Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo 19

― ¡Que tengan todos felices fiestas! ―deseó Edward al finalizar la última junta del año y extendió los brazos―. Nos vemos aquí el día 3 de enero.

Todos nos pusimos de pie, rompimos en aplausos y empezamos a abrazarnos con demasiada euforia. El ambiente era ligero y de felicidad, no podía ser de otra manera cuando estábamos a punto de tener nuestras merecidas vacaciones decembrina.

Victoria se quedó frente a mí. Me miró dubitativa antes de regalarme una pequeña sonrisa.

― No te odio, Swan ―mencionó― nunca ha sido mi intención que te sientas incómoda conmigo.

― No me siento incómoda ―me sinceré―. Hago mi trabajo, enfocándome en lo mío y nada más.

Ella tendió su mano hacia mí. La sonrisa seguía jugando en sus labios, pero su toque era vacilante.

― Qué tengas una feliz navidad ―susurró.

Tiré de ella y soltó un chillido desconcertado. Compartimos un abrazo honesto, probablemente nunca seríamos las mejores amigas, al menos éramos participes que debían dar lo mejor de cada una en la agencia.

― Nos veremos aquí el siguiente año ―mencionó Eric cuando me tuvo en sus brazos―. Intenta no llegar tarde ―me dio un guiño.

― Ese es mi nuevo propósito ―confesé.

― Me toca a mí ―protestó Jane poniendo sus manos en mis mejillas para que mis ojos estuvieran fijos en ella―. ¡Feliz navidad, Swan! ―me abrazó tan fuerte que empezó a faltarme el aire―. Tu secreto está guardado conmigo ―susurró en mi oreja.

― Gracias ―logré decir al apartarme de ella, sujeté sus manos frías―. ¿Regresarás?

Había dicho que tenía una grandiosa oferta laboral en una distribuidora cercana a su apartamento. Eso implicaba un buen ahorro para ella y más posibilidades de que sus ingresos mejoraran.

― Aún no lo sé, pero ten por seguro que te enviaré mensajes para saber de ti.

― Dejaremos pendiente un café para enero ―prometí.

Jane asintió aún con su eterna sonrisa en sus labios. Deseaba que se concretara ese café y no fuera una cita olvidada de las que nunca se cumplen.

― No hay posibilidad de un café conmigo ―Alec afirmó―. No hace falta que lo niegues, tus ojos brillan cuando lo ves ―levantó su mentón, señalando hacia Edward―. No hay problema ―continuó― les guardaré el secreto.

― Qué tengas una bonita Navidad, Alec ―mi abrazo fue honesto y también cargado de gratitud―. Ahora sé que estoy a salvo con tu silencio ―bromeé.

Quizá solo una broma que confirmaba sus palabras.

Exhalé al ver que la sala de juntas se iba quedando vacía.

― ¿Estás lista?

Asentí con la cabeza. Claro que estaba lista, ¿quién no lo estaría cuando se vacaciona?

Era mi primera Navidad lejos de mi familia. Aún no sabía si mi conciencia me dejaría disfrutar.

Mi mano se enganchó a la de Edward. Salimos juntos, yo intentando seguir sus largos pasos, es decir estaba casi corriendo, fue así que nos paralizamos. Todos estaban en el recibidor y nos aplaudieron.

Se veían tan cómplices.

¿¡Qué demonios!? Ellos lo sabían.

― Bueno, ahora lo saben ―verbalizó Edward con ese gesto fanfarrón―. Mi chica me trae en cintura, así que debemos irnos.

Reí. Sentí que mi cara se partiría de felicidad.

XX

El calor de Miami era un abrazo al alma, no podía negarlo.

Pero Edward era socarrón y no entendía que salir fuera de la ciudad en estas fechas era contraproducente debido a la alta demanda turística.

Nos hospedamos en un airbnb para mayor comodidad de nuestros bebés. Sultán fue fácil acoplarse a la casa de la playa, sin embargo Lu seguía mostrándose malhumorada por no estar en el apartamento.

Ella igual no se detuvo y se la pasó desplazándose por todo el lugar. No le gustó el mar, en cambio Sultán lo amó por completo.

Lu se quedó bajo el porche con su mueca haragana, tan solo observandonos. En su mirada parecía decir: «no regresen nunca».

Edward y yo corríamos por la orilla del mar con Sultán. Debía admitir que estaba mareada y que en cualquier momento caería dormida.

― No entiendo cómo pudieron darse cuenta lo que ocurría entre nosotros. Traté de ser precavido.

― Tampoco es que te importe, Edward. Al contrario, te veo feliz.

― Lo estoy ―bebió de su cerveza y dijo―: Creo que Lu está enamorada de mí o tal vez me odia demasiado ―comentó cuando nos tendimos en la arena―. No deja de observarme como si quisiera acabar con mi existencia.

Miré hacia Lu. Ella seguía mirando hacia nosotros como si algo tramara. Aunque realmente no era a nosotros sino a Sultán, estaba celosa de él.

― Lu estaba acostumbrada que ella era mi todo ―le expliqué― ahora tiene que compartirme con ustedes y no le gusta la idea.

Edward me rodeó con sus cálidos brazos y me acercó a su pecho.

― Pensé que se conformaría con que yo soy quién le da su comida cada noche.

― A Lu no le importa en lo absoluto, Edward.

― Pues debería porque soy algo así como un padre.

― Eres demasiado engreído, pero así me gustas.

Llenó de besos mi cuello y mandíbula mientras yo me apretujaba a su cuerpo ante la deliciosa sensación.

Leves suspiros emergían de mi garganta sintiéndome presa del deseo. Bebí un largo trago de cerveza, quería que el líquido frío apaciguara mi calentura.

Aunque era bien sabido que eso no iba a suceder al beber una cerveza.

Sentada como estaba volteé hacia Edward, quedando frente a él. Sostuve sus mejillas, sus ojos apenas enfocándome. Empezamos a besarnos como si no hubiera maraña.

Ninguno de los dos estábamos sobrios.

― ¿No crees que debemos volver para Navidad? ―Logré articular en medio de nuestros besos.

― No. Quiero que nos quedemos aquí ―apenas escuché lo que dijo cuando de nuevo su boca estaba contra la mía.

― Estás fechas son para estar en familia ―traté de hacerlo entender, para nada me disgustaba la idea de quedarme con él lejos de Seattle y la nieve.

― Eso significa estar separados y no quiero ―gruñó, perdiéndose en mi cuello―. Quiero quedarme aquí porque quiero ver una puesta de sol contigo. Vamos…

Me ayudó a incorporarme. Por supuesto que a su estilo, tirando con fuerza de mí y echándome en su hombro. Las botellas de cerveza quedaron ancladas en la arena blanca.

»Veremos una puesta de sol ―repitió.

Con pasos torpes caminó por la playa con mi cuerpo colgando de su hombro. Mis ojos apreciaban todo de cabeza. Logré ver que Sultán nos seguía.

― No estás borracho ¿verdad?

― Pookie, sé controlar el alcohol que consumo. No soy cómo otras personas que con dos bebidas ya hablan mal de las personas ―arrastró las palabras. Lo que corroborada que sí estaba borracho, aunque se negara a aceptarlo.

Exhalé ruidosamente dejando que mis brazos colgarán de mi cuerpo junto a mi largo cabello.

Edward me puso sobre mis pies y me señaló hacia el oeste. Era la vista más espectacular del brillo de los últimos rayos cayendo en el mar. Hacía tanto tiempo no veía nada igual.

Nos sentamos en la arena en un silencio reconfortante donde solo se escuchaban las olas rompiendo en el mar.

― Me gusta el mar ―dije ante el hermoso espectáculo de la naturaleza.

― También me gusta, aunque me gustas más tú.

Sonreí. Era un maldito adulador que siempre lograba todo conmigo.

Se dejó caer de espaldas a la arena y sonrió con sus ojos cerrados.

― Estoy jodidamente borracho, Pookie y soy peligroso.

Junté mucho las cejas y lo miré. ¿Qué peligroso podría ser?

― ¿A qué te refieres? ―pasé uno de mis dedos por su creciente barba.

Su sonrisa se extendió cuando capturó mi dedo entre su mano y lo llevó a su boca, chupándolo.

― Puedo cometer una locura ―susurró― no suelo pensar mucho.

― ¿Una locura? ¿Qué podría ser?

Abrió los ojos, los iris de sus orbes ya no parecían tan perdidos.

― Podría pedirte que te casaras conmigo.

Reí junto a él.

No pensaría que estaba loco, solo que actuaba por impulso.

― Calla ―llevé mi dedo a sus labios― debemos volver a Seattle.

― Bueno, seguiré guardando el anillo en la bolsa del pantalón.

― No bromees de esa manera ―le reté.

Se sentó por impulso, mirándome con una sonrisa alegre y despreocupada. Su celular empezó a sonar y él resopló sin siquiera ver de quién se trataba. Lo apagó.

― Llevó muchos años enamorado de ti ―confesó mientras abría lentamente su palma y dejaba ver un hermoso anillo platinado con una gran piedra.

Llevé mis manos a mi boca.

El señor berenjena hablaba en serio.


Hola. Ojalá el capítulo sea de su agrado, nos leemos en el capítulo final. Agradezco sus comentarios, favoritos y follows.

Gracias totales por leer 🍂