Malfoy siguió acompañándolo fuera de los límites para la Aparición de la casa de Andromeda, pero sus conversaciones ahora estaban repletas de silencios. A veces, Harry lo atrapaba contemplándolo con anhelo y tristeza, pero la mayor parte del tiempo Malfoy permanecía con la mirada perdida en el horizonte y un gesto de contrariedad en la mandíbula. Harry bajaba la cabeza cuando este se sumía en sus pensamientos, hundiéndose en el lodazal de los suyos. Sólo hablar de Scorpius o James los sacaba de aquel mutismo rutinario de su compañía silenciosa, dándole una fugaz chispa de vivacidad a los escasos minutos que pasaban juntos.

Ninguno hizo referencia a lo ocurrido en Grimmauld Place durante la fiesta de pijamas.

Los días pasaron y Harry, menos ducho en disimular sus emociones que Malfoy, empezó a quebrarse cuando se encontraron con este y su familia en Gringotts. Harry acompañaba a Hermione y Ron y a la pequeña Rose, que iba dormida en el carrito que él mismo empujaba. Fue natural detenerse a hablar: si el hospital había sido una simiente de la incipiente simpatía entre Hermione y Astoria y la tolerancia de Ron hacia los Malfoy, el Yule había terminado de afianzarlo. Harry no veía probable que fuesen a forjar una amistad íntima jamás, pero sin duda no había la esperable hostilidad dados los antecedentes de todos ellos.

La charla versó, por supuesto, acerca de los pequeños, salpicada de preguntas a Harry por James. Este se distrajo en un par de ocasiones observando a Malfoy, las mismas que este le había devuelto la mirada con un anhelo similar. Cuando se volvió hacia Astoria para contestar a algo que esta le había dicho, los ojos de la chica estaban teñidos de compasión, probablemente porque era la única, además de ellos dos, que sabía lo ocurrido.

Tras despedirse de ellos y continuar su camino, Ron lo miró con los ojos entornados, suspicaz, pero fue Hermione quien preguntó. Harry negó con la cabeza y les pidió un poco más de tiempo. Todavía no estaba preparado para abordar el tema consigo mismo, mucho menos con ellos. Se lo diría, esta vez no lo guardaría en secreto, en cuanto Malfoy y él mantuviesen la única conversación que les restaba por afrontar.

Le habría gustado tener una varita mágica, una que sirviese para problemas como este, y poder arreglarlo una vez más. Poder mantener la ilusión de que eran sólo amigos, por mucha tensión sexual que hubiese entre ellos. Al menos, evitaría que Malfoy se sintiese tan mal como él pues, aunque el rechazo le había dolido, esta sensación de pérdida era una quemazón mucho más intensa y Harry sabía que la sentía exactamente igual que él. Pero no sabía cómo hacerlo. Ser «sólo amigos» o tener «privilegios» entre ellos sólo había abocado lo que sentían a un callejón sin salida. Volver a intentarlo no tenía sentido. Lo ocurrido en Las Tres Escobas había sido una advertencia que ambos habían ignorado conscientemente, mientras coqueteaban y jugaban al filo del acantilado. Volver a dejarse arrastrar acabaría con ambos heridos una vez más: por el rechazo, por el intento de poner límites, por vivir escondidos o tomar las decisiones vitales correspondientes según pasase el tiempo. Y eso los devastaría, antes o después.

Y, aun así, era incapaz de renunciar a la compañía silenciosa de Malfoy en sus visitas a Andromeda. De hablar en primer lugar. De señalar al elefante que se había interpuesto entre ambos en una habitación que empezaba a ahogarlos.

Harry empezó a buscar la forma de sacar el tema en las ocasiones que coincidían en casa de Andromeda, pero las dos primeras no fue capaz de hacerlo, limitándose a celebrar con una tensa sonrisa los logros de Scorpius una de ellas y sumirse en el silencio la otra. La tercera fue la propia Andromeda quien lo imposibilitó, aunque de forma involuntaria, al interrumpirlos para devolver a Harry algo que se había dejado en la bolsa de Teddy.

Un nuevo verano estaba asomando y Harry estaba enfrascado con los últimos exámenes del año, dispuesto a no suspender ninguna asignatura y acceder al último año de carrera, el que le permitiría, por fin, empezar a practicar directamente en los colegios públicos para los que se había preparado. Sin embargo, dejó todo de lado al recibir una noche la llamada por red flu de Andromeda, pidiéndole que acogiese a Teddy en Grimmauld Place aquella noche para que ella pudiese ir a San Mungo. Harry se ofreció a acompañarla, pero la mujer se negó, alegando que prefería la compañía de su hermana, pues temía que fuese viruela de dragón, que era muy virulenta a partir de ciertas edades, y ella ya la había pasado y no podía contagiarse.

Cuando el diagnóstico se confirmó, Harry tuvo que cambiar todas sus rutinas para poder mantener el ritmo con los exámenes, cumplir con sus deberes como padre y hacerse de Teddy a tiempo completo. Malfoy se ofreció a ayudarlo con el niño, igual que Ron y Hermione, y Harry aceptó, para entusiasmo del pequeño. Para facilitar la logística y que su ahijado no sufriese tanto por la situación y no echase tanto de menos a su abuela, a la que no podía ir a ver al hospital por el riesgo de contagio, decidieron que lo más óptimo era que Teddy se quedase en su casa y fuese el resto quienes rotasen por ella en los horarios que se habían repartido para cuidarlo.

—¡Fiesta de pijamas! —gritó Teddy cuando Harry atravesó la chimenea con James en brazos para quedarse esa noche a dormir con su ahijado, lanzándose contra sus piernas con tanta fuerza que la ceniza de sus pantalones se dispersó en el ambiente con un leve suspiro antes de poder limpiarla con un hechizo.

—Yo no he sido —dijo Malfoy, que se había encargado de cuidarlo toda la tarde para que Harry pudiese asistir a sus clases, y levantó las manos en señal de inocencia. A sus pies, Scorpius gateaba sobre la alfombra. La diferencia de tamaño con respecto a Rose todavía era palpable, pero cada vez menos notoria según iban creciendo.

—¡Estamos todos! ¡Di que sí, Harry! —insistió Teddy. Harry miró hacia abajo, con el ceño fruncido, dispuesto a decir que no, pero era la primera petición genuina del niño en varios días, que había estado más apocado y callado de lo habitual.

No había sido fácil para él. Tenía edad suficiente para entender que su abuela estaba enferma y preocuparse por ella. Pero no para asumir que la persona principal de su pequeño mundo estaba fuera. Aunque reía y era fácil mantenerlo despierto y de buen humor, las maestras de su escuela infantil habían informado a Harry de que estaba más distraído y apagado de lo normal en él. Le costaba conciliar el sueño y siempre preguntaba por su abuela y cuándo iba a regresar nada más Harry llegaba a casa de la universidad. Adoraba a sus tíos, pero la prolongada ausencia de Andromeda, incluso aunque no fuese capaz de entender la gravedad de la enfermedad contra la que estaba peleando, empezaba a hacer mella en su ánimo. Lo que había sido una novedad, repartir sus días con gente a la que adoraba, empezaba a hacérsele pesado porque sólo necesitaba a la única persona que no estaba.

—Mañana no tengo examen hasta las seis de la tarde y Ginny no vendrá a recoger a James hasta mediodía, tiene concentración con la selección —dijo Harry, mirando a Malfoy, que también observaba al niño con gesto preocupado.

—Yo sólo tengo despacho. Con estar en casa después del desayuno, bastará. Voy a avisar a madre y Astoria.

Teddy, que comprendió lo suficiente como para saber que se había salido con la suya, empezó a saltar y gritar por toda la sala y sólo se detuvo cuando James trató de balbucear una aleccionadora réplica de las palabras de su padre acerca de que un comportamiento no tolerable durante una fiesta de pijamas podía suponer la pérdida de otras fiestas futuras que habría resultado cómica si Harry hubiese estado prestando atención.

Tras la cena, los niños no tardaron en caer dormidos sobre el colchón de la cama infantil de Teddy, agrandada mágicamente por un toque de varita de Malfoy, que hizo que las redes de seguridad de ambos lados, que el pequeño no usaba desde hacía meses, ascendiesen para proteger a los dos más pequeños.

Harry lo dejó en el cuarto de Teddy, observando a los niños dormir, y se fue a la cocina de Andromeda rotando el monitor mágico entre los dedos. Calentó agua para hacerse un té o una infusión, pero se quedó embobado mirando el hervidor una vez lo apartó del fuego y dejó de pitar, rumiando sus pensamientos. No se dio cuenta de que Malfoy estaba detrás de él hasta que este carraspeó. Harry lo miró, mordisqueándose el labio inferior por dentro de la boca para no exteriorizar su nerviosismo, pero no dijo nada, ni siquiera cuando Malfoy se sentó en la pequeña mesa de la cocina.

—Esto es el final, ¿verdad? —Fue Malfoy quien rompió el silencio. Harry se había vuelto de espaldas a él para controlar sus emociones, pero podía sentir su mirada en la espalda—. Siento que se acabe.

Harry siguió en silencio. No quiso decirle que había otra manera de hacerlo, una que él ya le había pedido. No quería exigírselo justo ahora, que podía ver la vulnerabilidad en los ojos de Malfoy. No, cuando él tampoco estaba dispuesto a ceder en su posición.

—Quizá deberíamos echar el último, a modo de despedida —dijo Malfoy, con tanta amargura, que Harry supo que no lo decía en serio. Que sólo estaba provocándolo para obtener una respuesta de él, la que fuese. Percibir que seguía estando al otro lado de la relación. Suspirando, Harry se giró y tomó asiento frente a él y ambos se sostuvieron la mirada. Al cabo de unos minutos, Malfoy la apartó, fastidiado—. A veces, todavía creo que puedo salirme con la mía siempre que quiero sólo con desearlo.

—Ojalá pudieses salirte con la tuya.

—Ya no sé siquiera qué es salirme con la mía. Me educaron en las tradiciones, en continuar la estirpe familiar. Estaba convencido de que era lo que debía hacer. Lo que quería hacer.

—¿Pero? —Harry comprendió que esta era la última ocasión que podría hablar con Malfoy y que este estaba, por fin, abriendo las puertas de par en par. Más tarde iba a doler, pero quería estar allí. Se merecía estar allí.

—No puedo arrepentirme de que Scorpius esté en este mundo. Sólo por eso, no puedo arrepentirme de todo lo demás, Potter. ¿Entiendes eso?

—Yo tampoco imagino una existencia sin James —asintió Harry, comprendiéndolo—. No sería justo para nadie. Ni para ti, ni para mí, pero sobre todo, no para Scorpius, James y Astoria. Somos personas y nos merecemos algo más que una vida a medias, por muy tradicional que sea.

—Ya te dije que no me gustaban todas las tradiciones.

—Creía que esta, precisamente, sí.

—Dije que la respetaría. —Harry se encogió de hombros—. Fui educado en la tradición mágica más clásica imaginable. Más por padre que por madre, he de decirlo. Luego vinieron los tiempos oscuros y la marca grabada en mi antebrazo.

—No voy a tolerar victimismo alguno, Malfoy —lo advirtió, pero este negó con la cabeza.

—Al menos yo soy realista, Potter. Sigo siendo un exmortífago, aunque a ti se te olvidase al verme la polla.

—¿Tienes que ser un capullo?

—Si no puedo victimizarme, al menos déjame eso.

—También puedes abordar tus verdaderos sentimientos.

Agotado, Malfoy se levantó. Lo hizo con un quejido, aparentando más años de los que tenía. Harry se preguntó si su cansancio, la barba de varios días y su aspecto en general desaliñado de las últimas semanas le hacían parecer de la misma edad o si había envejecido más, incluso. Algo absurdo, teniendo en cuenta la edad de ambos, por muy padres que fuesen. Cuando Malfoy iba a salir de la cocina, Harry volvió a hablar. No quiso perder la oportunidad de responder, al menos por una vez.

—No me olvidé de la marca de tu brazo al verte la polla. —Malfoy se detuvo en el umbral, de espaldas, para escucharlo—. Fue en algún momento entre la primera vez que me ganaste al quidditch y cuando me ayudaste con Grimmauld Place. Incluso hoy, no justifico ninguna de las cosas que hiciste en el pasado, pero no sólo las he perdonado en la porción que me toca, también las he aceptado como una parte vital de ti. Una que me gusta tanto como todo lo demás. Quien no quiera verlo, será un idiota, Draco Malfoy.

Malfoy salió de la cocina. Una lágrima se derramó por la mejilla de Harry, empapando el vello hirsuto de su barba. Abrazó la taza entre las manos, ya tibia, e intentó calibrar las dimensiones del desastre. James echaría de menos a Scorpius un tiempo, pero era pequeño y pronto sería un recuerdo lejano, sobre todo cuando empezase ese año en la misma escuela infantil a la que asistía Teddy, que comenzaría el colegio muggle en septiembre. Teddy no notaría la ausencia de Malfoy, pues este seguiría en contacto con él, pero sería difícil lidiar con su confusión sin explicarle por qué ya no los veía a la vez o hacían una nueva fiesta de pijamas conjunta. Ron y Hermione podían seguir relacionándose con los Malfoy, bastaría con avisarles de lo sucedido para evitar situaciones incómodas. Ambos lo entenderían y apoyarían. Siempre lo habían hecho.

Uno de los niños gimoteó en sueños. Harry no supo cuál, pero no se levantó al escuchar el monitor, porque acto seguido se oyó un susurro de Malfoy consolándolo y volviéndolo a dormir.

Harry se quedó tan ensimismado en sus pensamientos que no se percató de que Malfoy había regresado a la cocina hasta que este carraspeó de nuevo. Había pasado más de una hora, según el reloj que coronaba una de las paredes. Malfoy tenía enrojecido el blanco de los ojos y el mohín de contrariedad que le había visto en las últimas semanas, una especie de torcedura de la mandíbula que no terminaba de agradarle, pero luego se recompuso. Harry levantó las cejas, suponiendo que se había quedado con ganas de decir alguna cosa, pero Malfoy no habló.

Tras rebuscar en el bolsillo de su túnica, extendió la palma de la mano frente a él. Con la visión borrosa por las lágrimas que habían aparecido súbitamente en sus ojos al verla por primera vez en años, Harry contempló a la pequeña grulla de papel volar desde la mano de Malfoy hasta las suyas, que había ahuecado, juntas, para recibirla. Gruesas gotas saladas cayeron sobre el papel, sin mojarlo gracias a los hechizos protectores con los que él mismo la había protegido años atrás.

—La has conservado —susurró, con la voz ahogada por las lágrimas.

La grulla se desplegó mágicamente sobre sus manos, alisándose para dejarlo leer el mensaje que contenía. Apenas cuatro palabras, escritas con la elegante caligrafía de Malfoy, cuya mano había temblado mientras lo hacía.

«Ojalá no sea tarde».

—Hay otro camino. El que tú, el más juicioso de los dos, defendiste desde un principio, Harry.

Al levantar la vista hacia Malfoy, sin poder controlar las lágrimas que seguían cayendo por sus mejillas, fruto de la felicidad de ver la grulla de papel y comprender cuál era el profundo significado de esta para Malfoy, que no sólo la había conservado, si no que la llevaba siempre consigo, vio que este también lloraba, con las lágrimas irritando la enrojecida piel pálida de sus pómulos.

—Astoria y yo no hemos vuelto a acostarnos desde… bueno, desde que concebimos a Scorpius. Nos… costó mucho. No sólo a mí, para ella no fue fácil, por mucho que desease cumplir con las expectativas de su propia familia. Creo que Astoria… Bueno, es simplemente que no lo disfruta. Quizá le gustaría de ser la persona adecuada, alguien con quien realmente sintiese una conexión que yo no puedo proporcionarle. —Harry parpadeó para despejar la vista de lágrimas, sin comprenderlo—. Lo siento, no sé cómo expresarlo. Quiero decir que le conté cómo era contigo. La diferencia que suponía para mí, por si eso la ayudaba a comprenderlo.

—¿Lo hizo?

—Sí. Le ayudó a relajarse lo suficiente para tener a Scorpius. Pero precisamente por eso, no hemos vuelto a hacerlo. Seguimos siendo buenos amigos, pero… No así. No de nuevo. Además, ya te dije que le caes bien.

—Me he dado cuenta de ello, sí.

—Yo lo inicié porque cuando te vi allí, plantado en medio de los terrenos, con cara de querer salir corriendo y, al mismo tiempo, de haber visto el mejor dulce en mucho tiempo, pensé que quería experimentar esa sensación más veces. Sentir cómo era que alguien me mirase y tocase con tanto… interés. Por eso quise repetir una y otra vez. Era… electrizante. Excitante. Chispeante. Mágico. No sé en qué momento te metiste bajo mi piel, pero sí que cuando desapareciste en Hogwarts me sentí personalmente ofendido y mortificado.

—Lo recuerdo —asintió Harry, riéndose con melancolía al rememorar cómo lo había abordado en el Expreso—. Os vi. A Astoria y a ti, en Hogsmeade. ¿Recuerdas que te envié la grulla? Había estado pensando en ti durante toda la excursión y resultó que voló muy cerca. Os estabais besando. Creo que no lo entendí, no del todo en ese momento, pero algo en mi interior se rompió, advirtiéndome de que no estábamos en los mismos términos.

—Yo pensé que, si no querías follar conmigo, eras tú el que salías perdiendo. No funcionó.

—Por eso volviste.

—Tú fuiste el maduro de los dos, bastante ahogado estaba yo en mi propio egocentrismo adolescente.

—No tanto. Caí en tus redes de nuevo.

—Culpable. —Malfoy sonrió también, nostálgico—. Tenía el orgullo herido y me fastidiaba perder mi juguete favorito. O eso creía entonces. Ahora, con la perspectiva de los años… creo que sólo estaba desesperado.

—Siento haber reaccionado así. No fue justo para ti. No lo hice bien.

—Sí lo hiciste bien cuando fuiste capaz de detener esto. Todavía me asombra que lo consiguieses. —Harry lo miró, encogiéndose de hombros. Aún podía rememorar vívidamente el dolor que aquello le había causado. Sólo ahora atisbó en las pupilas de Malfoy el que él había sufrido—. Quise alejarme de ti. Cuando volví de Francia, tras cerrar oficialmente el compromiso. Desaparecer, como habías hecho tú en Hogwarts. Me intenté convencer de que había sido divertido y que ya era hora de sentar la cabeza. Pero soy egoísta, me temo. Por eso me sentó tan mal que tú fueses capaz de hacer lo que yo no. Y odié que me afectase tanto, que me destrozase por dentro de aquella forma.

—Ya somos dos. Es difícil renunciar a algo que realmente deseas.

—Ojalá haber sido más egoísta —murmuró Malfoy, abrazándose a sí mismo con un brazo, que sujetó en el codo del contrario.

—¿Qué te ha hecho cambiar de idea? —Harry vio cómo Malfoy acusaba la pregunta con el gesto de la mandíbula, torciéndolo, y por primera comprendió que no era contrariedad, si no algo inconsciente cuando tenía que decir o hacer algo que no le gustaba. Un gesto muy reciente, de alguien que había tenido que aprender a no obtener todo lo que deseaba.

—Podría contestarte que, desde hace semanas, no sé exactamente desde cuándo, hay un libro con tu nombre en la biblioteca de Malfoy Manor, al lado del de Teddy, porque hasta la magia de la mansión ha captado lo importante que eres para mí y lo mucho que pienso en ti. Sería un gesto absurdamente romántico de novela, ¿verdad? —Harry parpadeó, boquiabierto por tal revelación, pero Malfoy negó con la cabeza—. Fue el miedo. Siempre he sido un cobarde.

—Eso no es cierto.

—La cobardía es una posición segura. Conservadora —continuó Malfoy, inasequible al aliento de Harry—. Pero ahora es diferente. No tengo miedo de que las cosas cambien o sean nuevas, de perder mi posición segura. Tengo miedo de perderte a ti. De que esto realmente se rompa definitivamente. De que te vayas para siempre.

»Detesto vivir con miedo. El miedo es algo que me recuerda… a él. Soy cobarde y egoísta, pero ni siquiera sabiéndolo podría renunciar a ti, que representas la nobleza y la generosidad que yo no sé mostrar. Todo un Gryffindor, como siempre.

—Necesitas dejar de pensar en las casas que nos asignaron con once años, Malfoy. Y aprender que la prudencia no es cobardía, como no es egoísmo amar libremente. No hay nada más generoso que el amor, ¿sabes?

—Sí, ¿verdad? Por eso, aunque no te he demostrado que ya no creo en la pureza de sangre y he repetido hasta la saciedad que quiero seguir las tradiciones, estás aquí, escuchándome. Dispuesto a que no sea demasiado tarde. No puedo lamentar todo lo que he sido y he hecho. No puedo disculparme, porque gracias a eso Scorpius está conmigo, pero no sé cómo hacer… cómo mostrarte…

—Sé quién eres, Draco Malfoy. Te conozco desde los once años y jamás te he quitado la vista de encima —dijo Harry, con la voz tomada por la emoción—. Claro que me lo has demostrado. Muchas veces. Celebraste Yule en mi casa, respetaste mis costumbres, aceptaste que la tradición puede evolucionar. Me enseñaste a hacerlo. Fuiste tú, ¿recuerdas?

—Quiero hacer las cosas bien. Tener una vida plena, sin arrastrar a nadie más a estúpidas tradiciones y protocolos. Quiero celebrar el Yule, pero no pagar un precio de infelicidad por atar mi vida y condenarla a la oscuridad. Amo a Astoria, pero nunca la querré de la misma forma que a ti y ella a mí tampoco. Merece ser feliz. —Miró a Harry, que asintió, enjugándose las lágrimas una vez más. Sentía como si estuviese soñando, no terminaba de creerse que fuese real—. No quiero que Scorpius tenga que vivir mi vida ni encerrarlo entre tradiciones que lo hagan infeliz. Me aterra atarlo igual que me ataron a mí, que me até yo mismo.

—Claro que sí. Merecen ser felices. Tú mereces ser feliz, Draco.

—¿Es demasiado tarde, Harry? —preguntó Malfoy, en cambio, y la súplica de su voz sólo fue percibida por Harry porque este no había mentido en que lo conocía bien.

—Decir adiós no es olvidarte —contestó Harry, con sencillez.

No le dio tiempo a levantarse de la silla cuando Draco cruzó la cocina en dos grandes zancadas, le sujetó las mejillas entre las manos y estampó sus labios contra los de Harry. Aturdido, este tardó varios segundos en responder al beso, pero cuando lo hizo, depositó en él todos los que no había podido darle en años. Movió los labios e inspiró, tratando de capturar el aliento de Draco. Lamió su lengua, emborrachándose de su sabor. Rozó su nariz contra la de él al separarse, jadeando, sin apartar la mirada de sus ojos de color gris. No lo abrazó ni le sujetó las mejillas, como estaba haciendo él, porque tenía las manos ocupadas en sujetar la grulla de papel que tanto había echado de menos.